Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Memories por SHINee Doll

[Reviews - 17]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del fanfic:

 

Dedicado a Sheila, porque siempre quise escribir algo para ella y luego esta idea asaltó mi mente. Disfrútala, bonita, porque esta escrita para ti con mucho cariño y algo de azúcar. 

Notas del capitulo:

Parte de la historia de Jinki y Taemin corresponde a una experiencia que viví en una ocasión; una parte (aclaro). El resto es pura ficción.


Advertencia:  insinuación OnKey.

Hay historias que nunca deben contarse,
secretos que no pueden ser revelados,
verdades que deben mantenerse ocultas.
Yo lo sé mejor que nadie, pero, sinceramente,
lo que estoy por narrarles no tiene relación conmigo.
No es mi historia, mi secreto o mi verdad.
Sólo soy un espectador curioso,
alguien que presenció cada momento.
Hay historias que nunca deben contarse,
pero ésta, no es una de ellas.

MEMORIES

« Sus recuerdos y los míos mezclados dentro de una historia que no es más que parte de otra,
transformándose en un cuento sin final, donde nunca sabes lo que ocurrirá,
porque todo puede cambiar de un momento a otro, y a veces nada es lo que aparenta ser »

Capítulo I.
Una historia que apenas toma forma.

Corría el mes de octubre y los árboles se teñían de tonos amarillos, naranjas y rojizos, mientras la brisa, apenas fresca, mecía sus hojas todavía verdes y arrastraba consigo aquellas secas, haciéndolas bailar en los aires y acabar en el suelo, la acera o el pavimento, tiempo después, bajo los pies de aquellos que salían a caminar y las llantas de los vehículos que transitaban por las intranquilas calles.

— Parece que va a llover. — pronunció un joven de escasos veinte años, contemplando el cielo. — Sabía que sería así, no entiendo por qué no he traído un paraguas.

Ese joven era Lee Jinki, conocido por sus amigos más cercanos, algunos familiares y uno que otro indiscreto con aire de confianzudo, como Dubu; uno setenta y siete de estatura, escasos sesenta y cuatro kilogramos de masa corporal, piel clara, apenas tocada por el sol, cabellos lacios, castaños, sedosos, ojos pequeños y marrones, labios gruesos, rosados y apetecibles, dientes perfectamente alineados y blancos. ¡Y su sonrisa!, ¡Oh Dios, su sonrisa! No había sonrisa más hermosa que la de Jinki, nadie dudaba de ello, porque no se podía, porque no querían; y es que nadie podía negarlo: el rostro de Jinki se iluminaba completamente cada que sonreía, y su sonrisa era contagiosa.

— Siempre tan pesimista. — escuchó una voz a su espalda, y se giró, sonriéndole al recién llegado. — Aun así, me alegra mucho verte de nuevo, Jinki.

Jinki ensanchó su sonrisa, con sus ojos convirtiéndose en una fina línea. Frente a él, luego de tres largos años, se encontraba Kim Kibum, su mejor amigo. Dos años más joven, cuatro centímetros más alto, al menos cinco kilogramos menos pesado, con un rostro extremadamente delicado: ojos pequeños y gatunos, profundos y achocolatados, pómulos altos, marcados, labios delgados, acorazonados, suaves. No perdió detalle de su cabello rubio, con luces de colores, ni de sus jeans ajustados y su holgada y colorida camiseta, con unas botas a media pierna de agujetas brillantes.

— Llegué a pensar que este momento no se daría nunca. — habló tranquilamente, comenzando a caminar con el rubio a su lado, con la brisa meciendo los cabellos de ambos. — Han sido tres años desde la última vez que nos vimos, desde que subiste a ese avión y te marchaste lejos... — su voz se apagó, mientras el recuerdo lo envolvía.

Kibum se mordió el labio inferior, mirando al otro fijamente. — ¿Te escuchas a ti mismo? — soltó apurado, cruzando los brazos sobre el pecho. — Suenas tan deprimente que me haces sentir enfermo, Jinki. — siempre tan directo, tan sincero, tan poco cuidadoso.

El mayor sonrió, complacido. — Tienes razón. — reconoció al final, sonriendo una vez más. — ¿Qué tal un café de ese lugar que tanto te gustaba?

— Haz leído mi mente. — coincidió Kibum, moviendo su cabeza en señal de aprobación. — Y una vez ahí, me hablarás de… esa persona, ¿está bien?

La mirada de Lee perdió un poco de su brillo y su sonrisa se congeló, y ninguno de esos detalles pasaron desapercibidos para Kim. Al final el mayor asintió, resoplando, mientras envolvía la mano del rubio con la suya y, ajenos a las miradas de los que transitaban junto a ellos, caminaron tomados de la mano hasta la cafetería que tanto amaban.

 

 

Llamaron a la puerta dos veces, interrumpiéndome. Aparté la mirada de la pantalla de mi nueva portátil, quitándome las gruesas gafas con cuidado, mientras un “pase” se deslizaba entre mis labios. Pestañeé un par de veces, adaptándome a la escasa luz que envolvía mis alrededores, tan opaca en comparación del computador.

La puerta se abrió lentamente y alguien asomó su cabeza. Reconocí los cabellos cobrizos de mi mejor amigo, y moví mi mano para indicarle que se acercara.

— Key, te he traído un café. — anunció apenas cruzar el umbral y cerrar tras su espalda. — Supuse que podría caerte bien.

Asentí, tomando la taza y acercándola a mis labios. — Es perfecto, Jjong. — coincidí amable, pasándome una mano por los desordenados cabellos.

— Debe serlo, ya que lo he preparado yo mismo. — ambos reímos suavemente, para luego sumergirnos en un cómodo silencio, sólo disfrutando nuestras bebidas. — Llevas encerrado aquí dos días, dudo que durmieses aunque sea un par de minutos. — asentí y luego negué ante sus palabras, él me conocía perfectamente. — ¿Tan maravillosa es esa nueva idea tuya?, ¿tanta es tu inspiración que el resto del mundo ha pasado a segundo plano?

Sonreí sinceramente, descansando mi mano sobre la suya. — El tiempo se ha detenido en estas páginas, Jonghyun. — señalé la pantalla de la computadora. — Es una historia bastante simple, tan tonta que puede ser considerada una basura, pero es tan real que las emociones te envuelven y recorren en cada línea.

Jonghyun se estremeció, apartando su mano. — Odio cuando hablas de esa forma. — me dijo una vez más, igual que todas esas charlas mantenidas a lo largo de los años. — Me dan escalofríos y mis nervios se alteran. — yo no podía hacer otra cosa que reír. — Ahora dime, ¿crees que llegue a vender?

— Mi querido y estúpido amigo. — lo llamé, contento ante su expresión enfadada. — ¿Cuándo una de mis novelas no se ha convertido en un éxito rotundo?

Soltó un largo y cansado suspiro, sonriendo al final. — Tienes razón. — reconoció, acercando la taza para dar un sorbo. — Tus libros son perfectos.

— Como todo lo que hace Almighty Key. — dijimos a la vez, soltando una carcajada cómplice. — Tú, como mi editor en jefe, representante, mejor amigo y demás cosas… — moví la mano, restándole importancia. —…deberías apoyarme con esto, no juzgar mis hábitos de sueño, mis ideas y cada cosa que digo, hago o pienso.

— Tu humor es horrible, más que de costumbre. — se levantó, revolviendo, todavía más, mis cabellos. — Me iré ahora y te dejaré trabajar, Kibum.

Kibum…Kibum, Kibum. Sólo había dos personas que me llamaban de esa forma, y Jjong no era una de ellas. Sonreí ante mi ingenuidad, satisfecho por la inteligencia bien disimulada de mi amigo, quien, mientras fingía desinterés en mi manuscrito, lo leía de principio a fin sin que me diese cuenta.

— Muy astuto, Jonghyun. — reconocí al aire. — Muy astuto. — y todo mi ser volvió a concentrarse en las páginas en blanco de aquel documento de Word.

 

 

— Háblame de él. — pidió, casi exigió, Kibum, con sus ojos de gato sobre los orbes de Jinki. — Quiero conocer al que ha robado el corazón de mi mejor amigo.

El mayor sonrió, apartando su vaso de café. — Siempre tan románticamente cursi. — se burló, sonriendo ampliamente. — No todas las historias de amor tienen un final feliz, Kibum; no todos los sueños se convierten en realidad, y no existen tal cosa como los cuentos de hadas.

— ¡Tan pesimista! — volvió a quejarse, riendo con ganas. — Nadie habló de felicidad, calabazas o unicornios, Jinki. — le regañó, jugando con la pajilla de su americano. — No des más vueltas al asunto, tampoco le busques tres pies al gato; déjate de rodeos y cuéntamelo todo.

Con un suspiro, el castaño comenzó a relatar su historia, una que nadie más parecía conocer.

— Fue hace dos años y medio. — sus dedos trazaban figuras sobre el mantel de encaje. — Te marchaste y muchas cosas cambiaron, demasiadas. Mentiría al decirte que nuestra despedida no me marcó, que saberte lejos no me dolió en lo más profundo del alma. — Kibum le escuchaba atento, con un nudo comenzando a formarse en su garganta. — Lloré como idiota cuando el avión despegó, llevándote lejos de mí, porque aún estaba confundido sobre mis sentimientos y los tuyos, sobre si un ‘nosotros’ llegaría a funcionar realmente.

— Ahora no hay dudas, ¿verdad? — inquirió con la voz algo pastosa, como si recordar aquello también le doliese a él. — ¿Verdad, Jinki? — repitió, tomando la mano del mayor, entrelazando sus dedos, envolviéndose ambos en la calidez del otro.

Negó, sonriendo apenas perceptiblemente. — Ya no. — desvió la mirada un momento, luego volvió a centrarla en la desgastada tela que cubría la mesa. — Sentía que moría lentamente, que todo mi cuerpo estaba roto y mi corazón hecho añicos. — tomó con un poco más de fuerza la mano de Kibum. — Era como un enorme rompecabezas, uno que estaba incompleto, cuyas piezas parecían no encajar de nuevo, quizá porque algunas se encontraban extraviadas entre mi desesperación y las lágrimas que me acompañaban por la noche. Me forzaba a reunirlas por la madrugada y colocarlas en su sitio, sonriendo cada mañana a todo aquel que me saludaba, fingiendo que no me encontraba en un abismo profundo de tristeza, de dolor.

— Recuerdo que lo mencionaste una vez. — habló el rubio, probando su café frío, gélido. — Tu abuela había fallecido un par de meses antes de que yo me fuese y tu vida se desmoronó en ese momento. — Jinki asintió, con la escena de aquel fatídico día grabada en su memoria. — Cuando más me necesitaste, también desaparecí.

— Seis meses después de tu adiós, lo conocí a él. — Kibum se mordió el labio, reprochándose todavía su último comentario — Llegó a mi vida en el momento menos esperado, cuando más lo necesitaba. Fue una especie de milagro, obra del destino, tal vez una simple broma…

Jinki suspiró una vez más, y su voz se tornó grave cuando dio un nuevo giro a la historia.

— Hola, extraño. — alcé la mirada, encontrándome a un muchacho joven, de aire todavía infantil, ante mí, ligeramente inclinado en mi dirección.

Hasta ese momento reparé en las lágrimas traicioneras que recorrían mis mejillas, perdiéndose en mi barbilla. Las sequé con torpeza, sorbiendo por la nariz sin hacer mucho ruido. Él me miraba con una sonrisa amable en sus labios delgados, y no pude evitar buscar en su rostro los rasgos de Kibum. Y aunque había un ligero parecido entre ambos, la diferencia era sumamente marcada.

— ¿Te encuentras bien? — preguntó dulcemente, sentándose a mi lado en la banca, extendiendo un pañuelo en mi dirección. Asentí, tomándolo con indecisión, rozando nuestras pieles por accidente, sintiendo una corriente eléctrica recorrerme ante ese leve toque. — Soy Lee Taemin, estoy en segundo año de la escuela preparatoria y… ¿realmente estás bien? — apartó un par de mechones de mi rostro y buscó mis ojos, desvié la mirada. — ¿Puedes hablar?, ¿logras escucharme?

— Estoy bien. — mentí, forzándome a sonreír en su dirección. — ¿Nadie te dijo que no debes hablar con desconocidos?

Se rió, y sonó tan encantador que por un momento me perdí en todo él. — Si me dices tu nombre, entonces dejarás de ser un desconocido.

— Todo un chiquillo desvergonzado. — susurró Kibum, algo intrigado por la mirada que le dedicaba el más grande. — Taemin. Es un nombre realmente bonito.

— Todo él lo era, no sólo su nombre. — admitió Jinki, riendo un poco. — Taemin era hermoso, más que cualquier mujer; un par de centímetros más alto que yo, delgado, de facciones delicadas, sonrisas encantadoras y miradas dulces. Era perfecto, tan alegre, tan optimista, tan… maravilloso.

— Harás que comience a sentirme celoso de él. — reprochó el rubio, burlesco. — Recuerda que yo inventé la definición de perfección.

Y ambos rieron, aligerando el ambiente antes de que el mayor retomase su relato.

— Darling, ¿te he dicho antes que te amo? — preguntó curioso una de tantas tardes, ambos sentados sobre el césped, bajo la sombra de un frondoso y verde árbol.

Sonreí, cerrando los ojos un momento. — Muchas veces; pero supongo que deberé recordarte que también te amo, sweetie. — se había convertido en costumbre nuestra tratarnos de esa forma, como si fuésemos una pareja de novios, diciéndonos constantemente que nos amábamos y denominándonos con apodos cariñosos.

— Sabes que lo nuestro no funcionaría nunca, ¿verdad? — asentí, apreciando su sonrisa traviesa. — La distancia es un gran impedimento, tú aquí y yo del otro lado del continente. Además, ambos somos hombres, aunque eso es lo de menos… — no podía dejar de reír de sus ocurrencias, principalmente porque lo tenía a mi lado y él hablaba de estar lejos. —…podríamos escapar a Las Vegas y casarnos en la madrugada, luego de haber bebido toda la noche…

— Por mí no hay problema. — le seguí el juego, sonriendo ampliamente. — No hay cosa más romántica que irse de fiesta estando en Las Vegas, liarse con algún desconocido a mitad de la pista de baile, casarse a media borrachera, y despertar con una brillante sortija en el dedo anular y un acta de matrimonio que no recuerdas haber firmado.

Chasqueó la lengua, frunciendo luego los labios en un puchero y la nariz en señal de desagrado. — Es tentador, pero no. — fijó sus ojos en los míos. — Romántico es tener sexo en el baño de un avión con alguien que conociste durante el vuelo, mientras todos están despiertos fuera.

Estallé en carcajadas, siendo imitado luego por él. La plática terminó ahí, luego volvimos a centrarnos únicamente en el atardecer y la gente que pasaba.

Kibum se cubrió la boca con su mano libre, tratando de no soltar otra carcajada que atrajese la atención de los demás clientes. Jinki, frente a él, con sus manos todavía unidas, alzaba una ceja, confundido por la diversión de su amigo. Sin embargo, al pensar bien en todo lo dicho, creía entender la razón del rubio para disfrutar tanto el momento.

— Todo un personaje, ¿eh? — se burló, con sus ojos de gato liberando un par de lágrimas por la risa. — Hubiéramos sido buenos amigos, ambos igual de excéntricos.

Jinki no podría estar más de acuerdo. — Ese fue sólo el comienzo. — confesó. — Llevábamos sólo tres meses de conocernos, pero sentía que toda la vida estuvimos juntos, y no imaginaba un solo instante sin él… Idealizaba mi vida a su lado, incluso cuando el verano acabase y el regresara a casa, y entonces sí estaríamos lejos.

— ¿Cuándo te diste cuenta que estabas enamorado de él? — interrumpió el menor, descansando el mentón en su mano, con el codo apoyado sobre la mesa.

— Ese es el problema, Kibum. — dijo avergonzado. — No lo hice.

— Kai es maravilloso, Jinki; el mejor novio del mundo. — me contó una tarde de diciembre, a través de una pequeña ventana de chat en la pantalla de la computadora. — Mi tía dice que estoy loco y que esta relación no me conviene, pero no entiendo la razón que tiene para creer eso.

Tampoco yo lo hacía, para ser sincero. Taemin había vuelto durante los primeros días de agosto a su casa, despidiéndose de mí con un “hasta el próximo verano” que me supo a nada y su mano agitándose a la distancia, sin un abrazo, un beso en la mejilla o la promesa de algo más que una conversación cibernética de vez en cuando.

— Mi mamá dice algo similar sobre mi relación con Kibum. — confesé, sonriendo. — Aunque no sé si lo nuestro pueda denominarse ‘relación’ realmente. Es más como un todo, que al final se convierte en nada.

— ¡Oh! — exclamó el rubio, alzando una ceja. — Muchas gracias por la definición, Sr. Obvio. — Jinki se rió, volviendo a la historia ante el ceño fruncido de su amigo.

— Creo que estoy loco, ¿sabes? — cuestionó, yo respondí con otra pregunta, un “¿por qué?” que se encargó de responder al instante. — ¿Recuerdas la forma en que comenzamos? — lo hacía, pero me gustaba que me contase la historia varias veces. — Kai es mi vecino, y lo detestaba, porque sus fiestas solían ser realmente ruidosas y no me dejaban dormir, y me quejaba con él, pero siempre terminaba cerrándome la puerta en la cara. — asentía, aunque él no me viese. — Y un día accedí a ir a una de sus tantas reuniones y bebí más de la cuenta, ya sabes que el alcohol y yo no tenemos buena relación… no sé cómo, no lo recuerdo, pero terminamos besándonos en la cocina… y… bueno, no fue tan desagradable.

— Toda una historia, Taemin. — me burlaba yo, sonriendo a la pantalla. — Incluso me contaste eso del caramelo que te pasó. Siempre lo he considerado asqueroso, no entiendo cómo dices que fue excitante y hasta cierto punto dulce.

— ¡Porque lo fue! — se defendió, y casi podía ver sus mejillas sonrojadas. — Lo asqueroso es cuando te pasan un chicle, aunque prefiero compartir las paletas.

— ¿Qué ocurrió luego de eso? — Kibum ordenó un nuevo café, apartando su bebida fría para ese entonces. — ¿No te molestaba escucharlo hablar de su novio siempre?

Jinki negó, sonriendo. — Taemin tenía a Kai, y yo te tenía a ti. — el menor frunció el ceño, confundido. — Creía que estaba enamorado de ti, aunque ya no me encontraba tan roto como cuando te fuiste, porque mi nuevo amigo se encargó de reunir las piezas y devolverlas a su sitio. Comenzaste a llamarme y todo se volvió maravilloso, porque estabas de nuevo conmigo y, cuando llegaba a caer, Taemin me animaba con sus ideas bizarras y sus anécdotas divertidas.

— Nosotros nunca fuimos nada. — le recordó el de mirada felina, observando sus manos que no parecían dispuestas a soltarse. — Ambos creímos gustar del otro, nos confundimos, discutimos, nos lastimamos y luego nos separamos. Han pasado tres años y estamos aquí, hablando como si nada hubiese ocurrido.

El castaño soltó una risita, divertido. — Lo de nosotros no era amor, Kibum, sólo malinterpretamos nuestra amistad. — ambos estaban de acuerdo con eso.

La mesera regresó con dos cafés calientes y retiró los vasos casi intactos de ambos, dejando al centro de la mesa un plato con galletas. “Cortesía de la casa”, dijo al marcharse.

— ¿Qué pasó con Taemin después? — Kibum tomó una galleta, mordiéndola con delicadeza.

— No lo sé. — admitió el mayor, tomando su café. — Un día Taemin desapareció y no volví a saber más de él.

La sorpresa se apoderó de cada rasgo de Kibum, reflejándose enormemente en sus ojos cuidadosamente delineados. Jinki sonrió, un tanto avergonzado.

— ¿Lo buscaste?, ¿trataste de hablar con él?, ¿le enviaste algún mensaje? — soltó pregunta tras pregunta, tratando de entender las cosas.

— Estuvimos juntos poco más de un año, aunque fue más el tiempo que pasamos hablando a través de una maquina. — contó, deslizando su dedo por la tapa del vaso. — Yo… No entiendo cómo ocurrió, Kibum, pero me olvidé de él. Dejé mensajes en su correo durante las primeras semanas de aquel verano, porque pensábamos reunirnos de nuevo aquí, en la ciudad, pero no obtuve respuesta. Y luego lo olvidé y fue como si nunca hubiese existido.

— Es… extraño. — reconoció el rubio, jugando con una nueva galleta. — ¿Cuándo fue que volviste a pensar en él?

— Hace un mes, más o menos. — respondió serio, mirando la nada. — Y fue porque soñé con él. Nos reuníamos de nuevo y se veía distinto, con el cabello oscuro, ya no rojizo, más delgado y alto, tan feliz… y comenzaba a formar una familia, iba a casarse con alguien que no era Kai…

— No sé qué decirte, Jinki, de verdad. — apretó su mano, mirándolo a los ojos; el mayor asintió.

— Fue luego de ese sueño, que comprendí todo. — sonrió con tristeza, con sus ojos brillando por las lágrimas contenidas. — Siempre estuve enamorado de él, pero no me di cuenta, porque él tenía novio y yo seguía encaprichado contigo. Y cuando dejamos de hablar, lo enterré en mi memoria, junto con todos sus recuerdos. Y la noche que volvió a mí su nombre, lloré como no te imaginas, lloré por horas, sintiendo su ausencia más que nunca.

Kibum se quedó sin habla, contemplando al castaño que, por vez primera en la tarde liberó su mano y usó el dorso de ésta para secarse la escurridiza lágrima que se deslizaba por su mejilla. La calidez mantenida hasta ese momento abandonó por completo al rubio, también a Jinki, y sus corazones se helaron un poco, sumergidos en memorias que creían olvidadas, aunque las del mayor parecían doler más y era evidente en su rostro, en sus ojos, en el leve temblor de sus labios. Y una sola pregunta rondaba la mente de ambos para ese entonces, luego de transcurrido más de un año desde la última conversación de Jinki con Taemin, cuando ambos prometieron reunirse al día siguiente para hablar de nuevo, cuando un ‘hasta mañana’ apareció en sus pantallas y un ‘buenas noches’ pareció marcar el fin del día, cuando ninguno sabía que ambas frases eran un ‘adiós’ y un ‘hasta nunca’.

“¿Qué había sido de Taemin?”

 

 

No escuché la puerta abrirse, porque me encontraba concentrado en cada palabra, inmerso en mis recuerdos, así que no fue de extrañar que pegase un salto en mi silla giratoria cuando un par de brazos rodearon mi cuello y los abultados labios del que no sabía se encontraba en casa, atraparon el lóbulo de mi oreja.

— Tonto, me asustaste. — le reproché, golpeando levemente su brazo derecho; su risa inundó mis oídos y me estremecí dentro de su abrazo. — ¿Cuándo llegaste?

Sopló en mi oreja, volviendo a jugar con el lóbulo; para ese entonces comenzaba a olvidarme de todo. — Acabo de hacerlo. — respondió finalmente. — Te eché de menos.

— También yo, Minho. — rompí su abrazo, levantándome de la silla para verlo de frente. — Extrañé demasiado a mi novio, no sabes cuánto. — deslicé la mano desde su vientre hasta su pecho, deteniéndome a la altura del corazón, sintiéndole latir violento bajo mi roce. — ¿Tienes hambre?, ¿te preparo algo?

Negó, con sus cabellos negros moviéndose traviesamente. — Tengo antojo de algo, de hecho. — admitió sonriendo de lado, mirándome de forma descarada. — Pero supongo que tu nueva novela es más importante que yo. — fingió ofenderse, pero le conocía lo suficiente para saber que sólo bromeaba. — Hablé con Jonghyun de camino acá y me lo contó todo. No imaginé nunca que convertirías la historia de Onew en un libro…

— Tampoco yo. — confesé, sonriendo. — Pero vale la pena escucharla, ¿no? — asintió, tomando mi rostro entre sus manos. — Deja de mirarme así, me pones nervioso.

Sonrió ampliamente, dejando un beso en mi frente. — Me iré a la cama. — besó mis labios con lentitud, demasiada para mi gusto. — ¿Vienes? — guiñó el ojo y se encaminó a la puerta entreabierta del estudio. Lo miré, luego volví mi atención al documento abierto y una vez más a él. — ¿Qué es más importante ahora, bebé? — se burló.

— La historia puede esperar. — respondí veloz, guardando el documento y cerrando el programa, esperando unos segundos antes de apagar la portátil; me quité las gafas y las dejé sobre ésta. — Ahora, vayamos a la cama; estoy agotado. — Minho soltó una carcajada, rodeando mi cintura con su brazo.

— ¿Demasiado cansado? — cuestionó divertido, bajando su mano hasta sujetar mi cadera. — ¿O sólo un poco?

Me reí, disfrutando el momento. — Depende de lo que tengas planeado. — manifesté travieso, con aire coqueto, sonriendo ladinamente, con mis ojos anclados en sus enormes orbes oscuras. — ¿Qué tienes en mente? — inquirí, sintiendo su boca apropiarse de la mía de nuevo.

— Darte inspiración para una novela erótica. — susurró en mi oído, y un escalofrío me recorrió.

Sonreí, golpeando su pecho entre risas. — Idiota. — se rió también, tomando mi mano para entrelazar nuestros dedos, y jamás había sentido mi corazón tan lleno de todo como en ese momento. — No hagas que reconsidere mi decisión y vuelva a ese estudio a terminar de escribir la novela.

— No te dejaría hacerlo nunca. — se defendió, acercándome a su cuerpo. — Esta noche eres mío, Kibum.

Sonreí, rodeándole el cuello. — Siempre lo he sido. — no mentía al decir aquello, y él lo sabía. — Subamos ahora, tanta charla sin sentido me aburre. — mordí mi labio inferior, mirándolo de reojo. — Te fuiste tres días enteros, ¿qué harás para remediar tu ausencia?

— Lo sabrás pronto. — su respuesta me gustó, le daba cierta emoción a todo. — Por cierto, Minnie dijo que te enviaría algo en estos días.

¿Me enviaría algo?, ¿para qué?, ¿qué sería? Mi curiosidad comenzó a despertar y la idea de llamarle me resultó tentadora.

Minho atrapó mis labios de nuevo, un poco más agresivo que las veces anteriores y las dudas se fueron, centrándome sólo en él y la puerta de nuestra alcoba al cerrarse.

Notas finales:

La historia cuenta con cuatro capítulos solamente; estaré actualizando lunes y jueves. ¡Saludos!


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).