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The Quest of Love por Morgana of Avallon

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NdA: soy plenamente consciente que este one-shot es una paranoia casi indecente pero la verdad es que es algo que soñé anoche (que dices, vaya paranoias sueñas, chica!) y me apetecía escribir... espero que nadie me lapide por ello por eso advierto de que los personajes están bastante cambiados y de que aparecen cosas un poco "sobrenaturales" que espero que no os molesten mucho... en fin, ya me diréis que os parece (no seais muy crueles, porfa!) Muchos besazos a tod@s!!!!

The Quest of Love

La noche caía húmeda y calurosa en un pequeño pueblo de las montañas al este del país del sol naciente. Los abanicos sacudían pesadamente el aire bochornoso dentro de la pequeña casita alquilada por un peculiar grupo de amigos, que decidieron darse allí su merecido descanso después de jugar con todas sus fuerzas los partidos del campeonato nacional de basketball del país. Los ojos azules de un chico de mirada tímida aunque penetrante se clavaban en el cielo encapotado, sin atisbo de estrella alguna, viendo danzar a través de las oscuras nubes los suaves rayos plateados de una luna llena que parecía querer jugar con él al escondite. Al otro lado de la sala, el resto de jóvenes bromeaban divertidos acerca de cualquier frivolidad sin parar atención alguna a aquello que tanto parecía atraer al callado muchacho de rasgos zorrunos. Por un momento, los ojos de su senpai de intenso pelo azabache se fijaron en él, en las caricias que parecía proporcionar la luz lunar a su blanca piel, arrancando de ella intensos tonos azulados como la plata brillando sobre el agua en la noche. El chico mayor sintió aquél instante eterno, como si algo le impulsara irremisiblemente hacia él, como si no pudiera dejar de mirarle ni aun poniendo toda su voluntad en ello. Sin hacer movimiento alguno, la mirada del chico en la ventana se cruzó con la suya, todavía fija en él, reflejando en el azul de su iris una luna que acababa de asomar por entre las nubes del cielo nocturno, que todavía amenazaba clamando truenos con una inminente tormenta.
Nadie pareció darse cuenta de esta extraña conexión entre ambos, ni siquiera cuando un feroz relámpago iluminó diabólicamente la faz del joven muchacho apostado en la ventana, quien no movió un solo músculo, a diferencia de todos los demás que resultaron, si no asustados, por lo menos sorprendidos por el repentino fenómeno. Los agudos gritos de las dos únicas chicas que ocupaban en aquél momento la cabaña se dejaron oír en todo el espacio, propiciando el instinto protector de algunos de los chicos que se encontraban a su lado. Sin embargo, hubo dos personas que no se inmutaron, que ni siquiera parecieron oír el asustado chillido que las gargantas de las muchachas desprendieron. Los dos chicos seguían mirándose como si el mundo hubiese desaparecido a su alrededor, hasta que una intensa sensación nació en el interior del chico más joven. El viento sacudió fieramente su pelo del color de la obsidiana y pequeñas gotas de lluvia azotaron su fino rostro. El chico se levantó de la ventana, dejando en el alféizar la botella de agua de la que apenas sí había tomado un breve sorbo. Su cuerpo parecía flotar en el aire, dirigiéndose con lentitud pero sin titubeo alguno hacia la puerta de la estancia. El chico mayor le observaba con curiosidad, preguntándose qué podía ser aquello que había percibido en el cambiante aire que le había hecho reaccionar finalmente, pues el muchacho menor sí parecía captar en el ambiente una especie de olor familiar que tensaba su cuerpo hasta el extremo.
Un sonoro trueno sacudió el monte dónde se encontraba la cabaña. La puerta se abrió con sonoro estrépito, arrancando de nuevo los gritos de las dos asustadizas muchachas, sobretodo cuando un dorado relámpago desgarró el negro manto de la noche dejando ver en la puerta la pequeña figura de una joven ataviada con un extraño atuendo de cuero y jirones de ropa desgarrados, calada de pies a cabeza. Los pasos firmes, la mirada oscura reflejando en sus ojos el verde de su iris mezclado con el rojo de la sangre que manchaba sus mejillas. Su blanca mano se alargó en un movimiento ascendente hasta el níveo rostro del zorro ojiazul, que permanecía detenido ante la puerta abierta de par a par. Una frase escapó por entre sus labios como un mal presagio, con una voz tan profunda como un eco en el valle del infierno, aguda y casi chirriante, de manera que todos los allí presentes observaron erizarse todo el bello de sus cuerpos por la terrible sensación que les causó. “Es la hora, Merraghkan”.
Ninguno de los jóvenes entendió lo que dijo, pues parecía hablar en una lengua olvidada hace harto tiempo, que semejaba despertar las voces de antiguos dioses y arcanas maldiciones. Sólo uno, el chico detenido inmutablemente ante ella pareció comprender de qué se trataba. Otro relámpago fulminante iluminó de nuevo la figura de la muchacha, recortándola sobre el cielo infinito. Acto seguido, la chica se desplomó sobre el suelo. El muchacho de intensos ojos azules se agachó hacia ella, levantándola sobre sus fuertes brazos y la acostó en una de las camas de la única habitación que había en la cabaña. Nadie se atrevió a preguntar nada, hasta que el muchacho salió de la habitación habiendo reanimado a la joven, que ahora estaba de pie a su lado con rostro totalmente inexpresivo. El chico se aclaró la voz antes de hablar ante sus compañeros.
- …sta es mi hermana – dijo en tono sereno – su nombre es Morrighan.
La muchacha asintió, sin pronunciar palabra alguna. Los demás la observaban extrañados; no cabía duda alguna de la peculiaridad de la chica y de las enormes diferencias que saltaban a la vista entre los dos hermanos, si es que en realidad lo eran, cosa que dudaban la mayoría, aunque nadie supo imaginarse el tipo de relación que había entre ellos si no eran los lazos de sangre. El muchacho mayor seguía en su rincón, del que no se había movido en ningún momento, con la vista fija de nuevo en los dos jóvenes, aunque quien atraía mayormente su atención, a diferencia de sus compañeros, seguía siendo la estrella del equipo de basketball.
La lluvia había cesado por fin, volviendo al ambiente el calor sofocante de ese terrible verano. Incomodados por la situación que se había producido y por el aplastante silencio que caracterizaba a la muchacha recién incorporada al grupo, algunos de los jóvenes decidieron salir a dar un paseo. El base y la manager del equipo por un lado, el capitán, su hermana y el vicecapitán por otro… y ¿el muchacho de pelo rojo cual rubí? No podía ser que hubiera declinado la posibilidad de ir a pasear en plena noche al lado de la chica la atención de la cual había perseguido durante todo el curso. Pero el alto muchacho no se encontraba entre sus amigos, ni tampoco en la cabaña. Hanamichi Sakuragi se puso a andar solo por la montaña, a la derecha de la pequeña casita de madera dónde se hospedaban. Sentía una gran opresión en el corazón, la cabeza todavía le dolía des de que ella había hablado, en la puerta de la cabaña, hasta el punto de sentir que se mareaba levemente. No entendía lo que le estaba ocurriendo, sólo sabía que aquella muchacha despertaba en él una sensación de debilidad, de vulnerabilidad, de peligro, que le aterrorizaba cruelmente a la vez que le hacía sentir la inevitable atracción que resplandece en el abismo.
En la cabaña, los dos hermanos mantenían cruzadas sus miradas en una especie de comunicación más allá de todos los sentidos. El chico mayor, por su parte era absolutamente incapaz de apartar la vista de su compañero, de mover un solo retazo de su ser de la posición en que seguía sentado. Al rato, pareció notar un amago de sonrisa en los labios de la pequeña muchacha, que empezó a andar lentamente hacia la puerta de la cabaña.
- Voy a darme un baño en el lago – anunció la chica, mirando abiertamente al muchacho moreno que se encontraba más allá de dónde su hermano seguía de pie. Su japonés tenía un extraño acento, como el de alguien que ha pasado demasiado tiempo fuera como para recordar cómo solía hablar su propia lengua.
- Bien – asintió su hermano, con el rostro ligeramente ensombrecido, tras lo cual se giró amablemente hacia su senpai - ¿Te apetece dar una vuelta?
- Cla… claro – de repente, Mitsui volvió a sentirse capaz de dominar su cuerpo, de tener el control de su ser nuevamente para poder moverse con total libertad.
El chico mayor se levantó de su sitio con cierta pereza, abochornado por el intenso calor de la noche, dejando en la pequeña mesa de la sala la lata de refresco que se había calentado en sus manos sin que ni siquiera llegara a beber de ella. Notó como sus manos se humedecían al acercarse a su compañero, como su corazón se aceleraba irremediablemente por la proximidad, pero no dio ninguna muestra de ello. Sereno, empezó a andar a su lado, dejándose guiar por la delgada figura que parecía deslizarse a través del aire ante él. Sentía una gran paz y tranquilidad compartiendo con ese chico el agradable silencio que, paradójicamente, les unía. Los rayos de luna iluminaban todo su ser en el cielo despejado que mostraba ya todas sus estrellas como pequeños diamantes resplandecientes como un fuego helado, como parecían sus ojos en aquél mismo instante. El chico mayor observaba embelesado al hombre que tenía delante, sintiendo un irrefrenable impulso de tocarle, de entrar en contacto con él de alguna manera. Su mano se alargó hacia delante, dispuesta a acariciar los finos dedos del muchacho de piel blanca, pero antes de que pudiera hacerlo, el joven atisbó alguien muy conocido recostado en un árbol junto al lago.
Su cuerpo se agitaba al compás de las hojas del árbol en el que se recostaba, suavemente mecidas por el viento. Su visión se extendía a lo largo de la helada agua del lago hasta el centro de éste, en el que danzaba el cuerpo desnudo de la misteriosa chica que escasas horas antes había aparecido de la nada en la cabaña que ocupaban. Sus manos acariciaban su piel nívea, lavando de su cuerpo los rastros de sangre que todavía lo manchaban, masajeando su pelo cobrizo bajo la luna llena. El muchacho sentía todavía la confusión que producía el eco de su voz en su mente, la opresión que su sola imagen producía en su corazón, el sonrojo inevitable que lucían sus mejillas tiñéndose del mismo color de su pelo. Un suspiro escapó de lo más profundo de su ser, asustándole al sentir posarse en su hombro una mano, blanca como la propia muerte.
- No te fíes de tus ojos Sakuragi - le advirtió aquél que había sido su eterno rival – todas las brujas parecen hermosas bajo la luz de la luna.
- ¿Bru… bruja? – balbuceó confundido el muchacho, volviendo la vista de nuevo al lago, dónde seguía danzando ajeno a todo el cuerpo desnudo de la muchacha.
- … - el chico sólo sonrió por unos momentos, una sonrisa que nunca antes había visto ninguno de sus compañeros, en especial su senpai, quien se estremeció vehementemente tras él – Es lo que es… lo que somos… lo creáis o no.
- ¿Qué coño…? ¿Cómo demonios…? ¿Qué estás queriendo decir con…? – el chico pelirrojo no era capaz de coordinar en su cabeza las palabras adecuadas para expresar sus ideas aún conteniendo la rabia que sentía por aquél comentario.
- Es lo que somos. El legado de mi abuela. Es la hora Merraghkan. – su voz sonó espectral entre las aguas de la orilla del lago. El chico de pelo rubí se encogió asustado por no haber sentido a la chica acercarse en modo alguno.
- No puedo… lo siento – Kaede bajo la cabeza, evitando cruzar su mirada con la de su hermana – yo… lo he encontrado…
- … - una enorme sonrisa apareció en su rostro, contrariamente a lo que creía el muchacho menor – Me alegro por ti, hermano. Morrydwen estará orgullosa. Se lo diré cuando regrese al santuario. – se acercó a él sigilosamente. La larga melena cubría sus senos desnudos. Le besó suavemente en la mejilla, pronunciando en su oído palabras ya olvidadas cuyo significado podría remover siempre los cimientos de la tierra – Volveremos a vernos. – La muchacha se dirigió hacia la cabaña veloz, vistiéndose sus desgarradas ropas al instante. Cuando se volvió, dispuesta a irse, alguien estaba esperando por ella en la puerta.
- No entiendo qué ha pasado ahí fuera – habló compungido el chico de pelo rojo, y añadió señalándose a si mismo- ni entiendo lo que sucede aquí dentro… Sólo sé que deseo que te quedes a mi lado…
- Eres hermoso. No permitas que nadie te diga lo contrario – afirmó la chica con una amplia sonrisa en el rostro, a la vez que posaba su fría mano en la mejilla de él – No puedo contarte nada ahora, pero estate seguro de que volveremos a vernos.
- Eso espero… - su sonrisa era triste, melancólica y esperanzada a un mismo tiempo. Sentía unas enormes ganas de llorar y de reír a la vez… tanta era la confusión que su ser albergaba. – Yo… no te olvidaré…
- Lo sé. No podrías… pero me alegro de que no quieras hacerlo – sus labios se posaron momentáneamente en los de él, haciéndole sentir como millones de escalofríos recorrían fugaces su cuerpo. Cuando Hanamichi abrió los ojos, ella ya había desaparecido.
La luna pareció vibrar con una extraña intensidad reflejada en el agua el lago. Los ojos del chico mayor interrogaban sin atreverse los azules de su compañero, que empezó a andar alrededor de la laguna con una extraña sensación de felicidad. Al llegar junto a la cascada, el muchacho mayor se sentó en una roca, dejando el espacio suficiente para que su amigo pudiera hacer lo propio a su lado. Y aunque éste jamás se atrevió a preguntarle sobre lo sucedido, las palabras empezaron a surgir de su interior respondiendo a todas sus preguntas no formuladas.
- Nuestra abuela es… era la heredera de un antiguo clan celta encargado de los santuarios de culto a la Morrydwen, la diosa de la guerra. Obviamente, esas tradiciones dejaron de seguirse hace mucho tiempo y ya nadie cree en ellas, pero la familia de mi madre siempre ha cuidado del mayor de los santuarios. Nosotros heredamos esa tradición. Las mujeres, como mi hermana, reciben un rito iniciático en el que deben derramar su propia sangre ante la diosa. No es peligroso ni doloroso… a pesar de su aspecto cuando ha aparecido… - una sonrisa aparece en sus labios al ver la expresión interesada de su compañero – luego de esto… deben buscar al varón de su familia al que se le encargó la búsqueda… en este caso, yo. Si no la ha hallado, el hombre deberá volver al santuario y consagrar a él su vida. En caso contrario, puede quedarse en el sitio que más le plazca, sin obligación de regresar.
- … - el silencio se hizo entre ellos por un breve instante, tras el cual el chico mayor reunió el suficiente coraje como para preguntar – Kaede… ¿por qué te llamó…?
- ¿Merraghkan? Es el nombre que me puso mi abuela, mi nombre celta – respondió él con una sonrisa inusual en el rostro.
- Esto es… - un nudo se le hacía en el estómago, no sabía si tendría el valor de preguntarle - ¿una especie de secta?
- Hahahahaha – su risa sonó sincera, como música de arpa en los oídos del que estaba sentado a su lado – No. De hecho ahora es tan sólo folklore, una tradición que mi familia mantiene por respeto y que el gobierno subvenciona por turismo. No sé si la diosa existe, si confiere sus poderes,… a veces creo que es una estupidez, como Dios, como Buda… pero a veces deseo creer que es cierto y… simplemente creo.
- … - Mitsui no pudo evitar que saliera de su interior un sonoro suspiro de alivio. Por un momento había pensado que su amigo había enloquecido, que estaba metido en un problema gordo, en algún tipo de extraña fe pseudo religiosa, una secta destructiva… pero no era eso… era mucho más simple y a la vez enormemente misterioso – Eso de la búsqueda… ¿en qué consiste? ¿qué es lo que tenías que buscar? ¿lo que has encontrado?
El chico de piel blanca posó sus ojos azules en los de su compañero, a quién se le aceleró instantáneamente el corazón. Estaba claro que no era magia, ni la luna, ni todas las descabelladas ideas que habían pasado antes por su ferviente imaginación; era sólo él, su sola presencia era la que le causaba todas aquéllas reacciones. Notó como sus manos blancas se posaban sobre las suyas, que se encontraban descansando encima de la roca. Su faz nívea se acercó a la de él, manteniendo fija la mirada en sus ojos. Sus labios pálidos como la luna rozaron los suyos, humedeciéndolos, haciendo que su temperatura fuera aumentando por momentos. Pero su boca se desvió, directa al oído del chico mayor, en el que pronunció con un susurro estremecedor unas suaves palabras: “Mi búsqueda era el amor… y ya lo he encontrado”.
Los ojos del chico mayor se abrieron de par a par, enormemente sorprendido por tal declaración de parte del que él había dado en considerar la persona más fría de la faz de la tierra. Pero su cuerpo empezaba a contradecir todos aquellos prejuicios al notar como sus finas manos se deslizaban candentes por su piel, dentro de su camiseta. Los estremecimientos recorrían su ser desesperadamente mientras se desnudaban el uno al otro, a la vez que pequeños gemidos escapaban de su interior, siendo rápidamente silenciados por la lengua del chico menor, que invadió con tanto ímpetu como ternura la boca de su senpai. Los besos se prolongaron largo rato, a la vez que con sus manos y sus cuerpos no paraban de acariciarse mutuamente. Su excitación crecía y ascendía imparable hasta hacerles alcanzar el cielo con la punta de los dedos. El chico menor se deslizó por la roca arrastrando al agua el otro muchacho tras él, resiguiendo el contorno de su cuerpo con suaves y calientes besos, colocándose tras él para empezar a prepararle para lo que era ya inminente. Sus dedos se deslizaron por su espalda, a la vez que con su mano no cesaba de masajear el miembro erecto del otro chico, que continuaba gimiendo de placer con el rostro profundamente colorado. Un gemido más intenso y su cuerpo se tensó al notar la entrada del dedo intruso ahí dónde la espalda perdía su pulcro nombre, aunque enseguida consiguió relajarse por los besos que no paraba de proporcionarle el otro chico a lo largo del cuello. Poco a poco, al notar que ya estaba preparado, el muchacho menor se posicionó correctamente, entrando en su interior con suavidad, emitiendo por primera vez un grave gemido que hizo temblar al otro chico de pies a cabeza. Enseguida empezaron las embestidas, que se fueron sucediendo, más rápidas a medida que avanzaba el tiempo, sin que el muchacho de piel blanca dejara de estimular con sus delgadas manos el pene de su amante. El agua hacía difíciles y pesados sus movimientos, pero sin duda estimulaba con mucho más fervor la excitación de ambos. La mano libre del chico menor se agarraba al hombro de su senpai para aumentar la fuerza de sus embestidas, hasta que notó el líquido caliente y sedoso del muchacho mayor escapar entre sus dedos, mezclándose con el agua cristalina del lago. Espoleado por este estímulo, no tardó en venirse en su interior, arrancando los últimos gemidos de sus cuerpos calientes y ruborizados.
Al poco, los dos se separaron, cruzando en el lago sus miradas cómplices cargadas de cariño. Mitsui alargó su mano hacia el otro chico, acariciando su mejilla y su pelo mojado. Sus bocas volvieron a fundirse en un apasionado beso, tras lo cual quedaron abrazados en el agua, sus cabezas apoyadas en la roca por la que se habían deslizado, detrás suyo. Muchas cosas pasaron por sus mentes en aquellos instantes, cosas que deseaban decirse el uno al otro, cosas acerca de ellos, de su futuro, de sus extrañas familias, de lo que había ocurrido aquella curiosa noche… pero, al mirarse a los ojos, ambos comprendieron que en aquél preciso instante no hacían ninguna falta las palabras.

OWARI

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