Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Abyss por Nichts

[Reviews - 7]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

Hola, aquí traigo un fic de estos muchachos. La verdad es que hay muy poco de ellos en esta página, deberían escribir más, nadie las matará por eso ¿O acaso hicieron un pacto con el diablo para sólo escribir Gazette?

El fic era originalmente un One-Shot... pero... se me estuvo alargando, así que saldrán dos capítulos de él. Quería terminarlo ya, pero inconcluso y como va, mejor en dos y tenía unas ansias de subirlo que... Sí, sí, soy muy ansiosa a veces.

Me disculpo de antemano por alguna falla ortográfica o de redacción, lo he repasado, pero... Igual, es muy probable que se me pase más del algún detalle.

En cuanto la pareja, descrúbranla.

Espero disfruten la lectura. Dedicado a todas las Manias que pasen por aquí.

¡D'espairsRay Forever! ♥

Abyss.

 

Dentro de las tantas cosas que sentí por ti, está el amor desmesurado y obsesivo. Es cierto, siempre fui un hombre solitario, silencioso en primera instancia, pero tú... Tú fuiste uno de los pocos que se dio cuenta de que detrás de esa lacónica faceta, hay un ser humano, con emociones y sentimientos que de una u otra forma se posaron en ti la primera vez que te miré a los ojos. Eras joven, extrovertido y vivaz, tu inconfundible mirada quedó en mi retina tatuada cosa que en cada despertar, esa imagen viniera a mí vivamente. Un recuerdo claro. Pero no sólo fueron tus orbes castañas las que calaron en mí. Tu voz violó mis oídos de la forma más brutal que se puede imaginar el hombre. Penetraste en ellos sin consideración alguna, arremetiste contra mi alma con una brutal embestida que desbordaba majestuosidad y perfección, rabia y sensualidad. El contraste perfecto a tu personalidad, tu verdadera personalidad. Melancólico, pasabas tus días tristes frente a la ventana mirando la lluvia chocar contra el cristal, escena que se reflejaba en tus hermosas pupilas cada tarde, mientras pensabas en cosas que nunca pude descifrar más que en tus letras, que en muchas ocasiones, fueron apuñaladas directas al corazón; como en otras, que no lograba entender qué mierda te ocurría. Así eras tú, Hizumi, una caja de sorpresas que siempre me gustó abrir y remover para encontrar algo más, aunque no siempre fuera agradable, todo se olvidaba con el tacto de tus manos.

El hecho que a diario quisieras salir a beber algo siempre me causó gracia, pues tu máscara era ser una persona social, sabía que a veces te exasperaba salir, me pedías a gritos con esa voz silenciosa que sólo yo supe oír y descifrar, detenerte e insistir en quedarnos en casa con alguna excusa. Nunca tuve problema en acriminarme, pero luego de excusar la ausencia de ambos, me mirabas con un deje de culpabilidad que bordeaba en la inocencia. Una imagen hermosa, acompañada de unas gracias, susurradas o murmuradas apenas. Luego te ibas a tu habitación, como era tu costumbre, a mirar por la ventana o estar en el ordenador si te apetecía. Esa fue otra de tus obsesiones, el diseño. Además de ser un letrista anónimo, diseñabas un sin fin de cosas que algún día esperabas lanzar. Deseabas vivir de ello con todos tus anhelos y era lo que justamente, la gente creía: Hizumi el diseñador. Pero cuando estabas conmigo, la música era el verdadero anhelo, el anhelo que aparecía al quitar aquella máscara. El anhelo que compartíamos.

Tus besos eran otras de mis manías. Si bien es cierto, en un comienzo fuiste tímido, con el pasar de los días te ibas desenvolviendo más en el asunto. Nunca pensé que ese sentimiento que crecía silenciosamente en mi interior, sería correspondido. Nunca me lo dijiste. Nunca salió de tus labios, pero fueron los mismos que me lo demostraron el día que partí lejos a otro continente por cuestiones de trabajo. Aquel mes estuviste insoportable, te enojabas hasta porque respiraba y maldecías a medio mundo sin razón. Muchos se alejaron de ti, por ese iracundo sentir verdaderamente inexplicable. Fue cuando escribiste aquella letra tan llena de odio que creí que el Hizumi que conocía se había esfumado tras la ira. Te vi resbalar por entre mis dedos como la arena, deshaciéndote, despidiéndote. Con un intenso dolor en mi alma estaba listo para decirte adiós a ti y a ese afecto que además, se iba con un pésimo recuerdo. Pero... las cosas cambiaron cuando mientras me maldecías camino a la puerta me empujaste con todas tus fuerzas contra la pared y plantaste sobre mis labios los tuyos. Atónico, no puedo decir más. No alcancé a corresponder aquel gesto desbordante de sentimientos pues ya te habías alejado. Te seguí y tomé firmemente del brazo para darte vuelta y ver tu rostro surcado en lágrimas. Te besé. Me correspondiste. Nos amamos, lloramos, sentimos en ese beso lo suficiente para entender sin vernos ni hablarnos lo que sentíamos desde hace mucho, mucho tiempo. Prometí amarte y prometiste corresponderme. Viajé feliz. Con un nudo de felicidad en la garganta, miraba por la ventanilla del avión con la esperanza de que me estuvieras mirando por la ventana del que se hizo nuestro hogar.

En otro punto del mundo trabajaba, vivía y moría pensando en ti y tus tersos labios. Pero no fue sólo eso lo que me hizo caer a tus pies, fue el haber sacado mi mp3 para relajarme, que a medida que pasaban las canciones una me llamó la atención. No era nada que recordara haber traspasado y de hecho, en un comienzo lograr admitir que era tu voz grabada dedicándome unas hermosas palabras era casi imposible. Luego de casi un minuto, una suave y hermosa melodía comenzó a tocar... y luego de otros segundos, tu maravillosa voz se hizo presente. Sonreír como estúpido es decir poco. Caminar por las calles de Venecia inexplicablemente feliz... Era un demente, un esquizofrénico, pero por ti, puedo ser hasta un terrorista.

Un eterno año pasó, en el que creí que tú me habías logrado olvidar y hacer tu vida. En el que creí que llegaría a encontrar mi departamento vacío, sin tus cosas, sin tu presencia. Pero abrí la puerta, dejando ver la luz que se colaba del pasillo, violando la penumbra. Mis pasos hicieron eco en la estancia y en mi corazón. Vacío, así se sentía. Por fin entré con mis pertenencias, cuando percibí tu inconfundible perfume. Encendí las luces y para mi sorpresa, me esperabas en el centro de la sala, con una mini fiesta de bienvenida donde sólo tú eras el invitado. Corrí a tus brazos, corrí a tus labios, a tus ojos, a tu voz. Un reencuentro perfecto que daba paso a una relación perfecta. Un pastel, unas velas, una trivial conversación... Todo eso terminó con nuestros cuerpos desnudos en la oscuridad de mi habitación, con la luz tenue y blanquecina de la luna colándose vagamente por las cortinas. Tu sudor se entremezclaba con el mío y tus armoniosos gemidos fueron suficientes para terminar de drogarme. Nuestras piernas se enredaban traviesamente bajo las sábanas que evitaban que los muebles presenciaran tan íntimo acto entre nosotros. Me permitiste dibujar tu cuerpo con mis labios, con mis manos y respiración. Absorbí de ti hasta la última gota. El cabello que se pegaba a tu rostro sonrosado, con las pupilas dilatas de placer, lo despejaba cuando las embestidas cesaron y nuestra humanidad se unió en un sólo ser en el cielo. Aún apresándome con tus piernas para no dejarme ir, salí de tu interior con delicadeza. Te recostaste en mi pecho y yo hundí mis narices en tu negro cabello. Eras mío, fuiste mío y de alguna forma, aún lo eres.

Tus ojos límpidos me terminaban de despertar cada mañana. Tus fornidos brazos me abrazaban mientras me miras con unos vagos buenos días, que murmurabas antes de seguir durmiendo. Sin duda, ese tiempo que estuve contigo... Fue la época más feliz de mi miserable existencia.

Pero no todo lo rosa puede estar libre de una mancha gris. Un par de meses después, mientras cantabas a escondidas en el baño una canción, comenzaste a toser. De seguro habría pasado por alto este hecho para cualquiera, si no fuera que ese simple resfriado, no era más que una áspera toz que con nada se quitaba. Enfermaste y decidiste dejar de cantar por un tiempo para mejorar rápidamente. Pero fue justamente el tiempo en que tuve que hacer mi segundo viaje a Venecia, el cual sería por otro año. Esa noticia te derrumbó, te quebraste como un espejo roto luego de un golpe. Los pedazos de ti se esparcieron vilmente por todo el mundo haciendo imposible para mí, el trabajo de juntarlos para armarte y curarte como deseaba hacerlo cada vez que te rompías, pero me fue imposible esta vez. Dos meses más y yo me iría.

Por más que te rogara, no hacías caso y seguías cantando, llegaste al punto exacto en que tu voz se desarmaba en el primer verso y tus ojos lagrimeaban de dolor al hacerlo. Me dijiste que no tenías cura, pero nunca te creí, hasta ahora no te creo. Antes de irme pudiste cantar para mi otra hermosa canción a duras penas. Prometí amarte como la primera que me fui. Pero fue la promesa más dura de hacer o, mejor dicho, de cumplir. En el mismo viaje fue que me aventuré por otros caminos y mientras tú me dedicabas horas en pensamientos y recuerdos, yo me revolcaba con quien se convirtió un amante en Italia. Él violó mis sentidos sin importarle mis verdaderos sentimientos. Él ultrajó mi cuerpo sin siquiera tener la decencia de preguntar si tenía dueño. Me tomó noche tras noche en pasionales caricias que eran imposibles de negar ante la obra más perfecta que pudo hacer dios en un cuerpo. Una escultura que sin importar cuán sucia estuviera, lucía sensual y atractiva. Fue la perfección que cautivó mi alma, olvidando por completo que en casa, que en mis brazos, siempre tuve la pureza de tu pintura: tu cuerpo.

No fue hasta que volví con un dolor en mi pecho, profundo y despiadado, que supe de ti. Esperaba nuevamente que ya no me recordaras, esperaba encontrar un hogar frío y solitario. Y fue justamente lo que encontré. Un frío insufrible me dio la bienvenida esa tarde, acompañado de un crudo silencio. Te había perdido. Abrí las cortinas para que los pocos rayos de sol anaranjados se colaran a la sala para hacerme compañía. Estaba quebrado, destrozado, pero no era quien para pedir una disculpa. La realidad me jugaba en contra. No podía ser así de descarado contigo. Me fui por más de un año, me revolqué con otro por más de un año, lo amé y lo extrañé. Aunque rogara por un perdón no lo merecía y jamás lo merecí. Apoyé la mano en el cristal que fue espectador de tus ojos, tratando de tocar a través de él tus manos, anhelando sentir tu calidez, tu tacto, mas lo único que se vio reflejado fue mi semblante melancólico. Lo único que toqué fue el gélido cristal. Pero al levantar la vista creí estar alucinando al ver tu rostro fantasmal reflejado. Me di vuelta y tú, en un gesto de incomodidad, me pediste en un murmullo que cerrara la cortina. No fue la petición, sino el tono tan efímero que utilizaste. Me acerqué y vi que tus ojos límpidos ahora estaban opacos, sin vida, sin brillo. Estabas muerto por dentro.

–Hizumi –Susurré. Desviaste tu mirada cristalina por aquella lágrima que rebeldemente quería salir y tú no la dejabas–, háblame.

Fue suficiente para entender la razón del por qué estabas muerto. La rebelde lágrima surcó tu rostro mientras negabas con la cabeza. Por un segundo creí que no querías, pero luego comprendí que no podías. Te abracé y sostuve tu cuerpo con firmeza para que te quebraras sin temor a caer. Me sentí culpable, me sentí desgraciado. Lloraba de culpa y de pena. En este tiempo perdiste por completo la voz y yo no estuve ahí para apoyarte, estaba en las sábanas de otro. Un abrazo posesivo, protector, en el cual los dos terminamos apoyados en el ventanal sentados en el suelo. Silencio. Acariciaba tu ahora castaño cabello mientras dormitabas en mis brazos, secando tu húmedo rostro con el dorso de mi mano con delicadeza y cariño. Escuché los silenciosos gritos de tu cabeza retumbando en mis oídos. Tu sueño se derrumbó. Tu sueño se había derrumbado hace bastante tiempo. No estuve ahí para sostenerlo, ni a ti, ni a él.

Los días siguieron su curso sin muchos cambios, estabas ahí sin estar. Eras un fantasma, un moribundo que apenas saludaba, apenas correspondía mis besos, mis abrazos. Era como vivir solo, con un recuerdo agonizante de tu persona. Lo doloroso era de hecho, que no era un recuerdo, eras tú en carne y hueso. Intenté animarte, consolarte, aunque el daño estuviera hecho. Soy feliz con saber que al menos pude robarte un par de sonrisas, con un deje de melancolía, pero sonrisas sinceras. No costó trabajo darse cuenta que del mundo real te habías esfumado y nadie sabía de ti desde hace meses, he ahí la razón del por la cual este último tiempo el teléfono, sobre todo el tuyo, era ausente y las excusas… Dejaron de existir. Con suerte un par de veces me acompañaste al centro comercial a hacer alguna compra o sólo pasear.

Entonces llegó aquel día al que siempre le temí. Prefería llegar y estar solo, a verte a ti, ahí… Con tu bolso listo para marcharte.

–Hizumi –desviaste la mirada–. ¿Por qué?

–No puedo seguir aquí, Zero –tu voz ronca caló mis oídos–, sabes que no puedo seguir aquí.

–Al menos dime que intentarás mejorar.

–Sabes que no puedo –entreabrí mis labios para rebatir tu respuesta, pero acallaste mis palabras–. Deja esa estupidez de que algún día volveré a hacerlo, sabes mejor que yo que no puedo. Te agradezco todo el apoyo que me has dado, pero no puedo seguir aquí, gastando tu tiempo, tus esfuerzos –tu penetrante mirada calló sobre mis ojos–. Un día volverás a partir… No quiero volver a sentirme solo.

Grité, lloré, cuestioné y te odie con toda mi alma al oírte decir eso. Aunque mi rostro no se inmutó y mis labios sólo se volvieron a cerrar, te maldecía con toda mi ira. Pero además, me maldecía a mí mismo, por ser el culpable de tu decisión, por ser el culpable de tu decadente estado. Aunque quería decirte que no volvería a partir, que de hecho muchas veces me ofrecieron trabajo afuera, me negué sólo para quedarme a tu lado. Estiré mi mano o eso imaginé, pues al tacto con la tuya me di cuenta que luego de estar divagando en mi culpa unos segundos, te habías acercado para tomarla entre las tuyas, la acariciaste con suma ternura y suavidad. Acariciaste mi mejilla, limpiando las lágrimas rebeldes que salieron sin permiso en aquel instante. Delineaste mis labios con tu pulgar y los besaste de una forma tan evanescente que mi alma cayó al suelo destrozada junto a un corazón incurable. Te fuiste, pisando cada uno de los pedazos de ella para romperla más con la suela de tus zapatos. Abriste la puerta con dolor y la cerraste con desdén. La abrupta caída al piso me hizo recordar la realidad que otros segundos más se había esfumado. Rompí en un llanto insaciable. Miserable.

Mis días luego de aquel no variaron mucho. Trabajar, comer, dormir si es que llegaba a conciliar el sueño, llorar. Con o sin lágrimas, lloraba por dentro. A diario dibujaba las facciones de tu rostro en el amplio ventanal de la sala, a diario iba a la habitación de visitas donde solías quedarte hasta que se transformó en la tuya. Dormía en la que fue tu cama, apoyaba la frente en la que fue tu ventana, buscando tu aroma entre la humedad, el polvo y la soledad que el invierno me invadía. No quería que la estación cambiara, temía la llegada de la primavera como un niño teme que haya un monstruo bajo su cama. No quería ver las flores de cerezo sabiendo que tú ya no estabas a mi lado, sabiendo que te habías ido junto a la última nevada. Sin embargo, llegó sin recelo ni miedo de destruir mi pisoteado corazón. Entonces entendí que no podía continuar así y de una u otra forma, superar tu partida en vez de andar llorando por los rincones, temiendo que un inexistente alguien me fuera a encontrar.


Se acomodó los lentes de sol. En pleno verano, las temperaturas altas enloquecían a todos los ciudadanos, pero a pesar de ello, el joven de cabello voluminoso y castaño oscuro vestía ropas con tonos monocromáticos. Se entremezclaba en la vertiginosa multitud, concentrado únicamente en llegar a su destino: La oficina en lo alto de un edificio. Hacía ya varios meses que había superado el abandono ganado por su inconsciencia y hoy, estaba disfrutando de su nueva vida, más aburrida y monótona, pero al menos tranquila, con un corazón vacío que se armó con el pasar del tiempo sin cuidado, con desgano, porque no volvería a ser utilizado. No valía la pena armarlo y cocerlo decentemente. Entró saludando al guardia y sin más al ascensor. En sus manos llevaba un maletín negro con sus últimos trabajos. En estos meses, con suerte había pisado su hogar, vivía viajando por el mundo, buscando distracciones de todo tipo entre labor y labor. Ya en el piso seleccionado, caminó con seguridad y un deje de optimismo hasta la puerta al final del pasillo.

–Michiya –Un hombre de presencia imponente saludó cordialmente a uno de sus mejores empleados, gustoso por su regreso y con ello el nuevo material. Un par de palabras entre trivialidades y planificaciones para dentro de un mes, cuando Zero regresara de unas merecidas vacaciones.

Ahí su nueva vida. Lo habían ascendido además, no había razón para estar triste o eso le gustaba pensar. Pasó por su propia oficina a buscar alguna pertenencia y se marchó a casa, sin antes pasar a la tienda a comprar provisiones y así no tener que salir los demás días. Sí, quizás todo era más aburrido, pero… ya no habían lágrimas en la almohada. Su meta se cumplió, en parte, lo había superado. Lo que no sabía, era que a diario un joven de cabellos color chocolate pasaba por su puerta, se quedaba de pie unos minutos con las manos empuñadas para luego, con timidez alzarla hasta la altura del timbre, titubear, no tocarlo, dar un paso atrás y marcharse. Tres meses había estado ocurriendo lo mismo, mientras que el de cabello voluminoso viajaba por el mundo.

Ya en casa, disfrutaba de su libertad bebiendo licor de arroz y mirando despreocupadamente televisión. Alguna fritura para acompañar hasta caer en un sueño que se quedó hasta entrada la tarde, casi de noche, cuando el sol se despedía con sus últimos rayos por las cortinas. Entonces despertó y tanteó con su mano la cajetilla de cigarros, llevando uno a sus labios con pereza. Exhaló el humo relajado, recostado en el sofá. Todo iba perfecto hasta que el molesto sonido del celular invadió la estancia sin permiso alguno. Atendió de mala gana, maldiciendo en su interior a quien interrumpió su tranquilidad y flojera. Pero, casi cae de sus labios el tabaco, al escuchar aquella inolvidable voz al otro lado del auricular, esa voz que hacía más de un año no escuchaba, que la había olvidado a la fuerza por su bien y el bien de quien entonces, era su pareja.

–Karyu… –Murmuró.

–¿Nunca imaginaste que te llamaría, cierto? –Agraciado hablaba su interlocutor.

–La verdad es que no –dijo aún descolocado, llevándose una mano a la frente–, ¿Qué se te ofrece?

–Bueno, no sabía a quién recurrir. Iré por un mes a Japón y… quería saber si sería mucha molestia que me recibieras allá. No molestaré mayormente, sólo necesito una cama donde llegar a dormir en la noche, ya que en el día estaré ocupado.

–¿El día? ¿No que trabajas de noche? –preguntó desconcertado.

–Bueno, no siempre trabajaré en eso, Zero. ¿Qué dices?

–No tengo problema en recibirte, sólo dime cuándo llegas y la hora para recogerte.

Terminaron la llamada con la condición que Karyu le enviaría a Zero un mensaje o correo electrónico con la confirmación de vuelo y su llegada. Ciertamente, no esperaba visitas en su casa, pero el hecho que fuera el alto y joven castaño claro, lo descolocó en sobremanera. ¿Quién lo diría? Justo en este tiempo, cuando se avecinaba el invierno. Se volvió a recostar en el sofá, terminando su cigarrillo mientras miraba la televisión distraídamente. La situación que se presentaría la próxima semana sería muy interesante a decir verdad. Al fin y al cabo, ese hombre fue un fantasma, un mal recuerdo, el causante de su culpa y de su miseria hace algunos meses. Fue él quien ultrajó su corazón, dejando de lado el verdadero poseedor de él: Hizumi. Tenía miedo de que volviera a hacer lo mismo, pero… ¿por qué? Estaba sólo, no hay razón para temer y aunque lo tomara de nuevo, no dañaría a nadie o, eso creía y le gustaba pensar. Era la realidad que estaba viviendo.


El vuelo arribó a Japón un día martes a las tres de la tarde. Con lentes de sol, esperaba en una banca a su amigo, quien apareció con una maleta y un maletín en su mano, tan elegante como siempre no sólo en vestirse, también en caminar, con ese toque sensual que lo hacía único y lo destacaba, más bien en su trabajo. Se saludaron sin mucha cordialidad, Zero reía pues hace tiempo no escuchaba un japonés hablar su idioma natal con un acento medio retorcido producto de vivir una vida en el exterior. Subieron al automóvil mientras hablaban trivialidades y Karyu contaba cómo había sido el viaje. Luego de unos minutos, las palabras cesaron y el copiloto miraba curioso las grandes calles de Tokyo, los locales y rascacielos que invadían la enorme ciudad. Años sin pisar aquel país, le traía recuerdos de su infancia cuando todavía vivía allí. Hora y media ya estaban en casa. El castaño más bajo le indicó donde dormiría y podría acomodar sus cosas, diciendo en reiteradas ocasiones “estás en tu casa”. Lo cierto es que la habitación que preparó para su visita, era la que fue de Hizumi. Luego de debatirse varios días entre entregarle la suya o aquella, decidió por su bien que debía ser aquella, en un comienzo fue para invitados y ahora lo volvería a ser, no hay razón para volver a dormir en esa cama y perderse en una melancolía a estas alturas, absurda.

Y tal como dijo Karyu, sólo llegaría en las noches para dormir. En la mañana sólo consultaba cómo llegar a un sitio específico, confiado en que podía valerse por sí mismo en la gran ciudad. Negando cada vez que el anfitrión le ofrecía llevarlo a su destino o ayudarlo en algo, iba a cumplir su promesa de no molestar, lo que causaba mucha gracia en el más bajo, puesto que, al estar de vacaciones, sus quehaceres… eran pocos por no decir nada.

Pero una tarde rompió la rutina de Zero, sin saber que aquel comentario en realidad daría paso a este desmoronamiento. El alto castaño llevaba días viendo a un joven salir del edificio a una misma hora. No era algo importante, pero al darse cuenta aquella noche que el chico se paraba frente a la puerta de su amigo, para no tocar el timbre e irse con un aire de tristeza que calaba en sus huesos, fue lo que le hizo deducir que siempre iba al mismo lugar a cometer la misma estúpida acción. Chocaron sus hombros y el otro no le dirigió mirada. Entró con la copia de las llaves que se le había sido entregada y vio sentado, mirando un partido de futbol al más bajo. Dejó su abrigo en una silla y se le acercó, acariciando sus hombros y parte de su cuello y, usando un tono medianamente molesto, pero fingido, habló.

–No sabía que tenías novio, haberme dicho antes.

–No tengo –se dio vuelta para observarlo, extrañado.

–¿No? Vaya, es que lleva días viniendo un muchacho que se para en la puerta y luego se va. Digo, siempre me lo cruzo a esta hora, pero hoy es primera vez que veo dónde llega y lo que hace, supongo que siempre lo hará, siempre se va o llega igual.

Eso bastó y detonó la curiosidad del dueño de casa, olvidando por completo el partido que veía con tanto interés. El otro joven deslizó las manos por su pecho y luego al rostro, desordenando sus cabellos y procedió a retirarse a la cocina en busca de algo para comer. ¿Quién sería esa persona? No cabía en su cabeza que alguien hiciera algo así y, aunque pensara que es algún compañero de trabajo o conocido, amigo, era… absurdo. De inmediato miró el reloj para anotar la hora mentalmente, si era lo que Karyu decía, de seguro mañana pillaría infraganti al desconocido que hoy se paró en su puerta sin llamar. Terminó de ver el partido sin la misma emoción que tuvo en un principio, divagaba en miles de opciones, pero todas rápidamente las descartaba por ser tontas. Luego se dijo a sí mismo, que lo mejor sería esperar a mañana, anotó en un papel para que no se le pasara de largo el detalle y se fue a dormir.

Aquel día fue hacer unas compras, al tener visita en casa, sólo tenía provisiones para uno, así que estas rápidamente se acabaron. Aprovechando la ausencia del castaño claro, se tomó la libertad de salir. Pero en el fondo, no sólo era la comida el causante de su salida. La ansiedad le embargaba desde que despertó en la mañana. Quería que fueran las nueve de la noche, abrir la puerta y descubrir a quien sea que tenga que descubrir. Si fuera por él, llevaría horas en el supermercado, para su desgracia, sólo fueron dos. Llegó y acomodó las compras, se preparó un almuerzo decente, hizo el aseo, ventiló y un sinfín de cosas que con suerte hace una vez al año. Maldita ansiedad. Daban las seis de la tarde y todo estaba reluciente como en los dibujos animados cuando los muebles brillan de lo impecable que están. Fumar como locomotora era el siguiente paso. Beber un poco de sake, sentado en el balcón mientas miraba perdido el horizonte. Fue el único momento de la tarde en el que encontró paz. Cuando la noche cubrió los cielos, fue a preparar una cena para dos, siempre tenía lista la cena de su invitado. Entonces, dieron las 20:52 horas. Constantemente se acercaba a la puerta para escuchar algún sonido tras ella o ver una sombra por la rendija. Se sentaba a un lado, para estar atento, acompañado de un cigarrillo. Se sentía estúpido, pero la curiosidad era demasiado grande.

Eco…

Se puso de pié, apagó su décimo cigarro en un cenicero cercano y pegó la oreja a la puerta. El eco de unos pasos en el pasillo exterior lo inquietaron. Los escuchó hasta que estos se detuvieron. Miró la rendija, vislumbrando una sombra. Estaba ahí. Hora de encarar.

Con cuidado y sigilo, comenzó a dar vuelta la perilla de la puerta, dio un largo suspiro, una bocanada de aire y sin más espera, abrió. Sus sentidos se vieron confundidos al darse cuenta que efectivamente había un alguien, pero no alcanzaron a reaccionar cuando ese alguien, abrió sorprendido los ojos entreabriendo los labios. En menos de dos segundos corría por el pasillo hacia el ascensor, el cual se abrió dejando ver la delicada y sensual figura de Karyu, que dio unos pasos afuera despreocupado, que terminaron en el suelo pues el chico que huía como si hubiera visto al diablo, chocó con su persona, haciendo que ambos cayeran y no sólo eso, la gorra del desconocido también, descubriendo un cabello corto y negro. El más alto se puso de pie, viendo que a la mitad del pasillo estaba Zero asomado en la puerta. Dijo su nombre y el muchacho que aún seguía en el suelo, lo miró asombrado. En menos de tres segundos estaba en el elevador, olvidando su gorra en plena huída. Karyu la tomó entre sus manos y fue al departamento, descolocado al igual que su amigo por lo recién vivido. Le entregó la gorra y se adentraron a la sala.

El mundo de Zero se vino abajo al reconocer aquella gorra o eso creía. Mudo, sin palabras, la tomaba entre las manos como si ésta se fuera a quebrar. Sin dirigir la mirada al otro, arrastró los pies hasta su habitación, dejándose caer en la cama con los ojos cerrados y la gorra en su pecho. Era imposible que eso sucediera y de todas las opciones que barajó la noche pasada, esta era la única que no había pensado. A pesar que no logró distinguir su rostro, sólo ese objeto que había olvidado, le hacía saber y estar casi seguro de que se trataba de aquella persona.

Pasó una semana y el visitante “desconocido” no se volvió a aparecer. Karyu no lo había visto ni mucho menos Zero. Creyeron que tras el incidente, no quiso volver a presentarse y, si es que lo hace, no será a la misma hora. El dueño de casa dio por terminado aquel misterioso tema para el otro, aunque en el fondo, deseaba que volviera a suceder. Esperaba que así fuera, al menos para recuperar su gorra, la que tenía en el velador y miraba todas las noches antes de dormir. Pero no fue.

Menos de una semana quedaba y sus vacaciones se verían por terminadas. A Karyu aún le quedaban un par de días, por lo que quedó en invitarlo a su oficina para mostrarle uno que otro proyecto o trabajo terminado. También salieron a comer, cómo no hacerlo si al fin y al cabo, llevaban más de un año sin verse y no podrían darse un gusto como cuando estaban en Italia. Para el placer del castaño claro, fueron a un restaurant de comida típica japonesa a degustar los platillos más tradicionales en la tierra misma. Zero se reía por lo expresiva que se tornaba su rostro al probar el Sashiri, Tempura y otras delicias que comió sin llegar a sentirse goloso. De todos modos, imposible hacerlo con lo saludable que es la comida nativa del país. Luego de un buen rato haciendo sobremesa, se retiraron más que satisfechos yendo a caminar a un parque cercano para que, según Karyu, la comida bajara como debía. Entre risas y caladas a sus cigarrillos se les fue la tarde, llegando casi a la noche. Ahora, también cenarían, aunque más bien optaron por algo dulce acompañado de un té tradicional. Sin duda, aquel día para Karyu, fue volver a las raíces que varios años había dejado atrás.


Algo que el de voluminoso cabello nunca se hubiera imaginado, es que al volver del primer día de trabajo con ya unos encargos hechos, se encontraría con el desconocido en la puerta de su casa a las cinco de la tarde. Sin gorra, pero estaba peinado de tal forma que su cabello cubriera casi por completo su rostro. No dijo nada, sólo lo miró desde la puerta del ascensor. Suspiró con pesadez, caminando a paso lento hacia su hogar, esperando que el chico no se diera cuenta de su presencia, al menos, no tan pronto. Para su suerte, esta vez las cosas habían salido bien. Se paró a su lado tocando su hombro, haciendo que el muchacho se asustara, descolocara y lo mirara por entre las hebras de cabello. Zero por su parte sólo mencionó el incidente de la gorra y si acaso había ido a buscarla. El chico, de su estatura, asintió aún descolocado, pero, más que eso, herido. Herido por algo tan absurdo pensó, pero que quizás había sido lo mejor. Se abrió la puerta frente a él, invitándolo a pasar. Entró tímidamente a el que había sido su hogar, observándolo todo, todo lo que había cambiado este último año. La verdad era la siguiente: Él por temor a sentirse solo simplemente se fue, con el corazón roto, arrastrando al corazón de quien más amaba a la ruptura. Sin embargo, nunca lo pudo olvidar, a pesar de haber tenido otra pareja, nunca pudo quitar de su cabeza los tersos y carnosos labios de Zero, junto a la calidez de los abrazos que le daba cada tarde al llegar del trabajo. Tsukasa, a pesar de haber intentado por todos los medios armar pieza a pieza con un sentido y sentimiento profundo aquel órgano abstracto, no pudo y sin más, terminó desmoronado junto al chico que ahora estaba sentado en el sofá, esperando, rogando que el dueño de casa se acordara de su rostro. Pero, sus palabras, acciones y trato, hacían parecer que él nunca había existido en su mente. No era recordado.

Lanzó el bolso a su deshecha cama, mirando con extrema melancolía la gorra en su velador. La tomó entre sus manos para sentir el aroma de su cabello una última vez antes de entregarla, cerrando los ojos. Eso que tantas veces buscó en el ventanal, ahora lo tenía ahí y se vería obligado a devolverla. Ciertamente, pretendía aparentar cordialidad y distancia a pesar del dolor que le embargaba tomar aquella actitud tan poco familiar para alguien como él. Fue a la sala y le tendió el objeto, con una sonrisa dibujada en su rostro.

–Aquí tienes, Hizumi.

Sólo eso bastó para que quien estaba ahora sentado, quedara boquiabierto, con los ojos húmedos de asombro, tristeza y felicidad. Recordaba su nombre, la forma en que le llamaba. Su mano se levantaba, para cualquiera que estuviera dentro de su cabeza, lentamente, con la intención de rosar los alargados dedos de quien había poseído descaradamente sus pensamientos al tomar aquello que había terminado por juntar sus miradas de nuevo. Pero, en esta magistral escena de cine, la abrupta interrupción de una segundo voz quebró el cuadro. De la habitación de invitados, salió el joven alto, de cabello castaño claro hasta los hombros, piel pálida, que desbordaba sensualidad por donde se le mirara; con quien tropezó ese día. Su mundo se desmoronó. Con rapidez tomó lo que fue –aunque no había sido planeado– a buscar, poniéndose de pie y caminar rápidamente a la conocida salida. Zero lo tomó del brazo con firmeza, no dejaría que se fuera sin dar mayor explicación una segunda vez. Inquirió en dar las razones de por qué ha ido a su casa para no tocar el timbre. La respuesta… Fue de otro mundo.

–Sólo quería verte –esa voz afónica fue un golpe en la boca del estómago que no se esperaba–, pero supuse que nunca estabas en casa por tu trabajo. Se supone, que nunca debiste enterarte de lo que hacía desde hace al menos tres meses. Pero… –lo miró de reojo– me habéis pillado en el acto. Siento interrumpir la nueva vida que tienes, me alegra saber que estás bien en todo los aspectos –dijo esto último mirando a un impactado Karyu que le observaba desde el umbral de la puerta–. Los dejo en su intimidad.

No hubo más tiempo para reaccionar cuando la puerta principal se escuchó siendo cerrada con resentimiento. Empuñó sus manos con impotencia, furia, yendo hacia su habitación, dando un portazo, decidido a ahogarse con el humo de los cigarrillos que esa noche se fumaría.

Tres golpes en la puerta.

Nadie contestó, aún así ésta se abrió.

Karyu entró y se sentó a los pies de la cama, sin no antes dar un suspiro quedo y agobiado. No entendía nada y pretendía hacerlo ahora, no por curiosidad, quería ayudar a su amigo, que por milagro de los cielos y todos los dioses, no se había follado en este mes, más que nada, porque al verlo – sus ojos especialmente –, sabía que un vacío enorme había tras ellos. Acarició su espalda mirando a otro punto, entreabriendo los labios dispuesto a hablar. Sus intenciones fueron acalladas por el ronco sonido que salió de la garganta de Zero, que daría inicio a la larga historia detrás de ese chocante encuentro. Fue así que un sinfín de emociones, entre ellos la culpa, le invadió. He ahí la razón de tantas cosas que… no pudo decir nada más que un suspiro. Tomó el cuerpo y pensaba tomar un cuerpo con dueño, ausente o presente. Dejó a solas al dueño de casa, dispuesto a arreglarse para salir. No tardó mucho, dejando de paso una pequeña cena italiana servida en el comedor para quien estaba dormido en su habitación.


Iba distraído por la avenida regreso al departamento. Se había desocupado más temprano, así que era muy probable que llegara antes que Zero. Exhalaba con tranquilidad el humo del cigarrillo, cuando a través de él, en la vereda del frente, divisa una familiar figura. No le costó reconocer, con su buena vista, de quien se trataba, así que sin más preámbulos lo siguió. Su víctima iba cabizbaja, sumido en un mundo que sólo a él le pertenecía, con las manos en los bolsillos de su ajustado pantalón de jeans, iba también con un pollerón negro remangado hasta los codos. No lo perdió de vista, cruzando rápidamente la calle, apresurando el paso al verlo entrar en una estación de metro. Entre la multitud se le perdía, a diferencia de él que al ser alto, se destacaba de las demás personas. Pasó la tarjeta para entrar y seguirlo. Tuvo que correr el ver llegar los vagones. Las personas se apresuraban, caminando cual pingüinos para subir a un vagón. Logró verlo y se lanzó sobre él, agarrando con firmeza un brazo, evitando que entrara. Las puertas se cerraron frente a los dos.

Hizumi se dio vuelta a encarar a quien se había osado a retrasar su viaje, pero al ver de quien se trataba, sólo deseó tirarse a las líneas del tren. Fue arrastrado por la fuerza a un rincón con menos personas y bullicio. Miró con reproche al más alto pidiendo una explicación, palabras que no pudieron ser oídas a causa de su evanescente voz, pero que fueron captadas por Karyu al leer sus labios.

–Tenemos que hablar.

Notas finales:

¿Tomates? ¿Cartas de odio u amenaza de muerte?

¿Qué les pareció? Gracias por su tiempo en leer y doblemente gracias a aquellas que se den el tiempo de dejar un comentario, que son muy bienvenidos y necesarios para motivarme a terminar la historia.

Pregunta interactiva: ¿Qué creen que pasará luego de ese encuentro? Vamos chicas, usen su imaginación.

Cualquier cosa, pueden seguirme en Twitter, ahí comento algo sobre fics nuevos, actualizaciones, perversiones, etc. @EmbryoSick

¡Nos vemos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).