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Rosas Secas. por Crosseyra

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Notas del capitulo:

Bueno, yo de nuevo con el siguiente capítulo de este fic, espero que sea de su agrado ^^

 

 Rosas Secas


by

Crosseyra



Ese cabello largo, sedoso y terso que le llegaba hasta los hombros, de un dorado tan intenso que parecieran finos hilillos de oro puro, de tés ciertamente bronceada, ojos de un color púrpura violáceo y de gestiones finas y altivas. Aquel escalofrío tan particular se hizo presente a espaldas del pequeño Conde, mientras abría los ojos desmesuradamente al percatarse de aquella presencia de tan desagradable persona.

E-El… V-Vizconde de Druitt — parló a cuestas del desconcierto, el escalofrío y el desagrado que le embargaba hasta lo más recóndito de su ser, calando en sus huesos con premura provocando que se dirigiera a su mayordomo tambaleante y en patente vacilación. Sus piernas no acataban sus órdenes como era habitual, sino que simplemente efectuaban la acción de caminar erróneamente.

Sebastián atisbaba en sosiego y con cierta duda a su joven amo, para luego alzar la mirada y encontrar la razón de tan catalítico y vacilante actuar en el pequeño Phantomhive, aquel sujeto perversamente pervertido se encontraba como uno de los tantos invitados a la fiesta, pero la duda que embargaba tanto a amo como a mayordomo era el quién pudo haber invitado a semejante sujeto.

Joven amo, tranquilícese, el Vizconde no le reconocerá con su fachada… — el oji-escarlata dudo un poco al buscar las palabras correctas — masculina, recuerde que la última vez le conoció como la sobrina del campo de Madame Red y no como el Conde Phantomhive — trató – inútilmente – Sebastián de sosegar a su amo apaciblemente, pero como era de esperarse, Ciel tensó sus músculos tanto que la rigidez de su cuerpo era perceptible hasta en sus ropajes, cosa nada agradable para él.

De improviso sintió como Lizzy le jalaba casi a rastras en busca de un pastelillo en una de las adornadas consolas en donde yacían esquicitos y apetecibles alimentos preparados por el chef de la familia, haciendo que se alejaran de la notable efigie de cierto hombre de rubia cabellera. Por primera vez Ciel agradecía con fervor y devoción a su prometida por llevarle a rastras a algún lugar imprevisto, alejándole de lo que le estaba comenzando a atormentar fatídicamente.

Si bien se sabía, debía de haber alguien que hubiera invitado al sujeto de mirada violácea o simplemente el marqués o la marquesa de Scottney estarían relacionados amistosamente con cierto Vizconde.

Ciel se encogió de hombros al sumirse en sus cavilaciones, Sebastián ayudaba a Elizabeth con la selección de bocadillos puestos sobre la adornada y deleitable mesa, sugiriéndole elecciones a petición de Lizzy, ya que – según ella – Sebastián tenía un “excelente paladar” y una muy buena mano en la cocina. Lo último no lo iba a replicar, pero que ¿Ese demonio tuviera buen gusto? Una completa falacia, ya que él mismo sabía perfectamente que ese hombre en frac negro no era de degustar comida humana.

Aprovechando la distracción de su prima y el desinterés en su mayordomo, Ciel se encaminó a paso lento y firme hacia la segunda planta de la mansión, atravesando con parsimonia el hall directo a las tapizadas escaleras en fino terciopelo rojizo granete, junto con un barandal dorado en el cual el joven Conde aferró sus manos para subir dichos escalones, no le haría mal inspeccionar un poco el lugar, con tal de mantenerse alejado de la visión de Lizzy, las irritantes y burlescas sonrisas de Sebastián y la presencia indeseada del Vizconde, para él estaba bien.

En un santiamén se encontraba recorriendo con cierta curiosidad el pasillo de las habitaciones de invitados, no se permitiría indagar más allá que fuera ya propiedad personal de los ocupantes de dichos aposentos de los Middleford, sería un acto – claramente – descortés y procaz de su parte, por lo que solo se conformo con observar el decorativo en la mansión.

Atisbó con cierto desinterés el adornado en los visillos de un gigantesco ventanal, los cuales estaban desplazados a los costados del vidriado dejando que el tenue e imperceptible platino de la luz de la Luna iluminara por completo aquella parte expuesta, marcando las finas divisiones en el marco del ventanal en sombras pintadas en los tabiques de dicho pasillo.

Siguió avanzando, percatándose de cómo su sombra se deslizaba a su ritmo por la pared a un costado del pasillo, recordándole de golpe aquellas palabras que su mayordomo le había dicho.

“Seré tu sombra… hasta el final” — un escalofrío recorrió su espalda, desde la parte baja de la misma hasta su nuca, advirtiendo cierta incomodidad y estremecimiento en el cuerpo de Phantomhive, ya que – estaba más que seguro – que alguien a sus espaldas le seguía al mismo ritmo de su paso y andar, quitándole esa grata sensación de soledad que había tenido minutos antes, probablemente era Sebastián.

Se encogió de hombros, tarde o temprano el mayordomo se cansaría de seguirle el paso sin un destino y le abandonaría dejándole en la soledad que – inicialmente – estaba buscando.

Siguió avanzando por el pasillo, atisbando en sosiego algunos detalles decorativos que lograban llamar su atención a pesar de la simplicidad del lugar. Realmente se imaginó algo más decorativo y “lindo” – como le llamaba Elizabeth – en el lugar, siendo que esta era la casa en que Lizzy pasaba la mayor parte del tiempo, era extraño que no estuviera todo rodeado de listones de colores claros, cintas, moños, peluches, algo esponjoso e infantil, en fin, que no tuviera nada de los gustos de Elizabeth. Si bien sabía que este era un simple pasillo que daba a las recámaras de invitados – conociendo a su prometida – no le importaría en lo absoluto el hecho de que fuera recorrido por visitantes, simplemente lo adornaría como ella quería.

Siguió avanzando hasta el final, donde se encontró con unas amplias escaleras que ascendían en forma circular por una especie de “torre”, la cual – a simple vista – aparentaba tener una altura equivalente a catorce pisos de una edificación, y todo eso era solo la distancia a recorrer en los escalones.

La curiosidad le corroía por dentro, calando en sus huesos con premura, esa curiosidad que hace años no sentía, especialmente por el qué era lo que estaría al final de aquellas interminables escaleras, tal vez nada en especial, tal vez un paisaje hermoso o simplemente aquellas reliquias que son de admirar y las exponen al mundo.

Sin más que cavilar, el pequeño Phantomhive comenzó a ascender por aquellas singulares escaleras, sabía que se cansaría a un cuarto de escalones por lo que demandaba su estado físico tan… malo, pero eso no fue impedimento para que se diera el impulso de indagar mucho más en la mansión de los Middleford, al final nada raro podía estar esperándole al final de su recorrido.

Por otro lado el mayordomo le observaba ciertamente divertido con la curiosidad que había vencido a su joven amo, lo cual hizo que una mordaz sonrisa naciera de sus cincelados labios tan níveos como la cellisca.

Luego de haberse zafado de la menor de los Middleford, el demonio se percató de que su joven señor subía las escaleras que se encontraban al final del vestíbulo, ignorando por completo que el hecho de que los invitados pasaban al salón comedor para comenzar con la cena provista por la marquesa.
Como el mayordomo de la casa Phantomhive, era su deber el advertir a su señor de esta situación, por lo que decidió seguirle a paso rápido. No sería bien visto ni bueno para la reputación del menor que este se ausentara en el brindis en honor a la señorita Elizabeth, su prometida, pero le era más que divertido ver a su señor invadido por la curiosidad. En estos momentos, el Conde Ciel Phantomhive… parecía un niño.

Siguió su paso con parsimonia al ver que Ciel había desaparecido de su campo visual subiendo aquellas escaleras ascendentes en forma de caracol, una sátira y socarrona sonrisa surcó sus labios con plena lascivia sabiendo que muy pronto el menor se cansaría y volvería a cuestas de su respirar.
Esta noche no podía ser más divertida para el endemoniado mayordomo.


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Si no fuera por su patente petulancia e ínfulas de preeminencia, el pequeño Conde se hubiera arrastrado – literalmente – por los escalones cuesta arriba por el peso del cansancio que llevaba a cuestas de su falta de aliento. Si bien sabía que el trayecto era largo, jamás se imaginó que aún así seguiría luego del cuarto de escalón, su estado físico no se lo permitía con tanta destemplanza y menos de una torre edificada que aparentaba tener una altura de catorce pisos, tal vez eran más, tal vez eran menos, pero a simple vista se podría decir esa cantidad.

Sentía que el oxígeno le faltaba, se ahogaba casi a cada eterno segundo, sus piernas vacilaban dolientes y apesadumbradas, el anhelo de algo líquido que pudiera rehidratarle le delataba a la sequedad de su garganta y la extenuación y lasitud le orillaban muchas veces a desertar de su cometido, pero siempre se mantenía firme en una pose arrogante, ya que sabía que ese demonio a sus espaldas debía de estar soltando un sinfín de mordaces y acres carcajadas de escarnio a su persona. O sí, conocía perfectamente a su mayordomo como para saber eso, era lo que Michaelis frecuentaba a hacer en ese tipo de coyuntura.

Sus ojuelos zafiro pudieron percatarse de cómo la luz de la luna daba de lleno en el costado izquierdo de una de los empedrados tabiques de la torre, delatando al instante que ya estaba casi por llegar al culmine de escalones, a lo más alto de la edificación.

Si bien había cavilado sobre un posible hermoso paisaje, lo que podía admirar en plena complacencia y satisfacción no se le comparaba en nada por donde se le viera. Pareciera que fuera una galería común y corriente, pero solo al asomarse un poco por entre el barandal de seguridad una inmensa gama de rosas de tersas y blanquecinas corolas contrastadas por la pálida luminosidad de la esfera platina alzada en el ennegrecido e interminablemente estrellado Cielo se extendía por un perenne jardín, y lo más admirable era el hecho de que aquellas florecillas tomaban la forma de un majestuoso alado volátil, pareciera ser un hermoso fénix de plumaje platinado.

Hermoso — susurró Phantomhive para sí mismo, aún con aquella hermosa efigie de rosas adjudicando gran parte de su mente, sin siquiera percatarse de que tras de sí una retorcida, jactanciosa y burlesca sonrisa surcaba el rostro de aquel de azabaches cabellos y ojuelos escarlata, disfrutando de la inocencia que el menor mostraba en esos trises.

Sí que lo es, y he de agregar que las flores usadas son las favoritas de Bocchan, las fragantes rosas “Jardins de Bagatelle” — comentó su mayordomo a sus espaldas, sobresaltando un poco al menor al estar tan centrado en la extensa y hermosa rosaleda que preludiaba a los pies de la espigada y prominente torre, provocando que Ciel girara levemente su rostro hacia el demonio con cierto recelo por haber interrumpido su contemplación.

¿Desde cuándo estás ahí? Creí que ya te habías hastiado de seguirme el paso — murmuró Phantomhive con fatídico incordio y gaita, al apartar su mirar del níveo rostro del mayor para volver a posarlo en el extenso y bellísimo vergel a custodia del oji-azul.

Para nada, es mí deber como mayordomo el seguir a mi joven amo a donde quiera que él vaya… hasta el final — repuso el oji-escarlata con serenidad y bonanza, mientras se acercó tres pasos a su contratista de cierta manera lasciva, cosa que el Conde pudo percibir.

Sí… eso pensé — dijo Ciel con abulia al centrar su mirar en el jardín, sin prestarle el mayor interés a las palabras dichas por Sebastián, quien se dio cuenta de la indiferencia en las palabras de su joven señor.

Bocchan… creo que las zozobras en sus sueños que se han frecuentado a lo largo de la semana le han afectado — mencionó el demonio acercándose con parsimonia a el pequeño Conde, quien ante el comentario de Michaelis se giró toscamente quedando frente a frente con su mayordomo, dispuesto a refutarle por lo dicho.

Cállate, mis pesadillas no tienen nada que ver con lo que me suceda o —no – bufó el menor ciertamente molesto, Michaelis otra vez le estaba jugando sucio, cosa la cual no permitiría, no dejaría que la diversión del de azabaches cabellos llegara más lejos de lo que ya, sería tajantemente estricto en ese sentido.

Así que afirma que las tiene — había dado otro laudo paso por sobre el genio que Ciel tenía en aquellos momentos.

— Phantomhive solo guardó silencio, mientras sentía como la sangre le hervía en el interior de sus nítidas venas en la parte posterior de su muñeca.

Entonces ¿Debo hacer algo para calmar su desvelo por las noches? ¿Traerle un poco de leche caliente con miel? ¿O leerle un cuento a la hora de prepararle para dormir para así hacer más grata su ensoñación? — en ese momento lo único que se pudo advertir en la pequeña galería fue el sonido de la palma de Ciel impactando con hosquedad y acritud en la nevada mejilla de Michaelis, mientras que un leve tono rojizo se asomaba en la zona vapuleada en el rostro de dicho mayordomo, quien si quiera trocó su neutral expresión, no se inmutó ante el golpe recibido.

Acabas de excederte y me has faltado el respeto con tus palabras, no quiero volver a trastearte de esta manera — dicho esto, aún con su mano alzada que ardía levemente por el impacto, avanzó dos pequeños pasos hacia el mayordomo, mientras con su mano alzada comenzó a rosar levemente la zona enrojecida en la mejilla de Sebastián con sus delgados y finos dedos — Ahora el que te disculpes o no va a tu consciencia, dejaré pasar por alto ese detalle — luego de esto el menor se dirigió a la escaleras para volver al hall a reunirse con Elizabeth, dejando en una completa soledad a un colerizado demonio.

Tenga presente, joven amo, que me disculparé de la mejor manera que sé — susurró el mayordomo para sí mismo, para finalmente salir tras el paso de Phantomhive, desapareciendo de la galería en la torre, mezclándose entre las penumbras de ese oscuro anochecer.


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Se adentró sigilosamente en el salón comedor para tomar asiento a un lado de Elizabeth con cautela, seguido de su mayordomo quien aún llevaba una pisca del rojizo marcado hace no más de diez minutos, el cual desapareció con premura luego de colarse a un lado de su contratista dispuesto a servirle como siempre lo había hecho, siendo que la mayoría de los sirvientes de la mansión no aparentaban ser “extraños”, el pequeño Conde era muy desconfiado y solo le otorgaba esa certidumbre a Michaelis.

Lizzy al darse cuenta de que Ciel se encontraba sentado a su lado, no pudo evitar abrazarle-ahorcarle como siempre lo hacía, reprimiéndole en voz baja por haber tardado tanto y que por su ausencia se haya retrasado por lo menos unos treinta minutos el brindis en honor a la festejada cumpleañera.

¡Ciel! ¿Dónde estabas? Te desapareciste por media hora… o más — le reprimió la menor de los Middleford en un susurro solo audible para ellos dos y el mayordomo no muy lejano a aquellos jóvenes, mientras Lizzy aflojaba el agarre hecho en el cuello de Phantomhive.

Lo siento, tuve un par de inconvenientes que debían ser solucionados de inmediato — se excusó el pequeño oji-azul, mientras se acomodaba adecuadamente en el asiento designado para él, a un lado de su prometida, quien le atisbaba ciertamente irritada, con una expresión… ¿Seria? Imposible, Elizabeth jamás podría ser seria, ¿O sí?

No te creo, y esto de que hasta en mi cumpleaños tengas que poner a Fhuntom antes que a mí, tu prometida, es el colmo — siguió interpelando la menor de los Middleford, mientras se cruzaba de brazos aún susurrándole a su acompañante, ya que si alzaba mucho la voz su pequeña discusión sería audible para los demás presentes.

Jamás dije que el retraso haya sido por la empresa, si hubiera sido así no me preocuparía, ya que Tanaka sabe manejar el asunto —

¿Y entonces? ¿Qué es más importante que tu prima, Ciel? — exhortaba Lizzy con un semblante claramente molesto, pero no esa expresión de rabieta infantil, sino de alguien realmente desazonado y engorroso.

… — el Conde solo guardó silencio, ya que no tenía ni la más mínima idea de qué responderle a su insistente y ciertamente irritante prima por el escándalo que estaba armando a bajas voces.

¿No te dignarás a responderme, Phantomhive? — en ese preciso momento, aquel joven de grisáceos cabellos tocados en leves tonalidades azulinas y de ojuelos zafiro intenso abrió con desmesura sus ocelos al percatarse de cómo Elizabeth, aquella niña tan tierna e infantil adoptaba una actitud ceñuda, pero claramente circunspecta, sobresaltándole de sobremanera y dejándole en completo desconcierto en cómo le había llamado. “Phantomhive…

En ese mismo tris el sonido del metal de los cubiertos contra el fino vidriado de la copa que alzaba cierto hombre de azabaches cabellos en pura y refinada elegancia inigualable se hacía escuchar con premura, tomando la atención de los presentes con rapidez, dirigiendo sus filosas miradas hacia el parsimonioso mayordomo.

Su atención, por favor, es hora de dar paso al brindis en honor a su anfitriona y razón de este festejo, la Señorita Elizabeth Middleford — pronunció el oji-escarlata con cordialidad con el único fin de interrumpir y dar por – parcialmente – concluida la discusión que poco a poco se fue formando entre la joven pareja de prometidos, salvando de una prevista coyuntura bochornosa a el único descendiente de los Phantomhive, quien le agradecía con devoción a su fiel servidor del infierno — Ahora unas palabras del marqués de Scottney y cabeza de la familia Middleford, el Señor Alexis León Middleford —

De improviso la atención de todo comensal se asentaba en el hombre mencionado, quien se levantaba de su adorado escabel con una fina copa que resguardaba el licoroso líquido de festejo alzada en su mano derecha, dirigiendo su mirar a la pequeña homenajeada en tan especial día y en una posición jactanciosa y altiva comenzó a parlar en honor a la menor.

Primero que todo debo agradecer la presencia de todos nuestros invitados en esta conmemoración al nacimiento de mi única hija, quien ahora cumple sus catorce años de edad — pausó brevemente para aguantar la conmoción que se apoderaba de sus ojuelos — Todo saben que en el momento que mi esposa dio a luz a Elizabeth, mi corazón casi estalló en felicidad solo por el hecho de que tendría una pequeña nena a la cual podría proteger y cuidar con devoción, siendo mi pequeño tesoro, aquella dulce pequeña de rubios cabellos y ojos esmeralda que por primera vez se había presentado ante mí esa noche era mi razón de ser. Tan delicada, tan tierna, tan refinada como su madre, pero… — guardó silencio por segundos solo para atisbar con ojos cristalizados a su pequeño retoño, quien tapaba sus belfos con su refinada mano intentando de no derramar lágrimas — Resultó ser que ella, mi pequeña Lizzy, era una niña fuerte, decidida, emprendedora. Heredando los dotes de su madre con la espada, una ágil espadachín digna de llevar el apellido Middleford, una Líder por donde se le viera, una mujer hecha y derecha, una más de la familia del líder de los caballeros Británicos. Así que, amigos, les invito a levantar sus copas y dar este brindis por mi hija, Elizabeth Middleford —

Y en un santiamén, un sinfín de copas se alzaban por sobre la apetecible mesa con prez y decoro hacia la renombrada muchacha, quien simplemente dejó que una traicionera lágrima surcara con tersa parsimonia su mejilla izquierda, atisbando en sosiego a sus padres y su hermano quienes le miraban con una amplia y amable sonrisa, regalándoles el brindis en su honor.

¡Por Elizabeth! — dijo todo invitado al unísono mismo aun manteniendo sus copas alzadas en el aire, para luego llevar el borde de las mismas a sus entre-abiertos labios y dar los primeros sorbos a su licorosa bebida.

Ciel no se mantuvo ajeno a las acciones de los demás, sino que también brindó por su prometida luego de las palabras dichas por el marqués, mientras oía con autenticidad los pequeños sollozos que su prima dejaba escapar ante el vocablo que su padre le había otorgado, acariciando sus hombros en el intento de que esta misma se calmara y se repusiera, pidiéndole – de vez en cuando – que le regalar una de esas sonrisas que tanto le caracterizaba, pero simplemente la muchacha se reusó indirectamente, apartando la mano de Ciel o simplemente ignorándolo, a la única persona a quien le prestaba atención era a su dama de compañía, Paula de la Torre.

Luego del nombrado brindis en honor a su prometida, el convite no se hizo esperar, sirviendo a cada invitado un banquete espectacular que no quedaba exento del paladar de tan exigente Conde, mientras el mismo saboreaba con cuidado el insulso del platillo puesto frente a su persona por su mayordomo. No era tan suculento como los alimentos que Sebastián le preparaba, pero el sazón en la comida y el sustancioso en la pulpa le hacía apetecible y pasable para la complacencia de Phantomhive.

Por último, y en lo que la celebración continuaría, se dio paso a que todo comensal se dirigiera al salón de baile para comenzar con un Vals protagonizado por Elizabeth y el Marqués Alexis Middleford y, seguido por más parejas que se adentraron en la danza de dicho ballet, se dio inicio al tradicional “Baile de salón”, con una extensa orquesta a un extremo del lugar.

Ciel simplemente se recargó en el tabique Oeste de dicho salón, cruzándose de brazos en una expresión visiblemente soporífero y hastiado, pero fácilmente disimulable a ojos de los demás, ya que muchos siquiera se percataban de su presencia a su alrededor, se centraban más en el baile que se efectuaba al centro de la pista que en otra cosa, comentando ciertas cosas a espaldas de quienes eran delatados por aquellos que se entretenían mofándose. Esa parte de la nobleza era – ciertamente – detestable y execrable en todo el amplio sentido de la palabra, y el mismísimo Phantomhive pertenecía a una parte de “esa” nobleza, siendo el perro guardián de la Reina Victoria era de esperarse.

Sintió como una sombría presencia se colaba a su lado, sin recargarse en la pared, manteniéndose erguido con una elegancia y refinamiento de excelencia. Sabía de quien se trataba, pero no le apetecía el mirar al oji-escarlata por esos momentos, menos por el hecho de que – en lo más recóndito de su ser – el menor se retractaba un poco, solo un poco por haber abofeteado a Michaelis, cosa que obviamente se llevaría a la tumba.

Bocchan, ¿No pretende acompañar a Lady Elizabeth en una pieza de Vals? — formuló el hombre en frac negro sin atisbar directamente al menor, quien se mantenía inmóvil recargado en el tabique del salón, observando con patente desinterés e incordio a todo aquel que danzaba en la pista al ritmo de tan lento ballet, para luego negar con la cabeza aún sin mirar a Sebastián.

No, está ocupada bailando con el Marqués — adoptó una pose firme y erguida, mientras se encogía de hombros aún de brazos cruzados, restándole importancia al asunto, ya que – evidentemente – Ciel no tenía ni la más mínima intención de bailar con alguien.

Joven amo, la señorita Elizabeth está compartiendo con el Vizconde de Druitt — de improviso el pequeño Conde abrió con desmesurada destemplanza sus azulinos ojuelos, atisbando con tosquedad y evidente preocupación a su mayordomo, quien simplemente señalaba con su escarlata mirada al par mencionado.

¡¿Qué?! ¡¿Con ese depravado?! — soltó en un susurrado grito al de cabello negro azabache, mientras buscaba desesperadamente con la mirada a su prima, hasta dar con ella y – efectivamente – se encontraba charlando “amistosamente” con dicho sujeto, pero, a pesar de la distancia que los separaba y la decena de personas que se cruzaba en su mirar, pudo percatarse de una pizca de malicia en aquellos violáceos ocelos.

Cálmese, joven señor, no creo que el Vizco… — las palabras del oji-escarlata fueron cortadas súbitamente por el colerizado parlar de su joven señor, quien en ese momento apretaba sus puños con fuerza dejando en evidencia su fatídica molestia ante la escena.

Si ese enfermo sujeto le pone un solo dedo encima a Lizzy, juro que las pagará caro — bufó con patente gaita en su tono de voz, lo cual hizo que cierta pizca de engorro e incordio adjudicara en el mayor ¿Por qué? Ni el mismo demonio lo sabía.

¿Desde cuándo Bocchan siente tanto amor por Lady Elizabeth? — dijo Michaelis con cierto tono descarado en su vocablo, mientras atisbaba con ira a la menor de los Middleford al otro extremo del salón.

Es mi prima, eventualmente siento amor fraternal por ella, pero no es como si me gustara o estuviera enamorado de Lizzy — se defendió el menor ante las indirectas acusaciones que Sebastián asentaba en su contra, sin molestarle realmente.

Su reacción dice lo contrario, joven señor — por alguna razón el tono de voz utilizado por el oji-escarlata mostraba cierto toque de celos, el cual fue ignorado por Phantomhive al encontrar dicho pensamiento una completa estupidez ¿Por qué Sebastián estaría celoso de Elizabeth? No era coherente que él estuviera celoso y menos por su prometida.

— Ya te lo dije, es mi prima, por muy infantil y odiosa que pueda ser sigue siendo mi prometida, y el que alguien más no respete mi persona con ese tema merece un castigo — se excusó nuevamente el oji-azul con evidente tono arrogante y preeminente hacia aquel hombre rubio que – evidentemente – trataba de seducir a la menor de los Middleford.

… — el mayor solo se limitó a guardar silencio.

No es como si realmente quiera a Lizzy como prometida, pero tengo que admitir que siento un apego fraternal por ello, pero solo hasta ese punto —

Así que su molestia se debe a que siente la necesidad de proteger a su familia ¿No? — preguntó el mayor esperando que la respuesta de su joven amo fuera afirmativa ¿Por qué? No lo sabía y tampoco se empeñaría en averiguarlo, era simplemente ilógico.

Es lo normal — respondió el chico de grisáceos cabellos tocados en tonalidades azuladas con impresionante tranquilidad y parsimonia, no le molestaba en lo absoluto en admitirlo, a estas alturas no era nada anormal.

Entiendo, joven amo, sería bueno que le pidiera a Lady Elizabeth que lo acompañara en una pieza de baile para así alejarla del Vizconde ¿No cree? — dijo Michaelis ofreciéndole una solución y apaciguamiento a el revuelo de ira y molestia que al menor le embargaba por ver a su prima en “cierto” peligro al estar próxima a Druitt.

Sabes que no me gusta y no tengo dotes de baile, pero es un buen punto —

Entonces ¿Por qué no lo hace? —

Porque Elizabeth sigue enfadada conmigo — musitó Ciel en un tono bajo, mientras se volvía a recargar en la decorada pared con resignación, si bien la solución que Sebastián le ofrecía era bastante oportuna y provechosa, sabía que Lizzy le ignoraría y se reusaría dándole aún más razones y ventajas al Vizconde para aprovecharse de la festejada.

Entiendo — fue lo único que el mayor se limitó a responder, ya que sabía que eso era cierto y cavilaba lo mismo que su amo, le darían aún más ventajas a Druitt para que cumpliera el cometido de sus maliciosas intenciones con Elizabeth.

Debo darte las gracias — de pronto el mayor volteó hacia Ciel con un semblante un tanto desconcertado ante las palabras que Phantomhive le otorgaba sin saber siquiera el porqué, el oji-azul pudo notar el signo interrogatorio que Michaelis llevaba estampado en el rostro, así que decidió proseguir — Si no fuera porque actuaste rápido en el banquete, Lizzy hubiera armado un escándalo — concluyó al soltar un leve suspiro, a lo cual Sebastián sonrió gustoso.

Agradezco su retribución a mi persona, pero sus palabras eran innecesarias — ahora era Phantomhive quien le miraba dudoso, el oji-escarlata se limitó a sonreír con amabilidad, o eso parecía, tal vez tuviera un trasfondo, Ciel no lo sabía — ¿Cómo podría ser el mayordomo de la residencia Phantomhive, si no pudiera hacer una cosa tan simple? — el menor sonrió, era una de las tantas frases que su mayordomo tendía a aclarar como respuesta a muchas dudas por parte suya.

Entonces, Sebastián, aleja a Elizabeth del Vizconde de Druitt a toda costa, aléjala de todo peligro y mantenla a salvo, es una orden — en ese momento, la mano enguantada del demonio en la cual llevaba el sello del contrato comenzó a arder levemente, mientras este se arrodillaba ante el pequeño conde llevándose la mano diestra a su pecho cabizbajo en un claro signo de respeto.

Yes, My Lord — pronunció con desmesurada cordialidad, mientras sus misteriosos ocelos tomaban un toque intenso, sombrío, brillando con ese centelleante tan particular que le hacía ver como todo un demonio disfrazado de mayordomo, lo que realmente era.

Se levantó lentamente para erguirse, se disculpó con cortesía para luego dirigirse a paso lento hacia la menor de los Middleford con cierto toque de ira, ya que, aún así, los celos le embargaban. Claro está que jamás iba a reconocer tal cosa, menos si tampoco tenía el conocimiento de porqué tales sentimientos, y era extraño, ya que demonios como él no siente en lo absoluto, o eso era lo que creía.

Recorrió a orillas el extenso salón de baile, ya que, analizando la situación, se le haría difícil surcar la pista de baile con tantos comensales danzando en él. Siguió caminando con parsimonia, esquivando cada inconveniente que se le presentaba o pudiera presentársele como un obstáculo a su cometido. Debía de conceder todas y cada una de las órdenes de su amo a completa perfección a discreción y, como siempre, en una elegancia y refinamiento dingo de un servidor de la casa Phantomhive y del mismísimo Conde.

Antes de llegar a un lado de la joven dama, el sujeto de rubios cabellos y violáceo mirar le había tomado de su mano invitándola a bailar, a lo cual Elizabeth no se opuso, se dejó llevar con una madurez y naturalidad impresionante. ¿Madurez? Elizabeth Middleford podía ser muchas cosas, pero jamás madura como estaba mostrando ser ahora, y eso jugaba en contra del mayordomo, ya que mostrando esa faceta la muchacha se hacía aún más “apetecible” para Druitt.

Desde luego, la festejada se perdió entre el Vals y el danzar de los demás, dificultándole aún más la cosas al endemoniado servidor del oji-azul, quien comenzó a irritarse al percatarse de que su prometida ahora se hallaba bailando con el depravado sujeto que se hacía llamar “Vizconde”.

Si bien sabía, un simple siervo no podía darse el lujo de bailar con alguien que fuera de la jerarquía mayor, en realidad no se le era permitido bailar en fiestas de esa índole, debía solo ser un espectador de los demás.

Volvió a paso rápido, ideando un plan que le ayudara a cumplir los deseos de su amo sin causar un alboroto de lo cual el pequeño Conde se arrepentiría, tenía que ser sigiloso y mantener la discreción a toda cosa, era necesario para cumplir con su deber como mayordomo. Siguió avanzando con un semblante pensativo, se llevó su mano diestra a su mentón profundizando su cavilar, pero antes de que se diera cuenta su joven amo ya había llevado a una joven señorita invitada y, al parecer, amiga de Lady Elizabeth a la pista para comenzar a danzar.

¿Qué es lo que…? — las palabras del oji-escarlata fueron cortadas súbitamente al percatarse de que los ojos de su señor se posaban con disimulada ira en el Vizconde, a lo cual Sebastián pudo sentir como la sangre volvía a hervirle con brusquedad, y lo que más le preocupaba era que sus reacciones no tenían un porqué coherente.

Por otro lado el pequeño Conde atisbaba asesinamente a Druitt, si bien no quería a Elizabeth como su prometida ni futura esposa, era su prima, aquella niña que puso todo su empeño por verle sonreír nuevamente, quien aún confiaba a ciegas en su persona, quien nunca le abandonó ni humilló como muchos lo hicieron. La quería por ello, sentía ese apego fraternal que le orillaba a protegerla por ser la única persona, además de Sebastián, que sabía que no le abandonaría, bueno, no por voluntad propia. Sabía que no estaba enamorado de ella ni tampoco le gustaba como algo más que una prima y eso le hacía sentirse mejor, sabía que su actuar no era por nada de amor ni estupideces de ese estilo.

Su acompañante de baile le miraba embelesada, pero simplemente Ciel la ignoraba.

Llegó un momento en que aquellas dos parejas se encontraban tan próximas que las miradas de los dos prometidos se encontraron, para luego súbitamente llegar el momento de dar una pequeña vuelta a las jóvenes dama, y en eso Ciel aprovechó para tomar la mano de Elizabeth y atraerle a él, mientras que su antigua acompañanta terminaba en brazos del Vizconde.

¿Ciel? — preguntó la muchacha confusa al percatarse con quien había cavado bailando después de el pequeño giro dado en el Vals, el cual, cabe decir, estaba a un cuarto de terminar.

Elizabeth aléjate del Vizconde de Druitt, es peligroso — su tono de voz era patentemente preocupado y con una pizca de súplica, el pequeño Phantomhive era tan orgulloso que siquiera se mostraba de esa manera ante su prometida, Ciel no tenía remedio.

¿Peligroso, por qué? —

No puedo explicártelo ahora, solo aléjate de él —

¿Ahora vienes a ponerme en un primer plano, Phantomhive? — la muchacha volvía a tener este tono severo junto con un semblante que demostraba a una mujer madura, pero molesta. El oji-azul jamás se imagino que aquella chica podía adoptar una actitud tan segura, seria y respetable, tanto así como lo hacía su madre, Frances, y eso era ya decir bastante, demasiado a decir verdad.

Lizzy, yo… — trató de parlar el menor, pero sus palabras fueron repentinamente cortadas y arrebatadas de sus labios, dando paso al habla de una levemente colerizada dama.

Descuida, se cuidarme por mí misma, no necesito a un guardaespaldas que si quiera puede hacer su trabajo correctamente — sí, ahora sí que la menor de los Middleford estaba claramente molesta, con el ceño fruncido, una mueca fatídicamente seria en su rostro y ojos esmeralda tan afilados que el pequeño de grisácea cabellera sintió como le atravesaban, era aterrador.

Elizabeth, escúchame, ese sujeto es un deprava… — ahora era el Conde quien comenzaba a molestarse, ya que nuevamente su prometida le había cortado las palabras en la boca.

Y yo soy una Middleford, no necesito de tu repentina preocupación por simple culpa y compasión — Estaba más que claro que su prima estaba bastante afectada por la discusión en la cena, y simplemente se sentía culpable por ello, no tanto como para pedirle perdón ahí mismo, en medio de un ballet, pero si como para sentirlo como una molestia.

… — el menor solo se limitó a guardar silencio.

De improviso el Vals terminó e inmediatamente Elizabeth se zafó de los brazos de su primo, mientras el mismo atisbaba con recelo como el hombre rubio se acercaba a paso armonioso hacia la pequeña rubia de rizados y saltarines cabellos, luego atisbó a su mayordomo buscando una solución quien no tardó en acercársele, aún con la sangre hirviendo en sus venas.

Lady Elizabeth ¿Me acompañaría al jardín a apreciar su hermoso vergel? He querido contemplar desde hace un buen tiempo su rosaleda — comentó cierto Vizconde al estar lo suficientemente cerca de la festejada, mientras inclinaba levemente su cabeza en un signo de respeto a la aludida, quien sonrió ante este gesto con – para el oji-azul – fingida cortesía.

Claro, ¿Por qué…? — ahora era a Elizabeth a quien le habían arrebatado el hablar repentinamente.

¡No! — Refutó Phantomhive exaltado, a lo cual la mirada del mismísimo rubio se sobresaltó dejándole – dramáticamente – sin habla, para luego volver a erguirse amaneradamente — Digo, Lady Elizabeth tiene asuntos que atender con los invitados, si nos disculpa, Vizconde — volvió a reponer su altiva compostura, mientras se percataba de la proximidad de cierto demonio de escarlata mirada.

Entiendo, si me disculpa me retiro, mi adorada Azucena de las montañas, espero volver a verla luego — tomando con delicadeza la mano de la joven apodada “Azucena de las montañas”, depositó con casto y cordial beso en su mano derecha, para luego hacer una leve reverencia.

Lo mismo opino, Vizconde — respondió la aludida para – dando por concluida la conversación – inclinar levemente su cabeza en signo de respeto y dejar que el rubio desapareciera entre la multitud de danzantes.

Por otro lado Ciel se molestaba de sobremanera, luego relajó sus músculos al percatarse de cierta presencia demoniaca a sus espaldas, si, era extraño que la simple presencia de su mayordomo le tranquilizara como nadie lo había hecho, era – de cierta forma – especial, tanto hacia que no sabía dado cuenta en el minuto en el que había dejado caer su cuerpo levemente sobre el de su servidor, quien al instante le atrapó entre sus brazos.

Joven señor ¿Se encuentra bien? — formuló preocupado el mayor, mientras atisbaba con un semblante un poco sorprendido por el repentino deje en el pequeño Conde, quien simplemente negó con la cabeza ante la pregunta planteada por el de cabellera negro azabache, mientras alzaba la mirada un poco mareado.

Sabes que mi resistencia física es demasiado escaza, casi nula — se defendió el oji-azul incorporándose nuevamente con la ayuda de dos enguantadas manos a su espalda.

Entiendo, será mejor que volvamos a la mansión al instante — sentenció el de frac negro al instante, atisbando en sosiego a su amo. Si bien sabía que el baile no era su fuerte jamás se imaginó que aún pudiera mantenerse en pie después de subir tantos escalones, fue – simplemente – sorpresivo para el demonio, su amo nunca dejaba de desconcertarle.

  —Aún falta el cantarle a Lizzy — musitó Ciel por lo bajo, sintiendo como sus energías se esfumaban rápidamente de su cuerpo, pero fue tomado por un par de delgados y finos brazos que aprisionaban con delicadeza su cuello, percatándose de fina lágrima descender por la mejilla de quien le rodeaba su nuca con sus brazos.

¡Ciel! Así que si te preocupas por mí — parló la menor de los Middleford entre sollozos, mientras dejaba escapar un par de susurradas mejillas de su – aparentemente – felicidad, mientras abrazaba aún más a Phantomhive, pero a este no le importó en lo absoluto, es más, correspondió el abrazo al instante, ya que él no era alguien de dudas.

Cómo no hacerlo, eres mi prima, Lizzy — musitó el menor, mientras separaba a su prometida de él deshaciendo el abrazo, sintiendo como una mefistofélica aura proveniente de su mayordomo se había formado en el momento en que Lizzy se le había abalanzado, lo cual simplemente no era coherente ¿Qué le sucedía a su mayordomo?

Lo siento por todo lo que te dije en la cena — la muchacha le atisbó apenada luego de disculparse.

Al contrario, soy yo quien debe disculparse, fui muy descortés al poner a mí prometida en segundo plano —

Joven amo, se encuentra bastante débil, todo porque su curiosidad le ganó y subió esas escaleras — le reprendió suavemente el mayor, mientras el mismo tomaba el cuerpo de su amo entre sus brazos, levantándole del suelo con tersidad y parsimonia ante la latente mirada de Elizabeth.

No me lo recuerdes — el semblante del menor cambió súbitamente al de uno agotado.

¿Escaleras? — preguntó Elizabeth ajena al tema en sí, ya que esta no tenía ni la más mínima idea de que Ciel – por indagar en su mansión y estar de fisgó en donde no debía – se había retrasado para el brindis y había perdido la mayoría de sus fuerzas en empeñarse en llegar al final de una edificación subiendo un sinfín de escaleras.

Ah… Nada, Lizzy, pero debo quedarme hasta que la llama de la vela se apague por ti — parló amablemente, sacándole una inconsciente sonrisa a su prima.

Descuida, Ciel, no es necesario, se ve que estás muy débil, es mejor que vuelvas a la mansión, se que Sebastián te cuidará bien — de improvisó Middleford escuchó como su madre le llamaba, seguramente para dar una presentación planeada para dar a demostrar los dotes de la menor con el esgrima — ¡Oops! Mi madre me llama para que de una batalla de esgrima con ella —

Gracias, Lizzy — le agradeció el único descendiente de los Phantomhive, para luego abrir sus ojos con desmesura al percatarse de las palabras dichas por la dama — ¡¿Qué?! ¿Batalla? ¿Esgrima? — vociferó exasperado y claramente sobresaltado el oji-azul, mientras atisbaba pasmado a Elizabeth.

¿Q-Qué? ¿Q-Quién ha dicho algo sobre una b-batalla y e-esgrima? — tartamudeó la chiquilla al percatarse de lo que le había dicho a la persona que – exactamente – no tenía que saber nada de ello — ¡Bueno, nos vemos, Ciel! ¡Adiós! — Y desapareció entre la multitud cual relámpago n el ennegrecido cielo. Ciel se quedó pasmado por unos segundos, para luego restarle importancia al asunto.

Bien, regresemos, me siento cansado

Como usted ordene, Bocchan — dicho esto, el perfecto mayordomo se dirigió a la entrada directo al carruaje sin antes echar una pequeña mirada hacia atrás, esta noche había sido realmente interesante tanto para mayordomo como para amo.

Luego de algunos minutos el mayordomo se encontraba cruzando las escaleras del extenso porche de la entrada en forma descendente con el menor en brazos, quien por instinto y cansancio rodeo el cuello del demonio con sus finos y delgados brazos, teniendo aún más cerca el cuerpo del demonio con el suyo, cosa que le complació muy en su fuero interno. Luego de algunos minutos más se encontraba abriendo la puerta del elegante carruaje negro y depositando el pequeño cuerpo de su amo en los acogedores asientos de terciopelo que incitaban al menor a cerrar sus párpados definitivamente por esa noche, de lo cual Michaelis se percató.

Duerma, joven amo, el viaje será largo y tedioso, es mejor que descanse por ahora — musitó por lo bajo el mayor rosando con su enguantada mano la mejilla de el oji-azul, quien por lo ya adormecido que se encontraba no refutó en lo absoluto. Ciel solo se acomodó en el asiento, para luego cerrar sus párpados entregándose a los brazos de Morfeo que le llamaban hace un buen tiempo.

Sebastián cerró con suavidad y delicadeza la puerta del carruaje, para luego subir al asiento del coach y tomar los estribos de los hermosos corceles emprendiendo el viaje de vuelta a la mansión Phantomhive, dejando que su mente divagara por el rostro adormecido de su amo, quien simplemente se había quedado dormido teniendo la fragancia de su mayordomo grabada en su mente.

Era cierto, esa había sido una noche bastante interesante y especial.


Notas finales:

Fin del segundo capítulo.

Aquí nos encontramos de nuevo, espero que el cap haya sido de su agrado :)

Agradecimientos a: Michiru8 por dejar un hermoso review, realmente se agradece :)

También agradecimientos a todas aquellas que se tomaron la molestia de leer este fic, también a quienes lo agregaron a alertas y a favoritos, me hacen verdaderamente feliz. Nada mejor para la inspiración de una escritora el saber que sus obras hayan sido del agrado de los lectores.

Bueno, espero que nos volvamos a encontrar pronto con el siguiente capítulo ;)

Sin nada más que decir me despido de todas :)

Atte: Crosseyra/Ino


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