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31 NOCHES EN EL CASTILLO por izzaki

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5 PAZ INTERIOR


Wilhem y Dante cooperaron sin chistar ante los guardias armados. A Jerez hubo que levantarlo entre varios.
-Vamos, tu también Thais, que esperas
Los guardias separaron a Thais de Ogando y se lo llevaron a rastras, otros guardias recogieron el cuerpo del herido para llevarlo con el curandero, haber si había algo que hacer.
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El capataz era un hombre despreocupado y compresivo al que muchas veces le habían jugado sucio y los había perdonado, sin más ni más, pero parecía que ahora no estaba para juegos. Ahora si, la cosa iba en serio.

En la cárcel todo era estrecho y oscuro, con un extraño y persistente olor a humedad pero lo peor de todo es no había nada que hacer. En una celda estaban Wilhem, Dante y Jerez, y en otra Thais, así los había dispuesto el capataz porque ya había notado cierta enemistad entre ellos. Aún así quedaban exactamente enfrente y la mayor parte del tiempo se les iba en entrecruzar miradas mortales.

-Solo una cosa Thais, dime porque, porque diantres lo hiciste, yo que te consideraba un amigo... –dijo Jerez con la cara más gorda por los golpes.
-Si, porque-hizo coro Dante
-P-porque Ogando es...-empezó a decir Thais, sosteniéndose de la reja cuadriculada que lo separaba, que lo contenía de todo lo demás, pero poco a poco su voz se fue haciendo más bajita, casi un susurro-...es más que un amigo, e-es la persona más especial que he conocido y-y yo... yo lo amo.
-No se te oye nada, al menos ten el valor de decirnos las cosas bien-gritó Dante
-Ya no importa... -dijo Jerez- ese desdichado de Lavandera lo pagó y bastante caro, para ahorita ya debe estar chamuscándose en el infierno...
Thais no dijo nada más, las lágrimas le escurrían de los ojos contra su voluntad, sentía en su interior esa sensación de que nada podía ir peor.
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-¿Y que tal va?
-Pues mal mi capataz, yo creo que este si se nos muere
El capataz, ya más tranquilo que la noche anterior, se acercó a ver a Ogando, que estaba tendido sobre una cama de paja, con la herida descubierta y un trapo mugroso en la cabeza tal vez para la fiebre.
-Es que le dieron una puñalada muy fea, yo ya lavé y vende y luego desvendé y volví a lavar y no veo que mejore ni tantito
-Prepáralo, lo vamos a llevar con el doctor
-¿Y eso?
-Digamos que es un amigo de un amigo
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Pero claro que las cosas podían ir peor. Iba ya rayando el mediodía cuando el capataz, acompañado de un cura y unos guardias se dirigió a Jerez, sus amigos y Thais. Llevaba en las manos un pergamino y no se le veía amistoso y bonachón como siempre. Al ver esto los interesados se pegaron a la reja de sus respectivas celdas para escuchar.
-“He aquí el mandato de Dios. He aquí el mandato de quien encarna la ley de Dios. He aquí el mandato del Señor Emir Lowery de Isernia: ustedes que por haber violado las reglas de estas tierras y de este castillo se encuentran aquí...
A todos desesperaba el larguísimo e igualmente inútil protocolo. Eran palabras tiradas al viento, margaritas a los cerdos.

Esta noticia les cayó a todos como balde de agua fría. Recibirían castigo público todos parejos.
-Por favor señor capataz, denos chance, solo un último chance, no volverá a suceder-rogó Dante haciéndose el inocente.
-Las cosas se nos fueron un poco de las manos, pero tampoco fue cien por ciento nuestra culpa, ese Ogando también nos andaba buscando las cosquillas-dijo Wilhem, que hasta entonces había estado muy calladito.
De nada valían las excusas ahora, el capataz se había cansado ya de escucharlos.
Thais lloraba en silencio, muerto o no, la causa de que Ogando estuviera así era él, era su culpa.
Jerez lo miró de reojo, en si, el gordo seguía apreciando a Thais, aunque quisiera odiarle como a Labandeira no podía, al menos no aún.
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Ya con el paciente en la cama el doctor Stanwort empezó a extender toda la variedad de instrumentos que usaba en sus curaciones sobre una mesita. Había pinzas, gasa, vendas, muchos bisturís de formas distintas, pero algo faltaba.
-Juraría que lo puse aquí hace un momento-se dijo el doctor y volteó a ver a Ogando, no pudo haber sido él puesto que estaba inconsciente. Pero cuando Stanwort fue por más láudano Ogando abrió los ojos y metió más la botellita de porcelana bajo la almohada y a penas sintió venir al doctor se hizo el dormido nuevamente.

-Es un chico muy fuerte, vivirá, solo tiene que cuidarse la herida- Ese era el pronóstico que había dado Stanwort, el mejor doctor de Isernia, al capataz.
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El castigo público siempre era un evento que atraía y reunía a gente de todo el pueblo de Isernia, pero si los castigados iban a ser cuatro y entre ellos había una mujer se volvía una invitación irresistible. Desde temprano la multitud fue creciendo en torno a la tarima de la plazuela de Santa Catita en el recién devastado Campo Sur del castillo.

El espectáculo dio inicio cuando los acusados, semidesnudos y atados de manos fueron puestos en posición contra unos postes de madera. Al reconocerlos la gente se emocionó porque más de uno le traía ganas a Jerez y a su banda, y otros más centraban su atención en la escuálida chica que apenada veía hacia el suelo, su falda era corta y su pecho era liso, o al menos eso parecía pues sus largos cabellos rubios no dejaban ver muy bien. Una vez más el larguísimo protocolo contenido en un pergamino fue leído, esta vez por Iván el Bárbaro, encargado de asuntos de justicia. A su izquierda estaba parado el capataz, tranquilo, fachoso y despreocupado como siempre, y a su derecha estaba el mismísimo Emir Señor de Isernia, quien después de un breve saludo se retiró, dado que odiaba las humillaciones públicas.

Entre el público estaban Nik y Joe, obviamente preocupados y deseando no estar en el pellejo de Thais, que estaba temblando de los nervios, y tenía muchas ganas de ir al baño pero tendría que aguantarse pues la cosa iba para largo y no quería orinarse en la ropa, miraba para todos lados, desesperado por la lentitud del procedimiento y con horror de saber que había tanta gente viéndolo y que la mayoría de ellos aún lo tomaban por una chica. ¿O sería bueno eso, sería mejor ser una chica? Los demás no se mostraban tan inquietos, a Jerez no le importaba, le parecía más bien un precio justo por apuñalar a su peor enemigo, “y lo haría otra vez, no me arrepiento ni tantito” pensaba, Wilhem tenía cara de aburrimiento, después de lo de María no parecía interesarse realmente en nada, y Dante maldecía e voz bajita.

Se habló del incendio y de las reglas y las reparaciones, de la obediencia del pueblo y su acuerdo con el Señor Emir y de otras cosas antes de que el látigo cruzara las espaldas. Cuando este momento llegó la multitud lanzó ovaciones. Ponían suma atención a cada golpe, a cada quejido, si hubieran sabido contar los hubieran contado. El castigo se daba primero a uno y era retirado y así sucesivamente, y aunque todos llegaron a quejarse el que se llevó las palmas fue Thais, quien aún antes de que el látigo tocara su piel ya estaba suplicando y al poco rato, aunque quiso evitarlo, lloraba lastimeramente, lo que lejos de conmover a los espectadores los fascinaba. La blanca piel siendo marcada, las marcas rojas amontonándose una sobre otra, los quejidos y pedidos de misericordia, el hipnotizante dolor… La gente reía, Thais recordaba otras veces en que fue reprendido de la misma forma por robar. Su largo cabello rozaba las heridas, su mirada estaba en el cielo, no podía más, un golpe más, sintió un fuerte mareo y lanzó un largo grito que se perdió entre el ruido de la gente hablando, festejando, insultando, divirtiéndose a costa de su intenso dolor. Lo que más le dolía era la vergüenza de ser visto así, de que se rieran de él, y mucho más ardiente que las heridas era el sentimiento de culpa. De haber correspondido a Ogando se habría enterado del duelo y lo habría tratado de evitar, lo hubiera ayudado, o al menos hubiera pasado buenos momentos en su compañía en lugar de ponerlo en peligro mortal.

Por fin la multitud guardó silencio y Thais fue desatado y llevado a rastras y tendido en el suelo junto a un árbol en lo que quedaba de los campos del sur con el vano consuelo de “a veces pagan justos por pecadores”

“Para que les sirva de lección” dijo el capataz como conclusión, la gente se quedó perpleja.
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El cielo estaba muy azul y hacía aire, también bastante sol para estar tan cerca el invierno. El pasto estaba muy seco y Thais sentía que le picaba en el pecho desnudo. Veía a sus amigos muy altos desde donde estaba echado. Joe, Nik, Julissa en incluso Lael estaban junto a él, rodeándolo. –Lle-llévenme al viejo molino por favor-dijo con voz algo ronca de tanto grito. ¿para que quería ir ahí? Ninguno lo sabía y no le preguntaron, se le veía que no tenía ganas de hablar, así que lo llevaron a donde dijo y lo dejaron ahí. Una vez que estuvo solo Thais empezó a llorar otra vez, mientras muy despacito se colocaba el trapo y lo amarraba en su cintura, a veces vestirse de mujer lo hacía sentir un poco mejor “¿Porqué? Yo solo intentaba que las cosas fueran bien. ¿De verdad sería mejor que fuera una chica? ” Y Ogando...
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Ogando entró con el silencio y la cautela de un gato, como una sombra ocultándose entre las demás sombras de la noche. Aquel era también su refugio ahora, el lugar donde había deseado, imaginado y conocido el ansiado placer de hacer el amor con el rubio.

Se acercó y lo miró, se agachó y cuidadosamente acarició el cabello de Thais, que se había quedado dormido n el suelo. Sus ojos se abrieron de pronto de par en par y volteó
–O-Ogando... estas vivo, que-que bueno que no te moriste.- No sabía que decir, que hacer, tal vez estaba soñando. Y Ogando tampoco decía nada, miraba las marcas en la espalda de Thais que seguía tal como lo habían dejado, desnudo de la cintura para arriba. Luego de sus holgadas ropas sacó una botellita de porcelana que descorchó enseguida y se la mostró a Thais sonriendo.
–Mira, se lo robé al doctor cuando lo trajo a donde yo estaba

Thais sonrió levemente, si algo le gustaba de Ogando era su habilidad como ladrón. Se acercó la botella y sintió el maravilloso aroma de aquel maravilloso líquido. Tomó un trago lento y largo, reparador, entonces Ogando le quitó la botellita. –No, no, solo un poco, no quiero que te duermas

Ahora estaban los dos frente a frente, muy cerca, como aquella primera vez, cobijados por la oscuridad. Thais nunca había visto en la cara de Ogando esa expresión, sonreía con felicidad pero sobre todo con…lujuria? No resistiendo más Ogando se lanzó a los brazos de Thais y lo besó apasionadamente, desesperadamente, fue un beso que sintieron duró mucho, que los reconcilió mejor que cualquier palabra. Luego Thais lo apartó temblando y miró a los lados, nervioso, tal vez un traguito no era suficiente. A Labandeira se le ocurrió una idea, tomó un traguito de la droga y guardó un poco en su boca para luego besar al rubio nuevamente, ambos compartían el dulce sabor del opio mezclado con saliva.

Thais lo abrazó con todas sus fuerzas, eso era lo quería, sentirlo cerca, muy cerca. Ogando, empezó a recorrer su cuello con besos y mordisquitos bajando hasta encontrar sus tetillas y lamerlas también, eso le encantaba a Thais y respondía sonrojándose, se dejaba querer dejándose llevar por las sensaciones, sintiendo como su corazón se aceleraba y su cuerpo respondía pidiéndole más. Tomó a Ogando de los hombros y lo urgió a llevar las caricias más abajo, entendiendo esto y con manos inquietas, el chico empezó a explorar bajo la falda de Thais, pero de pronto el rubio recordó que estaba vestido de chica y le dio pena.
-N-no no te importa?
-Que?-preguntó Ogando metido ya bajo la falda.
-Que e-este vestido así
Pero Ogando salió y sonrió divertido. –No, al contrario, me gusta, y también el listón en tu cabello- dijo tomando entre sus dedos los rubios mechones.
Thais se sintió muy feliz al oír eso y se recostó complacido para que su amante siguiera tocándolo. Era un contacto muy delicado y lento que hacía al rubio estremecerse, ahora que Ogando tenía su miembro en su boca sabía que todo estaba bien, que ya nada importaba fuera de ellos dos, que algo que se sintiera tan bien necesariamente debía estar prohibido, debía ser pecado, pero ahora sabía también porque era tan delicioso pecar. Ogando alzó la falda de Thais, separó un poco más sus piernas e introdujo con cuidado un dedo, al rubio no le causó dolor y se dejaba guiar por su querido Ogando por el camino de aquellas caricias tan íntimas y aquel delicioso y embriagador placer. Todo era ahora, tal vez por efecto del opio, lento y exquisito, cada roce, cada caricia era insoportablemente placentera y ambos estaban unidos en un solo deseo, una sola necesidad; amar.
Cada vez Ogando iba haciéndolo más y más rápido, y Thais gemía suavemente, lo que complacía a su amante. El rubio se arqueo en un delicioso espasmo y Ogando tragó todo relamiendo después lo que quedó en sus labios.

Thais se levantó entonces, aun jadeando y sonrojado, con los cabellos rubios pegándose a su cara por el sudor y con movimientos algo lentos desvistió a Ogando, lo miró, parecía un niño pequeño y flaco… con una gran erección. No lo pensó más, con Labandeira los momentos preliminares eran casi innecesarios y él ya estaba echado con las piernas abiertas en un claro gesto de invitación. Thais lo hizo muy lentamente y cuando estuvo dentro Ogando se sintió inmensamente feliz, completo, era tan suave, tan cálido que querían quedarse ahí para siempre.
-Gracias- dijo Ogando y se quedó completamente inmóvil, respirando entrecortada y lentamente, se sentía tan bien que no había necesidad de moverse. Y Thais apenas lo hacía, embestía despacio, casi calmadamente mientras sonreía. Pensó en la vez del opio y en su visión, en las palabras de la ninfa, en sus deseos ocultos. Y ya ni le dolían las heridas, era como si lo hubiese olvidado, como si hubiese olvidado todo.

Con suaves estremecimientos llegó al fin el orgasmo para ambos, que permanecieron así, abrazados en el suelo mucho tiempo. Cada respiración tomaba casi una eternidad de sueños y fantasías que luego vivirían juntos. Sabían que al fin lo habían conseguido, eran uno ahora, en cuerpo pero más en corazón, no importaba lo que pasaría después, ya nadie podría separarlos.

Ogando se había dormido y Thais, todavía con la sonrisa amplia en el rostro pensaba que Ogando era una droga maravillosa más placentera incluso que el opio, y que por ahora no se cansaría de probarlo una y otra vez. Después se durmió, aun faltaban algunas horas para que la tierra y la luna conspiraran en sus movimientos y llegara el amanecer.
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Afuera el sol brillaba intenso, y se colaba por las altas ventanillas del viejo molino. A lo lejos se oían voces y ladridos, trinar de pájaros y golpeteo de martillos y cinceles. Había amanecido hacía ya varias horas pero Thais no quería levantarse, a su lado, completamente desnudo Ogando roncaba levemente hecho un ovillo.


Bueno, espero no haya salido taaan cursi, y pues hasta que se les hizo estar juntos a este par, je,je
El próximo capítulo es el final!!! No se lo pierdan!!! Habrá muchas sorpresas….

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