-Capítulo único.-
Amigos.
.♥.
Él me sonreía, entre besos y abrazos. Y yo le correspondía, ¿cómo no hacerlo?, si en las noches solitarias, o hasta en el más pequeño pensamiento, estaba él.
Yo adoraba su sonrisa, la forma de sus ojos, tan pequeños, como dos luceros adornando el rostro tierno; la manera en que su nariz se arrugaba cuando reía, o su extraña forma de querer.
Él me decía que mis mejillas eran hermosas, y mis manos suaves; decía también, que mis piernas largas le gustaban, y mi entrecejo fruncido, que nunca duraba mucho. Él me hacía feliz.
A veces, por pura coincidencia, nos encontrábamos; sin planearlo, y una cosa llevaba a la otra, terminando en una conversación, en la plaza, en un café, donde fuera. Pero siempre me perdía en la profundidad de su mirada, y el tiempo pasaba demasiado rápido.
Él sabía donde encontrarme, y yo donde encontrarlo a él. Conocía mi número y dirección.
Y creo que una noche, hasta le di la clave de mi corazón.
Entre millones de personas, y un montón de países, habíamos tenido la suerte de estar justo en el lugar, el momento adecuado.
El destino nos había juntado; compartimos juntos los más dulces momentos, los más memorables, e infinitos.
-KiBum… Estoy aburrido.
-Hm…
-Hagamos algo…
Sonrió.
-Eso sonó muy sugestivo, Jjongie.
Y reímos juntos.
Éramos afortunados, porque yo lo tenía a él, y él me tenía a mí.
Para siempre.
Caminábamos de la mano, como una vieja mala costumbre, en silencio, y las hojas bailaban girando alrededor. La obscuridad abrazaba el horizonte, el sol escondiéndose entre las montañas.
Esa noche con un beso él se despidió. Pero era diferente, sabía amargo y dulce, como el amor. Parecía despedida. Y volvió a decir, casi con dolor, y apagados sus ojos, que me quería.
Perdón…
Un día, una semana. Había pasado tiempo sin verle.
Lo extrañaba.
Solo una llamada…
-¡KiBummie!~
-Hola…
-¿Cómo estás? te oigo algo triste…
-Bien, solo algo cansado. ¿Y tú? Tiempo sin verte, yeobo.
-¡Estoy tan feliz! A que no adivinas, Key. ¡Tengo una novia!
Todo empezó a desvanecerse entonces.
-Es tan hermosa…
La cabeza me daba vueltas, y algo en el corazón me empezaba a doler.
Eran como mil agujas, clavándose, duramente. Y casi podía ver a mi verdugo, con esa sonrisa que antes me hacía delirar, deformada, con maldad.
-¿KiBummie?
Sonreí a la nada. Ese apodo, que había dicho dulce, ardía por dentro.
-Te felicito.
La voz se me quebró al final.
Y era la cosa más hipócrita que podía haber dicho.
-Gracias, quiero que la conozcas, seguro…
Ya no podía oírlo, en mi mente hacía eco esa palabra tan cruel.
Novia.
Entonces, ¿su amor por mí se había esfumado?
-Tengo que cortar.
Y entonces lo entendí. Sonriendo a la nada, con pena, sin ganas, sin sonreír realmente.
Yo de sus labios, jamás escuché un te amo. Yo de sus labios, jamás escuché un te quiero; ninguno real.
Sufrí todas las penas del mundo. Y cada día pareciendo una nueva tortura. Le veía en el cielo descolorido, en el café que tomaba, en mis lágrimas cuando cada noche volvía a llorar.
Esa noche, cuando el sol se ocultaba y los secretos se hacían, contra mi piel rocé un vidrio roto del espejo, ardía, quemaba por dentro, como aquel amor tan enfermizo que sentía por él.
Manché las sábanas donde miles de veces estuvo, mirándose tan perfecto y dormido, con esos recuerdos volví a sollozar.
El cuerpo desgarrado, y el corazón dedicado a la condena, caí en la inconciencia del sueño. Esa de dolorosas mentiras.
Imaginé el brillo de tus ojos, la sonrisa dibujada perfecta, para otra.
-Ah, KiBum…
Tus viejos gemidos inundaron la habitación.
Y me hacía más daño, pero era tonto. No quería dejar volar su imagen, y todos nuestros momentos.
Nunca quise que fuera de otro, o de otra, de nadie, solo mío, y mi idea era jamás dejarle ir. Lo más doloroso de hacerlo, fue darme cuenta de que nunca le tuve.
Fui, fui para él amante, confidente, hombro para llorar. Fui para él tal vez lo menos importante, quizá no era nadie.
A veces, lo imagino a mi lado. Porque aún lo hago, porque aun estando despierto le sueño. Y deseo la calidez de sus brazos. Deseo también los besos, sus caricias que fueron mentira, y que amo por el solo hecho de que fue su piel que como la espuma besó mi cuerpo. Deseo su amor.
Tocaban la puerta.
Ya se cansaría, de todas formas no tenía ganas de abrir.
Pero pasaban los minutos, casi media hora ya, y la persona ajena a mis ojos parecía no cansarse de golpear la puerta fuertemente.
Escuché una maldición, y aquel susurro me llenó de algo. Algo indescriptible, y al mismo tiempo que conocía perfectamente.
De él.
Era esa, la voz más hermosa que podía haber escuchado.
Sequé las lágrimas, y con presura abrí la puerta.
No… Por favor no.
Abrazándote a mi cuerpo, sentí ese toque tan cálido y tan suyo, me dolía, porque era mentira. Pero, ¿qué importaba ahora?
Correspondí.
-KiBum…
Y sus tristes sollozos bailaban en mis oídos, triste, pesadamente. Murmurando mi nombre, sentí el aroma tan glorioso de los suspiros contra mis labios.
-Dime, ¿qué te ha pasado?
-Estaba enfermo.
Mentí, porque era lo único que podía hacer en ese instante.
-Te extrañaba tanto…
En mis labios sentí los ajenos, los suaves, acaramelados labios. Y la sonrisa que no era propia también. Por milésimas de segundo, fui feliz. Creando en mi mente una historia color de rosa, con final de cuento.
~ ♥ ~
Y se miraban enamorados, pero no lo sabían. Se rozaban, y el tierno beso de dos cuerpos desnudos era glorioso. Pero había amor, en esas caricias que creían vacías.
-"Habrá peleado con su novia…" Pensaba el de cuerpo frágil, y ojos vidriosos.
-"Solo quería decirle que lo quiero, que lo extraño… Que lo amo" Casi en susurros podía palpar sus dedicaciones, aquellas palabras dulces que a ambos le dolían.
Y ambos se querían, pero eran más idiotas que sensatos.
-Lo vi hoy… -Su mirada se perdía en la blanca pared, y parecía ver un punto nulo, algo que nadie más percibía.
-Lo vi hoy… -Lloraba mordiendo la almohada.
-Se veía mejor que nunca –Rio triste, deseando ser el poseedor eterno de aquella belleza.
-No podía dejar de mirarlo… -Y sonreía, era como una tortura, el gesto vacío no alcanzaba a extenderse por sus ojos, y las lágrimas se mezclaban con la sangre que corría por sus brazos.
-Le pregunté como iban las cosas.
-Le pregunté sobre su nueva novia… -Y aquello había sido lo más doloroso que pudo haber hecho.
-Yo lo escogería sobre cualquier otra chica con la que he estado –Se lamentaba; todos, todos sus síntomas, eran de amor. No comía, no dormía, por pensar en él. Tonto, tonto Jonghyun. Te diste cuenta muy tarde.
-Probablemente esté feliz ahora… -No sabía que dolía más. Si esos cortes tan certeros, que solo eran sufrimiento físico, o el llanto de su corazón, que se intensificaba. Y sus latidos se hacían cada vez menos constantes. También eres un tonto, Key– Después de todo, solo fui un juego.
-Le dije que lo extrañaba… -Lo hacía. Mucho. Demasiado.
-No lo dijo en serio… -Le mentía, siempre, siempre lo hacía. Pero deseaba algún día, si le quedaba vida para soportarlo, creer en esas palabras.
-Lo dije en serio –No podía jugar con algo tan real como lo era eso. Simplemente antes de partir, tenía que ver esa sonrisa que él creía real, en ese rostro inocente y hermoso, de mejillas sonrojadas y nariz perfecta.
-No quiso decirlo de esa manera…
-Yo lo quiero –Más que a su propia vida, más que a su alma en pena que ya no necesitaba.
-Él quiere a su nueva novia…
-Lo abracé por última vez –Y sin darse cuenta, lo había dejado ir. Pero estaban unidos. Por siempre, desde ese día.
-Me dio un simple abrazo de amigos… -Se engañaba, porque cuando juntó su cuerpo con el ajeno, pudo percibir el palpitar acelerado de un corazón que no era el suyo. Y le sudaban las manos, tenía un leve sonrojo, muy lindo.
-Lo perdí –Y jamás volvería a verlo.
-Lo sigo queriendo –Sin saberlo, juntos había pronunciado las tiernas palabras. Y latían al mismo ritmo, sus respiraciones estaban coordinadas. Su llanto tenía la misma potencia, el mismo sonido.
-Te amo…
Susurraron juntos, y el tren casi llegaba.
Miró sus muñecas, arrepentido.
-Adiós, Jonghyun…
Una última lágrima surcando el rostro pálido.
-Adiós, Key…
Y el cielo obscureció, así, de pronto y sin aviso. Uno estaba muerto, el otro se había ido. Para siempre.
Porque éramos amigos, y de a ratos, nos amábamos.