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Let me fall por LeylaRuki

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Notas del fanfic:

No olviden escuchar esta canción mientras lo leen: http://www.youtube.com/watch?v=DJsSg_HKgW0 ^^

Notas del capitulo:

No estoy segura si cumpla todos los requisitos de lo que mi frase señalaba pero al final las cosas salieron así. Espero que les guste :3

 

Mi frase es: "No pienses que te amo, porque te amo más de lo que puedas pensar"

Yo solo fui un testigo de los hechos, un cómplice, mi mente probablemente ansiaba por hacer algo así pero al final se perdió en medio de tanta confusión. Los psicoactivos me bloquearon muchos de los recuerdos, los ahogaron en mi culpabilidad y quedó solo mi caparazón, me dejaron desnudo en la habitación la primera noche y supuse que las cosas no mejorarían. Y no lo hicieron. Ciertamente que la vida se volvió un poco más sencilla desde que estoy aquí pero extraño la libertad, el viento al poder correr por las calles o por donde sea, el poder levantarme por las mañanas y salir a comprar mi desayuno en algún puesto; pero no. Los pasillos son blancos, brillan tanto que no me dejan ver más allá de las bardas, no sé de qué color son, qué se tiene que hacer para poder salir. Tengo prohibido todo.

Por las mañanas lo primero que hago es contar hasta diez, lo hago para poder levantarme de la cama sin desgarrarme algún músculo de los brazos o piernas, después entra una enfermera, todos le decimos “la enfermera Dulce” porque nunca trata mal a los pacientes, al contrario, nos hace sentir como si fuera nuestra casa, aún cuando nos llevan al calabozo ella siempre pasa a desearnos las buenas noches, a veces canta un poco y luego se retira; me saluda enseñándome sus dientecillos blancos y torcidos, y me acerca las pastillas. La primera es para nublar mis sentidos, me hace sentir torpe y la empecé a tomar después de abandonar una medicación que desapareció mis susurros. La segunda, me ayuda a no dañar a los demás o a mí mismo, para no matar a nadie pero hace que mi cabeza palpite de dolor que no se detiene hasta que me den una aspirina (lo cual no siempre pasa) y la tercera es una nueva droga que estoy probando para que mis manos dejen de temblar. Hay días en los que estoy normal, si me quedo quieto casi no se puede notar el temblor, pero hasta hace un año la antigua medicación dejó de ayudarme y empeoré. Es una mierda, solo paso de los treinta años y tengo una enfermedad senil. Este futuro para mí no lo hubiera imaginado. Ayer salí de mi habitación y vi a uno de mis “amigos” arrastrarse por el suelo y cuando yo quise acercarme mis piernas no respondieron y caí, mis brazos apenas lograron cubrir mi rostro pero fue bastante doloroso, y encima de todo mi voz no sale con naturalidad, es áspera y transparente. No fue hasta que una enfermera pasó y me ayudo a ponerme de pie por completo. Creo que no pude evitar llorar de la rabia.

En realidad no hay mucho que hacer en un instituto mental, dado que la mayoría no está bien de la cabeza pero en mi caso voy a ver a un psicólogo, solo una vez me puso a ver esas manchas de tinta negra en folios blancos y la respuesta no fue del todo buena. Entro a su oficina, muy elegante como él y yo siempre con una pantalonera vieja de color gris y una camiseta blanca gastada. Me siento y le escucho describir mi comportamiento, mi enfermedad y preguntarme por mi pasado pero pocas veces le respondo, le digo que no me dejan recordar todo lo que hice, unos susurros que se introducen en mi mente y me repiten lo infeliz que soy. No me creyó y me recetó otra medicación que tuve que tomar por todo un año, poco a poco esos susurros se fueron acallando pero a veces vuelven, me gritan, me insultan y me dicen que muera. Sé que en algún momento lo haré.

 

La enfermera Dulce se acercó a mí y me avisó que hoy llegaría un nuevo paciente y que de momento tendría que compartir mi habitación con él. Sentí una comezón familiar, mi corazón se encogió ante la noticia y decidí no entrar ahí hasta el toque de queda porque así me ordenaba mi mente. Estuve el resto de la tarde sentado en una silla arrinconada, viendo como algunos reían con manía a la nada, otros que daban de golpes a la televisión, varios que se quedaban perdidos, sin pestañear y hechos ovillo en el suelo. Me pregunté cuánto tiempo me tomará acabar de esa manera. Las ansias de algún día despertar y ser como ellos me inquieta, ser un vegetal da miedo, pero al final del día mis manos seguirían temblando.

 

Una vez que crucé el umbral pude sentir esa necesidad urgente de correr, huir y arrojarme mi cuerpo por alguna ventana pero éste no respondió. Le miré fijamente a los ojos y me reconoció; los susurros se desvanecieron como cuando tomaba la medicina y poco a poco comencé a recordar todo, lo que hice fue imperdonable. La muerte es algo seguro para todos en esta vida pero ver como se la adelantan a alguien y no hacer nada al respecto es de mierdas. No merecemos ser clasificados como personas.

 

Ese tipo de cosas casi nadie las predice, las señales estuvieron ocultas o más bien nos negamos rotundamente a verlas, no fue un problema mío hasta que Takanori vino a buscar mi ayuda. No debí haber aceptado. Nadie sabe como los hechos nacen, se desarrollan, pero siempre sabemos cómo terminan. Con una tiniebla cubriendo un cuerpo sin vida, con unas orbes vacías de su brillo. Terminan mal, muy mal. Sabía que la vida de Takanori estaba saturada, se estaba pudriendo de tanto fingir, de no saber qué hacer con sus ‘amores distintos’. Prefirió quedarse en silencio y seguir con esa farsa. Días llenos de angustia le siguieron más delante, llenos de temor a ser descubierto. Y lo fue, yo solo ayudé a enterrar su problema…

 

 

 

Kouyou tenía un gran problema para desenvolverse con las personas, era difícil comenzar un vínculo, llámese familiar, de amistad o amoroso, simplemente no era capaz de mantenerse en la misma situación por mucho tiempo, prefería desconectar apartándose de todos y no tener que fingir interés por sus vidas. Sus mejores amigos, o más bien dicho únicos amigos, entendían esa dificultad así que esperaban a que él los visitara cuando tuviese la necesidad, incluso si fuesen cinco minutos. Pero por su personalidad y su trabajo tan especial no lo podían tomar tan a la ligera.
Lo primero que hacía una vez que se levantaba era llenar la bañera con agua caliente y buscar una taza donde pudiera beber algo de café antes de empezar con el alcohol. Eran días en los que hacía demasiado frío, tanto que a veces contemplaba la opción de renunciar a su trabajo y largarse pero luego tenía que hacer trizas esa opción al aceptar que en el mundo real un trabajo normal no era posible para él. Se metió a la bañera, su piel ardió pero le dio igual, al contrario, lo hundió más hasta que sus cabellos castaños flotaran en la superficie creando una cortinilla. Dejó de respirar en su sitio, con los ojos cerrados se quedó inmóvil, su mente celebró un poco al creer que tendría éxito pero en un descuido su boca atrapó toda el agua posible y terminó por ahogarse, entonces tragó un poco más de agua. Salió a la superficie y entonces lloró, gritó de desesperación y se lamentó de seguir con vida un día más cuando no pudo salvarla a ella. Se arrinconó en el suelo del baño. Necesitaba sentirse bien. Fue en ese entonces cuando su cuerpo encorvado notó que sus falanges comenzaron a temblar, era la primera vez que veía eso, un temblor que le acompañaría a partir de ese momento hasta el fin.

 

 

 

No había prisa, no tenía nada mejor que hacer. A la mañana siguiente no conté hasta diez, no enderecé mi cuerpo cuando la enfermera Dulce llegó con mi medicación y no se molestó cuando me negué a tomarla, ni siquiera cuando arrojé lejos de mi vista. Estaba hambriento, confundido y colmado de arrepentimiento. Quise escapar de las paredes blancas de mi habitación pero no tenía la manera de hacerlo, sabía que estaba entrando en un terreno peligroso, como siguiese de esa manera pasaría el día y la noche en el calabozo con ese atuendo blanco que me hacía torcer mis brazos. Comencé a temblar con fuerza cuando entró el señor Sugizo, mi psicólogo para levantarme de la cama, me negué una vez y me volví a negar. Levanté mi vista y me encontré con sus ojos, también estaban vacíos y me pregunté cómo es que alguien tan joven como lo es él podía tener esa mirada cristalina, podía verme reflejado en sus orbes, él, Satoshi terminó como yo, solo que yo todavía no sabía sus crímenes. El señor Sugizo me levantó de golpe, me preguntó qué pasaba conmigo pero no supe responderle. No era capaz de decir en voz alta que había matado a alguien, aún cuando él sabía todas las razones por las cuales yo estaba encerrado sin ninguna posibilidad de salir, no era capaz de hablar, mis labios se congelaron y se sellaron, mis mejillas ardían lentamente y contuve la respiración; podía escuchar los latidos de mi corazón tan fuerte que parecían escaparse de mi cuerpo. Tenía heridas en mi cuerpo por estar esperando una salida que no llegaría. Las lágrimas volvieron a caer porque yo ya no era capaz de olvidar.

 

 

 

Salió del departamento vistiendo una camiseta negra y unos jeans azules gastados. Subió un momento a la azotea y vio lo que colindaba con su patio; un cementerio. Las lápidas ya no eran tan grandes como años atrás, el gobierno las mandó remover cuando los vecinos comenzaron a quejarse de lo inquietante que era verlas. Salió a la calle y vio a Shou, su compañero de trabajo que también llegaba. Cada día era un trance nuevo, cada vez que sus manos tomaban la pala y la encajaba entre sus dedos una parte de su ser moría porque en realidad así le pasaba, no pertenecía al mundo de los vivos y tampoco al de los muertos.

Cada vez que clavaba la pala en la tierra algo dentro de sí se marchitaba, siempre le tocaba quedarse y esperar a que el funeral terminara, veía como los familiares acechaban el ataúd con infinita tristeza, luego entraba él y lo colocaba para que formase parte con la tierra. Se despedían de la persona que alguna vez fue su mundo. Recordaba siempre con nostalgia a su hermana, a quien no logró salvar. Su corazón todavía dolía por su partida.

 

—Hablé con Takanori esta mañana —Shou rompió el silencio mientras soltaba la pala momentáneamente—. Nos invitó a una cena navideña que está preparando junto con Akira, dijo que si las cosas salen bien hará otra para celebrar el año nuevo. Me pidió que te rogara para que aceptes la invitación, sabes que no soy ese tipo de persona pero hace años que no los ves, no te haría daño hacerlo esta ocasión. ¿Qué dices? ¿Ya ves que bien se me da esto de rogar? Hace mucho, también, que no celebras nada.
No dejó tiempo para que el otro contestara, solo habló sin parar, le sonrió y continuó con su trabajo.

—¿Crees que tengo motivos importantes para celebrar? —Suspiró hastiado, cruzó sus brazos en su pecho, estaban entumecidos de no tomar un descanso—. Está bien, iré. Espero que sea la última vez que me vean.
Masculló.

—Kouyou no seas así, mira en lo que trabajamos —Replicó Shou—, nadie mejor que nosotros para recordar el significado de la vida. Un día estás aquí y al siguiente mueres atropellado por un carro —Evitó sacar la muerte de su hermana, los Yakuza y todo eso que sabía que le ponía muy mal—. Llamaré a Takanori por la tarde, seguro que se sentirá muy contento de tu decisión.

No lo supo, nadie tenía una pista del caos que estaba por desatarse, esa noche sería la hecatombe para la existencia de algunos.

 

+++

 

 

Decir la verdad era inconcebible. Tendría que estar loco para hacerlo. Akira nunca debía enterarse de nada.

 

Las sábanas de la cama ardían al presenciar esas emociones falsas, cada caricia exploraba lentamente la lujuria y el engaño. Sus cuerpos sudaban, el clímax comenzaba a desaparecer y los movimientos precisos de placer ya perecían. El decibel de sus jadeos intensos bajaba lentamente. Hiroto atrapó los dedos de Ruki y los besó un poco, detestaba cuando llegaba el final porque se volvía a quedar solo, sin él, abrazando una almohada y sintiéndose más frágil, más usado, más nada. Guardaba silencio para lograr escuchar su voz, anhelando recibir un poco de palabras bondadosas que le hicieran sentir más cálido pero no conseguía nada.
Era una cercanía dolorosa, no importaba cuantas veces le besara y tocara porque siempre existía ese abismo lúgubre entre ellos. Nunca podía ser suyo aunque él fuese capaz de sacrificar su vida sabiendo que Ruki no haría lo mismo por él. El amor iba a contratiempo, dolía saber esos motivos, la hacía mal estar a su lado y seguir siendo una sombra sin sentido. Sus ojos fueron víctimas de la neblina cristalina que lentamente se desvanecía y corría por sus mejillas con fervor. Otra vez se mostraba débil, necesitado y lo era.

—Yo amo a Akira —Contestó Ruki sin mirarle fijamente porque esas lágrimas se le encajarían en el alma y entonces no podría avanzar, ignoró por completo lo que su mente le ordenaba, las cosas simplemente tenían que terminar—. Lo siento.

—Lo sé. Ojalá lo hubiese sabido hace seis meses.

—Lo siento, de verdad —Repitió.

—¿Por qué no podemos estar juntos? —Preguntó Hiroto mientras borraba el rastro de sus lágrimas. Ruki le pasó el brazo por el hombro y negó con la cabeza.

—Porque yo amo a Akira. A pesar de todo esto —Señaló el resto de la cama. Tragó seco y encendió un cigarro.

Takanori sacó el filtro de su boca y expulsó el humo gris, alguna parte del remordimiento se iba junto con ese humo, una vez que dieran las tres de la tarde se transformaría en Matsumoto Takanori. Ruki se quedaría en la habitación, se quedaría en las sombras junto con su amante. Pero necesitaba ser libre. Era un bastardo por estar haciendo eso y después de pensar qué decir las palabras se extinguieron en sus labios, no salían de la manera correcta. Renunció a esa aventura, porque al final del día él solo respiraba por Akira y nadie más, vivía por él olvidándose incluso de sí mismo, pero no lo hacía por amor, le dolía y no estaba dispuesto a aceptar esa realidad, prefería mil veces morir antes que aceptarlo. Terminó todo con un beso y un te quiero infectado de sentimientos reales y se alejó de sus brazos, dejándole en una incertidumbre indescriptible. Ellos no podían perdurar, no podían jactarse de un hecho que era vergonzoso. Una vez que atravesase la puerta olvidaría todo lo que había hecho dentro de esas cuatro paredes hasta que se consumieran y no pudiera contemplarlas nunca más.

Salió de ahí con la ropa a medio poner, su mente era un aguacero, su ida parecía haber perdido todo lo esencial o más todo aquello seguía ahí solo que no sabía cómo aceptarlo, porque para eso hace falta pagar un precio. Tenía miedo a ser feliz como antes no sabía por qué pero deseaba evitarlo a cualquier costa. ¿Desde cuándo había empezado a sentir esa necesidad de estar con otro solo porque sí? Desear a alguien es más que normal, porque todo queda ahí, en un rincón donde las fantasías se crean y luego desaparecen como el humo del tabaco, todo se convertía en algo que no llegaría a ser. Sin embargo, él pasó esa línea y lo convirtió en lujuria, en sexo ocasional y luego dejó de serlo, pasó de ser nada a ser todo, una fatalidad que no sabía enfrentar. Era un pecado que había dejado ir demasiado tarde. Se detuvo frente al elevador y arregló su vestimenta pero no se atrevió a meterse al cubículo, dio la media vuelta y bajó siete pisos por las escaleras de emergencia.

 

 

Ese diálogo parecía un delirio, se alejó de la realidad y se ensimismó en su obsesión, no vio cuando Takanori se levantó y se fue sin mirar atrás. Le había arrebatado las ganas de vivir y al mismo tiempo se las había regresado con tanta fuerza que le dolía, le pesaba tener que seguir haciéndolo. Las gotas cristalinas volvieron a salir, encontrándose con la esperanza que ya no regresaría. Recreó ese último beso en sus labios y resucitó su cuerpo pegándole el calor como lo hizo durante los últimos seis meses, él no estaba dispuesto a renunciar a él, porque muy en el fondo sabía que se había enamorado de él pero no era capaz de fallarle más a Akira, simplemente no podía dejarlo, no después de tantos años juntos. Se alejó de la entrada del edificio con ese aroma de vainilla que solamente Hiroto tenía, con sus dedos todavía revolviéndose en sus cabellos rubios y sus labios todavía buscando más de esa sensación que le embriagaba.

 

 

Me dejó, se fue por la puerta y no le importó. Él se irá a su vida cotidiana y yo me quedaré aquí, solo, magullándome de dolor, con esa traición en mi espalda hasta volverse insoportable. Yo le hablé de amor y él siempre cayó. Destruyó mis sueños e ilusiones, aunque en realidad nunca me había nada, solo me había ofrecido sus labios, su cuerpo pero nunca nada más, creí vanamente en mis fantasías. Mis sentidos comenzaron a fallar, aún encima de la cama mis piernas temblaban, si hubiese estado de pie me hubiera derrumbado ahí mismo. Yo no estaba listo para dejarle y decirle adiós. Yo le amaba y necesitaba hacerlo saber. Ya era suficiente con tener que trabajar con él y tener que fingir sonrisas casuales y huecas; haciendo pláticas que solo quedaban en el aire para luego evaporarse.

 

 

Me dolían las manos de la ansiedad, tantos días que no aparecía. “Uno, dos, tres, cuatro. Hiroto tranquilízate. No va a volver”. Mi mente no dejaba de contar los días en que su existencia desapareció de la mía. No conseguía sonreír, una ligera sonrisa suya me hacía sucumbir a lo peor, no era capaz de decirle adiós ni tampoco de acercarme a su mundo, nunca lo hice porque sabía que algún día esto tendría fin, yo solo ocupaba el papel del amante, siempre limitado en mis aspiraciones. Lloraba de dolor y las lágrimas ya no salían, los gritos se habían esparcido por todo mi cuerpo hasta dañarme. Mierda, un hombre sufriendo así por otro, algo no estaba bien en mi mente, pero no podía encontrar las palabras correctas para desahogarme y comenzar desde cero. No. Me sumergí en esos amargos y abismales recuerdos solo para recordar su huella en mí. Cedió para no volver. Bloqueó mi número de teléfono y seguramente borró cualquier indicio de mí. Me pregunto si se hubiese quedado si las palabras hubiesen salido de mis labios, si le hubiese mostrado mis sentimientos y sobre todo si le hubiese logrado enamorar de la manera en que yo lo hice de él. Me escondí bajo las sábanas para no tener que enfrentarme mis monstruos pero no me di cuenta que yo era el principal.

 

 

Tomó una última copa para hacerse olvidar de su pasado y se le antojó amarga. Se había terminado su segunda botella de vino y salió del departamento, con el corazón en la mano y sin importar nada iría a confesar el secreto que moría por decirle en la cara a Akira. Corrió fuerte aferrándose a ese pequeño resquicio de felicidad que planeaba conseguir, corrió como si su vida dependiese de ello y ansiaba ya llegar para encerrar en esas cuatro paredes la verdad para poder estar junto a Takanori, junto a Ruki

 

 

 

 

Los besos de Akira siempre fueron profundos y sinceros, cada vez que su lengua se adentraba era como si buscase la fruta perfecta para luego consumirla lentamente. Siempre entregó su corazón con entera dedicación y tenía asegurado que Takanori lo hacía de la misma manera. Tanto que cada vez que le besaba podía adentrarse en su ser, podía saber lo que Takanori sabía, entendía el porqué de sus pensamientos y sobre todo como sus sentimientos se intensificaban cada vez que sus miradas se encontraban. Sí, era más fácil experimentar esas sensaciones antes que acercarse a averiguar todo ese remolino de preocupaciones ocultas que sus ojos mostraban. Le daba miedo hacerlo porque sabía que lo perdería. No le dio importancia hasta que ese temor se convirtió en la sombra que le seguía todos los días, después de esas cenas terminaría con todo y dejaría atrás todo lo que tuviera que ver con Takanori.

 

Se dieron las nueve de la noche y Akira terminaba de colocarse su traje, los invitados tendrían que llegar en cualquier momento. Esperaba con ansias poder ver a Kouyou. Tenía tanto tiempo tratando de contactarle y siempre fallaba.

Yuu, otro de sus amigos solitarios pasaba por una mala racha, un divorcio que le costó más de la mitad de su fortuna, un bebé en camino y mucha infelicidad llegó y fue directamente al comedor, escogió su lugar y no se levantó ni una sola vez. Cuando Shou tocó el timbre se sorprendió al enterarse de la ausencia de Kouyou y contó con que no llegaría. Para sorpresa de todos apareció, bastante animado y con notable grado de alcohol en su aliento, Akira lo abrazó con emoción y le costó separarse de él, su mejor amigo, la persona en que más confiaba por fin salía de su caparazón, no podía estar más pletórico de felicidad. Le agradeció en un pequeño susurro y le llevó hasta su lugar en la mesa.
La comida no era de lo mejor, ni Akira o Takanori la habían cocinado, llamaron a una agencia de ocasiones especiales que encontraron en el directorio telefónico y según tenía muy buenas referencias pero no habían acertado del todo con el menú. Rápidamente la plática se hizo más amena, todo lo que pasó en los meses anteriores se fueron convirtiendo en bromas estúpidas y absurdas para ellos, Yuu no paraba de beber, se quejó de la arpía de su ex mujer y el pequeño que tendría que criar. Shou era el encargado de hacer reír a los demás, hacía su trabajo a la perfección, el trabajo como sepulturero no había dañado su humor tan único.

 

 

Con los mareos y las asqueas a flor de piel, uno a uno de sus amigos se fueron retirando de la reunión, cada uno de ellos acordó de regresar para el fin de año y para hacer las cosas más amenas prometieron llevar a algún acompañante. La idea era fenomenal. Akira le pidió a Kouyou que se quedara un poco más y lo hizo, también le apetecía ponerse al tanto con su mejor amigo. Subieron al segundo piso para ponerse ropa más cómoda. El timbre de la puerta sonó con desesperación y Takanori abrió la puerta.

Sus orbes se oscurecieron y dejaron de reflejar vida. Todo lo que estaba dispuesto a olvidar estaba parado frente a él, jadeante y cansado, tiritando de frío, con la mirada llena de firmeza. La piel y la realidad se volvieron su infierno que terminó por dejarse vencer. Todo estaba por irse al drenaje, no conseguía mantenerse en una sola pieza, había dejado todo su talante y entereza en el descansillo de su casa, salió y le besó, lo abrazó con fuerza, sus manos temblaban al sujetar sus mechones de cabello.

—Siento mucho por lo que hice esta mañana —Dijo Ruki con la voz quebrada, se le iba y casi lo prefería.

—Necesito decirle —Dijo Hiroto—. Por favor.

Takanori retrocedió instantáneamente y negó con la cabeza, trató de sacarle de ahí antes de siquiera ser visto pero en la realidad Akira le vio y le invitó. Estaba jodido, estar encerrado con su amante a un lado y su pareja oficial en frente le revolvía sus órganos y sesos hasta desaparecerlos, comenzó a sudar frío, su mirada se secó y desapareció de la charla entre su amigo, su amante y su pareja.

 

 

Escuchamos las pisadas en las escaleras, eran pesadas y cargadas de ira, Takanori bajó molesto y señaló hacia Hiroto con una escopeta semiautomática, era robusta y se le vía pesada pero efectiva, pensé que Akira había dejado el hábito de ir a cazar, o quizás lo hizo y la tenía como recuerdo. Dio los últimos pasos y se colocó frente a nosotros, yo me acerqué tratando de convencerlo que la soltara pero no lo conseguí.

—Takanori suelta eso por favor —Comenzó a pedirle Akira tratando de modular su tono de voz.

—No puedo, si lo hago él… él hará algo malo —Contestó Takanori.

—No lo hará, te lo prometo, pero por favor suelta eso —Intervine con el corazón en la garganta, mis piernas flaqueaban.

—¿Cómo besarte de la manera en qué lo hizo cuando llegó? —Interrumpió Akira—. Takanori ¿cuán estúpido crees que soy?

—¿Qué? —Preguntó y aflojó solo unos segundos el arma y la volvió a alzar en su contra, no podía creer lo que estaba pasando frente a mí, si tenía que morir alguien, rezaba por ser yo—. ¡Le dijiste! ¡No tenías ningún derecho de hacerlo!

—¡Afronta las consecuencias Matsumoto! Me engañaste y ya está, todo se acabó.

—No por favor Akira, no me digas eso —Lloró, había dado en su punto débil, no podía dejarle escapar, después de tantos años de conocerlo y estar juntos no podía simplemente terminar, aceptaba lo que había pasado entre él y Hiroto junto con sus nuevos sentimientos pero sus ojos reflejaban un miedo a lo que sería su futuro y no era alentador, incluso el propio Takanori lo sabía. Sin Akira no era nadie—. Sabes que te amo.

—Díselo a alguien que te lo crea.

—Akira por favor, sabes que no miento, desde el principio solo has sido tú y nadie más.

—¿Ah sí?

—Eres un hijo de puta Hiroto. Mira lo que has causado —Replicó Takanori fuera de sí.

 

Las cosas sucedieron muy rápido, Takanori se aferró a la escopeta con fuerza y apuntó al pecho de Hiroto, pensé que no tendría planeado disparar pero lo hizo, el arma reculó en su hombro que lo hizo retroceder e hincarse de la sorpresa, el disparo fue instantáneo y ruidoso que me aturdió y tumbó en el lugar en el que estaba, el suelo ya estaba húmedo de sangre y cuando levanté la vista Hiroto tenía la boca abierta, la quijada parecía querer escapar por su cuenta, si no me falla la memoria mojó sus pantalones. Akira, mi mejor amigo cerró los ojos y se dejó caer en cuanto el escopetazo sonó, porque obviamente era más rápido de lo que podíamos reaccionar pero él tuvo o demasiada suerte o muy poca pero la bala le alcanzó a él, escupió un poco de sangre y se desvaneció. A partir de ahí las cosas se complicaron.

Takanori se echó a llorar sobre su cuerpo repitiendo una serie de “no no no”, le besó y abrazó, al hacerlo un pequeño quejido de Akira escapó de su boca y finalmente pereció. Yo estando en el suelo retrocedí hasta pegarme a la pared. Me estiré para tomar el teléfono y se lo pasé a Takanori pero se negó a llamar a una ambulancia, se deshizo de su saco sucio cuando los vecinos preguntaron por lo que pasaba dentro de la casa y explicó que Akira nos estaba mostrando sus antiguas escopetas y se disculpó por los inconvenientes. Cerró la puerta y me miró.

 Habrá que sonreír para no sentir la nostalgia y yo erróneamente sentía nostalgia por mi humanidad, sabía que tenía que negarme y entregarlo a la policía pero no lo pude hacer cuando se arrodilló a mis pies suplicándome por mi ayuda, solo yo podía sacarlo de ese aprieto. En ese momento no me pareció un problema grande puesto que yo no había sido quien había tirado del gatillo, mi mente quizás se negaba a aceptar que había sido Akira quien se desangró en su propia casa, gracias a su propia pareja. No lo comprendí hasta después de haber transportado su cuerpo envuelto en bolsas negras y lo pusimos en ese hueco que había preparado para una familia, tendría que hacer otro.

Esa imagen superaba con creces cualquier cosa que antes me hubiese dado felicidad y me asustó, porque era mi mejor amigo, muerto, sin haber disfrutado realmente de su vida. Esa satisfacción es como el veneno del áspid que se adentra en el organismo para convulsionar cada rincón y desgastarte, yo lo permití hasta que me volvió loco. Takanori lloró por quién sabe cuánto tiempo, yo me senté retirado de ellos, bueno de Takanori y el cadáver.

 Recé un poco por su espíritu y comencé a rellenar ese hueco.

 

Yo no conocí el amor, de verdad que nunca lo hice hasta ese momento, no era algo efímero, era algo real y duradero. La muerte de Akira me hizo un prosélito de la muerte. No hay mejor forma de ver pasar la vida que en el preciso momento en que acaba, cuando tu cuerpo deja de reaccionar y ya no hay nada, la intriga de saber qué es lo que pasa después; sentir la existencia resbalarse por la última primavera y desvanecerse en las sombras.
Yo perdí el control de esas emociones que me embriagaban, necesitaba probarlo una vez más y la reunión de año nuevo sería la ocasión perfecta. Todo tenía que seguir como antes.

 

 

Uno a uno los invitados fueron llegando, preguntando por Akira y dándole las condolencias a Takanori por la patética excusa que daba. Kouyou estaba arrinconado, pasando desapercibido y resignado a la perdida de la ingenuidad mental que solía tener, evitó en todo momento acercarse a su anfitrión a pesar de estar un poco agradecido con los nuevos cambios que estaba teniendo.

Se puede atravesar la nada con la calma del mar, con la soledad mas escondida en el punto más oscuro del alma. El color de su cielo ya era lúgubre, la protección de las personas fue manchada por el amor que tenía Kouyou hacia la muerte, el tener demasiado de algo puede consumirte hasta dejar las puras cenizas. Y Kouyou, Kouyou no era nada más que bazofia alrededor de aquellos ojos. No era nadie. Fue a la cocina con las copas bastante adentradas en su organismo pero teniendo éxito en su primer víctima.
La policía llegó y se lo llevaron, fue un verdadero espectáculo. Fue arrastrado por los agentes mientras gritaba los pendientes que tenía que cumplir.

 

 

 

Me decían una y otra vez que las cosas no debían de ser así, que tenía salvación pero la verdad es que me niego a tenerla. Pasé tres días en el calabozo y la enfermera Dulce no llegó jamás, su voz siempre tan dulce, un antídoto para mi ansiedad y la imagen de su rostro mirándome con ojos de tristeza es algo que no superaré, ella desapareció, nos dejó.

Vas a entrar y no vas a causar problemas a nadie Me advirtió el Señor Sugizo antes de abrir por completo la puerta. Acepté y me dejó entrar.

 

—Supongo que la gente como nosotros pertenece a lugares como estos ¿no es así?

—Shou fue quien me llevó a la policía una semana después de que te trajeran aquí pero ahora se decidió que debo quedarme aquí, contigo. No soy un asesino, solo estaba protegiendo a la persona que amaba.

Lo sé Takanori Me senté a un lado suyo. Hay algo que no nunca dejas de entender por completo. El amor, un amor distinto como el tuyo, dañino y vicioso, ese que tienen todas las personas pero que lo reprimen por miedo a que las cosas terminen como… como tú. Y luego está un amor como el mío, prohibido e incluso más peligroso porque ese está también en todos los seres humanos, muchas veces no puede ser reprimido y terminamos así. Yo no me arrepiento con lo que hice, me demostré que puedo ser feliz y solamente espero a que todo esto termine para poder seguir haciendo lo que me haga sentir mejor persona.

¿Crees conseguirlo algún día?

El amor lo puede todo Le respondí. Ya verás cómo un día vuelves a ver a Akira.

Planeo verlo esta semana Me dijo muy seguro de ello.

¿Necesitas ayuda con eso?

Notas finales:

¿Les gustó? Espero que sí :3 Reviews, críticas y demás son bienvenidos~

@lilyheebum 


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