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¡Ay amor! por Ishida Rio

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Cuento 2: Simple despecho.

La cuenta del tiempo ya era imposible de llevar. En aquél lugar no transcurrían días ni horas. Solo había hambre y oscuridad, mientras los fragores de la guerra azotaban sin piedad los parajes de esas tierras.

Todos estaban sentados en el frío suelo esperando la muerte. El simple hecho de ser como eran les bastó para que sus captores los sentenciaran a la ejecución. Pero no sabían cuando sería. Generalmente venían por uno o dos, y estos nunca volvían.

El cuarto apestaba a humedad y desechos, pero ya estaban acostumbrados. Llevaban casi 4 meses ahí, agarrotados, sentados, en medio de basura y excremento. A veces llegaban nuevos prisioneros, pero cada vez era menos frecuente. Preferían matarlos afuera para que el resto viera y aprendiera que con ellos no había que meterse. Seguramente se habían olvidado de sus pobres prisioneros… de los que esperaban la muerte incierta.

Entre ellos había uno que era mas joven que todos. Caminaba en círculos por la estrecha prisión para que no se le atrofiaran las piernas. Su pelo castaño caía ya sin brillo y sus ojos estaban un tanto apagados, pero aún brillaba en ellos la luz de la ira y la furia del desterrado. Su piel, antes bronceada y brillante, hoy se mostraba opaca y resquebrajada, seca por el polvo y la inactividad.

Desde lejos, al otro lado de las cámaras que vigilaban el pequeño cuarto, se encontraba uno de los encargados del campo de concentración. Un tipo alto de piel clara, con ojos azules profundos y anteojos. Era joven y codiciado, pero también era codicioso y poca solidaridad vivía en su corazón.

Noche tras noche, el Capitán se sentaba frente a las pantallas y observaba a ese chico de ojos marrones y piel de marfil. “Pobre” pensaba “Da lástima”. Con ojos brillantes observaba como las costillas se asomaban en su tórax, debido a la falta de comida y agua. Miró sus piernas y sus brazos. Noche tras noche era lo mismo, instalado frente esas cámaras sin hacer nada.

Pero el tiempo no pasa en vano, y a los pocos días, se supo la noticia que los Aliados ganaban terreno. Las noticias llegaron al Capitán, que ordenó que los prisioneros comenzaran a ser ejecutados. “Cámaras de gas, hornos, ¡lo que sea!” gritó. Sin embargo, antes de escapar, recordó al chico. Volvió sobre sus pasos y lo encontró tirado en el suelo de los pasillos que llevaban a los hornos. Se cubría la cara con las manos huesudas, herido por la repentina y abundante luz artificial. El Capitán lo tomó y entró con él en una de las habitaciones que habían a orillas del pasillo. “No me iré sin darme un gusto”. Con ansias, recorrió con sus manos ese abdomen flaco y acarició los huesos salidos con fuerza y brutalidad. El chico estaba asustado y adolorido debido a la reciente golpiza que le valió el paseo hacia los hornos. Los blancos guantes del Capitán quedaron a un lado mientras este aspiraba con ansiedad el olor a tierra y suciedad que ese prisionero expelía. “Un olor excitante…." Sin fijarse en los 3 meses y medio que el chico no tocaba un jabón, ignorando la débil fisonomía del hambriento, desoyendo los pedidos de clemencia del joven de no más de 17 años, el Capitán lo desnudó y bajó sus pantalones, dispuesto a hacer realidad las fantasías que cruzaban su mente cada vez que se sentaba frente a las pantallas. Un grito desgarrador llenó el aire, acompañando los gemidos de los otros prisioneros que rogaban por sus vidas en los hornos.

El olor a carne quemada llenó todo el recinto haciendo imposible respirar. Pero el Capitán seguía ahí, con su joven e indefenso prisionero, obligándolo a aceptar, obligando a sentir y desear. La piel seca en sus manos lo estremecía y los hombros blandos, a merced de sus mordidas crueles lo llenaban de una sensación de poder imposible de describir. La espalda pequeña, llena de rasguños y sangre. Peor que los golpes, peor que el encierro… el peor de los suplicios, la humillación del placer forzado y del orgullo finalmente ultimado.

Los hornos se apagaron bajo la bomba Aliada que destruyó el centro de comandos. Los soldados comenzaron a entrar, disparando a sus homólogos que vestían de azul marino y blanco. Los Aliados, con sus verdes y negros, entraron triunfantes en el campamento. Todos gritaban, habían llegado de sorpresa y por fin el legendario y sangriento “Capitán” sería preso y juzgado por todos los crímenes que cometió.

El escándalo llegó a los pasillos del último de los hornos. Los gemidos que inundaban aquella habitación ahogaron los gritos externos, pero el fino oído del Capitán, siempre alerta, los sintió. El fin estaba cerca, pero se había dado un gusto. Y mientras oía los pasos acelerados de los soldados Aliados, suavizó sus movimientos, y buscó los labios de su joven amante. ¿Hace cuanto que lo amaba? No lo sabía, quizás desde la primera vez que lo vio, con sus ojos, en ese tiempo, brillantes y su pelo al viento, cubierto de sangre y heridas. Cuando ordenó que lo llevaran al cuarto de los condenados, se sintió como un niño obligado a dejar su juguete favorito. Quizás por eso cada vez que se sentaba en la sala de video, cerraba los ojos e imaginaba su noche con él, mientras se acariciaba hasta llegar al clímax anhelado. Ahora lo tenía, y lo había besado. Ahora era hora de partir, como el Capitán que era.

Desde el pasillo, se oyó como una serie de unas 15 balas eran disparadas en un cuarto cercano. Los soldados corrieron a ver y encontraron la puerta trancada. Las balas atravesaban la pared, llenándola de agujeros. Luego de unos minutos de forcejear, pudieron entrar, pero uno de ellos tropezó con el cuerpo desecho de un joven castaño, convertido en un libro abierto por balas asesinas que le abrían el pecho y el abdomen. Sus manos estaban atadas en su espalda y su boca abierta. Los Aliados pasaron sobre él sin darle importancia. ¡¿Dónde estaba el Capitán?!... pero solo pudieron llevar su frustración a su Superior, al informarle que luego de violar al chico, lo había matado y había escapado por una puerta secreta ubicada detrás de las pantallas de la sala de video.

Fin.

Notas: ¿alguien le encuentra sentido a esto que hago?... ediciones_ryochan@hotmail.com

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