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Me cuesta tanto olvidarte por Aeren Iam

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Notas del fanfic:

Disclaimer: Harry Potter y su mundo pertenecen a J.K. Rowling y Warner Brothers. No se infligen los derechos de copyright de forma intencionada.

 

 

 

Título: Me cuesta tanto olvidarte

 

 

 

Pairing: Harry/Draco.

 

 

 

Rating: NC-17.

 

 

 

Resumen: Harry rompe su relación con Draco llevado por los comentarios que le aseguran que no tienen nada en común. Al principio piensa que es lo correcto, pero tras meses de separación, se da cuenta que tal vez debería haberle dado más importancia a sus verdaderos sentimientos y sobretodo, valorar a Draco como  se merecía.

 

¿Les dará la vida una segunda oportunidad?

 

 

 

Beta: Hermione Drake y Piruleta3 (RoHoshi) que me han ayudado a que esto esté mucho mejor, cualquier error es culpa mía.

 

 

 

Agradecimientos. A piruleta3 y Lucy, por leer mis spoilers y por esas charlas impagables.

 

 

 

Notas: Aviso de que mis chicos casi siempre, por no decir siempre son versátiles en la cama, así que habrá escenas de los dos tipos, sé que hay personas que tienen esto en cuenta. También quiero recordar que siempre acabo las historias que subo. Saludos!

 

Las estrofas de la canción incluida y el título proceden de la canción de Mecano, "Me cuesta tanto olvidarte"

 


Notas del capitulo:

¡Hola, os dejo un nuevo Drarry, que empezó siendo un songfic pero que ha acabado convertido en una historia un poco más larga. Creo que serán unos cinco o seis capítulos en total y espero que os guste. Habrá como siempre, drama, amor, amistad y algún que otro conflicto. He intentado crear una historia con la que cualquiera pueda sentirse identificado y porque me apetecía mostrar un Harry que a pesar de ser un héroe, también sea humano, y por lo tanto, cometa errores. Un saludo. Como siempre, responderé a los comentarios en el mismo lugar, así no me olvido. Besos!

Aeren


Suelo actualizar cada tres dias.

Me cuesta tanto olvidarte




 


Entre el cielo y el suelo hay algo con tendencia a quedarse calvo de tanto recordar y ese algo que soy yo mismo es un cuadro de bifrontismo que solo da una faz...


 


Era viernes por la tarde y estaba buscando un libro para Hermione en pleno Charing Cross. Según le había comentado la joven, sólo en la librería mágica de esa zona podría encontrar el tratado de encantamientos que quería como regalo de navidad. Tras perderse en un par de ocasiones, al fin tenía el pesado tomo entre sus manos. Acababa de reducirlo para ponerlo en el fondo de uno de sus bolsillos cuando creyó ver un destello platino entre la multitud que pululaba por la acera. Se dirigió hacia allí, empujando a su paso a más de un transeúnte hasta que, de pronto, sus sospechas se confirmaron. Inquieto, siguió a la pareja varios pasos por detrás, usando su entrenamiento como auror para mimetizarse entre la gente y no delatarse. Empezó a llover mientras dejaba de reconocer los callejones y bocacalles, pero le daba lo mismo, tenía que saber adonde iban. De haber podido, hubiese realizado un encantamiento para escuchar lo que iban charlando. Se sorprendió de haberle reconocido. Tenía el pelo más largo y eso, seguramente, era lo que le había hecho destacar porque el grueso gorro negro ocultaba la mayor parte de aquel glorioso cabello. Las puntas doradas se enroscaban sobre la bufanda rojo sangre que llevaba, destacando como una puñalada sobre el resto del atuendo del joven, todas las prendas, desde las botas a los vaqueros y la gruesa chaqueta de paño, eran color azabache. El otro muchacho, al que apenas había mirado, parecía ser un par de años mayor. Alto y de cabellos castaños, su perfil quedaba a la vista ya que se giraba a cada instante mientras gesticulaban.


Se detuvieron tan abruptamente que casi tropezó con ellos. Reculando, se acercó al escaparate de una tetería mientras espiaba lo que hacían. Ajenos a la lluvia, charlaban con un tendero armenio que quería venderles lo que él calificaba como el mejor té de la isla. Casi creyó oír su risa y le dolió el corazón;  adoraba aquel sonido ronco, ligeramente gutural que siempre conseguía estremecerle. Los dedos del chico de pelo castaño rozaron un instante la pálida mejilla. Sintiéndose en medio de una de esas pesadillas que sufría desde hacía meses, observó sus rostros acercarse. Las manos enguantadas del desconocido juguetearon de nuevo con la bufanda roja. Declinaron la oferta del vendedor y, con paso decidido, entraron al local contiguo. La obvia familiaridad con que se comportaban le hizo comprender que no era la primera vez que la pareja visitaba la zona, ni mucho menos. Fue en ese momento cuando reconoció el lugar. Con el latido de la sangre atronando en sus oídos y momentáneamente cegado, cruzó sin prestar ninguna atención, consiguiendo un par de insultos por su temeridad. No le importaba, llevaba tanto tiempo sin verle que a veces creía que todo aquello había sido un sueño que, al final, había acabado convertido en pesadilla.


El pub era un establecimiento con cierto aire irlandés, con la madera pintada de color verde oscuro y, por fortuna, una cristalera que permitía observar parte del interior. Se concentró con el fin de conjurar un hechizo desilusionador para impedir que desde dentro le descubriesen; debería haber imaginado que no le prestarían atención. Dio un paso atrás al ver la mano, ahora desnuda, descansando sobre el muslo cubierto por el negro algodón. La bufanda roja  permanecía olvidada en la barra mientras el camarero, Kirk, les servía sendas pintas de espumosa cerveza dorada. Casi podía imaginar el eco del cristal al entrechocar. El sabor amargo y el frío líquido burbujeando en la garganta. Cerró los ojos al ver esos rostros acercarse más. No quería presenciar el beso que, sabía, vendría tras el  primer sorbo.


Buscó a ciegas el primer callejón que le diese un mínimo de privacidad. Entre un contenedor y un chapero que estaba follando con un tío vestido con traje de ejecutivo, usó la varita para aparecerse en su casa. Cerró la red flú y subió la escalera tropezando a cada paso. Nunca odió tanto como esa noche el silencio que reinaba en el caserón. Nunca como esa noche se arrepentía de no haber hecho caso a las peticiones de Draco cuando pudo. El chasquido de la puerta a su espalda le sonó como una sentencia. Con la única iluminación de las farolas de la calle, se desnudó. El sonido del agua estrellándose contra los cristales era lo único que se escuchaba en el cuarto. Quiso taparse los oídos. No quería sentir ni ver nada. Con un nudo en la garganta, apartó la colcha y se metió entre las sábanas. Estaban gélidas y ni siquiera el hechizo calentador consiguió que la sensación de frialdad que tenía se apaciguase.


 




 


 


Llovía a cántaros y estaba oscureciendo. Tenía una cita con Ginny a la que no le apetecía acudir, pero, tras muchas lechuzas, habían quedado en el centro. Iba con prisa, por lo que sin querer tropezó con la persona que venía en dirección contraria, con los brazos ocupados con un par de pesadas bolsas.


—No lo puedo creer —Fue lo primero que escuchó en casi ocho años de los labios de Draco Malfoy—. Potter, tenías que ser tú.


—Malfoy —respondió, agachándose a ayudarle, más como un acto reflejo que por sinceros deseos de hacerlo.


Los libros ya estaban empapados para cuando consiguieron meterlos en las bolsas de tela donde el muchacho los transportaba. Mascullando improperios, Draco apartó un mechón rubio de su mejilla y le dio las gracias de forma renuente. Nunca supo si fue la sorpresa de oírle agradecer algo en voz alta, la imagen de aquellas gotas de agua atrapadas en las largas pestañas cenicientas o simplemente la curiosidad por saber qué hacía el Slytherin en el Londres muggle, pero se encontró proponiéndole ir a una nueva posada cerca del Caldero Chorreante, donde podrían secarse y reparar los libros. Por un minuto, deseó reírse de la cara de estupor que puso el rubio ante su invitación. Tras un titubeo, Draco accedió a acompañarle y al final acabaron en un rincón apartado del local, cerca de la chimenea y cada uno con un té en la mano.


Para cuando habían tomado el primer whisky de fuego reían abiertamente, ajenos a que más de un par de ojos no perdía detalle de su extraña conversación: Harry porque había pasado la vida siendo observado y Draco porque estaba pendiente de su compañero, que en ese momento le relataba las peripecias que habían sorteado hasta conseguir deshacerse del cuadro hechizado de la señora Black.


—Eso tendría que verlo —bufó—, por lo que he oído, tenía una maldición irrompible.


—Ah, Malfoy, deberías saber que no hay maldiciones irrompibles, no si yo estoy en medio.


—Presumido Potter, ¿dónde ha quedado eso de que eres uno más?


—Mátame por decir la verdad —bromeó—; joder, no sabes la cantidad de inútiles con los que me he tropezado en el entrenamiento de aurores.


—Auror... en serio, Potter, ¿no tuviste bastante con matar a Quien Tú Sabes?


—Voldemort... dilo en voz alta, Malfoy, ya está muerto —alentó, pendiente de pronto de la mirada esquiva del rubio.


—¿Para qué? No quiero pensar que una persona así existió, Potter... mira... —Jugueteó con el vaso de nuevo lleno antes de beber y Harry pensó en cual podría haber sido la razón que le había hecho ignorar los bellos labios que el rubio poseía—. Esto es un error, gracias por todo pero debería irme, mañana...


—Oh, vamos, no recordaba que fueses tan delicado, Malfoy —protestó, sujetándole del brazo. El calor del whisky coloreaba sus mejillas.—. Era una broma, hombre, además es a eso a lo que me dedico, a romper maldiciones, y sé que soy bueno.


Los ojos grises de Draco destellaron un segundo. Harry llevaba toda la tarde enviándole un montón de confusas señales. Como en ese instante.


—Ya, claro, pero eso del cuadro de la abuela Black tendría que verlo para creerlo —insistió.


—Venga, vamos —propuso Harry, como si llevar a Draco hasta su casa fuese lo más normal del mundo.


—¿Dónde, Potter? —preguntó, acabando su copa. Al levantarse el suelo osciló un poco; quizás había bebido más de la cuenta.


—¿A dónde va a ser, Malfoy? A mi casa. —Harry arrastraba las palabras, pero parecía lo bastante sereno como para llegar sin problemas hasta su hogar, así que en un instante ambos se miraban en el oscuro vestíbulo de un lugar desconocido para Draco.


—Esto es horrible, Potter, ¿por qué vives en un sitio así? —A su pesar se estremeció—. ¿Es alguna clase de autocastigo?


—No está tan mal, Malfoy, era de mi padrino —le explicó, encendiendo los candelabros.


—Me recuerda a mí... casa. —Se detuvo al mirar la pared ligeramente desconchada y señaló el hueco descolorido—. Y Potter, existe algo llamado papel de pared, no sé si lo sabes, o pintura o... —Se detuvo y giró el rostro; Harry le observaba a su vez y en esa ocasión no apartó la mirada. Draco se dio cuenta de que sus gafas habían cambiado y ahora eran un modelo más juvenil, ligero y de color claro—, ¿Qué coño pasa?


—¿Reconoces ahora que no mentía? —insistió por lo bajo, sus labios tiernos destacaron en el rostro de facciones rotundas.


—Vale... tenías razón —concedió mirando a su alrededor, el lugar parecía destartalado y abandonado, como si allí no viviese nadie. Arrugó la nariz con desagrado—, pero tus dotes como anfitrión dejan mucho que desear, en serio, ¿es así como recibes a tus visitas?


—Malfoy, nunca tengo invitados y los que vienen son como de la familia, no necesito formalidades. —explicó, encogiendo los hombros. Con un gesto de la mano le indicó que le siguiese hasta una pequeña sala, que estaba en el mismo estado de abandono—. ¿Una copa?


—Ya que estamos aquí... —aceptó—, así podré decir que el gran héroe me sirvió...


—¿Te gustaría que te sirviese, Malfoy? —incitó, con el mismo tono juguetón que el rubio.


Draco contuvo el aire al sentir la presencia cálida a su lado. Harry le tendía el vaso repleto con una sonrisa extraña en la cara. Había timidez y evidente deseo en esos ojos oscurecidos por la pasión. La tomó sin responder, rozándole con los dedos. Las pupilas del moreno estaban dilatadas y eso le daba un aspecto extraño, hipnótico. Respiró hondo, de pronto acalorado, a pesar de que sus ropas estaban todavía húmedas, incluso después de los hechizos de secado que les había lanzado.


—Depende, Potter —respondió, con na escueta sonrisa.


—¿Depende? —repitió. Las mejillas sonrosadas de Draco le daban un aspecto encantador. Se fijó en los cambios que el tiempo había logrado en el antiguo Slytherin: Estaba más alto de lo que recordaba, algo más que él, y bastante más robusto, aunque claro... recordó que en la época en que lo vio por ultima vez, tras la guerra, no debía ser el mejor momento de su vida, con los juicios y la condena de su padre al beso. Su cabello rubio y lacio estaba recortado a la perfección, pero sin aquel gel que le daba aspecto acartonado. Levantó una mano y lo rozó, era muy suave, más que el suyo. Se mojó los labios—. ¿De qué?


—Si... —musitó, temblando de forma imperceptible—, de lo que pidieras a cambio... o lo que harías...


 


No acabó la frase,, porque para ese entonces estaba aplastado contra la pared, con Harry entre sus brazos, besándole con furia. Abrió la boca y le dejó entrar, su lengua luchando contra la del Gryffindor. Gimió de gula mientras enroscaba los dedos en torno a la nuca de gruesos mechones negros. Mordió y lamió la barbilla rasposa y bajó por el cuello hasta que, uno a uno, abrió los botones de la camisa de cuadros que el auror llevaba. Alzó la camiseta negra hasta alcanzar los pezones color caramelo. Decidido, cambió de posición con Harry, que jadeaba incoherencias mientras le desvestía a su vez. Apartó la sorpresa que le producía la respuesta desinhibida del moreno para pensar en ella mas tarde, mientras tiraba de la hebilla del cinturón. Abrió la bragueta con gestos bruscos hasta que, de un solo movimiento, se deshizo de los vaqueros y la ropa interior.


Harry estaba caliente, salado, se llenó la boca con su carne y el mero hecho de estar de rodillas saboreándole la verga, casi hizo que Draco se corriese. Le acarició el bajo vientre mientras el Gryffindor se ondulaba bajo sus atenciones. Soltó el miembro empapado con un “pop” que creó ecos en la sala. Se llevó dos dedos a su boca y los lamió de la misma forma que había hecho antes con el pene de Harry.


—Abre más las piernas —ordenó, con la voz ronca por la ansiedad.


Los ojos verdes brillaron, pero le obedeció. Hundió los dígitos empapados en su entrada mientras le devoraba con ansias. Los quejidos de Harry, los temblores que le recorrían, eran la cosa más estimulante que había vivido en mucho tiempo. Estaba tan apretado que apenas podía imaginarse allí dentro, pero, por la docilidad con que el moreno se dejaba hacer, supo que aquella no era la primera vez que Potter estaba con un hombre. Se levantó y observó en silencio a su amante mientras se bajaba la ropa.


—Aún estas a tiempo, Potter —anunció, empuñando su sexo, antes de posar una mano en la parte baja de la espalda de Harry, que se curvó, frotándose contra su erección con un quejido—. Si no me detienes voy a follarte y no va a ser algo suave... —Sus uñas se clavaron en las nalgas, abriéndolas.


—Hazlo de una jodida vez, Malfoy —balbuceó, mirándole de reojo, sus labios brillaban por la saliva con la que los había mojado—. ¿O es qué tienes miedo?


—Sigues siendo un bocazas... —exclamó mientras se hundía en él. Notó como los músculos que le acogían se tensaban durante un momento. Luchando contra la necesidad de embestir, Draco lamió el reguero de sudor que resbalaba desde la nuca. Empujó de nuevo, tan adentro, tan estrecho—. Potter... joder...


—Esa es la idea...  —ronroneó, las manos apoyadas en la pared, con sus caderas oscilando, aceptando la intrusión—, jódeme Malfoy... fuerte... duro... quiero que duela.


Fue caliente, sucio, delicioso, se mordieron, chupándose, entrelazados durante un tiempo que se hizo corto y, a la vez, eterno. Cada estocada, cada lamento, cada palabra erizándole la piel. Hundió la lengua en la dulce boca del Slytherin, impidiéndose decir cosas de las que sabía iba a arrepentirse. Notó las rítmicas contracciones que precedían al orgasmo atenazándolo y los latidos violentos del clímax. Harry se derramó en tensos chorros viscosos sobre los dedos de Draco y contra la pared de su salón con un sonoro lamento.


Después de eso, apenas hablaron. No hubo explicaciones ni promesas. Ninguno quería reconocer que aquel encuentro había sido algo más que un calentón.


—Usa la red flú, Malfoy —le ofreció mientras se subía la cremallera—, hace una noche de mierda.


—Vivo en un apartamento muggle —explicó, abrochándose la chaqueta, el pálido cuello estaba lleno de diminutos morados provocados por los besos demasiado entusiastas de Harry—, no creo que mi amigo Paul, llevase bien que me apareciese de la nada. Además, él no tiene idea de magia—añadió encogiendo los hombros—, ni siquiera tengo chimenea.


—Vale —replicó, turbado por su propia curiosidad pero sin querer ceder a ella y preguntarle.


—Soy interno en un hospital, Potter —ofreció la información con una mueca llena de malicioso regocijo—. Se te nota en la cara que querías preguntarlo. Ahora me voy, mañana tengo turno de urgencias y son treinta y seis horas sin dormir.  Adiós. Ha sido... interesante.


Le despidió con un saludo desde la entrada, afuera seguía lloviendo y el frío de la noche se coló a través de la puerta entreabierta, provocándole un escalofrío, calando en su piel que aún estaba caliente por el orgasmo. Sintió una ráfaga helada en la cara y le vio encogerse,  con rapidez, tomó algo del perchero.


—¡Malfoy, espera, ponte esto! —Le tendió una bufanda. Era de lana, gruesa y mullida, de un rojo sangre que en su momento le llamó bastante la atención; era su preferida—. Hace una noche terrible... —Hasta para sí mismo resultaba patético, pero era incapaz de dejarle ir, no aún.


Sus dedos estaban fríos cuando le tocó. Había sorpresa en sus ojos grises, pero sonrió y, sin añadir nada, la anudó con elegancia, cubriéndose la garganta desnuda. Harry no esperaba el beso que vino después. No de Draco. Pero se encontró enredando los dedos en la nuca del chico, suspirando quedo dentro su boca. Fue consciente de que nunca había disfrutado tanto de una caricia tan simple  y el pensamiento le intimidó y excitó a la vez.


—Adiós, Potter... —Un roce juguetón, labios suaves contra su nariz, un dedo empujando las gafas torcidas a su lugar—. Cuídate.


—Adiós... Malfoy...


 


 




 


 Despertó empapado en sudor, con aquel recuerdo atormentándole. Hacía dos años de ese encuentro y Draco aún conservaba aquella prenda que tantas bromas suscitó entre ellos durante el tiempo que permanecieron juntos. Salió de la cama; amplia, cómoda, líneas elegantes y puras, madera y seda, como todo en el dormitorio, que era junto con el baño privado, lo único cuidado con esmero en toda la vetusta casa. Aún recordaba a Draco parado en mitad del dormitorio con gesto de incredulidad: “en serio, Potter, si vamos a dormir juntos, no esperarás que lo haga en esa cosa, ¿verdad?”


El baño se iluminó cuando entró. Se mojó la cara, mirándose en el espejo. Apretó los párpados, odiando el reflejo que le devolvía la superficie pulida. No estaba encantado, porque eran bastante caros y casi imposibles de reparar. Desde hacía meses desde que se fue Draco sufría escapes de magia que habían destrozado en más de una ocasión todo lo rompible de aquel cuarto.


Aún llevaba su bufanda... quizás permitiría que aquel hombre la tocase mientras le abrigaba, mientras le besaba. Y por primera vez, reconoció que la sensación que llevaba viviendo todo ese tiempo en la boca de su estómago era puro arrepentimiento. Harry no miró atrás cuando salió del cuarto, el suelo de mármol negro quedó de nuevo cubierto de los trozos de cristal hechos añicos.


 


 


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