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Su puño se hundió en el estómago ajeno, tomando al hombre por sorpresa. No perdió tiempo y con su otra mano tomó el florero sobre la mesita y lo destrozó sobre su cabeza.
Estaba harto. No más gritos, no más insultos, ni un solo golpe más. Los golpes significaron un gran esfuerzo de su parte, pero ahora el hombre estaba tambaleante y confuso, mirandole con sorpresa mientras cubría un sangrante corte en su cabeza con su mano derecha. Eso le daba el tiempo suficiente.
Haciendo de tripas corazón, reuniendo la poca fuerza que quedaba en su cuerpo y jurandose que nunca dejaría que algo como eso volviese a suceder, que las cosas nunca volverían a torcerse así, tomó todo el impulso posible y le propinó la mayor patada que había dado en su vida. En la cabeza.
El hombre cayó de espaldas y un notorio espasmo recorrió el inmóvil cuerpo. Por un momento pensó que le había provocado, como mínimo, un TEC cerrado, aunque no supiese lo que eso realmente significaba.
Se apoyó en la pared detrás suyo y se escurrió hasta el suelo. Solo tres golpes, y sentía que había corrido una maratón. Aquello estaba realmente mal.
Observo el inerte cuerpo de quien, hasta hace solo unos momentos, cuando su mente dio un vuelco de 180°, había sido su pareja. De repente se rió, como no lo hacía hace tiempo. Solo un loco de atar estaría de pareja con semejante bestia. Una punzada de dolor en sus costillas evitó que siguiera riendose a carcajadas.
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Luego de recuperar su aliento, Akira se levantó del suelo y fue hasta la cocina. Estaba al tanto de que debería estar empacando sus cosas y marcharse, pero para hacer eso necesitaba energías, y eso no lo iba a obtener del aire.
Abrió el refrigerador y sacó todo lo que pudo pillar que no requiriese de cocción o preparación alguna, es decir: la botella de leche que estaba a la mitad, los fríos trozos de pizza del día anterior y el racimo de uvas. Se tomó la leche de un vuelo y se comió los trozos de pizza sin siquiera calentarlos; las uvas las dejó en el mesón, se las comería después.
Tomó su mochila y el par de bolsos que solía usar para ir al conservatorio y empezó a llenarlas de ropa y demás cosas. Tomó su cepillo de dientes, su máquina de afeitar y sus pastillas del baño y las metió en un bolsito de viaje; tomó sus libros y carpetas con partituras del velador y las metió en el bolso negro; sacó toda su ropa interior, limpia y sucia, y la metió en el bolso azul, junto a sus zapatillas; agarró sus bolsos, su mochila y su violín y lo llevó todo al recibidor, dejandolo en el suelo. Volvió a la cocina y se comió las uvas. Sabían algo amargas.
Solo le faltaba una cosa. Se dirigió a la sala y se sentó en el sofá blanco, volviendo a recuperar su aliento. Observó el rostro de Yuu detenidamente y, repentinamente, una idea le atacó. ¿Dónde se quedaría? Una respuesta se formuló casi inmediatamente en su mente. Yutaka. Incluso le dejaría decir "te lo dije", con su voz de madre odiosa, porque sabía que le ayudaría en todo lo que pudiese.
Con una suave sonrisa volvió a observar al pelinegro y se le acercó, solo para comprobarlo. Puso sus dedos en la garganta del mayor y encontró inmediatamente lo que buscaba. Su pulso. Lo que menos necesitaba era que el hombre se muriese de una simple, comparada con todo lo que le hizo a él, patada en la cabeza.
Se irguió y llevó sus manos a su cuello. Buscó el brochecito de la cadena y se la quitó; observó el collar por un momento. Tenía que admitir que era una lastima separarse de aquel bello objeto, pero quería que el hombre supiese que nunca le recuperaría, que su intento por esclavizarlo y enjaularlo había fallado. Se inclinó y dejo el collar con el pequeño y hermoso dije de mariposa en la mano empuñada de su opresor.
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Cerró la puerta trás de si y se quedo de pie frente a ella, con todas sus cosas a cuestas y el persistente dolor en las costillas. Tendría que ir al hospital, porque estaba bastante seguro que ese degenerado le había vuelto a romper una costilla. Akira sonrió. Si así había sido, aquella fue definitivamente la última vez que lo haría.
- Adiós, Yuu - dijo, y comenzó a caminar, sin prisa, pero sin mirar atrás.
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