Cigarrillos
La primera vez que fumó un cigarro tenía doce años. Le supo a rayos, se ahogó y deseó lavarse la boca, pero no dejó de intentar fumarlo. Mientras lo hacía, podía decirse a sí mismo que las escasas lágrimas que resbalaban por sus ojos eran a causa del humo que entraba a sus pulmones y no por el día.
La primera vez que fumó un cigarro fue el día del aniversario de la muerte de su madre, en las duchas del colegio, sentado con la espalda apoyada en la pared y las piernas estiradas. Se restregaba los ojos mientras tosía y volvía a darle otra calada al cigarro.
Estaba en las duchas porque esperaba a que Lanz terminara de bañarse. Lanz nunca se quitaba la ropa delante de sus compañeros y Sig sabía porque, así que se quedaba en el piso hasta que el último de sus compañeros de clase salía, a sabiendas que no se meterían con él. Hace tiempo que habían dejado de intentar ser sus amigos y los que nunca lo habían intentado, sabían que Sig tenía más de una forma de defenderse de sus ataques. Cuando Lanz se anima a bajarse la capucha que le cubre la cabeza, la puerta se abre y entra Tyler. Sig se ahoga con el cigarro en ese momento y en su cabeza una voz le dice eres igual a ella y suena muy parecida a la de su tío. Su madre fumaba a escondidas, cuando su padre no estaba y cuando pensaba que Sig no estaba viendo.
-Qué asco- dice Tyler. Frunce el ceño y se arregla las gafas que le resbalan por el puente de la nariz. Lanz sigue desvistiéndose, ya sin temores frente a ellos.
Sig lo ha visto sin camiseta un par de veces antes, pero no logra hacer que sus ojos dejen de desviarse hacia Lanz, presa de la curiosidad. Tyler no hace eso y no parece importarle. Sig supone que es porque ya está acostumbrado. A él, en cambio, no deja de sorprenderle el tono blanco en la piel de Lanz, tan blanco como polvo de tiza y las hebras de cabello casi plateado. Lanz se revuelve, incómodo ante la mirada de Sig y éste lo nota.
-Es bonito- dice. Baja los ojos y mira las cenizas del cigarro que caen al piso- El color de tu piel. Y tu pelo.
El día de su primer cigarrillo fue en el aniversario de la muerte de su madre y también, fue la primera vez que Sig le dijo algo amable a Lanz.
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La segunda vez memorable que recuerda acerca de los cigarros es cuando dejó de intentar fumarlos. Eliza decía que eran un vicio y le pidió que los dejara. Le haría mal a su voz. Sig se encogió de hombros, prometió pensárselo y Eliza le dio al día siguiente una botella de Pepsi. Para Sig fue un buen reemplazo. Descubrió que le gustaba lo dulce de la gaseosa y que podía dejar los cigarros, un poco al menos. Si estaba muy nervioso o molesto o triste, tenía que fumar. Pero por lo menos, dejó de ser una cajetilla al día para convertirse en una a la semana e incluso sólo una en un mes. Sig está seguro que hubo un tiempo en que no fumó nada por tres meses enteros.
La tercera vez, fue el día que conoció a Dan. Estaba paseando, dando vueltas sin razón alguna. Estaba agotado. Harto de las cámaras y deseando nunca haber empezado con el grupo, aunque sabía que no podría vivir sin la música. Pero tampoco podía vivir con periodistas siguiéndole los pasos y deteniéndose en cada esquina a firmar autógrafos. Ni siquiera el sexo resultaba tan satisfactorio. Si la chica o chico en cuestión lo reconocía, todo el asunto se volvía un mal rollo, al menos para él. Una gaseosa no era suficiente para su frustración y tenía un solo cigarro en el bolsillo. Pero alguien chocó contra él y el cigarrillo, al igual que él, terminó en el piso, inservible.
-Hey, lo siento- dijo el chico que lo había tumbado, tendiéndole la mano. Sig alzó los ojos y se encontró mirando directamente el azul más bonito que hubiera visto en ojos de alguien. Eso y la sonrisa genuina y que traslucía torpeza del chico le hicieron contenerse de insultarlo como pensaba hacer.
El chico no era de allí. Se notaba por su forma de hablar y por el rostro de perdido que tenía. Por la forma en que desviaba los ojos a cada momento, mirando cada pequeña cosa. Sig decidió ayudarlo y eso desencadenó todo, pensaría meses después. El chico no daba muestras de conocerlo y se le hacía extrañamente familiar. Se sintió bien, como no se había sentido en toda la noche. Hablar con alguien que no te mira con una adoración estúpida y falsa lo relajaba.
Sólo supo quien era cuando Lanz le mencionó las nuevas contrataciones del Liverpool y lo vio allí. Si Sig hubiera creído en el destino, habría pensado en su encuentro como algo inevitable, pero en ese momento, sólo enarcó una ceja y pensó en lo interesantes que podían ser las coincidencias.
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Si Sig estaba recordando todo eso sobre los cigarros, era porque necesitaba fumar. No es que quería. Lo necesitaba.
Dan estaba sentado en el piso, de espaldas a él y bromeaba en español con los amigos de Ed. Su risa provocaba un revoloteo ansioso en el vientre de Sig, que lo miraba, sin acercarse ni participar de la conversación. Sólo admirando el aire de inocencia que aún tenía su amante, su habilidad para hacer sonreír a esa panda de críos que le hacían la vida imposible a él cuando intentaba enseñarles algo de música. En un momento, Sig se sienta a su lado. Ed y sus amigos se han ido por un momento, que Sig sabe será muy corto, y la madre de Dan habla por teléfono, de espaldas a ellos. Entonces, Sig le toma por el mentón, hace que Dan gire la cabeza y le da un beso. Corto, apenas un roce de labios y una suave lamida antes de levantarse y volver a su posición inicial en el sofá.
Sabe que Daniel está sonrojado ahora y nota la tensión en su voz cuando vuelve a hablar. Piensa en cigarrillos, porque es lo único que puede evitar que se levante y arrastre a Dan fuera de allí, hasta su cuarto, haciéndoles ver a todos antes de irse que no debían molestarlos en un largo, largo rato.
N/A: No sé a ustedes, pero a mí me gusta (ego XD) ¿Debería seguir gastando el tiempo en escribir cosas como esta, en vez de seguir con la historia? XD. Me gustaría que me dijeran que les pareció.