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La vida de un mayordomo, la realidad de un demonio. por PinkMarshmallow

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Notas del fanfic:

 

 La historia que están por leer es cien por cien mía, me inspiré en una canción de Daisuke Ono, por si la quisieran escuchar, es esta: http://www.youtube.com/watch?v=THYTrnnc7mE  en cuanto a los demás capítulos, estan basados en el manga NO EN EL ANIME así que es su decisión el leerlos o no, ya que pueden contener algun SPOILER.

Los personajes de Kuroshitsuji y su maravilloso mundo le pertenecen a mi maestra Yana Toboso.

Notas del capitulo:

DISFRUTEN Y DEJEN SUS COMENTARIOS, DUDAS Y OPINIONES.

 

 

 

 

PinkMarshmallow

La vida de un mayordomo, la realidad de un demonio.

I

Ese Mayordomo, invade mis sueños.

 

Por: PinkMarshmallow

 

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El calor comenzaba a trepar desde su cuello hasta sus mejillas, dándole la sensación de querer estallar. Si, definitivamente todo eso era nuevo para el, quedando bien claro que solo poseía trece cortos e inexpertos años nunca imaginó terminar en la posición que ahora se encontraba. Los delicados toques que su mayordomo repartía por todo su cuerpo le hacían estremecer , este ya no conservaba la corbata y su camisa estaba medio abierta, mostrando tentadoramente su amplio y níveo pecho, junto con el vaivén de sus pulmones, agitados por la excitación. Un leve sonrojo, casi imperceptible se apreciaba en su afilado rostro y adicionado con aquella mirada rojiza cual ostentosos rubíes le daban un perfil de lo más sensual. Esa mirada tan profunda, capaz de enloquecer a cualquiera no era la de siempre, no era esa típica ojeada pretenciosa, ni siquiera se le parecía, esta era distinta, cargada de emociones y de… amor. Le observaba con calidez, y una pequeña sonrisa delineada en sus belfos, como diciendo “todo estará bien, no hay de que preocuparse” y aun que le avergonzara admitirlo, le fascinaba aquel semblante tan tranquilizador. Armoniosamente, empezó a descender con sus labios, recorriendo cada centímetro cúbico de piel virgen y deliciosa para sus gustos demoniacos, causándole estremecimientos por más placenteros a el menor mientras que con sus grades y ávidas manos recorría sus costados, tentando a el pequeño Conde a soltar un leve jadeo.

 

 

Trasladó aquella diestra hasta por debajo de su camisón para dormir, acariciando con su dedo índice y pulgar uno de sus ya erectos botones, poniéndolo aún más rosado de lo que se encontraba, pellizcándolo y jalándolo levemente. De pronto, el mayordomo escapó del campo visual del más joven, quien confundido levantó un poco su vista intentando encontrarlo. Para su sorpresa, este yacía bajo su camisón, listo para introducir aquel pequeño pedazo de piel en su boca. Antes de hacerlo, le dedicó una mirada tranquilizadora a el menor, seguida de una relamida de labios.

 

 

-Todo estará bien, Bocchan. –Susurró con esa voz tan aterciopelada que conocía de siempre, mientras entrelazaba sus largos dedos con los delgados y cortos del menor, aquella mano que poseía el sello, marca y signo de que se pertenecían mutuamente y de su destino para estar juntos.

 

 

El oji-azul apretó con fuerza aquella mano al sentir la primera lamida del azabache a la punta de su pequeño falo. No pudo soportarlo más y este empezó a chorrear de excitación al sentir como esa hábil lengua marcaba círculos alrededor de la punta de su miembro y absorbía gustosamente toda aquella esencia que le proporcionara. Intentaba con toda su fuerza no gritar, pero el placer era inigualable, nunca en su vida había sentido algo comparado con aquello, ni siquiera los postres que le preparaba eran tan buenos como eso, por lo que de sus labios escapaba continuamente sollozos lastimeros, mezcla de su necesidad y disfrute. Cuando menos atento estaba, absorto por el placer, el mayor se detuvo solo para engullir su pequeño falo por completo, metiéndolo y sacándolo de su boca caliente en un movimiento exquisito, sacando de quicio a el menor quien empezaba a sentir una corriente recorrer desde su espina dorsal hasta sus caderas, creando presión en su vientre.

 

-Ahhh… Sebas…Sebastian… creo…creo que me voy a…..

 

 

 

-Nnnh… ¿un sueño? –Balbuceó el joven Conde, mientras se frotaba los ojos incomodados por los delgados rayos de luz que se transparentaban por su ventana.

 

Tan repentino como su despertar, el colorete subió súbitamente hasta sus mejillas. -¿Qué demonios había sido eso?¿Tan bajo había caído ya?, soñando esas sandeces con su mayordomo, peor aún, con un demonio.

 

¡Maldición! El mayor no tardaba en llegar, como todas las mañanas, a despertarle y recitarle al revés y al derecho el menú del desayuno de esa mañana.  En esos momentos no pensaba claramente, por lo que lo primero que se le ocurrió fue ponerse de pie e irse a parar frente a su tocador, el cual poseía un imponente espejo de cuerpo completo. Se llevó ambas manos a sus pómulos, aún permanecían tan ruborizadas como en sus sueños. Desesperadamente se frotaba el rostro intentando eliminar por completo todo vestigio de aquella fantasía bochornosa, más consiguió todo lo opuesto. Ahora se encontraba rojo hasta las orejas y en su mente pasaba una y otra vez la misma escena erótica. Cerró su único ojo visible repentinamente, intentando tranquilizarse, metía y sacaba el aire de sus agitados pulmones, creyendo que así su pulso se regularía de nuevo, pero sin notarlo, cuando volvió a abrir su ojo, el oji-escarlata se encontraba tras de el, sonriéndole pícaramente a través del espejo.

 

 

-El joven amo se ha despertado temprano el día de hoy. –Vociferó a sus espaldas el mayor, sonriendo burlescamente.

 

 

-¡¿A caso no sabes tocar?! –Gritó exasperado el oji-azul, con su ojo izquierdo abierto como plato debido a la sorpresa y el color rojizo en sus mejillas aún vigente.

 

 

-Lo hice Bocchan, dos veces, pero al parecer usted no me escuchó. –Se justificó el mayordomo.

 

 

-¡Pues a la siguiente ocasión si no respondo, no abras la puerta! –Dijo el menor, girando sobre su sitio y encarando a el más alto.

 

 

-Bocchan usted sabe que eso es peligroso ¿cierto? –Sonrió satisfactoriamente el mayor mientras observaba fijamente a el niño, consiente de que tenía la razón.

 

 

-Tsk… como sea, no entres a la habitación de tu amo tan relajadamente. –Masculló el más pequeño, fastidiado por lo engreído que podía ser ese demonio. Detestaba con demasía el tener que levantar la mirada para poder ver a su mayordomo, el debía ser el que le observara desde arriba y no al revés.

 

 

-Entiendo, si me permite, procederé a vestirle. –Anunció el mayordomo, mientras se aproximaba hasta la cómoda del joven Conde y extraía de ahí un conjunto para su amo.

 

 

Con la elegancia que lo caracterizaba, se arrodilló hasta quedar a la altura del pequeño para comenzar con su labor de desnudarle. Uno por uno, desabotonó cada uno de los broches de su camisón blanco, hasta quedar completamente abierto. Con delicadeza deslizó la tela del pijama por sobre la nívea piel, rozando sin intención alguna el hombro del menor.

 

 

Al sentir aquel ligero contacto, Ciel no pudo resistir el sonrojarse. Era imposible, el simple toque del mayor le hacía recordar aquel sueño. Con brusquedad, se alejó de la presencia de Michaelis, quien, sorprendido modificó su semblante súbitamente, extrañado por el inusual comportamiento de su amo. A pesar de que el crío era caprichoso, nunca había sido del tipo que evitaba el contacto físico con el. De hecho, era a el, la única persona que le permitía tocarle, ni siquiera a su prometida, la señorita Elizabeth.

 

 

-¿Bocchan, se encuentra bien? Su rostro esta rojo, tal vez tenga fiebre. –Sugirió el mayor, mientras posaba su mano enguantada sobre la frente del Conde.

 

 

-No me toques! –Exclamó el oji-azul, deshaciéndose de la palma del mayor con un manotazo. –Estoy bien, ya te puedes retirar. –Dijo esta vez, un poco más sereno.

 

 

-Pero Bocchan, no le he vestido siquiera.

 

 

-Puedo hacerlo yo solo, solo por hoy. Así que ya te puedes ir. –Repitió el menor, observando fieramente a Sebastian.

 

 

-Con su permiso. –Dijo el mayordomo, no sin antes hacer una reverencia y salir de la habitación. Ni siquiera le había permitido recitarle los compromisos del día y mucho menos servirle una taza de té.

 

 

Sin causar ruido innecesario, cerró la puerta de madera tras de el. –Esta persona… ¿qué le sucedía el día de hoy? El joven amo no suele comportarse de manera tan evasiva, y aun que es bastante hostil casi nunca se queja cuando le llegar a rozar accidentalmente o a tocar un poco más de lo necesario. El peli azabache se llevó una de sus manos bajo el mentón, en signo de reflexión, para después soltar un suspiro cansino. No era momento para preocuparse por trivialidades o por rabietas, aun tenía que preparar la comida del medio día y muchas otras tareas por realizar.

 

 

En cuanto el menor se encontró solo y creyó haber escuchado los pasos del mayordomo perderse por el pasillo, suspiró. Un largo y profundo suspiro de tranquilidad, mientras se tiraba en la mullida cama, hundiéndose en el colchón. ¿Qué demonios le ocurría ese día? En toda su vida era la primera vez que tenía ese tipo de… pesadillas. No, no eran pesadillas, o al menos no a las que estaba acostumbrado, normalmente estas incluían los recuerdos más escalofriantes de su pasado, esta vez había sido diferente. Hastiado por la situación, pasó su pequeña manita a través de los azules reflejos de sus cabellos, despeinándolos aún más de lo que ya se encontraban. Era el Conde Phantomhive, “El Perro Guardián de la Reina”, y no se dejaría influenciar por una cosa tan insignificante. Enérgicamente, se puso de pie y tomó la ropa que Sebastian había sacado para el anteriormente. Como sus casi nulas habilidades para este tipo de trabajos se lo permitieron, se colocó la camisa blanca, seguida de su saco verde oscuro con pantaloncillos cortos a juego. -¡Maldición, la camisa estaba mal confeccionada por que le sobraba un botón! No le dio mucha importancia y deslizó las calcetas negras a través de sus delgadas piernas. Muy bien, ahora debía descubrir cómo diablos se ataba una cintas para zapatos. Suspiró de nueva cuenta, este sería un día bastante largo.

 

 

 

La luz del astro mayor  iluminaba preciosamente el jardín, alegrando el ambiente un poco. El día pintaba bien y con un agradable clima para alegrar aún más. Un hermoso e imponente clepsidra clavado en la pared marcaba tediosamente cada segundo, agobiando a el joven Conde que inútilmente trataba de concentrarse en aquellos documentos que sostenía entre sus dedos. Revisaba una y otra vez, por delante y por detrás los papeles que una compañía de textiles le había enviado para que considerara una especie de “asociación” entre su empresa y las compañías Phantom. No le encontraba ningún error o doble sentido, por lo que creyó que no había ningún riesgo o intento de fraude. Bien claro tenían las demás empresas el nivel que ocupaban las compañías Phantom en Inglaterra y no solo en ese país, sino también en todo el globo, por lo que contratos fraudulentos era lo último a lo que se atreverían con Ciel Phantomhive. El joven dejó caer los papeles a un costado suyo, aburrido , ya que esto no significaba ningún reto ni tampoco tendría que intimidar a los empresarios por intentar timarle. Lentamente, se giró en su enorme silla de piel, hasta quedar frente a el gran ventanal de su oficina. Observó con atención la escena que se llevaba a cabo fuera; Maylene y Bard se encontraban barriendo las hojas que el otoño traía consigo sonriendo animosos. Snake se encontraba echado en el pasto, con una de sus serpientes a el hombro y Tanaka bebía su té tranquilamente en una de las mesas del jardín. Por su parte, Finnian se hallaba junto a Sebastian, postrados frente a uno de los muchos arbustos frondosos, al parecer el mayordomo le estaba enseñando  cómo sembrar rosas correctamente a lo que el rubicundo asentía repetitivamente, atento a las indicaciones del mayor. El oji-azul recargó su codo sobre el brazo del sillón, para después apoyar su rostro entre sus dedos. Atisbaba hacia donde el azabache se encontraba. Desde que había invocado a ese demonio jamás se había tomado la molestia de observarle con detenimiento. Esos ojos escarlata, tan rojos y centellantes como un par de rubíes eran resaltados por su cabello de ébano, que caía sutilmente por su quijada, delineándola hermosamente. Todo parecía encajar a la perfección con esa piel tan clara como la de cualquier noble inglés, que si no fuera por ese traje de mayordomo, fácilmente podría pasar por un Duque o Marqués.

 

¿Cómo un ser infernal como el podía ser tan bello cual ángel? ¡¿Ahora que rayos estaba pesando?! Desesperadamente, movía la cabeza de izquierda a derecha intentando eliminar esos “extraños” pensamientos, pero cuando volvió a dirigir su mirada fuera del vitral, no contó con toparse contra los ojos carmesí. Ambas miradas se habían cruzado, y Ciel no sabía que hacer. Se quedó petrificado un momento, sosteniéndole la vista a el demonio. –No, no perdería en ese juego de miradas –Se dijo a sí mismo. Más el azabache tampoco cedía, se mantuvieron así unos segundos –que parecieron horas para el menor-  hasta que Michaelis por fin, a forma de saludo, le sonrió cálidamente desde su posición en el jardín, sosteniendo aún una rosa blanca entre sus enguantadas palmas,  ese simple ademán había sido suficiente para poner del color de una manzana a el pequeño Conde quien de forma evasiva se giró sobre la silla, dando de nuevo con su escritorio. Fingió tomar de nuevo los documentos y hundir su cabecilla entre estos, más por su mente aún pasaba lo acontecido. ¿Desde cuándo se sonrojaba con la simple acción de tocarle o verle? Todo era culpa de ese estúpido sueño que había tenido la noche anterior. –Tal vez debería dejar de leer tantos libros, sí, debe ser eso. –Intentaba convencerse a sí mismo, mientras pasaba las hojas de los archivos, esparciéndolos todos en el mueble de madera fina.

 

-Si es necesario, no volveré a dormir con tal de no soñar con eso de nuevo.

 

 

-¿Soñar con qué, Bocchan? –Interrumpió las cavilaciones del menor, aquel que cruzaba el umbral llevado a cuestas un carrito con variables aperitivos, todos a gusto de su joven amo.

 

 

-¡Idiota, te he dicho que toques la puerta antes de entrar! –Exclamó sorprendido el oji-azul, quien había dado un brinco en su silla a causa de la impresión.

 

-Mis disculpas joven amo, pero ocurrió justo igual que en la mañana; toque varias veces y usted no respondió.-Sonrió el mayordomo, mientras le extendía una taza con té a su amo y le servía la merienda de las cinco.

 

 

El joven Phantomhive no dijo nada, solo se limitó a arrebatarle la taza a el mayor y sorberlo de inmediato sin ninguna gracia o delicadeza. El mayordomo le observaba desde su lugar, esperando la siguiente orden con su semblante calmado de siempre, cosa que sacaba de sus casillas a el Conde. Tenerle tan cerca le hacía sentir incómodo y los nervios le ocasionaban el actuar torpemente, un absoluto e incómodo silencio se había formado en el despacho del joven Conde.

 

 

-¿Y se puede saber cuál era ese sueño del que hablaba, Bocchan? –Preguntó el oji-escarlata deshaciendo la incomodidad presente en el ambiente. Mientras recibía la taza vacía del menor, comprendiendo claramente la indicación de refil.

 

 

-No es de tu incumbencia. –Rezongó el menor, levemente sonrosado por la clase de sueño del que se trataba. –Sólo estaba pensando en voz alta. –Admitió.

 

 

-Ya veo. Eso puede resultar bastante peligroso. –Respondió mientras servía de nueva cuenta el líquido de exquisito olor en la fina vajilleria importada. –Oídos equivocados podrían escuchar los pensamientos del joven amo y eso no sería para nada benéfico.  -Sonreía sínicamente, devolviéndole la pequeña tacita a el oji-azul, sin percatarse de que accidentalmente había rozado un poco la muñeca descubierta del niño.

 

 

Al sentir el ligero roce, casi imperceptible, no pudo evitar el estremecerse y arrojar la costosa pieza del juego de té al suelo, haciéndose esta añicos. Había perdido la sensibilidad en sus dedos al mismo tiempo que el peli azabache le hubiese tocado. Era evidente lo imposible que le resultaba mantenerse cerca de Sebastian sin cometer alguna estupidez, pero , ¿por qué? ¿qué tenia ese demonio que le hacía comportarse de esa forma tan patética?

 

 

-Discúlpeme, he sido un torpe. –Se precipitó a decir el mayordomo negro, a el mismo tiempo en el que se agachaba a limpiar todo el desastre.

 

 

-No, no es tu culpa. –Dijo casi en un susurro el menor, su voz se notaba algo cansada. –Creo… creo que por el día de hoy ya fue suficiente trabajo. Tomaré una siesta. –Dijo mientras se pasaba sus dedos índice y pulgar por sobre el puente de su respingada nariz, en claro signo de fastidio.

 

 

Esto sorprendió de sobre manera a el mayor, no el hecho de que se fuera a dormir temprano, más bien el hecho de que no le hubiera escarmentado por haber tirado la taza y la forma tan pasiva en que se comportaba. Algo tenía ese chiquillo y era más que obvio que no tenía intenciones de decirle, ya que todo el día se la había pasado evitándolo o mandándolo a hacer quehaceres que ni le correspondían o  ni siquiera eran necesarios. El sonido del pomo girarse lo sacó de su ensimismamiento, y le avisó la partida de su amo.

 

 

-¿Bocchan, se siente bien? –Interrumpió su huída antes de que siquiera pusiera un pie fuera de la habitación.

 

 

-Sólo estoy cansado. –Respondió con el mismo tono hastiado, sin siquiera voltearse a verle. –Encárgate de los preparativos para la cena y déjame descansar un rato. –Puntualizó, mientras dejaba a un Sebastian confundido tras la puerta de su despacho.

 

 

El oji-escarlata se cruzó de brazos. ¿Si tenía un problema por qué no simplemente se lo decía? El lo erradicaría al instante en que se lo ordenara, pero, si fuera ese el caso ya lo habría hecho desde antes. Entonces, tal vez se encuentra mal de salud e intenta ocultarlo queriendo parecer más fuerte, si, debía ser eso, el orgullo de ese niño no tenía límites. -¿Cómo tanto ego puede caber en un cuerpo tan pequeño? –Dijo entre dientes, mientras empujaba la puerta frete a él. Parsimoniosamente, se encaminó por los pasillos de la mansión Phantomhive, hasta llegar a la cocina, la cual se encontraba escaleras abajo. Postro su enguantada mano en la perilla de la puerta, pero una explosión le tomó de sorpresa antes de siquiera girarla. –Esta servidumbre tan inútil, ¿ahora qué? –Pensó en sus adentros, abriéndose paso entre el humo y los escombros de muro que caían a su alrededor.

 

 

-¿Señor Bard, se encuentra usted bien? –Levantó la voz, más que nada por pura cordialidad y por que perder a un ex-combatiente tan bueno en armas de alto poder significaría una gran debilidad en el servicio de la familia Phantomhive.

 

 

-¿Sebastian-san? ¿Es usted? –Exclamó entre su incontrolable tos, apareciendo desde dentro del humo causado por sus propios explosivos. -¡Estoy bien! Sólo pensé que si utilizaba dinamita la cena quedaría lista en menos tiempo y así le ahorraría tiempo.

 

 

-Si se encuentra o no bien me importar realmente poco, lo que me interesa es que ahora tendré que volver a reconstruir la cocina por décima vez esta semana por lo tanto me hará más complicada la tarea de preparar la cena. –Dijo el mayordomo con los ojos encendidos en furia, esos inútiles en realidad le sacaban de quicio.  -Además, ¿cuántas veces le he dicho que no debe cocinar con lanzallamas, explosivos o cualquier otra arma?

 

 

-Tsk…sólo quería ayudar… -Masculló el rubio cruzado de brazos, mordisqueando un cigarro entre sus dientes.

 

 

-Lo único que hiciste fue atrasarme en mis tareas. –Le respondió el mayordomo principal, mientras comenzaba a limpiar los escombros. –Además, deberías considerar el hecho de si el joven amo algún día podría ser alcanzado por una de tus explosiones, dime, ¿qué harías entonces? –Le regañaba el azabache, con cierto tono autoritario, muy común de él.

 

 

-Sebastian-san, ¿usted es muy apegado a el señorito Ciel, verdad? –Dijo derrepente el rubicundo chef, observando atentamente a Sebastian.

 

Esta pregunta tomó desprevenido a el mayordomo, ¿qué si era muy apegado a el niño? Era evidente, es decir, se trataba de una relación amo-mayordomo ¿no es así? Por lo tanto era muy normal el ser apegado a su único amo y señor. Además de que, aun que los demás no lo supieran, se trataba de su contratista y por lo tanto debía proteger lo que sería su próxima “cena”.

 

 

-Como mayordomo de la familia Phantomhive, ese es mi deber. –Creyó que sería lo más conveniente a decir, a el mismo tiempo que se llevaba su mano derecha a el pecho, donde se suponía que se encontraba su corazón.

 

 

-Ya veo…. –Dijo en voz baja el americano, no muy convencido de la respuesta.

 

 

-¿Y a qué viene la pregunta señor Bard?

 

 

-Nada en especial, eso sol que en los últimos meses le he visto más apegado a el joven amo, eso es todo. –Finalizó con simpleza el cocinero, sacando un nuevo cigarrillo de su cajetilla y colocándolo entre sus labios, y por consiguiente, encendiéndolo.

 

 

-¿Apegado, hmmm? –Repitió en casi un susurro las palabras del ex-soldado.

 

 

-Si, pero me imagino que para un mayordomo  su amo debe ser la principal prioridad, llegando, incluso a tomarle cariño debido a tantos años a su servicio.

 

 

-Supongo que así es, continuaremos con esta charla luego. –Contestó secamente el hombre de elegante frac negro –Iré a terminar mis demás tareas, tú por ahora limpia el desastre que has causado.

 

 

Sin más que agregar, salió silenciosamente de lo que quedaba de la cocina. El recorrido desde el punto inicial hasta el salón principal le pareció eterno, absorto en sus pensamientos y reflexionando las palabras de Bardoy. –Encariñarse con tu comida resulta imposible. –Dijo en su cabeza, causándole gracia la simple posibilidad de llegarse a encariñar con su contratista. Más algo le impedía sonreír, esas palabras no sonaban muy convincentes para el, por alguna razón en su interior sentía la minúscula posibilidad de que así podría llegar a ser. Se despejó de tantas cavilaciones y sacó su reloj de bolsillo del interior de su saco.-Seis con cincuenta minutos. Lo más propio sería ir despertando a el joven amo de su siesta, de lo contrario se le pasaría la hora de cenar. Con un pequeño clic, cerró el clepsidra y lo colocó en su bolsillo correspondiente. -Quien diría que ser el mayordomo de un niño sería un trabajo tan agotador.  -Se dijo a sí mismo, ahora con rumbo a la habitación del Conde.

 

 

 

 


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