Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

El pecado de san Elliot por Arlette

[Reviews - 70]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Un poco más tarde de lo habitual, aquí estoy. ¿Dónde lo habíamos dejado? Ah, sí…

 

No recordaba exactamente en qué momento sus camisetas habían volado por los aires, o cuándo su pantalón había quedado en el suelo, a sus pies. Pero lo que sí sabía a ciencia cierta, era que era la primera persona en ver a Leopold Lewis en calzoncillos y retorciéndose de placer. Era, simplemente, una visión sublime.

Él, también semidesnudo, se colocó sobre el más pequeño y empezó a rociar su torso de besos, desde la clavícula hasta la cadera, sin apartar un solo instante la mirada de Leo, que le miraba colorado y con los ojos entrecerrados, respirando agitadamente. Su pecho subía y bajaba, sin control alguno, y sus pezones estaban erectos, reclamando atención. Todo ese pequeño cuerpo ansiaba ser tocado.

— Eres realmente sensible, Leo — dijo el rubio cuando llegó a la cinturilla de sus bóxers. — Y un pervertido, ¿cómo te dejas desnudar por un desconocido?

— ¿Te consideras a ti mismo un desconocido? — Leo se irguió un poco, apoyándose sobre los codos — Te odio, mucho. Yo no soy así.

— ¿Así cómo? — preguntó divertido. Le gustaba hacerse el loco y sacar de sus casillas a Leon.

— Así como dejarme desnudar por desconocidos — repitió el de mechas.

— ¡Oh! Y todavía no has visto nada.

Con las dos manos, tiró de la única prenda que cubría el cuerpo del de mechas y se la bajó hasta los tobillos, a tirones, y con algo de dificultad, consiguió deshacerse de ella. Pensó en su propia intimidad, que luchaba por liberarse, pero decidió que sería mejor esperar un poco, ahora le tocaba al pequeño Leo, ya habría tiempo para satisfacerse. El hecho de que no hubiera ido corriendo a taparse las vergüenzas en cuanto Elliot le había despojado de sus calzoncillos, le resultó muy curioso, como todo lo que le estaba descubriendo en esos momentos. Tenía ese lado pervertido muy bien escondido.

Siguió sin apartar la vista, incluso cuando engulló por completo el miembro de Leo. A este casi se le salen los ojos de las órbitas, y como si de un hechizo despertara, se irguió y revolvió con fuerza, tratando de que Elliot dejara de hacer “eso”.

— ¡Pervertido! ¡Para!

— Ah, no, no, ahora te quedas quieto — le empujó y se aferró a sus caderas. No dejaría que el lado infantiloide de Leo le jodiera la diversión. — Relájate y disfruta.

— Pero, a ver, no, Elliot, ni se te ocurra…

— ¿Qué? ¿Chuparte la polla? Porque ya lo estoy haciendo — y con una sonrisa triunfal, volvió a sumergirse en la entrepierna del de mechas, que no pudo más que dejar se resistirse y abandonarse a las descargas que empezaban a recorrer su columna vertebral. Era mucho mejor que fantasear con ello y masturbarse, muchísimo mejor.

Elliot no quería perder el tiempo, se moría por tirar lejos sus bóxers, junto con el resto de prendas. Subía y bajaba a un ritmo frenético, acariciando y enroscándose en el sexo de Leo. El fin no tardaría mucho en llegar, a juzgar por los jadeos cada vez más fuertes de su pequeño. Justo antes de que pudiera alcanzar el clímax, paró, no sin llevarse una mirada de rencor por parte de Leo.

— ¿Por qué paras? — preguntó molesto.

— Porque, a juzgar por tu baja forma física e inexperiencia, acabarías cao al primer asalto, y yo también me lo quiero pasar bien, ¿sabes? — dicho esto, se empezó a desprender de la molesta prenda que llevaba torturándole un buen rato — Que viva la filantropía.

Sí, seguramente tendría razón, pensó Leo para sus adentros, pero no iba a darle la razón, ni siquiera en un momento así. Él quería que continuara, y a ver podido terminar en su boca; hubiera sido una pequeña victoria, muy dulce por cierto, y una experiencia para el recuerdo. No tuvo tiempo de enfadarse mucho más: Elliot quedó de nuevo a su altura y le separó las piernas con habilidad, quedando su cuerpo entre ellas, mientras se apoyaba con las palmas. Le dio un beso rápido, y sin previo aviso, puso frente a él dos dedos. Leo le miró desconcertado. ¿Qué pretendía que hiciera con eso?

— ¿Acaso esto no sale en tus mangas? Chupa — le ordenó el rubio. —  No voy por ahí con un kit para primeros polvos.

Ah, claro. Sabía perfectamente qué hacer, pero todavía no había asumido que, lo que precedía aquel acto, fuera a suceder. ¿De verdad no era uno de esos sueños que se le acaban yendo de las manos? Ojalá que no. Obediente, los chupo, lamiéndolos por completo, de arriba abajo, sin dejarse ningún rincón. Cuando el rubio determinó que estaban suficientemente húmedos, empezó a pasearlos por su entrada, juguetón.

— Relájate, o si no esto será imposible.

— Me lo imagino — Leo dejó escapar una bocanada de aire, que llevaba reteniendo demasiado — Pero que no duela.

— De eso me encargo yo, tú solo tranquilízate —Elliot le miró con ternura, de una manera que ninguno de los dos pudo creerse. ¿De verdad ese era Elliot Thompson? Cualquiera lo diría.

— Estás irreconocible, Elliot.

— No todos los días se le roba la flor a una linda virgen.

— Por Dios, haz lo que tengas que hacer, pero hazlo ya y deja de hacer el gilipollas y decir cursilerías..

Elliot le miró divertido, asintió y depositó un beso en su nariz. Leo podía llegar a ser realmente adorable y mandón a la vez. Con cuidado, introdujo el primer dedo, notando como los músculos de este se cerraban en torno a él. Vaya, sí que se había puesto tenso. Le acarició brevemente la mejilla, tratando de transmitirle algo de confianza.

— No te haré daño, lo juro.

— Ya ves tú lo que me fío de tu palabra. ¡Ah! Eso no me lo esperaba, traidor.

— Me encanta jugar sucio — el rubio le miró pícaramente, a la vez que movía los dos dedos al compás, dilatándole. El tercero entró mejor, y dio gracias, no podía esperar mucho más. Leo tenía una pinta sumamente deliciosa y su amiguito de abajo reclamaba cierta atención.

No pudo más, sacó los tres dedos y se dispuso a penetrarle, pero se paró en seco.

— No tendrás ninguna enfermedad rara, ¿verdad?

— ¿Perdona? — Leo no podía creer que le estuviera preguntando algo así y menos en aquel momento — Eso debería preguntarte yo a ti.

— Es que no tengo condones — respondió medio avergonzado — El último lo gasté, bueno, en, ya sabes…

Leo puso los ojos en blanco y obvió la mención a la pelirroja — Sea como sea, ya he dejado que me desnudes y semi-profanes, no creo que pase nada por un condón.

— ¡Genial!

Era justo lo que necesitaba oír: tratando de contenerse como buenamente pudo, empezó a introducirse en el cuerpo de Leo. Este se tensó al instante, arqueando la espalda y abriendo los ojos de forma desmesurada. Jamás hubiera podido imaginarse que se sentiría así, ni siquiera los delgados dedos de Elliot le había advertido de lo que le esperaba. Era una mezcla de dolor placentero que no sabía muy bien como tomar. Se agarró a la espalda de Elliot, y estando los dos ya completamente acoplados el uno con el otro, el rubio habló:

— ¿Estás bien, leoncito? — de verdad tenía un poco de miedo. Nunca había tenido que ser cuidadoso, y menudo momento había elegido para hacerlo. Si hiciera daño a su pequeño, no se lo perdonaría. ¿Y si le causaba un trauma y le volvía hetero de un plumazo? Nada de eso, debía hacer que disfrutara como en la vida lo había hecho y haría.

— S-sí, más o menos, es un poco… Raro, no sé si me entiendes.

— Oh, claro que lo entiendo, todos hemos pasado por eso.

— ¿Incluso tú?  — Leo no pudo ocultar el asombro de sus palabras.

— Sí, incluso yo, pero, ¿por dónde íbamos?

Ahora que el de mechas estaba un poco más relajado, podría moverse. Notaba las pequeñas uñas de su compañero clavándose en su carne, pero no le importa, había cierto toque erótico en ello. Apoyado todavía en las palmas de la manos, se empezó a mover, lentamente, descendiendo por las estrechas paredes de Leo, que se comenzaron a contraerse al mismo tempo que los movimientos de sus caderas. A la vez, su vientre chocaba con la erección del más pequeño, dotándole de la atención necesaria. Así no tendría quejas de que si le desatendía y esas cosas.

— Bien, bien, lo vas pillando — comentó complacido el rubio.

Leo solo le respondió con una sonrisa algo tensa, pero satisfecha. En el fondo, no lo haría tan mal si Elliot se lo decía, ¿no?

Con Leo más relajado y accesible, Elliot aumentó el ritmo, llevando a ambos a la locura. Estaba resultando mejor que cualquier polvo con Jer, o con cualquier mujer que hubiera pasado por sus sábanas. ¿Qué tenía el pequeño Leo que le descontrolaba tanto y le hacía llegar al cielo sin casi proponérselo? A lo mejor era su inocencia, o sus prietas nalgas o sus gemidos, o qué coño sabía él. Le volvía loco y punto.

— Ah, Elliot… — gimió.

— ¿Qu-qué? — respondió él entrecortadamente. Joder, no le quedaba mucho, parecía un novato.

— Creo que… Aah, ya sabes.

— Oh sí, claro que lo sé pequeño. No queda mucho.

—No, la verdad es que no.

Conscientes los dos de que el clímax estaba cerca, Elliot profundizó con estocadas más fuertes y largas. Casi sin avisar Leo se corrió, salpicándose a ambos. Elliot no tardó en seguirle. Cuando acabó, se dejó caer sobre Leo y rodó, hasta quedar a su lado.

— Bueno, ¿he cumplido tus expectativas?

— Claro que sí. ¿O a lo mejor es que mis expectativas son muy bajas? No sé — El de mechas se hizo el interesante, pero no pudo aguantar mucho la broma, riéndose. De repente, se puso serio — Lo siento.

— ¿Sientes el qué? — preguntó extrañado el rubio. Le apetecía realmente un cigarro.

— Esto — se señaló la tripa, y también a Elliot — Es un poco sucio.

— Cuanto más sucio, mejor. — estiró los brazos, con la intención de recibir al menor entre ellos — Ven aquí, tengo sueño.

Cuando quería, Leo podía llegar a ser muy obediente. Se dejó abrazar por el rubio, como rato atrás había hecho y cerró los ojos, él también estaba cansado. No tardaron en quedarse dormidos. Parecía que el semental de Elliot Thompson estaba algo desentrenado. Quedarse dormido al primer asalto…

 

 

Debía reconocer que había dormido realmente bien. No era para menos, después de la velada tan entretenida  con Leo, había quedado exhausto. Le había costado una barbaridad volver a su cuarto, pero la cama y las sábanas le habían recibido amablemente, otorgándole el placer del descanso. Era domingo. El último domingo que pasaría allí. Se incorporó y se estiró, mientras echaba un vistazo al que había sido su cuarto aquel curso. Le había cogido cariño y todo.

Sus ojos claros se toparon con la penetrante mirada de Spike, que le miraba desde su propia cama, con cara de pocos amigos.

— ¿Qué te pasa perrito? —preguntó mientras bosteza. No se molestó en taparse la boca; la confianza daba asco, pensó.

— Te lo debiste pasar muy bien ayer con el vecino, ¿no? — en su voz había reproche y enojo.

— ¿Eh? — aquella respuesta le dejó totalmente descolocado.

— Sabes perfectamente a lo que me refiero.

Claro, claro que lo sabía, pero era algo que solo debían saber Leo y él. ¿Qué pintaba Spike en su maravilloso polvo de anoche? Intento recomponer su cara de asombro lo mejor que puso y siguió:

— Bueno, no sé exactamente qué paja mental surgió en tu cabeza, pero anoche…

— Vamos Elliot — dio un brinco y se levantó — El primer día que entraste por esa puerta lo único que decías era que ibas a violar culitos masculinos a diestro y siniestro, ¿y ahora me quieres negar que te acostaste con Leo?

— ¿Y qué si fue así? — le sorprendió ver a Spike tan alterado y hablador. Ese chico había cambiado demasiado.

— Le hiciste gemir como una perra.

— Ahora resulta que eres una vecina cotilla, ¿te importaría dejar de espiar a la gente?

— Cómo si eso fuera posible. Por más que me tapara los oídos con la almohada, ¡no dejaba de oír a Leo gemir y suspirar! Repitiendo una y otra vez “Elliot, Elliot, más”. — con un par de zancadas había quedado a la altura del rubio y lo miraba desde arriba. Estaba realmente cabreado —Y yo tenía que escuchar.

— Ya te avisé el primer día, como bien dices tú, de que ese tipo de cosas, estaban en mi lista. Además, lo que haga o deje de hacer con Leo, no es de tu incumbencia.

Spike le continuaba mirando, en silencio. No tenía nada más que añadir, tampoco hacía falta. Toda la ira y desprecio que sentía estaba siendo transmitida a su compañero de cuarto. La tensión era palpable, pero no iba a ser Elliot quien cediera. Que se enfadara si quería, no le debía nada y estaba en su pleno derecho de acostarse con Leo. Si lo había oído, le daba igual.

Seguramente estaba enfadado porque aquella había sido la última noche que pasaban juntos y no habían hablado sobre sus queridos trenes y asesinos. Tanto le daba. Después del satisfactorio polvo con Leo había vuelto a su habitación, y como era de esperar, ahí estaba el perro, durmiendo hecho una bola.

Fue Spike quien rompió el contacto visual. Se dio la vuelta y se dirigió al armario; de él empezó a sacar ropa y zapatos, que metió cuidadosamente en una enorme maleta de color verde oscuro; la cual llevaba desde ayer descansado a los pies de la cama del moreno. Elliot también pensó que sería mejor empezar a prepararla, pero no con el perro enfadado. Sin mirarle cogió unos pantalones negros y una camiseta de los Red Hot Chilli Peppers y salió de allí. Ya tendría tiempo, y encima se moría de hambre. Necesitaba comer algo. Puso rumbo al comedor, no sin antes llamar a la puerta del de mechas, pero nadie contestó.

Por los pasillos multitud de estudiantes se apresuraban en bajar las pesadas maletas y mochilas hasta el hall principal, donde sus padres deberían estar esperándolos. No le preocupó, ya se habrían encargado de llamar a los suyos, pero tenía ganas de salir de allí. El asesino podría volver a matar en cualquier momento. Cualquier momento antes de que el colegio cerrara por completo. Y solo quedaba una nota. Una víctima. Y el pecado era la lujuria. Tragó.

Leo no hacía mucho le había dicho que si él fuera el asesino le condenaría por lujurioso. Si era el león el encargado de torturarle, con mucho gusto aceptaría el castigo, pero no tenía ganas de morir y menos a manos de un psicópata. Sin embargo, el miedo estaba empezando a apoderarse de él. Pánico. Tenía todas las papeletas para ser el siguiente: las notas eran lo que más le preocupaba, si había sido el destinatario de tan enigmáticos mensajes, la idea de ser el plato final no resultaba tan descabellada.

Cuando llegó al comedor comprobó que casi todos los alumnos ya habían abandonado el internado. Allí solo había cuatro gatos, entre los que se encontraban Owen y Leo. Antes de sentarse cogió un tazón de leche con café y cereales, sorteó un par de mesas y se sentó con sus amigos, que terminaban su desayuno en silencio.

— Anda que me esperáis — les espetó.

— ¿Eh? — el pelirrojo le miró un tanto descolocado — ¿Cómo que esperarte? Leo me dijo que… ¡Auch!

Su hermanastro, que no había levantado la vista de su vaso de leche a medio acabar, le propinó un fuerte puñetazo en el bíceps. Owen se quedó callado y le miró todavía más confuso. ¿Pero qué cojones estaban pasando?

— Leo me dijo que no teníamos que esperarte hoy — terminó.

— ¿Desde cuándo el león toma decisiones por mí? — tanto Elliot como Owen miraban inquisitivamente a Leo, que no sabía muy bien dónde meterse. Cogió la cuchara y removió el fondo del recipiente, contemplando con fijeza.

— Bueno, en realidad, veréis es que… — ¿Cómo debía explicarles que se moría de vergüenza? A parte de que tenía una molesta sensación en el trasero, en todo él, en general. Sentía como si le hubieran pegado una paliza, le hubieran triturado y luego vuelto a golpear. Quizás fuera cierto el cansancio que aparecía en los mangas, pero, ¿tanto? ¿De verdad?

— Owen, ¿puedes dejarnos un momento? — enseguida comprendió la situación al ver los colores conquistar las mejillas del de mechas. Qué predecible era. Sonrió, divertido y enternecido por la inocencia de su compañero.

— Claro pero… No me dais buenas vibraciones — se levantó y se quedó unos instantes mirándoles — Aunque mejor no pregunto. No, no, no. No quiero saberlo.

Nada más dar un paso, el profesor de religión le cortó el paso y le obligó a sentarse otra vez. Y ahora aparece  Ron, pensó un poco incómodo. Desde el pequeño asunto de Stevie, Ron había estado más atento de lo normal, demasiado, y eso empezaba a agobiarle. Seguramente por eso la idea de despedirse de él no le resultaba tan dolorosa como creyó en un principio.

— Chicos, he quedado con vuestros padres en que os llevaré yo a casa, así que a las cinco los tres abajo y con los macutos listos.

— Qué servicial Ronald, ¿no será que quieres hacer méritos para limpiar tus pecados? — Elliot tenía ganas de picarle. Dicho esto, le lanzó una mirada pícara y luego llevó los ojos hasta Owen; con un movimiento sutil de cejas lo había dejado claro.

— Sí, debo purgar mis pecados — respondió tranquilamente, sin entrar en el juego.

— ¿No será que quieres pasar más tiempo con el pequeño Owen? — continuó picándole.

 — Lo dicho, todo listo a las cinco. ¡Nos vemos luego! — le ignoró por completo. Cuando Elliot se lo proponía, podía llegar a ser realmente pesado. Con la mano de despidió de ellos y se marchó.

La mesa quedó ocupada únicamente por el león y la niña de pelos largos: Owen había aprovechado para largarse con el profesor, deseando fervientemente que no acabara tratándole como una muñeca de porcelana psicológica. Una vez solos, Elliot tomó aire, pues suponía que sería el primero en hablar, como de costumbre:

— A ver, Leo, escúchame, antes de que te dé un síncope y me dejes de mirar para siempre.

Pronunciadas estas palabras, el más pequeño levantó la cabeza. El fulgor de sus mejillas no se había apagado, es más, se incrementó en cuanto sus miradas se cruzaron, pero se obligó a no apartar la mirada. ¡Tenía que ser un hombre!

— Te escucho.

— Lo de anoche te gustó, ¿verdad?

— Siempre tan directo — fue lo único que salió de sus temblorosos labios.

— Estuvo muy bien — le guió un ojo, intentando que la situación no fuera tan tensa, pero de poco sirvió. — Oye Leo, lo que hicimos, aunque mucha gente piense que es antinatural, lo que cada uno hace con su cuerpo es cosa suya. Además, yo me lo pasé muy bien y disfruté, eso es lo que importa. Y espero que tú también.

— Claro que disfruté joder — se acarició la nuca y entornó los ojos hacia un lado — Pero el hecho de que me vieras en bolas, de que me…¡Ah, no puedo ni decirlo! Creo que en ese momento morí de vergüenza, pero no lo recuerdo y ahora soy un fantasma atrapado entre dos mundos.

— Lo que pasa es que estabas tan cachondo que no tenías vergüenza ni nada de eso, solo querías continuar con el tema y…

— Nada, silencio, ya sabemos los dos lo que querías. Queríamos —rectificó.

— ¿Te arrepientes acaso?

— No, la verdad es que creo que el asunto de la virginidad está sobrevalorado. En el fondo tampoco fue para tanto… Quiero decir, a ver si me explico. Bah, da igual — por más que lo intentara, las palabras parecía que estaba en su contra. Desistió de dar una explicación lógica. — Yo me entiendo.

— A ver si ahora te vas a volver una máquina del sexo.

— Como tú, ¿no?

— Oh, eso ha sido un golpe bajo.

El resto de la conversación transcurrió en el ambiente más relajado, con Leo más suelto y menos vergonzoso. El rubio no podía creerse que justamente ahora le volviera la vergüenza, quién iba a decirlo hacía tan solo unas horas.

 

 

Todo estaba listo, y eran las cuatro, tiempo de sobra para incordiar a Leo y si Fortuna le sonreía, jugar un poco a los doctores con él. Antes de salir comprobó que las maletas de Spike seguían ahí, pero ni rastro de él en todo el día. Con paso alegre se acercó hasta la puerta de Leo y llamó. No hubo respuesta. Llamó con más insistencia, pero ningún ruido se percibía desde el exterior. ¿Se habría marchado sin él? Era poco probable. Intentó girar el pomo, pero estaba cerrado. Estará en el cuarto de Owen, pensó. Casi corriendo llegó hasta la habitación 304 y sin molestarse en llamar, entró.

Podría haberse imaginado muchas cosas, entre ellas pervertidas, pero ver a Owen tirado en el suelo, con la cara hinchada, la nariz sangrando a borbotones y casi inconsciente, ni siquiera entraba en sus imaginaciones más sádicas y depravadas.

— ¡¿Qué coño ha pasado Owen!? — se apresuró a acercarse a él y levantarle un poco la cabeza. Estaba tan hinchado que a duras penas podía abrir los ojos. Todo él temblaba.

— Elliot… — pudo musitar. Tosió sangre.

— Joder, pero qué cojones, dime que ha pasado zanahoria — ahora Elliot también temblaba, de miedo, ira e impotencia.

— Se ha llevado a Leo…¡Vete a buscarle!

— ¿Qué?

La sangre abandonó su rostro, palideció. Echó un vistazo rápido a la habitación y comprobó que había demasiadas maletas como para que todas ellas pertenecieran a Owen únicamente. Así que el pequeño León se había escapado con su hermano, pero alguien más había decidido llevárselo.

— Leo, Spike se lo ha llevado…

— No me jodas, y tendré que suponer que fue él quién te pegó la paliza, ¿verdad? — le sabía mal utilizar la ironía en aquellos momentos, pero no pudo evitarlo. ¿En qué cabeza cabía que Spike tuviera la fuerza suficiente para hacerle aquello al pelirrojo? Algo iba mal.

— Sí, Spike, ¡pero me estás escuchando! ¡Que se lo ha llevado! Joder Elliot, ¿no te das cuenta?

— No, no sé qué diablos pasa, no entiendo nada — Owen se incorporó como pudo, y ambos se pusieron de pie, no sin algo de dificultad por parte del pelirrojo.

— Spike es el asesino, y mi hermano va a ser su última víctima, ¡así que no sé qué haces aquí! ¡Muévete!

No, no podía ser cierto. Spike era Spike, no un asesino psicópata que se dedicaba a matar gente realizando algún tipo de misión mística. Era raro, pero ¿hasta esos extremos? Ahora no había tiempo de pensar en Spike, sino en Leo, en la veracidad de las palabras de Owen.

— ¿Cómo lo sabes? — dijo.

— No es muy normal que tu querido compañero de piso entre aquí, me arreé un par de hostias y se lleve a mi hermanastro diciendo cosas como que: “Tus pecados serán castigados”, ¿sabes?

Elliot calló y reflexionó. En el fondo, no era tan descabellada la idea de que Spike fuera el asesino: ya le había demostrado que cuando quería, tenía fuerza suficiente, y desde aquel día en la biblioteca, había estaba muy pesado con el tema de asesinos y muertes. ¿Había despertado a la bestia? Parecía ser que sí, aunque no quisiera creerlo.

— ¿Dónde se lo ha llevado?

— Qué sé yo — el pelirrojo se zarandeó un poco, casi perdiendo el equilibrio, pero consiguió sostenerse agarrándose al borde de la cama. — Pero por Dios, encuéntrale.

Nada más decir esto, cayó desplomado sobre el colchón, que crujió bajo su peso. Elliot se aseguró de que respiraba, aunque estaba inconsciente. Trató de asimilar y ordenar todo en su cabeza. Aunque creía que iba a ser imposible. Por un lado Spike era un psicópata con una fugaz y fructífera carrera en el mundo del asesinato. Por otro, pretendía culminar su obra con Leo, o todo apuntaba a ello. Pero no tenía ni idea de si era cierto, total o en parte, si tenía razón, dónde debía buscar…En esos momentos, su cabeza estaba a punto de estallar.

En aquellos momentos se lamentó por no haber escuchado a su compañero de cuarto cuando hablaba de sus fantasías homicidas. Suponiendo que realmente fuera él el asesino, algo podría haberle dado una pista. Intentó hacer memoria, pero no conseguía recordar nada que sirviera de mucho: Todos eras lugares que elegía para relatar sus asesinatos eran famosos, sitios imposibles de visitar. A excepción de la vieja capilla que se mantenía cerrada, ¡sí! Eso era, y además cuadraba perfectamente con la temática de la obra de Spike. Debía darle las gracias al padre Anthony por haber incentivado su curiosidad sobre ese sitio, y haberle hablado a Spike sobre ella. Al menos, serviría de algo, o eso creía.

Antes de salir a toda prisa, reparó en un papelito que descansaba sobre la cama, al lado del inconsciente pelirrojo. Estaba vez su autor no se había esforzado en cambiar la letra o disimularla: sin duda, era de Spike. Cuando terminó de leerla, la apretó con fuerza, la arrugó y la lanzó lejos.

“Todos los pecadores serán castigados, querido Elliot”

 

Nadie se le cruzó por los pasillos, ni las escaleras ni el hall. El internado estaba vacío. Gritó el nombre de Ron, pero la única respuesta fue el silencio. ¿Qué cojones pasaba? Todo se empezaba a torcer en su contra, de una forma muy siniestra e ilógica. Desistió en buscar al docente, Leo no tenía tanto tiempo. Salió al jardín y lo a travesó con grandes zancadas.

Cuando llegó ante la verja que impedía el paso, vio la cadena, bastante oxidada, tirada en el suelo. La verja, al igual que la cadena, también estaba cubierta de óxido, pero se podía advertir que tiempo atrás fue de un gris oscuro y brillante. La empujó, y esta chirrió. Genial, el factor sorpresa a la mierda.

Elliot se paró en seco, y pensó unos instantes. Ya estaba allí, pero, ¿y qué más? Había llegado sin pensar, a lo loco, y no estaba muy seguro de cómo actuar. Quizás Leo ya estuviera muerto. Quizás tuviera que enfrentarse a Spike. Este no era muy grueso, pero si había sido capaz de matar a todas aquellas personas, a lo mejor era porque se guardaba un as bajo la manga, como el día que consiguió arrancarle la manta. Realmente, le había sorprendido que un chico tan delgado tuviera esa fuerza. Fuera como fuese, tenía que entrar ahí y enfrentarse al demonio que aguardaba.

Las puertas de la pequeña capilla estaban cerradas, pero no le costó mucho abrirlas. Cuando quedaron abiertas de par en par, la luz de la tarde inundó la estancia. Era mucho más pequeña que la que utilizaban ahora, y se asemejaba a una iglesia románica, muy sencilla y algo tenebrosa. Los bancos y las paredes estaban adornados con gruesas capas de polvo y algún que otro relieve de santos. Entró, con cierto recelo tratando de hacer el menos ruido posible, aunque de poco servía ya.

En el altar consiguió distinguir la delgada figura de su compañero de cuarto, pero no vio a Leo. A no ser, que el bulto sobre la mesa de la eucaristía fuera Elliot. Olvidándose de la cautela corrió hacia donde los dos jóvenes esperaban, sintiendo una angustia creciente en el estómago.

Su corazón se paró, unos breves instantes, pero la sangre volvió a correr por sus venas de golpe, abrumándolo y desconcertándolo: ahí estaba Leo, su pequeño Leo, atado de pies y manos, de rodillas, sobre el altar, amordazado y llorando. Había sido despojado de todas sus prendas, a excepción de la ropa interior; varios cortes profundos y quemaduras recorrían su cuerpo, cambiando la tonalidad de su pálida piel por una más roja e hinchada. Spike sonreía, triunfante. Un hierro candente era sujetado por su mano derecha, mientras que con la izquierda sujetaba al más pequeño.

El rubio estaba totalmente paralizado. La ira, el odio, el asco y la impotencia le impedían articular palabra, ni siquiera moverse. Todo aquello era una pesadilla, sí, nada tenía sentido, desde luego que no. Lo que más llamó su atención fue la herida de la espalda: un corte profundo, que cada vez que trataba de liberarse, le hacía gemir de dolor; sus músculos habían sido dañados y su piel rasgada.

— ¿Ahora no te gusta tanto, verdad? — Spike pronunció estas palabras con cierto regocijo, orgulloso.

— ¡Spike! Maldito hijo de perra… — Elliot reaccionó y saltó sobre él, pero el de pelo negro le mantuvo alejado con el hierro que emitía un calor abrasador.

— Quieto, quieto. Tenemos mucho de qué hablar.

— Vaya que si tenemos que hablar, pero primero suelta a Leo, desgraciado — apretó los puños y gruñó. Su mirada chocó con la de Leo, llena de miedo y angustia. Tuvo que apartar la vista para no derrumbarse. ¿Qué podía hacer él? Tenía ganas de meterle ese maldito palo de metal por el culo al malnacido de Spike y llevarse de ahí al de mechas. Si ya de por sí parecía vulnerable, ahora mismo no sabría cómo definirlo.

— Sabes Elliot — empezó a avanzar hacia él, no sin antes asegurarse de que Leo no pudiera moverse del altar, atándole con unas cuerdas que descansaban a su lado. Con el hierro en alto, le obligó a retroceder, hasta que el rubio quedó completamente sentado en un banco y a su merced — Yo no quería que todo esto sucediera.

— Pero ha sucedido porque tú has querido — definitivamente, Spike era su hombre.

— Sí, bueno, pero, técnicamente, la culpa fue tuya.

— ¿Mía?

— Tuya, completamente tuya. Despertaste en mí dos cosas: por un lado, la admiración y la felicidad de que alguien se molestara en meterse conmigo: significaba que estaba ahí, que existía. Y por otro lado, algo sucio y morboso, que no tuve más remedio que explotar y modelar.

— Eres un jodido psicópata y un loco.

— A decir verdad, no soy ningún loco, pero sí un psicópata. Sé perfectamente qué hago.

Desde el altar, Leo les observaba, buscando la manera de liberarse, pero con cada movimiento que trataba de realizar, su espalda le respondía con un doloroso tirón. Si tan solo no hubiera sido tan idiota de quedarse quieto cuando Spike le cogió, todo hubiera ido de otra manera. Pero ahora, ahí estaba, atado, medio desnudo sobre un altar, como si de la víctima de un  sacrificio se tratase y sin poder hacer nada.

— Incluso esto — Spike señaló con la mano que tenía libre a Leo — es culpa tuya. Si no hubieras hecho “eso”, si yo no te hubiera oído… No hubiera terminado mi obra, pero no, tú me diste la excusa perfecta para finalizarla. Ese es tu pecado, Elliot. La lujuria. Y por eso serás castigado, con algo mucho más doloroso que la muerte.

— No te debo explicaciones de ningún tipo, ni tienes ningún derecho a decir esto…

— ¿Crees que no? Soy un ser superior, como ya os he venido demostrando a ti y a la policía. Nadie, absolutamente nadie, ha sabido jamás quién era. ¿No me da eso algún tipo de poder? Yo creo que sí.

Si él hubiera estado más atento, desde luego que lo hubiera descubierto, pero una idea de ese tipo no cabía en su cabecita alocada y descontrolada. Spike jamás haría algo así; pero sí, lo había hecho. Desde el fondo de la sale llegaron unos aplausos, que sorprendieron a todos, incluso al propio Spike.

— Bravo, bravísimo, Spike — la voz que habló les llegó con eco, gracias a la resonancia de la capilla — Lo has hecho muy bien. ¡Qué dramático todo!

El querido profesor de religión, Ronald, avanzaba por el pequeño pasillo central, con una sonrisa siniestra y paso tranquilo. Elliot no conseguía salir de su asombro, y el de mechas era incapaz de pensar con calma. ¿Ron? ¿Aquí?

— Maestro… — susurró Spike, aunque el profesor le paró.

— Aún hay muchas cosas que explicar, con tranquilidad, no te exaltes.

— A ver, ¿qué cojones pasa aquí? — Elliot se levantó de golpe y consiguió ponerse al lado de Leo, en el altar, mientras contemplaban a la extraña pareja que formaban profesor y alumno — porque me estoy haciendo una paja mental de tal tamaño que creo que voy a explotar.

— Eres tan espabilado para unas cosas Elliot… Y tan torpe para otras.

Ronald había ocupado la posición del rubio, y con las piernas cruzadas y los brazos sobre el respaldo de los bancos, contemplaba tranquilo en panorama. No tenía prisa, la policía tardaría un rato en llegar.

— Veamos, como mi querido pupilo te ha comentado ya: la culpa es tuya. Spike era una bomba de relojería, lo llevaba en la frente, en sus gestos, en sus genes. Tú pulsaste el botón y yo solo lo aproveché.

» Verás, para que lo comprendas todo, tengo que explicarte mi situación. No es que decidiera quedarme en este internado de mala muerte que se cae a cachos, no, claro que no. El inspector me rechazó, me consideró “poco hábil y de escaso rendimiento”. ¿Crees realmente eso posible? Soy un genio. Todo esto fue motivado, en parte, por nuestro querido ex-director. Si me iba yo, sería difícil encontrar a otro currante para suplirme en este colegio, y más en religión. Así que cuando Spike se presentó en mi despacho, ávido de conocimiento sobre Dios y la muerte, fue un regalo. Él sabía sobre mis intenciones y conocimientos sobre estos temas tan macabros. Solo tuve que hacer las preguntas adecuadas, formulas las frases correctas y tuve ante mí a un perfecto ayudante que sin dudarlo, me obedecería.

» Quería vengarme, demostrarles que podía ser un as sin que sus palabras me afectaran, así que junto con  mi fiel perro, empecé mi obra. Qué fácil resulta moverse por un lugar tan grande y tan vacío, sin que nadie se percate de tu presencia. Al principio, yo elegí a las víctimas, y su manera de morir; Spike solo miraba. Pero tras la clase sobre los pecados capitales, quise ponerle a prueba. Os preguntaréis por qué este tema, bueno, la verdad es que se me ocurrió de repente, mientras hojeaba algunos libros en la biblioteca. ¿No es perfecto? Como anillo al dedo. Pero eso poco importa, continuaré.

» Fue tan fácil: Al principio, vuestro querido compañero solo miraba, observaba, aprendía de mí. Conozco cómo actúa la policía, y por lo tanto, sé evitar esos errores que me delatarían. A medida que avanzaba nuestro obra, Spike tomó más iniciativa, más conciencia del asunto, así que quise ponerle aprueba. ¿Recordáis esa clase sobre los Siete pecados capitales? Estaba dirigida a él, quería estimular su mente, que tomara ya parte en el asunto de forma plena. Y no me costó nada. ¡Qué fácil fue desviaros de la situación! Os podría haber dicho que el propio Owen era el asesino, y me hubierais creído: os he manejado como corderos. ¿Jamás se pasó por vuestra linda cabecita que Spike tuviera algo que ver? ¿Ni siquiera por las notas, Elliot? Por cierto, debo añadir que toda esa parafernalia del italiano fue idea de tu compañero. Realmente causaste admiración en él. De qué manera buscaba impresionarte, vaya que sí.

Claro, las notas, pensó el rubio. Si estaban dirigidas a él, es porque le conocía, ¿Y quién sería tan rarito de dejarle mensajes en italiano? A medida que el profesor de religión avanzaba, todo cobraba más sentido, dentro de una retorcida lógica que le costaba asimilar.

— Eres un maldito cabrón — musitó Elliot.

— No, soy humano. Solo quería vengarme. Y creo que lo voy a conseguir. — ¿Sabéis? Deberíais darme las gracias, la ventana por la que supongo que salisteis me la dejé yo abierta, para poder entrar aquella noche. Aunque debo reconocer, que el trabajo de Stevie fue una petición especial de Spike. Lo hizo él casi todo, solito. — el rubio notó como su gesto se torcía un poco al hablar de la muerte de Stevie, pero no le dio mucha importancia.

— ¿Puedo, maestro? — Spike miraba con ojos ansiosos al profesor y a Leo, que seguía sobre el altar, retorciéndose y gimoteando, incapaz de creer nada.

— No, no matarás a Leo.

— ¿Qué? — ninguno de los tres alumnos llegó a comprender esa respuesta.

El docente sonrió para sí y negó con la cabeza. Esos críos. No alcanzarían nunca a entenderlo. Paseó con elegancia hasta colocarse a un lado de altar, y obligó a Leo a que lo mirara a los ojos, tomándole por la barbilla.

— ¿No preguntas por tu hermano, querido?

Los ojos del de mechas se abrieron como plantos y reprimió una exclamación de sorpresa. ¡Lo había olvidado por completo! El último recuerdo que tenía de su hermanastro era su cuerpo medio destruido e inerte en el suelo, mientras Spike se lo llevaba arrastras. ¿Seguiría vivo?

— Tranquilo, Leo, Owen sigue vivo, por el bien de todos.

— ¡Maestro! — gimoteó Spike. Estaba ansioso.

— Spike, cállate de una puta vez. La policía no tardará mucho en venir.

— ¿La policía? — ahora el sorprendido era el muchacho de pelo negro y gafas enormes — ¿Cómo que la policía? ¿Nos han descubierto?

— No, los he llamado yo.

El pupilo palideció. La saliva se negaba a fluir por su garganta y los ojos estaban secándose.

— ¿Cómo? — preguntó incrédulo. Confuso avanzó hasta Ronald, pero este le indicó que se parara tan solo mirándole. — Maestro…

— Spike, has sido muy estúpido.

— No he cometido ningún fallo, ni siquiera han sospechado de mí — en su cabeza buscaba de forma desesperada cualquier cosa que justificara las palabras del profesor, pero no había nada. Todo había resultado perfecto.

— ¿Te parece poco lo que has hecho pasar a Owen? — en los ojos del mayor brillaba la ira y el rencor — Y yo que tú no haría eso, Elliot. Todavía puede haber un último asesinato. No me tientes.

El rubio se detuvo antes de poder llegar hasta Leo. Había estado tan cerca, se lamentó para sus adentros. Creía que si esos dos se mantenían ocupados discutiendo, él podría largarse de allí con el pequeño león, pero parecía ser que la suerte no estaba de su parte.

— Soy una persona muy vengativa — se encogió de hombros Ron, como desinteresándose — Ya me he vengado de la policía, y para seguir jodiendo un rato más, me voy a vengar de ti. Te vas a venir conmigo.

— ¿Tanto lo eres, que te vas a entregar solo para que Spike también sea juzgado? — Elliot no acaba de entender el asunto, y la cosa se complicaba — No le veo el sentido.

— Es muy sencillo, querido Elliot — las últimas dos palabras, las pronunció con cierta malicia — Cuando me entregue, sentiré la adrenalina correr por mis venas, el triunfo de saber que soy mejor que ellos, que no consiguieron atraparme, que fui yo quien decidió acompañarles. ¿No crees que es maravilloso? Además, aquí ya no hay nada que hacer. Y arrastraré a Spike conmigo al infierno. ¿No te apetece, amado pupilo? Un final muy adecuado.

— Estás de la puta olla, Ron — Elliot no daba crédito, cada palabra tenía menos sentido que la anterior — Muy jodido de ahí arriba — le dijo mientras se señalaba la cabeza, con expresión de pavor.

— No te lo niego. ¡Ah! — exclamó, jubiloso — Ahí llegan. ¿Preparado Spike?

Por las puertas apareció un grupo de hombres uniformados, que avanzaban con las pistolas en alto y paso cauto, apuntando a todas partes. Ron levantó las manos y empezó a reír, a carcajada limpia, a la vez que Spike trataba de escapar. No dejaría que su juventud acabara por culpa de un profesor de religión. Solo consiguió recorrer unos cuantos metros, hasta que varios policías le placaron y consiguieron inmovilizar. Por su parte, Elliot llegó hasta Leo, estaba vez sin que nadie se lo impidiera. Con las manos temblándole y los nervios a flor de piel, le desató como pudo. Solo le dio tiempo a pestañear una vez, y ya tenía a Leo abrazado como si su vida dependiera de ello, llorando y ocultándose en su hombro.

— Elliot, Elliot… — pronunciaba entre lágrimas, apretándose contra él con más fuerza — Creía que me iba a matar. Te lo juro.

— Eh, tranquilo pezqueñín — le acarició los mechones coloreados con ternura. Ahora sí que parecía realmente un niño asustado. Le rodeó con sus brazos y buscó algo que pudiera servirle como abrigo: estaba temblando. El altar poseía un mantel, algo viejo y roído, pero serviría. El sacrilegio de Spike había sido bastante gordo, quitar un mantel no haría daño a nadie. Le tapó con él y salió de allí, acompañado de dos policías que no paraba de hacerle preguntas.

— No puedo creerme que todo esto haya sido culpa de Ron — susurró Leo algo más calmado —Parecía tan normal. Me caía muy bien.

El rubio se limitó a asentir, dándole la razón.  No le gustaría nada ver la cara que pondría Owen si se enterara de que su amante, o lo que fuera, tenía algo que ver con los asesinatos, sobre todo de forma tan directa.

Fuera había bastante revuelo, sobre todo si lo comparaba con el desierto que había sido el internado rato atrás. ¿De dónde había salido tanta gente? Pudo ver como Owen, tendido en una camilla era subido a la ambulancia. De ella salieron dos sanitarios, que raudos acudieron hasta donde se encontraban, y desoyendo a los policías que todavía pretendían sacar algo de su testimonio, les arrastraron con ellos.

— Chicos, estáis bien? — preguntó el más rubio.

— Sí, solo un poco confundidos, bueno y… — miró a Leo. Los cortes sangraban aún, y la vieja tela se había teñido de rojo en  algunos puntos — Creo que él si necesita ayuda.

— Déjame que te reconozca, —habló el otro sanitario a la vez que le obligaba a seguir la luz de una pequeña linterna que acaba de sacar — Mi compañero se llevará a tu amigo; hay que curarle esas heridas.

— ¡No! — chilló el más pequeño — No, no quiero irme, todavía no.

— Leo, tu hermano está ahí dentro — intentó calmarle Elliot, sin mucho resultado — Tienen que curarte, además.

— Todavía estoy asustado — se quejó.

— Debes ir.

— Tú estás perfecto — dijo el segundo sanitario y añadió — Chicos tranquilos. Ahora… Leo — o eso le había parecido oír antes — tienes que ir a que Samuel te cure, mientras me llevaré a tu amigo el rubio para que estos policías tan majos le hagan un par de preguntas. Irás al hospital, y supongo que allí tus padres irán a buscarte. Ya nos encargaremos de eso. ¿Tu hermano es el que está ahí dentro, verdad?

— Hermanastro — corrigió malhumorado.

— Bueno, hermanastro. Estaba inconsciente, pero creo que está apunto de despertarse, estaba haciendo unos ruidos muy raros ahora mismo, cuando le metimos en la ambulancia.

Leo se rió, más relajado. Esos “ruidos raros” querían decir que Owen estaba teniendo algún tipo de fantasía sexual o relacionada con comida.

— Está bien, te acompañaré — con ayuda de Samuel empezó a avanzar, tambaleándose un poco — Oye, ¿y una camilla? No me vendría nada mal.

— Lo siento, andamos escasos de presupuestos, tendrás que ir andando hasta allí — se disculpó Mark, el sanitario que se estaba encargando de convencerle para ir con ellos — Pero no te quejes mucho, tampoco es como si tuvieras que andar cientos de kilómetros, está a dos pasos. Y solo tienes unos rasguños.

Resignado avanzó, pero no sin antes añadir:

— Elliot, prométeme que me llamarás. Hay que aclarar muchas cosas — dicho esto, sonrió y se dio la vuelta para caminar hasta la ambulancia, ayudado por Samuel y seguido atentamente por Mark.

El rubio no pudo más que responder con una ligera inclinación de cabeza y una sonrisa tensa. Sabía que no iba a llamarle. Lo sabía perfectamente. Tenía miedo de lo que había sentido ahí dentro. Tenía miedo de perderle. Y eso era algo muy nuevo para él, demasiado horrible, demasiado asfixiante. Aquella ambulancia era su pase hacia la libertad. Dio gracias de que fuera él quien tenía su número de teléfono y no al revés. En cuanto arrancara, no tendría escusa ni pasaría más miedo: sus emociones no volverían a depender de nadie.

Notas finales:

Vale, lo sé, final un poco precipitado y raro, pero quería que fuera así. Me estoy planteando una segunda parte, más cortita, que cuente qué pasó después de todo esto. ¿Ideas? ¿Sugerencias? ¿Os apetece? Me gustaría conocer vuestra opinión.

Han sido unos meses interesantes x) muy interesantes. Espero que hayáis disfrutado de esta historia tanto como yo escribiéndola. Muchas gracias a todos ^^ Los comentarios han sido fuente de motivación indiscutible.

Pero tranquilos, no os dejaré en paz con tanta facilidad. Todavía hay muchas ideas en mi perturbada cabecita. Así que, deberéis aguantarme una temporada más.

De nuevo, ¡muchas gracias a todos por pasaros por aquí! Nos vemos :3


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).