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¡Yo que sé! por Kurai neko

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Cuando entró en la casa se sintió ridículo. El espejo de la entrada no le contaba nada bueno sobre su aspecto.
Pelo revuelto, tez más blanca de lo usual y expresión un tanto furibunda. Además estaba el hecho de que seguía descalzo. No podía presentarse así frente a Saga. No importaba que aquel hubiera presenciado más de un momento patético de su vida, donde su porte había sido como mínimo nulo.

En ese momento no podía mostrarse ante él. Simplemente ni podía ni quería que lo viera así.
No esperaba que lo que iba a hacer fuera algo fácil, romántico y apreciado. Sabía que sería una tontería pensar así. No se trataba de pedirle una cita. No era una cena romántica en la que fuera a proponerle pasar la vida juntos.
Lo que iba a hacer era probablemente todo lo contrario. Aquellos sentimientos parecían ahora realmente destructivos.

Lo mejor sería dejar las cosas como estaban.
Tragarse de nuevo todo aquello y dejar que lo corroyera por dentro, salvando la relación fraternal que, lógicamente, mantenía con su hermano.

¡No! Tomé mi decisión y la seguiré hasta el final!

Dejó salir el aire por su nariz, vigorosamente.
Se encaminó hacia su habitación, cambiando sus calcetines y calzándose, sin pausa pero sin prisa. Luego fue hacia el baño y mojó sus manos, lavándolas. En vez de secarlas las pasó por su rostro, relajándose con el efecto del líquido fresco.
Se miró una vez más en el espejo, desafiándose a si mismo con la mirada.

No podía fallar.
No quería fallarse.
Iba a salir y decirle todo aquello que sentía.

Salió hacia el corredor, sin tenerlas todas consigo pero deseando que su voluntad no flaqueara. Al abrir la puerta del salón chocó con alguien de su mismo tamaño.
Sus manos lo frenaron, tratando de apoyarse en el pecho de Saga, encontrándose con las manos de aquel y con dos objetos que sujetaba. Al mirar hacia allí distinguió el calzado que se había quitado antes de salir apresuradamente del Templo.

- Kanon... – musitó el mayor – Te oí llegar, iba a dártelo.

La voz sonaba extrañamente opacada. Kanon sintió una opresión en el pecho al ver como Saga se mantenía cabizbajo.
Tomó las zapatillas de sus manos y se apartó un par de pasos.
Toda su resolución se esfumó con aquella actitud triste. Se dio cuenta de que aunque quisiera arriesgar su propia seguridad, no quería hacer lo mismo con la de Saga.
No iba a condenarlo con la declaración que tenía que hacerle.

Saga se quedó quieto, justo en el marco de la puerta, cambiando el peso de pie y mirando de un lado a otro, claramente indeciso.
Su hermano, al notarlo, esperó allí. Desalentado por su última resolución. Sus propios cambios de humor lo cansaban.

- Mm .. – empezó el mayor – ¿Dónde ibas con tantas prisas?
- A dar una vuelta – Saga se cruzó de brazos, mirándolo con obvia incredulidad –. Preguntaste donde iba, ¿no?

Saga abrió la boca, pero la cerró sin formular pregunta alguna. El marina tenía razón, esa no era la pregunta que realmente quería hacer, pero no se animaba a decirla en alto, temeroso de la respuesta, o falta de ella, de su hermano.
Kanon se mordió la lengua y se reprendió interiormente por el tono defensivo de su respuesta, Saga parecía de nuevo triste. O tal vez era confusión lo que leía en sus ojos.

De nuevo percibió aquella indecisión en Saga y Kanon parpadeó, dejando las zapatillas en el suelo, junto a un pequeño mueble de madera que adornaba el pasillo. Sólo tuvo que dar dos pasos para estar de nuevo frente a Saga, pero esta vez un poco más cerca.
Se inclinó para hacer frente a su rostro agachado.

- ¿Hay algo que quieras decirme, hermano?

Saga mostró una sonrisa ladeada al oír la última palabra.

- Hoy Milo... – y ahí estaba de nuevo – hoy le pedirá a Camus que sea su pareja.

¿Qué?” se preguntó Kanon a si mismo, sin saber si sentirse triste, contento o indiferente “Será por eso que está así...

- ¿Saga? – optó por preguntar suavemente - ¿Tiene eso algo que ver con tu tristeza?

El aludido pareció escandalizarse por un momento, luego se mordió el labio ligeramente y después volvió a mirar al suelo, hablando un tanto deprisa. Como sin pensar demasiado en lo que decía. Quizá sin querer pensarlo.

- Más o menos... quiero decir – miró hacia arriba, moviendo la cabeza bruscamente – Milo... él, él...

Kanon estuvo a punto de completar la frase con un ‘te gusta’ pero no le dio tiempo.

- Él se decidió a confesarle a Camus sus sentimientos y ni siquiera sabe si este le corresponde. En cambio yo no soy capaz siquiera de hacérselos entrever, a veces me siento demasiado mal por eso... otras simplemente me siento como un idiota.

Y todo el alivio que había sentido al saber que Milo no iba tras su hermano se esfumó al saber que su hermano iba tras alguien más.
Kanon trató no parecer tan descolocado como sabía que debía verse.
Aunque ya había decidido callar, que no sintiera era algo diferente.

Saga tomó un mechón de los largos cabellos de Kanon y se acercó a él, en un gesto que hacía tiempo no usaba. Unió sus frentes.

- Dime Kanon... ¿debería hacerle saber que lo amo?

El marina notaba los ojos de Saga puestos en él, mirándolo de forma directa. Los suyos estaban fijos algo más abajo, observando el delicioso ir y venir de esas labios tiernos que tan cerca estaban de los suyos.
La sentencia del gemelo menor vino entrecortada, revelada entre susurros y tonos bajos.

- Si.. si no le hace daño... creo que... sí, sería lo mejor.

Saga soltó el mechón de Kanon, posando esa misma mano en el pecho de aquel. Kanon estaba seguro que lo empujaría suavemente y el movimiento no se hizo esperar.
Pero vino acompañado por otro que aunque entrevió con sus ojos empañados no pudo ni quiso evitar. Ese pequeño y expresivo beso era lo mejor que le había ocurrido en su vida.

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