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Treacherous. por Mrs Baldwin

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Notas del fanfic:

Aquíiiii llego con otro fic, señoras y señoreeees. Como siempre, espero que les guste y blablabla. Esta vez he querido hacer un fic en presente, no en pasado como suelo hacer. Y me ha costado lo mío porque he tenido que cambiar los tiempos verbales mil una veces. Como siempre, lemon y demás y este fic tendrá varios capítulos (todavía no se cuántos)

Advertencia: Fic inspirado en la serie Katekyo Hitman Reborn! que pertecene a mi amada Akira Amano, ni sus personajes ni su historia me pertecenen.

Y sin más, ¡a disfrutar!

-Vamos, Kyoya, no es para tanto.- suspira el joven italiano, que entra en la habitación detrás del menor, que parece un huracán comparado con la tranquilidad del pequeño hotel en el que se están alojando.

Hibari Kyoya simplemente se gira y lo mira con tanto odio, que si las miradas pudieran matar, él ya estaría a tres mil metros bajo tierra y ardiendo en el infierno. En ese momento, desea con todas sus ganas tenerlo debajo suya, implorando por un poquito más, pero se contiene y en vez de eso saca su cajetilla de cigarrillos que lleva bien guardada en su bolsillo derecho y le prende a uno.

Cuando Kyoya le lanza ese tipo de miradas sabe, que si fuese físicamente posible, lo incendiaría. Pero Dino se incendiaba de otra forma… un poquito más distinta. Se lleva el cigarrillo a la boca e inspira, dejando que el humo contamine sus pulmones y despeje los pensamientos que empiezan a formarse en su maliciosa cabeza.

Está seguro de que si empuja en este mismo instante a Kyoya a la cama, se va a llevar la paliza del siglo. Y no, muchas gracias, hoy no está precisamente de humor para pelear.

Pero parece ser que su aventajado alumno si quiere tener algo de acción, y se lo hace saber sacando sus tonfas y acercándose lentamente a él.

-No debería haber venido contigo.

Cavallone eleva una ceja y reprime un suspiro. Su pupilo lleva diciendo cosas como esa desde que llegaron a Napoli, en Italia, hace dos días. Se supone que es un viaje de verano, para descansar de toda la actividad y el estrés de las peleas, la familia, la mafia... Pero en vez de sentirse relajado, desde que habían llegado había tenido que lidiar con los ataques de furia de Kyoya (que eran mucho más fuertes que antes) y con esas palabras, que terminaban por desconcertar totalmente al italiano.

Sus peleas ahora eran distintas, muy distintas. Cavallone simplemente se quedaba de pie, observando como Kyoya destrozaba todo cuanto se encontraba delante suya, ya estuvieran el el cuarto del hotel, en la calle o en la playa. Se quedaba allí plantado, sin hacer nada, porque la expresión y la mirada de su alumno eran algo que jamás había llegado a ver en él. Indecisión, confusión. Y luego estaba la célebre frase, dicho con un tono que llevaba de cabeza al décimo Cavallone: 'No debería haber venido contigo'.

 

¿Entonces con quién, Kyoya?, se siente tentado de preguntar. ¿Con el grupo de herbívoros que dices odiar tanto?

Siente el frío del metal recorriendo su rostro y la calidez del cuerpo del japonés presionando insistentemente contra sus caderas. Inspira el humo del cigarro, buscando calmarse y, cuando lo expulsa, gira la cabeza porque sabe que el humo irrita considerablemente al menor.

-Hoy no, Kyoya.

 

Kyoya se desconcierta, y quiere que le mire a los ojos. Quiere ver esa mirada que hace que su adrenalina se dispare, que su sed de sangre y desenfreno lleguen a puntos que ni siquiera él conoce. Quiere herirlo, lamer sus heridas, y volver a herirlo. Pero últimamente, se siente distinto, diferente. Ahora su adrenalina se dispara con tan sólo mirar al bronco.

Observa con atención su espalda cuando se levantaba por la mañana, observa los músculos del italiano cuando él no le miraba y, oh, sus tatuajes. Hibari Kyoya odia los tatuajes con toda su alma, pero con el bronco es diferente, todo con él es diferente. Los tatuajes del rubio tienen cierto encanto, cierto poder atrayente sobre él, y eso le gusta. Aunque le gustaría más recorrerlos con la punta de sus dedos mientras el capo hace maravillas aquí y allí...

Aprieta con fuerza la tonfa de su mano contra la mejilla de Cavallone y frunce el ceño. A eso se refiere, a esa manía que ha cogido su cerebro de divagar sobre todo lo que tenga que ver con el décimo Cavallone, y eso no le gusta. Se distrae, se siente confundido y perdido e Hibari Kyoya NO puede sentirse de esa manera. Jamás. Y es por eso por lo que en silencio y en algún lugar muy remoto de su subconsciente ruega por que el rubio le plante cara, y le haga entrar en terreno seguro, donde sabe como atacar, como herir, como no hundirse bajo tierra.

-¿Kyoya?

Aprieta los dientes y mueve el brazo para golpear al rubio, pero este simplemente para el golpe con la mano, y agarra la tonfa, buscando los ojos del menor. Y ahí lo siente, esa sensación que le irrita y hace que se descargue contra lo primero que se le cruce por delante.

-¿Por qué... contigo?

Y esta vez, a quien le irrita la pregunta es a Cavallone, quien le voltea sin mucha dificultad y lo presiona contra la pared, a la espera de un nuevo golpe.

-¿Y por qué no conmigo? Si tanto deseas no estar conmigo, ¿entonces por qué has venido?

El cuerpo del capo presiona insistentemente contra el del japonés, y él puede jurar que la temperatura empieza a subir grado por grado, sin darle tiempo si quiera para pensar en una respuesta coherente.

-Te he hecho una pregunta, Kyoya.

Ya lo sé, estúpido bronco.

Pero en vez de contestarle, le mira a los ojos, desafiante y Dino evita una pequeña risa que está a punto de escapar de sus labios. Le parece lindo, al igual que la manera en la que le dice que no, que no lo necesita, mientras se mueve contra él, ayudándole en ese delicioso balanceo de locos, que hace que Kyoya se retuerza bajo su cuerpo y agarre las sábanas con inusitada fuerza.

-No lo sé.

La voz del menor distrae al capo de sus pensamientos y lo deja indeciso. ¿No sabe por qué ha ido con él? Se siente tentado de suspirar y de reconocer que casi tuvo que secuestrarle para sacarle de su amada Namimori, pero con Kyoya siempre es así.

Cada vez que pasan tiempo juntos porque así lo quiere Dino, el menor refunfuña, se irrita, tiene ganas de pelea y, si su orgullo le permitiera hacer algún puchero, los haría. Pero nunca se había comportado de esa manera y eso hace que su curiosidad, sus ganas de más y su amor unilateral, se revuelvan lentamente en su interior. Pero se contiene, como lleva haciendo desde hace más tiempo del que puede contar y deshace el agarre que tiene sobre el menor, alejándose de él.

-Vete a dormir, Kyoya.

Se da la vuelta y se adentra más aún en la amplia habitación, inspirando el olor a viejo que desprende y observando las motas de polvo que vuelan libremente por el aire, como si fueran lo más interesante del mundo.

Pero no lo son. Se entretiene con ellas, porque no sabe como va a reaccionar el menor detrás suya, quizás le parta la cara con una de sus tonfas, quizás le parta la cara con los puños… la verdad es que no espera que aquello termine en el algo pacífico, pero aún así se queda ahí parado frenando sus ganas de besar al menor y de recorrer cada centímetro de su piel. Se da cuenta de que el cigarro que estaba fumando ha quedado olvidado en el suelo y se reprende mentalmente por desperdiciarlo cuando le quedan tan pocos.

Para cuando piensa que Kyoya está tardando más de la cuenta en acercarse y hacerle sangrar un poco, siente los finos y delgados brazos del japonés alrededor de su cintura y la cabeza de este apoyada en su espalda. Dino inspira con fuerza y siente que arde. Y, por un momento, algo salta en su pecho.

-¿Y si no quiero, Haneuma?

La pregunta resuena como un eco por toda la habitación y en la cabeza del capo italiano. Sonríe de medio lado. Kyoya es suyo, ahora y en el futuro, le guste o no. Y eso es todo lo que Cavallone necesita comprender.

-No me tientes, Kyoya.- se da la vuelta y agarra las caderas del menor, provocando en él un ligero suspiro.

-Te tientas tú solo, Cavallone.- responde Hibari, echando la cabeza hacia la izquierda, dejando su cuello totalmente expuesto ante el italiano.

-Sólo porque eres tú.- le atrae hacia él y recorre su cuello con los labios con sumo cuidado, como un artesano que le está dando los últimos retoques a su mejor pieza de porcelana.

Un jadeo escapa de la boca del menor cuando las manos del rubio aprietan con fuerza sus muslos y Dino sonríe con malicia, dejando que Kyoya sienta todos y cada uno de sus músculos.

-Vamos Kyoya, ¿en la cama o en la bañera?- le susurra al oído y siente como el menor se pega más a él inconscientemente.

-¿Quién ha dicho que vamos a hacerlo, Cavallone?

Hibari Kyoya se divierte preguntando, porque sabe perfectamente hasta dónde lleva todo eso. Desde el primer momento en el que el italiano ha puesto sus manos sobre él, ha tirado la lógica por la ventana y ha dejado de pensar en todo lo que le molesta. Se siente bien con el décimo Cavallone, y se siente aún mejor sabiendo que es todo suyo. Así que, ¿por qué contenerse? Podía ser orgulloso, pero no tan estúpido como para dejar que algo que le pertenecía se fuera de rositas.

-Lo digo yo, Kyoya, lo digo yo.

Y eso es lo que le gusta del bronco; es tan jodidamente posesivo que no le deja apenas espacio para respirar, para centrarse en el mundo exterior, sino que con él todo se transforma en Cavallone, Cavallone, Cavallone…

Las manos del rubio se cuelan bajo su camisa y un escalofrío le recorre la columna, y no puede asegurar si es porque siente las manos del capo demasiado frías o porque su cuerpo anticipa lo que está por venir.

-Sino me das una respuesta, Kyoya, te juro que te lo hago aquí mismo.

El japonés suspira y le quita lentamente el abrigo verduzco que siempre viste, pensando en que es un tremendo desperdicio ocultar aquel cuerpazo bajo esa mugrienta prenda. En un momento de lucidez, antes de que el italiano le empiece a masajear por encima de los pantalones, piensa en regalarle un abrigo, pero se quita el pensamiento de la cabeza y se encarga de susurrarle al oído mientras agarra con fuerza el borde de su pantalón.

-¿Y por qué no en ambos?

Y con esas simples y milagrosas palabras son con las que Dino Cavallone se pone a mil. Empuja al menor contra la puerta y le besa, le muerde y juega a construir un nuevo mundo en la boca de su alumno con su lengua. Kyoya le agarra del pelo, que cada vez empieza a parecerse más al peinado que utiliza en el futuro y le atrae hacia él. Se restriegan el uno contra el otro y la mano de Hibari se cuela por entre piel y calzoncillo del capo.

-Kyoya…

Sonríe para sus adentros, complacido por los pequeños jadeos que empiezan a salir de su boca, y decide aumentar un poquito la velocidad, y torturarlo exactamente como le tortura a él todas las noches.

Cavallone cierra los ojos, se muerde el labio y apoya las manos en la puerta, a ambos costados de la cabeza de su alumno. Se acerca a él para besarlo pero Hibari se escaquea y le aprieta con malicia ahí abajo.

-No, no, no, Cavallone, ahora me toca a mí.

Y Dino no sabe si es la mano metida en sus calzoncillos, si son los labios del menor tan terriblemente cerca de los suyos, si son los ojos negros de su amante totalmente llenos de lujuria, o si es el propio Kyoya lo que le hace sentirse como si estuviera ardiendo en el mismísimo infierno.

-Eres mío, Cavallone. Todo mío.

Y el italiano quiere decir que sí, que todo lo que tiene, todo lo que es y todo lo que puede llegar a ser es de Kyoya, pero la mano acariciando su miembro a ese ritmo violento que tanto le gusta y, en contraste, los besos del menor siendo repartidos dulcemente por su barbilla le dificultan el habla con creces. Se corre sin avisar, con un gemido ronco que lleva el nombre del menor en él y Kyoya ni se inmuta al sentir el líquido blancuzco repartido en cuantiosas cantidades por toda su mano.

-Mio Dio,- suelta el rubio en su lengua materna.- ahora tendremos que lavarte, Kyoya.

Y antes de que el menor pueda abrir la boca, el capo ya le ha cogido en brazos, como si fuera una auténtica princesa y se encuentra de camino hacia el pequeño baño del hotel.

Kyoya se retuerce y lucha, pero Dino le aprieta contra sí y le besa tan profundamente que al japonés se le olvida cualquier idea que pudiese haber tenido de resistirse. Deja al menor con sumo cuidado en la bañera y abre el grifo del agua caliente, dejando que el agua que cae desde arriba recorra su brazo y caiga graciosamente sobre la cabeza de Hibari, haciéndole fruncir el ceño.

-Estúpido bronco, deja eso y ven aquí de una vez.

Dino sonríe, con esa estúpida sonrisa que tanto odia su alumno, y se quita la ropa que deliberada lentitud, haciendo que Kyoya bufe de pura frustración. Pero cuando se mete en la bañera junto a él y le quita el traje que le compró hace dos días, todo es un revuelto de manos, labios, lenguas y pasión que hace que el menor se quede sin respiración.

-Ti amo così, Kyoya…-le susurra al oído, masturbándole y dejando marcas por todo su cuerpo.- ¿Perché non mi ami?

Lo último resuena en la cabeza del japonés, al igual que el lastimero tono en el que el capo lo ha dicho. No contesta a su italiano, nunca lo hace, ni tampoco espera que Dino quiera una respuesta, porque cree que su alumno es incapaz de entender o hablar su lengua materna.

Pero Kyoya se ha encargado de eso. Ha estudiado y aprendido con rapidez gracias a Reborn, quien le ha dado la oportunidad de hacerlo, y ahora entiende todas y cada una de las conversaciones que el Décimo Cavallone tiene al lado suya, pensando que no le entiende. Pero lo hace, y lo hace aún más cuando están entre las sábanas, con el sudor recorriendo sus cuerpos, y Dino le susurra palabras en italiano mientras le toca con devoción, recorriendo cada línea de su rostro, prometiéndole amor eterno y rogando por un poco más de su alma.

En esos momentos, Kyoya hace que no entiende, cuando sí lo hace. Hace oídos sordos, cuando lo que quiere es coger a Cavallone y no soltarle nunca, darle la felicidad que siempre aparece reflejada en su rostro pero que su corazón pocas veces siente, darle una familia cálida de verdad, todo lo contrario de la que fue la de ambos. Pero no puede, y sabe que es totalmente imposible.

Porque tiene sed de sangre, porque sólo piensa en pelear, porque no sabe ser extremadamente cariñoso, como le gustaría al rubio, y, sobretodo, porque no es una mujer.Y tanto él, como la familia Cavallone, necesitan una buena mujer que pueda darle todos los hijos que quiera.

Y por eso se calla, se vuelve loco lentamente, y termina explotando y tirándose disimuladamente a los brazos del capo, perdiéndose en su cuerpo cálido.

Cavallone embiste contra él con fuerza y el menor arquea la espalda, agarrando con fuerza las manos del capo que están agarrando sus caderas. Gime con fuerza, sin sorprenderse, porque ya sabe que Dino es experto en encontrar todos y cada uno de sus puntos débiles.

Acaricia su torso y sus tatuajes, sintiendo como el agua caliente resbala por todo su cuerpo y da gracias a que la cabeza y el pelo rubio del capo amortiguan todo el agua que debería estar cayéndole en la cara.

-Sei il migliore, Kyoya.

El menor araña los abdominales del italiano, echa la cabeza hacia atrás y gime y jadea como si le fuera la vida en ello. Y es que le pone demasiado que le diga cosas en italiano mientras se lo está haciendo tan duro como puede en la bañera.

Dino continúa con el balanceo y Kyoya intenta ayudarle, de verdad que lo intenta, pera esa bañera es tan sumamente incómoda que al final termina rindiéndose y decide sujetarse al grifo que está detrás suya, dejándole al italiano una vista de lo más espectacular.

-Kyoya, si me aprietas así… no…

La combinación de un Dino gimiendo su nombre y golpeando incontables veces ese punto que amenaza con sacarlo fuera de su cuerpo, hacen que se tense completamente y apriete los dedos de los pies, liberándose por completo.

Su pequeño grito de placer y sus espasmos no pasan desapercibidos para el rubio, que después de unas estocadas más se corre en el interior del menor, provocando unos temblores en el otro que hacen que se vuelva a calentar una vez más.

Lo lleva a la cama tras haber cerrado el grifo, tal y como lo llevó a la bañera, porque las piernas del propio japonés son incapaces de sostenerle tras el orgasmo. Le tira encima de la cama y, tras contemplar a un Kyoya totalmente empapado y sonrojado tras la primera ronda, casi gimiendo su nombre sobre la cama, jura por Dios que ese pequeño y travieso niño no podrá andar en una semana entera.

Le hace de todo, durante toda la noche, y Kyoya se vuelve loco cada vez que Dino le da a probar ese calor que tanto le gusta y le hace pedir por más.

 

Cuando terminan, el menor deja que el capo le coloque encima de su pecho y permite que le toque el pelo, que le bese, que le diga que le quiere en japonés, e incluso que le cante antes de quedarse dormido.

Para cuando quiere darse cuenta, está totalmente acurrucado junto a Dino y atrapado por los fuertes brazos de este. Le despierta la voz de Cavallone soñando, una media hora después de haberse quedado dormido.

-Ti amo, Kyoya.

Y él simplemente se deja llevar por el momento, se acurruca aún más entre los fuertes brazos del rubio y le contesta lo más bajito que puede, llegando a ser casi una articulación de labios, esperando que jamás le llegue a oír.

-Ho anche, Dino.

 

 

Notas finales:

Bueeeeeno, eso ha sido todo amigos. Un poquito bastante largo la verdad. El lemon deja mucho que desear, a pesar de que he tardado dos semanas en acabarlo peeeeeeeero espero que lo disfrutéis igualmente. Espero vuestros reviews, tantos buenos como malos, y muchísimas gracias a las personas que me han enviado un review a mis antiguos fics, me animáis mucho <3

¡Ja ne! :3


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