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Cuando nuestras almas se encuentren... por PinkMarshmallow

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Notas del capitulo:

Hola a todos!

Se que me dirán: ¡¿Por qué "#%$& tardaste tanto?!

Lo sé, lo sé, y lo lamento mucho, no tengo perdón de dios xD

Bueno, henos aquí, en el capítulo penúltimo de este FF

No tengo nada que decir, sólo que agradezco profundamente a todas y todos los que han seguido ese fic hasta sus últimos pasos.

Espero que sea de su agrado.

 

Ah! Casi lo olvido, si gustan, pueden escuchar esta melodía mientras leen:                                  

 

http://www.youtube.com/watch?v=M-6S1mGAS3Y

 

Ahora sí, disfruten.

 

 

Desde hacía muchos años que la antigua mansión Phantomhive se mantenía abandonada. O eso era lo que creían los compradores de bienes raíces, ya que al tratar de entrar en aquella casona, les recibía un alto y bien parecido caballero, el cual les explicaba que todo lo contrario a sus pensamientos, el llevaba habitando dicha edificación desde años atrás y si eso no era suficiente para convencerles, les invitaba a pasar y les mostraba personalmente las escrituras de la finca. Desilusionados de la idea de apropiarse de esta, y  a la vez sorprendidos de las buenas condiciones en el que una sola persona ,sin ayuda de ni un solo criado, podía mantener en tan excelentes condiciones tan extensos territorios, se veían hacer pequeños desde la puerta principal hasta adentrarse en lo más profundo de  los bosques que rodeaban la casona, algunos maldiciendo entre dientes, otros mudos de la sorpresa.  De cualquier forma, lo que el oji-escarlata más disfrutaba durante aquellos solitarios y monótonos días era, por extraño que pareciera, encargarse de “la limpieza del hogar”.  “.-Ah, estoy seguro de que esta tela será del agrado del joven amo”. –No paraba de mencionar cada vez que tenía que reemplazar las cortinas mancilladas por los años y las polillas, y entre más pasaba el tiempo, más extraño le observaban.  De cierta manera, el mantener impoluta aquella gran mansión le hacía pensar lo complacido que quedaría su joven amo al verla relucir como una tacita de té, a pesar de que el niño no vivía desde hacía tiempo, o bien, hasta ahora. De nuevo tenía una razón para sacarle el máximo fulgor a la antiquísima casona y por ende, se sentía satisfecho ante los resultados de su arduo trabajo.

 

 

Extenuado, y despidiendo un suspiro cansino, pasó su enguantada palma por sobre su perlada frente, dejándose caer en un mullido y garzo  sillón.  ¿Sería que los años comenzaban a dejar ver sus estragos? No, aun que pasaran eones, el era un demonio por lo cual no podía cansarse tan fácilmente. Tal vez se trataba del hastío, si, debía ser aquello. El no tener a el pequeño oji-azul cerca le hacía entrar en un extraño estado de ansiedad, en el que su mente divagaba entre las vivaces imágenes de aquel esbelto cuerpecillo de baja estatura. Como ansiaba volver a verle, y cuánto se arrepentía de tener que dejarle a solas con aquella mujer. Pero nada se podía hacer, no por ahora.  Rodó sus rojizas irises con fatiga hacía su mano diestra, la cual sostenía el plateado clepsidra, enterándose de la hora. Abruptamente, se puso de pie delante del diván, sacudiéndose enérgicamente las ropas. No podía descansar en momentos como esos, ya tenía un retraso de dos minutos para recoger a su joven amo en el instituto.

 

 

 

………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………..

 

-¿De nuevo te has dejado golpear por esa mujer?

 

 

 

-Eso no es algo que te incumba. –Determinó cortante el de menor estatura, descolocándose el elegante saco de su uniforme. 

 

 

 

-Eres mi mejor amigo, claro que me incumbe. –Sentenció el rubicundo infante, haciéndose del brazo de su amigo, a lo que el de cabellos oscuros sólo bufó.

 

 

Ambos jovencitos salían de su aula correspondiente, encontrándose en el pasillo con un hombre de elegante porte y mirada ambarina. Con solo atisbarle una vez, el rubio chico le reconoció, y sin importar si algún curioso le espiaba, se lanzó a los brazos mayores, quien le respondieron con la misma efusividad.

 

 

-Claude… -Murmuró el hiperactivo niño sobre el cuello del adulto. –Has venido…

 

 

-Vine a recogerles. –Afirmó el mayor, aún con el chiquillo en brazos.

 

 

 

Ciel no sabía a dónde observar en momentos como esos. Era cierto que ya estaba algo acostumbrado a las acarameladas, e incluso obscenas, escenas entre su amigo de la infancia y su muy mayor amante, el tutor Claude Faustus, pero aquello no terminaba de agradarle al cien por ciento. Eran esas situaciones en las que se sentía no embonar en la situación. Ajenos a el bochorno del oji-azul, ambos amantes comenzaron a acariciarse y besarse justo en medio del pasillo del instituto, despreocupados de ser atrapados in fraganti , o por lo menos mantener algo de dignidad frente a su acompañante.

 

 

-Tsk… me largo por hoy. –Bufó el oji-azul al sentirse olímpicamente ignorado por ese par de pervertidos, dirigiéndose a la salida de emergencia y sin siquiera ser notado por los cariñosos amantes.

 

 

 

Caminó hasta fuera de los jardines de la escuela, yéndose a sentar  sobre una abandonada banquetilla, justo en frente del portal del instituto. El clima había mejorado notablemente, el sol se había dejado ver un poco y daba una cálida sensación al impregnar de tibio calor el delgado cuerpo del menor.  Con impaciencia observaba las intransitadas calles , extrañamente tranquilas. De su bolsillo izquierdo extrajo su celular y observó el tiempo en este. –Quince pasadas las dos. –Musitó, con cierto enfado. Sebastian no solía retrasarse tanto, y mucho menos, ya que era un obsesivo con eso de la puntualidad.  Suspiró cansinamente. –Tal vez surgió un imprevisto. –Intentó convencerse a sí mismo. -¿Pero qué imprevistos podía tener una ente como los demonios? De pronto, muy a lo lejos, pudo percibir el potente rugir de un automóvil avanzando hacía su lugar. Rápidamente tomó su mochila y libros entre las trémulas manos, esperando ver en cualquier momento el lujoso auto deportivo negro acercándose a donde el, y a su apuesto mayordomo abriéndole cortésmente la puerta del copiloto. Se irguió al borde de la banquetilla, esperando por el conocido auto, pero e vez de un deportivo negro, enfrente de el se detuvo un elegante Cadillac gris. “Nunca subas al auto de un extraño” –Resonó en su cabecilla.  Un signo de interrogación se plantó en su juvenil rostro al verse abrir la puerta del auto frente a sí.

 

 

 

-¿Entrarás o no, hijo? –Le sonrió un bien parecido hombre de rasgos similares a los suyos.

 

 

 

-¡Padre! –Exclamó sorprendido el menor, introduciéndose con rapidez en el lujoso móvil.

 

 

De inmediato el motor volvió a sus andadas. Los asientos de piel junto con todo el interior del vehículo emanaban un delicioso aroma a colonia, muy masculina pero a  la vez suave. A su mente llegaban los pocos felices recuerdos que aún conservaba, aquellos que incluían a su madre y a su padre, solo ellos tres, juntos como una familia debía ser.

 

 

-Ciel. –Una grave voz le sacó de sus cavilaciones. -¿Cómo te encuentras, pequeño?

 

 

 

Por su ausencia, era evidente que desconocía por completo la furia que le causaba el que le llamaran con diminutivos o apodos. ¿Pequeño? Sí, claro. Si tan solo supiera que es el primero en su clase, o que se embrolló amorosamente (y carnalmente también) con un demonio. Pequeño no era un adjetivo apropiado para su persona. Pero lo pasaría por alto, después de todo, en el fondo le extrañaba.

 

 

-Me encuentro bien, padre. Gracias por preguntar. –Le sonrió levemente.

 

 

 

-Oh, pequeño no seas tan frío con tu padre. Me haces sentir como un completo extraño. –Sollozó sobre actuadamente el adulto, sin dejar de observar el camino que frente a ellos se extendía.

 

 

 

-Te fuiste por más de un año, ¿qué esperabas? –Respondió secamente el oji-azul, sin poder observar a su progenitor a los ojos.

 

 

 

Pareciera despiadado, más en su interior una pequeña mancha de rencor se hacía presente en su pecho. Quería a su padre, pero el que le dejara abandonado tanto tiempo con Angela y que no le creyera cuando tantas veces le hizo saber del psicópata comportamiento de su madrastra, todo esto, había inducido el nacimiento de algo de resentimiento hacía el, no era lo más saludable, pero no podía controlar aquella sensación de enfado y amargura.

 

 

 

El adulto atisbó a su pequeño por un segundo; no se había percatado, el niño estaba notablemente más delgado que la última vez que le vio, su piel un tono más pálida y su estatura unos centímetros más alta, casi nada, pero el como su padre lo sabía solo con verle.  Las filosas palabras de su niño le cortaron lentamente, pero era consiente de la situación de abandono en la que le había dejado, con una completa extraña, quería compensarlo por eso.

 

 

 

-Ciel. –La voz antes cariñosa se tornó en una seria y entrecortada. –Se que… se que no he sido el mejor padre, por eso pienso recompensártelo.  -Sin despegar la vista del frente, extendió su brazo hasta un maletín en el asiento trasero, alcanzándolo y abriéndolo hábilmente. –Revisa el bolso más pequeño. –Le indicó.

 

 

El niño, algo confundido, así acató la indicación, extrayendo del mencionado compartimiento tres pedazos de papel iguales. Los analizó detenidamente, observando el texto escrito en ellos, y cuando por fin cayó en cuenta de las intenciones de su padre, abrió ambos azulinos ojos cual platos.

 

 

 

-¿No pensarás…?

 

 

 

-Así es. –Sonrió el adulto. –Nos iremos a vivir a América, solo tú, yo y Angela por supuesto. ¿No es genial?

 

 

 

-¿Genial? No, no lo es. –Exclamó un confundido Ciel, sin asimilar aún por completo las palabras del hombre.

 

 

 

Empezaba a acostumbrarse a aquella vida, con Alois y su extraña pareja, pero sobre todo, comenzaba a encariñarse a Sebastian, y no solo eso, había admitido que le amaba. ¿Y ahora su padre aparecía después de un año creyéndose con el derecho de alejarle de las personas que más estimaba? No lo permitiría, así tuviera que atarse a la cama, no lograrían sacarle ni de la habitación. 

 

 

 

-Pero Ciel, es lo mejor para todos. Es lo mejor para olvidar… -Trató de convencerle su padre, posando amablemente s una mano

 

 

 

-¡No, esto es lo mejor para ti y para esa mujer! –Gritó exasperado el menor, sintiéndose mareado por aquella situación. –Siempre ha sido así, solo ella y tu. Yo no pertenezco a su vida.

 

 

 

-¡Deja de hablar así, Ciel! Creí que había superado esa etapa…

 

 

 

-¿Superado, padre? –La voz del menor se debilitaba cada vez más. -¡Estas marcas no se superan! –Bramó levantando las mangas de su camisa, dejando ver  los purpúreos cardenales mancillando su nívea piel.

 

 

 

-Ciel… ¿te has auto infligido?  -Preguntó en tono lastimero, con las cejas entrejuntas hacia arriba y las lágrimas a punto de desbordar.

 

 

 

-¿Realmente no te das cuenta, verdad?  -Sonrió amargamente el oji-azul. –Detén el auto, por favor.

 

 

-Ciel, tranquilízate por favor. –Le retuvo su padre.

 

 

 

-Detente o saltaré.

 

 

 

……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….

 

 

 

Los rines del auto deportivo casi salen volando por el aire debido a la brusca manera de conducir del oji-escarlata. Se pasó tres altos y cinco semáforos en rojo, por poco y tiene un percance con una malhumorada mujer y casi le pilla un policía. Tenía que llegar de cualquier manera a recoger a l niño, no le dejaría ahí solo. Por fin, la gran edificación se comenzaba a alzar frente a el. Se detuvo en seco frente al gran portón de dicho lugar, encontrándose con una escuela vacía. Golpeó el volante y maldijo su interior. Le aterraba la idea de haberle abandonado de esa forma, pero le perturbaba aún más la idea de que alguna otra persona le hubiera recogido al verle solo en medio de la calle. Esperó unos minutos más, el motor aún resonaba, más nadie aparecía. Ciel no era tan ingenuo como para subir al auto de un extraño, así que probablemente se encontraría con algún conocido. El vehículo de nuevo se puso en movimiento y abandonó el lugar. Sus manos pálidas permanecían fuertemente aferradas al volante, observó por un instante sus negras y algo largas uñas. Había dejado de ocultarlas cuando los esmaltes y las modas juveniles salieron a flote, dejando atrás muchos de los tabúes de otras épocas más conservadoras. Conducía sin rumbo, solo paseando por la ciudad que parecía desierta a estas horas, el clima era cálido, más el gélido ambiente se había quedado encerrado en el interior de su auto.  El tumulto de risas agudas le distrajo, obligándole a voltear la vista hacía aquel lugar, un parque para niños. Aparcó justo en frente de este y decidió caminar un poco. No se consideraba a sí mismo un demonio que reflexionara mucho sobre sus acciones, pero esa tarde algo le incitaba a hacerlo, un extraño presentimiento. Se colocó en una banca a la sombre de un roble, bastante escondida dentro del pequeño parque.  Algunos niños correteaban frente a él, otros se agachaban curiosos debajo de la banca, buscando sus balones extraviados. Desgraciadamente, todos le recordaban a Ciel. Un suspiro cansino abandonó sus labios al mismo tiempo en que echaba su cabeza para atrás, cubriendo los molestosos rayos de sol con su antebrazo.

 

 

-¿Ahora te dedicas a espiar niños desde una banquilla? –Formuló una conocida voz, mientras se posicionaba lado suyo, debajo del frondoso roble. –Cuantos años sin vernos, Sebas-chan.

 

 

-¿Sabes que tu jefe te regañará por hablar conmigo, verdad?

 

 

-¿Quién, Will? El y yo confiamos mutuamente, como una buena pareja. –Dijo restándole importancia el pelirrojo, haciendo ademanes con su mano larguirucha.  -Además, no estoy aquí por ti. –Sonrió alardeante el shinigami, mostrando sus afilados dientes de sierra.

 

 

-Entonces, si no es para verme –Dijo encarnando una ceja- ¿por qué has venido?

 

 

-Tú has de saber porqué, Sebas-chan. –Canturreó insinuador el sujeto con gafas, replegándose contra Michaelis. 

 

 

El demonio calló, dando a interpretar que, efectivamente, no tenía idea de lo hablado.

 

 

-El tiempo corre, Sebas-chan, más rápido de lo que imaginamos. Lo que para nosotros son unos segundos, para los humanos representa una vida entera. Una vida que se enciende y extingue, en un abrir y cerrar de ojos. 

 

 

-No te atreverías… -Se puso de pie el peli-azabache, apretando sus puños al punto de escocerle.

 

 

-Es mi trabajo, no hay nada que pueda hacer. –Vociferó en un tono más serio del acostumbrado.

 

 

-¡Por supuesto que sí, y lo harás! –Exclamó colérico el mayordomo, tomando por las solapas al dios de la muerte. -¡Tu lo evitarás!

 

 

-”Todo pasará, pero lo hecho, hecho queda” mi querido Sebas-chan. Su destino ya ha sido escrito en mi cuaderno. –Se zafó el pelirrojo, sacudiendo sus ropas. –El Jefe mismo designa el destino, no hay nada que nadie pueda hacer.

 

 

-Entonces, ¿por qué me dices esto? –Masculló enfurecido el cuervo, con la mirada encendida en un profundo púrpura, listo para atacar.

 

 

-Sólo me preguntaba si te gustaría ver a ese chiquillo tuyo por última vez, porque todo está a punto de acontecer. –Dijo desinteresado el shinigami, divagando su vista en el esmalte rojizo de sus largas uñas.

 

 

-¿Dónde? –Alcanzó a articular el demonio, absorto por la ira.

 

 

-Tomaré eso como un sí.

 

 

 

……………………………………………………………………………………………………………………………………………………………………….

 

 

-¡Deja de seguirme, te digo que no volveré!

 

 

 

-¡Ciel, detente por favor! –Le gritaba su padre, apresurándose detrás de él.

 

 

 

El ambiente se había tornado en un cielo nublado por enormes cúmulos grisáceos. El sol, escondido, dio paso a una ligera ventisca húmeda, signo de próxima llovizna. Los pasos recios del menor resonaban en el pavimento, más eran superados por el bullicio de los autos, quienes en coro, tocaban sus cláxones,  exasperados por el imprudente conductor que dejó un Cadillac estacionado en media carretera.  El pequeño oji-azul se desplazaba indignado por en medio de la calle, con su predecesor siguiéndole de lejos, sin importarles los automovilistas que les maldecían al pasar a su lado, o tocaban con sus bocinas insistentemente.

 

 

-¡Hijo! –Le tomó firmemente por el hombro.

 

 

El menor volteó su fría mirada, irritado de sobremanera, para encontrarse con el afligido rostro de su padre, jadeando por perseguirle y perlado por el esfuerzo. En su vida jamás le había atisbado con esos ojos, tan luctuosos, tan compungidos, pero sobre todo, desesperados por comprender. Por comprender a su vástago, que dejo de serlo en el momento que le abandonó.

 

 

-…por favor…dime, ¿qué tengo que hacer?  -Sollozó el mayor aferrándose con desespero al saco de su pequeño. -¿Qué tengo que hacer para que me perdones?

 

 

 

-No hay nada que hacer. Lo que se ha perdido una vez, ya no se recupera… -Se liberó el oji-azul, avanzando con su paso orgulloso.

 

 

 

Sus ojuelos cobalto escocían en saladas lágrimas, amenazando con romper a llorar en medio del lugar. Sus piernas ya no reaccionaban a los impulsos de su cerebro. Ahora solo avanzaba por avanzar, como una máquina programada, que actúa solo porque así se lo ordenan. Cada paso significaba una punzada más en su corazón; le dolía ver a su progenitor de esa forma, pero el resentimiento ocupaba un espacio mayor en su mancillada alma. Su mente se hallaba como un lienzo blanco en momentos como esos, ajena a lo que sucediera a su alrededor.

 

 

 

-¡Bocchan! –Alguien a lo lejos le llamaba, con el mismo tono entrecortado de su padre.

 

 

Reconocería aquel timbre aterciopelado en donde fuera, tan cálido y masculino a la vez. Con prontitud, desvió su mirada, en busca de quien le llamaba.

 

 

 

-¡Ciel, cuidado!

 

 

¡Joven amo!

 

 

 

 

 

El ensordecedor eco del metal arrugándose se confundía con el dolor punzante en su vientre.  Algo tibio manaba de un costado, con sus trémulas palmas trataba de localizar el punto, pero sus ojos nublados no le permitían distinguir entre la sangre y la gasolina derramada.  Muy a lo lejos podía escuchar dos voces familiares llamándole, pero todo alrededor se tornaba oscuro, cada vez más oscuro. En sus cortos periodos de lucidez, luchaba por moverse, más un objeto pesado sobre sus piernas se lo impedía. El martirio, con cada segundo que transcurría,  era menos; y eso le preocupaba.  Alguien le sostenía entre sus brazos, más le era imposible el poder identificarle. Con dificultad, rozó sus manos manchadas de carmesí contra la piel ajena, encontrándola sumamente reconfortante. ¿O era que la suya estaba en extremo helada?  Las sirenas le mantenían despierto, pero se comenzaba a  sentir más somnoliento, al punto de no poder mantener sus párpados despegados. Una pequeña sensación húmeda recorrió su mejilla, y con trabajo guió su temblorosa palma al sitio, no eran suyas aquellas lágrimas. ¿Entonces, a quién le pertenecían?  El peso en su pecho se desvaneció al momento en que entregó su último suspiro. Con pesadez, su brazo cayó a un costado, dejando correr sobre sí el color granate del calvario. Su lozanía se derrumbaba, poco a poco, desaparecía de aquel mundo.

 

 

 

 

 

 

 

Porque el destino es cruel y siempre lo será…

Egoísta, no permitirá la derrota

No permitirá que estemos juntos…

 

 

 

 

 


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