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Annatar por Grendel

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Notas del capitulo:

Si vas a leer esto, bueno, gracias, no es nada demasiado cuerdo, es simplemente el resultado de escuchar una canción una y otra vez y de estar con una depresión que se quiere quedar a vivir en mi casa... 

 

Es corto, lo sé, pero quedó perfecto (?).

Enjoy... o eso creo... :P

Las trompas comenzaron a llenar el pesado y frío aire de la mañana. El ambiente nublado que comenzaba a ser iluminado por los apenas cálidos rayos del gran astro se cortaban con un sonar monótono, agobiante en el reino antiguo de Astiwen.

Las imponentes montañas que lo rodeaban, majestuosas se mostraban ante cualquier impostor del pequeño reino, y en medio de ellas, salido de las entrañas de la montaña más grande, la Montaña Madre, un castillo gris, opaco, frío, lúgubre permanecía atento al triste cantar de los bronces. Las pequeñas casas de los pueblerinos que lo rodeaban se mantenían de la misma forma. El bosque también permanecía alerta, sus hijos no cantaban, saltaban o jugaban, se mantenían en un silencio que también los afectaba. El único agitado era el extenso mar azul, que turbado se enfurecía cada instante más y más.

Un gran desasosiego rodeaba a Cithiel, sentado en lo más alto del peñasco lloraba, sintiendo el viento ascender del mar y cortarle la piel allí donde sus lágrimas, puras como diamantes líquidos recorrían su rostro delicado. Su blanca y pura túnica danzaba tensa sobre su piel ignorando el dolor que corroía su más inmaculado sentimiento, el más puro, el más honesto e inocente.

¿Cómo ahogar la tortura que mortificaba sus insuficientes ganas de vivir? Simplemente inclinarse hacia adelante dejándose llevar por el ensordecedor mar que bajo sus pies lo invitaba a dejar el desconsuelo en pos de él. Él, más encantador que los espíritus del bosque, del mar y la montaña, el más bendecido por las divinidades de su reino. Él, más bello que el canto de las aves al amanecer, más cristalino que las aguas que la Montaña Madre les regalaba, más cándido que el baile de las flores y el viento al llegar la primavera, más ingenuo que las mariposas enamoradas.

Las trompas seguían sonando a lo lejos desde el templo en el que se oficiaba el requiem, rememorándole la funesta realidad. Ya lo había visto, no necesitaba volver allí.



Cithiel desde su pequeña casa en la que esperaba anhelante su regreso pudo oír lo que más temía y menos deseaba, el fatídico y acompasado mugir de las trompas que anunciaban exequias a algún reciente héroe. Observó como los plomizos perros de su adorado ladraban y aullaban al pasar de un contingente. Abordando la puerta con presteza pudo ver sobre el carruaje, tirado por azabaches corceles, el cuerpo rodeado de pimpollos lilas, que como él, no habían logrado florecer por completo.

Destrozado cerró la puerta de su pequeño hogar, con su corazón trastornado, y al voltearse le pareció verlo allí, sentado en el banquillo que siempre ocupaba, viéndolo reír como el ser tan simple y perfecto que era. El gruñido de los canes lo volvió a la cruda realidad.

Vistiendo un ajuar delicado e impoluto como el color de las nieves, caminando lentamente con la peregrinación hacia el templo, cerró sus ojos lagrimosos y tapó su testa con la caperuza nívea. Lo vió, y no era él, no era su amado y amante. Sólo una cáscara vacía.

Abatido, su doncel y caballero yacía pálido, cadavérico, inmóvil, sus suaves y brunos cabellos se hallaban peinados y perfumados como nunca en vida habían estado, sus ojos inquietos y risueños cerrados, para no abrir jamás. Su boca roja y brillante como las flores que crecen junto al río apagados, nunca volverían a pronunciar palabra. Sus manos inquietas y traviesas se hallaban agarrotadas sobre su espada, aquella que blandió contra plebeyos, príncipes y reyes. Aquella espada no se alzaría más contra nadie.

Su osadía se hallaba junto a él, muerta. No volcaría más sangre de soberanos, monarcas, gobernantes. Jamás podría defender al reino que lo vió nacer, crecer y aprender. Jamás podría defender a su tímido amado.



El canto desde el templo llegaba leve, como el movimiento de una pluma, hasta el peñasco. podía sentir las palabras, cual punzantes dagas apuñalar su infortunio.

¡Annatar, el encantador e indomable Annatar murió, oh, pueblo de Astiwen!

-Oh Annatar, si pudieras oír mis súplicas y lamentos. Mi contrito corazón no se conforma con tu recuerdo. Mi entereza, mi fortaleza, mi serenidad se han marchado junto a ti. Mi alma, vida mía, déjame acompañarte en tu aposento junto a las divinidades, déjame volver a verte y a abrazarte.

El mar bajo sus pies gemía estruendoso y encabritado se sacudía, Cithiel, de pie dejó su cuerpo caer hacia delante, decidido, rotundo, pero el viento que antes cortaba su rostro lloroso ahora enfurecido, airado lo empujó a sus espaldas, donde un pedrusco chocó con su cabeza.

Las luces ocre del ocaso rozaban sus facciones delicadas. Despertó evocando lo sucedido con anterioridad y no pudo más que llorar sintiendo el viento ascender del mar y cortarle la piel allí donde sus lágrimas, puras como diamantes líquidos recorrían su rostro delicado.

Notas finales:

Bueno, como siempre digo (?) Nunca escribo cosas de lo mas alegres o cómicas, o eso creo, creo muchas cosas, entre ellas que odio ser bipolar, porque es re genial (?) 

Si llegaste hasta aca, ahora me dejas un review para putearme aunque sea ò.ó

 

Lol.

 

 

 

 

Que depresiva que soy ú.ù


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