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Navidad, dulce Navidad por AndromedaShunL

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Notas del capitulo:

Tercer capítulo, tercer día. Espero que les guste lo que van a leer!!! :P

Mansión Kido
    

    El ambiente en la mansión estaba muy relajado. Seiya había ido a pasear con la princesa Saori con la excusa de que le tenía que decir algo muy importante, Shun estaba en su cuarto desde hacía ya varias horas, Shiryu había salido a comprar y Hyoga se había tumbado boca arriba en su cama a leer un libro. Era sobre amor. A él no le gustaban ese tipo de novelas pero le había dado por ir a la biblioteca y coger una. Era entretenida, pero muy triste. Trataba sobre un chico llamado Álex que después de mucho tiempo intentando enamorar a la mujer de sus sueños, esta moría tras una enfermedad, y ahora contaba todo lo que la echaba de menos.
    

    Justo al acabar uno de los capítulos y disponerse a empezar el siguiente, llamaron a la puerta. Se salió de aquella historia tan bonita y dejó el libro sobre la almohada para ir a abrir.

—¡Hola Hyoga! —Lo saludó Shun con una sonrisa en sus labios.

—Hola Shun —le devolvió el saludo.

—Mira —le tendió la mano con una hoja cuadriculada en ella, en la que había dibujado a dos personas muy sonrientes con un corazón sobre ellos.

—Vaya, está muy bien —mintió. Los dos personajes que aparecían en su dibujo estaban desproporcionados y con borrones por todas partes, pero aún así el mensaje de felicidad que transmitía era muy bonito—. ¿Quiénes son? —Preguntó.

—Somos mi hermano y yo —contestó mirando el dibujo con ojos emocionados—. A Ikki no le gusta que me gaste dinero en regalarle algo, pero no dijo nada de regalarle un dibujo hecho por mí —lo miró intensamente a los ojos.

—Es una gran idea, Shun —se le aceleró el corazón al sentir esa mirada tan maravillosa sobre él.

—No se me da muy bien dibujar... pero lo he hecho con todo el amor del mundo —dijo algo triste.
—No te preocupes, estoy seguro de que le encantará —le dijo con una sonrisa.
    

    Shun lo volvió a mirar sonriendo y sin previo aviso se echó sobre él para abrazarlo. Hyoga se sobresaltó y se puso completamente colorado. El cabello de Shun olía como las mismísimas flores y le hacía cosquillas en la nariz mientras le abrazaba.
    

    Se quedaron así un rato y durante ese tiempo Hyoga pensó en todos los sentimientos que desbordaba su corazón. Algún día tendría que hablar con ese chico que estaba entre sus brazos y decirle lo mucho que le quería. Estaba completamente convencido de que algún día se lo diría, pero la vergüenza y los nervios lo invadían como una plaga y no le dejaban más que imaginarse el momento con el que soñaba.
    

    Por un momento se le pasó por la cabeza de que ese abrazo era la excusa perfecta para decirle todo lo que se le pasaba por la cabeza. Reuniendo todo su valor, se separó de Shun lentamente y lo cogió por los hombros para que le mirara a los ojos.

—Shun, yo... tengo que decirte algo muy importante... —empezó.

—Sí, ¿de qué se trata? —Le preguntó extrañado.

—Verás yo... hace ya tiempo que... —no encontraba las palabras indicadas para decírselo.

—¡¡Ya estamos de vuelta!! —Se oyó gritar a Seiya mientras entraba en la mansión.
    

    Hyoga se quedó clavado en el sitio pensando que acababa de perder la mejor ocasión que tendría en toda su vida, y más aún cuando oyó a Seiya subir las escaleras como un loco para ir a saludarles.

—¡Hola chicos! —Exclamó con una sonrisa.

—¡Hola Seiya! —le devolvió Shun el saludo.

—¿Qué hacéis aquí? —Preguntó curioso.

—Ah, nada, Hyoga tenía que decirme algo importante.

—¿El qué?

—Nada, es igual... —dijo el rubio suspirando—. Ya te lo diré en otra ocasión.

—Como quieras, Hyoga.

—Bueno, ¿qué? ¿Venís abajo a seguir con la decoración?—Preguntó Seiya entusiasmado.

—¿Qué? ¿Todavía faltan cosas? —Exclamó Hyoga.

—¡Pues claro!

—Voy a guardar mi dibujo y ahora bajo con vosotros —sonrió Shun.

—Está bien, ¿vamos, Hyoga?

—Sí, vamos...

Reino de Asgard
    

    Las calles de el pueblo estaban prácticamente vacías por el frío y la nieve que las cubría. Apenas dabas un paso y te hundías en ella.
    

    Mime había aprovechado la mañana para ir hasta allí después de bastante tiempo para ver el ambiente. Había algunas tiendas abiertas, pero eran muy pocas. Tiendas en las que vendían sobre todo comida y especias para la comida. Las casas estaban cerradas a cal y canto, y se sorprendió cuando vio a un niño correteando por la calzada intentando atrapar un conejo tan blanco como la nieve que cubría el suelo. El pequeño se paró delante de él sorprendido y lo miró a los ojos. Tenías las mejillas sucias y coloradas por el frío, y parecía estar agotado además de muy delgado.

—¿Eres un guerrero divino? —Le preguntó entusiasmado.

—Así es —respondió Mime.

—Uau. ¡Oh, no! ¡Se me ha escapado la comida! —Exclamó abatido mirando al animal correr todo lo rápido que le permitían las patas.

—¿El conejo?

—Sí... es que no tengo dinero para comprar nada más... —dijo triste.

—¿Y tu mamá?

—Mi mamá trabaja el día entero más al norte y solo puedo verla cuando vuelve muy tarde y está oscuro.

—¿No tienes casa? —Preguntó conmovido.

—Sí, pero la nieve y el viento tiraron la madera abajo y ahora hace tanto frío como fuera.

—Si lo deseas puedes venir a mi hogar y comer algo —le propuso Mime inclinándose hacia él con una sonrisa amable.

—¿En serio? —Preguntó con los ojos brillándole de ilusión.

—¡Claro!

—¡Muchas gracias, guerrero divino! —Dijo con una sonrisa de boca a boca.
    

    Un poco más tarde llegaron al palacio de Odín, el Valhala, donde tenía su residencia su señora Hilda de Polaris y donde descansaban todos sus guerreros divinos, excepto Alberich, quien había preferido no habitar en aquel lugar por la incomodidad de convivir con sus compañeros de armas.
    

    El niño quedó perplejo ante tan maravillosa construcción, y no pudo evitar su sorpresa cuando entraron en el palacio. Era increíblemente grande y no hacía frío, mucho más de lo que él había podido soñar. Además, era muy hermoso, adornado con alfombras de colores intensos y vivos, que no se asemejaban nada al paisaje que habían dejado tras la gran puerta.
    

    Hilda de Polaris apareció por uno de los laterales de la antesala y Mime se inclinó ante ella. El pequeño no sabía de quién se trataba, pero se inclinó torpemente pensando que si un guerrero divino lo hacía, él lo tenía que hacer doblemente.

—Señora Hilda de Polaris —la saludó el rubio.

—Mime de Benetnasch Eta, ¿quién es este joven que traes contigo? —Le preguntó indicándoles que se levantaran.

—Fui hasta el pueblo y me lo encontré sin nada que comer. Pensé que debía hacer algo —dijo nervioso por la reacción de su señora.

—Has hecho bien —sonrió esta—. ¿Cómo te llamas, pequeño?

—Le preguntó agachándose para quedar a su altura.

—Mi nombre es Thomas—dijo con voz temblorosa.

—Encantada, joven Thomas —le tendió una mano y él se la cogió—. Estás muy frío y delgado, te proporcionaré lo que quieras comer y una habitación para pasar la noche, ¿vale? —Le dijo sonriendo.

—Les estoy muy agradecido —contestó el niño.

—¿Te vas a quedar, Mime?

—No, me iré. Tengo que hacer algunas cosas —se excusó.

—Está bien. Cuidaré de él.

—Gracias, señora Hilda.
    

    El niño se separó de la mujer y corrió hacia Mime antes de que cerrara la puerta tras de sí para irse.

—Guerrero divino —lo llamó—, muchas gracias por todo, de verdad... Le estaré eternamente agradecido —dijo sonriendo.

—No hay nada que agradecer.

—¡Se lo contaré a mi mamá! Le diré que los guerreros divinos son de corazón amable, ¡no como ella creía!
    

    Mime lo miró un momento imaginando con curiosidad lo que la madre del pequeño le habría dicho sobre ellos. Pensó inevitablemente en Alberich, creyendo que si esa mujer pensaba de ellos que eran seres fríos, sería porque se habría topado con él alguna vez. Sonrió para sí y luego sonrió al pequeño antes de marcharse del palacio.
    

    Llegó hasta las columnas derruídas que tanto tiempo habían estado a su lado, rodeándolo, escondiendo sus más ocultos secretos, abrazándolo en la noche y en el día con el frío aire de Asgard. Ese era su segundo hogar, o su primero, depende de su estado de ánimo. Cuando fue a sentarse sobre una de las columnas, halló allí a Alberich, quien tenía entre sus manos una flor que no había visto nunca, a la cual le quitaba los pétalos con la mente sumida en aquel acto.
    

    Se acercó hasta él con extrañeza y este levantó la cabeza para mirarlo, sin dejar de arrancarle los pétalos a la flor.

—¿Tan pronto aquí? —Preguntó Mime a la vez que se sentaba.
    

    Alberich asintió con un leve movimiento de cabeza. Parecía que no estaba prestando mucha atención a todo lo que sucedía a su alrededor.

—Te felicito por haber escogido este lugar tan tranquilo para pasar tus días—le dijo encogiéndose de hombros y aparentando volver a la realidad.

—Gracias, supongo —dijo Mime extrañado.

—Es un sitio magnífico para pensar y relajarse. Creo que me hacía falta meditar algún día.

—¿Cuánto tiempo llevas aquí?

—He pasado toda la noche desde que volviste a palacio para descansar —contestó, sorprendiendo a Mime.

—¿Por qué? —Quiso saber.

—Ya te lo acabo de decir. Necesitaba pensar y relajarme.

—¿Pensar en qué?
    

    Alberich no respondió, en vez de eso se abalanzó a sus labios sorprendiéndolo y haciendo que el rubio abriera los ojos como platos y se le sonrojaran las mejillas por completo. Alberich había cerrado los ojos y disfrutaba de la calidez de Mime. Era un beso sencillo pero que transmitía muchas cosas. El rubio no supo por qué, pero se dejó llevar por aquel gesto e hicieron de ello un beso más apasionado.
    

    Cuando se separaron, ambos notaban el corazón latir con tanta fuerza que parecía que se les iba a salir del pecho.

—En eso pensaba.

Santuario de Atenas
    

    Cuando Milo despertó, sintió que se había olvidado de algo muy importante, además de que para ser él, la hora en la que se levantó era ya muy avanzada. Miró el reloj y vio que eran las once y media de la mañana. Se revolvió el cabello y bostezó como si de un tigre se tratara. Se puso en pie y se dirigió a darse una buena ducha para despejarse.
    

    Poco después, salió del baño con la toalla en la cintura y se vistió tan rápido como pudo. Había olvidado que el día anterior había quedado con Kanon y con Aioria para ir al pueblo a hacer no sé qué. Se puso lo primero que encontró y salió corriendo de la morada de Acuario.
    

    Antes de disponerse a bajar las escaleras hacia la casa de Leo, miró más arriba, donde se encontraba Acuario, y suspiró volviendo a hundirse en su miseria. Eso le hizo calmar las prisas y bajó despacio uno a uno los peldaños hasta que llegó cinco minutos después de pasar el mediodía al lugar citado.
    

    Entró en la casa de Aioria y pasó una a una las columnas que la adornaban, encontrándose en la puerta contraria a los caballeros que lo esperaban hablando entre sí.

—¿Te has dormido, Milo? —Le preguntó Aioria con una sonrisa en cuanto lo vio, acercándose a él y dándole un golpecito en la espalda.

—Sí, la verdad es que sí —dijo un poco avergonzado.

—Muy extraño en ti —le dijo Kanon—. ¿Nos vamos?
    

    Bajaron por todas las casas zodiacales y descendieron hasta el pueblo. Las calles estaba completamente adornadas con luces y espumillones de todos los colores. De las ramas de los árboles, además, pendían preciosas bolas decorativas que emitían reflejos a la luz del sol. Los habitantes paseaban felices creando un ambiente de ilusión y despreocupación. Pero aún así, Milo se sentía apartado de todo aquello, de los sentimientos de unión y felicidad con los demás. Solo pensaba que estaba solo en aquel mundo después de haber perdido a la persona a la que más quería.

—¿Estás bien, Milo? —Le preguntó Kanon en voz baja cuando notó que este tenía la mirada perdida de nuevo.

—Estoy como siempre —contestó.

—Entonces no estás bien —le reprochó.

—No pertenezco a este ambiente, no sé por qué he salido de mi morada —suspiró.
    

    Kanon suspiró a su vez pensando en que iba a ser muy difícil hacer que el corazón de Milo volviera a latir como antaño, si no con la vida de antes, con mucha más de la que tenía ahora.

—Escúchame, Milo, ya tuvimos esta charla ayer, más o menos, y te traigo aquí para que te olvides de todo lo que te atormenta aunque solo sea por unos momentos —empezó.

—Lo sé, Kanon, lo sé. Pero me es muy difícil, compréndeme. No puedo estar en un lugar feliz cuando por dentro me estoy muriendo de tristeza.

—¿Qué os pasa? —Preguntó Aioria.

—No es nada importante —se apresuró a contestar Kanon.

—Entonces mirad aquella tienda. Seguro que venden buena comida navideña, ¿no os parece?

—Vayamos a ver. Seguro que tienes un gusto pésimo para esas cosas —se rio Kanon.

—Tengo el gusto perfecto, señorito —se defendió Aioria.
    

    Milo se quedó unos segundos mirándolos y pensando en lo mucho que desearía estar tan contento como ellos. Cuando los siguió, lo hizo con una sonrisa en la boca pensando en lo bien que se lo pasaban haciendo el tonto.
    

    Llegó hasta la tienda en la que habían entrado y los halló discutiendo sobre si comprar pollo o comprar pavo. Se acercó a ellos y ambos se giraron y lo bombardearon con preguntas.

—Milo, ¿a que es mucho mejor cenar pavo en Navidad?

—Defendía Aioria.

—Mentira, gato, ¡es mucho mejor cenar pollo! ¿A que sí, Milo?

—Defendía a su vez Kanon.

—¿Y si lleváis los dos? —Intentó mediar entre las dos opciones.
    

    Kanon y Aioria se miraron durante unos segundos y luego volvieron a mirarlo, bajando la cabeza casi al unísono.

—Pues no es mala idea —Lo aprobó el de Géminis.

—Pero ni te acerques a mi pavo, ¿vale? —Le amenazó Aioria.

—Tranquilo, si ya me cuesta acercarme a ti... —bromeó haciendo que Leo le diera un golpecito en la cabeza a modo de reproche.

—Si es que... —murmuró Milo ladeando la cabeza de un lado a otro.
    

    Pensó que igual no había sido tan mala idea acompañar a esos dos. Se lo estaba pasando bastante bien viéndolos, dentro de lo que cabía, y estaba consiguiendo dejar atrás los pensamientos tristes que tenían que ver con Camus, su amor.

—Paga tú —le dijo Aioria.

—¿Qué? ¿yo? —Se quejó Kanon—. ¿Por qué yo?

—¡Lo demás lo pago yo!

—¡Sí claro! ¡Lo demás es lo más barato! —Siguió quejándose.

—Si queréis lo pago yo, no me importa —dijo Milo integrándose en la discusión.

—Tú no vas a pagar nada. Ya me encargo yo —se adelantó Kanon sacando las monedas necesarias y dándoselas al vendedor.

—Vaya, así da gusto—rio Aioria—. Espero que vuelvas más veces con nosotros, que así no me gasto nada —bromeó, y por una vez en mucho tiempo Milo rio con él.

—Ya está, coge tu sucio pavo y vámonos a otra tienda —dijo Kanon volviendo de pagar y tirándole el pavo envuelto a Aioria.
    

    Siguieron paseando por las frías calles de aquel pueblo. Dentro de poco darían la hora de comer, y debían darse prisa si querían respetar sus horarios. A Milo le daba igual eso. Comía cuando tenía hambre, bebía cuando tenía sed y dormía cuando tenía sueño. Hacía mucho que había dejado de seguir una rutina, salvo la de estar triste día sí y día también, cosa que se convirtió, a lo largo, en su día a día habitual.
    

    Llegaron a una calle menos transitada que las demás y encontraron una tienda en la que vendían manualidades tales como pulseras, pendientes, marcos de fotos, sandalias, etc. Kanon y Aioria iban a pasar de largo cuando Milo se detuvo delante del escaparate y les dijo que entrasen a mirar.
    

    Ambos asintieron sin ningún problema y Kanon fue el primero en abrir la puerta y cruzarla, encontrándose con una estancia no tan iluminada como las demás, pero de un aspecto agradable. Las estanterías estaban todas completamente llenas de objetos hechos a mano con madera de todos los tipos, y en la parte baja de cada una, cajas y cajas y sandalias de cuero.

—¿Puedo ayudaros, caballeros? —Preguntó una mujer de unos cuarenta años que salía del mostrador con una sonrisa.

—No, gracias, estamos mirando a ver qué tiene —Respondió Aioria.
    

    Milo pasó la mirada por las estanterías, deteniéndose en cada una de las figurillas que hallaba ante sí. Se acercó después a la dependienta para preguntarle algo:

—Disculpe, ¿es usted la que hace estas manualidades?

—Así es —asintió esta.

—Me gustaría encargarle algo, si no es mucha molestia.

—Claro que no, lo tendré listo cuando usted quiera —le sonrió.
    

    Aioria y Kanon se acercaron a él cuando terminó de hablar con la dependienta y le preguntaron qué era lo que le había encargado, pero este no quiso proporcionarles ni una sola pista para que intentasen adivinarlo, aunque Kanon tenía una gran noción de idea para encaminarse hacia la respuesta.

—¿Volvemos ya? Van a cerrar las tiendas y casi es la hora de comer —dijo Aioria.

—Sí, volvamos si no os importa —pidió Milo que volvía a estar otra vez cabizbajo.
    

    Cuando entró en su morada sagrada lo primero que hizo fue echarse sobre la cama y resoplar. Le parecía irónico estar cansado por bajar al pueblo y no por las innumerables horas que se pasaba entrenando al día. Se recostó sobre un costado y miró hacia la madera de la pared, en la que había posado un marco con una fotografía, parecida a la que tenía Camus en su casa. Solo mirarla, le hizo recobrar las lágrimas que había abandonado durante esa joven mañana.
    

    Se llevó las manos al rostro y se encogió sobre sí mismo para seguir llorando. Estaba completamente convencido de que jamás sería capaz de superar la muerte de su compañero, de su amor.

Mansión Kido
    

    Después de pasarse todo el día y toda la tarde colocando adornos que parecía que sobraban y que rebosaban por todos los rincones de la mansión, Hyoga volvió a su habitación sobre las nueve para continuar leyendo el libro.
    

    Se tumbó de nuevo sobre su cama y se perdió entre cada palabra que leía. Seguía sin saber exactamente por qué estaba leyendo esa novela. En realidad no le estaba gustando completamente, solo se sentía identificado con alguna de las emociones que sentía Álex por aquella chica, pero solo eso.
    

    Cuando acabó otro de los capítulos, cerró los libros y clavó su mirada en el techo, añorando tener a Shun entre sus brazos como cuando le había abrazado. Había sido una sensación tan maravillosa... no podía esperar, o no quería esperar a que se repitiera. Además, había estado a punto de confesarle todo lo que sentía por él si no hubiera sido por Seiya.
    

    Suspiró y cerró los ojos para tranquilizarse. Al final no se reprochó no haberle dicho nada, más bien se sintió aliviado por no haber cometido aquella estupidez.
    

    Oyó los pasos de alguien por el pasillo y volvió a abrir los ojos después de casi haberse quedado dormido. Se levantó de la cama un poco adormilado y salió de su habitación, encontrándose de lleno con la persona que lo volvía completamente loco.

—Buenas noches Hyoga—le dijo Shun.

—¿Te vas ya a dormir? —Le preguntó.

—Seguramente, sí, estoy bastante cansado. Por cierto, ¿qué era eso que querías decirme antes y que no me dijiste? —Le preguntó mirándolo intensamente.

—Esto... yo...

—Si quieres entramos en tu habitación para que nadie lo oiga —le propuso.

—Está bien, pasa —dijo con el corazón latiéndole a mil por hora.
    

    Shun atravesó la puerta y se quedó en el centro de la habitación de Hyoga mientras este cerraba la puerta tras de sí. Se acercó a él y el peliverde se giró con una pequeña sonrisa adornando sus labios. El rubio lo miró y se sonrojó como nunca, pensando en que no tendría el coraje suficiente para decirle todo lo que tenía que decir.

—¿Me lo dirás? —Le preguntó Shun.

—Sí —decidió.
    

    Cerró los ojos para tranquilizarse, y Shun presintió lo que iba a decir por su actitud. No recibió respuesta, sin embargo. Lo único que hizo Hyoga fue abrir los ojos y rodearle la cintura con los brazos, acercando su rostro al de Shun y juntando sus labios con los de él.
    

    El peliverde se quedó paralizado por la sorpresa, y cuando se separaron no pudo creerse lo que acababa de pasar.

—Te quiero —fue lo único que se atrevió a decir Hyoga.
    

    Como respuesta, Shun, con la respiración entrecortada y las mejillas ardiendo, se abalanzó a sus brazos para volver a besarle con mucha más intensidad con la que lo había hecho su compañero.

Notas finales:

Muchísimas gracias por leer y por comentar!!! Espero enormemente que les haya gustado y comenten si quieren! :D


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