Los dos adolecentes caminaban callados. El instituto había acabado hacía al menos dos horas, más, tal vez.
—Vamos, Stéphane, no puedes estar callado para siempre, aunque estés enojado —dijo un chico alto, delgado, de cabellos morados y ojos dorados. Al no recibir respuesta, suspiró—. Hombre, no fue mi culpa. Es más, ¡yo te ayudé!
—Ya sé, ya sé, solo... Estoy enojado aún, además me duele todo —Stéphane, más bajo, rubio de ojos azules y horrible temperamento miró a su amigo—, Vladimir, ¿por qué no tienes nada? Digo, vi como te pegaban en la cara, pero no tienes nada.
Vladimir dejó de caminar y miró al infinito. ¿Qué decirle a su amigo? Podría decirle que las crocs de leopardo que siempre usaba le daban súper poderes, o que su amuleto con la foto de Miranda Cosgrove le curó milagrosamente. Si, eso sonaba muy bien.
—Ah, es porque... —
—No... No, no... —interrumpió Stéphane, hablando como Consuela, su guía espiritual, quien le dijo que Vladimir le iba a hablar puras cabezas de pescado.
Vladimir le dio una mirada dramática. El viento había traído a sus súper-oídos el aullido lejano de las fans en el concierto de Tokio Hotel en la ciudad de al lado. Se maldijo por no haber conseguido entradas.
—Mmm... ¿Vlad? Estoy por aquí —Stéphane habló pero, al no surtir efecto, le tiró dos barras de cereal añejas y fosilizadas que encontró en su mochila.
Ellas rebotaron y una calló en la mano de Vladimir, quien la había abierto para rezar por su ídolo Tom Kaulitz, a quien amaba tanto como a Miranda.
—Tom... —susurró el peli morado, pero el olor a podrido de la barra lo despertó de su ensoñación.
Recordó que iban caminando a su auto porque ahí tenía un botiquín para curar las heridas de Stéphane, quien había peleado con unos chicos porque le dijeron que tenía nombre de puta francesa.
Abrió el auto y sacó el botiquín e hizo que Stephane se sentara en el asiento del copiloto, mirando hacia afuera y con las piernas colgando, porque era casi pigmeo.
—Sácate la polera —le dijo, sonriendo— te pegaron mucho.
—O-ok, digo, da igual. No es como si necesitara que me ayudaras o algo —Respondió el más bajo, mientras se sacaba la polera.
Vladimir lo observó, pectorales infinitamente musculosos llenos de moretones, capilares rotos... Vladimir miró al cielo, había oscurecido y la luna menguante miraba dentro de su alma. Su cuerpo comenzó a sentirse extraño.
—Oh, mierda —dijo.
— ¿Qué pasa? —preguntó Stéphane.
—No... Nada.
Si pasaba algo, no le había dicho a su amigo que él era una nueva especie de vampiro-lagartija que salía a cazar vírgenes de grandes pectorales cada luna menguante.
Usando sus híper reflejos de lagartija, se acostó sobre Stéphane y tiró el asiento hacia atrás. Sus caras quedaron una sobre la otra, los ojos de Vladimir eran ahora calipso, el color característico de su especie.
Stéphane solo lo miraba, maldiciéndose por haberse puesto los calzoncillos largos.
—¿Qué...?
—Shhhh, está bien, piensa en David Hassenhalf y todo pasará rápido —susurró, acercándose al cuello de su amigo.
Stéphane se retorció, el prefería imaginar a su sueño más secreto: Nicolas Cage protagonizando Abraham Lincoln: Cazador de Vampiros.
Como si fuera el destino, en la radio comenzó a sonar "Turn me on" de David Guetta, ambos sonrieron, pero antes de que Vladimir pudiera hacer algo, Stéphane gritó:
— ¡ME HAS CLAVADO LA CHINCHETA EN EL CULO!
Vladimir se quedó en shock. En otra parte, el Pepe, protagonista de la novela de la tarde gritaba "NO, NEGRO, NO".