Como un susurro al viento…
Como el canto de la cigarra, dulce, tenue y triste.
Luna plateada, dulce confidente, solo a ti, solo en este momento. Cuando el silencio llena cada rincón y el dulce sueño se apodera del espacio.
Escucha atenta esta confesión.
Solo esta noche, solo un instante… déjame mostrarte el corazón.
Tantos momentos vividos y al mismo tiempo sufridos. Desde el amanecer hasta el anochecer, solo el existe, solo él me llena.
Es el pecado, incitante y andante. Tan embriagadora es su cruel sonrisa, tan penetrantes sus miradas y tan profundas sus palabras que me arrancan el alma.
Mis sueños los invade cada noche, arrebatándome la vida de apoco en un deseo imposible, inconcebible.
Mi alma le pertenece y el disfruta cada instante vivido, manchándola de sangre y odio. La cultiva con pasión y esmero, hasta convertirla en la ideal, el alimento perfecto.
Y yo le deseo, le deseo tomarme todo… el cuerpo, el alma y el corazón. El no lo sabe, mas lo sospecha. Lo veo en sus ojos, el puede olerlo como la bestia que es, como el lobo hambriento disfrazado de oveja, pero… oh! Que oveja más endemoniadamente seductora. Te envuelve en sus brazos y clava sus garras en tu piel y pese al dolor, le deseas y te entregas como la estúpida oveja que eres.
Ese ser nefasto que llego a mi vida entre sangre y pudrición, arrebatando la vida de aquellos que deseaban arrebatar la mía. Él quien me envuelve en sus fríos brazos con tanta devoción fingida.
Como desearía arrancara mi vida en un solo instante, para no caer más de lo que he caído.
Mas mi orgullo, que es lo único que poseo, lo único que me pertenece a mí y solo a mí, jamás me permitirá entregarle nada, pese a que todo en mi le pertenece .
Y solo a ti dulce luna, solo a ti te lo confieso.
Deseo esta noche, pudiera solo un instante ser tú. Poder convertirme en ti, para observarle dormir y acariciar su rostro como lo haces tú, con tus rayos de luz. Ser tan tenue y cálido como solo tú lo sabes ser y entregarle en una caricia todo mi ser.
Guárdeme el secreto, que yo lo guardare también. Y ni sus labios rojos, ni su retorcida sonrisa arrebataran de mí jamás la verdad.
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