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She saved his life por DIXlover

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— ¿Qué crees que haces? — espetó casi con brusquedad pero con una de sus preciosas sonrisas cautivadoras, una sonrisa igual a “ella” llena de malicia, lujuria y dulzura.

Los ojos de Mana se movieron de forma lenta y cadenciosamente a los de ella y nuevamente le miró fija y penetrantemente. Aquél tipo de miradas siempre asustaban a todos quienes la recibieran, pero no a ella, no pasaba de ponerle nerviosa tras unos segundos de esa intensa mirada, de aquellas pupilas fijas y profundas como el mar; esas miradas que revelaban un antiguo espíritu orgulloso que se ha negado a caer por siglos, un espíritu similar al que habita en él hace ya bastante tiempo.

— Nada… sólo… me gusta escucharte — susurró él con una voz casi tenebrosa, mientras su cabeza subía y bajaban con lentitud al son y ritmo de la respiración de ella, pues estaba recostado sobre su pecho pálido y desnudo.

— ¿A qué te refieres con “escucharme”? —

— Sí, escucharte… tu corazón — confesó y cerró los ojos adentrándose en el constante latir de aquél órgano que bombeaba por ese divino cuerpo el líquido vital y delicioso que ella necesi8taba para vivir; ese ensordecedor latir que borraba todo a su alrededor.

¿Hacía cuanto no escuchaba latir un corazón?

Se incorporó quedando sentado al lado del cuerpo de ella, que se notaba, estaba por quedarse dormida, luchaba por mantener los ojos abiertos. Los recuerdos y el sonido del corazón palpitando se escaparon de su mente y ya no los percibía, sólo contemplaba la exuberante figura con dominante belleza de ella bajo una pobre y tenue iluminación, producto de la mala calidad del hotel donde estaban.

Sus ojos ancestrales y misteriosos se movían viajando por cada curva y línea, por cada rincón, por cada tozo de piel desnuda de la desnudez expuesta de ella, le miraba sin el menor pudor, y su mirada era tan profunda que juraba que casi podía ver como corría la sangre bajo su aterciopelada piel. Su mano esquelética y gélida se estiró para tocar el borde punzante del hueso de la cadera del bello ser que parecía dormitar a un lado, justo allí podía sentir una vena pulsando bajo sus dígitos, ante ese delicado tacto Kaya despertó y apretó los ojos antes de abrirlos y mirarle, sus grandes y almendrados ojos se fijaron en los de Mana, ella estaba perfectamente conscientemente de que él no era  más que un asesino, así mismo se había catalogado él, como un asesino, y para muestra un botón, las muchas perforaciones que se extendían sobre varias zonas de su cuerpo. Pero era precisamente esa mítica y elegante condición lo que tanto le atraía de él, a pesar de que, estar juntos significara arriesgar su propia vida, bailar un tango con la muerte.

— Ven aquí — susurró Mana al tiempo que sujetaba firmemente las caderas de ella y las levantaba como no pesaran ni un gramo.

No hubo la menor oposición.

A pesar del cansancio y de que el sueño ya le dominaba era incapaz e imposible resistirse, negarse a ser dominado por un vampiro. Pero para Mana, ella no era sólo un simple humano; quizá fueron las fatídicas condiciones en las que la conoció las que le hicieron llegar a la innegable conclusión de que, por primera vez en más de cuatrocientos años, se había enamorado. Pensó que quizá sonaría estúpido el que, dentro de un cuerpo tan vacío como el de Mana, hubiera espacio para ese tipo de sentimientos, sobretodo luego de haber bebido la vida de muchos inocentes, pero no, no era así… lo sentía, aunque ese fuera un sentimiento exclusivo de la debilidad de los humanos.

Siempre pensó que su inmortalidad era como un arma de doble filo, le brindaba tanto placer, pero cobraba todos sus divinos beneficios con una desgarradora sensación de soledad y vacío interior, y esa sensación de soledad de había apoderado de su cuerpo con el pasar de los siglos como el fuego, hasta que sin darse cuenta, él, inmortal, se sentía miserable.

Nadie está tan sólo con quien ha de vivir eternamente.

Había llegado a la conclusión de ya dejar de existir, a causa de la soledad, claro que siempre estuvo rodeado de sus semejantes, pero para él en ese entonces, no había un motivo más para vivir en ese largo y extenso plano existencia que había sido su vida.

Y su hora había llegado, casi quinientos años de vida eran suficientes, ya todo era suficiente.

 

[Flashback]

Esa noche, la misma noche en que se conocieran, Mana había salido de su fría morada a la que llamaba hogar por seis décadas, un palacete con muros de piedra escondido entre las perenne hojas de los pinos para evitar el paso del sol, y claro, alejado de toda civilización; caminó en dirección al pueblo y pasó a través de éste, los gritos de los niños asustados no significaban ya nada, ni los murmullos de los seres humanos que le señalaban y se persignaban al verle pasar. Los vampiros y otros seres inmortales planeaban su fin con suma cautela y delicadeza, y mana no era la excepción, pero él era muy diferente, tramó su final, un final fatídico y como él impresionante. Quizá la mejor manera  era el mismo sitio donde por última vez vio el amanecer como un humano y ahora, lo vería por última y definitiva vez.

Salió del pueblo y cruzó un camino empedrado que le llevó a un puente de roca sobre un caudaloso río, subió a la barandilla y se sentó sobre ella con los pies colgando hacia abajo, a varios metros del agua furiosa y las rocas afiladas, pero en ese momento dudó qué hacer, ¿Saltar o esperar los rayos del sol? Pero con prontitud sitinó la imperiosa necesidad de escapar de la claridad de la mañana que se acercaba, mientras el cielo negro se pintaba de azul dando paso a la madrugada, pero no se movió, esperaba pacientemente que la luz solar le bañara por completo y que su piel se secara y se agrietara como una pintura vieja, esperaba que de sus huesos saliera humo y quedar convertido sólo en un montón de polvo, similar a la ceniza.

Aspiró profundo esponjando las fosas de su nariz, esperando llenarlas con el aroma de la mañana, sin embargo un aroma muy diferente llamó su atención, el dulce aroma de sangre muy fresca y virginal, el aroma de la sangre que hace años no le importaba. Aspiró profundo y el olor guió su cabeza hacia la izquierda topándose sólo con un trozo de tela roja sobre el suelo a varios metros de distancia. Arrugó la frente, no comprendía nada, entonces ese trozo de tela se movió, era un vestido carmesí y quien lo portaba había caído al suelo rompiendo sus rodillas, de allí manaba la sangre que había percibido; se relamió los labios al ver el rojo líquido manchar las blancas medias que aquella persona portaba, sin embargo algo más llamó su atención, el rostro de ese ser, bañado en lágrimas y con una fatídica expresión, la misma que él tenía, sin ganas de vivir, el melancólico talante del perfil de aquel ser que corría acercándose al puente sin importarle las heridas en sus piernas, los elegantes y alborotados rizos y el delicioso cuello expuesto.

La bestia había olvidado que esperaba el sol para morir, ahora sólo miraba con fijeza aquella doncella que estaba de pie a la entrada del puente, a escasos cinco metros de él, mirándole aterrorizada, temblando de miedo y sin poder escapar, retroceder, se notaba aterrada. Él sonrió y con un muy rápido movimiento se levantó de la corniza quedando de pie en medio del puente, aún a la misma distancia, observándole, aquello hizo temblar a la joven, apenas y creía lo que sus ojos estaban viendo.

— ¿Por qué corrías? — preguntó y su voz sonó homófona, de ultratumba, ella sollozó volviendo a derramar un par de lágrimas, podía oler su miedo y se embriaga con él y el aroma de su sangre — ¡Respóndeme! — Alzó la voz, pero no recibió respuesta, ella estaba paralizada — ¿Quién eres? ¿Por qué corrías? —

— ¿Ibas a saltar? — al fin habló ella

Después de oírle, Mana no supo mas de sí, increíblemente la idea de morir había quedado completamente fuera de consideración, y quedo aún mas descartada al escuchar un nuevo sollozo de ella, un grito ahogado de terror al haberle confesado que era un vampiro y que sólo esperaba la luz del sol.

— ¿Un v-vampiro? — murmuró con la voz temblorosa, dando unos pasos hacia atrás, aún más aterrada que antes.

La monotonía del silencio de los grillos cantando se vio interrumpida con el sonido de una trompeta muy cerca de allí; ella se giró aterrada y justo donde ella había caído al suelo aparecieron unos caballos con varios jinetes, un escuadrón quizá. No supo en qué momento Mana le había tomado de la cintura y cómo habían llegado casia  ala copa de uno de los árboles.

— Te están buscando ¿no es cierto? — preguntó mirando el escuadrón atravesar el puente y alejarse, ella respondió con un “sí” — ¿Qué hiciste? ¿Por qué te buscan los caballeros de la reina? —

— Soy su hijo… y quiere obligarme a casarme para heredar la corona ¡Y yo no quiero! — gritó llorando y él hubo de taparle la boca para no ser oídos.

Entonces ella también huía, pero a diferencia suya no pensaba suicidarse. Luego de un suspiró tomó el pañuelo que guardaba en su saco y con él hubo de limpiar las rodillas de ella.

— Que bueno que no saltaste — susurró ella con una pequeña sonrisa — No te hubiese conocido y quizá ya me hubiese capturado — finalmente había hablado sin miedo, con una hermosa naturalidad en su voz y su rostro.

Desde ese día, y totalmente en contra de las reglas de los seres inmortales, Mana había quedado prendado de ella, a sabiendas que era también un chico, pero más que un chico un humano, se había enamorado de su deprimente vitalidad, de sus sonrisas y de su adorable espíritu combativo… de su insolente personalidad, de sus cambios de humor.

[Fin del Flashback]

 

— Despierta, no te duermas — su profunda remembranza se vio interrumpida por la voz de Kaya, sus miradas se cruzaron y ella se subió completamente encima de él, con ambas piernas al lado de su cuerpo dispuesto a reiniciar el acto que llevaran haciendo durante toda la noche; por su privilegiada condición de inmortal vampiro era poseedor de una energía y lujuria inagotables.

La preciosa muñeca pálida de labios rojizos y mirada melancólica había cambiado con cada movimiento del vampiro que se arremolinaba bajo su cuerpo, besándole con intensidad y con sus notables quinientos años de experiencia. Sus afilados dientes rasgaban los carnosos labios de ella, siendo la sangre resultante de estas laceraciones el desencadénate de toda la lujuria que se entregaban el uno al otro; mortal e inmortal se unían en el umbral de lo prohibido, sabían que desafiaban las leyes divinas por el simple hecho de amarse y entregarse por completo el uno al otro, sólo por el falaz atrevimiento de sentirse dueños de sus cuerpos.

Sin embargo, la condición de Mana, le exigía algo más de Kaya, y no podía negar su creciente instinto ante las palpitantes venas de su largo cuello; se deslizo perezosamente de la boca al cuello, y relamió anhelantemente la pálida piel expuesta, tan tiernamente frágil que se rompía como fina seda bajo la presión de sus colmillos, causándole un ansioso temblor a su amada victima. Enterró suavemente sus afinados caninos sintiendo al instante el cálido y rojizo líquido fluir, derramándose en forma de delgados hilos carmesí que se escapaban de la pequeña comisura de sus labios.

Desde aquella misma noche que se conocieron, aún sobre las ramas del árbol Kaya había aceptado alimentarle, producto de sus pecaminosos deseos o de un profundo amor, Mana nunca supo el porqué pero le encantaba cómo ella se quejaba y cómo se retorcía producto de un leve dolor punzante, sin importarle cuanto ímpetu mostrara el vampiro al beberse su vida. No tenía explicación para la enorme fortaleza de su amada, pero entre sus brazos él tenia a una ser humano capaz de alimentarlo, de satisfacerlo y de amarlo. Y para Kaya no importaba mucho el andar por la vida mortal cubriéndose las muñecas y el cuello hasta que sus heridas sanaran; le era un orgullo saberse tan profunda e íntimamente marcado, se retorcía bajo el ardiente efecto de la succión de los labios de Mana en su cuello; sabiendo que este gran sacrificio siempre tenia una recompensa.

Él completamente satisfecho de toda la dulce sangre que corría ahora por sus venas y que parecía dotar a su fallecido corazón de un poco de esa brillante vitalidad se incorporo, y miró a su doncella por unos segundos. No había forma de comparar nada que hubiera visto antes con su hermoso semblante, esa lasitud humana expresada mediante la agitada respiración, mediante el trémulo pulsar del  corazón que hacia su mejor esfuerzo por seguir palpitando para mantenerlo con vida.

— Mana… ¿qué fue… todo eso? — preguntó decepcionado cuando fue capaz de hablar de nuevo.

— ¿Todo? — le miró arrugando el entrecejo — Llevamos juntos en este cuarto más de ocho horas ¿Te parece poco? — se levantó y comenzó a vestise, aunque deseaba ardientemente seguir, sabía que muy bien que terminaría mordiéndole de nuevo y esta vez Kaya no sería capaz de soportar, su coazón terminaría por detenerse y jamás, se perdonaría por haber causado el deceso de ese joven que amaba tanto.

— ¡Kaya! No te quedes dormido — le sacudió levemente al verlo entrecerrar los ojos producto del cansancio, o quizá la debilidad por haberlo alimentado toda la noche — No te duermas — reiteró tomándole por debajo de los brazos y ayudándole a incorporarse, sujetándole con sumo cuidado, como se sostiene lo más valioso y amado.

Tomó de la mesa de noche un pequeño pastillero decorado exquisitamente con encajes y la figura de un ángel de oro con una rosa entre sus manos, allí dentro guardaba todas las cápsulas y grageas que usaba para impedir el cúmulo de malestares y daños que provocaba al desangrarlo, de ese pequeño cofre extrajo al menos diez pastillas de diferentes colores, tamaños y formas.

— Tómalas todas — le susurró acercando la mano a los lánguidos labios de Kaya quien las tragó una a una sin ayuda de ningún líquido, luego de haberlo hecho cada noche durante los últimos seis meses se le volvía cada vez más fácil — Te espero a que te vistas — susurró nuevamente sentándose a un lado de la cama, pero Kaya negó con la cabeza y se desplomó en la cama, con un gesto que nunca había hecho, alarmante, síntoma de los malestares que sentía.

— Sólo… quiero dormir — dijo antes de bostezar y ambos se quedaron en silencio unos momentos en los que el mortal logró dormir por espacio de quince minutos — ¿Por qué ya no quieres ir a mi casa? — preguntó despertando y volviendo a su carácter normal, por obra y gracia del cóctel de fármacos que había bebido.

— ¿Por qué siempre eres tan terco? — Mana le miraba con el entrecejo fruncido — Ya te expliqué el porqué, si mi aroma queda esparcido por tu casa… van a darse cuenta…— Y esa era la mayor dificultad de su relación vampiro-humano, el peligro de que otros inmortales percibieran su aroma, estaba prohibido tener un humano como mascota, y estaba aún más prohibido amarlo.

— Pues no me gusta estar en este tipo de hoteles baratos — le espetó bruscamente — Me siento una…— calló antes de proferir una muy mala palabra; aunque era cierto, la mala calidad de ese tipo de cuartos no interfería en el desempeño de sus actividades pero si bajaba su moral.

— Pero sabes que así debe ser… Kaya — le dijo con una muy pequeña sonrisa, luego de haber recuperado su apariencia gótica y oscura, se puso de pie y alisó la tela de su saco dispuesto a partir, aunque muy en contra de su voluntad.

Un hondo suspiro escapó de los mortales y divinos labios, su dueño yacía aún en el pecaminoso lecho, estiró su mano implorando un último abrazo de despedida; resultó imposible resistirse y Mana se encaminó hacia él tomándole entre sus brazos con fuerza casi asfixiante, besando abruptamente sus labios, pero un beso muy diferente a los lascivos que se habían dado durante toda esa tarde-noche, este beso en especial iba cubierto de añoranza, de amor y quizá nostalgia.

— Pronto amanecerá, debo irme — susurró Mana haciendo uso de su fuerza de voluntad para separarse y desprenderse de aquella húmeda unión.

— Lo sé — a pesar de lo que sentía, la tristeza de que él tuviera que irse y no volverlo a ver hasta la noche siguiente, sonrió.

 Sin mediar alguna palabra más, Mana se deslizo por la puerta y desapareció entre las espesas sombras; aun así Kaya había aprendido a reconocer su hipnotizarte aroma, nuevamente se desplomó sobre la cama quedándose dormido profundamente; él también debía marcharse pronto y regresar a su vida mortal, así como Mana a la suya, encerrado en una fría sepultura.

Sin embargo, ambos esperaban ansiosamente la caída de la noche donde volverían a ser uno y continuar con ese ritual hasta que la existencia de uno de ellos dos llegara a su fin.

 

 


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