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Vanity por Heaven

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Acerqué mi boca a su expuesto cuello, justo en el lugar donde su pulso tamborileaba como un colibrí, y respiré hondo. Era tan tentador.

Ese pequeño y cálido cuerpo tumbado debajo de mí y aún demasiado vestido para mi gusto había llamado mi atención desde el momento en que entré en el salón del hotel. Un pequeño pelirrojo delgado sentado solo en una mesa, mirando el mundo con desinterés mientras se tomaba una copa y se apartaba el pelo de los ojos de una forma un tanto amanerada. Precioso.

Yo me había sentado en la mesa de al lado para poder observarlo tranquilamente mientras fingía mirar al pianista que tocaba justo detrás de él sobre el escenario. No llevaba ni tres minutos observándole cuando alzó la mirada y clavó sus ojos verdes en los míos. Fue inevitable sorprenderme, pues generalmente no solía ser descubierto. Alcé una ceja.

r13; ¿Desea algo? r13;pregunté de la forma más inocente que pude.

Esos ojos verdes me devolvían la mirada con desprecio a pesar de que sabía con total seguridad que esta era la primera vez que nos veíamos. No podía dejar de mirar fascinado ese rostro de rasgos afilados, labios llenos y besables y pómulos altos adornados con pecas. Esa cara gritaba orgullo y superioridad al cualquiera que se acercase lo suficiente, como era mi caso. Aunque claro, difícilmente podían estar por encima cuando eras el mayor depredador de la cadena alimenticia.

r13; ¿Y bien? r13;insistí al ver que no contestaba y que solo me miraba de arriba abajo.

Me ignoró por completo y giró toda su atención y su cuerpo al pianista, cosa que me ofendió. Gruñí bajo. No estaba acostumbrado a esa actitud. Generalmente todo hombre o mujer en el que fijaba mi atención caía a mis pies inmediatamente.

Hice un gesto al camarero para que se acercase y barrí la sala con la mirada buscando algún otro juguete. Vi a un chico algo más mayor apoyado en la barra lanzándome pequeñas miradas y decidí actuar. Moví mi dedo invitándole a unirse a mí con mi mejor sonrisa. Inmediatamente el chico obedeció, olvidando incluso su copa en las prisas por llegar hasta mi mesa.

r13;Hola. r13;saludé recostándome en mi asiento mientras apoyaba mi cabeza en el puño.

r13;Hola. r13;contestó con cierta timidez.

r13; ¿Vienes mucho por aquí? r13;pregunté queriendo reírme por usar una frase tan trillada. Aunque qué más daba la frase que usase si todo en mí resultaba tentador. Metro ochenta y cinco, pelo negro, ojos grises, rasgos marcados y un cuerpo esbelto completaban el conjunto. Y sí, estaba muy orgulloso de ello.

Negó con la cabeza y me miró con una mezcla de nerviosismo e indecisión en sus ojos marrón chocolate a la vez que se mordía su fino labio inferior.

r13; ¿Quieres sentarte conmigo? r13;le invité sintiendo un pequeño ramalazo de compasión.

r13;Claro. r13;contestó feliz.

r13; ¿Cómo te llamas, pequeño? r13;pregunté notando que mi anterior objeto de atención se había vuelto y nos observaba discretamente. Sonreí interiormente.

r13;Jack. r13;estaba tan rígido.

r13;Encantado de conocerte, Jack. Mi nombre es Zillah. r13;contesté en voz baja, inclinándome en su dirección y consiguiendo que, a los ojos de nuestro pequeño espía, pareciese que estábamos comenzando a intimar. Le regalé una pequeña media sonrisa cuando me aparté y él pareció relajarse un poco a cambio. r13;Si deseas beber algo no tienes más que pedirlo.

Pareció darse cuenta por primera vez de que no había traído su copa con él. Se sonrojó y bajó la mirada. Era encantador que fuese tan tímido, pero también algo frustrante.

Por otro lado el pequeño pelirrojo parecía algo molesto por nuestro trato tan cercano.

Justo cuando iba a volver a hablar las luces de la sala se apagaron y un foco iluminó el centro del escenario. Una mujer vestida con un vestido largo y negro salió de uno de los laterales y se situó en el sitio que el foco iluminaba mientras que delante de ella colocaban un micrófono de estilo antiguo.

r13;Damas y caballeros, esta noche contamos con la presencia de dos grandes músicos en la sala. Me gustaría invitar a ambos a subir aquí y que nos regalasen una interpretación conjunta, si son tan amables. r13;nada más decir eso dos focos se encendieron y nos iluminaron por completo a mí y al pelirrojo sentado junto a mí. r13;Un fuerte aplauso para el violinista Laurent Rimbaud y el pianista Zillah Wulf. r13;pidió la mujer e inmediatamente la sala, que ya se había llenado, rompió en aplausos.

Me puse en pie e hice una reverencia perfecta fruto de siglos de práctica, agradeciendo los aplausos y consiguiendo que el foco dejase de dañar mis sensibles ojos. Lo busqué con mis poderes e hice que la bombilla explotará de forma controlada, dando un pequeño suspiro feliz a la vez que algunas personas soltaban exclamaciones ahogadas por la sorpresa.

r13;Damas y caballeros, no se alarmen. r13;pidió la joven. r13;Todo está bien.

Subí al escenario donde el pelirrojo, Laurent, esperaba un poco apartado de la mujer. El escenario se iluminó con normalidad y el foco que se centraba en la mujer se apagó.

Un miembro del personal del hotel subió al escenario con nosotros y le entregó a Laurent el estuche que portaba con sumo cuidado. Vi con fascinación como esos dedos largos y finos tomaban el estuche del violín y lo acunaban contra su pecho antes de volverse y dejarlo sobre el piano con suma delicadeza. No sé muy bien qué esperaba ver, pero desde luego no esperaba un Stradivarius.

r13; ¿Conoces Vanity de Ulrich von Dijk? r13;preguntó sin ni siquiera mirarme.

Cómo no conocer esa pieza para piano y violín si yo era Ulrich von Dijk, o lo fui antes de mi conversión. Saber que me admiraba como compositor hizo que quisiera reírme de lo irónico de todo esto. Si supiese que tenía delante al mismísimo von Dijk…

Bufé y me senté ante el piano. No había partitura, pero tampoco la necesitaba, tenía todas y cada una de mis composiciones en la cabeza a pesar del tiempo transcurrido.

Acaricié el teclado y miré a Laurent, que ya estaba en posición. Comencé a tocar si apartar los ojos de él. Mirándole con intensidad, sin molestarme en ocultar lo mucho que lo deseaba. Justo cuando la parte conjunta comenzaba cerró los ojos y se dejó arrastrar por la música. Era un espectáculo hermoso ver como parecía hacer el amor con la música, balanceándose ligeramente con una expresión de felicidad y paz infinita en su frío rostro. Estaba cautivado por la belleza del momento. La magia que creaba era contagiosa y pronto yo también cerré los ojos y me dejé llevar por la belleza que desconocía poseía mi propia creación.

Cuando la melodía terminó sentí como el mágico momento se rompía con el sonido de los aplausos. Por unos minutos solo habíamos sido él, la música y yo. Mezclándonos, fundiéndonos y convirtiéndonos en uno.

Abrí los ojos y miré a Laurent que me miraba igual que lo había hecho cuando estábamos sentados en las mesas. Por un pequeño momento creí ver una especie de anhelo en sus ojos, pero, si había estado ahí realmente, había desaparecido tan rápido como había aparecido.

Bajamos del escenario y mientras que yo regresé a mi mesa, donde un emocionado Jack me esperaba, Laurent salió de la sala con su violín agarrado protectoramente y sin mirar atrás.

Poco después y ya recuperado de la emoción de tocar, un camarero se acercó a mi mesa y me entregó un papel. Al desdoblarlo vi que eran los datos de una habitación y que abajo estaba la firma de Laurent en una preciosa caligrafía.

Recibir ese papel fue un golpe tan positivo como negativo. Por un lado me alegraba de saber que no era tan indiferente a mí como había querido hacer ver, pero por otro me daba cuenta de que solo me veía como un hombre más al que llevar a su cama. Que mandase a alguien a por mí demostraba que se creía al mando de la situación y que incluso esperaba que yo fuese tras él como un vulgar perro en celo.

Pedí al mismo camarero una pluma y tras tachar los datos escritos puse los de mi suit y una hora y lo mandé de regreso.

Un rato después de mandar el papel me excusé ante Jack y me retiré a mi habitación donde Jean, mi mayordomo y hombre de confianza, me esperaba.

r13;Buenas noches, señor. r13;saludó mientras tomaba la chaqueta de mi traje.

r13;Buenas noches, Jean. Esta noche puede que tengamos un invitado. r13;le informé sin entrar en detalles.

r13;Entendido, señor. r13;no necesitaba pedirle discreción, pues era una cualidad innata en los miembros de mi personal.

Entre en el dormitorio decorado al estilo victoriano, al igual que el resto de la suit, y me senté en uno de los sillones que había junto a la ventana desde el que podía ver el pequeño reloj colocado sobre la cómoda. Faltaban diez minutos para la hora a la que había citado a Laurent y sentía curiosidad por ver si se presentaría.

Cinco minutos después de la hora acordada llamaron a la puerta de la suit. Inmediatamente Jean se dirigió a abrir. Mi maravillosa capacidad auditiva me permitió escuchar el pequeño intercambio de palabras entre Jean y Laurent. Oír su voz hizo que soltase el aliento que había estado conteniendo de manera inconsciente.

Los pequeños y suaves golpes se repitieron, pero esta vez en la puerta del dormitorio.

r13;Adelante. r13;dije.

r13;Su invitado está aquí, señor.

r13;Gracias, Jean. Hazlo pasar.

Jean se hizo a un lado e invitó a Laurent a entrar al cuarto con un fluido movimiento de mano. No parecía asustado, ni avergonzado; más bien todo lo contrario, mantenía esa actitud tranquila e indiferente, como si le diese igual estar conmigo que con otro y eso me enfureció.

Una sonrisa demasiado serena para mi gusto se dibujó en sus rosados labios cuando terminó de examinar la habitación con la mirada y me miró.

r13;Buenas noches. r13;dijo con suavidad y calma acompañando su saludo con una leve, levísima inclinación de cabeza. r13;Toca usted muy bien, si me permite decirlo. r13;continuó antes de que yo pudiese responder.

r13;Gracias. r13;vi que parecía querer seguir llevando el mando de la situación y decidí dejarlo ser hasta que me cansase. r13;Usted también.

Volvió a sonreír de una forma fría que estuvo a punto de hacerme estremecer. Era obvio que él sabía que era bueno y que no necesitaba que nadie se lo recordase.

Con la elegancia y la fluidez de un gato caminó hasta sentarse en el sillón que estaba junto al mío.

r13;Espero que no le importe. r13;dijo refiriéndose a haberse sentado sin invitación. Cómo si le importara.

r13;Para nada. r13;contesté con cierto sarcasmo. r13;Y dígame, ¿cómo es que un chico de no más de veinte años no solo posee un Stradivarius sino que además es uno de los violinistas más famosos del mundo? r13;me incliné un poco hacia él, igual que hice con Jack en el salón.

r13;Soy un virtuoso, señor. r13;comentó sin ningún tipo de modestia. r13;El violín, sin embargo, fue un regalo de un hombre que trató de ser mi mecenas.

r13; ¿No te gustan los mecenas? r13;inquirí. Era la máxima aspiración de un artista conseguir uno y, por el carísimo regalo, era obvio que el suyo era muy rico.

r13;Depende. r13;dijo de forma seductora inclinándose hacia mí y acortando la distancia que nos separaba.

r13; ¿De qué? r13;fui incapaz de no preguntar. Mi voz algo más grave y ronca de lo normal.

r13;De cómo me traten. r13;concluyó justo antes de cerrar por completo el espacio entre su boca y la mía. Acarició mis labios con los suyos y ahí terminó su control de la situación.

Atrapé sus labios entre los míos y suspiró. Aproveché ese pequeño desliz por su parte para besarlo como había deseado hacerlo desde que nos habíamos visto por primera vez. Sus brazos se cerraron alrededor de mi cuello y noté como una de sus manos se enredaba en mi pelo, acercándome. Mis manos en su cintura tiraron de él hasta que estuvo sentado en mi regazo. Mi erección se frotaba contra su cadera, haciendo que me  fuese casi imposible contener los gemidos.

Cuando nos apartamos para respirar decidí que esto iba a continuar en la cama. Rápidamente me puse en pie y sin soltarlo ni un segundo nos llevé hasta la cama. Volví a besarlo de forma exigente, demostrando que yo estaba al mando y que él debía obedecer y someterse. Lo tiré en el centro del edredón y empecé a quitarme la camisa.

r13;Desnúdate. r13;ordené.

Llevó sus finos y elegantes dedos hasta los botones y comenzó a desabrocharlos uno a uno, con lentitud. Llevaba solo cuatro botones cuando sentí que cualquier rastro de paciencia que me quedase se esfumaba. Me subí sobre él y desgarré su camisa prometiendo comprarle una nueva.

r13;No juegues conmigo. r13;advertí volviendo a besarlo. Lo agarré por las muñecas con fuerza y las mantuve por encima de su cabeza con una de mis manos mientras la otra viaja hacia el sur. Desabroché el cinturón y prácticamente le arranqué los pantalones antes de tomar su erección en mi mano y comenzar a masturbarlo.

Laurente gemía y se retorcía debajo de mí. Yo, indolente, besaba, lamía y mordía cualquier trozo de piel que quedase a mi alcance. Su sabor era intoxicante y adictivo. No pude evitar preguntarme cómo sabría su sangre y me descubrí mordiendo su pezón hasta que una pequeña gota carmesí apareció. La lamí y gemí de placer.

Iba a ser mío.

Seguí con mi asalto ajeno a sus gritos hasta que estos comenzaron a volverse suplicas para que lo follara.

r13;Por favor…por favor. r13;gemía entre jadeos. Estaba rojo y sudando. Sabía que estaba al borde, pero cada vez que estaba a punto de llegar al orgasmo disminuía mis atenciones hasta que se calmaba un poco para volver a retomarlas inmediatamente después.

r13; ¿Qué, mi amor? r13;pregunté como si no lo supiera ya.

Se quedó en silencio, mirándome fijamente  con los parpados pesados y los ojos nublados por el deseo durante unos instantes.

r13;Dime qué quieres y lo haré. r13;provoqué intensificando mis movimientos sobre su erección.

Su espalda se arqueó y vi la expresión de puro placer en su rostro de hielo. Me desgarraba entre follarlo y morderlo.

r13;Fo… folla… me. r13;consiguió decir.

Me aparté de él por completo, consiguiendo un gemido quejumbroso a cambio.

r13;Shh, tengo que quitarme el pantalón. r13;le tranquilicé. Casi de inmediato volví a tumbarme sobre él.

Sus manos seguían sobre su cabeza, pero yo ya no las sujetaba. Me deslicé entre sus piernas abiertas y comencé a prepararlo para tomarme. Cuando sentí que estaba realmente preparado me arrastré de nuevo encima de él y llevé mi propia erección hasta su entrada.

El calor que me envolvió conforme fui entrando en él era abrasador. Su cuerpo se apretaba alrededor de mí como una boa, amenazando con abrumarme. No iba a durar. Con sus brazos rodeando mi cuello y sus piernas mi cintura comencé a moverme. Sentí como clavaba las uñas en mi espalda, del mismo modo que yo sujetaba fuertemente sus caderas.

r13;Más fuerte. r13;pidió tras un par de embestidas.

Obedecí disfrutando de saber que prefería algo de dureza durante el sexo.

r13;Se mío para siempre. r13;pedí jadeando junto a su oído.

r13;Sí… sí. ¡Hazlo! r13;jadeó probablemente cegado por la pasión del momento, pero yo no pude contenerme. Enterré mi cara en su cuello y clavé los colmillos, bebiéndome su vida.

El orgasmo que se cernió sobre nosotros fue arrollador. Oí a Laurent gritar a lo lejos mi nombre, pero yo estaba demasiado cegado por mi propio placer como para hacerle demasiado caso. Justo cuando estaba a punto de desangrarlo por completo me aparté y cerré la herida.

Ni siquiera me molesté en salir de él antes de desgarrar mi propia muñeca y ofrecerle mi sangre. Bebió con avidez utilizando las últimas fuerzas que le quedaban.

Cuando sentí que había bebido suficiente me aparté y le miré detenidamente, buscando signos de que algo fuese mal. Estaba pálido, pero sus labios seguían teniendo ese tono rosado que los hacía tan apetecibles.

Comenzó a convulsionar y retorcerse, por lo que me vi obligado a inmovilizarlo bajo mi cuerpo hasta que se calmó. Justo cuando su cuerpo se relajó su corazón se detuvo y dejó de respirar.

Suspiré. Todo había salido bien y en cuestión de horas mi pequeño neófito descubriría que había más formas de vida además de la humana.

Me tumbé junto a él y lo atraje hasta que su cabeza descansó sobre mi pecho.

Por primera vez en mucho tiempo vivir eternamente no parecía un castigo.


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