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Beloved por Heaven

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El sonido de la suave música procedente del reproductor llenaba el cuarto mientras yo me esforzaba en conseguir que mi pareja de baile cooperase y dejase de pisarme constantemente.

—Un, dos, tres, un, dos, tres. —aleccioné.

—Recuérdame una vez más por qué tenemos que hacer esto cuando podríamos estar disfrutando del tiempo que nos queda antes de que empiecen a llegar los invitados. —pidió Alec de forma lastimera. Acercó su cadera a mi pierna, frotándose suavemente para remarcar el punto.

—Alec… —me quejé. —Hacemos esto porque necesitas empezar a bailar con alguna mujer en lugar de rechazarlas a todas.

—Pero la fiesta de hoy no es un baile, es la celebración del compromiso de Marco y… —frunció el ceño. — ¿cómo se llama la mujer de la que afirma estar locamente enamorado?

—Cristina.

—Bien, como sea. Lo importante es que no hay que bailar, lo que significa que podemos aprovechar nuestros últimos minutos.

Sonrió. La mano que descansaba en mi hombro se deslizó hasta mi nuca, tirando y obligándome a inclinar la cabeza para facilitar que nuestras bocas se encontraran.

—Eres el diablo. —murmuré antes de besarle como él quería. Nuestras pelvis se frotaban contra el cuerpo del otro en la búsqueda de placer. Rodeé su estrecha cintura con ambos brazos y lo aupé, obligándolo a agarrarse a mí también con las piernas. Una vez seguro de que no se iba a caer deslicé las manos hasta su trasero, masajeándolo a través del pantalón y consiguiendo como recompensa unos cuantos gemidos.

—Más. —exigió y yo no necesité que me lo repitiera. Lo llevé hasta la pared e hice que me liberase antes de hacer que quedase de cara a ella. Apoyé mi pecho en su espalda y froté mi erección contra su baja espalda. Mis manos se deslizaron hacia delante, buscando los botones que parecían no querer colaborar.

—Bájatelos. —ordené mientras me apartaba un poco para poder encargarme de mi propia ropa.

Alec obedeció rápidamente y en cuestión de segundos su maravillosa piel quedó expuesta para mi deleite. Volvió a apoyarse en la pared con ambas manos a cada lado de la cabeza y meneó su trasero, tentándome mientras me miraba de reojo con una pequeña sonrisa pícara.

— ¿No vienes?—preguntó con una voz totalmente tranquila que quedaba desmentida por la lujuria de sus ojos color avellana. Llevó una mano a su entrepierna y comenzó a tocarse. Sus gemidos se mezclaban con la música que seguía puesta.

Me quedé mirándole con la boca abierta sintiendo que podría venirme con sólo mirarle. Rompí la pequeña distancia que nos separaba y apreté mi cuerpo contra el suyo. Agarré su cabello rubio y tiré, obligándole a inclinar la cabeza para así poder reclamar sus labios en posesivo choque de carne y dientes. Probé el sabor de su sangre y la mía mezcladas antes de entrar en él con una fuerte embestida. Tragué el grito de dolor y placer que abandonó su garganta.

—Micah… —gimió mientras yo comenzaba a embestirle duro y rápido. —Más, más… ¡Más duro, Micah!

Gruñí cuando alguien golpeó la puerta. No me sentía muy capaz de hablar en esos momentos con mi miembro profundamente enterrado en Alec y mi cerebro totalmente apagado. Traté de centrarme en otra cosa que no fuese lo que me tenía entre manos. Por supuesto Alec no ayudaba con sus gemidos y jadeos cada vez más altos. Le tapé la boca, lo último que necesitaba era que el personal del servicio sirviese la cena con una erección.

—Exhibicionista. —le regañé.

Los golpes se repitieron.

— ¿Qué? —pregunté exasperado.

—Señor los invitados comenzarán a llegar en cinco minutos. —me recordó Ilse, la mujer que había sido mi nana durante años y la única persona del servicio que se había quedado tras la llegada de Alec un año antes. Como buena alemana Ilse era inquebrantable y parecía darle igual que Alec y yo lo hiciésemos casi en cualquier sitio. Además, había que añadir que ambos se odiaban profundamente el uno al otro; él a ella porque decía que era un sargento intolerante y ella a él porque, para Ilse, era un mocoso consentido que se merecía dos buenos azotes. Como bien supo después, ya me encargaba yo de darle esos merecidos azotes.

—Gracias, Ilse. —contesté.

Acababa de despedir a Ilse cuando la espalda de Alec se arqueó y un sonido gutural chocó contra la mano que aún mantenía presionada contra su boca. Eso y la presión alrededor de mi carne fueron suficientes razones para hacer que el orgasmo que había estado tratando de contener cayese sobre mí con una fuerza demoledora.

Nos quedamos quietos durante unos minutos, tratando de recobrar el aliento.

—Tenemos que vestirnos. —comenté saliendo de él. Besé la cima de su cabeza y me aparté para prepararme y dejar que él hiciese lo mismo.

Cinco minutos después estaba limpio y perfectamente vestido con un sencillo pero elegante traje negro sin corbata.

—No tardes. —pedí antes de salir.

Bajé las escaleras y seguí el sonido de voces hasta el salón. Caminé entre los invitados, mezclándome con ellos, saludando a todos los que me cruzaba en mi búsqueda del camarero más cercano. Divisé uno a pocas personas de mí y caminé hacia él. Acababa de darle a mi copa el primer trago de la noche cuando una voz familiar me hizo saltar.

—Hueles a sexo —me acusó Marco en un susurro, haciendo que el champán se me fuese por el camino equivocado. Tosí. —y no a cualquier tipo de sexo, hueles a sexo salvaje. —continuó como si yo no me estuviese ahogando.

—Joder, Marco.

— ¿Qué? Es divertido. —se excusó.

—Casi me matas. —repliqué algo indignado. —Y si alguien te ha oído qué, ¿eh?

Hizo un gesto con la mano, como menospreciando mis miedos. No es que las personas más cercanas  a mi no supusiesen de mi relación con Alec, es sólo que en ese mundo de tiburones lo mejor que podías hacer era mantener tu vida privada para ti mismo y en la fiesta había demasiados tiburones.

— ¿Y Alec?

— ¿Y tu prometida?

—Yo he preguntado antes.

—Eso es infantil. Arriba, terminando de arreglarse.

—Hablas como un marido. —se burló.

—Algo que deberías empezar a hacer tú. —repliqué volviendo a llevar la copa a mis labios para tapar lo mucho que me había perturbado su gracia. —No es buena idea que dejes sola a tu prometida en vuestra fiesta de compromiso… Alguien podría robártela.

Eso no iba a ocurrir ni en un millón de años. Cristina era y es la persona más fea, por dentro y por fuera, que me había cruzado. Tenía el físico y la personalidad de una arpía. Me parecía un milagro que Marco, tan bien parecido como era con sus ojos azul índigo, su piel bronceada, su cabello castaño y su cuerpo de nadador, se casase con una mujer como ella.

—Por fin os encuentro. Mirad a quién me he encontrado por el camino. —dijo Minerva que venía cogida amistosamente del brazo de una incómoda Cristina.

Sonreí. Minerva estaba tan bonita como siempre. El cabello castaño claro recogido en una pequeña y sencilla cascada a un lado de su cara le daba un aspecto elegante pero no demasiado formal y el vestido negro de estilo griego resaltaba sus curvas.

Pasé un brazo por su cintura y tiré de ella hacia mí para poder darle un pequeño y casto beso en los labios.

—Estás preciosa. —la alabé antes de apartarme del todo. —Y tú también, Cristina, por supuesto.

Eso si es que ir con un vestido de un rosa tan chillón que dañaba la vista se podía considerar elegante.

—Por supuesto. —coincidió Minerva con un tono divertido que no me paso desapercibido. Le di un pequeño apretón para llamar su atención y ella pellizcó mi trasero en respuesta.

—Hacéis una maravillosa pareja. —comentó Marco, ajeno a nuestra silenciosa lucha.

—Deberíais casaros. —apostilló Cristina. —Nosotros no podemos esperar por ese momento, ¿verdad, cariño?

Marco sonrió como un auténtico bobalicón y la estrechó contra él. Pillado. Totalmente pillado por una mujer que no lo merecía. Cupido tenía un retorcido sentido del humor.

— ¿Dónde está Alec? —preguntó Minerva ignorando a la feliz pareja.

—Imagino que ya estará por aquí. Debería ir a buscarlo. —contesté soltándola.

—Déjalo, estará bien. Vamos a tomar un poco de aire. —sugirió cogiéndome del brazo y conduciéndome hacia afuera.

Era una noche cálida de finales de septiembre, el olor a flores y hierba recién cortada esa misma mañana flotaba en el aire y la terraza estaba tenuemente iluminada con las luces de la fiesta. Nos sentamos en un pequeño banco de mármol que mi madre había hecho instalar cuando yo era pequeño.

— ¿Qué tal te fue en tus viajes? ¿Dejaste muchos corazones rotos? —pregunté ganándome un golpecito juguetón en el brazo. Minerva acababa de volver de un pequeño periplo por el Mediterráneo.

—Ha estado bien volver a pisar Italia. Estuve visitando a mi padre antes de volver. —confesó en voz baja. El padre de Minerva era uno de los marchantes de arte más famosos del mundo, un robusto italiano del que se decía que tenía muy buenas relaciones con la mafia italiana y que había amenazado con matarnos a Marco y a mí si alguna vez hacíamos daño a su hijita.

— ¿Qué tal está?

—Bien. Él también se vuelve a casar.

No dije nada, me limité a tomar su pequeña mano entre las mías y apretarla suavemente. Sabía lo difícil que resultaba esto para ella tras la muerte de su madre unos años atrás. La buena mujer había luchado duramente contra un cáncer que finalmente le había ganado la batalla. Minerva, su padre y sus dos hermanos quedaron destrozados y cada uno buscó su propia forma de escapar del dolor; su padre viajando por todo el mundo y Minerva haciéndose cargo de sus hermanos que por aquel entonces no tenían más de ocho y quince años.

—Cásate conmigo, Micah. —pidió tras unos minutos en silencio.

— ¿Qué? —pregunté creyendo y, sobre todo, deseando haberla oído mal.

No contestó. Se abalanzó sobre mí de una forma totalmente inesperada y me besó casi con desesperación.

La agarré por los hombros y la aparté con amabilidad, aunque no tan rápido como me habría gustado.

—Minerva… yo…—no sabía qué decir, la cabeza me daba vueltas de la impresión.

—Piénsalo, Micah, siempre te he amado y tú también me quieres. Todos creen que hacemos una pareja increíble, ¿por qué no intentarlo?

— ¿Que tu siempre qué? —pregunté sorprendido poniéndome en pie de golpe. Notaba que mis ojos estaban más abiertos de lo normal y no era extraño, Minerva sabía de mi predilección por los hombres desde que yo tenía memoria.

—Siempre te he querido. —repitió.

Negué con la cabeza. Era una locura. Me pellizqué el puente de la nariz intentando asimilar el inesperado descubrimiento.

— ¿Te das cuenta de que es una locura?

—No me importa, Micah. —contestó con una desesperación en su voz que hasta ahora nunca había escuchado. —Deja a Alec y cásate conmigo. —pidió.

La miré horrorizado, no sólo porque fuese mi mejor amiga la que estaba diciendo eso sino porque la idea de dejar a Alec se me antojaba imposible. Comencé a sentir ganas de vomitar con sólo imaginarme mi vida sin él. Volví a negar, incapaz de hablar.

—Felicidades. —dijo una voz a mi espalda que hizo que se me helase la sangre. Me volví lentamente, rezando a cualquier divinidad para que el dueño de esa voz no fuese quien yo creía.

—Alec. No. —dije casi sin aliento. —Escúchame no es lo que crees.

—Yo creo que sí, Micah. —se rió sin ganas. —Tranquilo, ya me voy. Sigue divirtiéndote con tu prometida.

Se giró dispuesto a irse, pero no antes de que pudiese ver el dolor en sus ojos.

—No. —caminé hacia él y lo cogí del brazo, haciendo que se girase. —Escúchame.

— ¡Suéltame! —gritó mientras forcejeaba conmigo.

Por encima de su cabeza pude ver como las personas más cercanas a las puertas se giraban para ver qué pasaba.

—Compórtate. —ordené con los dientes tan apretados que me dolía.

Volvió a reírse.

— ¿Yo? ¿Por qué debería hacerlo?

—Por Marco.

Marco y su fiesta fueron la excusa perfecta para contener la tormenta que se estaba formando dentro de su pequeño cuerpo y que caería sobre mí tan pronto como la velada terminase. Lo tenía bajo control, al menos por unas horas.

Notas finales:

Espero que os haya gustado. Recientemente encontré la historia original en la que está basada Beloved, la escribí hace unos años asi que se podría decir que Beloved es una versión "mejorada" (o eso espero) y con otros personajes. Nó sé qué ritmo llevaré porque me gustaría poder corregirla entera, terminarla e irla subiendo poco a poco. Prometo intentar actualizar los domingos.

Espero vuestra opinión.


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