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Amor Yaoi
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Inevitable por ItaDei_SasuNaru fan

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Notas del capitulo:

¡¡¡Hola queridos lectores amantes del DouWata!!!

¡Miren, no me tiré del edificio! Yo estaba lista en la azotea, pero me prohibieron tirarme. ¡Qué se le va a hacer!

No me tardé tanto esta vez ( ;D )

No se preocupen, sigo sufriendo. He perdido peso, casi no duermo y mi dieta es a base de café, pero de alguna manera sigo adelante ( >0< )9

Y aquí estoy, eufórica por poder traerles la continuación del capítulo anterior.

El pasado 8 de marzo se celebró el Día Internacional de la Mujer, así que, señoritas... Deseo que hoy, mañana y siempre las acompañe la prosperidad, la fuerza y la elegancia.

Me decidí, amo el Thilbo. ¿Y saben qué? ¡I'm not even sorry! ( XD )

Aunque primero ha sido preciso separar los mundos de Conan Doyle y Tolkien ( -_-U )


A todos los que comentaron el capítulo anterior, les debo mi completa y honesta gratitud.

Me sentí complacida de ser una escritora.

Me sentí orgullosa de ser una escritora DouWata. Y créanme, de corazón, que eso no sucede a menudo.

Así que millones de gracias, realmente me dan fuerzas para seguir adelante.


Y bueno...

Disculpen todos los errores de narración y ortografía.

Disclaimer. Los personajes son propiedad de las CLAMP.

Aquí está la imagen que inspiró este capítulo y que me ha quitado el sueño tantos días: http://img.photobucket.com/albums/v674/celestial_spare/Yaoi/shonen_jidai_colored_douwata.jpg

¡Disfruten!

Capítulo 7

 

 

En primera instancia, Watanuki quiso pegar un grito, pero se contuvo con la mano firmemente puesta en la boca.

Pasaron varios minutos mirándose a los ojos. Watanuki no tenía ni la menor idea de que podía hacer para salir de este nuevo embrollo. Doumeki le observaba con una mirada especialmente intensa y casi pesada; era imposible dudar que ese pequeño algún día se convirtiera en el hombre que conocía.

No obstante, en ese momento se encontraba paralizado por la sorpresa de este nuevo día.

—¿Y bien? —preguntó, separando las manitas de su vientre sin dedicarles el menor vistazo, haciendo que los halos de luz se disiparan en un imperceptible murmullo.

El ojos-azules permaneció en silencio, buscando las palabras para explicar la situación.

—Tu… Yo… Voy a tener… hijos —logró escupir Watanuki con titánico esfuerzo, calculando que eran las únicas palabras que podía emplear sin matar a su interrogador de un infarto.

—¿Cómo? —inquirió el infantil morocho, ladeando su rostro graciosamente.

—Estoy… e-e-embarazado —si Watanuki pensó que había sido difícil darle la noticia al Doumeki adulto, comprobó que era más difícil decírselo al pequeño. Su cara prácticamente hervía por el sonrojo.

—¿En serio? —la intriga llenó los ojos del niño—. ¿Eso se puede?

—Aparentemente —rió el moreno con ansias terribles. No quería ni imaginar lo que haría si le hacía una pregunta demasiado penosa…

—Tendré que preguntarle a Haru-chan —dijo Doumeki para sí mismo haciendo una nota mental, agregando un segundo después— ¿No son de él, cierto?

—¿Quién es…? ¡No, por supuesto que no! —estalló Watanuki en indignación al darse cuenta que se refería a Haruka-san.

<<¡No dejaría hacer eso a nadie más que a ti, tarado!>> aulló para sus adentros. Para su buena suerte, la telepatía había desaparecido por el momento, quizás sus retoños eran conscientes de lo peligroso de las circunstancias.

—Bueno, espero que no me mientas —dejó pasar unos segundos para que la fuerza de sus palabras hiciera el efecto esperado. Congelar al escucha—. ¿Por qué estás aquí?

—Em… Para cuidarte —soltó Watanuki con una sonrisa, creyendo que sonaba bastante coherente y creíble. No era del todo mentira.

—¿Y por qué no está mi mamá? ¿O mi abuelo? —Doumeki conservó un talante perspicaz.

—Ellos… salieron.

—¿Adónde?

—A… Pues… ellos fueron a… Quiero decir… Yo estoy aquí porque…

—Olvídalo. No puedes decir cinco palabras juntas sin tartamudear —interrumpió el morocho, ciertamente aburrido con lo que pasaba—. Seguro que es otra de las salidas extrañas de Haru-chan —volvió a susurrar para sí mismo.

—¡Exacto! —apoyó Watanuki, sintiendo súbitamente una corazonada muy fuerte—. Seguro que tiene algo que ver.

—Mientras espero a que vuelvan, prepararé mi baño —dictaminó el pequeño dirigiéndose a la salida de la habitación. Antes de salir, posó una mano en el dintel y volteó a ver al otro con una mirada inteligente.

—¿Qué? —preguntó el moreno nervioso.

—Haz mi desayuno.

Y desapareció por la derecha sin que sus pasos resonaran por el pasillo, con un deslizado de porte señorial.

—Grrr… Es especial para sacarme de mis casillas —gruñó Watanuki apretando furiosamente las mandíbulas. Sus hijos le dieron dos pataditas cada uno, a modo de regaño—. Ya sé, me tengo que calmar… ¡Pero es culpa de su padre que me enoje!

Sacudiendo la cabeza y los hombros, como si con eso se desprendiera de la furia que comenzaba a crecer, se levantó de la cama  y salió de la habitación. Caminó derecho a una de las salas, buscando el teléfono. Marcó el número de la casa de la bruja.

Yuuko le saludó con voz adormilada, y aunque el menor quiso reprenderla por su haraganería, pasó al punto principal y dijo de corrido todo lo que había sucedido; desde el desmayo de Doumeki hasta la mañana de ahora.

—… y así están las cosas. ¿Qué debo hacer para regresarlo a la normalidad? —preguntó el moreno con la desesperación dominando su voz.

—Nada. Tú no puedes regresarlo a la normalidad —respondió la morena con serenidad pasmosa. Watanuki no pudo evitar imaginarla mirando sus uñas con gran interés.

—¿Por qué? ¡Tiene que haber una forma! —insistió el empleado, aferrándose al teléfono como el naufrago que se aferra a la primera roca que divisa luego de estar perdido en el mar.

—Lo siento, querido. Lo único que puedes hacer es esperar.

—¿Pero por qué? —insistió desesperado—. Dígame por qué sucedió esto —demandó Watanuki, convencido de que su jefa tenía algo que ver en toda esa locura.

—Fue el deseo de un cliente —respondió Yuuko, haciéndole saber que realmente no tenía más opción que esperar.

—¿Y quién es ese cliente? —si se llegaba a enterar de la persona que le estuviera jugando semejante broma, lo haría puré.

—No puedo decirte, lo siento. Es parte de mi deber —se excusó la otra con una risa imposible de esconder.

—¿Lo puedo adivinar? —aventuró Watanuki cruzando los dedos.

—Supongo que sí, no está dentro de las limitaciones del deseo… Te doy diez preguntas. Adelante.

—¿Es humano?

—Si —oír eso era un gran alivio, ya que así descartaba todas las horrendas criaturas que había visto a lo largo de su vida.

—¿Lo conocemos?

—Sí.

—¿Es un hombre?

—No.

—¿Es una mujer?

—Sí.

—A ver —murmuró Watanuki, tamborileando los dedos sobre su mejilla, pensando en otra pregunta que pudiera serle de utilidad.

—Tic-toc, tic-toc~ —apresuró la bruja con consciente maldad.

—Mm… ¿Es Himawari-chan?

—Nop.

—¿Es Kohane-chan?

—Nop.

—¿Es la adivina?

—Empezaste bien para terminar mal, querido~ —canturreó Yuuko en su oído, haciendo que el chico se mordiera las uñas de impaciencia. Solo le restaba una pregunta.

—Esta mujer… ¿Está viva? —era su última apuesta por averiguar si se trataba de quién él creía.

—No —concluyó la dueña de la tienda con voz de ultratumba en su última respuesta, sonriendo por la inteligencia de su empleado.

—Demonios… —dejó escapar Watanuki, cayendo de rodillas frente al teléfono y sin poder creer en lo que escuchaba.

—¡Qué perspicaz, Watanuki! ¡Te acercaste mucho a la respuesta!

—¡Qué consuelo! —ironizó el halagado, sintiendo el corazón en la garganta de la aflicción que se había apoderado recién de él.

—No te preocupes, el hechizo terminará al final del día —le consoló de alguna manera la mayor, tratando de que se calmara por el bien suyo y de los bebés.

—Esto… ¿No afectará en un futuro? Doumeki mencionó que todas las fotografías de su infancia habían quedado selladas en el templo, ya que era parte del ritual que realizó Haruka-san. No creo que sería conveniente si…

—Tranquilo —repitió Yuuko soltando una bocanada de humo—. Tomé en cuenta todo eso antes de poder realizar mi hechizo. Hablé con el abuelo de Doumeki-kun y dejamos muy bien resuelto nuestro trabajo.

—¿Que usted hizo el qué? —inquirió Watanuki sin poder creer lo que escuchaba—. ¿Haruka-san accedió a colaborar en esta broma demente?

—Claro que sí, nosotros somos expertos en lo que hacemos. Los efectos terminarán cerca del anochecer, a la hora exacta en que Doumeki-kun se desmayó.

—¿Pero está segura que no tendrá consecuencias? ¿Será el idiota de siempre?

—Estoy segura. Antes del anochecer tendrás a tu Doumeki-kun tan macho, guapo y arrogante como siempre. Te lo garantizo —afirmó la hechicera con gran alegría logrando que a su empleado lo atacara un profundo sonrojo—. Y hasta te ofrezco un bono extra: Doumeki-kun no recordará nada de este día.

—¿En serio? —no sonaba tan mal.

—Así tiene que ser, de lo contrario podría repercutir en un futuro. Voy a explicarte las reglas del juego —Yuuko carraspeó para darle dramatismo y Watanuki solo atinó a rodar los ojos con exasperación—: Solo dile tu nombre, no tu papel su vida, no puedes decirle que fue él quien te dejó em…

—¡Eso ya lo había entendido por simple decoro, Yuuko-san! —aulló el ojos-azules con un timbre ligeramente estridente, haciendo que el sonrojo le llegara hasta la raíz del pelo.

—¡Me alegro! Entonces sigamos: No puedes decirle que le han aplicado un hechizo, no puedes dejar que lo veamos ninguno de sus conocidos, no debes dejar que se acerque a las fotografías que están en la bodega del templo y trata por todos los medios posibles que llegue a la tarde sano y salvo.

—Je… ¿Eso es todo? —preguntó retóricamente el chico con exasperación.

—No lo tomes a mal, Watanuki. Piensa que es una buena oportunidad para conocer una parte de Doumeki-kun que nunca habrías visto en circunstancias diferentes.

—Eso lo sé, pero es que… Está bien —se resignó el joven al final con un largo suspiro y masajeando el puente de su nariz—. Haré lo que me pide.

—¡Así me gusta! —le felicitó Yuuko con las palmas al aire logrando que el moreno escuchara sus aplausos—. Ahora, yo te aconsejaría que no lo perdieras de vista.

—¿Por qué? Es Doumeki.

—Solamente es un consejo… ¡Ciao~! —y la llamada se cortó dejando al chico con la palabra en la boca.

—¿Quién la entiende? Me habla como si todo se tratara de un acertijo —se quejó el ojos-azules yendo a la cocina a preparar el desayuno—. Y si no, me habla como si yo fuera un niño ¡Es tan irritante! Me alegro de que Mokona no estuviera al teléfono, por lo menos me ahorré las bromas tontas. Apuesto a que si no fuera porque… ¡Igh! —de la garganta de Watanuki escapó algo parecido a un gemido quebrantado.

Quedó estático en la entrada de la cocina, con los ojos fijos en el temible espectáculo que contemplaba.

Haciendo equilibrio sobre un pie posado en una silla diminuta, un cojín, otra silla, una cacerola, una almohada, otra cacerola y finalmente una silla del comedor, estaba Doumeki tratando de alcanzar un bote de galletas puesto en lo más recóndito de la alacena.

El equilibrista estiró un poco más la mano, soltando un pequeño quejido de esfuerzo, sintiendo que ya casi tocaba su objetivo con la punta de los dedos, cuando una de las almohadas lo traicionó.

Toda la torre de objetos bailó sobre un eje imposible y Doumeki se vio siendo lanzado al vacío.

Watanuki ese día descubrió que era más veloz de lo que creía.

Dando zancadas y extendiendo sus brazos, atrapó al pequeño y lo apretó contra su pecho, con el cuidado de no golpear su vientre mientras lo acogía.

El terrible estruendo que ocasionó la madera de las sillas y el acero de las sartenes al impactar contra el suelo golpeó los tímpanos del moreno, que apretujo más fuerte al pequeño cuerpo que tenía entre sus brazos.

—¡¿Pero en qué estabas pensando?! —exclamó Watanuki completamente histérico, poniendo a Doumeki en el suelo y tomando su carita entre las manos.

—Yo… Yo… —el chiquitín tartamudeó con miedo ante el resplandor iracundo que veía en los ojos azules del otro.

—¡Pudiste haberte hecho mucho daño! —era pánico el que hacía temblar el cuerpo de Watanuki, que no quería ni imaginar que habría pasado de no haberlo agarrado a tiempo.

—Es que yo… yo… —espasmos evidentes sacudían el cuerpo del pequeño Shizuka, sintiéndose regañado, impotente y culpable.

—¡¿Tu qué?!

—Q-quería alcanzar l-las galletas —explicó Doumeki a través de los suspiros crueles que amenazaban con hacerlo soltarse en llanto.

—¿Pero acaso no ibas a bañarte?

—Te-tengo hambre. Siempre a-a-agarro una galleta cuando despierto —el morocho se llevó las manos a los ojitos para limpiar las lágrimas que ya habían escapado de sus ojos.

Watanuki se odió por ser tan débil ante cualquier gesto que realizara Doumeki; hasta se arrepintió de haber gritado. Sabía que su pequeño probablemente no había calculado los riesgos de sus acciones y luego de haber experimentado el terror indecible de casi caer de una torre de dos metros, lo que menos quería era escuchar eran sus gritos.

El moreno apartó las manitos de Doumeki, para limpiar con las suyas esas mejillas sonrojadas por el llanto.

El morocho quiso decir algo, pero Watanuki pronto lo silenció al envolverlo en un abrazo que los sumergió en un ambiente de tranquilidad.

—Eres un tonto —le regañó el mayor de los dos con un tono burlón, hablándole al oído—. Arriesgas tu vida por la comida; definitivamente eres el Doumeki que conozco.

El aludido se dejó abrazar sin pronunciar palabra. No sabía que responder ante esta persona que parecía saber tanto de él.

—Gracias —dijo el menor en susurro luego de un rato, justo después de que se separaran del abrazo y sus ojos normalmente color verde oscuro estuvieran menos enrojecidos.

—¿Con que ése es tu vicio secreto? No me lo habría imaginado —el ojos-azules sonrió más relajado al reparar en un detalle. Si ese bote de galletas continuaba en el mismo sitio desde la niñez de Doumeki, quería decir que era un hábito muy antiguo—. ¿Por qué no me llamaste?

—Estabas hablando por teléfono.

—¿Por qué no esperaste por mi?

—Tengo hambre —explicó Doumeki con cierto deje de frustración, creía que se estaba repitiendo sin necesidad.

—Eso lo explica todo —se convenció Watanuki, cabeceando de lado a lado con cierta resignación. Con una sonrisa en guardia, picó su nariz y le tomó de la mano para salir de la cocina.

—¿Adónde me llevas? —la voz del pequeño se escuchó aprensiva, imaginando que después de todo si merecía un escarmiento.

—A darte un baño. Me has hecho ver que no puedo perderte de vista —bromeó el ojos-azules.

Watanuki quiso golpear su cabeza contra la pared más cercana al darse cuenta que Yuuko tenía razón (otra vez).

Preparando el agua tibia, el moreno dejó listo el baño para Doumeki. El morocho se dejó desvestir, se dejó lavar y se dejó secar con una toalla enorme que cubría todo su cuerpo. Doumeki se asustó un poco cuando fue llevado a su cuarto y vio que no había nada de su ropa en él. Solo había ropa de adulto. Watanuki salió despavorido a buscar ropa que le quedara, y mientras tanto, él aprovechó para secar su cabello y mirar con extrañeza toda su habitación.

Se veía igual, pero se sentía distinto.

El otro regresó al poco tiempo, trayendo entre sus brazos sus acostumbrados kimonos.

Doumeki quiso preguntar por qué todo estaba tan diferente, pero debido a su naturaleza silenciosa no lo hizo.

Watanuki agradeció que no preguntara. Lo contempló sin intercambiar ni una sola palabra.

Una vez el morocho hubo terminado de cambiarse, fueron a desayunar. El pequeño Shizuka estuvo examinando al moreno mientras cocinaba y el cocinero, contento de tener público en su mayor destreza, le ofrecía una probada de los bocadillos que iba preparando. El niño gemía de gusto ante el suculento sabor de la comida. Watanuki luchó por no sonrojarse ante cada carita de placer que Doumeki le mostraba.

Watanuki estaba teniendo segundos pensamientos y estaba comenzando a asustarse.

Terminaron por degustar un delicioso manjar que les anunció un buen día.

—¿Qué quieres hacer? —inquirió el ojos-azules, en lo que recogía los platos y los lavaba rápidamente. No se oyó una respuesta inmediata; infirió que el interrogado estaba pensando seriamente su respuesta—. ¿Y bien?

—¿No tienes nada que hacer?

—Casualmente, no. Pero si no me quieres aquí —el travieso Kimihiro se dirigió a la puerta con actitud de falsa resignación—, si crees que soy muy aburrido, supongo que me iré y te dejaré aquí solito hasta que…

—¡No!

Las manitos de Doumeki sujetaron con firmeza su pantalón, deteniéndole en el momento.

—¿No qué? —estaba siendo malo…

—No te vayas… —murmuró Doumeki tan suavemente que Watanuki necesitó de toda la agudeza de su sentido auditivo para escucharlo.

—¿Por qué no? —el ojos-azules se puso a la altura del más bajo.

—Porque… me g-g-gustas —susurró el infante inconscientemente, sonrojándose divinamente fracciones de segundo después al ver la cara de asombro del mayor—. ¡No, no, no, no! ¡No es eso! Bueno sí, p-pero no lo d-dije con esa intención. Q-Q-Quiero decir… que… creo que me agradas y… y… cocinas bien… y… y…

Watanuki quedó embelesado con sus balbuceos. La carita de Doumeki estaba de un rosado brillante que no ayudaba  a minimizar su vergüenza, pero que lo hacía ver lindo. Muy lindo. Demasiado lindo.

<<¿Qué me pasa?>> se cuestionó el moreno de los ojos azules, impresionado por lo mucho que le gustaba esta faceta de su morocho de ojos verdes.

—¿Qué te pasa? —el tono de alerta en la voz del niño lo trajo de vuelta a la realidad.

—¿Qué me pasa de qué? —ahora era su turno para hablar incoherencias.

—Tu nariz está sangrando.

—¡¿Qué?! —saltó Watanuki sin poder creer lo que escuchaba. Se llevó una mano a la nariz y casi se desmayó al ver dos de sus dedos manchados de sangre.

—No te muevas —le ordenó Doumeki, corriendo a la cocina para tomar una servilleta. Cuando volvió, tomó el rostro del ojos-azules y con delicadeza inmensa limpió su cara.

Watanuki quedó todavía más enamorado de su expresión de concentración.

<<Me he convertido en un pedófilo…>> lloró en el interior de su alma, desconsolado por haber descubierto su lado pervertido. Sus hijos parecieron reírse de la locura de sus pensamientos.

—Creo que ya estuvo —comentó el moreno como una sugerencia sobre todo para sí mismo, dado que no podría resistir más tiempo contemplando a su “niño” amado. Sentía otro torrente queriendo salir.

—No eches la cabeza hacia atrás.

—¿Por qué?

—Se puede formar un coágulo de sangre, que viajará a tu cerebro y te provocará un derrame.

—Wow… ¿Gracias?

—No tienes que. No voy a cargar con la conciencia de tu muerte. Además, te saqué de la ignorancia —explicó el morocho con dominio, doblando la servilleta pulcramente y poniéndola en manos de Watanuki para que se la llevara—. Por cierto, creo que debes ir a bañarte.

Y sin más, se retiró de su vista.

<<¡Es increíble! ¡Va a matarme! ¡Me las pagará todas juntas cuando lo tenga en tamaño normal!>> la bipolaridad de sus emociones causada por las hormonas hacia su entrada triunfal.

—Agradezco al sol, a la luna y a las estrellas… —recitó Watanuki resoplando de furia, reteniendo el impulso de golpear una pared, recordando el mantra que Yuuko repetía en las horas de yoga y yendo a buscar una toalla para tomar un buen baño caliente.

 

Tiempo más tarde, ya estando Watanuki aseado y muy bien vestido, salió en búsqueda de Doumeki por el templo. Lo encontró en las escaleras de la entrada, saltando tras una pelota de hule.

—¿Quieres un jugador más? —ofreció, anunciando su presencia.

—¿No estás muy grande para jugar? —se burló el morocho, mirándolo con un poco d sorna.

—Por lo menos todavía tengo el alma joven, niñito amargado —contraatacó el moreno, sonriendo al ver que a Doumeki gustó de la broma.

—Estoy bien.

—¿Estás seguro?

—Siempre paso solo aquí. Estoy acostumbrado a jugar sin nadie.

Watanuki logró ver más allá de esas palabras.

—¿No has ido a jugar al parque con los demás niños? —el menor negó con la cabeza, agitando graciosamente su brillante pelo negro—. ¿No sales a jugar con tu mamá?

—Ella nunca pasa en casa.

—¿Con tu abuelo?

—Está ocupado con el templo. Cuando estamos juntos, se la pasa enseñándome cosas que aún no entiendo —explicó el pequeño haciendo rebotar alto su pelota, tratando de que cada salto superara al anterior.

—¿Y con tu papá?

—A papá no le gusta jugar conmigo, cree que me puedo lastimar —el tono de voz, como lo acostumbrado, era monocorde. Carente de emociones que se notaran en el terciopelo de la superficie de su timbre sereno. Pero nuestro querido moreno era capaz de descifrar a Doumeki completamente.

—¿Quieres ir al parque? Yo puedo llevarte —dijo Watanuki con un poco de duda al principio.

Doumeki, en ese instante, olvidó sujetar la pelota al vuelo. Dejó que impactara contra el suelo y rodara olvidada.

—¿Lo harías? —caminó hasta él con el rostro súbitamente iluminado.

—Si, bueno, ¿por qué no? Creo que…

—¡Vamos! —lo interrumpió el menor tomando su mano e instándolo a ponerse en pie para ir directo al parque—. No te quedes allí, vamos.

—¿Estás seguro? —el mayor se asustó un poco por tan repentina exaltación.

—Vamos —repitió el otro por tercera vez, avisando que sería su última palabra. Al moreno no le quedó más opción que obedecer a los mandatos, como venía haciendo toda la mañana. Agarró la pelota antes de salir.

El trayecto hasta el centro de juegos más cercano transcurrió entre risas, debido al asombro plasmado en la cara de Doumeki que miraba todo con los párpados abiertos de par en par.

Al llegar al parque, los primeros pasos de Doumeki fueron guiados con la mirada a los columpios, donde Watanuki se sentó en el contiguo.

—¿Te empujo? —le ofreció el ojos-azules observando los impulsos suaves que el niño daba con esfuerzo.

—No —denegó ipso facto el otro—. No debes hacer fuerzas, por los bebés.

Hasta en su versión diminuta era sobreprotector. Eso le arrancó a Watanuki una gran sonrisa, por lo que le dejó balancearse libremente.

No había nadie cerca para que los escuchara, pero eso no evitó que revisara hasta por el rabillo del ojo todo el panorama a su alrededor. No percibió nada anormal.

Al rato, algunas madres llegaron con sus cochecitos flamantes de bebé. Se sentaron juntas a platicar entre ellas, acomodadas elegantemente en unas bancas, mientras se dejaba oír alguna que otra risueña vocecilla. A todo el grupo de féminas le rodeaba una saludable aura rosada, que evocaba indudablemente en Watanuki el olor de bebé recién nacido. Toda la imagen era la expresión más pura de la juventud.

Se distrajo cuando escuchó actividad proveniente del otro extremo del parque, un trío de ancianos que venían charlando. Era una pareja de hombres que acompañaba a una dama de mucha edad. Uno de ellos tonteaba graciosamente al tratar de ser galante con la señora. La dama, en su decoro, le regañó por estar actuando como un jovencito enamorado, pero se le notaba a leguas lo mucho que se divertía. El otro anciano, por el contrario, guardaba la compostura masculina que tenía por enseñanza y le ofreció el brazo a la señora que lo aceptó con gratitud. El primer señor, descontento por el arrebato de su compañero, continuó alabando las virtudes de la señora con ademanes extravagantes, y la pobre solo atinaba a sonrojarse y reír nerviosa.

Watanuki no entendía porque la dama parecía tan incómoda, hasta que una risilla especialmente despectiva llegó a sus oídos:

—Mírales, jugando a ser jóvenes —les reprochó una de las madres que había estado admirando con anterioridad. Triste fue escuchar el coro afirmativo que le siguió a sus palabras.

El moreno no pudo más que enojarse. Cualquiera estaría más que complacido con la vida de poder llegar a esa edad junto a sus amigos y las personas que amaba. ¿Por qué iba ella a menospreciar semejante regalo?

—Ellas también serán viejas algún día, aunque no lo crean —respondió Doumeki a los pensamientos que el moreno estaba teniendo y al comentario inapropiado de la señorita todavía desconocedora de la sencillez de las cosas.

—Tienes razón —le concedió el mayor, acariciando su cabeza.

—Por supuesto que tengo razón —aseguró el morocho, dejando a Watanuki con los lentes resbalándole por el puente de la nariz.

Doumeki se bajó del columpio, agarró su pelota y se encaminó a la cancha de juegos, bajo el peso de unos ojos azules fijos en su espalda.

Doumeki ignoró al grupo de chicos que ya se encontraban divirtiéndose, por lo que sigilosamente se apoderó de una esquina para patear su pelota y jugar por su cuenta. Uno de los niños, quizás el líder a juzgar por su apariencia confianzuda, reparó en nuestro pequeño exorcista.

Con un gesto de la mano, mandó a sus compinches que se acercaran y mientras hablaban bajo, tomaron una decisión.

Guiados por el regordete mocoso, el grupito de traviesos abordó a Doumeki.

—¿Y tu quién eres? No te habíamos visto por aquí antes —le preguntó el infantil tirano.

—No tengo la obligación de contestarte —respondió el morocho sin amedrentarse en lo más mínimo, mirando con sus imponentes ojos verdes a aquel patético intento de intimidación.

—¿Con que ruda, eh? Ya te enseñaré lo que hacemos con las niñas rudas —el  bribón se adelantó un paso.

— ¿“Ruda”? Así que además de idiota, eres ciego. Soy un niño, mequetrefe —le contrarrestó Doumeki potencialmente molesto.

—Pues no lo pareces con esas fachas —se burló por su parte su nuevo contrincante con su mejor mirada despectiva. Shizuka rodó los ojos con impaciencia—. ¿Por qué no mejor te largas, niño bonito? Te puedes hacer daño aquí…

—Eso lo decido yo, no tu.

—Eso lo hemos decidimos nosotros —y en un parpadeo, todo el grupo había creado una barrera circular alrededor de Doumeki—. ¿Qué harás ahora? —se mofó el mismo niño, arrebatándole la pelota de las manos. La puso en el suelo, y apoyando su pie en ella, la aplastó lentamente hasta desinflarla. El grosero y Doumeki se miraron a los ojos sin parpadear, como si toda su valentía se resumiera en ese simple gesto.

Los ojos normalmente verde opaco del exorcista se tornaron dorados en ese preciso momento de furia. Levantando su puño lo más alto que pudo y le dejó ir a su agresor un potente derechazo que lo derrumbó.

Lo lamentó justamente después. Doumeki apenas podía soportar el dolor que aquejó a su delicada mano, pero no era tiempo para quejarse.

<<Menuda jauría de lobos>> gruñó el morocho en su pensamiento, observando con cuidado a los otros niños que cerraban más el círculo y exudaban un aura desafiante y salvaje.

—¡Me las pagarás, niño bonito! —rugió el líder no más estuvo en pie.

—Menudo cobarde has resultado, necesitas que te acompañen para pelearte con uno solo.

El aspirante a tirano se enfureció todavía más. Le cabreaba la actitud tan impasible de Doumeki. Debería estar temblando de miedo, y por el contrario, ese niño bonito se había atrevido a golpearlo. Con éxito, cabe destacar.

—¡Ahora verás! —le advirtió a Doumeki con un grito de guerra, lanzándose en pro suya sin tomar en cuenta la injusticia de la desventaja numérica.

—¿Quién verá el qué? —inquirió una voz desde las alturas, que detuvo al diablillo en pleno salto al sujetarlo por el cogote y levantarlo por los aires. El niñito se encogió de miedo al estar frente a frente con el recién llegado.

Watanuki se había levantado del columpio, inquieto por la actitud tan hostil que notó en los niños. Había llegado justo a tiempo para prevenir que alguien lastimara a su morocho.

Pocas veces se podía apreciar una ira tan terrible en los ojos humanos. El moreno lucía temible hasta para el propio Doumeki.

Los otros niños dieron varios pasos hacia atrás, sin saber si deberían correr por sus vidas o llamar a gritos a sus mamás.

—¿Qué intentaban hacer? —les preguntó Watanuki al grupo de niños con el entrecejo poderosamente fruncido. Doumeki, campante y orgulloso, fue hasta el lado seguro de su protector—. Espero una respuesta —enfatizó Watanuki, entrecerrando sus pupilas.

—Nosotros solo…

—¿Ustedes qué? —el agarre se hizo más firme en la camisa del niño que todavía sostenía con una mano.

—¡Le diré a mi mamá! —chilló el gordito, pataleando en el vacío, fingiendo no sentir miedo.

—¿Dónde está tu madre?

—¡Allí! —con un dedo señaló a las señoritas que todavía chismorreaban en las bancas—. Ahora no te atreverás a golpearme, tipo duro…

—¿Eso crees? —preguntó el ojos-azules con un tono de voz falsamente dulce, dejándole ir un coscorrón sonoro un momento más tarde—. ¡Eso te pasa por engreído! —y luego lo aventó contra sus compinches, que a duras penas lograron cogerlo y no caerse ellos en el proceso.

—¡Le diré a mi mamá! —repitió el pequeño sosteniéndose la cabeza, amenazando a través de lágrimas de dolor.

—Ve y dile, me gustaría tener unas palabras con ella —dijo Watanuki sin verdadero interés, tomando la mano de Doumeki para irse de allí lo antes posible.

 

La pareja se retiró del parque y caminando por la acera de regreso al templo, Watanuki tuvo que preguntar:

—¿Te hicieron daño?

—No mucho —respondió Doumeki, mostrando su diestra enrojecida.

—¡Bola de bravucones, de tal palo tal astilla! —exclamó el moreno sumamente enojado, comenzando a decir todo el hilo de pensamientos coléricos en voz alta mientras acariciaba la manita del morocho—. ¡Si me los vuelvo a encontrar, te juro que los haré pagar de verdad! ¡Los haré papilla! No me puedo creer que los niños sean tan agresivos… ¡Y destrozaron tu pelota! ¡Yo sabía que había algo raro en ellos! ¡Las mujeres tan tranquilas, hablando tonterías sin cuidar de sus hijos! ¡¿Y tú en que estabas pensando, grandísimo pensante?! ¿Ibas a enfrentarlos tu solo? ¡Eran muchos! ¡Y si…!

—Basta —le detuvo el infante posando su mano libre en la mejilla de Watanuki, que quedó paralizado con su toque—. No te enojes, es malo para los bebés.

—¡Ellos también están indignados! —se defendió el moreno inmediatamente señalando su pancita.

<<¡Es su padre de quien hablamos!>> se reservó Watanuki con un aullido mental, sintiendo a sus hijos moverse en mutuo acuerdo.

—Imagino que sí, pero cálmate…

—¿Calmarme yo? ¡Estoy balístico!

—Fuiste muy valiente al ayudarme —le agradeció Doumeki con una elegante reverencia, a ver si así lo serenaba.

—No, tú fuiste muy valiente. Aunque un poco tonto —bromeó el mayor, llevándose la diminuta mano morena a los labios y posando un beso en ella. Le arrancó una sonrisa y un sonrojo al pequeño.

—Sabía que vendrías en mi rescate.

—Si, como no…

Riendo tranquilamente, ambos pretendieron proseguir con la vuelta a su hogar, pero las figuras que aparecieron en la esquina de la calle cortaron sus pasos.

Ahí venían la madre y el hijo, dibujando una larga y negra silueta en la calle. El niño era el gordito tirano.

—¡Usted golpeó a mi hijo! —bramó la mujer desde donde estaba, profiriendo un chillido espantoso y apuntando al joven con un dedo huesudo. Su voz sonaba extrañamente espantosa.

¿Por qué su sombra era tan grande? Apenas era el sol de mediodía.

—Claro que lo golpeé, su hijo lo merecía —objetó Watanuki poniéndose otra vez volcánico. Doumeki se sintió tentado a palmearse la cara.

Algo inusual se percibía en esos dos. Tanto el moreno como el morocho lo presentían.

—Ahora sabrás lo que les pasa a los que se meten con mi bebé. Vamos, cariño —indicó la progenitora, haciendo que su hijo se posara a su lado.

Pronto, los dos se fueron transformando en seres difíciles de describir.

Su cabello creció de tal manera que Doumeki tuvo un vago recuerdo de la Medusa. Sus espaldas se encorvaron, sus abdómenes se angostaron hasta mostrar las costillas, sus manos se volvieron largas y afiladas y sus ojos eran dos cuencas negras y profundas, como los ojos saltones de un feo insecto. Ninguno de los dos tenía palabras para definir sus pies. Si es que dos varas larguiruchas y deformes se podían llamar pies.

—Algo me decía que este día no iba a ser fácil… —se lamentó Watanuki masajeando la zona baja de su espalda.

Mirando a su lado, esperando contar con apoyo, encontró a un Doumeki congelado por el pánico. El morocho tenía las manos encogidas contra su pecho, los orbes abiertos de par en par, su labio superior temblaba y todo su cuerpo se estremecía.

<<Mierdamierdamierdamierdamierda…>>

—¡Doumeki! —le llamó el moreno con desesperación, agarrándolo por los hombros y trayéndolo de vuelta a la realidad—. ¡Necesito que me ayudes, reacciona! —no obtuvo ninguna respuesta. El susodicho parecía mirarlo sin verlo realmente.

—¿Q-Qué son? —preguntó el más bajo, posando sin querer, su vista en los acompañantes que venían acercándose a ellos sin mucha prisa.

—No lo sé y creo que no quiero saberlo —Watanuki tuvo que tomar la carita de su amado para obligarlo a no ver los espectros—. Ahorita necesito de tu ayuda para destruirlos.

—¡¿Destruirlos?! ¡¿Yo?! —se escandalizó el más pequeño temblando más fuerte, que era justo lo que el otro estaba tratando de evitar.

—¡Si, tú! —enfatizó Watanuki, sintiendo su corazón acelerarse conforme los seres avanzaban por la calle—. Necesito que te concentres y…

—¡No! —rebatió Doumeki aterrado, apretando tan intensamente sus puños que sus nudillos se volvieron blancos, queriendo únicamente refugiarse en el pecho de Watanuki.

—¡Tendrás que ayudarme, huir no servirá de nada! —continuó presionando el moreno—. Doumeki, confía en mí… ¡No permitiré que te hagan daño, lo juro!

El aludido fijó sus ojos en los mares azules del más alto. Miró intermitentemente a los seres y a Watanuki, indeciso, inseguro. Era solo un niño, le estaba exigiendo mucho coraje.

Tragándose el miedo y las lágrimas que pugnaban por salir con él, el morocho asintió con la cabeza.

Watanuki presto se colocó detrás de él, hincado sobre sus rodillas y susurrándole al oído:

—Date media vuelta y míralos de frente.

Doumeki lo hizo, reteniendo el impulso de salir corriendo.

—¿Ahora? —articuló con esfuerzo y voz quebrada, viendo que los monstruos estaban a pocos metros de ellos, alargando los tentáculos en su dirección.

—Levanta tus brazos, sostenlos firmes contra tu cuerpo y respira hondo —el mayor acompañó sus palabras con sus movimientos. Él sostuvo los brazos del pequeño y los colocó en la posición adecuada—. Apunta y…

El menor cerró uno de sus ojos, sin saber muy bien por qué. Tensó los hombros inconscientemente, como si una cuerda los acomodara a su voluntad. Parecía que un arco invisible pero palpable se formaba entre sus manos y la punta final de una flecha acariciaba sus dedos.

Dispara’ le susurró una voz en su mente. Doumeki, obediente, disparó.

Salió volando una saeta de luz tan cegadora, que cuando impactó contra uno de los espectros, la explosión provocada arrasó con los dos.

Ambos cerraron los ojos y Watanuki apretó al pequeño arquero contra sí, usando su cuerpo como escudo.

Cuando la luz dejó de traspasar dolorosamente sus párpados, los dos echaron un vistazo cauteloso y miraron con alegría que los desdichados y maltrechos espíritus habían desaparecido.

—Se han ido… —murmuró Doumeki todavía presa del shock.

—¡Lo hicimos! —gritó Watanuki con euforia sorprendente, tomando al exorcista completamente desprevenido y haciéndolo girar por los aires—. ¡Lo hicimos! ¡Acabamos con ellos!

El morocho se sentía volar por los cielos, y siendo sincero, sentía un poco de náuseas ante la velocidad de los giros. Agradeció muchísimo cuando el otro paró de dar vueltas para abrazarlo hasta sacarle el oxígeno de los pulmones. Aunque no sabía que era peor.

—No… no puedo… respirar…

—Lo siento, lo siento —se disculpó Watanuki apresuradamente, poniendo al chiquitín de vuelta en el suelo.

—Eres muy fuerte para estar embarazado —le elogió Doumeki una vez recuperó el aliento.

—Bueno, todavía soy un hombre —aclaró el moreno con una sonrisa, para luego sacudirle el cabello y despeinarlo—. ¿Ves? Te dije que confiaras en mí.

—¿Cómo sabías que yo era capaz de hacer eso? —el menor le observó con escrutinio.

—Soy un mago muy poderoso ¿No te lo había dicho? Yo lo sé todo —dijo el mayor con aura de misterio y luego le picó la nariz.

—Que chistoso —le devolvió una ceja enarcada—. Creí que solo mi abuelo sabía.

—Es una muestra de mi magnificencia y majestuosidad —proclamó Watanuki, acariciándose una barba imaginaria con ademanes supuestamente enigmáticos.

Doumeki rió genuinamente esta vez, contagiando al ojos-azules de su alegría.

Para su buena suerte, fueron capaces de buscar su almuerzo y pasar una tarde sin nuevos problemas que los acecharan.

Es bueno apreciar la tranquilidad de la vida, cada instante de paz es digno de ser valorado, no de ser tomado como uno monótono y rutinario. También era sano y divertido para los espíritus aventureros de ambos chicos disfrutar del peligro, pero no se podía comparar a los minutos de compañía apacible con la persona que más amaban.

Compraron una hamburguesa para la hora de la comida, compraron una nueva pelota para jugar más tarde, fueron a buscar un helado y se rieron cuando el frío subió a sus cabezas, vieron volar cometas en una avenida lleva de muchos niños y contemplaron el sol poniente ponerse en la lejanía.

Volvieron al templo, tomados de las manos, contentos y en silencio.

El moreno miró su reloj de muñeca, calculando que estaba a punto de cumplirse el plazo para que el hechizo finalizara.

Quizás, y solo quizás, Yuuko tenía razón. Ahora le parecía que había tenido muy poco tiempo para disfrutar de este Doumeki tan diferente y tan igual al que conocía.

El morocho percibió su nostalgia imprevista, así que cuando iban caminando por el sendero a la casa que era el templo, luego de que el mayor hubiera cerrado el portón de la entrada, se atrevió a decir:

—Fue un gran día.

—¿Eso crees? —el infante asintió fervorosamente y le invitó a sentarse justo allí, en el cemento, con las piernas cruzadas—. Me alegro mucho de que te divirtieras.

—Tú estás lleno de problemas —le dijo Doumeki.

—Eso lo hace más interesante, ¿no te parece? De lo contrario sería muy aburrido.

—Definitivamente —concedió el menor, viendo un segundo el suelo y diciendo al siguiente—. Hasta el día de hoy, no sabía para qué existían mis poderes.

—¿A qué te refieres? —se extrañó el mayor, poniendo más atención a lo que escuchaba.

—Haru-chan me dijo que mis poderes tenían un propósito, pero nunca supe cuál era. Creo que ahora ya sé.

—¿En serio? ¿Me dirás tu conclusión? —le animó Watanuki con su sonrisa.

—Existen para protegerte.

El corazón de Watanuki se saltó un latido, la respiración se le detuvo y su mandíbula cayó por la admiración.

Los ojos de Doumeki le dedicaron una mirada de cariño y sus manitos cubrieron parte de las suyas.

—¿Cómo lo sabes? —la garganta se le secó tan repentinamente que las palabras no podían salir. Sin mencionar que su cerebro tampoco podía estructurar algo coherente para decir.

—Solo lo sé —fue su respuesta escueta, segura, arrogante y “dometica” lo que le convenció—. Fue un gran día y me alegro de haberlo compartido contigo.

—Yo también —corroboró el otro, abrumado por la felicidad que sentía en su corazón.

—¿Te veré otro día?

—Creo que me verás siempre.

Se dedicaron una sonrisa.

Pronto, halos de luz dorada cubrieron el cuerpo del morocho hasta esconderlo completamente. Watanuki retrocedió unos pasos y se abrazó la cintura. Sus hijos cesaron de moverse en su interior, como expectantes.

La esfera creció con parsimonia, se elevó y luego se fue disipando de manera descendiente. Primero fue descubriendo la parte de arriba del cuerpo de Doumeki. Watanuki no parpadeó hasta que no vio entero e íntegro a su exorcista.

Desde el más corto cabello negro, seguido de sus ojos profundos, sus grandes hombros, sus fuertes brazos, su figura firme y esbelta, hasta la punta del pie. Se veía idéntico. Igual que siempre.

Tan macho, guapo y arrogante como siempre’ le recalcó la voz de su jefa en la superficie de su subconsciente.

—¿Cómo te sientes? —preguntó Watanuki cruzado de brazos, obteniendo en seguida su atención.

—Como si me hubieran atropellado —contestó Doumeki, sosteniéndose la frente, respirando con pesadez.

¡Dios sabía que había extrañado esa voz tan profunda!

—¿No te vas a caer? —quiso saber el moreno acercándose con rapidez, sujetándolo por un lado.

—No, fue momentáneo —aseguró el morocho, con una expresión confusa contrastando su respuesta sólida.

—¿Estás bien?

—Sí.

—¿Estás seguro?

—Sí.

—Bien, me alegro… ¡PORQUE AHORA ME LAS VAS A PAGAR, DESGRACIADO! —prorrumpió Watanuki en gritos y golpes certeros al hombro que tenía más cerca. Eso no hubiera sido tan malo, de no ser por el excelente coscorrón que logró llegar a la cabeza de Doumeki, dejándole un glorioso chichón.

—Ouch… ¿Ahora que hice? —cuestionó el arquero con voz monocorde, sobando su adolorida cabeza.

—¡TE EXTRAÑÉ, GRANDÍSIMO INÚTIL! —le recriminó el otro agarrando la camisa contraria y sacudiéndolo con enorme fuerza—. ¡ME HICISTE TANTA FALTA! ¡ERES UN IDIOTA POR ATREVERTE A DEJARME ASÍ! ¡PARA LA PRÓXIMA NO TE DESCUIDES, NO ME VUELVAS A DEJAR SOLO!

Cuando el moreno dejó de gritar, tomó a su queridísimo cabeza de melón por los hombros y lo atrajo hacia él, colgándose de su cuello y enterrando su rostro en la juntura de su hombro. Doumeki por acto reflejo lo abrazó.

Doumeki estaba seguro de que nunca había estado más confundido en toda su vida. Por lo que guardó silencio y estrechó a la persona entre sus brazos.

—¿Qué hice? —se atrevió a preguntar el morocho después que Watanuki decidiera verlo a la cara.

—Confiaste en mi —contestó su moreno pasando una mano por su mejilla de piel canela, dejándolo más confundido que antes—. Hoy, por primera vez, dejaste que yo te protegiera, dejaste que sostuviera tu mano y permitiste que te cuidara. Simplemente, confiaste en mí.

Doumeki abrió los labios para pronunciar su interrogante, pero Watanuki fue más veloz y lo silenció con un beso apasionado, demostrándole que lo había necesitado más que a todo y más que a nada.

—Te amo, te amo, te amo… —repitió Watanuki durante cada beso prodigado con ardor, con cariño y con locura. Notó la curva que se formaba en los labios del otro, componiendo una sonrisa—. Así de idiota, de egocéntrico, de glotón… Así te amo.

Doumeki no tenía ni idea de qué le pasaba a su amado, pero no se iba a quejar.

—Así me amas —le dijo con otro beso.

—¿Quién te amaría si no yo?

—Bendita sea mi suerte.

—Puedes apostarlo.

—Te amo, Watanuki.

—Yo también te amo, Doumeki.

En opinión de los bebés, había sido un día perfecto. Eso es incuestionable. Muy al estilo de su padre y su papi, que nunca hacían nada de forma convencional.

 

Notas finales:

¿Ahora me entienden? ( :3 )

Espero lo hayan disfrutado y los haya dejado con las ganas de saber que continúa ( ^^ )

¿Y a que no adivinan por qué? ( >w< )

En el próximo capítulo hay...

¡¡¡LEMMON!!!

¿Quién está conmigo? ( *¬* )

Mil gracias por leer, es todo un honor para mi que lo hagan.

¿Merezco rr? ¿Uno, dos... Ninguno? ( ^^U )

Queda a su criterio.

¡Ha sido un placer vernos de nuevo, cuídense mucho y hasta pronto!


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