Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Rosas Secas. por Crosseyra

[Reviews - 88]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Autor: Yo, Crosseyra en su totalidad.

Disclaimer: El mundo de Kuroshitsuji y sus personajes no me pertenecen, son de exclusiva propiedad de Yana Toboso, la historia que se desarrolla en este fic es de mi completa originalidad y propiedad. Queda estrictamente prohibido el plagio parcial o completo de esta historia.

Aclaraciones generales: Fanfic Ciel Phantomhive x Sebastián Michaelis. Ambientado en la época Victoriana. No está fijado en ningún tiempo cronológico determinado tanto en el Manga como en el Anime, es decir, no es necesario ver más a profundo la serie y manga Kuroshitsuji para entender el Fanfic. (Solo se menciona una pequeña parte de la saga de "Jack el Destripador")

Este Fanfic también está publicado en "Fanfiction.Net" con el seudónimo de "Crosseyra" y en "Kuroshitsuji.forocreación.com" con el nombre de Usuario "Sonozaki Ino" y en ambos la historia sigue vigente y puesta en actualización de cada capítulo.

Notas del capitulo:

Bueno, vuerlvo yo denuevo para traerles el primer capítulo de mi fic "Rosas Secas". Es bastante largo a mi parecer para ser solo el primer capítulo y siento que esto no se toma como un prólogo.

La inspiración la encontré al recordar un florero que yace sobre la mesita de centro en la sala de estar de mi casa, la cual conserva un sinfín de rosas secas, hermosas a su manera.

Rosas Secas

by

Crosseyra.

Capítulo I: Una Velada, una pesadilla, nuestro infierno.


 

¿Cuándo había sido la última vez que le había tenido tan cerca? No lo recordaba, y su mente en esos momentos tampoco funcionaba correctamente como para ponerse a pensar en ello. Lo único que sentía era ese embriagador, cálido, abrasador y sumiso aliento combinado con su respirar que pactaba firme y delicadamente con la tersa piel de su cuello, dándole leves agasajos que estremecían su ser con parsimonia, tanto así que lo incómodo a esa situación desaparecía con premura de su cuerpo y mente.

Esa sonrisa que victoriosa y arrogante se mostraba ante su complacencia, no tenía escrúpulos sobre él, sobre aquel de grandes y desesperados ojuelos de un azul zafiro intenso, centelleante, luminarios, los cuales se fueron apagando después de aquella noche abastecida en ígnea lumbre colapsada en llamas.

¿Cómo llegó a pasar esto? Quién sabe. Tal vez solo se dejó llevar por el impío impulso inmoral al anhelo de lúbrico, agasajado por aquel que le arrastraba hacia el deseo con premura, cuando aún no había tocado nada que no fuera su aliento contra su tés en su cuello, o simplemente no tenía explicación coherente.

Había pasado todo tan rápido, tanto así que no se había dado cuenta en que minuto pasó de estar hablando con su mayordomo sobre una discusión que habían tenido días anteriores a encontrarse tendido sobre su propia cama con un demonio sobre él, pero sin que este le tocara un solo grisáceo cabello. No lograba entender que era lo que planeaba hacer Michaelis. Lo tenía tan cerca, pero tan lejos a la vez, ya que – ciertamente – la "charla" sobre el tema simplemente no había llegado a nada más que a esto y no tenía ninguna explicación coherente.

— ¿Qué rayos planeas hacer? — preguntó Phantomhive impacientado, mientras trataba – inútilmente – de esconder aquel sonrojo formado en sus mejillas de la expectante mirada escarlata de Sebastián, quien solo se dedicaba a atisbarle con un semblante ¿Entristecido? Así es, el mayor se le quedó observando apesadumbrado, con sus belfos semi-abiertos como queriendo articular palabra, pero nada salía de sus labios, nada…

Ciel abrió los ojos desmesurados al percatarse de tan – a la oscura vista en el lugar – imperceptible detalle en el rostro del hombre de azabaches cabellos vestido en elegante frac negro ¿Qué le sucedía? ¿No podía estar así por el "batallón" que habían tenido hace días atrás, o sí? Y pensar que todo comenzó hace exactamente cuatro semanas, al encontrarse por primera vez con él.

*Un mes antes*

Los molestos rayos del sol se colaban descaradamente por entre el fino velo de seda transparentado y el visillo color azul marino del mismo material, impactando ampliamente y con molesta destemplanza sobre el níveo rostro de Phantomhive, provocando que el mismo arrugara el entrecejo antes de abrir con incordio y desazón sus hermosamente azulinos ojuelos de largas y tupidas pestañas, haciendo una mueca de disgusto al ver que fue despertado por el astro engorrosamente luminoso y no por su mayordomo.

Se sentó en la cama resignado, dejando escapar de sus belfos un largo bostezo al momento de que comenzaba a estirar sus brazos y torso en notorios movimientos, despertando a su cuerpo adormecido para comenzar – nuevamente – con otro día de trabajo en los aposentos del Conde Phantomhive, su inmensa y gloriosa mansión a la cual podía llamar con cierto orgullo "su hogar".

Corrió con delicada parsimonia las rasas y sutiles sábanas blanquecinas de su cuerpo, para luego sentarse a orillas de la colcha esperando a que el endemoniado servidor suyo ingresara por la puerta y comenzara su labor de cada mañana, lo cual ya se había hecho bastante monótono a custodia del pequeño de grisácea cabellera.

Acto seguido, la puerta se abrió paso dejando entrar a aquel de escarlata mirada y cabellos negro azabache con el habitual carillo junto con su desayuno, quien al atisbar a su joven amo se sorprendió vagamente, para luego volver a aquella expresión cordial, regalándole una de esas sonrisas sin sentimiento a Phantomhive.

 Veo que ha decidido despertar más temprano de lo habitual, joven amo — mencionó en una leve reverencia en modo de saludo hacia el recién despertado, quien solo no se inmutó si quiera para hacer un simple gesto. Michaelis solo se dirigió a correr por completo el visillo del ventanal de la alcoba.

— No es eso, solo me desperté por los molestos rayos del sol — fue lo único que respondió, mientras su mayordomo se le acercaba, para luego comenzar a desabotonar su camisón de dormir con parsimonia, como siempre lo hacía.

— Entiendo — respondió Michaelis — Para hoy he preparado una ensalada de menta y salmón furtivo, como acompañamiento he elaborado campagne, scone y tostadas recién horneadas — le comunicó el menú a su amo, mientras quitaba su camisón de su cuerpo reemplazándolo por una camisa blanca, para luego tomar un corbatín color azul rey y pasarlo por alrededor de su cuello — ¿Cuál de estos acompañamientos prefiere para su desayuno, Bocchan? — finalizó Sebastián, mientras tomaba los usuales chaquetones del armario y se disponía a integrarlo en las prendas del día en el cuerpo del menor.

— Solo quiero las tostadas —.

— Como guste — se limitó a responder, mientras terminaba de arreglar el cuello de la camisa de Ciel, para luego disponerse a subir aquellas calcetas negras bajo la rodilla, y finalmente poner sus zapatos y dirigirse al carrillo, tomó la fina taza de porcelana importada de Royal Doulton para luego verter el té en ella — El té de hoy es Ceylon, espero que sea de su agrado — concluyó entregándole la taza de té humeante a Phantomhive, quien la recibió como siempre lo hacía.

— Está bien, ¿Qué hay para el itinerario de hoy? — se limitó a preguntar el pequeño de azulina mirada zafiro, mientras llevaba el borde de la taza a sus labios y tomaba un sorbo, así sucesivamente hasta que no quedara nada en la porcelana, para luego dársela a su mayordomo y salir rumbo a su despacho a concluir con toda la laboral del día.

— En media hora comienza su clase de esgrima, a las 9 a.m. tiene práctica con violín y piano, 11 a.m. debe asistir a su clase de Artes Visuales, 1 a.m. es la hora de su té de la tarde junto con su almuerzo, luego idioma universal, después debe ir a buscar los trajes que he mandado a hacer para la fiesta que la Marquesa Scottney dará en honor a la Señorita Elizabeth por su fiesta de cumpleaños y por último desde las 4 a.m. debe atender asuntos de las empresas Fhuntom — le comunicó de forma neutral, tanto así que aquella sonrisa – aparentemente – amable que tanto le caracterizaba se desvanecía sin emoción alguna, observando el caminar de su contratistasiguiendo su paso y, tal vez, lanzándole una que otra mirada despectiva por su arrogancia en momentos, algo tan característico de Ciel Phantomhive.

— Entiendo, la fiesta de Elizabeth es mañana en la mansión de la marquesa y el marqués de Scottney, así que prepárate para los sermones de Tía Frances sobre tu apariencia — musitó Ciel con cierto tono burlesco, mientras una sátira sonrisa se formaba levemente en su rostro, cosa que el mayordomo de la mansión Phantomhive notó, a veces Michaelis deseaba poder jugarle sucio a su contratista, pero eso iba en contra de las estipulaciones del contrato.

— Tendré sus precauciones presentes para mañana, joven señor — mencionó el oji-escarlata al abrir la puerta del despacho de su amo al hacer una leve reverencia, Ciel solo pasó de largo directo a su escritorio — Si me disculpa — fue lo único que dijo antes de abandonar la habitación en busca del desayuno de su joven señor.


El traquetear de las ruedas del carruaje siendo tirado por un par de hermosos y elegantes corceles de pelaje negro sobre la blanquecina tierra empedrada despertó el aburrimiento en el joven Conde, mientras el incordio por el viaje a la boutique de Londres en la cual estarían listos un par de trajes que su mayordomo había mandado a confeccionar se hacía presente con rapidez, calando en la mente de Phantomhive e impidiéndole adentrarse en sus cavilaciones sobre lo que seguía del día.

Ciel reprochaba mentalmente a Sebastián por haber ido a las boutiques a Londres y no haber llamado a Nina para que confeccionara un traje para él con anticipación, o por lo menos que haya ido solo a Londres, mientras que él se dedicaba a revisar los asuntos de las empresas. De cierta manera no era su culpa quitarle el tiempo para sus labores, era responsabilidad de Lizzy al enviar la invitación con dos días antes de la celebración y eso impediría confeccionar un traje en tan poco tiempo, pero Sebastián se las había arreglado bien.

Atisbó sosegado por el vidriado del carruaje, contemplando con desinterés la arboleda que se alzaba a márgenes del señalado camino, matizada en tonos negros, verdes, un poco de amarillo seco y rojizo polveado, dejando en el camino cientos de árboles, cada vez más.

— Y pensar que Sebastián es un demonio bajo mis órdenes… aún así presiento que el día en que todo termine llegará pronto, aún sea devorando mi alma… o a manos de alguien más — musitó el pequeño Conde por lo bajo, dejando escapar un resignado suspiro, en su infancia era alguien devoto a Dios, pero luego de esa noche sintió que jamás hubo alguien protegiéndole desde lo alto de una especie de "Reino celestial" o un "Olimpo" si se habla de religión Helénica.

Una parte de su mente se aferraba a la poca fe que iba desapareciendo con premura, reiterándose mil veces que su Dios le ayudaría a escapar de todo aquel infierno, pero aquella parte que salió victoriosa le gritaba a cada momento palabras de la cruda realidad "¿Dónde está tu Dios ahora, Ciel? ¿Dónde? ¡¿Dónde se metió tu maldito Dios? Él no pudo abandonarte, porque ¡Él no existe!"

Fue allí, justo en el momento en que dejó de creer en su supuesto "Dios" que su actual mayordomo hizo acto de presencia, mostrándose en su verdadera forma demoniaca, ya que él mismo le había convocado, mientras estaba preso dentro de esa jaula, mientras servía como sacrificio a sus captores de antaño, dispuesto a realizar aquel contrato que lo mantendría ligado a él.

—" Una vez hecho el contrato, jamás vuelves a escapar del demonio, una vez hecho el contrato, nunca se vuelve a recuperar lo que se pierde… tú alma" — fueron las palabras que su mayordomo pronunció, dándole a entender aquellos importantes detalles que cada contrato tiene, algo así como "la letra pequeña" — "Seré tu sombra… hasta el final" —.

— Joven Amo — parló el oji-escarlata, mientras abría la puerta del hermoso carruaje negro, sobresaltando de antemano a su pequeño señor, quien mostraba cierta expresión desconcertada por tan repentino despierto de sus ensoñaciones de hace años — Joven señor… ¿Se encuentra usted bien? — volvió a hablar el mayor con preocupación al ver que el Conde no movía ni un músculo, manteniendo la mirada fija en él.

Ciel parpadeó un sinfín de veces, como si quisiera que su mente volviera a su cuerpo, ya que – ciertamente – se encontraba en otra parte lejano a su presente, para luego volver a recobrar el habla.

— S-Sí… No es nada — dicho esto se dispuso a bajar de su transporte con ayuda de su fiel siervo del infierno, para luego alzar la mirada. Estaban frente a una calle Londinense en la cual se situaban todas las boutiques y tiendas de costureros de la zona, mientras que – no muy a lo lejos – se podía divisar el "Big – Bang", la gran torre del reloj de Londres — A veces los recuerdos pueden traerte detestables respuestas… marcan la hora de tu muerte con grandes campanadas como un reloj de péndulo, irónico — musitó el menor – claramente – para sí mismo aún atisbando aquella gran torre de la cual muchos Londinense se sentían orgullosos.

— ¿A qué se deben tales suposiciones, Bocchan? Si me permite saber — preguntó el mayor, quien por su agudizado oído había escuchado lo que había musitado Ciel para sí mismo. Phantomhive volteó mirándole directamente a los ojos, para luego negar con la cabeza.

— Solo cosas que pronto sucederán… puede que pronto puedas reclamar mi alma —.

— ¿Por qué lo dice? —.

— Porque es la verdad — concluyó el pequeño Conde al comenzar a caminar por la calle dando como terminada la corta conversación, dejando a un insatisfecho demonio que tenía como mayordomo. Si bien era difícil lidiar con un niño como Ciel, tratar de adivinar sus pensamientos como Michaelis acostumbraba a hacer con otros le era casi imposible, ya que el pequeño Phantomhive tenía una mente bastante compleja e interesante, sería divertido poder entrar alguna vez en el intelecto de su joven señor.

Suspiró, para luego seguirle el paso a Ciel quien si quiera sabía en qué dirección ir, o más bien a que tienda entrar, a decir verdad no salía mucho de la mansión si no era para ir a investigar un caso que la Reina le había encomendado, a festividades en las cuales estaba expresamente obligado a asistir o a su mansión en Londres por diversos motivos. Su vida daría era bastante monótona aún teniendo a un demonio como mayordomo, al parecer eso era lo único relevante y que sobresalía de su vida diaria; y a decir verdad tampoco le tomaba mucha importancia.

Sebastián apresuró el paso para guiar a su pequeño amo hacia la boutique correcta, quien solo bufó ante esa acción por la latente mirada burlesca que Michaelis llevaba pintada en su níveo rostro. Era cierto que su fiel servidor trataba de adelantarse a todo, quien trataba – de una manera u otra sin contradecir las estipulaciones decretados en el contrato – llevar el control entre su extraña y peculiar relación, cosa que – por el ingenio de Phantomhive – no lograba muy a menudo, casi nunca a decir verdad.

Entraron al despacho del costurero, quien al percatarse de la presencia de ambos, regresó a la parte posterior de la tienda en busca del pedido. ¿Cómo lo supo? Porque reconoció de inmediato el rostro de su mayordomo y aquella particular sonrisa que aparentaba ser amable en su expresión. Ciel solo bufó resignado.

— Bien, creo que la descortesía de ese hombre nos evita los saludos y presentaciones, así podremos volver a la mansión los más pronto posible — dijo el menor, mientras se cruzaba de brazos adoptando una pose arrogante lanzando cierta mirada despectiva al lugar, lo cual el mayordomo no le encontraba sentido, ya que aquella boutique era la mejor de Londres, o eso era lo que expresaban las críticas.

— ¿Le ha molestado que el costurero siquiera le haya saludado como esperaba? — dijo Michaelis con cierto tono burlesco, costumbre del demonio en este tipo de situaciones. Ciel negó con la cabeza.

— Para nada, como dije, eso nos ahorra tiempo —.

— ¿Se siente ansioso por volver a la mansión a atender asuntos de las empresas Fhuntom? —.

— No, es porque simplemente no me gusta salir de la mansión y tú lo sabes — dijo atisbando con cierto desazón al mayor — No entiendo el porqué me has traído a mi también a reclamar los atuendos si perfectamente pudiste haber venido solo — finalizó con molestia, mientras caminaba hacia la salida dispuesto a esperar a fuera, pero fue detenido por una delicada y refinada mano sobre su hombro.

— Por favor, Bocchan, es bueno que de vez en cuando salga de la mansión a orearse un poco, y le pido cortésmente que espere dentro del lugar, puede sucederle algo — musitó guiando con su enguantada mano al pequeño Conde hacia el interior de la boutique nuevamente, lo cual Phantomhive tomó como si su mayordomo lo estuviera tratando como un crío, algo que le enfureció de sobre manera.

— Basta, no me trates como a un niño de cinco años — dijo zafándose del agarre que el mayor tenía sobre sí, mientras le miraba con un semblante colerizado. Era irritante, ya que Ciel se empeñaba en estar a la altura de un adulto y rivalizar con los demás miembros de la sociedad aristócrata y quien supuestamente tenía que ayudarle en eso se dedicaba a solo verle como a un crío que necesitara cuidados especiales.

— Joven señor, no lo tome de esa manera. Si bien sabe, usted es un prodigio para meterse en problemas, no es que lo interprete como a algo que, claramente, no es — se defendió el oji-escarlata al cabo de la acción repentina de su amo, atisbándole sosegado, sin cambiar su expresión neutral en lo absoluto, no tenía el porqué hacerlo.

— No te tomes la molestia de excusarte. Pronto te desharás de este crío a cabo de tus manos o las de alguien más — musitó con enfado el menor, al percatarse de que el hombre dueño de la tienda se hacía presente y, de paso, quitarle la oportunidad al demonio de preguntar por ese "alguien más" con un semblante claramente sorprendido.

Ciel se dirigió al canoso señor de barba, quien le extendía el pedido cortésmente con un semblante cordial, el menor ignoró su expresión, le arrebató literalmente los trajes de las manos, dejó caer una pequeña bolsa con monedas de oro que – si bien sabía – contenía mucho más que el valor de los atuendos confeccionados, se dirigió a su mayordomo lanzándole el paquete con los ropajes directamente a sus enguantadas manos sin atisbarle, para finalmente salir de la boutique por sí solo en dirección al carruaje azotando la puerta tras de sí.

Michaelis siquiera movía un solo músculo ante la actitud repentinamente agresiva y violenta que había adoptado su amo, ya que no eran ese tipo de pataletas que lo avergonzaba simplemente sin hacer escándalo alguno. Había sido testigo de la primera vez que el pequeño Conde, en los años que le había servido como su mayordomo, se hubiera colerizado tanto a tal punto de azotar todo a su paso irradiando una mefistofélica y colérica aura. Estaba claro que Phantomhive estaba afectado por algo, no solo por lo recién ocurrido, sino por sus suposiciones y su actitud esta última semana; y – como fiel siervo de Ciel – era el deber del oji-escarlata averiguar sus inquietudes.

Por último, decidió alcanzar al pequeño Conde antes de que le sucediera algo ante la imprudencia que producía sus furibundas acciones.

Por otro lado, el pequeño de grisáceos cabellos tocados en azul y de ojuelos de un color azul zafiro intenso caminaba a pisotones pasos hacia el carruaje que esperaba al final de la calle, mientras mascullaba cosas "inapropiadas" hacia su mayordomo con fatídico desazón.

Llegó al final de la calle, se aproximó con destemplanza hacia su transporte, atisbó por eternos segundos aquellos ojos ennegrecidos que poseía uno de los finos corceles, era como si se miraran mutuamente y se hablaban sin siquiera dejar salir una sola palabra, era mudo vocablo entre ambos. ¡Genial! El chico se estaba volviendo loco ¿Qué un caballo le hablara? Sí, claro, como si eso fuera posible. Desvió la mirada despectivamente, para luego abrir la puerta y entrar en el carruaje.

— Como odio esto, como odio pensar en ello… — musitó para sí mismo cruzándose de brazos y hundiéndose en el asiento de fino terciopelo. Si Ciel a simple vista se veía pequeño, ahora aparentaba ser mucho más enano e infantil, ya que – claramente – estaba haciendo una especie de "rabieta" a la cual no acostumbraba ni frecuentaba en lo absoluto.

¿Se estaba haciendo a la mentalidad de un niño? Probablemente no, era solo que ese maldito demonio le sacaba de sus casillas llamadas "autocontrol", pero si llegara a estar presente aquella posibilidad, lo remediaría de inmediato, no iba a comportarse como un niñato a estas altura de su desempeño.

Sintió como pasos se acercaba al carruaje, dedujo que era Sebastián, supuso que abriría la puerta y le preguntaría ciertas cosas que claramente le divertían, tanto así como preguntas que le descolocaban o comentarios que le abochornaban, a la vez que le enfurecían. Sí, por ahora no quería tener a ese demonio cerca.

Pues nada pasó, solo se percató de cómo dejaban los atuendos en la parte posterior de su transporte, mientras que el demonio se dirigía hacia enfrente a tomar los estribos y emprender viaje de vuelta a la mansión, dejando a un Ciel completamente colerizado.


Había pasado el día tan rápido que no se había dado cuenta en el momento en que ya estaba en su alcoba, mientras que su mayordomo procedía a despojarle de sus ropas cotidianas para reemplazarlas por el singular camisón blanco que frecuentaba como pijama. El silencio embargaba cada parte de la elegante y refinada recámara del oji-azul, la incomodidad y el desconforme calaban en su cuerpo, ya que normalmente Michaelis le informaba cosas que debía hacer mañana, comentarios sobre sus labores del día o algo trivial, pero esta vez no era nada, absolutamente nada, silencio total.

— Ya basta, dime que es lo que te preocupa — parló el menor con seriedad haciendo que el de azabaches cabellos alzara la mirada aún abotonando los últimos botones de su blanco camisón, mientras clavaba al instante sus ojos escarlata en los azulinos del menor, cosa que logra estremecer un poco a Ciel.

— No sé de qué habla, Bocchan — respondió al erguirse luego de terminar con su labor en los ropajes, dispuesto a arropar a su amo bajo las sábanas, quien se negó rotundamente.

— Dímelo, es una orden — mostrando el sello del contrato en su ojo derecho bajo el flequillo de su cabello, Sebastián se resignó pronunciando las usuales palabras "Yes, my lord".

— ¿Le preocupa algo, joven amo? ¿Hay algo que le esté atormentando últimamente? — preguntó el mayor, regalándole una mirada evidentemente preocupada al menor, quien le miró alzando una ceja en forma de interrogaciónPhantomhive sabía a qué iba todo, pero simplemente no estaba de ánimos para lidiar con ello, ni contarle las razones de lo mismo a aquel demonio.

— ¿Huh? ¿A qué te refieres? — dijo desviando la mirada al momento de que se encogía de hombros como si nada estuviera pasando.

— Me refiero a su actitud tan… diferente estos últimos días ¿Le inquieta algo en particular? — Aclaró preocupado, mientras se acercaba en un impulso imprudente al menor, sentándose a su lado a orillas de la colcha de la cama, a lo cual Ciel, inexplicablemente, no refutó.

— ¿Quisiste decir "a la actitud tan fatídicamente infantil que está adoptando, joven amo"? Pues no te preocupes, no tendrás que soporta eso por mucho tiempo más — musitó sin atisbarle directamente, no quería tener que ver aquella sonrisa burlesca que – probablemente – el mayor llevaría pintada en su níveo rostro.

— Bocchan, no quise que interpretara de esa manera lo que le comenté en Londres, simplemente lo hice por su seguridad — volvió a responder defendiéndose de las nuevas acusaciones que el pequeño Conde estaba ejerciendo en su contra, pero no le molestaba en lo absoluto, es más, le encontraba la razón pensando que – por la personalidad de su amo – debió haber seleccionado las palabras usadas con más cuidado.

— Sí, claro, y yo soy un Vizconde de cabello dorado hasta los hombros y de un engreimiento y egocéntrica insuperable —.

— Joven amo ¿Se está comparando con el Vizconde de Druitt? — formuló el oji-escarlata alzando una ceja, a lo cual Ciel se tensó considerablemente al recodar a tan pervertido sujeto. Claramente se había dejado llevar.

— Tsk… No, no me recuerdes a ese depravado — refutó el joven Conde con una mueca de aversión dibujada en su rostro, mientras sus músculos se tensaban provocando cierto escalofrío desagradablemente indeseado a sus espaldas al mencionar a dicho Vizconde.

De improviso el oji-escarlata comenzó a masajear los hombros y cuello del menor, al percatarse de la rigidez en el cuerpo del mismo al nombrar al sujeto. Lo entendía perfectamente, ya que las experiencias que había tenido Phantomhive con susodicho tipo no fueron para nada gratas, especialmente al relacionarse con el caso de "Jack, el destripador", pensando que él podía ser el culpable, pero a decir verdad los verdaderos responsables de los asesinatos de aquellas prostitutas era Madame Red o "tía Ann" y cierto Shinigami de cabello rojizo que resultaba ser extremadamente molesto para ambos, más para Michaelis que para Ciel.

— ¿Y bien, joven amo? ¿Va a responder a mis dudas? — planteó nuevamente el demonio, a lo cual el menor suspiró.

Se deshizo de aquellos amenos agasajos que recibía por parte de Sebastián, para luego correr las sábanas y adentrarse en su adorada y acogedora cama, enrollándose – literalmente – en la tela de seda blanquecina, para luego darle la espalda a cierto demonio que tomaba el rol de un mayordomo en la mansión Phantomhive.

— Soñar es tan molesto, los humanos sueñan, pero yo solo me desvelo en un desconcierto e incertidumbre cada vez que lo hago, lo cual se ha hecho bastante frecuente… como lo detesto —.

— ¿Está volviendo a tener pesadillas, Bocchan? — por segundos el menor guardó silencio.

— Cómo lo detesto… — fue lo único que respondió, antes de cerrar sus párpados hundiéndose en los brazos que Morfeo le extendía, Ciel solo se regocijó en ellos con cierto rencor, ya que cada vez que lo hacía… "soñaba".

Cuando el mayor estuvo seguro de que Phantomhive se había quedado profundamente dormido, le atisbó sosegado, acercándose con parsimonia a él.

— Descuide, Bocchan, yo siempre estaré a su lado… hasta el final — susurró por lo bajo, mientras posaba una de sus enguantadas manos sobre el sedoso, terso y alborotado cabello color grisáceo que Ciel poseía, acariciándolo con suma delicadeza, atisbando con cierta pisca de ternura al niño que dormitaba frente a él, para – finalmente – silenciar las velas llameantes posadas en el candelero y salir de la recámara directo a su propia habitación, sin antes musitar un "Buenas noches, Bocchan".


El carruaje avanzaba un tanto tambaleante sobre el empedrado camino, mientras cierto chico de azulino mirar atisbaba ciertamente desganado el extenso paisaje que se alzaba con gloria y supremacía contrastado por la luminosidad que los rayos del sol le otorgaban, el cual ya casi se ocultaba en el horizonte. Ya estaban por llegar a la mansión Middleford.

Luego de unos quince minutos el carruaje tirado por aquellos dos corceles de esquicito pelaje negro se había detenido frente a la entrada de la gran mansión, mientras un sinfín de demás invitados se colaban por entre las puertas del hogar de su prima con sus mejores ropas, cosa que Ciel – simplemente – ignoró por completo, esas cosas eran solo temas que ni le interesaban en lo absoluto.

La puerta del carruaje se abrió dejando ver a cierto hombre de azabaches cabellos, quien dio paso a que su amo bajara del transporte para adentrarse en la mansión del marqués y la marquesa de Scottney.

— Sebastián ¿Se puede desertar? — dijo Ciel, rasgando el silencio formado entre ambos, atisbando hacia toda dirección muy disimulado, preparándose para regresar rápidamente al carruaje y emprender su milagrosa huída de los aposentos de su prima y prometida, quien – no muy a lo lejos – le buscaba con la mirada.

— Me temo que no, joven señor. Y si pudiera no podría dejar que se permitiera ese lujo, un caballero jamás escaparía de su prometida — musitó el mayordomo de fascinante escarlata mirada, mientras negaba con la cabeza ante la petición del menor, quien solo arqueó una ceja en clara señal de fastidio ¿Ahora iba a decirle que era lo que debía hacer y lo que no?

— Estamos hablando de Lizzy, de Elizabeth Middleford —.

— Bocchan, si me permite agregar, fuera de eso la señorita Elizabeth sigue siendo su prometida. Y el joven amo, como el caballero que es, la acompañará en su fiesta de cumpleaños — concluyó Michaelis al percatarse de que la menor de los Middleford los había visto y se acercaba corriendo hacia ambos para abalanzarse – especialmente – sobre Ciel, quien solo rogó por falta de oxígeno ante el potente abrazo que la muchacha ejercía sobre su frágil cuello.

— ¡Ciel! ¡Ciel, Ciel, Ciel! ¡Qué bueno que estás aquí! — pronunció entusiasmada la pequeña de rubios y rizados cabellos tomados en dos coletas y de ojuelos color esmeralda preciosos, los cuales solo atisbaban con patente entusiasmo y felicidad al pequeño de grisácea cabellera y ojuelos zafiro intenso.

— L-Lizzy… m-me asfixias… — parló el pequeño Conde a cuestas de la falta de oxígeno que empezaba a embargarlo, cobrándole el habla y el aliento por el fuerte abrazo proporcionado por su prometida.

— Señorita Elizabeth, creo que el joven amo se está ahogando — le comunicó calmadamente el demonio a la muchacha, ya que sabía que con solo decírselo la rubia entendería. Y – como había previsto Michaelis – la hija de la marquesa había aflojado el agarre permitiendo la entrada de oxígeno a los pulmones de Phantomhive.

— Lo siento mucho, Ciel, creo que me dejé llevar demasiado — se disculpó apenada la chiquilla. Ciel solo hizo ademanes dándole a entender que no había problema, ya que – por los años que conocía a su prima – ya estaba más que acostumbrado a las reacciones de la misma al verle ya sea en su mansión como en la de los Middleford, o en cualquier otro evento en el que asistan juntos como la pareja que eran.

— Es bueno verte, Lizzy, te ves más hermosa que nunca… y feliz cumpleaños — dijo el menor por cortesía, ya que no podía simplemente saludarla y entrar a la mansión. Siendo un día especial para ella, debía de adularla y darle halagos lo más frecuente posible, para que así se sintiera dichosa y feliz, como todos querían.

— Muchas gracias, Ciel — musitó la pequeña con un leve rubor en sus pómulos visible tanto para el amo como para su mayordomo.

— Señorita Elizabeth, si me permite, debo admitir que esta noche se ve esplendida — le halagó también el demonio haciendo una leve reverencia, tan solo por cortesía y sus deberes como mayordomo de la casa Phantomhive. La muchacha solo sonrió a gusto.

Luego de unos quince minutos de presentaciones con los demás invitado, obviamente con su prometido tomado del brazo como era habitual, la marquesa de Scottney, Frances Middleford llegó a un lado de los jóvenes para saludar a Ciel y a su – para ella – desdeñado e indecente mayordomo.

— Veo que te has presentado, Conde Phantomhive, y al parecer has traído al indecente de tu mayordomo — ante el último comentario, se asomó una pequeña vena en la sien de Michaelis, quien simplemente trató de ignorar el comentario esperando a que la marquesa le hiciera arreglarse el cabello como a ella le gustaría que lo tuviera.

— Tía Frances — saludó Ciel con una pequeña reverencia.

Atisbó al mayordomo con una ceja alzada y arqueada, estaba claro que se vendría el sermón sobre apariencias, pero fue todo lo contrario, bueno, en parte no sucedió.

— Por ser el cumpleaños de Elizabeth pasaré por alto tu apariencia, mayordomo — musitó ciertamente altiva, en un tono arrogante casi imperceptible para oídos humanos, pero si para aquellos demoniacos. Sebastián solo se limitó a reverenciarse ante la marquesa.

— Agradezco su consideración, marquesa, es un honor para un simple mayordomo —.

— Bien, Ciel, me alegra que estés aquí junto con mi hija. Te advierto que te mantengas alejado de mi hijo, Edward, al parecer está con un ataque de celos por Elizabeth —.

— Tomaré en cuenta su advertencia, tía Frances. Si nos disculpa, yo y Lizzy aún tenemos que saludar a los demás invitados — el pequeño Phantomhive se inclinó cortésmente, a lo cual la marquesa asintió con la cabeza, para luego alejarse para recibir a los recién llegados a los aposentos de los Middleford, Ciel solo suspiró.

Por inercia el menor giró levemente su cabeza hacia la entrada, posando su mirada en los invitados los cuales saludaban con cordialidad a la esposa del marqués de la mansión, lo cual le recordó a una de aquellas fiestas que sus padres daban invitando a los rostros conocidos en la aristocracia, pero se quedó helado al percatarse de quien era aquel que cruzaba la puerta de entrada de la mansión. Un escalofrío recorrió el cuerpo del menor.

¿Cómo era posible… que él estuviera allí, en la fiesta de su prometida?

Notas finales:

Fin del primer cap.

Este es mi primer fic de Kuroshitsuji, ya había hecho un par de One - Shots hace algún tiempo (El primero lo hice a finales del 2011, prácticamente), pero las ansias de hacer un fic me ganaron , así que aquí lo tienen.

Espero que haya sido de su agrado y agradezco de corazón que se hayan tomado la molestia de leerlo.

Si pueden dejen review, no hay nada más satisfactorio para una escritora el ver que su trabajo haya dado frutos y sea el agrado de alguien.

Sin nada más que decir, me despido.

Atte: Crosseyra/Ino.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).