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El pecado de san Elliot por Arlette

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A pesar de ser un domingo por la mañana, el centro estaba muy activo. Alumnos y profesores organizaban las maletas, llamaban a sus padres y comentaban todo lo ocurrido. El desayuno transcurrió entre susurros excitados y asustados, pues aún el asesino seguía suelto, y la policía solo daba palos de ciego. Algunos padres habían insistido en llevarse ya a sus hijos, pero el padre Gary les había informado que tendrían que esperar hasta que acabase la eucaristía en honor a los fallecidos.

La conmoción ante el elevado número de muertes en tan poco tiempo se había reflejado en el enfado de los padres, que se preguntaban para qué pagaban impuestos si la policía era tan incompetente y por qué aquel colegio salía tan caro si ni siquiera garantizaba la seguridad de sus alumnos. Y sobre todo, por qué habían tardado tanto en tomar la decisión de clausurar el centro. El descontento era enorme.

La policía, por su parte, en los comunicados que había ofrecido recalcaba la minuciosidad del asesino, que no dejaba pista alguna para poder seguirle el rastro: ni huellas, ni ADN, ningún desliz cometía. Y eso les había llevado a un callejón sin salida y a la humillación pública. De lo que estaban seguros, es que era una sola persona la que cometía los crímenes, y eso hería aún más su orgullo. ¿Cómo era posible que una sola persona consiguiera burlar a la policía de esa manera?

Elliot no podía evitar comerse el coco con el caso. ¿Debería haberle entregado las notas a la policía? Ellos podrían haber hecho algo más, con sus expertos en caligrafía y sus máquinas super-magníficas-analiza-ADN. Pero se veía que la letra estaba hecha a propósito así, imitando a la fuente Arial, y si no había restos de ADN en las escenas del crimen, menos en una notita. O eso quería pensar, para consolarse y evitar la culpa de que el caso no se hubiera resuelto por su propio egoísmo. Pero si el asesino se refería a él, debía averiguar por qué, antes de que se le acabara el tiempo. 

Le dio un sorbo al tazón de cereales que descansaba sobre la mesa del comedor, mientras Leo y Owen hablaban de lo que harían cuando volvieran a casa. Él supuso que cuando sus padres le recogieran, todo sería sonrisas y purpurina, los dos primeros momentos, luego se dedicaría a asustar a su madre mientras su padre trataba de poner orden. Y así días tras días, hasta que encontraran otra cárcel para él.

Ronald llamó la atención de todos, apremiándoles para que terminaran el desayuno y pusieran rumbo a la capilla antes de la hora. Escalonadamente, profesores y alumnos empezaron a salir del comedor, poniendo rumbo a la capilla. El profesor de religión iba en cabeza, con paso ligero, comentando algo con Rufus, el profesor de lengua y literatura.  Parecían un poco nerviosos, como si no encontraran a alguien.

Todo el colegio estaba frente a la puerta de la capilla. Mientras, Owen, Leo y Elliot vieron como el profesor de religión se acercaba a ellos. Seguía teniendo la misma expresión de desasosiego que cuando hablaba con Rufus.

— Chicos, ¿no habréis visto al padre Gary por alguna parte, verdad?

La pregunta les pilló por sorpresa. ¿Desde cuándo eran ellos la niñera del director psicópata sospechoso? Negaron con la cabeza.

— No sé, por si os lo habéis cruzado por una algún pasillo o algo esta mañana. No le encontramos por ninguna parte.

— A lo mejor está ya en la capilla. Debe oficiar él la misa, estará preparándose o algo de eso.

— Es raro porque la puerta está cerrada a cal y canto, Owen. Si estuviera dentro, podríamos entrar.

— ¿Y si está cometiendo el sexto asesinato y nosotros aquí de cháchara? — Elliot se pudo detrás de Leo y le rodeo el cuello con el brazo — O quizás se esté ahorcando en el despacho del director. Él se hundirá con su barco como buen capitán.

El de mechas se liberó y le empujó. Aún  estaba un poco enfadado por lo de la fiesta y que Elliot le tratara así de nuevo…No, tendría que sufrir más para alcanzar su perdón.

— Si hoy no hay misa mucho mejor, no es lo que más me apetezca en este momento.

— Tú tranquilo niño zanahoria, que en última instancia os dedicaré una emotiva ceremonia con textos del Antiguo Testamento — le revolvió el pelo, sonriéndole. —Por ahí viene el nuevo conserje con las llaves, que claro, el único con acceso a ellas era Gary y como no hay rastro de él…— continuaba hablando para él — Bueno chico, nos vemos —hizo un gesto con la mano y volvió al frente, donde todos los profesores esperaban.

Los repentinos asesinatos habían obligado a la dirección a buscar nuevo conserje, cocinero y profesor de matemáticas. Aunque habían cubierto las plazas con relativa facilidad, los nuevos aún estaban un poco desorientados. El nuevo conserje parecía haberse perdido, y como no estaba seguro de cuál era la llave de la capilla, había aparecido con el manojo entero. Un poco nervioso, sintiéndose observado por varios pares de ojos, empezó a probar, una a una.

Después de intentar meter cinco tipos de llaves, la sexta encajó a la perfección. Dio una vuelta, y las grandes puertas que daban a la capilla se abrieron de par en par. La enorme estancia estaba en penumbra, iluminada únicamente por los cirios encendidos, cosa que extrañó bastante a todos. El conserje se hizo a un lado y por orden, empezando por los profesores y seguidos por los alumnos más mayores, empezaron a entrar.

Ron notaba que algo había cambiado, el sitio le parecía ligeramente diferente a las veces anteriores que había estado allí. Los bancos seguían ahí, el altar de piedra era imposible de mover, el crucifijo de tres metros que colgaba de la pared central justo detrás del altar…¿Dónde estaba? Era lo suficientemente grande para verlo a simple vista, pero ahí no estaba. Miró a ambos lados, por si alguien lo había descolgado, pero nada. Aceleró el paso y llegó hasta el altar, mientras los murmullos se extendían entre el resto de los presentes. Estiró el cuello y lo vio.

El crucifijo, como se imaginaba, estaba tirado en el suelo, aunque sería más correcto decir colocado. En lugar de estar vertical, había sido puesto en horizontal, describiendo una perpendicular con el amasijo de carne que estaba bajo todo su peso. La figura alta y delgada del padre Gary se encontraba aplastada por el ornamento de madera. Los murmullos se intensificaron y varios profesores se acercaron, curiosos. Algunos no pudieron evitar la sorpresa, y ahogaron un grito horrorizado al ver como el bulto de carne que pretendía ser su director, estaba hinchado e inerte.

Ron leó la palabra “invidia” dibujada con pequeñas velas blancas en un soporte rojo, muy utilizadas para adornar las eucaristías, antes de retirarse y ayudar a sus compañeros a organizar a los muchachos para salir de allí. La policía les iba a mandar a la mierda, o quizás el colegio a ellos.

Una vez todos estuvieron fuera, les mandaron que fueran a sus cuartos y no salieran. Que aprovecharan el tiempo en hacer la maleta, o lo que fuera. Ellos ya se encargarían de avisar a sus padres de la situación, y a la policía también.

El profesor de religión vio un papelito doblado sobre el altar. Sabía perfectamente para quiñen iba dirigido, así que con disimulo se lo guardó en el bolsillo interior de la chaqueta, y con paso ligero fue hasta donde se encontraba Elliot. La confusión reinaba entre los alumnos y multitud de comentarios se podía escuchar. El docente les comentó escuetamente la situación, no sin hallar sorpresa en ellos.

— Elliot — empezó diciendo — he encontrado esto en el altar. Creo que es para ti.

Bajo la atenta mirada de su alumno, sacó la misteriosa nota y se la entregó a su destinatario. La abrió con cuidado, sin poder imaginarse que contendría esta vez. La frase que formaban los mensajes anteriores ya formaban por sí mismos una frase con sentido. La palabra “amato” apareció dibujada con la misma impersonalidad que siempre.

— Significa “querido” — apuntó Ron.

— Creo que te has quedado sin sospechoso Ronald.

— Sí, la verdad es que se me están acabando las ideas… — intentó bromear, aunque ninguno se rió — Sera mejor que os vayáis a vuestro cuarto chicos. Y Elliot, no te preocupes, todo esto acabará pronto.

El rubio quiso creerle, pero poco le faltaba para perder el juicio. Solo quedaba un asesinato para completar la escena, y algo en su interior le decía que él sería el postre. El cabrón que estuviera haciendo todo eso tenía una mente retorcida. Owen, Leo y Elliot subieron las escaleras junto al resto de sus compañeros, sin abrir la boca ninguno. Cuando los tres se hubieron despedido, el rubio entró en su habitación. Estaba aún con las persianas bajadas, pero pudo distinguir a Spike sentado sobre la cama. Últimamente solo le veía ahí, había desaparecido por completo de su vida.

— Hola perrito —murmuró. Sacó la maleta del armario y empezó a guardar las prendas, pero rápidamente reparó en la bolsa que había escondido en su lado y la sacó.

— Hola, Elliot. — fue la única respuesta que recibió.

Durante unos momentos estuvieron en silencio, mientras el rubio trajinaba con el contenido de la bolsa y Spike se dedicaba a leer un libro con la portada oscura. De repente, lo dejó sobre la cama y se levantó.

— ¿Vas a echarme de menos?

— Por Dios Spike, ¿nos vamos a poner sentimentales ahora? — Elliot le miró divertido. Estaba bromeando — Claro que voy a echar de menos a mi fiel perro.

— Lo digo en serio.

— Yo también. Aunque hayas sido un tío raro, ha sido interesante compartir cuarto contigo.

Elliot presintió que iba a decir algo más, pero no tenía tiempo de charlar con el moreno. Guardó de nuevo la bolsa en su sitio y salió corriendo dirección al cuarto del pelirrojo. Tenía que ayudarle en su plan maestro, nada podría fallar.

 

 

— Elliot, de verdad que no me fío nada de ti — a regañadientes había salido de su cuarto hacía un buen rato, arrastrado por su hermano. Y ahora el idiota de Elliot le estaba llevando de nuevo a él, pero con el detalle de que no le dejaba ver nada, y se estaba empezando a poner nervioso — Me voy a tropezar y me voy a matar. ¿Te hace gracia capullo? ¡Te estoy oyendo reír!

— Eres un niño muy mal hablado, ¿lo sabías?

Por fin llegaron a la puerta de la habitación 310. El rubio giró el pomo y la puerta se abrió. Entonces, dejó de taparle los ojos a su acompañante, para que viera la sorpresa: Las luces estaban apagadas, y la persiana bajada del todo, pero la tenue luz de las velas que Elliot se había encargado de encender una a una, daban al cuarto una luminosidad especial. Las malditas velas le habían costado casi todos los paquetes de tabaco que había estado almacenando, y parte del dinero que sus padres le mandaban, como fianza para que se comportara. Frank era de lo peor, ni si quiera le había hecho precio especial por cliente habitual. Aunque le intrigaba mucho de dónde había sacado tantas velas en tan poco tiempo.

Le invitó a entrar, en su propio cuarto. Pero es que el más pequeño se había quedado totalmente paralizado. Con un leve empujón reacción y entró. Ambos se sentaron sobre la cama, con cuidado de no tirar ningún foco de luz y producir un incendio. Elliot pensó que si algo debía arder, sería la piel de Leo cuando le empezara a comer a besos. Tampoco iba a esperar a que este dijera algo, todo estaba planeado en su calculadora mente. Cogió a Alissa, que por primera vez había sacado de su cuarto y empezó a tocar Still I love you, de KISS. Parte de la canción se identificaba con él, pero la otra con lo que el propio Leo sentía: por eso decidió que lo mejor sería limitarse a su propia perspectiva.

«Then you gotta know that it's killing me
And all the things I never seem to show,
I gotta make you see […]

Baby, baby I love you, I still love you
And when I think of all the things you'll never know
There's so much left to say
'Cos girl, now I see the price of losing you
Will be my half to pay»*

Cuando el último acordé se perdió en el pequeño cuarto, depositó la guitarra en el suelo, con el mismo cariño que le profesaba siempre, y espero a que Leo dijera algo. Pero seguía mudo, incrédulo y con los ojos muy abiertos. Típico en él, el niño se había quedado mudo. Elliot tenía poca paciencia, y se juraba y perjuraba que debía aguantar en silencio, porque con su habilidad para cagarla, la situación pendía de un hilo.

— Elliot…— empezó a decir el de mechas.

— Leo — contestó él.

— Cantas bien.

Ya, ya lo sabía, se lo había dicho más veces. Pero el rubio no quería hablar sobre si cantaba bien o mal, quería saber qué pensaba Leo.

— ¿Algo más que añadir?

— ¿Qué más quieres que diga, Pavarotti? — no le miraba a los ojos. Leo estaba jugueteando con la pulsera del gatito, distraído.

— Bueno, tú me dijiste que intentara arreglarlo y es lo que estoy haciendo. O al menos eso creo.

El silencio incómodo volvía a apoderarse de la habitación y la paciencia del joven Thompson tenía sus límites. Muy cercanos a rebasarse ya. Resopló varias veces, por si Leo se daba por aludido, pero no surtió efecto: seguía centrado en la pulsera, sin apartar la vista de ella. ¿Era acaso más interesante ella? Las últimas gotas de paciencia se terminaron por esfumar y el ímpetu arrollador que tanto caracterizaba a Elliot hizo acto de presencia.

— A ver, mírame a los ojos para empezar. — le agarró por los hombros, poniéndole frente a él y le obligó a mirarle. — Así mejor. — aunque parecía que en cualquier momento una fuerza invisible fuera a tirar de leo hacia abajo, se mantuvo erguido — Siento haberla cagada en la fiesta, pero ya sabes como soy. Y si no — titubeó — Bueno, pues ya lo sabes.

No había respuesta por parte de su compañero, así que siguió hablando.

— Y también siento no haber sido capaz de centrar las cosas — dijo refiriéndose a su relación, pero no lo dejó muy claro —Quiero decir, que si tú quieres, podemos ser novios, o como quieras llamarlo, con todas las consecuencias.

Le había costado mucho encontrar las palabras adecuadas, pero ahí estaba, haciendo todo lo posible para ¿declararse? Sí, podría llamarse así, de una manera más seria que la anterior, y esperaba, que más acertada.

— Eres lo peor, que lo sepas. — levantó la vista y clavó sus ojos miel en el mar azul de su compañero. Su mirada estaba cargada de confusión, pero también de alegría — Sin embargo no puedo rechazar una oferta así.

— Sabía que mi encanto era sobrehumano.

— Anda, calla, no sea que me arrepienta — algo más relajado, se acercó a Elliot y se lanzó a su brazos.

La verdad era que no le había hecho gracia que Elliot se tirara a aquella chica, pero mucho menos tener que enfadarse así. Se sentía como una de esas mujeres despechadas que salían en las telenovelas porque su marido había encontrado un cuerpo más joven. No le molaba nada esa sensación. Así que la rendición total del rubio había sido como un bálsamo. Había ganado, aunque con demasiada facilidad. Y eso le preocupaba. ¿Haría bien en volver a caer en las redes de Elliot? Ya le daba igual, la sensación del rubio abrazándole con esos brazos ligeramente marcados y los mechones de pelo dorado acariciándole la mejilla era mucho mejor que todas las paranoias de su cabeza.

La hábil mano de su compañero se desplazó por su espalda y le acarició. Muy suavemente, pero bastó para hacerle estremecer, cosa que Elliot notó y aprovechó. Le tendió sobre la cama y se colocó sobre él.

— ¿Eh? ¿Qué haces?

— Conseguir mi perdón, ¿o es que acaso no me lo vas a dar?

— ¿Crees que así…Aah…?

Elliot no tenía ganas de hablar más, la serenata de minutos atrás le había dejado seco. Antes de que pudiera defenderse, atacó el cuello de Leo, con más ansiedad que las veces anteriores, pero sin llegar a hacerle daño. La piel blanca y suave resultaba deliciosa, y los suspiros y temblores que el pequeño le regalaba le encantaban, aparte de hacerle mucha gracia. Mordió una pequeña porción de piel y tiró, con delicadeza. Eso no había sido un suspiro, había sido un gemido.

— ¿Leo? No recordaba que fueras tan sensible.

— Calla idiota.

Esta vez fue Leo que atacó en primer lugar, a los labios del rubio concretamente. ¿Cómo se le ocurría hablar en un momento así? Además, así evitaría tener que dar explicaciones sobre el sonido no identificado. ¡Qué más le daba! No era la primera vez que oía algo así, ¿verdad? Que siguiera con lo suyo, que lo estaba haciendo muy bien.

Ahora era más experto y la vergüenza le iba abandonando poco a poco: era él quien llevaba el ritmo del beso mientras sus lenguas y sus salivas se mezclaban, al compás imaginario de una canción altamente estimulante. Los brazos de Elliot empezaron a temblar por la tensión de mantenerse sobre el de mechas, así que se desplomó sobre el cuerpo del más pequeño. Aunque se quejó un poco, ambos rieron. Entonces, las manos del rubio descendieron peligrosamente hacia la cadera de Leo, para aferrarse a ellas y comenzar a moverse contra él. Lo que más le extrañó a Elliot fue que Leo le respondiera tan efusivamente. Estaba muy receptivo, parecía mentira que hace media hora solo quisiera desterrarle al olvido de por vida. Pero no iba a ser él quien se quejara; a lo tonto, su habitual autocontrol se había ido a la mierda y ahora solo podía pensar en desnudar al pequeño León que se estremecía bajo su cuerpo.

— Elliot, Elliot…

— ¿Qué te pasa? — por un momento pensó que le estaba dando un ataque cardiaco y se irguió, asustado. Algo había visto en las películas sobre cómo reaccionar, o no, no, había sido sobre qué hacer en caso de amputación. Joder, de poco le iba a servir eso, además, ¿tenía que ser justo en un momento así?

— ¿No crees que sobra un poco la ropa ya?

Elliot sonrió, muy complacido. Debía haber tocado algún botón oculto, o sabe Dios qué, pero ese Leo ardiente, con los ojos entrecerrados por el placer y la lujuria, le encantaba.

 

* « Entonces tienes que saber que me está matando/ Y todo lo que nunca he podido demostrar /Tengo que hacer que lo veas […]// Nena, nena te quiero, aun te quiero/ Y cuando pienso en todas las cosas que nunca sabrás/ Hay tantas cosas que decir/ Porque nena, ahora veo cual es el precio de perderte/ Esa será la mitad que tendré que pagar/ Mi mitad por pagar, cada día, escucha lo que digo.»

Notas finales:

Y la semana que viene más :D Sí, lo he dejado en un momento calentito, pero así debe ser. No me odiéis, guardaros vuestro rencor y metralletas para la semana que viene, que ya veréis como tenéis ganas de acabar conmigo xDDDD Que por cierto, es el último.

Este domingo seguramente actualice Muérdeme, si todo va bien ^^ 

Y creo que nada más, me retiro a estudiar un ratejo, que parece que últimamente no hago otra cosa -.- ¡Hasta la próxima sweeties y gracias por pasaros y leer! :3 Me hacéis muy feliz.


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