Se detuvo nuevamente frente al caballete que sostenía un lienzo en blanco. “Estúpido canvas, ojalá se pintara solo.”, el moreno masculló esas palabras mientras se paseaba de un lado a otro. Era inútil. La musa de la inspiración se había marchado de su lado.
-Sebastián… - La voz que le hizo volver a la realidad pertenecía a un joven de no más de dieciséis años con cabellos rubios y un carácter “del demonio como hubiera dicho el mismo Sebastián. - ¿qué haces? ¿Intentas pintar de nuevo?
-Lo intento, Alois. El mayor suspiró mientras desenrollaba las mangas de su suéter negro nuevamente. Era otro de sus estúpidos bloqueos lo que le impedía pintar seguramente. Pero, no podía evitarlo. Su interior estaba vacío, terriblemente vacío.
-Mejor intenta algo más, ¿sí? – El rubio suplicaba no solo con la voz, sino con aquellos ojos azul cielo que alguna vez habían impresionado al moreno.
-¿Quieres un poco de… amor? – Se había detenido antes de pronunciar esa palabra pues, no era exactamente lo que sentía por Alois.
-¿Esperas que te lo pida por favor? – Arrogante, siempre lo era. Desde ese día en que le había acogido en su casa en un momento de desgracia, bien se podría decir que lo que hacía era aprovecharse de la situación de Sebastián para conseguir algo que le encantaba.
Alois Trancy se paró en puntillas en ese instante y lamió el lóbulo del moreno. Sebastián sintió como su piel se erizaba ante ese contacto. No le era del todo desagradable, aunque una parte de su ser se sentía utilizado luego de esos episodios. - ¿Sí?
-Por supuesto, su alteza. – Sebastián se giró con una sonrisa. La sonrisa que le seguiría trayendo comida a la boca cada día que permaneciera bajo el techo de Trancy.
Rodeó al rubio con sus brazos y depositó un suave beso en sus labios. El menor se derretía ante aquellas acciones, únicamente deseando obtener más. – Sebastián… más.
-Sí, más. – El moreno acarició las caderas del rubio mecánicamente, haciéndole encenderse por completo. Dirigió sus manos a la chaqueta de casimir púrpura del menor y la desabotonó con cuidado. Se arrodilló frente a él, tomó el cierre de la cremallera de sus pantaloncillos con los dientes y jaló hasta que estuvo completamente abierta.
-¡No me hagas esperar más! – Alois se le echó encima, dándole besos apasionados por el cuello y los hombros mientras sus manos se deshacían hábilmente del suéter del moreno.
El caballete permanecía inmóvil como si fuera un testigo de aquel acto.
-Alois.. - Sebastián se odiaba a sí mismo por enloquecerse de esa manera ante el contacto del menor. Los dedos del rubio abandonaron repentinamente su tarea. - Llámame Alteza. - Le exigió al moreno mientras sus labios recorrían el cuello del mayor.
-Sí, su Alteza. - El moreno retiró el saco del joven con delicadeza y besó su hombro. Una vez más, una día más debería vivir la misma historia.
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