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Roto por SHINee Doll

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Notas del capitulo:

Realmente no es un MinKey propiamente dicho. Tampoco tiene un final feliz; es más, ¡no tiene final! Simplemente es algo que deseaba narrar, quizá para tratar de llenar el vacío que en ese momento me impedía continuar haciendo lo que tanto me gusta. Está basado en algunas cosas reales (Key) combinadas con un poco de ficción (MinKey). Sin más palabras por el momento; me despido.

[Roto]

Cerró la puerta tras él de un solo golpe, echando el pestillo torpemente. Lanzó su bolso sobre el pequeño sofá en la habitación, sintiendo la primera lágrima resbalar por su mejilla. El vacío instalado en su pecho, absorbiéndolo, derrumbándolo lentamente. Como morir en vida. Como morir por partes.


Miró a la izquierda, de lleno al espejo de cuerpo entero, encontrando en su reflejo un montón de interrogantes, un montón de sentimientos que se entremezclaban para finalmente extinguirse y no dejar rastro de alguna emoción. Avanzó lento, tocando con la punta de sus dedos el frío cristal, con los ojos felinos devolviéndole la mirada sin brillo, con el rostro pálido y los labios resecos. Apoyó ambas manos en el espejo, mirándose a los ojos, sonriéndose con lástima, descubriéndose a sí mismo con una curiosa tristeza, con una enfermiza calma. Y ahí, de pie ante la imagen serena que le era otorgada, dejó que la segunda lágrima escapara y que una tercera se uniera, recorriendo su mejilla y perdiéndose en su mentón.


Se apartó un par de pasos, aun contemplando su propia imagen y sonrió una última vez, con un par de lágrimas nuevas empapando su rostro. Tomó asiento en el piso helado, sacándose las botas negras y lanzándolas lejos de su vista, haciendo lo mismo con las molestas calcetas. Se quitó cada uno de los aretes sin dejar de mirarse, comenzando por la perlita plateada en el cartílago de la oreja izquierda, después la perla en el lóbulo de la misma oreja, siguió con ambos pendientes del lóbulo derecho, admirando la llave de plata que solía usar de vez en cuando, y finalmente retiró el conch.
Permaneció algunos minutos de rodillas en el suelo, mirando las lágrimas caer una tras otra, sin decir palabra alguna, sin sollozar. Ahogándose en un dolor silencioso. Tomó los bordes de su playera holgada y tiró de ella hacia arriba, sacándosela por completa y dejando que se perdiera entre las botas y las calcetas. Se miró el torso desnudo con ojos atentos, como si fuese la primera vez que apreciara su cuerpo, absorto en sus pensamientos. Negó, sonriendo con melancolía, al tiempo que se levantaba y desabrochaba sus entubados jeans de un color llamativo, pateándolos al instante en que tocaban el suelo, permaneciendo únicamente con su bóxer de tela oscura.

Volvió a colocarse de rodillas frente al espejo, alzando un poco la tela que aún le cubría, acariciando con sus dedos las dos pequeñas líneas en su piel, mismas que ahora comenzaban a cicatrizar y dejarían huella por vez primera. La zona estaba levemente enrojecida aún, a pesar de haber pasado varios días desde que las heridas fueron hechas y llegaba a doler si tocaba demasiado. Imitó la acción del otro lado, acariciando la letra trazada con el filo de una navaja pequeña, dolía también, aunque había sido hecha tres días atrás y se trataba de algo superficial. Formó una mueca en su rostro bonito, pensando lo tonto que resultaba aquella sensibilidad. No tenía el valor suficiente para enterrar realmente la navaja en su piel, quizá porque sabía hasta qué punto era posible abrir una herida sin dejar marca física de ella. ¿Y todas las cicatrices emocionales? ¿Y todas esas heridas sin cicatrizar en su corazón, en su alma?


Tomó la cuchilla que se encontraba sobre el mueble a lado del espejo, delineando con sus ojos felinos la forma de aquella navaja, apreciando el brillo de ésta contra la luz de la bombilla encendida, porque por vez primera haría aquello en la habitación iluminada. Contempló su rostro de nuevo, jugando con aquel objeto entre sus dedos y finalmente suspiró, dejándola descansar sobre la piel expuesta, trazando una nueva letra junto a la ya existente, teniendo ahora dos iniciales que jamás podría olvidar y que tampoco le permitirían olvidar quién era. Sonrió a su reflejo, viendo como la pequeña herida se llenaba de sangre lentamente y comenzaba a doler un poco. No recordaba que debiera ser así.


Se colocó una camiseta para dormir y se tumbó en la cama, olvidándose completamente de todas las personas en la sala, del seguro aún puesto. Y se quedó profundamente dormido, como pocas veces, con la seguridad de que todo estaría mejor por la mañana.


~ * ~ * ~ * ~

Abrió los ojos lentamente, acostumbrándose a la luz que se colaba por la ventana ahora abierta. Las manos posadas en su espalda seguían moviéndolo sobre el colchón, tratando de despertarlo y no pudo menos que sonreír al escuchar la voz del más chico del grupo susurrando una y otra vez su nombre. Lo cierto es que no tenía ganas de levantarse y la acción del rubio le estaba haciendo tocar las sábanas con la piel expuesta de sus piernas, lastimando un poco la herida. ¿Realmente debía doler de esa forma?


Veinticinco minutos más tarde se encontraba entrando a la cocina, completamente vestido y con el cabello levemente humedecido. Tocó el hombro de su primo como saludo, observando lo que el mayor preparaba para el desayuno. Se dejó caer en una de las sillas frente a la mesa, siendo prontamente acompañado por los otros dos habitantes frecuentes de la casa y la persona que le causaba terribles dolores de cabeza.


Se dedicó a observar a los cuatro durante el desayuno. Sus amigos hablaban animadamente con el invitado especial, su primo se limitaba a intercambiar un par de palabras de vez en cuando. Normalmente él sería el que hablase más con los chicos, pero cuando el alto se encontraba presente se sentía incapaz de decir cualquier cosa, a veces se olvidaba inclusive de respirar. Por eso le odiaba tanto.


Sintió la mano del menor de lleno en su muslo, una palmada que en otra ocasión no hubiese causado nada, pero que ahora ardía a través de la ropa. Pegó un salto en la silla; mitad por el susto, mitad por la punzada de dolor que se extendía lentamente por la zona afectada. Su vaso de jugo cayó, derramando su contenido sobre la mesa y sobre él mismo. Se levantó torpe, tratando de alcanzar las servilletas, pero para ese entonces el líquido naranja se extendía por el piso. Se mordió el labio para no maldecir su suerte y abandonó la habitación sin responder a ninguno de los llamados del resto. No quería explicar nada.

Cerró la puerta tras su espalda, respirando agitado. ¿Qué demonios estaba ocurriendo con él? Se detuvo frente al espejo de nuevo, examinando su rostro ahora pálido, ¿qué estaba pasando? Buscó en sus ojos alguna señal de cualquier cosa, pero no la encontró. Sólo sabía de la existencia de un sentimiento extraño en su interior, uno que le estaba consumiendo lentamente. Por momentos sentía muchas cosas, todo a la vez, pero luego se sumía en una total indiferencia y el vacío se incrementaba. No lograba comprenderse a si mismo.

Los próximos días su luz se apagó por completo, pero nadie fue capaz de notarlo realmente.


~ * ~ * ~ * ~

Aquel día había sido extraño, demasiado para su gusto. Se había levantado con ánimo, con una sonrisa bonita adornando sus labios, con la sensación de que las cosas volvían a su sitio; pero un par de horas después todo se tornó sombrío de nuevo. Fue un golpe a la realidad, metafóricamente hablando. Realmente no era capaz de poner sus ideas en orden… Acaso, ¿alguna vez podría? El reloj avanzaba igual que siempre, el tiempo jamás iba a detenerse, pero se sentía estancado. Sonrió de lado, dejándose caer en la cama, contemplando el techo blanco de la alcoba, con una mano en su vientre. Esa rutina lo enfermaba.


Cerró los ojos, tragando pesado. ¿Por qué las nauseas no se iban? Ya había vomitado dos veces ese día, ya había devuelto cada parte de su improvisado desayuno y almuerzo. Ya no se sentía con fuerzas para hacerlo de nuevo. ¿Por qué la sensación de asco seguía instalada en su garganta? ¿Por qué el nudo en su estómago estaba más presente que nunca? ¿Por qué el sabor amargo comenzaba a subir por su garganta? Se levantó veloz, tropezando con el cobertor de la cama y apenas alcanzando a meter las manos cuando se precipitaba al suelo. Corrió fuera de la habitación con una mano en la boca, chocando con el chico de ojos grandes a mitad del pasillo y se internó en el baño, apenas cerrando la puerta de un golpe, sin seguro, sin tiempo, sin nada. Terminó de rodillas frente al lavabo, con las arcadas lastimando su garganta, con las lágrimas resbalando por sus mejillas y no pudo más. Se inclinó un poco y escupió, pero la sensación no se iba y no se sentía capaz de vomitar. Ya no. Suspiró, cerrando los ojos y lentamente introdujo la mano en su boca, hasta que una nueva arcada lo dobló sobre el excusado y las nauseas finalmente desaparecieron al tirar de la cadena. Eso amenazaba con acabar con él.


Una mano grande se posó en su hombro, mientras la otra sostenía un vaso con agua fresca y se lo ofrecía. Se limpió la boca de nuevo con un trozo de papel, aceptando aquel objeto de vidrio y dando un trago largo. El agua alivió un poco el dolor en su garganta y se llevó el mal sabor de su boca, pero ahora la vergüenza le impedía alzar la mirada. ¿Por qué, de tantas personas en la casa, tenía que ser él quien entrara en ese momento? ¿Por qué no fue su primo, su mejor amigo, el más chico? ¿Por qué tenía que ser precisamente él?


Sostuvo el vaso con ambas manos, cerca de sus rodillas, mirando el contenido de éste fijamente. La mano en su hombro finalmente se retiró y volvió a respirar aliviado, pensando que le dejaría solo, pero se equivocó. Sintió los brazos del muchacho rodearle con fuerza la cintura y la frente del alto se apoyó en su hombro. En ese momento fue consciente de muchas cosas: el chico arrodillado tras él, los cabellos que rozaban su cuello, la lágrima silenciosa que traspasó la delgada tela de su playera, el agarre firme, el abrazo protector, la seguridad que trataban de proporcionarle. Dejó el vaso de lado, cubriéndose el rostro con ambas manos y lloró, como hacía tiempo no lo hacía, como lo necesitaba. Lloró lastimosamente, con los sollozos convirtiéndose en gritos y su cuerpo convulsionándose dentro de aquellos brazos que en ningún momento lo soltaron; con sus lágrimas cayendo al mismo tiempo que las de alguien más, alguien que le prometía cuidarlo de ahora en adelante, alguien con el que podría contar siempre. Y se detuvo sólo cuando su cuerpo se rindió, cuando sus ojos se cerraron de forma involuntaria y terminó quedándose dormido. No había marcha atrás.

~ * ~ * ~ * ~

Escuchaba los murmullos fuera de su alcoba, podía reconocer la voz de su primo, pero no terminaba por entender con quién hablaba. Despertó de golpe, sentándose en la cama, atento a las voces que ahora gritaban… ¡Estaban hablando de él! Le tomó un par de minutos reconocer, finalmente, la voz de aquel muchacho que lo sostuvo entre sus brazos cuando se quedó dormido y lo acostó en su cama. Se mordió el labio para no decir nada, para no gritarles que dejasen de decir todas esas cosas. ¡Debían detenerse! Sus palabras lo estaban lastimando, ¿por qué no se daban cuenta? Se ocultó bajo la sábana, cerrando los ojos con fuerza, con esa sensación extraña en el estómago y las lágrimas rogando por salir. La puerta se abrió y se encogió aún más, asustado por lo que fuese a escuchar, de lo que pensaban de él y su situación.


Dramático. Sintió que retiraban la sábana de su rostro y abrió los ojos lentamente, encontrándose con un par de orbes marrones y una sonrisa tierna en los labios abultados. Dramático y caprichoso. Frunció levemente el ceño, observando al que hablaba entre risas, revolviéndole ahora los cabellos para luego pellizcarle una mejilla. Tonto. Bufó; y por primera vez en días mostró una sonrisa de verdad, pequeña, casi imperceptible, pero sincera. Y el alto se la regresó, inclinándose hacia su rostro y tocándole la nariz con la suya. ¿Qué era eso? Cerró los ojos, sintiéndose débil ante ese hombre que ahora le besaba la frente antes de dejar la habitación. ¿Qué significaba todo aquello? Volvió a cubrirse el rostro, soltó un suspiro y nuevamente se dejó arrastrar al mundo de los sueños.

~ * ~ * ~ * ~

Se contempló en el espejo de nuevo, como la primera noche de aquella tortura mental que no sabía cuándo empezaba y cuándo terminaba. No necesitó quitarse la ropa esta vez porque sólo llevaba encima de su bóxer una camiseta blanca que le cubría la mitad de los muslos. Estaba más delgado, pálido y sin vida que nunca, pero a la vez comenzaba a sentirse con más fuerza. Irónico, ¿no? Tomó la pequeña navaja de siempre, jugando con ella entre sus dedos, preguntándose si nuevamente dolería o pasaría desapercibido como el día anterior, el anterior a ese y los últimos seis días. Tenía tantas líneas rojizas en la piel nívea que ya no podía definir dónde estaba una u otra, incluso había algunas que se cruzaban y lentamente adoptaban formas distintas. El otro muslo se mantenía sin más señas que aquellas dos letras que jamás se irían.


Se alzó la playera, observándose fijamente, preguntándose si estaba bien seguir haciendo aquello. Los primeros tres días había dolido, tanto que se arrepintió de su propia estupidez; los siguientes seis días no sintió nada, salvo la sangre deslizarse lenta por su piel ardiendo. No tenía caso si no provocaba dolor, pero ¿y si esta vez era diferente? Colocó la navaja sobre su piel y tiró de ella hacia arriba, abriendo una nueva herida, y dolió. Pensaba hacerlo de nuevo cuando la chapa cedió ante la persona que trataba de abrir la puerta, cuando ésta se abrió y cuando aquellos ojos lo contemplaron con terror. Se dio la vuelta torpemente, ocultando la navaja a su espalda, fingiendo que no pasaba nada. Pero la sonrisa nerviosa en sus labios lo delató, porque su compañero no era tonto y había alcanzado a ver su intención y porque ahora veía una gota rojiza deslizarse más allá del borde de la camiseta. ¿Qué había hecho?


Le había repetido hasta el cansancio que estaba bien, que no era nada, que sólo fue curiosidad; pero el alto no le creyó. Terminó sentado sobre la tapa del retrete, con la playera alzada y el muchacho atractivo limpiando cada herida con alcohol. Formaba muecas cada que el algodón empapado le tocaba, porque aquello ardía y quemaba, pero sólo recibía regaños preocupados de la boca bonita que ahora no sonreía. Bufó, dejándose hacer, preguntándose cuánto tiempo podría mantener el otro su ceño fruncido. Esperaba que no mucho.

~ * ~ * ~ * ~


Sí, sí, sí… ¡que sí! Rodó los ojos mientras escuchaba el sermón de su primo, al que no le respondía cortantemente por el simple hecho de ser mayor que él. Sus amigos estaban en la sala también, mirándolo fijamente con sus orbes preocupados y sus labios temblando levemente. ¡No era para tanto! Se mordió la lengua cuando el nombre del quinto muchacho presente salió a flote. ¡Ya era demasiado! Se puso de pie y salió de ahí, poco importándole que el mayor siguiera gritando, que los demás repitieran su nombre. Entró a su habitación, pero cuando se disponía a cerrar alguien se lo impidió. El alto entró con él, cerrando con seguro a su espalda, mirándolo directamente a los ojos. Y él hizo lo que nunca pensó, lo que no estaba en sus planes, se aferró con desesperación a la camiseta azul y ocultó el rostro lloroso en el pecho cálido del otro, dejándose envolver en un abrazo que necesitaba urgentemente. Comenzaba a temer.

~ * ~ * ~ * ~

Despertó con la luz del sol dando de lleno en su rostro. ¿En qué momento se había dormido? Trató de moverse, pero un peso extra sobre su cuerpo no se lo permitió. Se giró lento, quedando cara a cara con aquel que ocupaba su cama. ¿Desde cuándo podía estar tan cerca de él? ¿Por qué a su lado ese vacío no era tan grande? ¿A qué se debía su deseo de aferrarse a él? Le acarició la mejilla con la punta de los dedos, sin deseo alguno de despertarlo; le vio sonreír entre sueños y cerrar un poco más el abrazo en torno a su cintura. Y también sonrió, acurrucándose en su pecho, cerrando los ojos para dormir de nuevo; no lo logró.


Fingió dormir durante al menos una hora, hasta que sintió al de ojos grandes moverse y entonces abrió sus ojos y le miró, sonriendo apenas. El muchacho le contemplaba con cierta vergüenza, pero había algo más en aquellos orbes marrones, algo que no alcanzaba a descifrar. Sintió los dedos ajenos recorrerle la mejilla y finalmente revolverle los cabellos y suspiró, buscando nuevamente aquella mirada. Los labios abultados le acariciaron la punta de la nariz, luego la mejilla y sintió el aliento cálido sobre sus labios. No supo de dónde nació aquel impulso, pero terminó uniendo su boca a la otra, esperando un rechazo, un empujón, alguna cosa. Todo menos eso.


Sus bocas se amoldaban perfectamente, así lo sentía. Aquel beso era lento, dulce, cariñoso; era más una caricia inocente que un beso real, completamente diferente de cualquiera recibido en su vida. Dejó sus manos descansar en el pecho fuerte, masculino, siguiendo aquel ritmo pausado, deleitándose con los labios bonitos que rozaban los suyos con miedo a lastimarlo, mientras aquella mano estaba en su mejilla. Era tan tierno que dolía.


Y se separó llorando, disculpándose por aquella acción, tratando de salir de la cama. Le tomaría un par de horas, muchas palabras, una larga historia y un montón de lágrimas más comprender que todo tenía una razón de ser. Se abrazó al chico alto después de las dos palabras que le robaron una sonrisa sincera, preguntándose cuánto tiempo le tomaría realmente devolver todas las piezas a su sitio o si sería capaz de hacerlo.


Siempre había escuchado que el tiempo curaba todas las heridas… Realmente esperaba que fuera así, porque no soportaría volver a ver los orbes marrones llenos de preocupación o aquel rostro bonito bañado en lágrimas. Suspiró. Iba a intentar sentirse mejor, realmente iba a tratar de levantarse; aunque si por alguna razón volvía a caer, sabía que había alguien a su lado para tenderle la mano y ayudarlo a ponerse de pie. Quizá, sólo quizá, el vacío ya no era tan grande. Tal vez, sólo tal vez, ya no se sentía tan perdido.


Y cuando vio aquella sonrisa aparecer de nuevo lo decidió por fin. Iba a juntar todas las piezas y a ponerlas en su sitio. Y él iba a ayudarle, porque le quería, porque se lo dijo, porque estaba ahí para él. Dejaría de sentirse así de roto.

Notas finales:

Yay! Tenía ganas de hacer algo así. De verdad me ha hecho sentir mejor una vez lo terminé. Ahora disfrutaré de su sufrimiento al leerlo (?). Nee, por favor, no traten de identificarse, ¡no es sano! 


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