Login
Amor Yaoi
Fanfics yaoi en español

Ahora sí creo por SHINee Doll

[Reviews - 16]   LISTA DE CAPITULOS
- Tamaño del texto +

Notas del capitulo:

Acá dejo la primera parte de este two-shot. La próxima semana subo la segunda.

— Está bien, Kibum. — suspiré, derrotado. — Adelante, dime el futuro.

 

Tomó mi mano entre las suyas y cerró los ojos. Le contemplé en silencio, sin poder evitar pensar que todo aquello era una estupidez. Le imité, relajando mi cuerpo, con la brisa otoñal acariciándome el rostro. Sus dedos se deslizaron por mi palma y me estremecí, congelando mi sonrisa por las cosquillas, acomodándome mejor contra el tronco del árbol tras mi espalda. Estiré las piernas, ignorando la incómoda sensación del césped rozando la piel expuesta por mis oscuros bermudas.

 

— Alguien se ha interesado en ti, Jinki. — casi veía su sonrisa. — Es un chico y uno bastante apuesto, si me dejas decirlo. ¡Oh, por Dios!, él va enserio contigo...

 

Solté una carcajada, apartando la mano. Sus ojos de gato brillaban traviesamente al tiempo que me regalaba una de sus tantas sonrisas burlonas. Tiré de su brazo, provocando que perdiese el equilibrio y cayese sobre mi pecho entre quejidos y risillas tontas. Le abracé, enterrando mi nariz en sus cabellos dorados. Le conocía de toda mi vida y le adoraba con el alma entera, aunque siguiese insistiendo con esas extrañas cosas suyas de poder «ver el futuro» y «leer mi mente». Yo atribuía todo eso a su astucia, imaginación y uno que otro tornillo que le hiciese falta más que a un «don especial» o «sexto sentido».

 

— No trates de burlarte de mí, Kibum, sabes bien que no me gusta hablar de cosas relacionadas con eso que tú dices llamar «amor».

 

— ¿Que yo digo?, ¡por tu amor al pollo, Jinki!, ¿qué clase de comentario es ese? — vociferó alterado. — Sabes tan bien como yo, que ahí afuera, en algún lugar del mundo, se encuentra la otra mitad de cada persona, aquella que le ha sido destinada y que logrará darle la máxima felicidad de la vida.

 

— Tonterías. — le frené inmediatamente. — Quien te haya dicho tal cosa, seguro mentía.

 

Colocó ambas manos en mi pecho, alzando su rostro para acercarlo al mío. Fijé mi mirar en el suyo, poco dispuesto a ceder ante otro de sus excéntricos caprichosos y absurda filosofía romántica. Dijo algo contra mi boca, acariciándome los labios con su aliento, pero no le escuché, simplemente no pude. Enarcó una perfecta ceja, luego se apartó. «Si no fuese así, ¿por qué tú y yo no estamos juntos?». Eso había dicho, lo supe segundos más tarde, cuando me sonrió.

 

— No estamos destinados, Jinki. Tú no eres mi complemento ni yo el tuyo. — rodeé los ojos en clara señal de: «ya vuelve a empezar». — Eso significa que nuestras almas gemelas se encuentran en algún lugar todavía, esperando por nosotros. ¿No te ilusiona saberlo?

 

Si le era sincero: no. Poco me interesaba realmente toparme con «mi alma gemela». ¡Siquiera creía que existiese tal cosa! Aunque explicarle eso a Kibum resultaba más complicado que cualquier ecuación matemática. Mi amigo era terco por naturaleza y un soñador demasiado obstinado, convencido de cosas que para mí, la parte racional (porque la emocional/sentimental era él) de nuestra relación, figuraban un cliché clásico diseñado por las empresas para aumentar las ventas, por la sociedad para establecer un patrón de conducta aceptado y por nosotros para no reconocer que nos encontrábamos inconformes con nosotros mismos o teníamos miedo a estar solos.

 

Nos levantamos un par de minutos más tarde, emprendiendo el camino a casa. El complejo departamental de Kibum se encontraba dos manzanas antes que el mío. Nunca quisimos vivir juntos por el simple deseo de volvernos independientes. Sin embargo, estábamos más unidos que nunca, y consultábamos al otro en cada decisión efectuada, así fuese algo simple como el color de las nuevas cortinas.

 

Entrelazó su mano con la mía, jugando con mis dedos. Entonces suspiró y decidió decirme aquello que venía guardándose desde que dejamos el parque.

 

— Eres demasiado quisquilloso, ¿lo sabías? — comenzó, mirándome. — Puedes decir una y mil veces que no crees mis palabras y no necesitas eso que llamo «amor», como bien has mencionado, pero dentro de dos noches pensarás diferente. Estoy seguro de ello.

 

No me dio tiempo a preguntar la razón de tal afirmación. Soltó un «adiós» con su voz cantarina y soltó mi mano, echando a correr dentro de su edificio en un parpadeo. Chocó en la recepción con otro muchacho y alcancé a ver su sonrisa avergonzada. Algo me hizo quedarme en el mismo sitio, incapaz de perder detalle de la forma en que el desconocido (que sólo lo era para mí) sujetaba su muñeca antes de que se fuera y movía sus labios, diciéndole algo que, a mi ver, ponía nervioso a mi querido compañero de aventuras. Kibum bajó la mirada y entonces él le soltó, revolviéndole los cabellos con un aire íntimo que me dejó un mal sabor de boca. Después él corrió hacia el elevador y le perdí de vista, El «desconocido» como le llamaría a partir de ese momento, salió del edificio y pasó a mi lado, dedicándome una mirada gélida que me enfrió la sangre y las ideas. ¡Pero vaya que me odiaba!, y siquiera me conocía.

 

Kibum no me contó nada relacionado con el «desconocido» al día siguiente ni yo se lo pregunté. Siguió hablando del futuro, de cosas que creía estaban próximas a ocurrir y a mí me seguían pareciendo sueños suyos. Cambié el tema justo cuando volvió a insistir en eso de que «mi media naranja» se encontraba cerca, buscándome, yo me defendía alegando que posiblemente ya estuviese convertida en un jugo y dentro de un refrigerador cualquiera; comentario que le molestaba y me hacía merecedor de un fuerte golpe, de esos que sólo él era capaz de dar.

 

— Lloverá el viernes. — me avisó, tirando de mi mano. — Habrá una tormenta esa noche, así que no salgas de casa a menos que desees quedar atrapado. — asentí, poco convencido de su advertencia. — La energía eléctrica se cortará sobre medianoche, así que recuerda comprar velas. También deberías arreglar esa gotera en la sala o tu colección de clásicos se verá afectada.

 

— Estás loco. — señalé, negando con la cabeza. — Vete a casa ahora, que temo puedas ver venir cosas peores.

 

— Búrlate, Lee Jinki. — ironizó, empujándome el pecho con su índice. — Luego no vengas a mí llorando.

 

— Te digo lo mismo, Kim Kibum, porque si no mal recuerdo temes a las tormentas y la oscuridad. — sus mejillas se colorearon graciosamente. — Echaré los seguros de mi puerta y no te dejaré entrar así toques mil veces.

 

— No te necesito. — repuso indignado, echando el rostro a un lado. — Hay una puerta más a la que puedo llamar y… — sonrió traviesamente, como si me retara. — Créeme, él se muere por verme hacer tal cosa. Dudo que le cause un problema cuidar de mí una noche.

 

— No me provoques, Kibum. — exclamé juguetonamente, haciendo el papel de novio celoso.

 

— Lo que digas, Jinki. — puso los ojos en blanco, dando por finalizada nuestra conversación. — Oh, por cierto, recibirás algo interesante esa noche.

 

Me recorrió un escalofrío cuando lo dijo. Traté (como siempre) de preguntarle el porqué de su comentario, pero (para variar) corrió lejos de mí, fingiendo no escuchar mis llamados ni saber quién era yo. Típico de Kibum y sus juegos infantiles, de sus intentos de adivinador y sus caprichos de diva quisquillosa. El «desconocido» pasó a mi lado y me recorrió de arriba abajo con sus pozos oscuros, sonriendo de costado con burla. Me hizo sentir pequeño, aunque traté de no hacérselo saber. Pensé en él hasta llegar al apartamento, cuestionándome si Kibum se refería a ese muchacho cuando habló de «una puerta a la cual llamar».

 

El viernes amaneció soleado, con un calor de los mil demonios. Kibum lucía desconcertado, aturdido y bastante extrañado. Me burlé de él toda la mañana y buena parte de la tarde, sugiriendo que sus «premoniciones» estaban erradas y eran completamente inútiles.

 

— No hables tan pronto. — me dijo, señalando con su dedo el cielo. — Sólo debes esperar un poco más.

 

Me maldije un millón de veces y otras tantas a él esa misma noche. Fuera todo estaba oscuro, los árboles se agitaban violentamente y rozaban los vidrios de la ventana, como en las películas de terror. Llovía con fuerza, como si fuese a acabarse el mundo. El agua subía la guarnición para ese entonces. Hacía frío. Mi departamento estaba helado y el suéter que me había puesto parecía insuficiente. Preparé café y me senté en el sofá con una manta sobre las piernas a mirar la televisión. Nadie esperaba semejante cambio de tiempo, salvo Kibum, claro está.

 

— ¡Ah, maldición! — exclamé al escuchar el caer constante de una gota en algún lugar de la sala. — ¡Mi colección! — chillé al detectar la fuente del sonido: una gotera sobre el librero. — No te alarmes, Jinki, son sólo coincidencias. — me dije una y otra vez, tratando de convencerme, pero ¡oh, demonios!, ¿a quién trataba de engañar?, me estaba muriendo de nervios.

 

Sobre las diez me quedé dormido, siendo despertado por el insistente teléfono hora y media más tarde. La cobija cayó de mi cuerpo cuando cambié mi postura en el sofá para alcanzar el aparato que no dejaba de sonar. La alegre voz de Kibum me recibió del otro lado. «Te lo dije», soltó encantado, jadeando cuando un trueno resonó a lo lejos. «Ve a tu puerta ahora y dime lo que encuentras, así podré dormir tranquilo esta noche», seguía asustado, ¡más que nunca!, pero obedecí sin queja alguna.

 

— Una carta. — exclamé confuso, sosteniendo el sobre entre mis dedos. — Kibum, estoy comenzando a ponerme muy nervioso.

 

«No exageras y ve a buscar las velas de una vez», fue su único consejo. Luego se despidió y colgó. Quité los seguros y me asomé al pasillo, sin encontrar a nadie. Alguien había llegado hasta mi puerta y deslizado una carta bajo ella, una que Kibum vio venir igual que esa tormenta que ganaba intensidad. La electricidad se cortó un momento y luego volvió. Corrí a la cocina a buscar las veladoras y los cerillos. Encendí la primera al mismo tiempo que todo era consumido por la oscuridad.

 

— Creo que después de esto no volveré a dudar de él. — admití de mala gana, abriendo el sobre.

 

Desdoblé la hoja en su interior y acerqué la vela, dispuesto a descubrir lo que se escondía en ella. La letra era bonita, para nada conocida y mi corazón se detuvo cuando comencé a leer.

 

Chico de las encantadoras sonrisas, no sé nada de ti, pero siento como si te conociera de siempre. Jamás he oído tu nombre, así que no tengo forma alguna de dirigirme a ti de modo distinto del que lo hago, aunque posiblemente ahora te preguntes cómo es que sé la dirección de tu edificio y he deslizado esta carta bajo la puerta de tu apartamento.

 

Déjame decirte, que todo es cosa del destino y la buena fortuna, que me han conducido a ti. Quizá te preguntes quién soy, y no te juzgo por hacerlo, porque mereces más que nadie una respuesta.

 

Soy un chico común y corriente que te vio una tarde cualquiera en un parque cualesquiera y se enamoró estúpidamente de esa sonrisa que adornaba tu rostro mientras sostenías la mano de un chico de cabellos dorados. Intenté por todos los medios alejarte de mi mente, convenciéndome de que alguien ocupaba ya ese corazón tuyo. No necesito decirte que fue imposible. Gracias a un buen amigo, bastante cercano y muy querido, me di cuenta que entre ustedes no hay nada más que una amistad consolidada con los años y un cariño de hermanos que se extiende infinitamente.

 

Debo pedirte que no te asustes de todo esto que estoy diciéndote, porque lo hago sinceramente y desde lo más profundo de mi alma: estoy enamorado de ti, un desconocido, y escribo esta carta para hacértelo saber. Tal vez algún día tenga el valor de hacerlo cara a cara, pero ahora no. Por favor, cuida esa sonrisa tuya, porque da luz a mi vida.

 

No tenía firma y yo era incapaz de pensar con claridad. Entre mis manos sostenía el corazón de alguien más. Confirmado: estaba verdaderamente asustado.

Notas finales:

Otro intento Hyunew, espero les guste.


Si quieres dejar un comentario al autor debes login (registrase).