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Cuando nuestras almas se encuentren... por PinkMarshmallow

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Notas del capitulo:

Hola mis queridas, (y queridos)

Ya imagino como debieron haber quedado después del capítulo anterior, lo sé, lo sé. Se que me matarían si lo dejo así, por eso, he hecho este epílogo, que realmente espero que disfruten (aunque sea cortito)

Y bien, este es un adios para Cuando nuestras almas se encuentren , y el inicio de nuevos proyectos y oportunidades.

Mil gracias a todos y cada una de las personas que leyeron este Fic, y espero que les haya gustado tanto como a mí escribirlo.

 

Antes de finalizar, me gustaría que escucharan esta hermosa melodía para acompañar el final de ese Fic:

 

http://www.youtube.com/watch?v=Bh1ZimLQcsc

-La lluvia… no deja de caer…

 

 

-Señorito Ciel, ¿realmente saldrá con este mal tiempo? –Cuestionó el anciano, ayudándole a su amo a colocarse la pesada gabardina.

 

 

-No se le puede hacer nada, Tanaka. –Respondió el oji-azul, abotonando su gabán. –Además, deja de llamarme “señorito”, soy Lord Phantomhive, dueño de las exitosas empresas Phantomhive.

 

 

-Como ordene, mi señor.  -Se inclinó el mayordomo, llevando su diestra al pecho. -¿Necesitará que le lleve hasta el aeropuerto?

 

 

-No, tomaré un taxi.

 

 

-Entonces, le pediré uno.

 

 

-No. –Le interrumpió, mientras abría su parasol. –Lo tomaré yo mismo. Deséame suerte con los empresarios alemanes.

 

 

-Rezaré por usted, mi señor. Que tenga un buen viaje. –Le despidió amablemente el mayor, acompañando a su amo hasta el portal del lujoso pent house. 

 

 

 

La lluvia caía a cántaros fuera, resultándole placentero el rico olor a tierra mojada, y la sonata acompasada de las gotas formando charcos sobre el pavimento. Caminaba con parsimonia, queriendo alargar aquel camino hasta el infinito. Sus costosos zapatos se humedecían al entrar a los charcos, más poco le importaba aquello. Siempre ocupado con la administración de sus industrias, nunca tenía tiempo ni siquiera para salir a dar un paseo a pie, como toda la gente normal lo acostumbraba en aquella metrópoli.

 

 

-¡Taxi! –Gritó al estar postrado a las orillas de una banqueta superpoblada, luchando por no resbalar y por ganar el primer vehículo que se detuviera.

 

 

Con dificultad se desplazaba entre la gente, pero el bullicio le empujaba hacía atrás, arrebatándole en más de dos ocasiones su medio de transporte, y en una de esas, lanzando por el aire su paraguas y dejándolo inservible. Con premura, se refugió debajo de un tejado, apegándose a la pared con tal de no empaparse más de lo que ya se encontraba. Tanta conmoción no le había permitido percatarse de un pequeño detalle; no estaba solo debajo de aquel pequeño techillo.

 

 

-Hacía varios años que no teníamos un diluvio como este, ¿verdad? –Comentó una voz a su lado, sobresaltándolo por lo inesperado de esta.

 

 

-Ah… sí, supongo. No llevo mucho aquí en Nueva York.  -Contestó a la ligera el joven de cabellos azulinos, sin voltear su vista siquiera.

 

 

-¿A sí? Entonces ¿de donde proviene, mi buen señor?

 

 

-De Londres, es ahí donde nací. –Observó con melancolía las cristalinas gotas caer y fundirse en el suelo. ¿Porqué cuando llueve parece que el mundo se paraliza?, las personas detienen su quehacer, dándole lugar a los chubascos, que disfrutan del escenario para sí solos.

 

 

-Yo también vengo de ahí… -Susurró el misterioso hombre, captando la atención del joven empresario.

 

 

Entonces le vio, llevaba puesta una gabardina color negra, parecida a la suya, solo que esta, junto con un gran sombrero, cubrían parcialmente su rostro, dejando entrever sus curvados labios, que no cesaban de sonreír. Aquella enigmática silueta, por alguna razón le parecía familiar, pero no lograba ubicarla.

 

 

-¿Y a dónde se dirige? –Continuó con su interrogatorio el mayor, aún distante del joven Phantomhive.

 

 

-Al aeropuerto, tomaré un vuelo a Alemania. –Vociferó Ciel, cuestionándose a sí mismo el porqué de su desenvoltura con aquel extraño sujeto que recién conocía.  -Pero dudo que alcance a llegar a tiempo con tan mal clima.

 

 

-Dicen que cosas así ocurren por azares del destino, mi señor. –Soltó una risilla el adulto.

 

 

-¡Taxi! –Exclamó el oji-azul al ver el vehículo teñido de amarillo acercándose a mediana velocidad hasta donde se encontraban.  -¿Destino? Hmph… yo no creo en eso.  -Enunció el joven, abriendo la puerta del vehículo frente a sí.

 

 

-¿Está seguro, Bocchan?

 

 

-”¿Bocchan?”  -Balbuceó el joven, girando su rostro hasta encontrarse con el del sujeto. –Un momento… tú… tú eres…

 

 

-Has crecido mucho, Ciel

 

 

Sus ojuelos del color del mar más profundo se abrieron al sentirse alar por aquellos fuertes brazos tan familiares. La cabeza le daba vueltas en esos momentos, y su corazón se sentía correr como un corcel desbocado. Aún confundido, correspondió al abrazo, encontrando sumamente apacible la alta figura de ese desconocido. La melancolía le tomó por sorpresa, sintiendo sus enormes orbes escocer. Gordas y vergonzosas lágrimas amenazaban con salir, como si se tratara de una persona que no veía hacía años, de un reencuentro inesperado. Tímida, la primera pizca salada se aventuró a huir de sus pestañas, recayendo sobre el hombro de aquel sujeto.

 

 

 

-Tardaste mucho… idiota. –Sollozó sin saber el porqué esas palabras salían de sus trémulos belfos, entrecortándosele la voz debido al llanto.

 

 

-No importa si el joven amo ha crecido, aún así es hermoso. –Articuló el más alto, apretándole entre sus brazos protectores, con una delicada sonrisa sobre su rostro.  -Prometí que no le abandonaría, ¿no es así? –Dijo tomándole por el rostro, obligándole a verle a los ojos, esos rojizos ojos.

 

 

-Lo sé… -Susurró sonrojado el muchacho, acariciando la mejilla del demonio, temiendo que todo se tratara de un hermoso sueño, y que este fuera a esfumarse en cualquier momento.

 

 

-Por eso… no le permitiré irse, ni a Alemania, ni a ningún otro lugar.

 

 

Las grandes manos se entrelazaron con los hilos azules, acariciándolos tiernamente, atrayendo el aún joven e inmaculado rostro a los peligrosos labios del demonio, fundiéndose ambos en un apasionado beso. Sus labios conectados danzaban armoniosamente, importándoles poco la lluvia sobre sus necesitados cuerpos, que delicadamente les cubría con el manto de sus aguas, mezclándose todo en un torrente de amor y vehemencia embriagante.  Impacientes, buscaban unir sus desesperadas almas para siempre en un sutil y silencioso ósculo.

 

 

 

 

 

 

 

 

 

Porque siempre se habla de dos personas, las cuales sus almas están predestinadas a estar juntas, no importa en qué año o en que era se encuentren, de alguna manera siempre encuentran la forma de volverse a reunir…

 

 

 

 

Para siempre.

 

 

 

 

 

Notas finales:

FIN


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