Por un instante vio de nuevo un aire de tristeza en la mirada del príncipe. –Creo que iré a dormir ahora, puedes pasearte por el castillo si lo deseas. –Cruzó la puerta y se fue directo a su habitación.
Marshall se quedó con Lord Monochromicorn; para no ver así al príncipe le dio instrucciones para que fuera a la cueva donde se encontraba su hogar y le trajera algo. Observó cómo se marchaba y suspiró. Durante unas horas el vampiro rondó por las partes con sombra del castillo, inspeccionando cada una de las habitaciones y molestando a los sirvientes del castillo, en especial a mentita. Después de haber estado ahí casi todo el día, la quietud del lugar lo comenzaba a volver loco. Recurrió a su última opción: ir con el príncipe.
Fue a la habitación de Gumball derrotado, buscando no aburrirse más de lo que ya estaba. Por suerte el cuarto se encontraba oscuro para que el príncipe no despertara. Revisó desde los cajones hasta el clóset, pero no había nada interesante. Decidió molestar a Gumball un rato.
-Bubba…- Marshall lo agitaba pero no despertaba, su sueño era demasiado profundo.- Hey despierta. –Quitó las cobijas para ver si con el frío abría los ojos. Pero se halló con un príncipe en ropa interior que seguía sin despertar. El azabache se sonrojó, por un instante. Vio la piel tersa y rosácea de Gumball. Se aproximó lentamente a él.
-Marshall ¿Qué haces?- La voz del príncipe lo hizo alejarse. Gumball se sentó en su cama y lo miró. –Ahí no encontrarás nada, lo único que hay en mis venas es jarabe de cereza.- Miró triste sus sábanas. –Pero si quieres hazlo.
A Gumball siempre le había gustado Marshall pero nunca se lo había dicho y no planeaba hacerlo. Fiona era perfecta para él, pero no era como el vampiro. Cada vez que lo miraba su respiración se agitaba, era tan salvaje su forma de ser, tan rebelde y a la vez tan sensible. Pocas veces, antes de que formaran una banda con las chicas, tuvo la suerte de escuchar la voz de Marshall al cantar y tocar música con su bajo o su banjo. Desde que lo conoció no pudo evitar fijarse en él, mucho menos cuando le obsequió la camiseta.
Pero como el científico que era, siempre veía los pros y contras de todo. En primera el mayor obstáculo: los dos son hombres. En segunda: sus súbditos se devastarían y entrarían en pánico si se enterasen que la persona de la cuál su gobernante se encuentra enamorado es un no muerto. Tercera: estaban los actos de odio de Marshall hacia él. Nada se veía a su favor, mucho menos ahora que el vampiro lo veía sólo como un bocadillo.
-No voy a morderte.- En ese instante Lord Monochromicorn entró por la ventana y le dio a Marshall lo que había ido a buscar, para después salir por la misma.- Sólo me dejé llevar, fue sólo… instinto. –Le entregó la camiseta que le había arrebatado días antes e hizo un gesto para que se la pusiera.
-¿Por qué me la das?
-No debí quitártela, además la conseguí para ti.
Gumball volvió a recostarse pero ahora con su “pijjama” y se cubrió con sus mantas de color rosa.
–Gracias, supongo.- El vampiro se dirigió a la puerta, pero antes de salir la voz del príncipe lo detuvo.- Marshall… ¿Estás enamorado de Fiona?
-¿Qué? ¡Claro que no! ¿Por qué lo dices?
El dulce príncipe cerró sus ojos y giró para darle la espalda. –Desde la noche en que ella declaró sus sentimientos hacia mí has estado muy extraño.
-Claro que no. Sólo la cuido por un par de favores que ella me ha hecho.
Gumball rio por lo bajo y bromeó con el vampiro. –Entonces… ¿Estas celoso por mí?
No respondió y el príncipe creyó que se había ido, puesto que ya era casi de noche.
-¿Marshall?- Lo llamó pero no escuchó nada. Giró para encontrarse con aquellos ojos color escarlata que siempre le habían erizado la piel. –M-Marshall…