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Navidad, dulce Navidad por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Aquí les dejo el segundo capítulo de esta historia de Navidad, espeor que lo disfruten :D

Mansión Kido
    

    Se levantó temprano pensando en la cantidad de regalos que le quedaban por comprar, por no decir que aún no había comprado ninguno. En ese aspecto la Navidad le resultaba muy estresante, y aunque no hacía falta regalar nada, lo veía como una obligación para con sus amigos.
    

    Lo primero que hizo fue meterse en la ducha y lavarse mientras sus ojos se iban cerrando cada vez más hasta casi quedarse dormido bajo el agua. Cuando se dio cuenta de que si seguía así no iba a acabar nunca, se echó el champú en los rubios cabellos y se pasó la esponja por todo el cuerpo mientras no dejaba de bostezar. Cuando por fin hubo terminado, se peinó y se vistió para bajar a desayunar.
    

    Llegó a la cocina y le sorprendió enormemente ver a Shun allí tan temprano ya acabando de desayunar un colacao calentito con tostadas untadas en mermelada. El peliverde lo miró con una sonrisa y sacó una silla de debajo de la mesa para que se sentase a su lado.

—¿Cómo es que te has levantado tan temprano, Hyoga? —Le preguntó cuando se hubo sentado.

—Bueno... tenía que hacer unas compras, eso es todo —respondió con una sonrisa nerviosa.

—¿De Navidad? —se le iluminaron los ojos.

—Unas compras —dijo simplemente.

—Si quieres puedo acompañarte, Hyoga. Yo también tengo que comprar cosas —le propuso sonriendo.

—Eh... bueno, como quieras —dijo por fin.
    

    La idea le agradaba enormemente, pero lo cierto era que los regalos que tenía pensado comprar debían ser secretos. Sobre todo los que le comprara a él. Pero el hecho de salir con Shun en Navidad era realmente maravilloso.

—¡Bien! Bueno, yo ya casi terminé... Te esperaré hasta que estés listo —dijo con una sonrisa de oreja a oreja.

—Claro. Gracias.

—¡Gracias a ti!
    

    Shun se levantó con la taza y los cubiertos para lavarlos, y luego subió las escaleras hacia su habitación para calzarse, dejando a Hyoga sumido en su imaginación. Esta le proporcionaba esperanzas que él sabía muy bien eran difíciles de conseguir, pero pensar en todo lo que podría pasar si se llegase a dar la oportunidad le sonrojaba y le latía con fuerza el corazón.
    

    Cuando por fin reaccionó se levantó para hacerse un café y coger algunas galletas del armario. Aún rojo, sacó la taza del microondas y comenzó a desayunar, pero segundos después de dar el primer sorbo y mojar la primera galleta Shun apareció por allí completamente preparado para salir a la calle.

—Vaya. Bueno, no importa, te espero —sonrió y se sentó en frente de él.

—No tardaré mucho —le prometió.

—Tómate el tiempo que requieras —le sonrió.
    

    No dijeron nada más. Hyoga miraba a cada sorbo a Shun, quien paseaba los ojos por toda la estancia, algo triste. Cuando terminó su desayuno, se levantó y lavó la taza y la cuchara. Guardó el paquete de galletas en el armario y subió a lavarse los dientes después de pedirle permiso a su amigo.
    

    Shun se quedó allí pensando en sus cosas. Más concretamente en su hermano. Tenía pensado, ahora que tenían todo lo necesario para permitirse las comodidades que quisieran, regalarle algo maravilloso, aunque aún no había decidido de qué se trataría. Al pensar en Ikki se le encogió el corazón por completo, y es que lo echaba tanto de menos que no podía evitar sentirse tan triste. Casi se le escaparon unas lágrimas de los ojos mientras esperaba a que Hyoga regresara, y cuando lo hizo, se levantó de un salto aparentando que no le pasaba nada.

—¿Vamos? —Le preguntó.

—Claro, Shun —respondió un poco sorprendido por su humor.
    

    Salieron de la cocina y cogieron sus respectivos abrigos para salir al exterior. El frío congelaba el aire, y Shun comenzó a temblar nada más pisaron la acera fuera de las tierras de la mansión. Hyoga se rio cuando lo vio abrazarse a sí mismo.

—¡Cómo odio que no tengas frío nunca! —Dijo fingiendo estar enfadado—. No sé por qué llevas abrigo si no lo necesitas.

—Tienes razón, no tengo frío, pero sería un poco extraño ver a alguien en pleno invierno de manga corta, ¿no crees? —Le preguntó sonriendo.

—Sí... puede ser... —siguió enfadado de mentira.
    

    Caminaron en un silencio sobrecogedor hasta que llegaron al centro comercial en el de la ciudad. El trayecto no había sido muy agradable para Hyoga. Sabía perfectamente que Shun no estaba enfadado con él por lo de antes, sino que pensaba profundamente en su hermano, y lo echaba de menos. El peliverde estaba triste, muy triste, y él no podía hacer nada para remediarlo.

—Ya hemos llegado, Shun —le dijo para sacarlo de su suplicio.

—Por fin, el viaje se me hacía eterno —sonrió y entró rápidamente.

—Qué corazón tan puro tienes, mi amor —susurró sin que nadie le oyera y caminó tras él.
    

    Los pasillos y las tiendas estaban completamente abarrotados de gente que iba y venía. Además, parecía que todos tenían prisa y recorrían el lugar como posesos. Shun agarró la mano de Hyoga para no perderse entre la multitud, y el rubio se puso colorado a más no poder.

—Con tanta gente nos va a resultar difícil encontrar cualquier cosa —suspiró Shun.

—Bueno, ¿te parece que empecemos buscando en videojuegos? Seguro que a Seiya le encanta alguno.

—Me parece bien —sonrió.
    

    Caminaron sin soltarse de la mano hasta la tienda y buscaron algo que le pudiera gustar a Seiya. No tardaron en darse cuenta de que le iban a gustar todos excepto, tal vez, los que se veían más para las chicas. Shun propuso un juego de plataformas que parecía muy viciante y Hyoga uno más de peleas. Al final, acabaron decidiéndose por comprar los dos y regalarle el de plataformas a Shiryu.
    

    Salieron de la tienda y se encontraron de nuevo en medio de la multitud. Hyoga le hizo unas señas y se dirigieron a una tienda de ropa para regalarle a la princesa Saori. Aunque esta tenía el armario siempre repleto le gustaba lucir casi cada día un nuevo modelo. Desde que se hubieron acabado las batallas había sacado tiempo para dedicarse a otras cosas con las que no pudo soñar antes, y se la veía feliz, muy feliz, por una vez desde hacía mucho.

—Aunque yo no entiendo de ropa femenina... —confesó Hyoga.

—Yo tampoco —dijo Shun.

—¿Preguntamos a la dependienta? —Propuso.

—¡No! ¡Qué vergüenza!

—Vale, vale. Busquémosle un vestido y ya.

—Por allí hay algunos, ¿miramos?

—Sí.
    

    Se dirigieron a una de las secciones de la tienda y miraron entre los vestidos que había. Uno era de color rosa muy llamativo que llegaría más o menos hasta las rodillas, apretado al cuerpo sin escote. Otro era igual pero completamente negro. En un extremo había un vestido de color azul claro que llegaba por los muslos. Era liso, sin escote y sin mangas, con un cinturón fino negro alrededor que le daba un toque muy bonito en el cuerpo del maniquí.

—A mí me gusta este, Hyoga.

—¿Tú crees que le gustará? —Preguntó dudoso.

—¡Claro! De todos los que hay es el que más me gusta.

—¡Pero tiene que gustarle a ella, no a ti! —Exclamó sonriendo.

—¡Bueno! ¿Acaso te gusta alguno más? —Rio también.

—No... la verdad es que no.

—Pues le regalamos este —sonrió aún más.

—Está bien...
    

    Llamaron a la dependienta para que les cogiera el vestido y se lo envolvieran. Hyoga pagó y Shun se encargó de llevar las bolsas con el regalo de Seiya y  el de Saori. Salieron de aquella tienda y se separaron para ir a comprar cada uno un regalo para el otro.

—¿Nos reunimos aquí dentro de media hora? ¿Te acordarás del sitio, patito? —Preguntó Shun divertido y burlón.

—Claro que sí —contestó sonrojado.

—Entonces luego nos vemos —se despidió de él con la mano y se perdió entre la gente.
    

    Hyoga se quedó unos segundos allí parado antes de echar a andar entre las tiendas también.
    

    Cuando pasó el tiempo pactado, ambos se reunieron al unísono en el lugar donde habían quedad. Hyoga cargaba con dos bolsas de regalos mientras que Shun llevaba cuatro en sus manos.

—¿Qué has comprado, Hyoga? —Le preguntó con una sonrisa.

—Aaah, es un secreto —le sonrió a su vez con malicia.

—Jo, quiero saberlo —se quejó.

—Pues dime qué has comprado tú —se la devolvió.

—Jamás —rio.
    

    Caminaron hacia la salida y fueron a un parque a descansar de todo durante un rato. Se sentaron en un banco que estaba bastante frío, pero no les importó. La mañana era muy dulce si se veía desde allí.

—Qué bonito es todo en esta época, aunque haga tanto frío —dijo Shun.

—El frío también es bonito —se quejó Hyoga.

—Tonterías.
    

    Una ráfaga de aire sacudió a Shun e hizo que se acercara más a Hyoga, apoyando la cabeza en su hombro y cubriendo su rostro con las manos. El rubio se puso muy colorado y no se atrevió a moverse. El contacto con Shun era de lo más agradable.

—Me estoy congelando —dijo Shun al cabo de un rato—. ¿Volvemos ya, Hyoga?

—Claro, como quieras —contestó.
    

    En realidad, Hyoga hubiera dado todo por haberse quedado allí más tiempo.

 

Reino de Asgard
    

    El atardecer era hermoso visto desde allí. Alberich se había pasado prácticamente todo el día entre las ruinas esperando a que apareciese Mime. No le molestaba haber desperdiciado tantas horas. Allí se respiraba un ambiente de calma y serenidad, y pocas veces en su vida se había sentido tan tranquilo como en aquel momento.

—Buenas tardes, Alberich —lo saludó Mime que acababa de llegar.

—Buenas tardes, Mime —le devolvió el saludo.
    

    El rubio se sentó en la columna en la que solía estar siempre y Alberich se sentó a su lado. Comprobó, con extrañeza, que no llevaba su lira consigo. Que él recordara, nunca había visto a Mime sin su lira en brazos.

—¿Te has pasado todo el día aquí? —Le preguntó Mime unos minutos después.

—No tengo nada mejor que hacer —se encogió de hombros—. Además, tampoco se está tan mal con esa condenada luz todo el día palpitando —dirigió su mirada a la aurora boreal.

—Pues a mí me parece muy hermosa —dijo Mime.

—Y a mí, pero me acaba cansando. Siempre el mismo paisaje ante mis ojos.

—Pero es reconfortante —insistió.

—Bah. Eso depende de la persona. Por cierto, ¿por qué no llevas la lira contigo? —Le preguntó por fin.

—Para qué si venía a hablar contigo —se encogió de hombros.
    

    Alberich se sorprendió ante aquella respuesta, pues jamás hubiera imaginado que Mime acudiese allí sólo para hablar con él. Se quedó con la boca abierta mirando al rubio. Por alguna extraña razón, notó que su corazón empezaba a latir más deprisa de lo que debería, y se maldijo a sí mismo por ello. Era una completa estupidez sentirse así por unas simples palabras.

—Interesante —dijo intentando no darle tanta importancia.

—¿Acaso te sorprende, Alberich? —Le preguntó sonriendo.

—Qué tontería —apartó la cara sonrojado y avergonzado.
    

    Mime sonrió para sí y alzó la cabeza para contemplar, como todos los días y noches, la aurora boreal sobre él. Eran tan preciosos sus colores que sabía que jamás se cansaría de observarla.

—Qué tontería —volvió a decir Alberich en un susurro mientras ladeaba la cabeza.

—¿Qué ocurre? —Preguntó Mime extrañado.

—Nada. Un conflicto interno, eso es todo —respondió, haciendo que Mime se extrañara aún más.

—¿Qué conflicto? —Quiso saber.
    

    Alberich se giró y lo miró para decirle que no le importaba, pero se encontró de lleno con los ojos rosados del otro que lo miraban inocentes e interesados, o al menos eso creyó, en él. Quedó cautivo de esos ojos sin saber por qué, y se sintió más frustrado que antes. Pensó que no debería haber ido allí, pero en el fondo aquella situación le agradaba.

—No tiene importancia—dijo por fin.

—Está bien —se resignó y volvió la mirada de nuevo al horizonte de color.
    

    Ambos se quedaron un rato largo en silencio, con el único sonido de la brisa de invierno revolviendo sus cabellos. Era agradable estar allí, pero había cierta incomodidad en el ambiente entre ellos dos. Mime no sabía de qué hablar con Alberich y viceversa. Además, el rubio ya era tímido de por sí, y no conocía a Alberich los suficiente para saber de qué le gustaba hablar.

—Lo siento, no sé de qué hablar contigo —se disculpó Mime rompiendo el incómodo silencio.

—Estoy acostumbrado —contestó este encogiéndose de hombros—. Quién va a saber de qué le gusta hablar a alguien como yo —suspiró.

—No digas tonterías —le espetó y lo miró con una mueca.

—Solo digo la verdad —sonrió devolviéndole la mirada.
    

    Mantuvieron el contacto visual hasta después de recuperar su expresión habitual. Ninguno de los dos se atrevía a romper la delgada línea que unía sus pupilas, y es que estaban tan cerca... Pero, ¿cómo era posible que surgiera un sentimiento tan profundo entre dos personas al segundo día de hablar? Alberich pensaba que eso era imposible, pero aún así no pudo apartar los ojos de los de Mime, e inexplicablemente, sus rostros se fueron acercando hasta no dejar espacio entre sus labios. Cerraron los párpados para disfrutar más de aquel contacto, y se separaron despacio con el corazón latiéndoles con fuerza a ambos, y rompiendo ese hechizo visual tan rápido como el sonrojo llegó a sus mejillas.
    

    Alberich le dio vueltas y vueltas a lo que acababa de hacer, pero no halló en ello el más mínimo sentido. Solo la probabilidad de haberse enamorado era coherente... pero no, él no, pensaba. ¿Cómo era posible que alguien como él se enamorase? ¿Y más en dos simples tardes? Seguramente fuera el haber estado tanto tiempo sin compañía de nadie más aparte de su sombra.
    

    Mime, por otro lado, cada vez que revivía el beso que le acababa de dar a Alberich se ponía más rojo todavía. Tampoco podía creerse lo que había pasado hacía apenas unos minutos, aunque por otra parte no le había desagradado nada en absoluto.

—Desde luego la Navidad nos vuelve locos —dijo Alberich alejando el silencio entre ellos.

—Eso parece —asintió Mime.
    

    Ninguno de los dos se atrevía a mirar al otro.

—Bueno, tampoco ha sido tan terrible...

—No... —volvió a asentir Mime.

—Creo... que me iré ya. La aurora boreal me está cegando. Volveré mañana si quieres... —anunció Alberich al tiempo que se levantaba para marcharse.
    

    Mime lo miró anhelante. No quería que se fuera, pero tampoco podía decírselo. Tenía miedo de lo que pudiese pensar de él, incluso cabía la posibilidad de que se riese de él. Solo pudo despedirse.

—Cuídate, Alberich.

—Gracias. Tú también —dijo antes de salir de las ruinas de Mime.
    

    Este se quedó solo allí, y se sintió completamente vacío. El beso que habían compartido le había hecho latir el corazón tan rápido como nunca. Ni siguiera las batallas le habían conseguido poner así antes. La imagen de Alberich no se le iba de la cabeza y se sintió tonto.
    

    Se levantó para ir a buscar su lira y dedicarle sus melodías al viento.

 

 

Santuario de Atenas
    

    No había podido dormir nada en toda la noche, y al final había acabado por ceder a la tentación de ir a la morada de Acuario. Desde que pisó la piedra de la casa de Camus, no volvió a ver la luz del día ni de la tarde. Daba rodeos por todas las columnas y rememoraba cada una de las veces en las que lo había besado y abrazado.
    

    Era agradable volver a aquellos días tan hermosos de su vida, pero pisar de nuevo la realidad era más doloroso que mil punzadas en el corazón. Lo había perdido todo, porque Camus era su todo, y ese tiempo que pasó sin él no fue suficiente para hacer cicatrizar esa herida que aún sangraba a caudales cada vez que recordaba sus vivos ojos azules.
    

    Pasó las yemas de los dedos por la estantería de la habitación de Acuario, y notó el polvo siendo arrastrado por sus dedos. Aquel lugar estaba tan apagado y frío que iba completamente acorde a los sentimientos de Milo. Le gustaba estar allí, pero también lo odiaba. Odiaba sumirse en la oscuridad de su vida para luego no encontrar el camino de vuelta hacia la luz, pero es que era tan tentador...

—Ojalá siguieras a mi lado —susurró cogiendo una foto de ellos dos y estrechándola contra su pecho.
    

    Las lágrimas llegaron a raudales a sus ojos, sintiendo que su vida no tenía ningún sentido si no estaba con él. Pero, ¿qué podía hacer? ¿acabar también con su existencia? No, aunque lo deseaba con el alma entera, no podía permitirse el lujo de semejante debilidad. Tenía que ser fuerte, tenía que superarlo, pero... ¿cómo superar la muerte de tu ser más querido, el que alumbraba día a día tu camino?

—Por qué tuviste que irte tan pronto, Camus... ¡¿por qué?!

—Gritó desesperado mientras dejaba bruscamente la foto donde estaba.

—Milo —lo llamó una voz que entraba por la puerta.

—¿Kanon? ¿Qué haces aquí? —Preguntó extrañado quitándose rápidamente las lágrimas de los ojos para que no lo viera llorar.

—Estuve visitando las sagradas moradas, y noté tu presencia en esta misma.

—Ah.

—¿Estás bien? —Le preguntó preocupado.

—Lo estaré algún día —suspiró conteniendo als lágrimas que querían apoderarse de él de nuevo.

—Tienes un aspecto horrible —notó mientras se aproximaba a él.

—Lo sé. Hace mucho tiempo que no descanso.
    

    Desde la última batalla, Milo no había tenido una relación realmente buena con el nuevo caballero de géminis, pero confiaba plenamente en él y sabía que tenía un corazón noble. No le agradaba la idea de contar sus problemas a nadie, pero en sus momentos de debilidad siempre se le escapaban más palabras de las que deseaba pronunciar.

—Deberías irte a tu morada —le aconsejó.

—Me apetece quedarme aquí.

—Milo... Yo... sé lo que se siente al perder a tu ser más querido. Yo he perdido también a mi hermano Saga, y lo lamento en el alma —bajó y giró la cabeza con dolor—, pero no hay que sufrir los recuerdos, hay que disfrutarlos. Hay que continuar mirando hacia adelante y recordar a la vez los buenos tiempos que pasaste al lado de Camus. No debes quedarte atrás mientras ves tu vida pasar ante tus ojos. Créeme, sé perfectamente que no es fácil, pero odio tener que sentirme tan triste cada vez que te veo. No te conozco lo suficiente como me gustaría, pero sé que lo mejor que puedes hacer es guiarte por mis palabras, aunque imagino que mucha gente te lo habrá dicho ya —le posó una mano sobre un hombro y se quedó mirándolo seriamente.

—Gracias por el consejo, Kanon, pero por ahora no tengo fuerzas para continuar el camino —dijo suspirando de nuevo.

—Las conseguirás, créeme —le sonrió.

—Gracias.

—Ahora lo que tienes que hacer es alejarte de todos tus tormentos durante esta época tan bonita a la que todos llaman Navidad. Déjate llevar por las luces, los colores, las sonrisas, no te quedes apartado de todo eso porque es lo que te hará recobrar poco a poco la felicidad —le sonrió más que antes.

—Nunca podré recuperar toda la felicidad que sentía estando a su lado...

—Es evidente que nunca se es feliz por completo, pero al menos no se está triste siempre, que ya es algo —hizo una pausa antes de continuar emocionado—. ¡Tengo una idea! Mañana vamos a ir tú, Aioria y yo a decorar más todavía el Santuario y a comprar comida y todo eso que se hace en Navidad, ¿te parece bien?

—No sé, Kanon...

—¡Perfecto! Pues mañana te esperamos en la morada de Leo a mediodía, ¿vale? —le dijo entusiasmado e ignorando su duda.

—Pero...

—Nos vemos mañana. Y vete ya a tu casa, que vas a acabar hecho un espantapájaros —le sonrió con fuerza.
    

    Cuando Kanon abandonó la morada de Acuario, Milo estaba con la boca abierta sin saber exactamente lo que acababa de pasar. Al parecer, y sin haber dicho nada, había quedado con Kanon y Aioria para pasar el día de mañana. Le parecía una tontería todo lo que estaban haciendo para celebrar una fiesta que no les incunvía, pero después de un rato admirando de nuevo su foto con Camus, y sumiéndose de nuevo en la oscuridad de su corazón, pensó que no sería tan mala idea intentar apartarse de todo aquello que lo oprimía con fuerza aunque fuera al menos por un día.
    

    Se encogió de hombros, tomó la foto de nuevo entre sus manos y le dio un beso con los ojos cerrados. La volvió a dejar en su sitio cuidadosamente y salió de la casa de Acuario con una sonrisa en los labios.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer!!! Mañana se publicará el siguiente :P


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