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Encuentros fortuitos. por Seiken

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Encuentros fortuitos

Capitulo 12.


— Alguien quiso marcarte, averiguare quien es cachorro y lo pagara con su sangre.

Le susurro Mum-Ra en su oído apretando con mucha más fuerza su cuello, asfixiándolo, provocando un estremecimiento en el cuerpo de Tygus que comenzó a tratar de liberarse, quien creyó por un momento que su amo lo mataría o que terminaría como Tigris, con una maquina en su cuello para poder respirar, una marca de pertenencia que todos podrían ver.

— Al menos comienzas a mostrar un fuego que no había visto en ti cachorro, pero ten cuidado, no quiero que termines calcinado.

Pronuncio amenazando su vida o la de su amante, cualquiera de las dos podrían ser arrebatadas con demasiada facilidad, sin que fuera una pérdida real para esa criatura que poseía millones de almas en esa nave tumba.

— ¿Qué hare contigo?

Tras decir aquellas palabras lo dejo caer al suelo, provocando que Tygus se mordiera el labio al mismo tiempo que su mano izquierda se quejaba por ese brusco movimiento, parecía que su muñeca estaba rota.

— ¿Cuál será tu castigo?

Pregunto al mismo tiempo que Tygus comenzaba a respirar, sus pulmones reclamando el oxigeno que les habían negado, deseando que algo o alguien lo sacara de aquel lugar, por primera vez en toda su vida estaba asustado.

— No volverá a ocurrir.

Pronuncio sin saber que más decir, sus ojos estaban posados en el suelo sin atreverse a mirar en dirección de su amo, no quería que describiera que tan ciertas eran sus palabras, no quería que de alguna manera supiera que Leo era su amante.

— Lo que sea que haya hecho mal no volverá a repetirse.

Mum-Ra comenzó a reírse a carcajadas al escuchar esa suplica, aunque Tygus tenía razón en decirle que jamás volvería a traicionarle, que su amante jamás volvería a tocarle, era demasiado inocente al pensar que podría librarse de su castigo.

— Yo… yo no tengo ningún amante.

Mum-Ra se aseguraría de eso, de que de ahora en adelante su cachorro no tuviera ningún amante y que ese felino traidor comprendiera a quien le pertenecía su capitán, pero antes debía darle un castigo para que recordara quien era el que mandaba, porque no debía permitir a otras manos en su dulce cuerpo.

— De eso estoy seguro cachorro, tu amante jamás volverá a tocarte.

El agua en el centro del cuarto del trono de su amo comenzó a moverse y a proyectar una luz de color azul, tan fría como el hielo, la que solo le hacía pensar en algo muerto, en los ojos de las criaturas que había asesinado, todas ellas volvían a vengarse en ese momento.

— Después de esto ese traidor sabrá quién es tu amo.

Tygus guardo la respiración al ver con sus propios ojos como el agua se agitaba llenándose de burbujas, como si estuviera hirviendo, en su interior las imágenes de cuatro criaturas espectrales se formaron en el agua, materializando poco después cuatro sombras con ojos brillantes.

Esas odiosas figuras no estaban vivas pero aun así existían, eran los entes que le daban el poder, la inmortalidad a la criatura a sus espaldas, esas sombras parecían absorber cada rastro de luz de la habitación convirtiéndola en algo torcido, en una fuerza que solo podía describir como de pesadilla.

Aquellas cuatro figuras eran idénticas a las estatuas que adornaban sin ninguna clase de sentido hasta ese momento la sala del trono de su amo, el chacal, el toro, el cocodrilo y el buitre, los cuatro espíritus del mal.

Esas estatuas no eran simples decoraciones, eran altares profanos a los espíritus del mal, un recordatorio tal vez, de lo que fueron si alguna vez caminaron el plano de los vivos y no únicamente en el de las sombras.

— ¿Qué castigo debo darle?

Los ojos de Tygus se abrieron desorbitadamente y trato de alejarse de los espíritus creyendo que un castigo infinitamente cruel estaba a punto de serle impuesto, el agua burbujeaba a borbotones pero al mismo tiempo parecía estar helada, podía ver una nube de vaho cada vez que respiraba por culpa del repentino cambio de temperatura.

— ¿Lord Mum-Ra?

Pregunto tragando saliva sintiendo como la enorme mano de la bestia lo detenía en aquel lugar por uno de los hombros, los ojos de aquellas criaturas brillaron y por un momento Tygus creyó que las estatuas comenzarían a moverse de la misma forma, a liberarse de sus ataduras de piedra para implementar el castigo.

— Ese tigre tiene potencial.

Dijeron al mismo tiempo los cuatro espíritus antes de desaparecer y formar dos serpientes que comenzaron a enroscarse en sí mismas formando el odioso escudo de Mum-Ra, un estandarte que ahora comprendía simbolizaba a esas cosas a las que su propio amo les servía.

— Ponlo al mando de tu ejército y él te traerá lo que necesitamos, el ojo del augurio.

Tygus sintió repentinamente como era levantado del suelo una vez más por la descomunal fuerza de su amo, sintiéndose como si se tratara de un juguete o de un cachorro, pequeño e indefenso en las manos de su amo.

Un sentimiento que odiaba, que le recordaba al primer día de su servicio bajo esta bestia, el día que Tigris fue asesinado, el día que comprendió que jamás volvería a ser libre, que estaba solo y que moriría de la misma forma en la que lo hizo su maestro.

—Aun así quiero que lo marquen para mí.

“¿Marcarlo para él?”

Trato de comprender Tygus sosteniéndose de la mano que lo había sujetado del cabello y que lo cargaba como si fuera un simple objeto, acercándolo a los cuatro espíritus convertidos en dos serpientes enroscadas.

“¿Esas criaturas lo marcarían para él?”

De pronto Tygus comenzó a retorcerse presa de pánico, tratando de soltarse arañando la mano de su amo, recibiendo un nuevo golpe de energía por la espalda que provoco que un grito de dolor saliera de sus labios.

Pero su cuerpo seguía en posesión de su amo que lo sostenía por la cabeza, Tygus se soltó al principio pero trato de liberarse nuevamente, estaba asustado, no quería que lo marcaran para Mum-Ra, no deseaba ser de nadie más que de Leo.

Leo, quien lo despreciaría por llevar la marca de su amo, cualquiera que fuera esta, porque pensaría que los rumores eran ciertos, que él era el amante de la bestia y que no era nada más que las sobras de su señor, que lo había traicionado.

Su león dejaría de amarlo y pronto regresaría a la oscuridad de la que huyo cuando quedaron atrapados en el mismo túnel.

— Por favor…

Escucho que alguien suplicaba, aunque bien podría ser él, recibiendo como respuesta una risa que reverbero en esa cámara mortuoria y de pronto su cuerpo se zambulló en el agua casi congelada que hervía como lava.

Tygus sintió que las serpientes lo rodeaban y de pronto el dolor se apodero de todo su ser, cada una de sus células gritaba acompañando su voz y su alma, lacerando su espalda como si hubiera sido mordido por las propias serpientes, hiriendo sus cuerdas bucales por la fuerza de su grito, abriendo su piel con magia negra marcando el escudo de su amo en su cuerpo, el que brillo por algunos segundos antes de convertirse en una marca negra en su dorado pelaje de tigre.

Sí acaso hubiera tenido suerte el capitán de las fuerzas especiales de Lord Mum-Ra hubiera perdido el conocimiento después de sufrir semejante dolor, pero no tuvo suerte y su fuerza de voluntad lo mantuvo despierto.

—Hermoso.

Pronuncio la criatura a sus espaldas, Tygus no sabía que era hermoso, su sangre, su dolor, o tal vez aquello que le hicieron esas cosas, esos espíritus para dejar una marca que no dejaría ninguna duda de a quien le pertenecía.

Sólo que le pertenecía a Leo, el se había entregado a él en esa plataforma, a menos que las palabras de Tigris fueran reales y ahora que la marca de su amo estaba en su cuerpo su amable león ya no lo querría más.

— ¿Por qué?

Su garganta le dolía, su voz sonaba ligeramente afónica, el agua y los espíritus habían desaparecido, dejando un líquido transparente que por algunos segundos tuvo una pequeña nube rosada, su sangre, disolviéndose en su interior.

— Esto será un recordatorio de a quien le perteneces cachorro.

Tygus odiaba ese sobrenombre, no era un cachorro, había dejado de serlo desde mucho tiempo atrás y esa criatura nunca le había visto como uno, su piel se lo recordaba con cada instante que había sufrido en sus manos.

— Hiciste un pacto, me prometiste traerme cada una de las piedras de guerra, ayudarme a terminar de construir mi imperio.

Recordaba esa promesa, le había dicho a esta cosa que haría lo que fuera para traerle las piedras de guerra que le faltaban, que le ayudaría a construir un imperio, que daría su vida por el futuro de su misión.

— Todavía no cumples tu promesa cachorro.

Esa misión ante sus jóvenes y estúpidos ojos traería grandeza a su clan, orgullo a su maestro, recompensas para él, aun recordaba con tristeza todo lo que se imagino que lograría convirtiéndose en el capitán del ejercito de felinos, mano derecha de Lord Mum-Ra.

— Tal vez cuando lo hagas podrás ser libre.

Tigris fue recompensado con la libertad, una palabra que en esa nave y para esa criatura tenía un significado mucho menos agradable, mucho más permanente, la libertad no era otra cosa más que la muerte.

— Aun tienes trabajo que hacer, tráeme la otra piedra, no dejes que nada se interponga en tu camino y serás recompensado.

Tygus temía moverse pero aun así lo hizo, comprendiendo o tal vez solo imaginando la clase de recompensa retorcida que su amo le daría una vez que le trajera la última piedra de guerra, lo mataría como hizo con su maestro si la suerte le acompañaba, si no lo hacía sería algo infinitamente peor, tal vez una eternidad sirviéndole a esa bestia.

— Sí, Lord Mum-Ra.

Su respuesta no fue tan segura como antes, ya no podía fingir que no le importaba servirle a esa criatura, tampoco podía imprimir orgullo en su voz, su cuerpo le dolía demasiado, su muñeca seguía rota y sentía como sí su espalda hubiera sido inyectada de ardiente veneno.

— Tygus.

Pronuncio la criatura sujetándolo del mentón, apoderándose de sus labios, arrebatándole un beso con posesividad y lujuria, provocando que Tygus retrocediera con rapidez, sintiéndose asqueado, dándose cuenta que la bestia no se detendría nunca.

— No me falles.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Cuando Tygus fue encerrado en esa habitación Leo intento seguirle a través de las cámaras de seguridad, en una terminal no muy lejana, no era esta la primera vez que lo intentaba aunque esperaba que fuera la última vez que esa cosa tocaba a su compañero.

Desde que vio la marca en el cuello de su tigre y escucho el castigo a su amado, supo que tenía que protegerlo, sino estaba presente podría brindarle ayuda poco después, no importaba que Tygus quisiera minimizar esos castigos, ni que intentara fingir fortaleza, esa criatura no tenía derecho a poseerle.

Aunque Tygus fingiera lealtad debía ser sólo una mentira, una perfecta actuación y él no tenía derecho alguno a estar molesto con él, no tenía ninguna alternativa.

Pero como cada ocasión en la que trato de seguirle con sus ojos mecánicos fue imposible, la sala del trono carecía de esa vigilancia, la paranoia de su amo era aterradora.

Debía concentrarse en su misión, Tykus y Panthera se lo recordaban a cada instante, pero también debía proteger a su tigre, no podía dejar que esa cosa lo destruyera.

— ¿Comandante?

Tykus había observado parte de lo que ocurrió entre los dos jóvenes amantes usando uno de los últimos regalos que recibió de Tigris antes de que fuera asesinado, una clave maestra que su amo no se molesto en modificar.

— ¡Ahora no Tykus!

Le advirtió Leo, estaba cansado del director, quien siempre era demasiado vocal en sus advertencias sobre su amante, le odiaba por alguna razón que no alcanzaba a comprender pero tenía la sospecha que tenía que ver con Tigris.

El mismo tenía problemas con el antiguo capitán, fue él quien convenció a los tigres de no participar en la rebelión y fue él quien sin duda mando asesinar a casi todo su clan, subestimando su fuerza, tomándolo como un cachorro enano de león.

Tal vez creyó que moriría o con algo de suerte se convertiría en un guardia en los corrales, de haber adivinado que sería el comandante lo habría asesinado junto con toda su familia.

Pero la momia necesitaba leones, material genético para revivir su clan si acaso lo pensaba necesario, no eran más que juguetes, cosas que podían desecharse sin siquiera pensarlo.

— Las cámaras de seguridad en la sala del trono fueron canceladas antes de que tú nacieras, comandante, no hay nada que puedas hacer para mirar adentro.

Leo ya lo sabía, aun así trataba de encontrar una forma de encenderlas, debía haber alguna clase de contraseña, la criatura no permitiría que su trono estuviera vulnerable.

— Lo sé.

Tykus sonrió para sus adentros, Leo era demasiado fácil de leer, como un libro abierto, pero al mismo tiempo esa debilidad lo hacía confiable, agradable a todos los demás, aunque en el fondo no creía que si seguía distrayéndose en algo tan insignificante como la vida del Tyaty podría salir victorioso.

—Aunque hay una clave, un amigo me la dejo en su epitafio, tal vez aun ahora funcione.

Leo volteo en su dirección, parecía sorprendido, esperanzado, era obvio que ese león amaba tanto a este capitán como él amo a Tigris, también sería traicionado.

— Dámela

Le ordeno el joven comandante, era una pena que la clave funcionara y que esta clave le permitiera ver con sus propios ojos lo traicionero que en realidad era Tygus, sí pudo matar a Tigris sin siquiera pensarlo no creía que con Leo fuera diferente.

— Puede que no te guste lo que verás.

Le advirtió al joven león, aunque bien sabía por el brillo en sus ojos que nada le haría cambiar de opinión.

—Deja de jugar conmigo Tykus, te ordeno que me la des, ahora.

Leo parecía a punto de atacarlo, aquello era bueno porque necesitaban ese odio enfocado en la rebelión, su debilidad por el hermoso Tyaty sólo le causaría dolor y los llevaría a la derrota, pero su enojo, esa furia casi tangible enfocada en capturar la piedra de guerra les traería la victoria, aunque eso significara arrebatársela de sus manos muertas al mensajero.

— Aquí esta.

La clave se encontraba oculta en un pequeño dispositivo que Tykus siempre llevaba al cuello.

— Sólo espero que no te arrepientas después.

Susurro dejándola caer en la palma de la mano de Leo, quien inmediatamente la protegió cerrando los dedos sobre ella, como si esperara que Tykus cambiara de opinión y quisiera recuperarla.

— Con su permiso comandante.

Se despidió el tigre de mayor edad, dejando a Leo a solas, quien inmediatamente comenzó a desencriptar el código maestro de la nave ancestral, quería ver que estaba pasando en el interior de la sala de mando, de lo contrario se volvería loco.

Cuando por fin Leo pudo hacer funcionar las cámaras que grababan el interior de la cámara ancestral de su maestro lo único que pudo ver fue a Tygus retirándose sosteniendo su mano izquierda, la cual por la postura que tenía parecía estar rota.

— ¡Pagaras por esto!

Pronuncio en contra del que se decía su amo golpeando la consola, cerrándola con los mismos candados y preguntándose a donde estaba dirigiéndose Tygus, debía verlo, su tigre debía estar asustado si podía leer de manera adecuada el lenguaje de su cuerpo.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Algunos minutos después Tygus se encontraba sentado en su cama con la mirada perdida, Bengalí había acudido como siempre y como cada una de esas ocasiones se limitaba a ser tan profesional como podía.

— No sé qué paso en tu espalda, parece un tatuaje pero te daré algo para el dolor por si acaso.

Tygus asintió ausente de lo que le estaba diciendo Bengalí, su amigo no comprendía de que se trataba esas heridas, él sí, era magia negra, el mismo tipo de magia que mantenía a su amo vivo después de tantas generaciones.

Los dos se encontraban en su habitación donde nadie podría interrumpirlos y aunque con la herida de su cuello visito la enfermería para borrarla junto con todas las heridas de su cuerpo, de estas no deseaba que nadie se enterara.

— Tu muñeca está rota, pero no tardara mucho en sanar con lo que voy a inyectarte.

Tygus hubiera preferido sanar por sí mismo, eso le ganaría unos días lejos de su amo, pero no podía tener ese lujo, no ahora que sospechaba de su traición, como sí alguna vez le hubiera prometido entregarse a él.

Lo que fuera que tenía lo había tomado por la fuerza, como ese beso, de tan solo recordarlo le daba nauseas, no eran como los de Leo, pacíficos, seguros, esto había sido solo una afirmación de su posesión, nada más.

— ¿Qué es lo que paso? ¿Qué te dijo?

Pregunto Bengalí vendando su muñeca en una posición precisa, que pensaba le era familiar, para que las drogas que le había inyectado sanaran el hueso roto en una postura natural forzando los huesos a reajustarse.

— Que no le falle.

Susurro Tygus observando su muñeca, tratando de mover su mano, Bengalí le diría que no debía apresurar el proceso de curación, a él ya no le importaba, creía que así debía sentirse Tigris, su cuerpo ya no le pertenecía así que porque debía cuidarlo.

— Creo que tienes razón, debo abandonar a Leo, eso será lo mejor para él.

Bengalí no podía creer lo que Tygus le había dicho, aun quería proteger a ese León después de esa advertencia, pero al menos recobro el sentido, lo único que ganaría decepcionando a su amo era perecer y que ese mismo león lo despreciara o le robara todo el crédito.

Después de todo el comandante era Leo, cualquier clase de recompensa iría en su dirección, no de los soldados de infantería ni del capitán que recuperara esa piedra de guerra, la última que necesitaban.

— ¿Para ti?

Esa pregunta le causo gracia a Tygus, era divertida porque lo que él necesitaba era marcharse de aquella nave, con suerte podría encontrar un lugar como el que había soñado, aunque viviera en reclusión.

— ¡Esta jaula, esto es lo mejor para mí!

Le respondió a Bengalí señalando su habitación, la cual era casi idéntica a la que Tigris utilizo una vez, la única diferencia era que tenía muchas armas colgadas en las paredes, armas, pistolas, lanzas, todas ellas de los guerreros que había derrotado alguna vez.

— ¿De qué estás hablando?

Aquella habitación no le parecía una jaula a Bengalí, tampoco el poder que Tygus poseía sobre los demás animales, tal vez tuviera que realizar algunos sacrificios, pero sin duda su vida era mucho mejor que la que tenían los demás.

— ¡Tú eres importante para Lord Mum-Ra, eres su capitán, eres su mejor guerrero!

Bengalí pronuncio alarmado, era como si ese león hubiera vuelto loco a su amigo, aunque tal vez no comprendía del todo sus palabras ni hasta donde llegaban sus tareas.

— ¡Soy su mascota y esto es una jaula!

Tygus se levanto de su cama y camino en dirección del escritorio de Tigris recargándose en el, comprendiendo el porqué de su comportamiento, temiendo que su león hiciera lo mismo que Tykus hizo.

— Quiero estar solo.

Pronuncio Tygus levantando un arma, una daga de color dorado, la cual recupero del campo de batalla del cuerpo muerto de una mujer, no era un guerrero, pero prefirió morir con honor a vivir como un esclavo.

— ¿Tygus?

Bengalí trato de acercarse a Tygus, pero al ver que este sostenía la daga dorada en su mano prefirió mantener la distancia, aunque temía que su amigo hiciera una locura.

— Te dije que quiero estar solo.

Le advirtió a Bengalí, estaba arto, tan cansado de escuchar hablar de lo maravilloso que era ser el soldado favorito de su amo, de lo mucho que se le favorecía cuando en realidad nunca obtendría nada, no tendría libertad, no podría tener un compañero y ni siquiera podría tener el puesto militar que sabía gano con su esfuerzo, aquello lo alejaría de su amo, lo decepcionaría y nadie quería eso.

— Dime que no harás ninguna locura.

Tygus apretó los dientes clavando la daga en el escritorio, un rugido apagado se escucho proveniente de su garganta y su ojo, cuyo iris solo era una línea se posó en Bengalí, quien pensó que de un momento a otro le atacaría.

— Dije… que… quiero… estar… ¡solo!

Aquello último lo pronuncio caminando en dirección de Bengalí, señalando la puerta con su dedo índice, controlándose para no atacar a su querido amigo, quien no creía podía ser tan ciego para no entender lo que pasaba.

Bengalí asintió tragando un poco de saliva antes de salir de esa habitación, observando como Tygus se sentaba en el escritorio, recuperando la daga con la cual comenzó a dibujar varias siluetas en el aire, admirando su filo.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Leo ingreso primero en la enfermería y reviso en la bitácora si decían algo sobre su amante, dándose cuenta que cualquier indicio de que estuviera o haya estado en la enfermería alguna vez no existía, era como si Tygus jamás hubiera sido herido en su vida o que tuviera un médico privado, tal vez alguno de los miembros de su grupo de elite.

El comandante se alejo y comenzó a preguntarse dónde se suponía que eran las habitaciones de su amante, Tygus debía dormir en algún lugar de esa nave, sin embargo, nunca se había molestado en buscarle allí, no podían verlos juntos.

De pronto escucho unos pasos en uno de los niveles que usaban los tigres, a donde había ingresado utilizando sus códigos maestros, los que le fueron entregados y los que heredo de su padre.

Leo se oculto justo a tiempo para ver a Bengalí caminando con molestia en dirección de las que debían ser sus habitaciones, parecía consternado por alguna razón, tal vez esa razón no era otra más que su compañero, en sus manos había una serie de productos médicos de alta tecnología con los cuales un felino podía curarse en cuestión de días o quizás si estaban en el campo de batalla de horas.

Sólo se utilizaba en momentos de suma importancia como las invasiones, generalmente cuando no eras un soldado o no estabas en batalla debías curarte por ti mismo con los analgésicos y medicamentos estándar que eran ofrecidos en las áreas medicas.

Cuando Bengalí se perdió de su vista Leo comenzó a escabullirse en los pasillos siguiendo la misma dirección de la que venía el tigre blanco, sus sentidos preparados para esconderse o usar cualquier clase de mentira para explicar su presencia en esa nave, aunque estaba seguro de que si se encontraba con cualquier anciano u otro tigre no se molestaría en mentirle.

De pronto sintió que algo le llamaba casi al final del pasillo, en un área que conectaba con lo que parecía era una zona de elite que Leo no reconocía, esta zona era bastante agradable y contenía una cafetería, un gimnasio y lo que parecían ser unas duchas.

Premios que los tigres conquistaron al no participar en la rebelión, traicionando a las otras razas felinas y animales, las que sabía que antes habían sido habitadas por los leones y cuyas paredes fueron pintadas con la sangre de su clan.

Leo sacudió la cabeza y se detuvo enfrente de lo que parecía ser un cuarto especial o eso supuso al ver el escudo de Lord Mum-Ra adornando las puertas mecánicas que daban acceso a esa área, no era como las puertas que daban a los cuartos de los felinos, eran puertas parecidas a las que custodiaban la sala del trono.

Ese lugar debía ser donde dormía Tygus y donde Bengalí atendía las heridas de quien lo creía era un buen amigo, pero para el comandante no era más que una farsa, porque para Leo cualquier felino que se limitara a atender las heridas de su amante sin decir una sola palabra no podía ser su amigo.

Leo trato de usar el primer código maestro que sabía, al que tenía derecho como comandante del ejército de Mum-Ra el inmortal, el cual para su sorpresa no tuvo ningún resultado, después utilizo el que su padre le había dejado, pero las puertas se negaban a abrirse.

Ni siquiera en ese lugar tenía acceso a su amante pensó con odio y desprecio en contra de esa criatura, pensando en cómo su amante podía ser apresado en esa habitación sin ninguna posibilidad de huir, aunque debía controlarse, seguramente su compañero tenía un código que podía abrir esa puerta, uno que se le había negado.

Leo comenzó a respirar hondo tratando de calmarse y recordó el tercer código, el que apenas le había entregado Tykus una hora atrás, el cual tecleo rápidamente dudando y esperando que funcionara, que esta ocasión esas puertas pudieran abrirse.

De pronto el silbido mecánico pudo escucharse y Leo comenzó a respirar aliviado, aun no sabía si su amante se encontraba detrás de esa puerta pero su corazón así se lo dictaba.

Tygus se encontraba sentado en un escritorio que parecía muy antiguo, hecho de madera, el cual combinaba con las otras decoraciones de un cuarto que podría contener más de una docena de camas.

Su tigre al escuchar la puerta abrirse clavo en la superficie de madera una daga dorada que traía en la mano, levantándose con molestia, su cabello estaba erizado y pudo escuchar un ligero gruñido de advertencia.

— ¡Te dije que quería estar solo!

Pronuncio dándose la vuelta creyendo que se trataba de otra persona seguramente, pero al ver que era él sus ojos se abrieron desorbitadamente, sus orejas se bajaron y su expresión cambio a la de sorpresa, la cual estaba mesclada con un poco de vergüenza.

— Me asuste, pensé que esa cosa te haría daño.

Se apresuro a decir explicando su presencia, para ese momento las cámaras habían sido apagadas momentáneamente, lo hizo como por reflejo, aunque estaba cansado de esconderse como unos criminales, lo que hacían no podía ser tan malo.

— ¿Leo?

Susurro Tygus, de pronto Leo pudo ver los vendajes de la muñeca de su amante y los que cubrían todo su torso, comprendiendo el alcance que tuvo el castigo impuesto por esa criatura, haciendo que se preguntara si cada vez que su amado estaba a solas con ella este era el resultado, provocando que su sangre comenzara a hervir a causa de la furia que sentía.

— ¿Esa bestia te hizo esto?

Alcanzo a preguntar antes de que Tygus se apresurara a cerrar la puerta, parecía asustado y furioso.

— ¿Qué haces aquí?

Fue su pregunta al mismo tiempo que lo rodeaba con sus brazos, escondiendo su rostro en su cabello, sin poder controlar un ligero temblor que recorría su cuerpo, como si su amado tigre pensara que jamás volvería a verle.

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