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Mon Ange por LeylaRuki

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Notas del capitulo:

Dejo este one-shot rápido -se muere de hambre y se arrastra a la cocina-

 

¡A leer!

Siempre es difícil conciliar el sueño, nada nuevo para mí, nunca he dormido como me gustaría, como un crío se hubiera merecido en su niñez. Mis padres siempre trataban de compensar el insomnio con lindos juguetes, una gran habitación, una hermosa vista desde el segundo piso y mi compañía. Me gustaba estar solo, no recuerdo una sola vez que me haya sentido hastiado de mi silencio. No hacía nada en particular, incluso si solo dejaba mi cabeza entre los peluches. Eso era algo que ellos tenían claro, yo no quería que entraran a mi habitación. Claro, ¿Qué secretos podía tener un niño de doce años, cuya inocencia no pasaba a la de un niño de ocho o nueve años?

Me sentía aliviado, aunque después por mi curiosidad descubriría que era mencionado en varias peleas de mis padres, hasta el día de hoy no recuerdo sus palabras, pero sé que eran hirientes. De mi descubrimiento en adelante todavía faltarían varios años para que todo terminara en un divorcio que parecía una eternidad. Casi siempre terminaba en un rincón aseguraba la puerta y me recargaba más en esta, escuchando los insultos y preguntándome en qué momento había cambiado mi mundo, o qué era lo que había hecho mal con ellos para que se hablaran de manera tan despectiva. 

La calefacción hacía trabajo calentando la alfombra y ésta a mí. Creo que en ese entonces era lo único que me mantenía sobrio, por así decirlo, lo único cálido que estaba para hacerme saber que estaba despierto, porque cuando dormía todo se volvía gélido.
El blanco de las paredes de las paredes me mareaba, siempre tenía ese efecto en mí. Como cuando vas a lo más alto de los columpios y sabes que ya has pasado tus límites por demasiado tiempo y tus extremidades comienzan a temblar, tu vista se nubla pero no te quieres detener, y al bajar, tus piernas apenas te pueden sostener. Así me sentía yo, pero ni eso lograba sacarme de mi escondite.

 

“Otra vez discuten” Pensé. Tomé entre mis manos un peluche y esperé a que todo terminara y terminara en un silencio. Pero no fue así, esa vez mi corazón se aceleraba con fuerza, podía escuchar sus insultos a la perfección, las palabras eran como miles de taladros en mi cabeza. Ellos peleaban en la ignorancia de mi conocimiento.


Recuerdo que una vez mi papá se sobrepasó. Para él cada golpe sonaba a gloria, pero para mí era una herida mortal y de mi madre no puedo ni imaginar su dolor. Resistió más de lo que debió, pero yo no podía seguir escondido para siempre así que una noche, después de tanto escuchar el calvario me atreví a hacer lo que tanto había meditado. Ellos ya habían terminado su “sesión”, yo bajé a la planta baja y estaba él en una silla del comedor, estaba leyendo un libro bastante grueso y mi mamá estaba en la sala, limpiaba con delicadeza cada lágrima que le salía y trataba de ocultar su rostro ante mí, se estaba tornando tumefacto y yo me aterré. Con mi corta edad me senté a su lado con gran confianza y le abracé con fuerza, la sumergí en un mar de cariño que tenía tiempo sin recibir. Podía ver el rostro desorientado de mi padre y dije:

—Ya no más por favor.

Mi madre comenzó a sollozar casi sin fuerza, pero al cabo de un rato lloraba sin control. Fue la única vez que la vi en ese estado. Mi papá me tomó en sus brazos y me llevó hasta mi habitación, me dio un beso en la frente y cerró la puerta. En un principio me quedé pegado a la puerta, me daba miedo que empezara todo de nuevo. Pero no fue así, al son de hoy todavía no sé qué es lo que se habrán dicho.

 

No prendí la linterna que usaba para cuando quería leer, al cabo de un rato abrí una parte de la ventana, corrí las cortinas y tomé un par de folios con una crayolas, dibujar nunca se me había dado, pero al menos podía intentarlo, en mi mentalidad infantil cada rayón valía la pena.
El ambiente se tensó, al menos mi cuerpo lo hizo y lentamente dejé las crayolas en su sitio. Me daba un cosquilleo inquietante en mi cuello y por más que rascara para que desapareciera, nada pasaba. Me levanté de golpe y me dirigí a la puerta, por primera vez no quería permanecer un segundo más en ese lugar.

—No te vayas Yuu.

Sentí que mis ojos salían de sus órbitas, mi pulso desapareció y comencé a temblar. No me atrevía a mirar a mis espaldas, mordí mis labios, apretándolos de distintas maneras. Sentía como alguien se acercaba a mí y los cabellos de todo mi cuerpo se erizaron. Caí de rodillas con el corazón atorado en la garganta, con el miedo que se apoderaba de mí. Quedé petrificado en la alfombra al sentir un par de manos pequeñas que me tomaban para levantarme.

 

— ¡Lo siento! —Escuchaba que me decía varias veces.

 

Era un niño, al igual que yo. Cuando tomé consciencia de lo que sucedía a mi alrededor lo vi, y él me miraba fijamente. Sus ojos color miel iluminaban su rostro infantil, le miraba un poco enajenado. Portaba una camisetita azul y un pantalón pequeño color marrón; cuando hubo más confianza yo le decía lo gracioso que se veía en ese atuendo. Me miraba afligido y nervioso por la manera en que yo lo inspeccionaba. Esa primera imagen todavía no la puedo olvidar, se veía y era tan inofensivo que no lograba salir de mi asombro. Para alguien tan tímido como lo era yo me era imposible empezar una plática amena. Esperaba a que él dijera algo.

—Te sientes mejor ¿verdad? —Me preguntó y me sentí aliviado.

Se acercó a mí y comenzó a tocar mi frente y mi estómago para verificar que estaba mejor. Yo me aleje de él y me golpeé con la orilla de la cómoda. Apreté mis ojos con fuerza y deseé estar de nuevo solo. No supe cuanto tiempo estuve en esa posición, pero cuando me sentí con más confianza abrí los ojos. Estaba todavía conmigo, terminaba el dibujo que yo no había podido y me miró con una tierna sonrisa, me dijo que estaba esperando a que yo me tranquilizara.

—Me preguntaba… ¿sí te gustaría jugar conmigo?

Trataba de convencerme a que lo hiciera, me acercaba unos juguetes, me enseñaba el dibujo que había hecho. Me hacía reír. Terminé accediendo e me sentí feliz, tanto que sentía estar fuera de mi mismo, como si lo observara desde un palco, un lugar alto que no podía ser alcanzado por los demás, podía ver como mi rostro emitía sonrisas verdaderas, me atrevía a hacer todo lo que yo quisiese sin miedo.

 

 

—Mira se dobla a la derecha —Me explicaba Uruha, así me dijo que lo llamara, para hacer una figura de origami. No sabía que se podían hacer tantas cosas con unos cuantos trozos de papel. Su voz era completamente distinta a su apariencia, pero cada vez que lo miraba veía a un amigo de verdad. Un amigo que solo podía ver de noche, que solo se podía hacerlo a esa hora, pero no me importaba, yo me desvelaba noches enteras con tal de estar con él, creo recordar que así estuvimos por los siguientes dos años.

 

 

—Mis padres se van a divorciar —Le dije. Esa tarde que llegué del colegio mis padres me estaban esperando en la sala para hablar conmigo, desde aquel incidente no los había vuelto a escuchar que se hablaran de mala manera. Creí que todo estaba solucionado. Me explicaron lo difícil que era ya la convivencia y que harían lo posible porque eso no cambiara mi vida, pero una noticia como esa no me la esperaba si ya los había visto en casa actuando con normalidad, todo iba bien.

Uruha me tomó entre sus brazos y esperó pacientemente a que yo me desahogara, en un principio no quería, pero de tan solo recordar lo que me habían dicho mi corazón comenzaba a doler, sentía un puñado de lágrimas que se acercaban cada vez más a mis ojos y sabía que no estaban dispuestos a pedir permiso para salir. Me preguntaba si todo había sido una mentira, las veces en que parecía que se llevaban bien, cuando se sonreían, al final mi dolor no era mentira. Me abrazó con más fuerza y yo apreté mi rostro contra su pecho para no sentir como era mojado. Sollocé toda la noche y él estuvo conmigo, me regalaba una tranquilidad y una paciencia y todavía se lo agradezco demasiado.

 

Esa noche le pedí que me contara su historia. Quería conocerle más y quería que mis lloriqueos parasen por unos momentos al menos. Escuché atentamente cada palabra y todavía las recuerdo.

Él había vivido a unas cuantas calles de mi casa, vivía con sus padres y dos hermanas. Su padre era un alcohólico y le golpeaba constantemente. Me explico que era solo a él, a las mujeres no se les acercaba y nunca comprendió porqué lo hacía, cuando estaba sobrio le preguntaba pero nunca obtenía una respuesta, terminaba ignorado como siempre. Con el corazón rechazado, con un cuerpo lleno de moretones, a la edad de nueve años se terminó su vida, a manos de su propio padre. Fue mi turno consolarle, yo mismo le había pedido que me hablara de su antigua vida pero no pensé en lo que le causaba.
Cuando le conocí ya tenía diez años, con la apariencia de un niño menor. Esa noche me reveló su verdadero nombre que años posteriores olvidaría, tal vez por miedo a que todo hubiera sido una alucinación mía. También supe porqué le había conocido; yo era mayor sí, pero no tenía una idea de cómo defenderme de la realidad, de cómo olvidar lo que pasó. Para eso se atrevió a visitarme, para darme la oportunidad de vivir, yo se la devolví en cada momento que pasé con él.

 

 

Le besé, porque me enamoré de él, cada vez que se marchaba yo me quedaba con un sabor amargo en mi boca, sabía que si no lo hacía al final mis esperanzas se destruirían y yo no quería caer en ese abismo, no quería condenar a mi existencia de nuevo, quería soñar con algo distinto, algo que incluyera a mi ángel.
Sentí la calidez de sus labios que me envolvían de la misma manera en que yo lo hacía, abracé su cintura. Estaba realmente feliz, por fin había tenido el valor de hacerlo, vencí mis temores y descubrí que las consecuencias eran lo que esperaba. Sentí como se alejaba lentamente. Dormí a la perfección el resto de la noche, con la seguridad de que lo seguiría viendo todo el tiempo quisiéramos.

 

 

Se podría decir que comenzamos una relación que tuvo solo una semana de duración. Haló mis cabellos oscuros y largos para que me acercara a él, pero no había una respuesta positiva de mi parte, tenía que decirle algo importante y eso me estaba me matando.

— ¿Qué te pasa? —Me preguntó consternado por mi seriedad.

—Mi mamá…quiere…ella quiere que nos mudemos de casa. Encontró una nueva al otro lado de la ciudad, está más cerca de su trabajo.

Me sentí un traidor al decirle todo de una vez, pero no me atrevería a mentirle o a irme durante el día para no despedirme. Bajó la mirada y se perdió en sus pensamientos. Le abracé sin recibir una respuesta inmediata de su parte, le pedí perdón desde el fondo de mi alma, todo lo que habíamos construido durante esos años se estaba desvaneciendo y esta vez aunque lo deseara no iba a regresar. No podía creerlo; estaba lastimando a la persona que amaba.

Busqué con miedo sus labios, para encontrarlos con los míos y el más profundo y puro miedo me detuve. Le repetí una infinidad de veces lo mucho que lo amaba, que no lo hacía por gusto. Lo tomé su camisa blanca y no le solté en toda la noche. Dormimos intranquilos porque al final del día yo ya no volvería a verle.
Antes de que llegara el amanecer él se levantó de mi lado, comenzó a caminar por toda la habitación, cuando le observé ir de un lado a otro era como si volviera a ver a ese niño vivaracho que siempre pedía por mi atención. Se detuvo y se colocó entre mis brazos. No se dejaba de percibir una sensación melancólica entre nosotros.

 

—Prométeme que volverás —Me pidió—. Prométeme que aunque hayan pasado demasiados años tú vendrás por mí, prométeme que no me olvidarás.

No dudé en hacerlo, le prometí cada palabra, cada sentimiento y que cada beso sería solamente para él. No había cabida en mi vida para alguien más.

 Sin embargo, no lo volví a ver. No lo olvidé, mantuve mi promesa. Nadie parecía llenar las expectativas que él me había dejado. Lo llevaba impregnado en cada parte de mí. Y con el pasar de los años me daba miedo regresar y no encontrarlo. Me gustaba soñar con él, envenenarme con mis propias fantasías.
Terminé mis estudios, conseguí un buen trabajo pero por dentro seguía siendo el mismo niño enamorado que esperaba a que llegara su ángel para jugar. Seguía siendo yo.

 

Esta mañana me he levantado siendo consciente de mis acciones y después de haberlas plasmado en estas hojas me encaminaré a mi antigua casa. De tan solo pensarlo me entraban las ansias de ir lo más pronto posible, pero esperaría a que comenzara la noche. Me daba miedo no encontrarlo o peor, encontrarle. ¿Y si no me perdonaba? Hice mal en todos esos años que no regresé, seguro que él esperaba a que yo lo hiciera. Me entraron unas ganas terribles de llorar, lo lastimé.

 

 

Manejé hasta mi casa, no estaba tan descuidada como creí que estaría. Desconocía si había sido habitada después que nosotros. El atardecer terminaba y eso de cierta forma me alegraba. Me dirigí hasta mi antigua habitación, todo estaba lleno de polvo, sentí como la nostalgia se apoderaba de mi cuerpo, esperaría día y noche, semanas, no me importaba, pero yo lo tenía que volver a ver.
Me senté en la orilla de la ventana, esperaba a que apareciera y mi frustración crecía al ver que nada pasaba. Merodeé por el resto de la casa y cuando regresé ahí estaba. Miraba por la ventana, prácticamente corrí hacia él y lo abracé, no me lo pidió, no me dijo nada pero me di cuenta de lo mucho que me hizo falta durante esos años vacios. Me aferraba a su cuerpo de la misma manera en que él a mí en nuestra despedida. Entonces todos mis recuerdos salieron de su frasco y no permití que regresaran. Esperó demasiado tiempo.

 

—Lo siento —Le dije.

—Sabía que volverías —Me contestó, no mostró un rostro molesto, me dejó ver una mirada nueva, había cambiado, ya no éramos unos niños. Su cabello estaba más largo, era increíble con un hermoso color castaño claro, mientras que el mío siempre estuvo oscuro. Se volvió más alto que yo, no era demasiada diferencia pero la notaba. Portaba un pantalón de vestir negro, en compañía de un saco de igual color, por debajo se veía una camisa blanca. Su aroma era perfecto. Él era perfecto. Entrelazó mis dedos con los suyos y supe que era real que cada uno de sus sentidos. Restregó su mejilla con la mía, estaba a su merced por completo, mi corazón estaba de vuelta al pasado.

—Kouyou —Pronuncié en un hilo de voz.

Nos fundimos en un beso, sentía como Uruha sonreía mientras tocaba la humedad de mi boca y yo la suya. Solamente existíamos en ese momento, en ese lugar, besándole hasta que llegara lo desconocido. “Bésame” Me pedía y yo lo cumplía, arrastré mis manos hasta su torso, su piel era tan delicada y me enamoraba aun más. No podía conformarse con solo un beso, me despojó de mi camisa, y yo de la suya, me dediqué a besar cada rincón de su pecho, bajando hasta su entrepierna desabroché su pantalón y me encontré con su erección, emitió un pequeño gemido cuando la atrapé con mi boca; mientras yo me movía para darle placer, él enredaba sus dedos en mis cabellos, lo estábamos realmente disfrutando. Después del orgasmo, Uruha se colocó en el suelo y me atrapó con sus piernas. Me atrevo a decir que fue la primera vez que entré en el paraíso. Cuando ya estábamos desnudos, atrapé su cintura y mi miembro se dirigió hasta su entrada, se aferró como nunca lo había hecho; me adentré a su cuerpo con el fin de recordarlo, para descubrir más sobre algo que todavía no me decidía.

 

Cuando terminamos nuestros cuerpos habían establecido la conexión anterior. Me acerqué a su rostro y le besé, cada vez que lo hacía una sensación indescriptible se apoderaba de mí, era yo el que no dejaba de sonreír. Apoyé mi cabeza sobre la palma de mi mano y le dije:

—Llévame contigo.

No dijo nada, se quedó serio, parecía estar buscando algo para decirme, comenzó a acariciar mi rostro e hizo un movimiento negativo con su cabeza.

— ¿Por qué no? —Le pregunté.

—No sabes lo que eso implica.

Tenía razón, estaba pidiendo algo imposible, pero era algo que deseaba y no podía alejarme de él y pretender por otros diez o veinte años. Eso sí era imposible. Comprendí que no podía irme para hacerle compañía, al menos no tan rápido, seguía tan obstinado que siguió negándose, en ningún momento de la noche discutimos, era lo que menos deseábamos hacer. La mañana estaba llegando, comenzó a vestirse y yo hice lo mismo. Llegué por su espalda y le besé las mejillas, me sonrió y noté como se elevaban sus labios en una forma graciosa.

—No me importa, no me iré de esta casa hasta que me aceptes.

Le dije antes de que se fuera, exclamó algo como “niño tonto” y comenzó a desvanecerse ante mi vista, me había desacostumbrado un poco a esa imagen. Pero eso era algo que pensaba cumplir. Esperaría el tiempo que fuera necesario.

 

 

Se desvaneció…mi ángel.


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