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Encuentros fortuitos. por Seiken

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Encuentros fortuitos

Capitulo 19.

Algo estaba pasando, primero la desaparición de Torr, después la resignación de Tygus al abandonar a su amante, ahora esa mujer estaba en el mismo cuarto que su amigo, tal vez ambos estaban hablando a las espaldas de su amo, pero era imposible, ellos eran traidores y Tygus jamás lo seria, él comprendía el significado de la gratitud.

— Me alegra que hayas visto razón, Tigris no hubiera apreciado que destruyeras todo su trabajo duro solo por una noche de sexo y un poco de rebeldía.

Tygus se detuvo por algunos segundos como sintiendo una presencia en esa área, de pronto Bengalí también lo vio, otra vez era ese león, pero esta vez su expresión era indescifrable, completamente diferente a la que usaba en el pasado.

— Déjanos a solas Bengalí.

Bengalí quiso negarse al principio, pero prefirió dejarlo en las manos de Leo, quien le demostraría que siempre tuvo la razón, que no era más que un oportunista y creía que Tygus comenzaba a temerle, sus ojos, los que siempre lo traicionaban y eran como puertas al interior de su alma se lo indicaban, así como el único paso que retrocedió al verle.

— Capitán Tygus.

Pronuncio el León gruñendo al verle, sus ojos azules posados en él con tanto odio que por un momento creyó que lo atacaría, una actitud que él respondió con una sonrisa burlona, no importando que pasara por la mente del comandante pronto sería destruido y Tygus regresaría a los brazos de su amo, de donde nunca debió marcharse.

—Leo.

Logro pronunciar Tygus antes de que Leo lo sujetara por el uniforme de su ropa empujándolo contra la pared, el tigre perdió el aliento a causa de la fuerza del golpe pero no trato de liberarse.

— ¿Por qué estás haciendo esto?

Tygus no supo al principio de que le hablaba Leo, había pensado que lo dejaría marcharse sin prestarle atención siquiera, pero aquí estaba, haciendo un espectáculo en un pasillo que por suerte estaba vacío.

— No lo entiendes.

Leo no lo entendía, había asesinado a su propio aliado, lo había alejado de su persona sin siquiera mirar atrás, se había entregado a esa criatura, pero aun así seguía deseándolo, sí acaso Tygus disfruto estar con él sabría que podrían estar juntos, que su querido tigre no era el traidor, pero debía escucharlo.

— No, no lo entiendo.

Leo de pronto comenzó a acariciar la piel sobre su hombro en donde estaba la marca de su unión, una salvaje muestra de pertenencia que aun mantenían de sus antepasados que caminaban en cuatro patas, esperando sentir que aun era suyo, que toda esa locura era solo una pesadilla.

— Sólo realizo mi deber comandante, debo traer la última piedra de guerra a mí...

El comandante cubrió los labios de Tygus con su mano derecha, recargando su frente contra su hombro, en otro momento le hubiera aterrado que los vieran juntos, pero ya no importaba, Lord Mum-Ra conocía su mayor secreto, ya no tenían porque ocultarse.

— ¡No! ¡No lo digas! No puedes pertenecerle a él cuándo me prometiste ser mío.

Tygus no lo alejo de su cuerpo, quería sentir sus manos sobre piel, el calor y el aroma de su compañero rodearlo una última vez antes de que todo terminara, sus dedos se enredaron en la melena rojiza, cerrando los ojos.

— Tengo que marcharme.

Pronuncio tratando de alejar a Leo de su cuerpo sin mucha fuerza, cerrando los ojos, deseando que nada de eso fuera cierto y que no hubiera ocurrido esa explosión, así alejarse de Leo podría ser mucho más fácil, como buscar la llave que terminaría por condenarlo.

—No porque haya aceptado irme ese día quiere decir que acepto esto, porque no lo hago.

Tygus respondió sujetándolo de la melena con mucha fuerza, los ojos azules de Leo brillaron por un momento e inmediatamente sintió sus labios arremeter contra los suyos en un beso apasionado, sus manos se aferraron al cuello de su amante quien introdujo su lengua en el interior de su boca, ronroneando al sentir que su cuerpo se presionaba contra el suyo.

El corazón de Leo comenzó a latir de prisa y la advertencia de Akbar casi desaparece de su mente, sintiendo el cuerpo de Tygus contra el suyo, sus labios arrebatándole el aliento, el calor de su cuerpo, la intensidad de sus movimientos así como el ronroneo de su garganta.

De pronto Tygus lo alejo de su cuerpo recuperando el aliento, confundiéndolo aun más con aquella muestra de fuerza, esa extraña pasión que jamás había mostrado hasta ese momento, recordando que generalmente era él quien comenzaba sus encuentros, creyendo que tal vez su amante ya no lo rechazaría.

Tygus deseaba con desesperación poder estar junto a Leo, pero también sabía que eso lograría que lo mataran y que ese beso pudiera ser la causa de que todos sus planes se echaran a perder, que la rebelión terminara antes de empezar.

Sentía los ojos de su amo sobre su cuerpo, mirándolo de alguna forma que no podía comprender, estaba seguro que Bengalí los estaba observando y utilizando sus dones para la mentira comenzó a comportarse como siempre lo había hecho, la clase de criatura que la bestia deseaba, el soldado sin sentimientos, cruel y despiadado.

— Eres patético.

Pronuncio repentinamente limpiándose la boca, empujándolo hasta que Leo era quien estaba contra la pared, mirando fijamente la expresión de furia y desprecio en su amante, cuyos ojos dorados estaban ocultos en las sombras de ese pasillo.

— Por eso Lord Mum-Ra quiere deshacerse de ti en cuanto llegue con la piedra de guerra.

Leo perdió el habla, permitiendo que Tygus se riera entre dientes, acariciando su mejilla.

— Te mandara a ese planeta donde tuvimos nuestra cita, pero no te preocupes, te recompensara con la esclavitud de esa pantera mestiza, una compañera perfecta para un linaje más que imperfecto.

Tygus de pronto lamio su cuello, tomándolo de la melena con demasiada fuerza, tanta que pensó por un momento que su cabello seria arrancado.

— Y yo seré nombrado Tyaty, seré el comandante de todos los ejércitos de mi amo y no lo sé, tal vez me vuelva inmortal, viviré para siempre en compañía de mi verdadero compañero, no de un león con sentimientos de grandeza.

Cuando lo soltó Leo cayó al suelo con la mirada perdida, las palabras que pronunciaba Tygus eran más de lo que podía soportar, pero su tigre, no, el tigre de esa criatura seguía hablándole, haciéndole ver lo estúpido que había sido al creer cada una de sus mentiras.

—Aunque debes considerarte afortunado, al otro comandante lo asesine por mucho menos que eso y tal vez cuando llegue, podamos despedirnos, una última vez por los viejos tiempos, leoncito.

El capitán se agacho al verlo derrumbarse, acaricio su mejilla con las puntas de su dedo y volvió a besarlo, esta vez con ternura, en esta ocasión utilizando la oscuridad para que no pudieran ver sus ojos, ni su dolor, en ese momento sólo deseaba despedirse de su amante, a quien no le había causado más que dolor pero que no se arrepentía del tiempo compartido con él.

— Adiós, Leo.

A pesar de sus palabras él tenía un compañero elegido, por quien haría todo, aun herirlo para mantenerlo seguro, aunque ya jamás pudiera volver a verlo y ahora que lo perdió irremediablemente comprendía el dolor de Tigris, aun el de Tykus, porque los tigres son criaturas solitarias y solo aceptaban a un compañero en toda su vida, Leo era eso para él.

— Pase lo que pase, aunque todo cambie, siempre te amare.

Tygus tras decir aquellas palabras en un susurro que apenas pudo comprender se perdió en la oscuridad del pasillo, dejando solo a Leo, quien permaneció en la misma posición durante varios minutos, tantos que sintió que sus piernas se entumían.

Akbar tuvo razón todo ese tiempo, seria traicionado por la persona que mas amaba, quien a su vez idolatraba a su amo, a quien los esclavizo durante siglos, destruyo a todo su clan y quien lo usaba para calentar su lecho, pero que lo trataba peor que basura.

Leo se había engañado al creer que Tygus era un regalo del destino, era más bien una maldición que le había robado su cordura y que por poco logra descubrir su rebelión, todo por el bien de su compañero.

Todos tenían razón, la lealtad de Tygus hacia esa criatura rayaba en la locura y seria su perdición, ya no había mas que hacer, solo debían recuperar la piedra de guerra de sus manos, derrotar a Lord Mum-Ra y forjar una civilización.

Debía olvidarse de Tygus, el solo le causaría dolor y la única forma de tenerlo consigo seria convertirse en lo mismo que era esa criatura, un monstruo.

Leo se levanto del suelo con lentitud y regreso a la cámara del trono, en donde la criatura esperaba el momento en que su tigre le trajera la piedra de guerra, sin embargo, la expresión que portaba al verlo era una de victoria, la que uno tiene cuando ha derrotado a un enemigo, como si la pérdida de su amante fuera importante para esa criatura que tal vez veía la lealtad de su soldado favorito menguada por culpa suya.

— Cualquiera puede convertir un trozo de carbón en un diamante Leo, aun el paso del tiempo puede embellecer a una flor marchita o encontrar belleza en donde no la había.

Leo volteo en su dirección en profundo silencio, observando como la criatura permanecía en su trono, sus ojos llameantes observándolo fijamente, como si pensara que de un momento a otro se desmoronaría.

— El verdadero poder consiste en tomar algo hermoso y puro, como un diamante o una galaxia.

Mum-Ra se levanto de su trono y se detuvo a unos cuantos pasos, sus ojos seguían fijos en él, como si adivinara sus pensamientos por confusos que estos fueran.

— Quitarle cada una de esas desagradables características que lo hacen tan hermoso, retorcerlo, malearlo hasta que no quede nada más que un arma, un objeto que le sirva a tus intereses, pero que aun conserve algo de ese brillo, ese valor que antes lo hacia excepcional y ahora solo es un recuerdo.

Leo no pudo más que pensar en Tygus al escuchar esas palabras, pero su amo no podía estar presumiendo su victoria, no había forma de que supiera sobre sus encuentros fortuitos e ignorara la rebelión que estaba seguro tendría éxito.

—La galaxia que le ha dado vida a mi espada, era hermosa, distante, su luz era tan fuerte que podía iluminar aquellos que ya no tenían esperanza, darles ánimos para seguir viviendo, para creer que pueden ser libres.

Leo trago saliva, para forjar la espada de Plundarr esa criatura destruyo una galaxia, lo mismo ocurrió con Tygus, tomo a una criatura hermosa y la convirtió en una obediente mascota.

— Pero a pesar de su belleza simplemente ha dejado existir, de brillar, convirtiéndose en lo que mi voluntad así lo ha concebido, un arma que sigue siendo hermosa pero destructiva, todo su brillo se ha vuelto mío y todos cuantos pueden verla lo saben, reconocen el valor que tuvo, la vida que alguna vez pobló esa galaxia pero aun así ya no podrán hacer nada porque esa fuerza me pertenece.

Lord Mum-Ra acaricio el mango de su espada, alejándose de Leo, quien permaneció quieto en la sala del trono, seguro que se equivocaba, solo hablaba de su espada, no de su amante, ahora comprendía lo que había hecho al disparar, millones de almas, la belleza de una galaxia, la vida en ella, todas esas promesas de vida le pertenecían a esa criatura, cuya codicia nunca seria satisfecha.

— Y cuando tenga la piedra de guerra que me falta, todo el universo será mío.

Leo asintió en silencio, creyendo que si pronunciaba algún sonido el mismo se traicionaría, dejándole ver a la criatura que pronto seria destruida para siempre.

— Recuerda a quien sirves y serás recompensado.

Leo no podría olvidar a quien le servía aunque tratara de hacerlo, su vida se había forjado por las decisiones egoístas de esta criatura, primero con la masacre de su clan a manos de los tigres, su supuesta misericordia al dejarlo vivir con algunos otros cachorros de león en un ambiente hostil, donde creía que lo matarían cuando menos se lo esperaba, haciendo que desconfiara de todos cuantos querían acercarse a él, aun aquellos que deseaban hacerle un bien, creyendo todo ese tiempo que no sería más que un guardia en los corrales.

Aquel a quien consideraba su compañero no era suyo, sino de Lord Mum-Ra, su lealtad y su vida estaban ofrendadas a este amo sin corazón, haciendo que Tygus lo despreciara, jugando con sus sentimientos, aborreciendo su amor, cada una de las noches que pudieron compartir, sus regalos, sus palabras de amor, sus promesas, riéndose de sus esperanzas y de su afecto.

Se preguntaba si su sueño de vivir en un planeta soleado en paz también era una broma cruel, sólo para darle esperanzas, convencerlo de que tendrían un futuro, cachorros y una casa bajo un cielo soleado.

Ahora que lo pensaba era absurdo, un militar como él jamás abandonaría el servicio, no querría convertirse en una niñera ni encerrarse en una casa sirviéndole a un león cuyo linaje era inferior, que era mucho más débil y también más pequeño que los demás.

Su servicio después de la partida de Tygus se convirtió en una monótona rutina combinada con una actuación espectacular, haciéndole creer a esa criatura que su único propósito en la vida era servirle, tener su recompensa y llevarse a su amiga al hostil planeta en donde hubiera preferido quedarse si acaso su tigre permanecía a su lado.

Sus noches eran solitarias, peores que los días en los cuales ya ni siquiera podía ver al capitán imaginándose el día en que pudiera llegar a él, salvarlo como él lo hizo en los corrales, porque ese tigre no quería ser protegido ni quería estar a su lado por más tiempo, lo único agradable era la compañía de Panthera.

Ella siempre trataba de animarlo, hacerlo sentir mejor, aunque algunas veces trataba de hablarle de Tygus, un asunto que ya no quería recordar porque a pesar de todo seguía deseándolo y temía que llegado el momento en el cual por fin arrancaran la piedra de guerra de sus manos, si su tigre seguía vivo él se convertiría por la fuerza en su amo.

En ocasiones se sorprendía pensando en las formas en que podría obligarlo a quererle, a entregarse a él como en el pasado, imaginando su enojo y posterior resignación, tal vez si lograba demostrarle que era fuerte, mucho más poderoso que esa criatura podría llegar a aceptarle.

Pero sabía que su orgullo no se lo permitiría y por eso trataba de no pensar en él, olvidarlo como Tygus seguramente ya le había olvidado, jurándose que de llegar el momento de tenerlo preso lo dejaría en manos de Panthera para que ella hiciera lo correcto, el no se acercaría a ese tigre, no quería someterlo a su voluntad como esa bestia seguramente hizo.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Tygus seguía pensando en Leo aunque trataba de enfocarse en su misión, los soldados eran desplegados con forme eran necesarios, regimientos aéreos, terrestres y marinos buscaban la piedra, la cual se encontraba en una torre fuertemente armada.

Los ejércitos de su amo habían encontrado mucha resistencia, la mitad de sus soldados había perecido al enfrentarse a una serie de maquinas con una conciencia de colmena que protegían la última piedra de guerra para sus amos extintos.

Tygus se preguntaba qué clase de criatura tenía el poder para crear esas piedras, como a pesar de esas maravillosas construcciones perdieron la vida dejando únicamente a sus maquinas de guerra protegiendo un tesoro largamente olvidado.

Todo ese poder, todo ese conocimiento perdidos en los albores del tiempo, abandonados en las manos de Lord Mum-Ra, un ente que no era más que un sirviente de cuatro fuerzas oscuras, con quien debía comunicarse para darle un informe detallado de su misión.

El comandante estaba a su lado, distante, con una expresión seria, sus ojos azules le observaban fijamente pero ya no había ninguna clase de sentimiento dirigido hacia él, por un momento pensó que hubiera preferido que le odiara o que su desprecio fuera palpable, sin embargo, lo que el encontró fue nada, Leo ya no sentía nada por él, ni deseo, ni odio, ni rencor.

Al finalizar su transmisión decidió que la única forma de llegar a la piedra de guerra era si él en persona trataba de recogerla, así que sin más, piloteando su nave de caza se acerco a las instalaciones en donde estaba colocada la última piedra de guerra como en un faro, probablemente esta fuera la fuente de poder que protegía al planeta y le daba vida a las maquinas que trataban de detenerlos.

Tygus bajo de su nave en pleno vuelo, abriéndose paso entre las maquinas disparo a cada una de los obstáculos que se le enfrentaban, no dejando que nada se interpusiera en su camino para tomar el ojo del augurio, la piedra de guerra del color de la sangre.

La piedra parecía un ente viviente, un punto negro imitaba un iris y de ella surgían relámpagos de color rojo, Tygus se acerco a la roca cuando el último de los robots estaba en el suelo, tal vez su poder lo mataría pensó con una sonrisa antes de tomarla.

Los relámpagos aumentaron de intensidad como recibiendo su visita, Tygus se pregunto si acaso era el primer ser vivo que se acercaba a esta extraña piedra en milenios, tal vez así lo era y la tomo con su mano derecha, esperando sufrir alguna clase de descarga cuando lo hiciera.

De pronto sintió como la energía de la piedra de guerra ingresaba en su cuerpo, sus ojos brillaron por algunos segundos como presa de un hechizo sintiendo un poder que nunca antes creyó posible pudiera existir, era como los castigos que recibía de su amo, sin embargo, esta energía no lo debilito sino que le hizo sentirse aun más fuerte, casi como si fuera inmortal.

Al mismo tiempo que cambiaba de forma, un poco de la energía de la piedra de guerra tomaba residencia en el cuerpo del primer ser vivo que ponía sus manos en ella, convirtiéndose en un cubo del tamaño del puño de Tygus, cuyo centro asemejaba un ojo de algún ente indescriptible.

Tygus regreso a su nave justo en el momento en que la torre comenzaba a desmoronarse y las maquinas a perder su energía, apagándose por millares, guardando la piedra de guerra en un estuche especial que la protegería hasta que su amo pudiera tocarla, informándole a la criatura que seguía en compañía de su amante que había logrado su objetivo, la piedra de guerra faltante era suya.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Leo esperaba la llegada del capitán Tygus con la piedra de guerra, la tomaría de sus manos y lo dejaría al cuidado de Panthera para que ella pudiera hacer lo correcto, sí el tigre era inteligente no se negaría a entregarles la piedra, pero si trataba de proteger su regalo de lealtad para su compañero, entonces, tendrían que matarlo.

Ya no volvería a verlo, se alejaría de Tygus y trataría de formar una vida en compañía de Panthera, hacerla feliz, como quiso proteger a su traicionero amante en el pasado.

Su corazón latía con rapidez, sentía que sus sentidos esperaban por su tigre, quería olerlo, mirarlo, sentirlo y cuando bajo de su nave de caza comprendió que no podría dejarlo ir, que no le importaba que ya no lo deseara, que tuviera que hacerle entender la magnitud de sus sentimientos.

Leo lo salvaría, lo protegería de todo el daño que le habían hecho, salvaría su alma y su vida, aunque Tygus lo odiara primero por eso.

— Gracias por hallar la piedra de guerra capitán, me encargare desde aquí.

Panthera estaba a su lado, soldados de todas las especies portaban armas, todas ellas apuntando contra su tigre, quien parecía sorprendido e indignado, pero no intento detenerlo cuando le exigió la piedra de guerra, solo se la entrego con una mueca molesta en su rostro de otra manera hermoso.

— Nunca podrá unificar a los animales tras de usted comandante.

Tygus parecía demasiado sorprendido, como si no pudiera creer que lo estaba amenazando, ni que habían logrado liberar a todos los animales, quienes por primera vez en su historia peleaban juntos, hombro, con hombro.

— Un tigre subestimándome, no me sorprende.

Pronuncio al mismo tiempo que montaba la piedra de guerra en su espada, el ojo del augurio, el cual brillo con intensidad acoplándose a su espada, la cual de pronto también parecía viva, como si tuviera su propia voluntad.

Panthera lo felicito por su trabajo dándole un beso en la mejilla, tenían que liberar a todos los animales, unirlos, hacerse con el libro y derrotar a Lord Mum-Ra, Leo por alguna razón creía que eso era pan comido.

— ¿Qué haremos con él?

Pregunto uno de los chacales, recordándole la presencia de Tygus en ese hangar, su tigre estaba solo, sin atrever a moverse, pensando tal vez que pronto daría la orden de eliminarlo, pero no lo haría, no permitiría que lo lastimaran.

— Enciérrenlo en una de las celdas vacías, quítenle sus armas y monten guardia, no quiero que nadie le haga daño.

Dos chacales sujetaron a Tygus por los brazos al mismo que un tercero lograba colocarle unas esposas de las que los felinos utilizaban con los animales, inmovilizando sus brazos detrás de su espalda.

— Tygus es mío.

Panthera estaba a punto de evitarlo, sin embargo, no tenían tiempo que perder porque para ese momento Lord Mum-Ra ya debería saber de su traición.

— Yo me encargare de él.

Tygus al escuchar esas palabras trato de liberarse inútilmente, su tigre, quien hasta ese momento parecía no creer que podría derrotar a su amo y se mantenía tranquilo e impasible, ahora parecía preocupado, sus ojos hablaban de traición y comenzaba a respirar agitado.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Tygus trato de liberarse con poco éxito, cada vez que se detenía podía escuchar el sonido de una batalla, la cual estaba perdiendo el ejército leal a Lord Mum-Ra, su clan corría peligro así como todos los gatos que temían a las represalias que los otros animales tomarían en su contra una vez que fueran libres.

Una celda oscura lo esperaba, Leo había dicho que le pertenecía, que no le hicieran daño pero que él se encargaría de su vida, de su destino, tal vez de su seguridad, aunque la mirada del comandante no era como en el pasado, no era cálida, sino fría y remota.

Rezard lo esperaba cerca de la celda, ese lagarto era uno de los muchos enemigos que logro cosechar durante su corta vida, el cual esperaba verlo esposado, a punto de sufrir su castigo.

Thundercats-Thundercats-Thundercats

Leo había logrado su victoria, Mum-Ra yacía preso en su propia tumba, de donde jamás lograría escapar y después de reunirse con los líderes de los animales, con Shen, Rezard, Panthera y cada uno de los miembros de la rebelión, quería asegurarse que su tigre siguiera vivo en el interior de su celda.

Necesitaba verlo otra vez, asegurarle que no permitiría que nadie volviera a lastimarlo, que no lo permitiría, después de todo, ahora el seria su amo, su amor, su protección.

Tygus tendría que comprenderlo, todo volvería a ser como era antes, solo que esta vez ya no tendrían porque esconderse.

Le daría seguridad, amor, un lugar soleado, aun cachorros, aquellos podrían adoptarlos, ambos serian felices, Tygus aprendería a amarlo.

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Algunas horas después Tygus se encontraba en una celda, no comprendía cual era la razón de haber sido separado de los demás, sólo que tal vez tendría que ver con Leo.

Sus manos estaban esposadas detrás de su espalda y él miraba el pasillo con lo que esperaba era una expresión neutral, en las celdas podía ver a otros gatos, muchos de ellos se habían quitado las mascaras, otros parecían asustados, por eso él no podía demostrar su temor.

El capitán de las fuerzas especiales de Mum-Ra quería brindarles algo de seguridad, aunque de cierta forma estaba confundido de cómo se había hecho la selección de los gatos que estaban presos y los que pudo ver libres durante el caos que le siguió al choque, otro detalle que se le escapaba era como la energía de las celdas funcionaba después del terrible impacto que esa nave había sufrido en contra de lo que parecía un planeta desconocido.

Había pasado demasiado tiempo desde el impacto, no sabía cuántas horas permaneció inconsciente después del golpe que recibió de manos de Rezard en el momento que lo lanzaron en ella pero debieron ser muchas.

Tal vez habría pasado un día entre que llego con la piedra de guerra y ese momento de profunda agonía en la cual esperaba ver a Leo, un Leo triunfante, un líder que había derrotado al monstruo que los mandaba, pero que tampoco estaría de su lado porque a sus ojos ellos eran tan culpables como el inmortal.

Tuvieron que transcurrir varias horas más hasta que por fin Tygus pudo escuchar los pasos de una solitaria persona caminar en dirección de su celda, no tenía que mirarlo para saber de quién se trataba.

Era Leo, por fin había llegado y de repente Tygus no supo que era peor, esperar por el león o verlo al otro lado de los barrotes, con una mirada neutral ensombreciendo sus facciones.

— Tygus.

Pronuncio fríamente al otro lado del campo de fuerza.

El tigre que para ese momento veía la pared de la celda, dándole la espalda a Leo, sintió que su sangre se congelaba, jamás creyó que su antiguo amante le hablaría de aquella manera tan cruel.

— Comandante.

Fue su respuesta, los dos podían jugar el mismo juego, aunque sabía que solo él estaba asustado, el comandante no tenía porque estarlo.

Leo parecía fuera de si después de su victoria, al verlo Tygus se dio cuenta casi inmediatamente que no sonreía, en vez de eso parecía que un peso terrible había caído sobre sus hombros.

— Mum-Ra ha sido derrotado.

Le informo con un tono de voz grave, distante, Tygus sonrió con esa clase de sonrisa que nunca alcanza los ojos del perdedor, sino que realza su conmoción, el dolor de saber que sería traicionado por la persona que amaba, a quien se entrego completamente.

— ¿No tienes nada que decir?

Pregunto Leo, como si su sonrisa lo enervara, Tygus no tenía nada que decirle, nada que su amante quisiera escuchar al menos, su cuerpo no hablaba de comprensión, ni de piedad, por alguna razón le recordaba la forma en que se movía esa criatura cuando estaba a punto de lastimarlo, así que simplemente negó con un movimiento de la cabeza que sorprendió a Leo, tal vez esperaba ser maldecido por haberlos liberado del régimen de terror del inmortal.

— ¿Esto es necesario?

Pregunto Tygus mostrándole sus manos esposadas, esperando de todo corazón que Leo lo liberara, que le dejara hablar con él antes de que lo condenara por su lealtad a esa criatura.

— No quiero que huyas.

Fue su respuesta inmediata, era graciosa por qué no podría huir sin importar que tuviera esposas o no, las celdas tenían un campo de energía que lo evitaba y sus soldados no serian abandonados en esa tumba a la merced de los otros animales.

— Sí huyo no podrás condenarme… muy listo, Leo.

Tygus estaba seguro que pronto serian condenados por sus crímenes, no había forma alguna de salvarse, no cuando ellos habían sido los carceleros de los otros animales y su lealtad era incuestionable.

Leo introdujo en ese momento la clave maestra para poder abrir la celda que lo contenía, entro en ella y de pronto Tygus se sintió pequeño, indefenso ante el león que volvía a colocar las barreras energéticas en su lugar.

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