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Seven Days por SHINee Doll

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Notas del fanfic:


¡Feliz Cumpleaños, Kibum!

Septiembre 23, 2012.

Notas del capitulo:

Comienzo nueva historia. Un MinKey por el cumpleaños de Kibum. Espero les agrade.

Advertencias: SHINee, f(x) y Kyuhyun.
OnTae (Onew/Taemin), Jongtoria (Jonghyun/Victoria), AmLi (Amber/Sulli).

 

Desperté de buen humor, a pesar del pésimo descanso causado por la extraña petición de Minho la noche anterior. Alejé rápidamente esa idea, moviendo la cabeza de izquierda a derecha, y de derecha a izquierda, varias veces; sin embargo, no funcionó realmente, aunque siempre me resultó sencillo fingir, así que esta vez no sería la excepción y haría como si esa conversación entre nosotros, frente a la puerta entreabierta del apartamento, jamás hubiese tenido lugar. Llegado a aquella resolución de ignorar lo acontecido y actuar normal, o por lo menos del modo acostumbrado con el más alto, seguí con mi rutina y me interné en el cuarto de baño a mitad del pasillo, tomando una ducha rápida, para luego contemplar mi reflejo en el espejo por un tiempo indefinido, regañándome mentalmente por seguir pensando en lo mismo.

Dos golpes en la puerta y regresé a la realidad. Terminé de arreglarme, salí del baño y seguí por el pasillo, pasando la sala sin prestar demasiada atención a las dos muchachas dormidas sobre la mesa ratona, para entrar a la cocina con una sonrisa divertida que se ensanchó ante la escena por demás extraña.

— Buenos días, Key. — saludó cálidamente Victoria, terminando de recoger su largo y castaño cabello en una torpe coleta, con un montón de mechones sueltos cayendo sobre su rostro con gracia. — Termina tu desayuno, Sulli, aún debemos revisar por última vez el trabajo antes de irnos a casa.

Sulli, sentada a su derecha, bostezó, cubriéndose la boca con una mano, avergonzada, asintiendo con su cabeza. Siguió comiendo luego de aquello, llevando con delicadeza la cuchara a su boca cada poco tiempo, mientras la castaña le acariciaba los oscuros cabellos con sus dedos y una sonrisa maternal, mirando cada dos por tres a Amber, quien estaba justo frente a ella, al otro extremo de la mesa comedor para seis personas, con el ceño levemente fruncido.

Me senté entre ellas. — ¿Lograron finalizar su proyecto? — tomé la jarra con jugo de naranja al centro de la mesa y serví un vaso, devolviéndola a su sitio.

— No hemos dormido, pero sí. — giré el rostro hacia ella, llevándome el vaso a los labios. — Luna y Krystal se encuentran revisándolo mientras nosotras tomamos un pequeño descanso. — correspondí su sonrisa, aunque no deseaba reírme de su ingenuidad, lo hice, llamando la atención de las tres.

Amber alzó una ceja, con los labios abultándose en un puchero descontento. — Lamento decepcionarte, pero ambas están dormidas en la sala.

Victoria se levantó de un salto, inflando sus mejillas de forma infantil. — ¡Esas niñas! — se quejó, saliendo de la cocina visiblemente enfadada.

Continuamos desayunando los tres juntos, en completo silencio, escuchando a las chicas discutir en la otra habitación, soltando una que otra risita cuando Krystal comenzaba a maldecir en inglés y Victoria la reñía en chino, con Luna lloriqueándole a ambas para que guardasen silencio y la dejasen dormir un poco más. Mientras tanto, pretendía no darme cuenta de las miradas cómplices que intercambiaban Amber y Sulli, riéndome en mis adentros al terminar de comprender el comportamiento de Victoria. Apenas terminamos, ambas se reunieron con las otras tres; yo fui al baño a cepillarme los dientes y pasé por el bolso a mi alcoba.

Las miré a las cinco, concentradas en lo que hacían, tan diferentes de las chiquillas gritonas de momentos antes. Sonreí, pasando sin llamar la atención, dirigiéndome a la puerta, dispuesto a irme, pero antes de cerrarla, una mano pequeña, delicada y pálida, la sujetó y volvió a abrirla. Mis ojos se encontraron con los de Sulli.

— Ten un lindo día, Key. — pronunció risueña, mordiéndose el labio inferior, y esperé que agregara algo más, porque sabía que deseaba hacerlo, pero se arrepintió, o eso creí. — Saluda a Minho, por favor. — antes que le respondiese, se giró y cerró la puerta. Escuché sus pasos alejarse y sonreí, ella nunca iba a cambiar.

El camino al instituto me pareció aburrido en comparación con la inusual mañana vivida. Lo cierto es que esas escenas con las chicas sólo se daban de esa forma una vez al mes, cuando tenían que presentar proyectos especiales en ese curso que habían decidido tomar para estar todas juntas. Y sí, siempre eran igual de histéricas, pero el resultado solía ser satisfactorio para todos, incluyéndome.

Perdido en mis pensamientos, no me percaté que alguien se acercaba a mí, hasta que un brazo se enredó en mi cuello y otro en mi cintura. Jinki rió animadamente en mi oído, tirando un poco de mi hombro para acercarme más a él; Taemin me apretó el costado con su mano, mordiéndose los labios traviesamente. De no conocer su toque, de no estar acostumbrado a su mal hábito de atacarme de esa forma, posiblemente hubiese gritado y sufrido un infarto, para luego repartir golpes hasta el cansancio.

— Buen día. — corearon ambos, sin soltarme, dificultándome el caminar. — Luces feliz hoy, ¿qué ha ocurrido? — Jinki me conocía lo bastante para darse cuenta que mi sonrisa no era de adorno, por lo menos en ese instante, y su curiosidad no se hizo esperar; aunque el no llamaba “curiosidad” a eso, y tampoco se consideraba una persona “chismosa”, de hecho solía decir que nos preguntaba ese tipo de cosas porque era el mayor de nuestro cerrado círculo de amigos y debía cuidar de nosotros. Por su puesto, nadie le creía.

— Las chicas presentan proyecto hoy. — no necesité decir más, ellos están más que al tanto de lo que eso significaba. 

— Entiendo ahora. — Taemin me sonrió, liberando mi cintura, siendo imitado por el mayor. — Me sorprende que no te moleste que Amber las lleve al apartamento; siempre estás quejándote de todo y… Lo siento. — Jinki se echó a reír ante mi mirada de pocos amigos y el sonrojo en las mejillas del más pequeño.

— Démonos prisa para ir a clases. — corté serio, frunciendo el ceño ante sus sonrisas mal disimuladas.

A veces, cuando no tengo nada mejor que hacer, cosa que no sucede muy a menudo, los observo con detenimiento, a tal punto que he memorizado cada uno de sus gestos y expresiones, siendo capaz de saber el significado en sus miradas y sonrisas. Ninguno de ellos puede ocultarme algo, no saben mentirme, son como libros abiertos. Y no está demás decir que últimamente actúan tan extraño entre sí que estoy seguro de que pronto se convertirán en una pareja de melosos enamorados y me veré en la necesidad de volverme más cercano a otra gente o terminaré loco.

— ¡Key! — apenas entramos al edificio, Jonghyun estaba sobre mí, envolviéndome en un abrazo que me robó el aire. — Ah, hola, chicos.

— Sí, lo que sea. — interrumpió Minho, incorporándose al grupo desde quién sabe dónde.

El resto del alumnado estaba tan acostumbrado ya a nuestras escenas que, ignorándonos por completo, pasaban a nuestro lado sin emitir sonido alguno. No podría decir si aquello era algo bueno o malo; jamás podría definirlo, eso estaba claro.

“Actúa normal, actúa normal, actúa normal”, repetía mi mente.

— Rana. — murmuré, apartando a Jjong de un manotazo.

— Gato. — respondió, sonriendo de costado.

Un incómodo silencio se instaló entre nosotros. Taemin golpeó a Jonghyun con el codo y ambos se rieron.

— Tan fraternales como siempre. — regañó Jinki, empujándonos en dirección del salón que compartíamos. — Nos vemos más tarde, chicos.

Bueno, al menos nadie notó que ayer “pasó algo” entre nosotros; si es que eso fue lo que ocurrió. En fin, ¿para qué pensar en ello?

La clase estaba demasiado aburrida, tanto que pensé que podría morir de un momento a otro. Apoyado en mi brazo derecho, ignorando al profesor que hablaba sin parar de un tema que realmente no me interesaba, giré mi cuerpo en la dirección que se encontraba la persona que supuestamente debía pasar por alto, pero él parecía mucho más atractivo, por decirlo de alguna forma, en ese momento.

Choi Minho. Suspiré al decir su nombre en mi cabeza, sin saber realmente por qué lo hice. Minho tenía un montón de puntos a favor y en contra, tanto físicamente como en personalidad. Le conocía desde hacía cuatro años, más o menos, cuando mi atlético compañero decidió patear un balón con tan buena puntería que acabó derribando mi vaso de café y casi matándome de un susto. Si lo pensaba con detenimiento, no habíamos tenido el mejor de los comienzos.

Minho había corrido hacia mí, avergonzado, mientras sus compañeros, entre ellos el estúpido de Jjong, se burlaban de él. ¡Pobre capitán!, mira que soportar los comentarios mordaces de esa tanda de idiotas sin cerebro. Sólo que aquellos momentos yo no tenía intención alguna de sentir lástima por alguien o algo que no fuese mi americano derramado y mi pobre corazón que latía frenético. “¿Estás bien?”, preguntó, mirándome con sus ojos enormes y penetrantes, tomando la pelota de la jardinera. En un salto me encontraba de pie, asesinándolo con mis ojos delineados. “¿Estás loco?, ¡pudiste haberme matado!”, y golpeé su brazo con mi mano, dejándole una marca levemente rojiza. “La próxima vez que esto ocurra, rana tonta, te voy a enseñar por qué nadie se mete con Kim Kibum”.

Estúpido yo, que sin pensarlo le dije mi nombre; condenándome a sus “Buenos días, Kibum” de cada mañana, porque sólo él me llamaba de ese modo.

— Idiota — susurré, cruzando los brazos sobre el escritorio y recostándome en ellos, con los ojos cerrados, aburrido. — Tan idiota.

Quizá yo fuese más tonto que él, pues no lograba dejar de pensarlo aunque me lo hubiese prometido desde la noche anterior. En aquellos tiempos Choi tenía el cabello largo y desordenado, recogido en coletas mal elaboradas, pero que le daban cierto encanto; como todo. Ahora lo llevaba más corto, con un tono de castaño más claro que, definitivamente, a mi buen juicio, le hacía verse muy guapo, aunque jamás se lo diría. Sus grandes y expresivos ojos, enmarcados por largas pestañas, eran su principal atractivo, junto a esos labios llenos, tan deliciosos, que te invitaban a devorarlos con hambre.

Me mordí la lengua, ¿en qué demonios me encontraba pensando? La culpa la tenía el chico alto, por tratar de sostener conmigo conversaciones fuera de lugar un domingo en la tarde, casi noche, fuera de un apartamento lleno de chicas ruidosas.

¡Era su culpa!, no había duda. Y, a todo esto, ¿qué necesidad tenía de enseñarme que alguien podía enamorarse en sólo siete días? Es decir, ¿qué ganaba él con eso?, ¿demostrar su punto?, ¿hacer que me tragase mis palabras?, ¿herir mi orgullo?, ¿era una especie de apuesta con alguno de nuestros enfermos amigos?, ¡¿cómo pensaba hacerlo?! Pensé varias opciones, pero ninguna me terminó de agradar.

Alguien tocó mi brazo, me estremecí sin desearlo. Una nota se encontraba en mi banco cuando levanté la cabeza, Minho me sonrió y luego regresó su atención a lo que fuese que miraba por la ventana. La desdoblé con curiosidad, cuidando que el profesor no me mirase.

“Sé que soy irresistible, pero ¿no te da vergüenza mirarme con tanto descaro?”, me mordí el labio para no reírme de su estupidez.

“Ya quisieras que te mirara, Choi. Estoy aburrido, y tú te interpones en mi camino hacia la ventana; eso es todo.”, le pasé la nota, desinteresadamente.

La recibí poco después. “Hieres mis sentimientos, gatito; ¿no puedes mentir aunque sea un momento?”, respondí y la mandé de vuelta.

“Imbécil, yo nunca miento. Además, no me importan tus sentimientos y, a todo esto, ¿quién te dio permiso de llamarme ‘gatito’?”, se rió al leer lo que escribí, ganándose una llamada de atención de nuestro maestro. Agradecí el que no se acercase para ver la razón de la reciente alegría de Minho.

“Kibum, no necesito el permiso de nadie, ya deberías saberlo.”, maldito engreído y presumido, lo odiaba cuando me trataba así; seguí leyendo. “Me gusta llamarte ‘gatito’. Dime, ¿quién más lo hace aparte de mí? Nadie, ¿o me equivoco? Es algo entre nosotros dos, ¿no es eso lindo?”, tenía ganas de golpearlo, muchas, pero me resistí. “Eres mi gatito, Kibum, que no se te olvide”.

¡Y un cuerno! Tomé el bolígrafo con más fuerza de la necesaria, viendo mis dedos empalidecer y escribí de nuevo, enfadado. “NO SOY TUYO, MINHO”.

Soltó una risita de nuevo al tener el papel en sus manos; mi paciencia se había terminado. “Dentro de siete días dirás algo totalmente distinto.”

Me tensé, ¿de qué iba eso? Doblé la hoja en muchas partes, metiéndola en el bolsillo de mis jeans. Gracias al cielo la tortura finalizó y fuimos libres de irnos; y eso fue lo que hice, salí de ahí tan pronto pude, dejando al alto en su asiento todavía, con una sonrisa que me encargaría de borrarle aunque tuviese que golpearlo.

Para mi buena suerte, en mi siguiente clase no se encontraba Minho; para mi mala suerte, en ella se encontraba Jonghyun.

— Key ~ — forcé una sonrisa, sentándome en el asiento vacío en la parte de atrás, enseguida de él. — Estás de mal humor, ya veo.

— Algo así. — respondí sin ganas, mirando por la ventana.
Jjong me conocía perfectamente, en ocasiones mejor que yo mismo. Cuatro años parecían tiempo suficiente para ello, ¿no?

— ¿Minho tuvo algo que ver? — arregló su flequillo decolorado, fingiéndose desinteresado. — Porque si es así, yo puedo…

Negué. No tenía caso. — Lo conoces, Jjong; a veces es demasiado pesado y…

El profesor nos interrumpió, comenzando con una clase que, para mi desgracia, fue aún más aburrida que las anteriores. Definitivamente, ese no era mi día. Cuando la hora del almuerzo llegó, por fin me sentí aliviado. Jonghyun tenía algo que hacer, o al menos esa fue su excusa, así que me reuní con Jinki en la entrada de la cafetería.

— ¿Qué tal el día? — lanzó su acostumbrada pregunta, dando una gran mordida a su manzana.

— Terrible. — murmuré. — ¿Dónde está Taemin?

Se encogió de hombros. — ¿Dónde está Minho?

Fruncí el ceño, golpeando la botella de agua contra la mesa. — No lo menciones; y no lo sé, no soy su niñera.

— Lo mismo te digo sobre Taemin, entonces. — me mostró una gran sonrisa, pero no fui capaz de corresponderle. — Si que estás de malas hoy.

— Muy observador, Onew. — me quejé, haciendo la comida a un lado. — Bien, te lo contaré porque sé que no me dejarás en paz hasta saberlo. Sin embargo, si se lo dices a alguien más, ten por seguro, Lee Jinki, que nada bueno te pasará y que…

— Key, si sigues amenazándome, entonces… — me interrumpió, irritándome más.

— Minho me hizo una propuesta anoche… o eso creo. Ni yo mismo sé qué fue eso. — abrió los ojos, sorprendido.

— ¿Qué clase de propuesta? — se acercó a mi rostro, la mitad de su cuerpo se encontraba sobre la mesa.

Me incliné un poco, reduciendo aún más la distancia. Poco me importaba que se viese como una escena comprometedora, lo que iba a contarle no podía volverse la novedad de la semana y comenzar a pasar de boca en boca. Me escuchó atento, sin interrupciones, sin risas, sin bromas de mal gusto, como pocas veces; y yo hablé tranquilo, sin alzar la voz, sin hacer rabietas, algo menos común aún.

— Santo cielo, ese Minho. — se dejó caer hacia atrás, mordiéndose el labio inferior. — Mira que apostar todo de esta forma.

Alcé la ceja, confundido. — ¿A qué te refieres con eso? — no obtuve respuesta. — Onew…

Lamentablemente para mí, milagrosamente para él, nuestro tiempo libre acabó y regresamos a clases. Fue hasta la hora de salida que me encontré con Minho. Jonghyun se había marchado antes, alegando tener un compromiso importante y por segunda vez en el día no le creía, porque estaba seguro que mis sospechas eran ciertas y estaba saliendo con alguien sin decirnos, incluso tenía mi lista de posibles candidatas… Y Onew, bueno, cuando Taemin se encontraba cerca solía olvidarse de mí…

— Te acompaño a casa. — propuso de repente, sonriendo, lo miré con la ceja alzada.

Suspiré. — Suena tentador, Minho, pero no gracias.

Realmente no me parecía la mejor de las ideas. Además, ¿de qué podríamos hablar durante cuarenta minutos? Seguramente sacaría a colación el tema ese de los siete días de nuevo y yo lo golpearía hasta hacerlo desistir de su idea, y eso sí sonaba muy tentador, pero la gente nos miraría extraño y habría muchos rumores.

— Nos vemos mañana, ¿está bien? — agité mi mano en señal de despedida y luego me di la vuelta, caminando a casa.

El departamento estaba vacío cuando llegué, así que comí solo y luego me encerré en la habitación para terminar con ese montón de deberes que tenía. Fue hasta la hora de cenar que salí de mi cuarto, encontrándome a mi compañera de piso en la cocina. Cenamos en completo silencio y luego salimos a la terraza. Me senté en el frío suelo de cemento, mirando la ciudad a lo lejos.

Sus ojos se mantuvieron fijos en mi rostro. — Cuéntamelo todo. — exigió. Y eso fue lo que hice.

— Me cuesta entenderlo, Amber. — con una pequeña sonrisa, se sentó a mi lado. — Realmente trato, pero no puedo.

Soltó una de esas carcajadas que llaman la atención, pataleando. — A ti te gusta, Key. — señaló distraídamente. — Siempre te ha gustado.

— No es verdad. — golpeé su hombro juguetonamente. — Nunca hemos tenido una buena relación, simplemente no somos compatibles, y de repente… Bueno, de un momento a otro me dice que es posible enamorarse en siete días y que él se encargará de demostrármelo. ¿No te parece un poco…?

— Estúpido. — susurró y asentí. — No, no hablo de su idea; sino de él, de ti, de ambos. — fruncí el ceño. — ¿Tanto les cuesta admitir de una vez por todas que se gustan?

— ¡Que no me gusta Minho! — chillé molesto, levantándome. — Deja de inventar cosas.

— Oh, claro. — ironizó, poniéndose de pie y empujándome con su dedo. — En ese caso yo no estoy enamorada de Sulli.

Abrí la boca, pero no fui capaz de decir nada; sus mejillas se encendieron, y eso fue más extraño que la propuesta del más alto.

— Olvida que dije eso. — echó a correr dentro del apartamento, encerrándose en su habitación antes que pudiese decirle algo.

Definitivamente, Amber era todo un caso…

Permanecí en el mismo lugar bastante tiempo más, contemplando el cielo oscuro y las luces que iluminaban la ciudad. Mis pensamientos volvieron hacia Minho, enfocándose en todos los recuerdos que guardaba suyos, desde el momento en que nos conocimos hasta la fecha actual, y no eran pocos. Tantos malos entendidos, tantas peleas, tantas bromas e insultos, tantas sonrisas, risas y suspiros…

— Key. — alcé la cabeza, encontrándome a Amber de regreso. — Casi lo olvidaba… Esto es para ti. — extendió una caja pequeña, de metal, azul, con letras doradas y un pequeño y elegante lazo rojo. — Son chocolates. — agregó al ver mi rostro desconcertado.

— ¿Chocolates? — pregunté incrédulo, viendo el paquete.

— Sí, chocolates, esos dulces que se hacen con leche y cacao, y que… — comenzó sarcástica, rodando sus ojos.

Fruncí el ceño, levantándome del piso. — Sé que es un chocolate, Amber. — la regañé, ella se limitó a sonreír. — La pregunta adecuada es: ¿de dónde salieron?

— Minho los trajo a la hora del almuerzo y, bueno, creo que Taemin trajo a Minho. — se encogió de hombros.

Eso explicaba por qué los más chicos de nuestro cerrado grupo de cinco no se encontraban a la hora del almuerzo.

— ¿Qué hacías tú aquí a la hora del almuerzo? — inquirí de brazos cruzados, fulminándola con la mirada.

Imitó mi expresión, respondiéndome con seriedad: — Soy una chica. — tan simple como decir eso.

No entendí. — ¿Y eso qué?

— Tengo problemas de chica. — nuevamente se encogió de hombros. — Es septiembre, y por lo menos una vez al…

— ¡Ya entendí, ya entendí! — la interrumpí, entrando al apartamento con los chocolates en la mano. — Nos vemos mañana, Amber.

A veces, vivir con una chica no era lo más indicado, pero amaba demasiado a mi amiga… a excepción de esas veces en que se olvidaba que no podía hablar conmigo de ciertas cosas porque… porque… porque no, y ya.

Me tumbé en la cama, cansado. La caja de chocolates a mi lado, tentándome. Simplemente no me resistí, dejé que mi curiosidad ganara y tiré de un extremo del lazo, deshaciendo el moño. Eran chocolates importados de alguna parte de Europa, no me detuve a leer el lugar. Destapé la caja y ahí estaban, dulces, deliciosos, muchos… Tomé uno y lo probé, maravillado. Amaba ese tipo de chocolates, pero casi nunca los comía, y nadie sabía ese pequeño detalle de mí.

En el interior de la tapa se encontraba un pequeño sobre blanco y yo no reparé en él hasta después del tercer chocolate. Lo tomé con cuidado, preguntándome que diría la tarjeta en su interior. Sin duda alguna, la letra pertenecía a Minho.

Sin desearlo, una sonrisa se posó en mis labios. Ese idiota…

Kibum:
Que los chocolates endulcen tu noche y borren la amargura de tu día, que una sonrisa
se pose en tus labios antes de dormir, para que mañana estés lleno de alegría.
Choi Minho.

Esa noche dormí tranquilo, libre de las pesadillas que últimamente me acosaban, y todo por su estúpida nota. Y sólo era el primer día…

Notas finales:

 


Próxima actualización: Miércoles 5 de septiembre de 2012.


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