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Sueño de tigre por cutebeast64

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Notas del fanfic:

Fujimaki-sama es el autor de Kuroko no Basket y por tanto, el creador de Kagami y Aomine, sin embargo, esta historia la cree yo para ellos.

Notas del capitulo:

escuchando The Musician de D-Gray Man mientras escribía, salió esto. Como me gusta mucho el AoKaga quiero experimentar muchos tipos de escritos distintos, esta vez salió un tierno cuento de hadas, espero que les guste, es la primera vez que escribo algo así, por lo que no sé como me haya quedado, espero sin embargo, que sea de su gusto. Kagami se comporta algo distinto a la serie porque es un tigre, así que espero perdonen ese pequeño cambio en la personalidad, intenté sin embargo, dejarlo lo más parecido al personaje… en todo caso, espero les guste y pues, solo queda que lean.

Hace ya algún tiempo, en una montaña muy lejana con árboles altos como edificios cubiertos de lianas, entre cuyas copas rara vez se filtraba algún rayo de luz y en el que muchos animales se movían con tranquilidad, nació un tigrecito de pelaje rojo como el fuego.

En una madriguera calientita cavada en tierra y llena de pasto seco, el pequeño tigre abrió por primera vez sus ojitos rojos para contemplar el mundo… Un mundo pacífico y hermoso que le hizo sonreír, animándole a salir a toda velocidad hacia el exterior… Todo lo quería conocer, todo deseaba saber…

La sensación de la tierra en sus patitas cuando recorría la montaña, observando con sus ojos rojos los animales que se balanceaban en las lianas verdes, el de tumbarse en la playa de algún rio sumergiéndose parcialmente en el agua fría cuando el calor se hacía insoportable y el estremecimiento cálido que recorría su espaldita cuando en un día frío le alcanzaba algún brillante rayo de sol, eran placeres que aprendió mucho antes que los demás cachorros de la manada, pues mantenerle tranquilo y quieto era casi imposible de hacer.

A solo unos meses de su nacimiento y antes de que pudiese recibir un nombre, su madre fue acorralada por unos perros negros y luego capturada por animales bípedos sin más pelo que el de su cabeza, que la metieron en una caja hecha de trozos de madera para llevarla a la ciudad de piedra que se extendía desde el final de la jungla hasta aquel río grande al que llamaban mar y a la que le habían prohibido acercarse cuando empezó a caminar por la selva.

Sus paseos se hicieron más extensos después de eso y en varias ocasiones intentó ir a la ciudad, para ver una vez más a su mamá, devolviéndose con terror cada vez que escuchaba el ladrido iracundo de los perros encerrados. Y fue por tanto andar, que un día como cualquier otro llegó a conocer –y al mismo tiempo casi matar de un susto- a un conejito verde que siempre era muy cuidadoso y se esmeraba al máximo en todo lo que hacía, tratándolo como a un idiota una vez llegó a conocerlo mejor y entender que no sería comido.

Su nombre era Midorima e incomprensiblemente, disfrutaba de comer las cosas que nacían de la tierra y en algunas ocasiones las hojas verdes que nacían del suelo… Tanto era así, que en alguna ocasión el tigrecito le dio un mordisco a un grupo de aquellas hojas verdes, escupiéndolas en cuanto sintió el sabor pegándose a su lengua y rodando por el suelo. Midorima lo llamaría idiota y se burlaría muchas veces de él por eso, mientras, muy propiamente, recogía la parte limpia de las hojas con sus patitas delanteras y las mordisqueaba placenteramente.

Sin embargo, era cierto que tenía mucha hambre y poco sabía de cómo cazar, tampoco  era que tuviese muchos ánimos de matar conejos –para el alivio de Midorima- o en general ese tipo de pequeños animales, así que aún intentaría algunas otras veces morder hojas o ramas, lo cual siempre terminaba con él rodando por el suelo al tiempo que escupía y un muy propio Midorima, burlándose de él entre dientes…

Fue por su hambre, que llegó a conocer a un gran osito pardo que parecía bastante contento de comer bayas rojas en un arbusto escondido y al que no pudo evitar –su estómago no le permitiría evadirlo- preguntar si aquello era bueno para comer. Con una expresión algo aburrida, el osito le metería a la boca varias bayas de color morado y rojo, que aunque no sabían tan bien como la leche de su mamá, sin duda eran mejores que las hojas verdes de Midorima.

El nombre del osito era Murasakibara y su pasatiempo favorito era comer, seguido inmediatamente por el de tomar siestas, por lo que además de hablar sobre todo tipo de bayas, frutas y demás alimentos, poco tenían en común y el tigrecito pronto se despedía para seguir caminando en alguna dirección imprecisa…

Y también seguía queriendo ir a la ciudad para ver a su mamá, por lo que aún lo intentó otro par de veces, huyendo siempre que escuchaba los alaridos de los perros o cuando algún humano se acercaba demasiado… algunos incluso tenían unos extraños objetos que brillaban con el sol y apoyados en cosas redondas, les permitían moverse mucho más rápido… Esos objetos que después sabría se llamaban “bicicletas” los conoció en uno de esos intentos de acercarse a la ciudad, cuando al pasar por un camino de tierra, una humana descuidada pasó a toda velocidad, pisando su colita a rayas con una de las llantas… Aunque la chica no escuchó su adolorido grito por estar demasiado concentrada en sus propios asuntos, el sonriente gatito amarillo que estaba sentado en la parte de atrás de aquel peligroso objeto lo hizo, y saltó a toda velocidad para ver que le sucedía.

Su nombre era Kise, un gato casero de hermoso pelaje dorado que vivía en una gran casa elegante, y por lo tanto conocía todas las cosas del pueblo que para el tigre eran tan incomprensibles, como las bicicletas y las pelotas y el concentrado para gatos –que aparentemente sabía muy mal- o los collares con placas. Sin embargo el gatito sería lo suficientemente paciente como para explicarle varias veces y de vez en cuando, reprenderle por su mala memoria. Al parecer era aquella personalidad agradable y hermoso pelaje lo que lo hacía tan popular no solo entre las gatitas, sino incluso con conejitas, ratoncitas e incluso cachorritas, que siempre le saludaban entre sus paseos.

Fue por la insistencia de aquel alegre gato dorado y su alegre guía en lo que atañía a las extrañezas de la ciudad, que lograría –aprovechando también que era solo un pequeño tigre no muy visible- entrar a aquel mundo de piedras grises y callejones oscuros, para finalmente empezar a buscar realmente a su mamá.

Tal como era de esperarse, encontrar a la tigresa no sería un trabajo fácil, menos cuando se trataba de un tigrecito diminuto que le temía a los perros y debía ocultarse si no quería ser atrapado por los seres humanos, guiado por un gatito que no dejaba de saludar a todas las gatitas y perritas que le seguían con la mirada desde sus respectivas ventanas… Sin embargo, lo que logró animar al tigre cuando sus patitas estuvieron cansadas y su pancita empezó a rugir, fue un juego bastante particular que jamás en su vida había imaginado podría existir y cuyas reglas tardó bastante tiempo en entender.

Kise luego le explicaría que se llamaba basketball y que consistía en encestar en los aros rojos, las pelotas naranjas, por medio de clavados y tiros… que dependiendo de la distancia los tiros podían llegar a ser de tres puntos y que existían posiciones, como base, ala pívot y demás… habían varias canchas callejeras, algunas extremadamente cerca de los límites con la selva, así que incluso los días en los que Kise no le acompañaría a buscar a su mamá por estar en alguna cita o se sintiera demasiado deprimido como para intentarlo de nuevo, correría a alguna y escondiéndose como pudiera, disfrutaría de los juegos…

También fue en esos partidos, que descubrió el alimento más delicioso del mundo, capaz de saciar su pequeño estómago y que le parecía la mejor invención del ser humano, la Hamburguesa. La vendían en algunos puestos cercanos a las canchas y en una ocasión, cuando los chicos la dejaron en las gradas para jugar, el delicioso olor que desprendía le hizo olvidar su cautela y con un hambre inimaginable, zampársela de un bocado… Ah, ese sabor era realmente exquisito, tanto que su boca se aguaba y sus ojitos rojos brillaban al recordarlo… Las papas fritas tampoco estaban mal, pero su favorita siempre sería la hamburguesa…

Una tarde de verano, el tigrecito, cuyo robo de hamburguesas había empezado a llamar la atención entre los humanos, caminó por largas horas en la orilla de la selva para llegar a una cancha completamente distinta a las que había estado visitando hasta ahora, sonriendo al sentir el olor a hamburguesas proviniendo de aquel lugar junto con la agitación de lo que parecía un partido… Saltando con mucho cuidado de no ser descubierto, más ahora que ya no era tan pequeño como cuando había empezado sus correrías (aunque aún era demasiado pequeño para ser considerado otra cosa que un cachorro indefenso), se apresuró a llegar ante las gradas…

Un partido se estaba llevando a cabo y junto con las hamburguesas, había también perros calientes, nachos, papas y todo tipo de comida, alguna incluso tirada en el suelo, que disfrutó sin ningún tipo de prejuicio, acercándose cada vez más hacia la cancha. Fue en ese momento, bajo un cielo veraniego perfectamente despejado que el tigre conoció a Aomine…

Era un jugador de basketball, uno muy bueno y hábil, de tez morena y cabello azul oscuro, la manera en que movía el balón era algo de otro mundo… Además que parecía divertirse tanto al hacerlo, sonriendo cada vez que lograba arrebatarle el balón a sus contrincantes y más aún cuando los evadía con alguna finta juguetona… No importaba que tan cansado estuviera, Aomine siempre sonreía brillantemente y era tan imponente su presencia, su habilidad de juego y la fuerza de sus tiros, que el trigrecito de olvidó de tener hambre o de robar hamburguesas… Simplemente se quedó observándolo desde las sombras de las gradas, con sus ojitos rojos brillando de emoción y su corazón saltando en su pecho como un tambor.

Por primera vez desde que conocía las hamburguesas, algo se posicionó por encima de ellas en importancia para él… Gracias a ese juego, gracias a Aomine, el basketball, cuya contemplación no había pasado de un pasatiempo entretenido para él, se convirtió en una obsesión de un momento para otro… Caminar aquel largo recorrido por entre la selva cada día no era ninguna molestia para él cuando del otro lado le esperaba Aomine, ya fuera jugando un partido, un 1 a 1 o incluso practicando solo… Sus tiros eran siempre espectaculares y su juego impecable, la sonrisa se su rostro era también algo digno de admiración… No importaba si a veces tenía que regresar con el estómago vacío, el solo contemplar aquel juego era suficiente para él…

Tanto así que cuando sabía de un partido en el que Aomine jugara, prefería asistir a buscar a su madre, aún cuando Kise estuviese dispuesto a guiarlo por la ciudad… No sabía que era exactamente lo que le atraía del juego, pero ese sentimiento se hizo tan fuerte, que llegó al punto de robar un balón en un momento de descuido de Aomine, llenándolo de agujeros con sus colmillitos diminutos y sus filosas garritas, dejándolo completamente inutilizado, cosa que sin embargo, no pareció importarle cuando de alguna manera, logró subirlo por el camino de tierra hasta la pequeña madriguera calientita en la que seguía viviendo, poniéndolo en lo más profundo con todo el cuidado del que disponía como si fuese alguna especie de trofeo…

Cuando contaba estas cosas a sus amigos, Kise se reía amablemente recordándole que debía de buscar a su mamá, Midorima lo trataba de idiota al tiempo que mordisqueaba más hojitas y Murasakibara pedía insistente que le trajera también algo de esa comida extraña. Ninguno de ellos parecía sin embargo, entender lo interesante que era el basketball o compartir la pasión que él sentía por ese juego… tampoco parecían aprobar el hecho de que llamara a un humano por su nombre o que presentara tanto interés en el. Aún así, Aomine era Aomine, y seguiría visitándolo a escondidas tanto como pudiera.

Su crecimiento no se detuvo solo porque deseara ser pequeño para seguirse escondiendo y a excepción de las noches en que solo quedaba Aomine, jugando en una cancha desierta con calles completamente vacías rodeándole, le era imposible acercarse hasta la cancha, buscando sin embargo lugares altos desde los cuales contemplar el juego y carritos de comida de los que pudiese robar algo para saciar su estómago…

Hubo también un momento en que Aomine empezó a faltar a los partidos y a entrenar cada vez menos; esto sin duda preocupaba enormemente al tigrecito. No tanto porque quisiera que aquel equipo ganara (en su mente difícilmente se mantenía la idea de lo que era la victoria o la derrota) sino porque anhelaba más que nada, ver al moreno jugar y cuando no lo hacía incluso las deliciosas hamburguesas no sabían tan bien. En una de tantas noches, el tigre anduvo por la orilla durante largas horas en silencio y algo deprimido antes de ver la cancha y al encontrar a Aomine jugando en ella, la emoción que sintió fue tan grande que no pudo evitar correr hacia él, deteniéndose en el punto donde la oscuridad terminaba con algo de miedo… había hecho mucho ruido… ¿Le habría escuchado?

El moreno soltó entonces el balón y volteó hacia el lugar en el que se encontraba. Kise le había dicho incontables veces que cualquier humano que lo viera entraría en pánico si lo veía, así que al sentir aquella mirada fija en él, no pudo evitar pasar saliva y pensar en salir corriendo… aún así, la mezcla de miedo, nerviosismo y entusiasmo, no le permitió moverse ni un poco del lugar en el que estaba.

-          ¿Tú fuiste el que robó mi balón?- Fue la pregunta del moreno, dicha con tanta naturalidad como si en vez de un tigre, lo que hubiese frente a él fuese ya un niño pequeño o un gatito- ¿Ahh?

No sabía qué hacer… Poco entendía del lenguaje humano (entendía robar y balón por lo que el sentido general de la frase estaba en su cabeza) y sabía perfectamente, que ningún humano podría entender su idioma, por lo que se encontraba en una encrucijada… ¿Qué se supone que hiciera en ese momento?

“Lo siento, pero me gusta tanto verte jugar que no pude evitarlo” hubiera dicho si tuviera la capacidad de usar el lenguaje humano a su antojo, sin embargo, ese no era el caso… a duras penas un gruñido que más sonó al llanto de un bebé asustado salió de entre sus colmillos

-          También robas hamburguesas y perros calientes- Preguntó el moreno avanzando un poco hacia él y tendiendo su mano hacia adelante… tenía tanto miedo que retrocedió un poco. Era cierto que admiraba a aquel jugador, pero también estaba en su corazón el inevitable miedo a ser capturado de la misma manera en que lo había hecho su madre- ¿Te gusta ese tipo de comida?

Sin darse cuenta de lo que hacía, terminó rugiendo silenciosamente… No era un rugido fuerte que hubiese podido atraer a los vecinos, sino un rugido callado y temeroso, que salía inevitablemente de sus labios mientras retrocedía…

-          ¿Tienes hambre o algo?- dándose la vuelta, el moreno se apuró a sacar algo de su maleta, era una hamburguesa sellada que probablemente había llevado para después de entrenar- ¿La quieres?

Oh, claro que la quería “No hay necesidad de preguntar” hubiese dicho si tuviese las cuerdas vocales de una persona, después de todo entre más grande se hacía, más difícil era pensar en robar los carritos sin ser visto y más crucial se hacía el conocimiento que le hacía falta sobre como cazar… su estómago estaba aguantando con realmente poca comida desde hacía ya un tiempo ¿Qué más podría pedir que una deliciosa hamburguesa entregada tan fácilmente?

Sin embargo tampoco sabía que tendría aquella hamburguesa y tampoco podía entender muy bien lo que decía el moreno, por lo que simplemente se quedó quieto… tan tentado a escapar hacia la selva como de comerse aquel bocado que se le presentaba tan atractivo

-          No está envenenado ni nada- Dijo el moreno abriendo el paquete para mostrar la carne, dándole un pequeño mordisco- Mira, ¿ves? está bien

Y con eso avanzó un par de pasos hacia la oscuridad, terminando de quitarle el envoltorio a la hamburguesa para dejarla en el suelo, donde el tigre pudiera cogerla antes de retroceder hasta el aro… Aquel humano era inesperadamente agradable y amable, por lo que sin pensar mucho en lo que pasaría después, el tigrecito se tragó la hamburguesa en dos mordiscos antes de salir corriendo hacia la oscuridad…

Después pensaría que ese comportamiento suyo podía haber hecho que Aomine le considerara interesado en la comida como cualquier animal, pero en el momento no había podido pensar en nada mejor… y después de eso, una mezcla de vergüenza y miedo le impidió acercarse a aquella cancha por varios días, en los que sentado junto a Murasakibara, se dedicaba a comer bayas silvestres, extrañando sin duda el sabor de las hamburguesas casi tanto como el ver jugar a Aomine…

Ya era demasiado grande para pretender pasar desapercibido por las calles, así que tuvo que renunciar también a buscar a su madre, encargándoselo sin embargo a Kise, quien se encargó de recorrer la ciudad tanto como pudiera y preguntar a quien pudiese saber algo, sobre el paradero de la tigresa.

Cuando finalmente tuvo el valor de regresar a la cancha, anhelando al mismo tiempo que el moreno estuviese y no estuviese allí cuando regresara, cumpliéndose solo la primera parte de su anhelo… El moreno estaba allí, jugando algo aburrido sin prestarle mucha atención a lo que hacía, pero igual siendo impresionantemente rápido, fuerte y hábil.

Si en vez de un tigre fuese un humano ¿sería capaz de alcanzar aquel nivel de habilidad o era eso demasiado pedir? No importaba si no era hábil o talentoso, le gustaría poder jugar al basket alguna vez, porque si era divertido verlo sin duda lo sería más jugar, la textura del balón que guardaba en su madriguera era de por sí algo capaz de trasportarlo a otro mundo… uno en el que podía saltar por el aire y hacer clavado tras clavado, sonriendo como lo hacía Aomine cada vez que ganara un juego o si quiera lograra encestar, pasando entre los defensas con fintas asombrosas y corriendo de un lado a otro con tenis rojos…

El partido terminó con un triunfo abrumador del grupo de Aomine y la gente pronto se dispersó, dejándolo completamente solo en un trono inventado que no parecía sentarle muy bien… Caminó hasta las gradas y tumbándose en ellas, recogió lo que Kise le había dicho, se llamaba “revista”, mirándola con los ojos perdidos. ¿Qué estaba sucediendo con el Aomine que tanto admiraba? ¿Por qué ahora en vez de sonreír y seguir jugando, parecía tan aburrido y cansado? Ya no sonreía y su mirada estaba siempre tan gris… lo había notado desde antes de tener aquella “conversación”, cuando Aomine empezó a faltar a los partidos y dejó de practicar, pero esta realidad se hacía cada vez más evidente.

El sol bajó lentamente hasta hundirse en el horizonte, y Aomine terminó dormido, con la revista sobre el rostro y un brazo descolgando de las gradas, sosteniendo la tiranta de su maleta, en la que había guardado su balón nuevo… Después de confirmar varias veces que no hubiese nadie cerca, el tigrecito avanzó hacia la cancha, atravesándola de lado a lado para sentarse justo al lado del moreno, frente a las gradas en las que se había quedado dormido…

“Oye, no puedes dormir aquí” le hubiese dicho. “Levántate y practica” era otra cosa que quisiera poder decirle. Pero más que cualquier otra cosa hubiera querido poder decirle “juega conmigo”, sin embargo, eso no era más que un sueño para él… Observándolo con sus felinos ojos rojos, el tigre terminó por lamer la mano que Aomine había dejado descolgada, esperando que con eso se despertara… lo cual no sucedió…

Mordió un borde de la revista, quitándosela de la cara y rompiéndola en el proceso, pero aún así el moreno no se despertaría. Hacer cualquier otra cosa podía terminar bastante mal; entendía que sus garras podrían hacerle tanto daño como sus colmillos, por lo que se encontraba indeciso sobre lo que debería hacer a continuación… finalmente terminó por lamerle la mejilla también, logrando finalmente hacer que abriera los ojos…

-          ¿Eh? ¿Eres tú?- cuestionó el moreno algo sorprendido pero no asustado, como si de alguna manera hubiese esperado que algo así sucediera- Te perdiste un partido con mucha comida ¿sabes?

Y al decir eso, extendió su mano hacia adelante para acariciar el pelaje de su cabeza. “¡Lo vi todo! Y realmente eres genial, pero pareces muy aburrido al jugar” hubiera querido responder y de paso preguntarle “¿Por qué estás tan aburrido últimamente?”

-          Te guardé unas hamburguesas sin embargo- dijo el moreno sacando de su bolso tres hamburguesas de tamaño grande, a las que le quitó el envoltorio antes de dejarlas en el suelo, donde el tigre pudiera comérselas a gusto. Solo entonces vio su revista destrozada por los fieros colmillos, tirada sin cuidado en mitad de la cancha - ¡Oye, oye! ¿Qué le hiciste a mi adorada Mai-chan?

Se quejó al verla… el tigrecito aún era incapaz de entender el lenguaje de los humanos y la voz del moreno no estaba tan llena de ira o congoja como para que el tigre notara su error, por lo que para él solo fueron palabras más para acompañar a su comida… por cierto, la voz de Aomine realmente era especial, gruesa e imponente.

-          ¿Lo has terminado tan pronto?- Fueron las siguientes palabras del moreno, al ver que el tigre se lamia los bigotes, mirándole tiernamente

“Quiero verte practicar ¿No lo harías por mi?” Intentaba preguntarle con la mirada, sin embargo, el moreno no entendía en lo absoluto

-          No tengo más comida para ti- fue la respuesta a la pregunta que creyó le había sido formulada y entonces el tigre bajó sus orejas deprimido, si tan solo pudiese hablar... agachando la cabeza, mordió la maleta, intentando fallidamente abrirla para sacar el balón que allí debía estar guardado- ¡Oye en serio, no tengo más comida!

“No quiero comida, quiero que juegues” Hubiera replicado de haber podido, pero no podía y a los ojos del moreno, no debía de parecer más que un ladrón, pues ya parecía bastante enojado. Finalmente renunció a esa empresa y salió corriendo hacia uno de los tableros, parándose en sus patas traseras y mirando hacia arriba… esperaba que con eso entendiera…

-          ¿Qué? ¿Quieres que saque el balón?- Dijo finalmente- Estoy cansado para jugar

“Idiota, levántate y juega” Hubiera querido gritarle, pero solo pudo gruñir algo amenazante con las orejas gachas y los ojos brillantes “Vamos, deja de ser perezoso ¿Qué pasó contigo? Antes amabas tanto jugar…”

-          No te pongas así…- Replicó el moreno abriendo su maleta con algo de desdén para sacar el balón, driblando lenta y aburridamente hacia el tablero- solo no lo muerdas… o rasguñes…

Para el tigre esas últimas palabras no existieron, solo entendía que Aomine iba a jugar para él y eso era suficiente, con alegría contenida saltó por los alrededores de la cancha antes de terminar acurrucándose en un rincón, observando como el moreno hacía algunos movimientos, nombrándolos después de hacerlos…

En un momento, Aomine simplemente dejó de driblar como si se hubiera aburrido, dejando el balón debajo de su brazo, pero el tigrecito estaba demasiado emocionado como para dejar que terminara tan pronto y levantándose de un brinco, corrió hacia él, empujando el balón con la cabeza para que cayera al suelo y luego saltando a su alrededor

-          Ya jugué un rato ¿No es suficiente?- replicó aburrido, sin embargo, el tigre siguió empujando la pelota con la cabeza, haciéndola rebotar de manera algo torpe, hasta finalmente sacarle una sonrisa y convencerlo de seguir otro poco

No era como si pudiera jugar con él, pero de alguna manera, al saltar a su alrededor y gruñir de vez en cuando, Aomine parecía sentirse más tranquilo, parecía divertirse otra vez con el juego, aunque solo un poco, sonreía otra vez… Si pudiera ser un humano y aprender a jugar ¿Conseguiría que esa alegría fuese mayor y ese tiempo de juego fuese aún más largo?

Se hizo tarde demasiado pronto para él y Aomine tuvo que irse, con su maleta mordida y su revista hecha pedazos, no sin antes decir que había llegado a la conclusión de que por aquel pelaje rojo como el fuego, su nombre tenía que ser sin lugar a dudas “Kagami”. Ese momento se quedaría grabado en la memoria del tigre, que hasta ese momento se había resignado a ser simplemente “tigre” y nada más, envidiando en silencio a sus amigos con nombres, e incluso a los humanos que poseían uno. Sin embargo, eso podía quedarse ya atrás, porque finalmente había conseguido el también un nombre propio; uno exclusivo de él… Kagami. Le parecía el nombre perfecto…

No menos importante, fue el hecho de que, de entre todas las cosas que el moreno dijo en ese largo día, logró entender algo sobre volver a jugar al día siguiente y así fue como lo hizo… Sin embargo, ya no jugaron en esa cancha pública donde había partidos cada día, sino en una cancha en mitad de la selva, que aparentemente había sido construida hacía mucho tiempo y se veía extremadamente rudimentaria…

Fue en ese lugar, algo polvoriento y abandonado, en el que Kagami pasó la mayor parte de los días que siguieron, comiendo hamburguesas y bebiendo agua del rio que pasaba algo cerca, esperando por horas bajo el sol hasta que el moreno apareciera y luego acompañándole por horas, ya fuese a jugar o simplemente a estar tumbados en el sol, antes de que el moreno tuviese que irse, dejándole algo de comida y acariciando su cabeza… Cuando recordaba esos momentos, eras felicidad simple y pacífica…

De vez en cuando, iba a los partidos del moreno, mirando siempre desde lejos y anhelando cada vez más, ser un humano para poder jugar con él, para poder compartir aún más momentos a su lado… porque era tan triste que al jugar en esos partidos, la mirada de Aomine se nublara tanto como para que su juego perdiera algo de su gracia y su sonrisa se oscureciera…

Esos días sin embargo, tuvieron un final, como todo lo bueno debe tenerlo… Y fue en una noche en la que Aomine practicaba con alguno de los compañeros de su equipo cuyo nombre nunca le interesó recordar, completamente solos y tan distraídos como para no notar lo que sucedería después.

Kagami les observaba como siempre y su instinto animal, le dijo desde antes de que sucediera que algo no tan bueno iba a suceder… si Aomine hubiese estado solo hubiese corrido a su lado y le hubiera mordido la camiseta o la maleta hasta obligarlo a irse, sin embargo, al estar acompañado, la preocupación de ser descubierto y que entonces le encerraran alejándolo para siempre de ese mundo al que había soñado pertenecer, le hizo quedarse quieto…

Un par de hombres, tambaleándose y con un desagradable olor encima, parecieron ver en los dos chicos solitarios una buena presa; quizás creyeron que llevaban dinero encima, pues el amigo de Aomine tenía pinta de venir de una buena familia… el caso es que les atacaron con un arma… Uno amenazándoles con una pistola, el otro con un cuchillo y al ver que no tenían dinero, se indignaron hasta el punto de empezar a gritar y agitar el cuchillo en el aire…

“Déjenlo” suplicó suavemente al ver como golpeaban a Aomine en el rostro… “Si esto sigue no podrá volver a jugar basket, por favor” Sin embargo nadie le escuchaba, nada sucedía y los hombres seguían golpeándolos, vociferando, pidiendo a gritos que trajeran dinero o los matarían…

Un sonido metálico pareció anunciar que el arma estaba lista para disparar y fue apuntada directamente hacia el moreno. No parecía que hubiese nadie que pudiese ayudarlos, así que en medio de la desesperación, Kagami se vio obligado a soltar un rugido fiero, desesperado por proteger a ese humano que se había vuelto tan importante para él… Los hombres voltearon asustados al verlo avanzar…

No estaba pensando, no estaba vacilando tampoco; el lado salvaje que había estado guardado en su interior por tanto tiempo pareció salir a flote… Incluso cuando jamás aprendió como cazar, tenía la sensación de saber perfectamente lo que hacía al lanzarse hacia la cancha y brincando con una fiera. El hombre que sostenía el arma dejó de apuntar a Aomine para apuntarle a él y empezó a disparar sin importarle en donde terminaran sus balas, ocupado simplemente de mantenerle a distancia. Alguna de las balas logró asestar en una de sus patas, pero poco le importaba en ese momento; cuando las balas se acabaron, Kagami saltó sobre el hombre, asestándole un par de zarpazos fieros al tiempo que rugiendo violentamente…

-          ¡Kagami!- Escuchó a Aomine detrás de él y la fuerza de sus patas se hizo aún mayor, incluso cuando su pelaje rojo como el fuego se estaba llenando ahora del escarlata de su sangre

El otro hombre alcanzó a clavarle el cuchillo en la espalda antes de que pudiese golpearlo y en medio del dolor, la agitación y la ira, terminó mordiéndolo con aquellos filosos colmillos, siempre manteniendo a Aomine tras él, rugiendo como una bestia cuando el primer hombre le golpeó con un pedazo de madera astillado que había quedado de la construcción, haciendo que las sangre saltara de su espalda felina…

-          ¡Kagami!- gritó Aomine una vez más, esta vez lleno de desesperación. Estaba algo herido por culpa de aquellos hombres y eso solo aumentaba la ira del tigre, que sin prestar atención a sus heridas, mordió también al otro hombre hasta quitarle la vida…

No pasó mucho tiempo antes de que no solo la policía, sino también la patrulla de control animal fuese llamada y con sus luces brillantes, empezaran a subir por la pendiente. Aomine entonces emprendió una carrera hacia la montaña gritándole al herido Kagami que lo siguiera…

Corriendo entre la selva, en la oscuridad absoluta de la noche, sintiendo que el ruido de pasos les seguía, Kagami comenzó a sentir el dolor de sus heridas y el cansancio de su cuerpo, quedándose cada vez más atrás… Al darse cuenta de esto, el moreno rápidamente regresó sobre sus pasos y armándose de toda su fuerza, le alzó sobre su espalda para seguir corriendo…

Los pasos se acercaban e incluso sin eso, Kagami había perdido ya demasiada sangre… Sangre que formaba un camino para que los perros pudieran seguirles y con eso, los policías también… Las plantas se rompían bajo las botas de sus seguidores y las bestias ladraban sin parar. Debería de tener miedo y sin embargo, estar en la espalda de Aomine le llenaba de una tranquilidad absurda, incluso cuando sentía que la vida se le escapaba de entre las manos no tenía miedo…

Lo que si tenía era algo de tristeza y en cierto modo de nostalgia… por los momentos que ya se habían ido… por Aomine especialmente. Si había una razón para desear seguir con vida, era sin duda el poder seguir jugando con Aomine, el poder compartir aún más momentos a su lado… ¿era eso lo que Kise decía que los humanos conocían como “Amor” y que era el tema de tantas historias?

Ronroneó levemente… quería seguir al lado de Aomine. Quería poder compartir de mucho más tiempo con él, de más hamburguesas y de más juegos… quería ser capaz de devolverle la sonrisa que tantas veces le había consolado a él… sin embargo, ya no podía hacerlo. ¡Qué decía! Nunca habría podido hacerlo como el tigre que era… porque jamás podría realmente jugar con él, enfrentarse a él, sonreírle o decirle nada… Incluso si pensaba que amaba a Aomine, de nada servía si se encontraba incapaz de decírselo con palabras que pudiese entender…

La luna resplandeciente los observaba desde lo alto del cielo, como una moneda de plata, iluminando todo lo que había debajo de ella y a su alrededor, estrellas brillantes salpicaban la noche como gotas de leche… Recordó a su madre también, jamás había podido verla de nuevo…

“Quiero ser un humano” eso era lo único que deseaba en ese momento “Quiero poder vivir como un humano, para buscar a mi madre donde sea que esté, para poder jugar basketball, para poder acompañar a Aomine, yo… quiero ser un humano”

El cielo empezó a oscurecerse… el ruido empezó a desaparecer. Su respiración a hacerse cada vez más débil, como los latidos de su corazón. La vida empezaba a escapar de su cuerpo, junto con toda la sangre que ya había perdido… “Quiero… poder decirle como humano que lo amo y poder jugar a su lado… y luego encontrar a mi madre, y sacarla de donde sea que este y quiero… ser…un…”

Quiero

Vivir

….

Quiero

Ser

Humano…

-          ¡Oye Kagami!- gritó el moreno al sentir el cuerpo peludo completamente frío y saltando por las piedras del rio, llegó a un pequeño claro en el bosque, con pasto verde iluminado por la luna plateada y árboles meciéndose alrededor- ¿Estás bien? ¡Despierta!

Sin embargo, el felino no despertaría… tumbado en el suelo, completamente frío y manchado por su propia sangre, no parecía capaz de levantarse… Aomine apretó los dientes y golpeó el suelo de tierra con sus puños desnudos… ¿Porqué había tenido que pasar eso? No quería… aquel tigre… no quería que muriera, era su amigo, era… alguien que le permitía recordar lo divertido que era el basketball… no era justo que muriera. No lo era…

-          ¡Bakagami! Despierta de una vez…- insistió en un grito violento… no lloraría, porque eso no sería propio de él, pero podría reprenderlo…

No importa como…

Solo quiero que él

Pueda vivir…

 

La luz plateada pareció volverse aún más brillante y entre las briznas de pasto, cientos de hermosas luciérnagas doradas empezaron a salir, volando con sus pesados cuerpos y zumbando hermosamente… Aomine volteó a ver a su alrededor, sorprendido por el repentino brillo dorado que se sumaba ahora al brillo blanco de la luna… las luciérnagas volaban en círculos, haciendo todo tipo de formas en medio de las sombras, casi pudo escuchar un canto viniendo de la tierra misma… ¿estaban velando a Kagami?

Con el corazón encogido por la tristeza volteó a ver al pequeño tigre que yacía muerto en mitad del campo verde, sin embargo lo que encontró allí, no fue un tigrecito muerto, sino un chico… Un chico de piel blanca y cabello rojo como el fuego, completamente desnudo, tumbado en el suelo, con algo de sangre en su hombro y espalda, pero sin ninguna herida visible, durmiendo, justo allí…

-          ¿Ka-gami?- Cuestionó sin poder creer lo que veían sus ojos, tocando ligeramente aquel cabello rojo y recibiendo un ronroneo por respuesta… Los ojos rojos se abrieron y el chico se incorporó, al ver a las luciérnagas danzando, sus ojos se abrieron y su boca mostró una sonrisa tan hermosa y cálida como para hacer que el corazón de Aomine se estremeciera…

-          ¡Lindas luciérnagas!- Dijo con una voz hermosa y algo agresiva siguiéndolas con aquellos ojos rojos… sin duda alguna era Kagami, sin embargo, no tenía sentido que estuviese vivo, mucho menos que ahora fuera un chico.

Después de contemplar a las luciérnagas por un rato, Kagami se preguntó si ya había muerto y eso era el paraíso, o si por algún motivo desconocido, seguía vivo… Su cuerpo se sentía algo extraño… miró hacia abajo y en vez de sus zarpas peludas con garras filosas, encontró unos brazos blancos con dedos humanos… realmente era el paraíso, o si acaso algún sueño… Volteó a ver a Aomine, que se encontraba tan atónito como él o incluso más…

-          Aomine- Dijo con su voz humana y una sonrisa incomparable brilló en sus labios al decirlo… porque finalmente podía hacer lo que tanto tiempo había querido hacer… estiró sus brazos hacia adelante y con sus manitas, tocó aquel rostro…

No le lastimaba… porque no eran zarpas sino dedos… El moreno estaba sorprendido y ahora también un poco sonrojado… Los dedos largos bajaron lentamente de aquellas mejillas, pasando por el mentón y el cuello, para llegar a los hombros y finalmente, rodearlo con ambos brazos, abrazándolo con todas sus fuerzas tal y como siempre había querido hacerlo…

-          Aomine- repitió alegremente, sin soltarlo y el moreno, nervioso, sorprendido y ahora con su corazón latiendo a mil, no sabía si debía de corresponder el abrazo o quizás simplemente quedarse allí-

-          Esto, Kagami… emmm…- Murmuró sin saber realmente que decir, pero sintiendo que era necesario que dijera algo

-          Yo… te… amo…-dijo el tigre seleccionando muy bien sus palabras; aquellas palabras que siempre había querido decir pero nunca había creído que fuese posible hacerlo- Quiero… jugar… basket… contigo…

Se separó un poco de él para sonreírle y luego, como si siguiera siendo un tigre, lamer su mejilla… Aomine a penas si podía pensar en algo para decirle, su corazón estaba brincando como loco, aquella sonrisa el estaba matando lentamente de puro amor…

-          Entonces mañana… te enseñaré como jugar-

La sonrisa de Kagami en ese momento, fue sin duda la expresión más hermosa que Aomine jamás había visto y si para ese momento no se había enamorado de nadie, su corazón quedó atrapado ya para siempre por aquel tigre pelirrojo cuyos ojos carmesí brillaban reflejando el brillo dorado de las luciérnagas que les rodeaban…

-          Kagami… esto, espera ¿Cuál es tu nombre? T-todo este tiempo te estado llamando Kagami, pero… esto…- Dijo algo nervioso… No sabía cómo tratar con él, porque aunque seguía siendo su tigre, ahora tenía la apariencia de un humano y solo con eso, ya le estaba robando el corazón

-          Kagami…- replicó de inmediato con una sonrisa tierna, utilizando su voz tanto como podía- Me gusta… Kagami. Aomine… llamarme… Kagami…Yo te amo… por eso… Kagami…bien-

Cuando la policía y la seguridad de animales llegó poco después, Aomine inventó hábilmente una historia en la que Kagami había sido atacado por el tigre y que por eso estaba manchado de sangre, pero que no estaba herido, solo muy asustado y por eso no podía hablar bien…

Después de ver que se encontraba en perfecto estado y saber que Aomine estaba dispuesto a cuidar de él, le sugirieron que fuese al hospital al día siguiente y les dejaron ir. Aomine se quitó rápidamente su chaqueta, poniéndosela con algo de esfuerzo al pelirrojo, que no solo no estaba acostumbrado a mover su cuerpo humano, sino que le molestaba el tener puesta la ropa. Kagami tampoco pudo caminar apropiadamente… intentó hacerlo en dos piernas y cayó al suelo, por lo que decidió caminar en cuatro y Aomine tuve que detenerlo, alzándolo a su espalda para llevarlo a casa…

Soy humano…

Aún no podía creerlo, pero tenía que ser cierto, sus manos, su cuerpo, su rostro… todo en él era propio de un ser humano, incluso podía hablar… Si se esforzaba, podría aprender a jugar basket y a hablar decentemente, podría llegar a hacer que Aomine fuese feliz de nuevo…

-          Te amo- repitió emocionado de poder escuchar aquellas palabras dichas con su nueva voz

-          ¡Deja de repetirlo a cada rato!- no podía engañarlo… Aomine no estaba enojado y Kagami lo sabía perfectamente, solo estaba avergonzado y quizás nervioso. Rió suavemente al tiempo que abrazaba a Aomine

-          Aomine… te amo, te amo…-

-          ¡Que te calles!- Gritó nuevamente… entre las luces de la calle podía verlo

Que estaba rojo hasta las orejas…

Y estaba tan feliz de saberlo, que no pudo evitar ronronear y lamer su oreja en señal de amistad, lo cual solo consiguió hacer el que el peliazul se sonrojara un poco más… Con una sonrisa en el rostro Kagami se dejó llevar…

Siendo humano, podría ir a buscar a su madre, podría jugar basketball y podría estar con Aomine… No necesitaba nada más… incluso si esto fuera solo un sueño, sería lo suficientemente perfecto como para que nada más importara. Le abrazó con fuerza y se dejó llevar…

-          Te amo…- repitió por décima vez en el poco tiempo que llevaba como humano

Nunca se cansaría de repetir esas palabras… por lo menos no hasta que consiguiera que Aomine se las devolviera… la historia solo está empezando y por delante aún quedan muchas páginas en blanco…

Notas finales:

y vivieron felices y comieron perdices… ok, no… por esta vez, prefiero un final libre para que cada quien crea lo que mejor le parezca. La verdad me siento bastante orgullosa de esto, aunque no sea mucho mi estilo. Por favor, no olviden dejarme un review, que siempre me alegran mucho, ya sea para pedirme cualquier tipo de AoKaga que quieran, darme sugerencias sobre el escrito o solo decir “me gusto” o “no me gusto”. Realmente me haría muy feliz saber que les ha parecido, y por cierto no olviden darle like a mi página en Facebook

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Cutebeast64 se despide


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