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Moonlight por RyuuMatsumoto

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Notas del capitulo:

Dos de los hechos mencionados aquí son reales: el síndrome y la frase del final, la cual traduje con el traductor de Google y fue lo que me dio la idea para escribir esto.

Hay un desfase de tiempo entre los dos eventos mencionados arriba. Acá (historia) el tiempo transcurrido entre uno y otro es mínimo, mientras que en la vida real la distancia entre ambos es de... ¿un año? Más o menos. Las personas que siguen a la banda se darán cuenta. Pero quería que ambos coincidieran. Demás que esto es un fanfic, ficticio. Y puedo escribirlo como se me dé mi real gana :D

正 es el kanji usado para escribir el nombre de Tadashi. Si lo ponen en el traductor, se traduce también como "positivo". No sé japonés, lo advierto. Pero creo que ese doble sentido le da sentido (valga la redundancia) a la historia.

Kuro es el nombre del gatito de Ryutarou. Es negro y es lindísimo.

 

— ¿Síndrome de Guillain-Barré?

La voz de Akira rompe el silencio que se ha formado por interminables segundos, luego de que el pálido vocalista les relatara su larga travesía que desde hace una semana ha tenido en el hospital, la cual culminaría con el diagnóstico formado por su médico de cabecera. Ryutarou, sentado en el piso de madera laminada de la sala de ensayos, se limita a asentir en silencio. Está más inexpresivo que de costumbre y eso de alguna manera, logra alarmar a los otros tres. Sin embargo, la aparente frialdad del cantante se limita de razones al cansancio del cual es víctima: bastante trabajoso ha resultado tener que caminar desde el taxi hasta la entrada del edificio y luego, soportar el trayecto en ascensor que nunca, sino hasta ahora, le ha parecido más que eterno. Incluso con el rubio bajista a su lado.

— El síndrome de Guillain-Barré es un trastorno neurológico… bla bla… ataca a la capa aislante que recubre los nervios… — murmura el baterista, quien a toda prisa y aprovechando la conexión Wi-fi del edificio, no duda en buscar el término desde su móvil—. Los nervios no pueden enviar las señales de forma eficaz…

— Los músculos pierden su capacidad de responder… — continua el guitarrista, leyendo por encima de su hombro —… incapacidad de sentir calor, dolor y otras sensaciones…

— Además de paralizar progresivamente varios músculos del cuerpo – finaliza el vocalista con voz monocorde.

El silencio vuelve a reinar en la sala. Los cuatro están demasiado consternados como para poder añadir algo más, si es que hay algo que pueda añadirse. Ni siquiera se atreven a mirarse entre ellos, pese a que Ryutarou nota de vez en cuando los ojos de alguno, clavados encima. Es como regresar a los viejos tiempos, y tener a Tadashi, Akira y una versión más joven de Takashi siempre al pendiente de su inestable ánimo. Ya sea por pura vergüenza o por su aclarada dificultad para moverse, no es capaz de levantar la mirada.

—Entonces… — la voz de Kenken es la primera en romper el silencio—. ¿Qué…?

—Es bastante obvio ¿no? Vamos a cancelar las presentaciones de la próxima semana.

—No, Akira. Me han enviado medicamentos y seguro dentro de un par de días…

—Akira tiene razón. No podemos arriesgarnos — interviene Tadashi, que se ha mantenido en silencio hasta entonces—. Daré aviso a los medios y…

—Tadashi, escucha…

— ¡Escucha tú, Ryutarou! — Interrumpe con vehemencia. Al mencionado no le queda más que enmudecer ante tal llamado de atención. Un dejo de lo que puede interpretarse como miedo, combinado con sorpresa, inunda los rasgados ojos de Kenken y Akira. Sobre todo del primero, quien nunca lo ha visto tan alterado—. Hace dos días no podías ni levantarte de la cama. Una semana no es garantía de nada. Y es algo que no está a discusión — añade cortante, en el instante en que el otro apenas y piensa en abrir la boca para replicar.

Es el tercer silencio incómodo  que va en el día y eso que no han pasado ni media hora desde su llegada. Eso sí que es un record. La tensión en el ambiente es tal que, si una de las cuerdas de la guitarra que Akira finge afinar se soltara, podría cortarlo de un latigazo. Ni siquiera los quedos tamborazos y pruebas por parte del más joven de la agrupación son suficientes para aliviar un poco la situación. Tal cual un infante que se sabe en problemas, Arimura se niega a levantar el rostro para establecer contacto visual con el rubio bajista, quien no tarda demasiado en excusarse con un hilo de voz y salir a toda prisa de la sala, con una rápida excusa de la cual sólo alcanzan a entenderse las palabras “aviso”, “manager” y “prensa”.

—Oye, Ryu…

El aludido por fin levanta la vista.

—Que al final no eras tan hipocondríaco como pensábamos.

Y el siempre presente buen humor del guitarrista es suficiente para, al menos, arrancarle el fantasma de una sonrisa.

 

— ¿Tadashi?

— ¿Mh?

Esta vez es el rubio bajista quien no se digna a levantar la mirada. Es de noche ya y hace casi cinco horas que Akira y Satou se han marchado ya, acompañados por él. Justo a esa hora, se suponía que tendría ya que estar en cama, mirando alguna aburrida película en la comodidad de su departamento, sin más compañía que Kuro. No obstante, tras haber alimentado a su adorable gato, la ansiedad ha sido más fuerte que el sentido de responsabilidad en cuanto a su propia salud. No le ha costado demasiado adivinar en dónde encontrar a Tadashi, luego de llamar a su teléfono particular sin obtener respuesta y posteriormente a su móvil. Las llamadas desviadas le han llevado de vuelta a la sala de ensayos. No es un secreto para nadie que Hasegawa es de los que prefieren encerrarse en su trabajo; acto compulsivo cuando siente que las cosas se le salen de control.

La luz de la sala está apagada, sin más iluminación que la farola de la calle, las luces de neón pertenecientes a los anuncios de los edificios aledaños y la luna plateada que parece compartir ese aire de tristeza siempre presente en los oscuros ojos del vocalista. El hecho de que Tadashi sea capaz de seguir ensayando con el bajo, incluso en la penumbra, dice mucho acerca de su talento y maestría con el instrumento. La oscuridad nunca ha sido lo más cómodo para Ryutarou y sin embargo, la falta de una mejor respuesta por parte del bajista le arrebata el valor para encender el interruptor de iluminación.

— ¿Podemos hablar?

No responde, pero detiene su improvisación y el moreno lee aquel cese como un sí. O una resignación, que para el caso da lo mismo. A paso lento, el moreno se acerca y ocupa lugar en un pequeño desnivel que conduce a la segunda mitad de la habitación. No le mira, y tampoco le pregunta la razón por la cual desea conversar. Porque lo conoce tan bien, que la sola mirada del vocalista le basta para adivinar lo que está pensando. Pero no se quiere enterar. No quiere verle a los ojos. Porque esa capacidad para leerle es recíproca y no quiere que Ryutarou se entere de lo que él está pensando.

—Me siento mejor… un poco mejor que esta mañana. Llegué acá solo.

—Me alegro.

El tono frío que usa contradice completamente la frase que, sin embargo, es completamente sincera. Al menos le ha sacado dos palabras y eso sin duda, es mejor que nada. Un suspiro quedo sale de sus palidísimos labios y vuelve a tomar aire para seguir hablando en cuanto nota que Tadashi ha dejado el bajo a un lado.

—Por eso no creo que sea necesario-

—No insistas con eso. Ya di el aviso y las primeras fechas de la gira están canceladas. En un par de días se darán los reembolsos de las entra-

— ¿Canceladas? ¿Cómo que canceladas? – esta vez es él quien interrumpe. Los ojos se le han abierto del todo por pura indignación. Articula varias veces con la boca sin que ningún sonido salga de ella—. No puedes, Tadashi. ¡Ni siquiera nos consultaste! ¡No me consultaste a mí! Si me hubieras llamado, sabrías que ya me siento mejor y-

—Akira y Satou lo saben. Están de acuerdo. Los tres estamos de acuerdo en que es lo mejor. Ya se dio el aviso y mañana será publicado. Ya no hay más que hablar – sentencia, levantándose del banco en el que ha estado sentado.

— ¿Los tres? ¿Y qué hay de mí, ah? Claro, decidan los tres por el enfermo — le espeta con rabia, casi saltando para alcanzar a tomarle de un huesudo hombro, cuyo propietario a desgana se gira para encararlo. A pesar de los reclamos, acompañados con lentos movimientos de sus manos, el bajista permanece impertérrito detrás de las gafas y la siempre desordenada cabellera—. ¡No estoy convaleciente! ¡No tenía que llegar a tanto! ¡No tenían que cancelar! ¡No tenían que decidir por mí!

— ¿Ah, no? ¿Entonces está bien sólo cuando tú lo haces? – responde Tadashi a la sazón en cuanto el último reclamo llega a sus oídos. Su ceño no se frunce. Sus labios no se aprietan. Simplemente le lanza la mirada más dura que le ha dedicado en años al vocalista—. ¿Está mal cancelar un par de conciertos pero tú puedes mandar dos décadas de relación a la mierda? ¿Es eso?

Ryutarou siente que un balde de agua fría le ha caído encima. Y es un balde que no puede esquivar porque aunque sus razones tiene, no es capaz de negar que ha hecho aquello de lo que ha sido acusado. Y el nudo en la garganta le impide replicar a viva voz como él quisiera. En su lugar, su siempre quedo tono se vuelve todavía más frágil.

—Yo no… No es por eso. Tú no…

— ¿Qué? ¿No entiendo? ¿Es eso lo que ibas a decir? ¿Te vas a hacer el incomprendido? Pensé que ya habíamos pasado por esa etapa hace quince años — replica con crudeza. Erguido y sin apariencia de dar su brazo a torcer, Tadashi se cruza de brazos en la misma actitud que adoptaría un padre de familia ante un hijo que acaba de ser rescatado de sus cuarenta y ocho horas reglamentadas en prisión por manejar bajo el efecto del alcohol. Y sin embargo, esta interpretación no podría estar más alejada de la realidad: se abraza a sí mismo porque al igual —o peor— que al vocalista, a él también le duele.

A Ryutarou le cuesta todo su autocontrol mantener sus ojos secos. Su condición fármaco dependiente es tabú, y se supone que solamente ellos dos están enterados al respecto, aunque bien sepa que aquello es un secreto a voces. Se muerde el labio, guarda las manos en los bolsillos de su chaqueta y vuelve a bajar la mirada para encontrarse con los zapatos blancos y negros del bajista: esos cuya suela ancha le confieren un poco más de altura, porque bien sabe que siempre ha detestado ser más bajo que él. Tiene miedo de verle de nuevo, porque la conversación ha tomado un rumbo que él ha deseado evitar desde hace casi tres noches.

Y como se niega a hablar, Tadashi es quien toma la iniciativa.

—Ya hemos salido adelante juntos.

—Cállate…

—No tendría por qué ser diferente ahora.

—No es lo mismo.

—Es lo mismo.

—Tadashi… No tiene cura. Y lo sabes.

Más que un reclamo, su voz se ha convertido en un lastimero reproche que ni siquiera está seguro, ha sido escuchado por su interlocutor. Se niega a sucumbir todavía: hace casi quince años que no ha derramado ni una sola lágrima y no comenzará ahora. No en frente de quien tanto esfuerzo ha puesto en verle siempre con el mejor humor. No frente a él.

— ¿Y eso qué importa? Las parejas se apoyan. Dependen el uno del otro.

—Yo siempre he dependido más de ti que tú de mí.

Y su voz se vuelve a apagar. Lo ha dicho, pero no por ello se siente mejor. No hay más realidad que aquella: la culpa se lo come por dentro cada vez que piensa en Tadashi, y rememora lo que éste ha hecho una y otra vez para dejar la felicidad a su alcance, para ayudarlo a salir adelante. Porque Ryutarou ha sido siempre su dolor de cabeza, su carga, su karma, su cruz. Porque rememorar todo lo que el bajista sufrió por su culpa durante tanto tiempo le hacen replantearse que ha perdido casi una vida en mantener a salvo a un caso completamente perdido: él. Porque ya bastante ha sido tener que hacerlo lidiar con su fármaco dependencia, sus extraños y radicales cambios de ánimo, su necesidad de aislamiento y siempre latente hipocondría. De su completo conocimiento es que Tadashi, muy a pesar de sus cuarenta años, aún se conserva como un adulto atractivo y vivaz que sin duda merece una vida mejor. Una vida que él, paralizado, no podrá darle.

—Me necesitas. Yo te necesito.

La voz del bajista vuelve a romper el silencio que se ha extendido apenas unos segundos que al vocalista se le han antojado larguísimos. Pese a las palabras salidas de su boca, su tono de voz no cede en lo absoluto, aunque un atisbo implorante puede ser detectado sólo por él, su eterno acompañante. Y lo odia por eso, porque le cuesta la vida negarse a ese implícito ruego que por dentro le destruye, haciendo añicos su fuerza de voluntad, tirando al abismo su decisión, la cual ha tomado pensando solamente en el bien de su pareja. Ex pareja.

—Tú no necesitas una vida como la que te espera si te quedas conmigo.

Y antes de que el rubio tome aire para una réplica, le esquiva para salir de la sala de ensayos lo más rápido que le responden sus agotadas piernas. Tadashi no se toma la molestia de seguirle. Ni siquiera se gira. El sonido de la puerta al cerrarse es lo único que necesita escuchar para que su mente comience con la etapa de resignación. Tan solo atina a regresar a su asiento, tomar de nuevo el bajo y, acomodándoselo sobre las piernas y entre los brazos, retomar el ritmo de sus ensayos, que esta vez no es una improvisación, sino una conocida melodía.

Inconsciente de que, al otro lado de la puerta, un débil Ryutarou deja que una lágrima solitaria le resbale por la mejilla al reconocer los acordes de Moonlight, para luego emprender una lentísima caminata de regreso a su desolado departamento.

Quizás a esa hora, Kuro ya estaría dormido.

 

 

La parte más difícil de la jornada es la llegada de la noche. Todo sería más sencillo si el vocalista se limitara a dormir desde las diez  —hora en la que últimamente Akira y Kenken han concluido sus visitas diarias— hasta el amanecer. Pero no: su organismo tan acostumbrado a trasnochar le provoca despertarse inevitablemente siempre pasada la medianoche; y de ahí, hasta el momento en el que el sueño logre vencerlo de nuevo.  

Estar recostado no es la opción. Ryutarou se desespera fácilmente, de tal manera que ha tenido que inventarse técnicas para pasar sus noches en vela lo menos desagradablemente posibles. ¿Cómo hacerlo cuando su propio cuerpo le impide la movilidad que desea? Estando ya en el inicio de la tercera semana después de comenzados los padecimientos del síndrome —la peor para el paciente según los registros médicos— la dificultad para incluso caminar se le ha agravado de tal manera que si no ha comenzado con el uso recomendado del bastón, es por mero orgullo y dignidad. Testarudez si se quiere. Y el moreno ruega que por favor, esa semana de infierno termine ya.

Ryutarou sale del sanitario con las manos aún húmedas debido a lo rápida y descuidadamente que se las ha secado luego de lavarlas. ¿La razón? El timbre ha sonado y él atribuye la visita al baterista, que se ha dejado olvidado el suéter antes de irse. Si llevara el bastón en la mano, seguramente le golpearía por regresar a tan altas horas de la noche en lugar de esperar a la visita del día siguiente. Por supuesto que Ryutarou sabe que detrás del descuido, se esconde un plan para mantenerlo vigilado, cuidando que no se ahogue con su propia saliva por si no puede darse la vuelta mientras duerme.

—Tendrías que aprender a atender la puerta — le reprocha en voz queda a su gato, quien ignorándolo olímpicamente, continúa con su profundo y felino sueño en el sofá más grande del reducido living. Territorial como es, le gusta extenderse cuán largo puede, así tenga que sacar las garras para ocupar más lugar del que debería.

Tanto ha tardado en llegar a la puerta, que se sorprende con que esta no haya sido derribada por Kenken, quien ciertamente debe estarse imaginando los peores escenarios posibles en su imaginativa cabeza.

— ¡Ya voy! – grita, como para hacerle saber que sigue vivo. Y tras unos segundos que se le han antojado eternos, por fin logra quitar los seguros para abrir la puerta que da hacia el exterior.

Pero para su sorpresa, una suerte de rayo amarillo es la que irrumpe en su solitario hogar mucho antes siquiera de que le invite a pasar. Y aunque tuviera la oportunidad de negarle el acceso, está demasiado consternado como para pensar en una negativa para un Tadashi que con una mezcla de familiaridad y autoridad, se adentra al living y lo primero que hace es echar a Kuro de su comodísima letargo. Y es que esos dos nunca han logrado llevarse verdaderamente bien.

—Imaginé que estarías despierto. Te he traído café. Con leche, claro. Y algo en lo que podemos entretenernos hasta que te dé sueño – anuncia con su característico tono calmo mientras deposita sobre la mesa una gran bolsa de contenido ahora revelado.

Sentado en el sofá, va sacando paquetes que Ryutarou reconoce como bocadillos, un par de vasos de café de máquina y un juego de mesa que consiste en una torre de bloques de madera que deben ser retirados sin dejar caer la construcción. Cerrando la puerta y poniendo el seguro, Ryutarou hace caso omiso de un Kuro que con indignación trata de llamar su atención, restregándosele en los pies desnudos. A paso lento, vuelve al sofá pero en lugar de sentarse al lado del bajista, se limita a inclinarse por encima del respaldo para abrazarlo por los hombros y el cuello. Se siente pesado, y así se lo deja saber a su compañero de veinte años, quien al sentir los bien conocidos labios del vocalista sobre su mejilla —y más precisamente, sobre el lunar en esta—, gira el rostro para que ambas bocas se encuentren en un beso discreto que pese a no profundizarse, se alarga varios segundos. Tiempo en el cual Ryutarou aprovecha para estirar una mano y, hábilmente, extraer el móvil que Tadashi siempre lleva en el bolsillo izquierdo de la chaqueta.

Y es que lo conoce tan bien, que sabe incluso que lleva el teléfono  ahí porque le desagradan los bultos en sus gastados jeans.

Aprovechando su dificultad para moverse, Ryutarou se toma su tiempo para rodear el sofá al tiempo que sus hábiles dedos tipean en el móvil para acceder a la aplicación de Twitter que por ley, ya casi todos los aparatos electrónicos conllevan. Nada se demora en introducir su usuario y contraseña, así como un cortísimo mensaje que seguramente nadie más que él comprenderá. Pero que no tardará mucho tiempo en ser retwitteado por sus fans.

— ¿Qué escribes?

—Nada.

Miente descaradamente porque se sabe descubierto, tanto así como a salvo. Tadashi aún no ha sido arrastrado al mundo de las redes sociales, lo cual le garantiza seguridad hasta que el bajista acceda a crearse una cuenta en el sitio web. Regresando a la pantalla de inicio, deja el móvil de nuevo en el bolsillo de donde fue extraído y se sienta cómodamente para beber un trago de café, en lo que la torre de Jenga es debidamente preparada.

Y recién unos segundos han pasado, para que ese corto mensaje ya sea del dominio de unas cuantas miles de personas:

有村 竜太朗 ‏@Pla_ryutaro

Visitante de media noche (・正・)/

                

Notas finales:

Acá pueden confirmar la veracidad del tweet:

https://twitter.com/Pla_ryutaro/status/137555265376620545

Gracias por leer. Y más gracias a quienes se den el tiempo de comentar. (:


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