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Reformatorio. por FuckingDinosaur

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Munich, 2003.

Sentado sobre un pringoso plástico que imitaba a una especie de cuero. No podía evitar mirar con disgusto el carro de la policía. Por fuera se veía mucho mejor… Aunque claro, no era primera vez que iba en uno de esos. Pero sí primera vez en que… Iba a un reformatorio para menores..

Reformatorio. Así que ahí lo enviarían para “corregir su conducta”. Tenía 14 años, joder, deberían haberle dejado libre. Tampoco fue un delito tan grave… Una cita con un psicólogo y ya, igual que siempre. El reformatorio era algo exagerado.

Ya conocía a casi todos los policías de Munich. Y es que su historial delictivo era bastante largo.

Arrugó su nariz mirando al policía que iba a su lado, Karl. El coche apestaba, era demasiado incómodo y desagradable. Solo quería huir de ahí. Bill era así, un mínimo olor desagradable hacía que quisiera correr lejos.

Miraba por la ventana, calles, árboles, casas… De vez en cuando unos niños jugando y ya, era todo lo que se veía. ¿Cuánto llevaba ya en el carro? Comenzaba a aburrirse.  

 

Sonrió al sentir que el coche por fin se estacionaba, ya comenzaba a inquietarse. Antes de siquiera dirigir su mano a la manija de la puerta, Karl lo tomó de ambas manos, esperando a que su compañero –El “Líder” de la manada, como le llamaba Bill- fuera a abrir la puerta del lado del menor. Sentir las manos de un cuarentón gordo que apenas se bañaba una vez al mes –O esa impresión daba- en sus muñecas, era repugnante. Rodó los ojos al escuchar al Líder. ¿Es que no podía abrir la puta puerta? Si iba a pasar el resto de sus días de adolescente en un reformatorio, que comenzara desde ya en vez de retardar tanto el momento. Medio sonrió cuando por fin abrieron la puerta de su lado, bajó tranquilamente, aún con las manos de Karl en sus muñecas –Para su desgracia-.

Miró el edificio, se veía como un simple estilo colonial, sin nada especial. Se esperaba algo más llamativo. Soltó un bufido al darse cuenta de la simple fachada que tenía, hizo una mueca con sus labios y caminó hacia la entrada, soltándose del agarre de Karl con cierta delicadeza.

De dio media vuelta, mirando a los policías, les sonrió y despidió moviendo su mano de un lado a otro. Al fin y al cabo, le habían aguantado muchas.

Arqueó una ceja mirando al tipo que tenía en frente. Cabello rapado, rubio al parecer,  ojos claros y contextura delgada, demasiado alto para su gusto. Vestía un horrible uniforme de color negro, pantalones más rectos que una tabla, una camisa blanca que no había sido nunca planchada, y sobre esta una chaqueta de color negro. Éste mismo tipo, que gracias a su insignia Bill supo que su apellido era Jost, le abrió la puerta a su nuevo mundo, el reformatorio.

 

 

Al entrar todo era igual a como lo había pensado. Un par de tipos vestidos igual a Jost, escribiendo en papeles, firmando documentos, corriendo de un lugar a otro… Pero fue entrar y que todos ellos –Entonces se dio cuenta, que habían chicas también-  le miraran como si estuviera enfermo de algo muy contagioso, como si fuera… Un bicho raro. Siempre lo ha sido, supuso que este lugar no sería la excepción. 

Tres de esos chicos, contando a Jost, se acercaron a él, -uno de estos era de apellido Schäfer, rubio, cabello corto y lindos ojos color miel, cuerpo fornido. El otro era Listing, cabello largo y liso, espalda ancha y se veía bastante musculoso-. Estos tres chicos comenzaron a toquetearlo por  todas partes, en busca de algún arma blanca, suponía. Lo hacían también en las estaciones de policía a las que lo llevaban, hasta que alguno de sus padres fuera por él. Jost se acercó a su oído y susurró “Ya vas a ver esta noche como te rompen la colita, maricón”. Bill no pudo evitar sonreír. Le gustaría este lugar.

Luego le entregaron su uniforme, un overol de color azul oscuro, demasiado opaco para el gusto de Bill. Un buzo gris, zapatillas de lona blancas y una remera del mismo color de las zapatillas. Horrible  uniforme, según Bill.

Si había algo que odiaba eran los uniformes, de cualquier parte, simplemente los odiaba. Lo enviaron a las duchas, donde tenía solo media hora. MEDIA HORA. Joder, él normalmente se tomaba un baño de una hora como mínimo. El agua salía hirviendo, se pasó más de 5 minutos intentando regular el calor, intentaba mirar algo en ese baño gigante, pero el vapor de la ducha se lo impedía. Se duchó lo más rápido que pudo, se puso el horrible uniforme y salió del baño. Fuera, lo esperaba Jost. Mirándolo de pies a cabeza. Ese tipo no le gustaba nada, pero… Sexo era sexo, sonrió para sus adentros. Si este tipo pensaba que era virgen, se reiría en su cara. Caminó a las habitaciones, con Jost a su lado, sonrió al ver solo chicos al entrar. Era un reformatorio solo masculino… Mejor para él. Se dio cuenta de su preferencia sexual a la corta edad de 8 años, a esa misma edad, había perdido muchas cosas. Como su virginidad.

Desde siempre fue un insensible, ya que sus padres nunca le demostraron amor. Para ellos Bill era un estorbo y lo más importante era el trabajo. Como consecuencia, Bill había madurado prematuramente y sin cariño ni cuidado alguno.

Se sentó en una de las camas, ésta era demasiado incómoda para el gusto de Bill. Soltó un bufido y miró a su alrededor, sonrió viendo a otros chicos desvestirse, el viaje había sido largo y la noche ya había caído en Munich. Bill sabía como provocar a un chico, y eso era lo que quería hacer. Tomó uno de los tirantes del overol, retirándoselo lentamente dándole la espalda al chico que le llamó la atención. Porque sí, ya había uno por quien se sentía atraído sexualmente. Terminó de bajar su overol, quitándose sus zapatillas con los pies. Tirando el overol al piso de un lado de la cama, bajó su buzo lentamente por sus piernas, mostrando todo su redondo y bien formado trasero a aquél chico rubio platino que yacía sentado en la cama de enfrente.

Bill no acostumbraba llevar ropa interior, lo que al parecer, al rubio pareció gustarle. No alcanzó a sacarse su remera y ya tenía una respiración agitada azotando su nuca. Sonrió. Definitivamente, este lugar le gustaría.

 

 

Pasó con el rubio el resto de la noche, luego de tener la primera noche de sexo ardiente, con el rubio corriendo desde su cama a la de Bill cada vez que sentía que venía un guardia a vigilar, Bill supo que su amante se llamaba Andreas. Contextura delgada, un cabello no tan largo, pero tampoco corto. 17 años y jodidamente sexy. El prototipo ideal de Bill.

En su primera mañana en el reformatorio, había pasado Jost, despertándolos a todos. Por lo que Andreas había mencionado a Bill, no todas las semanas era el mismo que los despertaba.

Bill conoció a varios chicos, coqueteó con la mitad de ellos, ante la mirada entre dolida y molesta de Andreas. Probó el asqueroso desayuno del lugar. Era aún peor de lo que cocinaba su madre. Al estar en el comedor, pasaron la lista del reformatorio, al escuchar su nombre, casi gritó “Presente”, al igual que el resto. Cuando iba de camino al trabajo, sabiendo que con la popularidad que ya había conseguido esa mañana le ayudaría a librarse de casi todo el trabajo. Antes de poner si quiera un pie en el0 lugar, Schäfer lo tomó de un brazo, mirándolo serio, caminó junto a él por un largo pasillo, mirando todo sin dejar de sonreír.  Dejó de hacerlo en cuanto se detuvieron en frente a una puerta que decía “Psicólogo –Thomas Kaulitz”. Así que psicólogo… Joder, ya llevaba 3 psicólogos desde lo ocurrido y ninguno pudo sacarle información. No se daría el brazo a torcer. Aunque… Ese nombre lo intrigaba.

Entró sin tocar, comprendiendo que Schäfer lo llevaba a la cita… ¿Diaria? ¿Semanal? ¿Mensual? No tenía idea. Entró y miró toda la sala, era el lugar más vivo del puto establecimiento. Detuvo su mirada en un chico alto vestido con una bata blanca, que en ese momento le daba la espalda mientras miraba por la ventana. Tenía linda espalda y unas rastas bastante sensuales… No estaba mal. Hizo sonar su garganta con una leve y sutil toz. Al ver al “chico” voltearse, no pudo evitar ensanchar su sonrisa. Tenía un perfil perfecto, unas pestañas largas y curvas, unos labios carnosos que ponían a cualquiera, adornados por un piercing metálico… Su psicólogo había provocado que sus latidos estuvieran a mil por hora, que un sonrojo apareciera en sus mejillas en cuanto sus miradas se cruzaron. ¿Qué mierda le pasaba? Era un simple chico, un psicólogo más… O al menos eso quería creer.  

Notas finales:

Acepto tomates ;-; 


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