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Mariposa Invertida por LeylaRuki

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Notas del capitulo:

Espero que te guste linda~! Le manda muchos besitos n.n

Las líneas de expresión de la mujer la hacían aparentar mucha más edad de la que tenía. Contaba con apenas treinta y cinco años y cualquiera juraría que en realidad tenía diez años más. Claro, después de haber tenido hijos y especialmente las dos últimos, gemelas, a gran edad era bastante agotador y no recomendable. La mayoría de las noches se encontraba tan cansada que no se atrevía a mirar o tocarlas. Kei, su hijo mayor era el que se encargaba de ellas y en ratos su padre; las cargaba y las cuidaba como si fuera su propia madre, las adoraba.

 

Su primera memoria venía de cuando tenía tres años, todavía era capaz de recordar esa tarde un tanto enmarañada, podía seguir oliendo los guisados que la tía que tenía en la cocina desde media hora antes ya que no era buena cocinera. Él se asomaba a la ventana para ver si el excelente clima día seguía afuera, el cielo estaba en su auge del día, las hojas de los árboles se agitaban con el viento y desde ahí vio que sus papás iban entrando a la sala, el ambiente se tornó pesado y desesperante. Dejó sus juguetes a un lado y se quedó expectante a lo que parecía una discusión que iba para largo, o no, según sus comentarios. No se percataron de su presencia y continuaron peleando la marcha inmediata de la mamá, en su mentalidad infantil no podía entender por qué se tenía que ir ella y por qué no se lo llevaría, tampoco entendía muchas de las palabras que emplearon, él ya podía tener una conversación con ellos pero su pequeño vocablo no se explayaba a palabras como “adúltera” “hijoputa” y varias por el estilo y no fue hasta años más tarde que después de mirar el diccionario y leer varias veces las definiciones comprendería las razones de su partida.

 

El poco tiempo que vivió con él se le fue inculcado el sentimiento de odio hacia la infidelidad y aprendió a mantener su integridad completa. Pero por cualidades que solo tenía su madre y que su papá extrañaba volvieron a vivir juntos, sin embargo siempre tuvo la sospecha de que ambos aparentaban más que quererse de verdad, seguramente antes de empezar a contemplar una segunda separación llegaron las gemelas y ese fue su fin, por ese tipo de vida se preguntaba qué era precisamente la felicidad, algo muy difícil de conseguir y que por lo visto en la familia sería complicado conseguirla.

 

Cuando cumplió nueve años su papá le regaló un conejo, no era lo que esperaba pero fue un lindo detalle de su él, se lo agradeció una infinidad de veces y se tomó en serio las responsabilidades para mantenerlo vivo aunque el conejo se volviera tan grande que no le cabía en ambas manos, una tarde se escapó de la jaula y por más que lo buscó no logró encontrarlo, eso no era ningún inconveniente porque de la casa no podía salir pero para su mamá era lo peor que podía pasar, y advirtió hacer lo peor si se lo encontraba ella. No fue justo para Kei que una de las hermanas lo encontrara y jugara con él un rato, para cuando la mamá lo vio preparó un bote con agua y esperó a que nadie vigilara para ahogarlo. Y fue precisamente después de ese incidente que no volvió a pronunciar una sola palabra porque si la había visto e intentó detenerla pero no llegó a tiempo, esa impotencia le hizo enloquecer, no tenía una razón para hacer eso y era lo que más odiaba de ella, que no era capaz de respetar lo que él tenía, pronto se veía viviendo en el patio trasero por la manera en que quería arreglar su habitación.

 

 La mujer se le escondía para darle unos sustos y que hablara pero como mucho llegaba a tener algunos gritos ahogados; ahora con dieciséis años era normal que casi nadie notara su presencia, si él quería algo lo hacía o lo conseguía por su cuenta, por cosas sencillas simplemente las señalaba. Su voz…no era algo que extrañase verdaderamente, era algo bastante desconocido que le desconcertaba y que no necesitaba para ser feliz. Pero si, seguido se preguntaba qué sería de su vida si hablara de continuamente como todos los demás. Y a escondidas de su familia se refugiaba en un terreno baldío no muy lejos de su casa para hablar, le parecía irónico tener esa curiosidad por escuchar su voz pero le inquietaba que alguien más lo hiciese, así que se iba a la construcción que tenía años en la misma condición y que a nadie le importaba y ahí hablaba, reía, gritaba pero siempre para sí mismo.

 

Una vez que las niñas crecieron más ya no las protegía tanto como antes, quería que ellas vieran lo que era su mundo y lo exploraran y como fue parte de su niñez, ellas se bañaban con alguno de sus papás, no le molestaba para nada, pero como tenía que estar al pendiente al momento en que una terminara y saliera para ayudarla a vestir escuchaba a la perfección sus pláticas, entre estas se encontraban los juegos que ellas gritaban y disfrutaban pero en la mayoría de las veces el papá hacía comentarios de desprecio hacía las personas homosexuales y eso era algo que realmente molestaba a Kei, no le gustaban los hombres pero esos comentarios eran nefastos y no tenía ninguna razón para decirlos y menos frente a ellas que ya comenzaban a hablar y comprendían lo que les decían. No quería que ellas crecieran con esas ideas.

 

Y volvía al mismo punto de siempre, no hablar en su presencia para no tener que dar su opinión con alguien tan obstinado como él, prefería mil veces morderse la lengua que compartir las mismas ideas. Pero si algo le daba escalofríos era la voz de su papá, áspera, cruel y alta, mientras que la suya era queda, sin una seña en particular y desconocida para los demás.

Con más esfuerzo que nadie se las arreglaba para seguir adelante en la escuela, todos crean que así había nacido y nadie lo obligaba a hablar, tampoco le despreciaban por esa “discapacidad”. Los profesores apreciaban lo mucho que trabajaba y ellos lo hacían de la misma manera, aunque claro, no siempre y no para todo podían ayudarlo. En muchas oportunidades pudo haber confesado su secreto pero no lo podía hacer. Al estar en esa posición tenía una perspectiva distinta de las personas y más que gustaba tenía la necesidad de presenciarlo. A veces se lamentaba de tener que ver como algunos bravucones se aprovechaban de los demás, y entre más lo pensaba él era la carnada perfecta para eso y simplemente era ignorado.

 

 

 

Mao se encontraba sentado frente a la barra de la cocina, las cucharadas de cereal iban lentamente hasta su boca, todavía estaba soñoliento y las ojeras se le marcaban con fuerza. Lejos de tener una noche placentera tuvo una ansiosa y un tanto aterradora ¿Cuántas veces llegaba a soñar que le disparaban frente a su casa? El tan solo recordarlo le estremecía la piel pero le parecía casi imposible olvidarlo, en un principio se encontraba dentro de la casa, sentado con su mamá en el sillón de tres personas y veían el televisor, se veía claramente por las cortinas color melón que apenas comenzaba a amanecer y un hombre que cubría su rostro entraba y le apuntaba en el abdomen, se recordaba haber estado temblando de miedo y negarse a salir al patio delantero pero una vez que lo hizo el desconocido le disparó en el cuello, una sensación dolorosa y desagradable, se llevó la mano para detener la hemorragia pero no lo conseguía así que se aferró al suelo y se puso en pie para solo dar un par de pasos más delante y caer desplomado. Sus “últimos” pensamientos iban desde que pasaría con sus papás, con todo lo que estaba dejando atrás y si se encontraría con su hermano. Despertó lleno de sudor, temblando, sollozando y con la mano en el cuello, todo se había sentido tan real que no pudo dormir en el resto de la noche.

 

La pinta del día parecía mejorar, la lluvia no terminaba y eso le daba esperanza para no ir a la escuela. El primer día de clases siempre era aterrador para él y sobre todo si era a mitad del curso sin conocer una pizca de la ciudad, le parecía más sencillo si fuera un estudiante, pero eso de que le hayan transferido de un momento a otro le fastidiaba, él estaba acostumbrado a lo rural, vivir en un lugar poco convencional para cualquiera que viviera en la ciudad pero se notaba que su hogar estaba en Kyoto, dónde podía ver las montañas en cualquier punto de vista, pasear por largos parques donde la naturaleza prevalecía, el haber jugado entre ríos con algunos vecinos le hacía feliz y entre más lo pensaba más parecía haber vivido en la selva que en el pueblo, pero si eso era lo que le gustaba no podía evitar alejarse, al fin y al cabo ahí estaba su niñez, donde quiera que recordara ese era su lugar de origen y eso lo hacía sentir más humano. Y cambiarse a la capital donde no conocía nada ni a nadie y como si eso no fuera lo suficientemente molesto tenía que soportar tener que estar encerrado entre la urbanidad que no siempre se veía confiable y lo peor era tener que vivir continuamente en la rutina, si algo no podía soportar era eso. Pero ya se daría sus maneras para sobrevivir.

Su comportamiento fue el más deseado por sus padres, no eran demasiado estrictos con él pero si sabían que tenía más potencial del que en realidad mostraba entonces le daban pláticas para que se aplicara y a cambio tendría una recompensa. No siempre podía lograrlo ya fuese por algunas distracciones que le costaban un trabajo o una tarea importante que no entregaba pero ahora que estaba en un lugar nuevo habría nuevas reglas y tendría que acatarlas ¿no había hecho eso toda su vida? Entonces sería fácil. Además, ser el profesor nuevo en una ciudad como lo es Tokio era intimidante. En momentos así se preguntaba cómo había terminado de profesor. Claro que su realidad iba mucho más allá de lo que las personas más cercanas a él podrían llegar a saber.

 

Para su desgracia la lluvia cesó, pero no las nubes no desaparecieron, le parecía tétrico tener que ir a la escuela con el clima así, se estremecía con las brisas del aire y se lamentaba por no haberse abrigado un poco más, coño, seguramente ni los alumnos se querían tanto como lo hacía él constantemente. En el trayecto a su nueva escuela las miradas curiosas no se hicieron esperar apenas se bajó del auto y lo juzgaban por su apariencia, para los demás se podía notar claramente que no era de ese lugar, pero su apariencia encajaba muy bien entre los edificios, entre ellos, así que estaba bien.

 

En la entrada del salón fue la primera vez que le vio, al joven de mediana estatura con piel blanca y cabello oscuro, al mirarle a los ojos tan solo por unos segundos sintió como una inseguridad desbordaba por todo su cuerpo, esos ojos color almendra tenían algo más y le intrigaba saber que era. Esperó a que todos tomaran su lugar para poder pasar al frente al fin y al cabo no podía esconderse para toda la vida, entre la lluvia, la caminata que no se le habría hecho tan pesada de no haber sido porque no conocía la locación de la escuela y el lodo que le dificultaba el andar, quedó agotado y apenas comenzaba el día. Dentro de sus bolsillos cruzaba los dedos para que ese lugar vacío al lado de ese chico se quedara de esa manera no quería que nadie estuviera a su lado. Pensándolo bien sería un buen momento para presentar su renuncia y regresar a su pueblo, se sentía atraído por un alumno que nunca había visto y que no podía establecer una relación más allá de poder enseñarle. Se ponía tan nervioso que no tomaba en cuenta que algunas miradas se centraban en él y para su más grata felicidad ese lugar quedó vacío, en un principio no tuvo ningún movimiento de curiosidad por parte de los alumnos y se decepcionó un poco.

 

—Hola… Soy Mao Me gustaría que se presentaran uno a uno por favor, comenzando contigo —Dijo con voz fuerte y un tanto rápido señalando a la joven que estaba distraída en el suelo, pero eran meramente los nervios de estar frente a una clase más numerosa de lo normal y esperaba por su vida que en los demás grupos no fueran así porque terminaría colapsando. Se maldijo mentalmente por haberse presentado de manera informal, eso daba una pésima imagen de él y poco profesionalismo del cual no carecía pero la inquietud por querer esconderse le opacaba todo lo demás. Esperó pacientemente y marcaba en la lista de asistencia tan pronto escuchaba el nombre del alumno pero necesitaba saber su nombre. Cuando llegó el turno de él le miraba ansioso porque hablara pero no pasaba nada, simplemente esos ojos se mostraban apacibles y juguetones.

—Se llama Kei, no habla. —Le dijo uno de los alumnos más próximos a él y se tuvo que conformar con esa respuesta.

 

No pudo oír su voz pero si vio que de sus delineados labios se formaba una extensa sonrisa para dejar ver sus dientes, sus ojos se iluminaron y le devolvió la sonrisa. Azorado como una jovencita enamorada, pensó Mao.

Al final de la clase Kei observó con curiosidad a Mao, después de haberle sonreído le extendió la mano para saludarle, fue tomada pero nada más, en ese minuto que estuvieron frente a frente grabó en su mente las facciones de Mao, sus pequeños ojos marrones, la manera en que ladeaba la nariz en esos momentos, el color de su piel, su cabello era como el suyo solo que un poco más largo, y la sensación de estar a su lado era relajante, nada de antes se asemejaba a lo que sentía en ese momento y por primera vez sintió el impulso de querer hablar frente a alguien más pero se contuvo a regañadientes. No era que quisiera ser cruel con Mao pero necesitaba alejarse de él lo más que pudiese y al mismo tiempo quería quedarse en su lugar para seguir teniendo esa emoción que tanto le atraía, solo quería saber que era lo que era esa sensación tan curiosa.

 

—Mucho gusto —Dijo Kei tan rápido, tan bajo que había parecido una alusión poco genuina. Mao se quedó estático de escucharle, no tuvo tiempo de decir nada más porque Kei se marchó enseguida no sin antes hacerle la seña de que guardara silencio. La autoridad de profesor se estaba yendo a la mierda con tan solo permanecer en ese lugar.

 

 

 

Pasó un mes rápido y la necesidad de Mao se volvió más grande, mientras se andaba por las bancas revisando que nadie copiara en el examen dijo estrepitosamente:

—Kei quiero que vengas aquí a la hora de salida —Sonó realmente amenazante y todos los demás se turnaban para verlos, la cara asustada de Kei y la de Mao que estaba bastante irritada. Se sorprendió que casi en seguida de eso le entregó el examen contestado. Se sorprendió al ver que su gramática en el inglés era muy buena, tanto como la suya solía ser cuando tenía su edad.

 

Llegó un tanto temeroso, había llamado su atención y ahora tenía la oportunidad de estar con él. Venía arrastrando sus pies desde el pasillo, esperó a que el mayor le hiciera la seña a que se sentara y se dirigió a su asiento asignado pero Mao lo regresó y lo sentó en la primera banca, junto a la ventana donde podía ver como todos se habían retirado a sus casas y él se quedaría un rato más ahí, la tiza del pizarrón no había sido borrada y todo lo que había visto en la primera clase lo enseñaba a los demás grupos, seguro que eso era tedioso. Suspiró, cansado de esperar a que le dijera porque tenía que estar ahí y no rumbo a su casa.

 

—Dime una cosa —Dijo renuente—. ¿Qué vas a hacer cuando los demás ganen más dinero que tú, cuando tengan un mejor trabajo y una mejor vida? ¿Eso te haría feliz? ¿No te sientes patético?

 

—¿Para qué ser profesor si puedes ser algo mejor?

 

Mao estuvo a punto de darle una bofetada, contuvo el impulso de levantar la mano siquiera, la llevó lentamente hasta su cabello y varias trivialidades pasaron por su mente, pero no era el momento ni el lugar para pensar en ello. Ese chico le importaba y le molestaba que fuese de esa manera.

 

—¿Prefieres vivir arrastrándote mientras los otros ascienden sus expectativas más alto? ¡Vaya vida de porquería! Es mejor vivir de una vez en una caja de cartón que hacerlo de la manera en que tú lo haces.

Sus palabras sonaron más crueles de lo que hubiese querido, los ojos de Kei comprimían las lágrimas que querían salir, en cualquier momento lo harían. Se llevó las manos a su rostro e intentó no respirar por unos segundos, pensar en que decir, que hacer pero su mente estaba bloqueada. En momentos de esa angustia que la sentía innecesaria pero real se preguntaba que hubiera sido de él si fuera otra persona, en otro lugar, con otra familia, se preguntaba si realmente podría alcanzar la felicidad. Recibió unas cuantas palabras amables del maestro y un intento de abrazo pero lo que le había dicho era cierto y se sintió más perdido que nunca, lentamente las lágrimas cayeron de sus ojos, no tenía algo a lo que en verdad podía sentir que lo hacía feliz, que cada día que vivía era para él y no porque tenía que hacerlo, las metas que se comenzaba a plantear para su futuro se veían mucho más distantes que nunca y le parecían meras fantasías que posiblemente nunca alcanzaría, lo más probable para su vida era verse obligado a quedarse encerrado en casa, ser un esclavo de la misma soledad a la que él se ató muchos años atrás y ahora esa atadura le pesaba demasiado, quería ignorarla porque en el momento parecía traerle una simple felicidad efímera pero no conocía un método mejor para una felicidad que le durara días, meses y que pudiera dar un paso con tal de mantenerla. Se sintió agradecido con el maestro por haberle abierto los ojos pero no negaba cierta hostilidad por haberle sacado de su mundo, y la razón por la cual no hablaba era una banalidad pero él lo sentía distinto, aunque en ese instante no supo que era. Su mente conectó algunos cabos sueltos y prefirió callar nuevamente, si lo decía no llegaría a ningún lado.

Se levantó del asiento al mismo tiempo en que Mao comenzó a balbucear unas palabras y se fue, si se mantenía en ese estado; no quería seguir en ese estado, lo tenía más que claro y corrió hasta la salida.

 

No le extrañó que comenzara a llover nuevamente, es más, eso le venía de maravilla para poder llorar tranquilamente. No se iba fijando por las calles por las que iba, solo seguía el movimiento de los demás para hacerlo él también, si pudiera se fundiría junto con la nada, dónde no puede estar equivocado, ni esos sentimientos que no conseguía arraigar de su corazón, ¿desde cuándo estaba tan lastimado que no era capaz de notarlo?

Creó que su corazón saldría disparado, se dio un golpe fuerte contra el pavimento, la mitad de su cuerpo cayó en el lodazal y le parecía casi imposible moverse, se le salió el oxigeno del cuerpo y apenas conseguía lo suficiente para medio respirar, se lastimó la barbilla y su frente sangraba un poco, no se percató del auto que venía al otro lado de la calle, no frenó lo suficiente y lo mandó al otro lado. El conductor lleno de miedo se forzó a dar reversa y no mirar atrás, por más que fuese culpable no regresaría.

—¡Kei! ¿Estás bien? —Rodó sus ojos, que pregunta tan más innecesaria dijo. Vio que se levantaba con esmero y terminó por ayudarle. La muchedumbre que se había formado se disolvía entre sus deberes cotidianos. Mao le pidió que se relajara y que tuviera paciencia para llegar al departamento, Kei iba a rebatirle esa idea pero el tan solo abrir la boca le dolía demasiado y tuvo que cerrarla y tratar de no apretarla para que no le doliera más. El mareo iba muy mal en el asiento trasero del auto, varias veces se llevó la mano enlodada para mantener el control, le daba vergüenza el solo pensamiento de vomitar en el asiento trasero del coche.

 

Juraría que podía escuchar el tic-tac del reloj desde el pasillo, cuando Mao abrió la puerta ésta hablaba por sí sola, la oscuridad llenaba el ambiente de desesperación, y era frustrante tener que estar lastimado, en un departamento que no conocía y encima sin poder ver.

—Vamos al cuarto de baño.

 

—¿Para qué? —Le preguntó Kei y sintió miedo de estar ahí.

 

—Para que te cambies, pondré a lavar tu uniforme, seguro que tengo algo que te pueda quedar. Además no puedes andar así, te limpiaré las heridas.

 

Prendió una lámpara que emitía una tenue luz y eso le tranquilizaba bastante, pero aun así se negó a quitarse el uniforme. Mao suspiró bastante tedioso y se acercó para comenzar a quitarle el saco y la camisa, el otro retrocedió y cayó al suelo dándose un golpe más en la cabeza contra la pared, se sintió más que infantil y consideró en la posibilidad de lanzarse desde el balcón, de una vez para terminar de rematar su día.

—Una vez que termines —Señaló su pantalón y zapatos—, llama a tus padres para que avises, te llevaré a casa.

 

Se retiró a su habitación, en alguna maleta tenía que tener algo de ropa que le pudiese quedar.  Al salir con una camiseta y una pantalonera vio al joven sentado en el sillón, mordiéndose el labio superior y con el teléfono en mano pero sin usarlo. Estaba pensando entre lo que le había pedido Mao que hiciera, se tenía que enfrentar a sí mismo para lograrlo y se dio cuenta de algo tan sencillo y tan difícil para él, frente a Mao en más de una ocasión le había dirigido la palabra, se convirtió en la primera persona que escucha su voz en años.

—En un rato les llamo yo, no te preocupes.

 

Se colocó hasta la esquina del sillón, doblando sus rodillas hasta poder mantenerlas así con sus brazos, definitivamente tenía que cambiar, pero no era fácil cuando las interacciones con los demás habían sido nulas desde un principio, cuando todos le creían mudo y un tanto antipático ¿Cómo podría llegar al día siguiente y desmentir todo? Sería sencillo pero más que ganarse la estima del resto se ganaría el odio seguro. Se metió sin duda en un laberinto sin salida y ahora más que nunca le parecía envenenarse con los estragos de todo eso.

Los brazos de Mao lo sujetaron con fuerza, esa clase de abrazos le gustaban y no lo sabía.

 

—¿Por qué lloras de esta manera? —Le abrazó con más fuerza, se esforzaba por mandarle su cariño, lo máximo que puede llegar a tener un profesor con un alumno pero sabía que se estaba equivocando, sabía que había algo más que eso. Su interior era un caos, un remolino de emociones que iban chocando en cualquier dirección. Solo por ese instante se olvidó de la incomodidad que era tener que estar viviendo en la ciudad, la preocupación por su futuro y se acomodó más con ese cuerpo que apenas cesaba de llorar. Si no fuera porque desconfiaba de sí mismo juraría que podía escuchar sus latidos y no solo los propios sino también los de Kei, ¿Por qué sonaban tan distintos y al mismo tiempo tan parecidos? Inspiró hondo y lo besó con emoción.

 

Eso era lo último que esperaba el estudiante como consuelo pero sus entrañas pedían que no se detuviese, aun si fuese un sueño estaría bien permanecer de esa manera por un rato más. El beso se alargó más de lo esperado, ninguna de las mentes entendían el mal que se estaban haciendo con ese solo beso. Tuvo que ser Mao quien se tuvo que separar, solo por el hecho que la lavadora ya había terminado el ciclo desde antes y tenía que poner la ropa en la secadora, se apresuró en hacerlo y regresó al sillón, sintiéndose como un joven que apenas estaba experimentando, seguramente Kei se sentiría de esa manera o peor. Se recostó y tuvo cuidado de no lastimarle más el rostro, no lo había notado pero era verdaderamente hermoso, se sentía opacado a su lado al igual que se sentía tan bien emocionalmente ¿Cómo alguien tan joven le podía hacer tan feliz? En más de una ocasión pasó por su mente la descabellada idea de quitarle esa camiseta suya que tan bien le sentaba, después de desechar la idea finalmente lo hizo, le besó gentilmente la boca, tanto que podía sentir que sus labios temblaban de nervios, trató de controlarse y fue bajando hasta llegar a su cuello, arrastró su lengua hasta detrás de la oreja y pasó por debajo sus brazos para sujetarlo mejor, podía notar su corazón latir muy rápido. No se iba a quedar con las ganas de besar su pecho, estaba tan extasiado solo por eso, tenía un nudo en el estómago y estaba dispuesto dejarse llevar para más. Estaban siendo irracionales y cuando estuvo a punto de parar todo, la mano inexperta y curiosa de Kei se deslizó por su abdomen, estaba fría y exploraba cada detalle, no quería dejar nada en el olvido.

Mao se puso de pie casi al instante, lo hizo porque se vio más que tentado a quitarse la ropa y hacerlo suyo, pero en eso si tomó en cuenta que él tenía veintiocho años y Kei dieciséis, doce años de diferencia que era muy grave. Hizo de tripas corazón y le explicó con calma lo que estaban haciendo. La cara de decepción de Kei le robó el sueño por toda la noche.

 

Aún así, eso que pasó realmente pasó y era su secreto más preciado.

 

A los días siguientes las miradas criminales se hicieron más presentes y prácticamente ante los demás, por más que les diera curiosidad ninguno de los dos diría algo. Los recuerdos no se escondían en ellos, cualquier rastro de lo que hicieron estaba impregnado hasta lo más profundo de ellos, el sentimiento de culpa se desvanecía por esa misma causa, muchos pensamientos y posibilidades existían pero no podían ser más que eso, la realidad era un terreno muy peligroso y ellos ya se estaban hundiendo. Kei solo quería estar cerca de él, así que escribió en su cuaderno una nota e hizo una seña para que Mao fuera a su lugar, se la mostró con los nervios a flor de piel, las miradas más curiosas estaban al otro extremo eso los ponía a salvo de cierta forma. “¿Puedes darme clases de inglés?” leyó el maestro y le respondió que eso era lo que estaba haciendo. “Clases particulares.” Le sonrió de lado y aceptó tan solo con la mirada, sí, ya su vida no volvería a ser la misma.

 

—Mis papás siguen agradecidos por lo que hiciste por mí —Dijo Kei mientras se sentaba en el sofá a su lado, iba con la intención de abrazarle.

—¿Ellos…saben que estás aquí? —Preguntó Mao bastante nervioso, le respondió el abrazo con la misma energía, se dejó llenar por esa fragancia de maravilla, de verdad que le sentaba bien, encajaba muy bien entre sus brazos y su corazón ¡Ni hablar! Se descontrolaba con solo tenerlo cerca.

—Sí, no les di detalles pero lo saben. Se han sorprendido tanto que les haya hablado —Miró momentáneamente el reloj de su muñeca—, seguro que a estas horas siguen en estado de shock por haberlo hecho.

—¿Cómo así?

—Es que tenía años que no decía una palabra, hubo un tiempo en el que me escondía para hacerlo pero eso solo duró unas semanas, incluso ahora es un poco doloroso que hable esto, mi garganta no está acostumbre a que le dé estos tratos.

 

Mao se quedó perplejo por lo que había oído, él no soportaría estar así por años, una vez que tenía confianza con alguien era marcado de hablador y era cierto a veces ni él mismo se soportaba. Una parte de él se sentía feliz por lo que eso significaba, era como si se conocieran de toda una vida para que se hablaran de esa forma, se detenía el tiempo en sus narices y se olvidaban de todo. ¿Eso era amor?

Se quedaron un rato abrazados parecía que podían degustar la gloria una y otra vez. El silencio decía todo por sí solo y era relajante.

Durante las siguientes semanas, la misma melodía se reproducía en sus oídos y los hacía danzar fluidamente. Adoraba verlo así, tan sensible, cariñoso y alegre, esa era una faceta que no mostraba en la escuela, ni siquiera cuando estaba con sus amigos. Mao buscaba la ocasión perfecta para detener todo pero prefería morderse los labios antes de alejarse de su pequeño, era él con quien quería estar, día a día descubría algo nuevo de él, algo que lo hacía único, era invaluable y quería aprender todo de él, su manera especial de ver la vida, quería consumirse en el grito perfecto de la felicidad y ser expulsado de ese silencio del que había sido testigo, necesitaba estar a su lado más tiempo.

Después de un cambio de horario que hubo, la clase de inglés pasó a ser la última y un jueves particularmente tenían un examen bimestral, pero Kei no asistió al salón, preguntó que pasó con él y nadie le respondió pero si captó algunas risillas socarronas que se escondían en el papel. Inspiró hondo y salió corriendo entre los pasillos, buscaba en las ventanillas desesperado por encontrarlo, llegó incluso a la oficina del rector y no estaba, corrió hasta la enfermería y tampoco. No podía pensar lógicamente, salió al patio y corría por los numerosos arbustos, saltaba las mesillas que había para el almuerzo. Varias cabezas de algunos profesores se asomaban por las ventanas siguiéndole con la mirada, parecía que se había vuelto loco, pero su vista no llegaba hasta donde se dirigió: cerca de los baños parecía que alguien estaba sentado, realmente esperaba que fuera él pero en seguida se arrepintió de haberlo deseado. Su rostro ya tumefacto era devastador, no podía abrir bien los ojos, se apretaba el abdomen. Mao al reconocerlo lo tomó en sus brazos y se lo llevó hasta la enfermería, en el trayecto solo escuchó un leve suspiro que trataba de ser una frase.

 

—Lo hice Mao, les hablé.

 

Tragó seco, si lo hizo no pensó bien en las consecuencias de sus mentiras que acumuló con los años. Tenía que estar fuerte para estar a su lado, por más que trataron no se separó de él ni un segundo, después de dejarlo en la camilla llamó a una ambulancia, a esos alumnos ya los haría pagar más delante. Ni siquiera había llamado a los papás de Kei, tenía que hacerlo, y estaba aterrado de hacerlo. Perderlo le parecía muy extremista pero la forma en que lo había visto, simplemente temblaba y sollozaba sin control, no sabía que estaba viendo o lo que no estaba viendo, era la primera vez que veía a alguien golpeado, ni a él ni nadie más y eso le altera mucho más.

 

 

—Lo siento…

 

—Está bien, descansa. —Le dijo Mao mientras se ponía de pie, después de haber esperado toda la noche a que despertara tenía que avisar a sus papás que seguramente estaban todavía en el estacionamiento sin haberse ido del hospital; pero decidió no hacerlo, tendría una oportunidad para estar con él.

 

—¿Y mis papás? —Preguntó y trataba de sentarse pero no lo consiguió, el primer golpe que había recibido lo mandó directamente a estrellarse con el bebedero y se quebró la clavícula, después de la golpiza lo dejaron al lado de los baños y se fueron.

 

—Se fueron a dejar a tus hermanas a la casa, se han quedado dormidas en rincón. —Se sentó a su lado—. ¿Por qué lo hiciste?

 

—Creo que era lo correcto ¿no? Mi vida ciertamente no era la peor pero si estaba yendo en declive y no me podía permitir dejarme caer de esa manera. Tengo que hacer esto para cambiar mi vida, lo siento.

 

—No te disculpes, me parece que has hecho bien… pero comprenderás que a partir de hoy te esperan días como estos. —Su fino rostro se tornaba rojizo de tanta rabia—. Tengo que hacer algo.

 

—¡No! ¡Te prometo que estaré bien! ¿Ves?

 

Se enderezó de golpe tratando de reprimir el dolor que le azotó rápidamente y consiguió incluso marearle, trató de que no se notara haciendo una mueca lo más cercana a una sonrisa mal hecha pero si no lo hacía se derrumbaría con más facilidad y eso era solo el primer paso, no tenía amigos, era prácticamente un desconocido para su familia y tenía que empezar de cero otra vez, solamente tenía a Mao y a él si lo cuidaría sin importar nada, a pesar de ya saber lo que harían sus padres cuando supieran la verdad.

—¿No quieres descansar? ¿Por qué no vas a casa y duermes? Mañana tienes que trabajar.

Mao dudó en siquiera moverse de ahí y detestaba que tuviera razón, su situación era tan predecible que la quería impedir, quería quedarse ahí para seguir viendo a esa hermosa sonrisa y decirle las palabras que sentía con tan solo estar con él, pero si eso tenía que hacer entonces lo haría. El estar ahí no era simple amabilidad, realmente era el amor que le tenía, era en Kei en quien pensaba tan solo despertarse y al dormirse, era él quien ocupaba la mayoría de sus pensamientos. Se despidió ya más tranquilo y lo dejó descansar, seguro que le dolía.

 

 

Cuando entró su mamá se alegró tanto de verla, en la escuela le dio el miedo de no volverla a ver, ni a ella ni a nadie y eso fue lo que aseguró más su futuro, solo tenía que salir adelante. Estuvo a punto de callarse en cuanto su papá cruzó la puerta, ladeó la cabeza tratando de evitar las miradas con ellos y habló:

—Me gustan los hombres, por eso me han golpeado. —Mintió, pero tenía la esperanza de que se ablandara.
La mujer se quedó helada ante la declaración, simplemente no lo creía y no se lo esperaba, porque si así era feliz no tenía ninguna objeción, de hecho la sola idea de eso le alegró, cuando era joven tuvo un amigo muy cercano a ella que era homosexual y vivió de cerca lo que era la tortura de tener una “enfermedad” como esa, le parecía triste tener que vivir así pero ella no sería una persona como las que orillaron a su mejor amigo a su propia muerte, no estaba dispuesta a perder su hijo, miró a su esposo y lo podía sentir molesto, furioso y si tendría que escoger mil veces se quedaría con Kei. Se acercó rápido a su hijo, tomó su mano y la beso, le sonrió de lado dándole a entender que todo estaba bien.

 

Miró a su papá y estaba envuelto en lágrimas, detestaba a “esas personas” y ahora su hijo era uno de ellas, quería remediar eso porque si el tan solo decirlo en la escuela le habían hecho eso en su vida diaria sufriría más, una parte de él quería gritarle lo furioso que estaba pero su garganta no se habría. Se sentó en la silla de fondo y algo importante resolvería esa noche, pensó en todas las veces que hizo esos comentarios y en el daño que seguramente le hacían daño a Kei, se doblegaría y se disculparía pero no cambiaría de parecer en cuanto la repugnancia que tenía por los “desequilibrados” pero sería capaz de romper sus estándares solo por su hijo y con nadie más lo haría. Eso estaba seguro. Se les venía encima una época sombría.

 

 

 

La primera vez que tocó sus labios se volvió loco por más y se desesperaba que Mao tuviera sus propias reglas en cuanto intimar, tuvo que esperar para tener dieciocho años. En lugar de llegar a casa avisó que se iba con un compañero, no hacía falta que diera más detalles.

Entró al departamento de Mao y se fue directamente al dormitorio a esperarle, no sabía dónde estaba pero cuando llegara sabía a lo que tenía que enfrentar. Cuando el profesor cruzó la puerta vio en el suelo la mochila en el suelo y también dejó ahí unas bolsas que él traía. Aflojando su corbata se fue a buscar a su pequeño, si que tenía ganas no se pudo haber esperado un día más, de igual manera ya lo había hecho por dos años ¿no le costaba un día más o sí?

 

—Feliz cumpleaños. —Solo fue capaz de decir eso cuando el cumpleañero ya le estaba pidiendo su regalo. Le besó emocionado, tanto o más como la primera vez, era un manojo de nervios y eso le agradaba.

Deslizó su mano por debajo de su camiseta y comenzó a levantarla para quitársela, luego hizo lo mismo con la suya, lo llevó hasta la cama y dibujó una línea de besos que iba desde su cuello hasta su entrepierna y se aseguró de darle el mejor placer que podía ser capaz de conocer en toda su vida. Le hizo el amor como nunca se lo había hecho a nadie y se entregó por primera vez a alguien, de muchas veces que había compartido ese cuarto con Kei, esa tarde sería la única que recordaba con tanta perfección.

 

Por la mañana Kei se levantó temprano, eran más de las diez y ninguno dio señas de vida en el colegio. Miró a Mao que seguía dormido, se veía tan maravilloso y lo era. Sonrió y salió de la habitación en busca de algo para desayunar, prácticamente conocía ese lugar más que su propia casa. Empezó a curiosear entre algunos cajones y encontró una vieja fotografía, estaba casi partida a la mitad, se notaba que había estado doblada por mucho tiempo, uno de los niños que estaba era Mao, no había cambiado en lo absoluto lo único que le cambiaba era el corte de cabello, el de la foto parecía haber sido copiado de un champiñón y le agrandaba la cabeza. En cambio el otro pequeño se veía tan vivaracho y alegre, con una enorme sonrisa su rostro, eran de la misma altura y Kei juraría que eran la misma persona a excepción de unos detalles que los diferenciaban.

Antes de continuar fisgoneando sintió como Mao le quitaba la fotografía de sus manos y la regresaba al cajón, realmente se molestó por eso y el menor comenzó a balbucear disculpas por haber agarrado eso sin permiso. Mao le abrazó y le pidió que se fuera, necesitaba que arreglar unos asuntos del trabajo y no podría darse el lujo de distraerse, sin embargo le pidió que regresara al día siguiente que se lo pagaría mejor. No tuvo otra opción más que aceptarlo y se fue cabizbajo.

 

 

 

Antes de llegar a la escuela Kei regresó al departamento con el fin de que al menos fueran juntos o algo parecido. Al entrar todo estaba completamente limpio, se sorprendió al verse a sí mismo buscando por cada rincón a Mao, ninguna de sus cosas estaban donde solían estar. Estaba completamente solo en ese lugar. En la mesilla de la sala encontró una hoja mal doblada con su nombre y leyó más de una vez lo que decía:

 

<>

 

Dobló la hoja y la guardó en el bolsillo del pantalón, Mao tenía razón, saldría de esta, podía esperar a que se volvieran a ver, lo esperaría sin importar nada. Mientras tanto limpiaba sus lágrimas y cerraba ese departamento que tanto quería y le dolía dejar, muchos recuerdos en tan poco tiempo. Tanto tiempo que estuvo solo y pronto se sintió más acompañado que nunca. Entonces para la próxima que se volvieran a ver él le demostraría la gran persona que se convertiría gracias a él…

Notas finales:

¿Qué tal? :D

 

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