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Bonito Alboroto. por B_Chan

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Notas del fanfic:

Autor: Lucrethia.

Serie: Saint Seiya.

Pareja: Shun-Hyoga.

Clasificación: Romance.

Advertencia: Lemon.

Notas: Esta es una traducción permitida, aunque hace años que me comunique con la autora para pedir su permiso. Y ahora vuelvo a subir la historia luego de corregir algunas cosas fallidas.

Fecha: 21/03/2005.

Beta Reader: Pleasy Stay.

Disclaimer: Todo lo referente a Saint Seiya pertenece a Masami Kurumada y a la Toei.

Notas del capitulo:

 

Bonito Alboroto.

 

Shun paseaba tranquilo por los terrenos de la propiedad Kido, a pesar de la fina lluvia que caía aquella tarde. Deambulaba entre los bellos e imponentes árboles, observándolos, respirando el aire frío entre ellos. Mientras sus pensamientos volaban lejos de allí. Vagaban al encuentro de la única persona  que habitaba su corazón ahora, Hyoga. Él era la única cosa en la que pensaba últimamente.

“Hyoga” Shun suspiró suavemente, mientras la figura del rubio se formaba en su mente. Los hermosos cabellos dorados, tan sedosos que añoraba con poder rosar todas las noches. Los grandes ojos azules y la piel blanca, tan clara y pura como la fría nieve, que cubren las amplias colinas Rusas. Hyoga era un sueño, un sueño muy distante para él. Como deseaba al Santo del Cisne, pero tenía miedo... miedo de no ser correspondido, de ser despreciado...

Las lágrimas surgían en sus ojos a cada pensamiento, recuerdo, imagen, esperanza que vagaban en su mente. Shun dejo que algunas escapasen sin vergüenza, y mojasen su delicado rostro.

Las cálidas lágrimas, contrastaban con las frías gotas de lluvia que cubrían su rostro, y fue ahí que se dio cuenta de que la fina lluvia que caía se había vuelto mucho más fuerte. Observó su camisa verde adherida a su cuerpo, sus cabellos mojados, caían sobre sus ojos dificultando un poco la visión.

¿Hacia cuanto tiempo que estaba allí, vagando por el predio, sin rumbo fijo?. No lo sabía, ni tampoco le importaba.

Pasó la mano por entre su cabello, quitando las verdes hebras de su rostro, mejorando así un poco su visión. Estaba cerca de la mansión y creyó mejor volver, no tenía intenciones de caminar más debajo de la lluvia, además su hermano ya debía estar preocupado por él.

—¡Shun!—. Era la voz de Ikki, la que Shun escuchó nombrándolo.

El Santo del Fénix estaba en la puerta de la mansión, resguardándose de la lluvia, mirando hacia los el bosque cercano, para intentar encontrar a su hermano por allí. Luego de unos segundos Ikki pudo ver la figura de Shun emerger. Sus cabellos mojados, la camisa pegada al cuerpo, totalmente empapada, con una mirada cabizbaja, manifestando una completa tristeza en su bello y casi femenino rostro.

—Estoy aquí—. La voz de Shun fue suave, pero suficiente para que el Santo de Bronce la oyera.

Esa era una voz que demostraba una honda tristeza, pero Ikki no podía saber si su hermano lloraba o no, a causa de las gotas de lluvia que bañaban su rostro.

—¿Te volviste loco? ¡Sal de bajo de la lluvia! ¡Pareces un niño! ¡¿Acaso voy a tener que cuidarte toda la vida?!.

Ikki le dio un buen sermón. Se preocupaba por su hermano, pero no se interesó en saber el motivo de aquella caminata bajo la lluvia. Percibió que Shun estaba melancólico, pero no quiso saber por qué. Shun tampoco estaba dispuesto a contarle, de todas maneras. Ikki quería solamente que él estuviese bien de salud.

—¿Quieres pescar un resfriado? ¿Estar enfermo?.

Ikki elevo su voz, llamando así la atención de Hyoga, que en esos momentos pasaba cerca de ellos. Se dirigió hacia donde los hermanos estaban, viendo a Shun completamente mojado, su cabeza baja; parecía cargar un peso dentro de su pecho, tan grande como la tristeza en su rostro, mientras que a su lado estaba Ikki, enojado como siempre, repitiéndose las cosas una y otra vez a su hermano.

Al sentir la presencia de alguien, Shun levantó el rostro y su mirada se cruzó con la de Hyoga. Suspiró hondo, sintiendo ahora peor de lo que se sentía, trató de no llorar, al ver al símbolo de su amor frente a sí. Encogió los hombros a lo que su hermano le decía y se dirigió a su cuarto, con Ikki allí, hablando solo. Pasó enfrente de Hyoga sin mirarlo si quiera, y sin decir ninguna palabra.

—Shun...—. El joven rubio lo llamó, pero fue más que ignorado por el Santo de Andrómeda. Hyoga llamo un par de veces más, pero Shun no volvió sobre sus pasos para saber lo que este quería.

Simplemente se encerró en su cuarto y permaneció allí el resto del día. Ninguno de los muchachos restante lo volvió a ver, ni siquiera a la hora de la cena.

Después de esta, todos se instalaron en la sala. Shiryu y Seiya jugaban ajedrez. Ikki se acomodó en su sillón amplio y mullido, con las piernas extendidas sobre la mesa de centro,  las manos cruzadas detrás de su cabeza y los ojos cerrados. Hyoga estaba en una silla, con sus lentes, leyendo, como de costumbre.

—¿Ikki, porque Shun no bajo a comer?—. Seiya preguntó mientras movía una de las piezas del ajedrez.

—Quien sabe... no ha estado bien. Estuvo caminando bajo la lluvia y volvió todo empapado. Solo falta que se resfrié—. Ikki respondió, son abrir los ojos y sin moverse. Parecía que no se preocupaba por su hermano, pero realmente se preocupaba por el estado de salud de Shun.

Hyoga dejó de leer y presto atención a cada palabra pronunciada por el Santo del Fénix. Después intentó volver al libro, más hacía algunos minutos que lo que leía no tenía sentido para él. O sea, desde el momento que tomo aquel volumen, las palabras parecían no tener lógica, las frases no tenían razón alguna, ni siquiera sabía sobre lo que estaba leyendo. En su cabeza tan solo había una imagen. Shun. Mojado por la lluvia, y con aquella mirada desolada.

El joven rubio decidió cerrar el libro, apoyándolo sobre sus piernas cruzadas. Se quitó los lentes y en una acción pensativa, mordió una de las patillas. Se quedó un buen tiempo así, con la mirada perdida, observando la nada.

—¡Jaque mate!—. Anuncio Shiryu, en una pose altiva y sabia, dejando a Seiya molesto. Llamando la atención de Hyoga, quitándolo del trance.

Se levantó pensativo. Shun... era lo único que pesaba por su mente. ¿Qué era lo que estaba sucediendo con él?. No podía pensar en nada más. Se dirigió hacia los cuartos, sin siquiera hablar con los demás.

—¿Ya te vas a dormir, Hyoga?—. Pregunto Seiya.

—Eh... sí, creo que lo haré. Buenas noches, muchachos—. Respondió el rubio torpemente, parado al inicio de las escaleras.

—¡Buenas noches!—. Desearon juntos los tres Santos a su joven compañero.

Hyoga subió las escaleras en silencio, continuó así por el pasillo, donde estaban sus cuartos. En su mente tan solo Shun. Se había perdido tanto en sus pensamientos que no percibió que pasó frente a la puerta de su propio cuarto e instintivamente paró al frente del cuarto de Shun. Permaneció parado allí por algunos segundos, pero finalmente decidió golpear. Nadie respondió. Insistió una vez más. Silencio. Observó el picaporte. “¿Y si...?” La puerta estaba sin traba alguna. Entró.

Shun estaba acostado en la cama, cubierto de pies a cabeza, apenas sus sedosos cabellos verdes se veían, contrastando con las cobijas rosas. Hyoga se aproximó a él, en silencio, paso a paso, se sentó a un lado del Santo de Andrómeda y tiró de la cobija.

—¿Shun?...—. Hyoga lo llamó delicadamente, casi susurrando.

El joven Santo tenía el rostro hinchado y colorado, probablemente había llorado y mucho. Pero, ¿por qué? Hyoga se preguntaba. Era obvio que Shun era muy sensible, pero aquellas lagrimas no parecían tener sentido. ¿Serian por motivo del enojo de Ikki? No, el Santo rubio sabía que esa era la forma del Fénix de decir como lo amaba, y se preocupaba por él. Y Shun no dejaría que algo así lo afectase. Entonces, ¿cuál era el motivo de tanto llanto?.

—¿Shun, que paso? ¿Porque estas llorando?.

—¡Por nada! ¡No es nada!—. Shun respondió, intentando tirar del cubrecama nuevamente, y así esconder sus nuevas lágrimas.

—¡Vamos! ¡Shun, cuéntame! ¿Acaso no soy tu amigo? ¿Por qué tanto secreto?—. Hyoga preguntó, tomando el cuello del pijama de un verde clarito, de Shun.

El silencio reinó durante algunos segundos. Shun observaba a Hyoga melancólicamente y este le retribuía la mirada. Seria ahora, que tal vez Shun podría contarle lo que sentía, el hecho de que lo amaba. Y si Hyoga se ofendía, podría decirle que todo era un gran error, que se olvidase de eso y continuasen siendo amigos. Tenía que ser en ese momento. Shun decidió arriesgárselo todo...

—Está bien, voy a decirte porque estoy llorando...—. Shun respiró hondo, tomando valor para contarle, mientras se clavaba en los ojos azules de Hyoga, que esperaba aprehensivo.

—¿No es por la reprimenda que Ikki te dio, hoy a la tarde, no?.

Shun respondió negativamente con su cabeza, balanceando los cabellos verdes con suavidad.

—¿Entonces, por qué?—. Preguntó aún más aprehensivo; se podría decir que hasta estaba un poco curioso por lo que tenía para decirle.

—Estoy llorando, porque... porque... me gusta mucho una persona y no sé si a esa persona vaya a agradarse cuando se entere.

—¿Y quién es esa persona? Tal vez, yo te pueda ayudar—. Hyoga quiso saber, mas por su tono de voz parecía decepcionado. La verdad era que no quería saber nada acerca de ello, pero por su amistad a Shun, lo ayudaría.

De repente en los ojos de Shun, se encendió una luz y el verde de sus ojos se volvió el verde de la esperanza. Era ahora o nunca.

—Esa persona eres tú, Hyoga.

Los ojos de Hyoga se abrieron con sorpresa, sus labios se entreabrieron secos, su respiración se suspendió y su corazón dejo de latir por unos segundos. No podía ser. No conseguía creerlo. Shun le estaba declarando sus sentimientos, y Shun a él le gustaba, aquello solo podía ser un sueño.

Shun permaneció en silencio, apenas observando las reacciones de yoga, esperando lo peor, el silencio del rubio lo estaba incomodando. Tal vez el Santo del Cisne, lo maldeciría y  menospreciaría a partir de ahora.

Ninguna de las suposiciones de Shun fueron acertadas. Y Hyoga no reacciono como él esperaba que lo hiciera. Sin que se lo esperase, el joven tomo su delicado rostro entre sus manos, haciendo que el Santo de Andrómeda se tensara sobre su cama del susto. Lo miró atentamente, clavándose en los ojos verdes y le sonrió, como si él fuese el más aliviado.

Shun permaneció quieto y en silencio, todavía esperaba por lo peor que pudiera pasar. Pero de repente fue sorprendido por los labios de Hyoga. El joven Santo lo besó, de manera cálida y húmeda, su boca fue invadida por la lengua de Hyoga. Andrómeda no lo podía creer, mantuvo sus ojos bien abiertos, porque tuvo miedo de que al cerrarlos todo aquello no fuera más un sueño, que cuando los abriera de nuevo, todo desapareciera, junto con Hyoga. Pero no podía negar lo que estaba sintiendo: la lengua húmeda y suave que hurgaba en su boca, la respiración entrecortada de Hyoga contra su piel, la calidez de sus manos envolviendo su rostro, y el calor que le subía, comenzando entre sus piernas y subiendo hasta sus orejas.

—Gracias—. Hyoga habló por fin, cesando el beso y mirando el rostro del bello muchacho frente a él.

—¿Gracias? Pero, ¿por qué?—. Shun preguntó todavía sorprendido con la reacción de Hyoga.

—¡Por amarme! Tú también me gustas Shun, y mucho, mucho de verdad...

—¿Por qué no lo dijiste antes?.

—Por qué solo hoy me di cuenta de lo que sentía, cuando te vi completamente mojado por la lluvia, y con aquella tristeza en los ojos. ¡Esa imagen no hizo más que romper mi corazón!.

Después de esa declaración, fue el turno de Shun de acallar a Hyoga con un beso. Su pecho parecía querer explotar de tanta felicidad y las lágrimas caían libres de sus ojos todavía cerrados.

—¿Porque estas llorando ahora, Shun?—. El Santo rubio preguntó, deteniendo el beso, al sentir su mano humedecida por una lagrima.

—¡Oh, Hyoga! ¡Estoy tan feliz! ¡No te imaginas cuanto!—. Shun esclareció su pregunta, con una bella sonrisa en los labios, que al mismo tiempo iluminaba por completo su rostro; mientras Hyoga secaba sus lágrimas. —¡Te Amo!.

—¡Yo también te Amo!—. Hyoga declaró, también sonriendo.

Ambos jóvenes volvieron a besarse, ahora más entregados, con más deseo y pasión. Shun podía sentir el calor creciendo cada vez más dentro de su cuerpo, su corazón latía tan deprisa que parecía que iba a detenerse en cualquier momento. Era una sensación tan única que no podía creerlo en verdad. Pero esas eran las manos de Hyoga en su espalda, atrayéndolo más y más contra él, contra su pecho. Sentía sus propios dedos enredándose en los sedosos cabellos rubios del Santo del Cisne. Realmente eso no podía ser simplemente un sueño...

—¿Shun?...—. Era la voz de Ikki la que ambos oyeron, antes de que golpeara la puerta.

Los dos Santos se separaron rápidamente, quedando sentados en la cama, sus respiraciones suspendidas en una fracción de segundo, mientras la figura imponente del Santo del Fénix entraba al cuarto.

—Solo quería saber si estabas bien y... ¿Hyoga? ¿Qué haces tú aquí?.

—Vine a ver si Shun estaba bien y nos quedamos conversando—. Hyoga respondió, intentando verse lo más natural posible.

—Pensé que ya estabas durmiendo. Bien, parece que estás bien, Shun, entonces me voy a dormir. ¡Buenas noches!.

—¡Buenas noches!.

—¡Buenas noches, Ikki!.

Ambos muchachos le desearon, mientras Ikki salía del cuarto de Shun y se dirigía a su propio cuarto, que quedaba justo frente a este.

Hyoga y Shun suspiraron aliviados cuando se vieron solos nuevamente. Un poco más y el Santo del Fénix los veía besándose. Luego, y una vez más calmados, encontraron  que esa era una graciosa situación.

Sin alejar sus ojos de Shun, Hyoga se levantó y caminó hacia la puerta, dejando al joven de cabellos verdes aprehensivo.

—¿Ya te vas?—. Shun preguntó con una pequeña tristeza en sus ojos.

—¡No! Solo garantizare que nadie más nos interrumpa, por hoy—. Hyoga respondió mirando a Shun por encima de su hombro, con una sonrisa maliciosa en los labios.

Shun permaneció inmóvil, sentado sobre la cama, apenas observando los movimientos de su amado. Hyoga trabó la puerta con llave, y se volvió hacia el Santo de Andrómeda. Lo observó desde lejos, contemplando su belleza. Sonrió al ver los verdes ojos de Shun sobre sí.

—Creo que ahora nadie nos molestara—. Declaró el joven rubio, sonriendo al imaginarse a Shun totalmente solo para él.

El Santo de Andrómeda sonrió al oír la declaración de Hyoga, invitándolo a terminar lo que habían comenzado. El rubio volvió hacia la cama, caminando lentamente, mientras mantenía los ojos fijos sobre Shun.

Ninguno de los dos podía quitar su mirada de encima del otro. Estaban locos de pasión y deseo, que necesitaban ser saciados inmediatamente. No podían esperar más.

Hyoga se sentó nuevamente en la cama, a un lado de Shun. Lo miró atentamente, recordando cada ángulo, cada marca característica. Quería guardar para siempre aquella imagen es su mente. El rostro de la persona que amaba.

El Santo rubio no tenía prisa, pero Shun no aguantaba más; él simplemente no podía estar ni un segundo más sin tocarlo. Entonces tomó una de las manos de Hyoga y lo jaló contra su cuerpo, arrebatándole un ardiente beso.

Se besaron acaloradamente, Shun podía sentir el calor subiéndole otra vez, desde las piernas hasta la punta de las orejas; las manos de Hyoga recorriendo su espalda, apretándolo y acercándolo contra su pecho. Luego el beso se volvió ardiente, más exigente. El cuerpo de ambos pedía más...

Hyoga dejó que sus labios se deslizaran hacia el cuello de Andrómeda, el cual soltaba suspiros de placer. Las manos del Santo buscaban los botones del pijama de Shun, desabrochándolos uno a uno, muy despacio.

En poco tiempo, la camisa del pijama estaba abierta, revelando el tórax pálido de Shun. Al ver los rosados pezones del joven de cabellos verdes, Hyoga no lo pensó dos veces, atacó uno de ellos con su boca, besándolo y lamiéndolo, mientras una de sus manos acariciaba el otro. Shun ya comenzaba a dejar escapar pequeños gemidos de placer.

De repente Hyoga paro su dulce tortura, recostó delicadamente a Shun en la cama y lo observó de la cabeza a los pies. ¡Shun estaba tan hermoso! Su rostro estaba enrojecido, no por lo que había llorado, más bien a causa del calor de la excitación, su pecho subía  y bajaba debido a la respiración pesada y trabajosa. Y sus ojos brillaban de alegría. Hyoga nunca imagino ver a su amado así, tan entregado al amor y a la lujuria.

Hyoga también se sentía arder, su rostro comenzaba a enrojecer y su sexo hacía mucho tiempo ya apretaba dentro del ajustado pantalón de jean. Sin quitarle la mirada de encima a de su precioso objeto de deseo, el joven Santo se quitó su playera azul y cubrió con su cuerpo el cuerpo de Shun. Los besos volvieron a dar inicio pero aún más ardientes, llenos de deseo y hambre.

Shun enredaba a Hyoga en sus brazos, en un abrazo fuerte, tal y como sus cadenas lo harían. Tocó su piel, gozando del calor de la piel del Santo del Cisne. ¡Y como era, él de cálido!.

—¡Ah, Hyoga!... Eres tan caliente...—. Shun susurró, entregado a la lujuria de los besos de Hyoga en su cuerpo.

—Frío... ¡Solo mi Polvo de Diamantes, yo soy caliente! ¡Y mucho, mi amor!—. Hyoga declaró todavía besando el cuerpo del joven, pasando rápidamente de la boca al cuello, del cuello al pecho, dando una atención exclusiva a cada uno de los pezones individualmente; del pecho parando en el vientre, más precisamente en el ombligo.

Shun estaba enloqueciendo con las caricias y besos, Hyoga realmente estaba jugando con él, haciéndolo gemir extasiado. El rubio paró al límite establecido por el pantalón del pijama, y vio por sobre sus ojos pera el joven de Andrómeda, quien le retribuyó la mirada.

Sin decir palabra alguna, el muchacho de cabellos dorados comenzó a desvestir a Shun de sus pantalones. Lo quitó junto con el bóxer. Hyoga quería ver cuán excitado estaba su amante. No se sorprendió cuando vio la enorme erección que despuntaba, pulsante, tersa, en el bajo vientre de su Santo de Bronce.

Hyoga lo contempló una vez más, observando todo el cuerpo desnudo de Shun. ¡Que hermoso era! Tomó una de las piernas del Santo y llevo el pie blanco a su boca. Lo besó delicadamente, provocándole pequeñas cosquillas a Shun. Después lamió los dedos sensualmente, sin dejar de mirar al muchacho tendido en la cama, prestando atención a cada reacción, oyendo cada gemido que escapaba de su boca.

Encaminó los besos por toda la pierna, subiendo por esta, haciendo un camino imaginario hasta la parte interna del muslo. Besó y lamió cada una de manera muy sensual, enloqueciendo al pobre de Shun, pero no tocó el lugar que más necesitaba de su atención, su sexo. Se ocuparía de aquel trozo de carne ardiente y lujuriante con más calma dentro de poco.

El deseo de Shun ya se había vuelto desesperación. Hyoga lo enloquecía a cada beso, toque, caricia; se sostenía fuertemente de las sabanas, procurando mantener un poco su equilibrio mental. Pero era imposible. El Santo de Andrómeda gemía y se retorcía cada vez que su amante tocaba su piel.

Después de darle un tratamiento especial a cada pierna de Andrómeda, el Santo del Cisne volvió a tenderse sobre Shun. Besó su frente, sus ojos, la punta de su nariz, las mejillas, la boca... todo con mucho amor y cariño.

—¡Deja de volverme loco, Hyoga!—. Shun imploró, entre los besos que Hyoga le daba, y tomando el pantalón de su amante por los costados, continuó: —¡Ya quítate el pantalón! ¡Ámame!.

El muchacho rubio cesó los besos y sonrió al oír tales palabras. Realmente había ido muy lejos con su tortura, y además, ni él mismo aguantaría más tiempo así. Se levantó y esperó que Shun tuviese toda su atención puesta sobre él. Entonces comenzó a quitarse el pantalón. Primero desabotonándolo muy despacio, aun provocando a su amado Santo, luego llegó la vez del cierre.

Shun se apoyaba en uno de sus codos para tener una mejor visión de su amado desvistiéndose, solo para su disfrute. ¡El Cisne era una visión más que divina para él! ¡Hyoga podía ser comparado con el mismo Dios Apolo, bello y masculino!.

Hyoga se acercó más a su amante, mostrando su pantalón completamente abierto, entre donde se podía ver el bóxer blanco. Con la proximidad de su cuerpo, Shun intentó tomarlo y tirarlo en la cama, estaba bastante cansado de aquel juego de seducción, quería ir a lo que a él realmente le interesaba. Pero el joven Santo fue más rápido y dio un paso atrás, huyendo así del agarre de Andrómeda, dejándolo con más ganas.

Pero el cuerpo de Hyoga tampoco podía esperar más. Imploraba por alivio. Por eso el rubio se deshizo rápidamente del pantalón y en seguida de su bóxer, revelándose totalmente desnudo, como había venido al mundo, a su amado. Shun casi no podía creer en la belleza que veía. El pecho levemente musculoso de Hyoga, el abdomen bien definido, los dorados bellos púbicos y el enorme y latente pene. Era demasiado pera el joven Santo de Andrómeda.

Shun veía a su amado aproximarse a él nuevamente, este lo ayudó a quitarse la camisa del pijama que todavía llevaba puesta y luego se hecho sobre su cuerpo. El Santo de Andrómeda casi acabó cuando sintió su sexo tocar el del rubio. Ambos gimieron juntos en un abrazo ardiente y en una desesperación insana. Se tocaban y se besaban con mucha pasión y lujuria.

En medio de tantas caricias, toques, besos y locuras, Shun no se dio cuenta que Hyoga había levantado sus piernas, abriéndolas antes de soltarlas para así ser penetrado. Solo se percató de ello, cuando ya sentía la punta del pene de su amado rubio siendo empujada contra su ano. Tembló un poco, temía por lo que podía pasar con aquella nueva experiencia, pero no dijo nada, ni hizo ningún movimiento de más, no iría a arruinar todo ahora que estaban allí, no en ese punto.

Sintió a Hyoga empujando hacia dentro de él y mordió sus labios para que un grito de dolor no se escapase de ellos. Le dolía, pero trataría de relajarse, al final era la persona que más amaba la que lo estaba tomando, amándolo y eso era tan bueno.

Shun gimió alto cuando el Santo del Cisne tomó su sexo firmemente, masajeándolo en movimientos fuertes y rítmicos, al mismo tiempo que comenzaba con las estocadas en su interior. Se permitió relajarse aún más para que Hyoga pudiera penetrarlo más profundamente.

Luego comenzó una cabalgata salvaje, Shun gemía extasiado de placer, el dolor había casi desparecido; y Hyoga también gemía despacio en su oído. Sus cuerpos estaban cubiertos de un sudor que se mezclaba. Todo era locura y pasión, amor y lujuria. No pensaban en nada más, además del hecho de que tenían que amarse.

La cabalgata duró por un largo tiempo. Hyoga se enfilaba cada vez más, en más rápidas estocadas, al mismo tiempo que manipulaba el sexo de su amante, haciéndolo gemir de puro deleite. Estaban tan entregados que no se dieron cuenta de que la cabecera de la cama golpeaba contra la pared el mismo ritmo que la apasionada danza, llamando la atención de los Santos hacia el sitio del estruendo.

Seiya fue el primero en salir de su cuarto y percibir que el ruido venia del cuarto de Andrómeda. Poco después los demás lo siguieron, saliendo de sus respectivos cuartos.

En la cama, ambos amantes llagaban al clímax, llenando todo el ambiento con el fuerte aroma del su gozo, antes de que los tres Santos se dirigiesen hasta ellos. Hyoga cayó exhausto sobre el cuerpo de Shun. Mientras este intentaba recuperar el aliento perdido en el acto.

—¿Shun? ¿Qué está pasando?—. Era la voz de Ikki, con un tono preocupado, golpeando la puerta, mientras los otros dos muchachos lo miraban expectantes.

Shun y Hyoga se miraron asustados. ¿Sería que habían hecho tanto ruido? No podían dejar que los otros los vieran, ¿qué pasaría si los descubrían? El silencio de Shun preocupo todavía más a su hermano, e Ikki golpeo una vez más la puerta moviendo el picaporte, que obviamente estaba cerrado con llave.

—¡Shun, abre ya la puerta! ¡Shun!... ¡ábrela o la voy a abriré a mi modo!.

Y el joven de cabellos verdes sabía muy bien cuál era el modo que Ikki usaría. Con seguridad derribaría la puerta y los encontraría a él y a Hyoga en la cama. Y eso no sería nada bueno...

—¡Ya voy! ¡Espera un poco!.

Shun empujó a su amado hacia un lado y salto de la cama rápidamente. Estaba pálido del susto. Vistió el pantalón del pijama y juntó las ropas de Hyoga que estaban esparcidas en el suelo.

—¡Rápido! Escóndete debajo de la cama—. Shun ordeno a Hyoga, entregando en sus manos la ropa, susurrando casi, y sin poder ocultar su nerviosismo.

Hyoga obedeció sin protestar, estaba demasiado nervioso para pensar en otra solución. Se deslizó debajo de la cama, mientras Shun caminaba hacia la puerta.

—¡¿Ikki?! ¿Seiya, Shiryu? ¿Qué es lo que...? ¿Qué está pasando?—. Pregunto el Santo de Andrómeda al abrir la puerta y en centrarse con todos allí.

—Oímos mucho ruido que venía de tu cuarto. Estábamos preocupados—. Respondió Seiya, intentando espiar dentro del cuarto de Shun.

—Yo no escuche nada. Fueron ustedes los que me despertaron.

—¿Estabas teniendo una pesadilla?—. Indagó Ikki, mirando a su hermano de arriba abajo.

—¿Por qué haces esa pregunta Ikki?—. Shun no entendió el motivo de aquella pregunta, poniéndolo todavía más nervioso.

—Estas nervioso… y todo sudoroso.

—¡Ah, si!... fue eso... estaba teniendo un mal sueño... tal vez fui yo el que tiro algo en el cuarto—. Medio torpemente, Shun confirmó lo que su hermano preguntaba e intentaba explicar los ruidos en su cuarto. —Ahora podemos volver a dormir, ¿no lo creen?.

Los otros Santos coincidieron con Shun, al fin de cuentas el misterio había sido aclarado. Seiya y Shiryu se habían convencido con lo que Shun les había dicho. Menos Ikki. Miró a su hermano atentamente una vez más antes de volver a su cuarto. Shun aún tenía una sonrisa nerviosa en los labios.

Antes de entrar al cuarto, Ikki vio en dirección a la puerta de Hyoga. Todos habían despertado a causa de los ruidos, menos el Santo del Cisne. ¿Podría ser que él no los escuchó? Recordó que antes de acostarse lo había visto con su hermano. No, debía estar imaginando cosas. Balanceó la cabeza negativamente alejando esa idea. Tal vez Hyoga estaba muy cansado y se durmió profundamente. Finalmente entró a su cuarto.

Shun esperó a que todos entrasen en sus cuartos. Entró, cerrando la puerta y se apoyó en ella, suspirando profundamente, aliviado.

—Creo que hicimos mucho ruido—. Hyoga dijo, saliendo debajo de la cama de Shun, con una sonrisa en el rostro, encontrando graciosa la situación. —Necesitamos tener más cuidado la próxima vez.

—También pienso lo mismo. Precisamos tener mucho cuidado, creo que Ikki sospecha algo—. Retrucó el Santo de Andrómeda con semblante serio.

—No te preocupes, mi amor. Ahora ven aquí, vamos a dormir juntitos—. Sugirió el joven Santo rubio, dejando caer las ropas que sostenía, revelando así toda su desnudes.

Shun lo vio y no pudo evitar que una sonrisa maliciosa escapase de sus labios. Caminó hasta su amante y se entregó a los brazos y besos de Hyoga. Se acostaron juntos y se besaron cariñosamente hasta que el sueño los envolvió a ambos por igual.

 

Fin.

Notas finales:

Notas Finales: La gran mayoría de mis traducciones la hice en el 2005, así que había mucho que arreglar. Este fic en particular tiene una continuación, ‘Relación Peligrosa’. La subiré tan pronto la tenga corregida.


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