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Far Away por Kurai neko

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- No tengo todo el día. – añadió el joven frunciendo el ceño e intensificando su impasible mirada.

Ya hacía un buen rato que estaban allí y el tiempo no mejoraba con los minutos. La espesa niebla que se había instalado en el Santuario se negaba a marcharse, humedeciendo y enfriando el ambiente; rodeando a los chicos e impidiendo que vieran mucho más allá de ellos mismos.

- .. Milo.

El mentado suspiró, dejando de jugar con los bucles, más apretados que de normal, de su cabello.

- ... me tengo que ir. – dijo finalmente, intentando que su amigo reaccionase con esas palabras.
- Ya lo sé .. – su tono era dócil y sonaba amortiguado, cargado de una tristeza impropia – ya sé que te vas.

Elevó una de sus cejas partidas, cruzando los brazos.
Ya se esperaba que a su amigo no le hiciera gracia alguna su decisión. Pero eso era.. SU decisión.
Él quería entrenar esos niños y él era el más apropiado para hacerlo.

Tragó saliva, suavizando el nudo que se había creado en su garganta.

- Pero ..
- No – cortó en cuanto lo oyó, antes de que empezara a dar sus motivos por los cuales tendría que quedarse en el Santuario –. Si sólo querías eso, mejor me marcho.
- Camus!!

El griego se mordió la lengua, amonestándose a si mismo mentalmente por pronunciar su nombre tan desesperadamente y pensando que sus manos debían tener vida propia, por que él no les dijo que tomaran el brazo del francés... no lo hizo.. verdad?

- Somos demasiado jóvenes...

Camus suspiró fuertemente, rodando los ojos. Llevaba toda la semana igual, y eso por que no se enteró antes.
Viró su cuerpo poco a poco, tomando las manos de Milo para deshacerse de su abrazo.

- Pero es lo que yo quiero.

Distinto. Definitivamente distinto.
Ahora estaba hablando con Camus.. su amigo, no con el Caballero de Acuario.
Estaba dejando su fachada de lado, hablándole con delicada firmeza; tan cálido y tan gélido a la vez.
Suspiró de nuevo, sin buscar sus ojos.

- ¿Hay algo que tu quieras?

Parpadeó confuso y lo miró, esta vez clavando sus ojos turquesas en los azules de Camus. Preguntándole mudamente algo que ninguno de los dos sabía descifrar.

- .. ¿por qué lo preguntas, Camus?
- Si hay algo que tu quieres... si tienes un sueño, podrás comprenderme. ¿Hay algo que quieras? – insistió, sin notar que las manos que antes se aferraban a las suyas, perdían fuerza.
- .. Sí.
- ¿No perseguirías tu sueño?

Milo endureció el rostro, deslizando sus manos poco a poco.
Antes de contestar, se rascó un poco la sien, mitigando un dolor incipiente de cabeza.
Asintió levemente.

- .. supongo.

Camus afirmó con un movimiento breve y contundente, dando por terminada la charla, creyendo que ya estaba todo dicho.
Lo miró una última vez y llevó su mano hasta la barbilla del griego.

Una caricia, un leve toque que llegó hasta su mejilla.

Era su forma de despedirse cuando estaban solos.

El Caballero de Acuario dirigió sus pasos, relajados y elegantes, hacia la entrada del Santuario.
Ya no había nada más que hacer allí.

Milo, en cambio, no se movió del lugar del encuentro durante un tiempo.

Presentía que Camus se estaba marchando. Giró su rostro compungido hacia donde debía de estar la Primera Casa, imaginándola más que viéndola.

- .. ¿y qué hago cuando lo que quiero quiere marcharse? .. – susurró al viento - .. qué hago cuando no puedo perseguir mi sueño y él no quiere quedarse a mi lado?

Se tapó el rostro con una mano, sintiendo como se oprimía algo en su pecho y se rompían las compuertas de sus lágrimas.

- ¿Qué hago, Camus?

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