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En el aire... por olgap_k

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En el aire…

 

Estaba acostumbrado a observar el mundo, era tan hermoso y tibio, llenaba su pecho de una hermosa calidez que le hacía apreciar todo lo que le rodeaba, las hojas que creaban una melodía cuando le viento las acariciaba con sus dedos gentiles, aquellas ramas que se mecían contoneándose al ritmo del mismo viento, del ritmo contagioso que iba tocando todo a su alcance.

 

El mundo era su paraíso, aquella escenografía a la que estaba acostumbrado y le llenaba de placer recorrer, una escena de momentos cambiantes, de escenas que siempre le impresionaban, de voces, sonidos, aromas y sabores siempre nuevos, de ocasionales lluvias en las que se refugiaba bajo cualquier soporte que pudiera encontrar.

 

La primavera era su estación favorita, llena de colores, de flores coquetas abriéndose lentamente, seduciendo los ojos de todos los espectadores, atrapando las gotas de rocía sobre ellas, para parecer más frescas, atrayentes, siempre llenas de vida durante el tiempo en que estuvieran vivas; el viento en primavera era gentil, susurraba con cariño sobre los árboles, y le adormecía con canciones de cuna silenciosas, él respondía cuando el sueño terminaba, permitiéndose cantar una canción como agradecimiento, hermosa y pura, llena de la tranquilidad que sentía en su pecho, una canción que viajo acompañada de un par de hojas que se aventuraron a soltarse de su rama y a conocer algo más.

 

Una canción que llegó a oídos de un hombre que estaba sentado mirando por su ventana, sintiéndose débil y triste, y que se permitía unos momentos de flaqueza y lloraba, lágrimas con sabor a desilusión, se deslizaban por sus mejillas blancas. Cuando escuchó el canto, se permitió una breve sonrisa y se secó las lágrimas toscamente, con el dorso de la mano.

 

Aquella suave melodía, hermosa y pura, le reconfortó y la guardó en su mente, un brillo dorado que almacenó en sus recuerdos, para poder volver a sacarla cada vez que sintiera que su mundo estaba colapsando.

 

Él, sintiéndose satisfecho porque su canción ayudó a alguien, sacudió su cuerpo y aleteó, dando un par de brincos sobre su rama, desde que abrió los ojos en su nido, hasta ese momento en que ya estaba solo en el mundo, lejos de su madre y hermanos, era la primera vez que había conseguido regalarle felicidad a alguien, y le llenaba de tanto orgullo, se sentía lleno de talento, de un canto hermoso, y volvió a abrir el pico y permitió que su emoción tomara la forma de una nueva canción, mucho más alegre que la anterior.

 

Danzó sobre su rama, sus patitas permitiéndole dar saltos sobre ésta, y después, sintiéndose valiente, abrió las alas, tomó impulso y emprendió el vuelo, su cuerpo contra el viento débil, que era más bien como una caricia a su plumaje, y él dirigiéndose a esa ventana, para volar cerca de ésta, dándole una serenata a ese humano deprimido.

 

Como una hermosa ave no domesticada y sin uso de razón, con un cerebro muy pequeño, no comprendía lo que era la depresión o lo que era aquella sonrisa que continuaba, muy pequeña, en el rostro del desconocido, pero de algo estaba seguro y era que la había ocasionado él, lo estaba comprobando ahora, en que los ojos del humano lo seguían mientras él volaba en círculos imaginarios en el aire y cantaba.

 

Era un día hermoso, la primavera se mostraba gentil y coqueta, las flores a la distancia le saludaban, le hacían reverencia, agradeciéndole su hermosa melodía, y él no dejaba de cantar, no detuvo su vuelo y se alejó.

 

A pesar de querer ocasionar otra mueca positiva en ese humano, no confiaba mucho en él y no se acercaba demasiado.

 

Era bueno ser cauteloso, no tenía muy buenas referencias de los humanos por parte de todo lo que le rodaba. Había flores heridas que le relataban los sufrimientos a los que eran expuestas cuando los humanos ignorantes del mundo a su alrededor, de las formas de vida silenciosa, les pisaban con sus amplios zapatos y las dejaban heridas de muerte; había algunas muy afortunadas que conseguían salvarse, porque el golpe no era directo, era sólo la punta o el talón lo que las rozaba y sólo les raspaba algún pétalo.

 

Había insectos que hablaban de sus familiares caídos, a manos de humanos que no respetaban las viviendas de éstos, y árboles que hablaban de cómo su familia lejana, aquella que vivía en bosques y selvas ahora casi extintas, había sido asesinada y luego transformada en otras cosas, en accesorios y muebles para adornar la vida de los humanos.

 

Por eso, era mejor no volar demasiado cerca, no podía permitirse que le cortaran su libertad, que le robaran de su hermoso plumaje colorido, plumas azules y negras, brillantes, que lo hacen hermoso, y que junto a su canto, le hacen ser el centro de la atención cuando canta. No podía perder su belleza, ya que es todo lo que es, junto con su nato talento de cantar.

 

Así que en primavera, sólo se permitió acercarse un poco, regalarle momentos breves, demasiado cortos, en los que cantaba sólo para él, para ver como su boca se curvaba hacia arriba, para escuchar el melódico sonido de una risa que brotaba de ese humano, y verle producir igual un sonido cuando soplaba aire fuera de su boca.

 

Le emocionaba saberse acompañado en su melodía.

 

La primavera continuó con él no completamente solo, y eso animó aún más su música.

 

----------------

 

El caluroso verano llegó, y con él muchos niños en las calles haciendo ruido, corriendo por todo el parque, revolcándose en el pasto, jugando con las flores; algunos con mucho cuidando, sabiendo de la fragilidad de éstas, algunos otros toscamente, aplastándolas y haciéndolas morir dolorosamente, y unos cuantos más, que las arrancan de su hogar y la llevan como obsequio a algún ser querido.

 

A estos últimos no les miró jamás con reproche, porque son capaces de apreciar la hermosura colorida de las flores, y éstas se erguían orgullosas, disfrutando sus últimos días de vida, o quizás horas, dependiendo de cómo el receptor del regalo actuara, pero se sentían felices de oír los halagos de las personas.

 

Las entendía, él se hinchaba de orgullo, emoción y su corazón pequeño palpitaba acelerado cuando escuchaba algún comentario elogiando su belleza, el intenso azul de su plumaje, como volaba tan hermosamente “mira como aletea, sus alas atrapan toda la luz y se ven aún más hermosa, brillantes” y él, como siempre, cumpliéndole a su audiencia, voló contra la luz del sol, reflejándola en sus plumas brillantes y el “aaaaw, mira” emocionado, de las mismas chicas que habían hablado tan bien de él, le hizo soltar un breve cántico.

 

En sus momentos libres, en los que no estaba enamorando a decenas de humanos o en los que no estaba cazando algún gusano o pequeño lagarto como alimento, se daba cortos baños en las fuentes, chapoteaba y alborotaba un poco el agua, lo suficiente para que las gotas que se elevaban en el aire atraparan la luz del sol y reflejaran pequeños arcoiris hermosos que veía perderse en el pavimento, cuando las gotas aterrizaban en él con un casi silencioso splash.

 

O si no, se perdía lejos de su árbol y llegaba a aquella banca en la que su humano se sentaba y le esperaba, porque habían creado una rutina. Todos los días, a las cinco de la tarde (él se guiaba por el ambiente, la posición del sol, y la forma en que el tráfico se comportaba, ya que no sabía leer el enorme reloj que se veía a la distancia), tenían una cita casi en la entrada del parque.

 

Su humano se sentaba en la banca metálica y esperaba unos cuantos segundos antes que él llegara y se apoyara en la banca de enfrente, ambos separados por un par de metros, y empezara a cantar, a contarle como había estado su día.

 

Comprendía que su humano no sabía qué le decía, y toda su plática realmente no tenía sentido, pero a él le gustaba.

 

Hoy fue un día muy caluroso, fui a darme un baño en la fuente central del parque, el agua estaba tan fresca y limpia, y después fui a comer, hoy comí un poco de pan que un niño me lanzó, estaba muy delicioso, y después regresé a mi casa, aquel nido que está en el árbol cercano a tu ventana, donde nos conocimos, y jugué con unas ramas, las hojas te mandan saludos, dicen que han hablado con la planta que hay en tu ventana y les ha hablado muy bien de ti, que le das agua todos los días y además platicas con ella.

 

Eso es muy bueno, ¿sabías que a las plantas les gusta que les cuentes cosas? Las hace muy felices.

 

A mí también me gusta eso.

 

Guarda silencio cuando ve a su humano abrir la boca, luego cerrarla, y por último volverla a abrir, para ya producir sonido.

 

—Desde que llegaste a mi vida —empieza el humano, y no tiene ni la más remota idea de lo que está diciendo, pero algo en su tono de voz le hace querer acercarse… no lo hace porque aún es muy precavido, temeroso—, el mundo es un lugar un poco más hermoso.

 

Y después escucha ese sonido melódico que sale de su boca, lo ve sacudir su cuerpo y sabe que su plática aunque no tenga ningún sentido, porque ninguno de los dos se entiende, es una terapia para ambos.

 

Ladea su cabeza y continúa contándole su día.

 

Antes de que te conociera, ningún humano me había realmente prestado tanta atención. Es bonito que te aprecien por tu talento y no sólo por tu belleza, es algo a lo que uno se puede llegar a acostumbrar.

 

Aletea y se aleja un poco, se apoya en una rama, y se siente feliz porque esos ojos oscuros le han seguido, le observan en su elemento, formando parte de la escena que el parque conforma, de aquella escena que es su vida y que no abandonaría por nada.

 

Su humano se levantó, le regaló esa misma mueca que le gustaba tanto y le hizo un gesto con la mano, moviéndola de un lado a otro.

 

Aleteó en su sitio, queriendo imitarle, y el sonido como de cascabel que brotaba del humano, se repitió.

 

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Le gustaba el otoño, el principio de éste, la forma en que a pesar de estar muriendo, las hojas parecían tan felices, sabiendo que en su corto lapso de vida disfrutaron mucho, conversaron entre ellas, se contaron lo que las otras veían, tenían buena vista desde las ramas más altas y además, él les contaba todo lo que vivía, les hablaba de los humanos con ropas abrigadas, de la brocha dorada que poco a poco iba tiñéndolo todo.

 

Y las hojas le respondían todas al unísono “No te confíes tanto del humano, está en su naturaleza destruir”, pero ya no pensaba del mismo modo, porque se estaba encariñando demasiado, permitiendo que su pequeño corazón guardara una pizca de afecto por él, por la forma en que continuaba fascinado por su canto.

 

Por eso ahora se acercaba más, volaba hasta posarse en el alfeizar de la ventana y le daba serenatas al humano, lo despertaba de la mejor forma, una melodía llena de esperanza, de comprensión, de relatos de su vida que el otro jamás entendía pero que él quería compartir de todas formas, porque le gustaba saber que alguien le escuchaba y que aunque no le entendía, le respondía.

 

Y lo disparejo de su conversaciones, cada quien hablando de algo diferente, era lo que le daba alegría ahora.

 

Lo encontraba, en su pequeño cerebro, tan gracioso, dos idiomas tan distintos, el suyo y el del humano, y un nexo tan fuerte.

 

Todos los días en la ventana le esperaba un poco de pan o alguna galleta o migajas de alguna comida que él devoraba ávidamente antes de continuar con sus relatos, de soltar historias fantásticas, repetir los relatos que le contaba el viento en secreto y que él debía guardar… porque él no me entiende.

 

El humano ya le había acariciado su pequeña cabeza, su cuerpo, y él había aleteado, nervioso, pero había sentido un enorme alivio cuando se sintió elevado en las manos grandes de su humano y luego dirigido de nuevo al exterior, cuando el brazo del humano se extendió hacia el cielo, él emprendió el vuelo, agradecido.

 

Cantó una canción, diciéndole a todas las criaturas vivas “No me hizo su prisionero, él es diferente, él no es como todos” y consiguió convencer a un par de ardillas y a una hermosa rosa que estaba en un arbusto a unos metros de su hogar.

 

Ya se acercaba el tiempo de emigrar, pero las visitas al parque de aquella persona no se detenían, y él no quería dejarlo solo, por lo que lo pospuso.

 

Aún tenía unas cuantas historias más que contar, no podía detenerse en ese momento; su vínculo no estaba aún lo suficientemente fuerte como para soportar la distancia de miles de kilómetros que él pondría entre ellos dos.

 

No estaba dispuesto a perder a esa persona que le había demostrado que aunque muy pocos, aún hay humanos que valen la pena.

 

Un pájaro como él, pero un poco más grande, llegó a su rama y le observó casi con preocupación.

 

Ya tenemos que irnos, la primera nevada se acerca, no podemos permanecer aquí, sabes que es peligroso.

 

Pero no hizo caso, sacudió la cabeza, las alas y dio un pequeño brinco para poder aletear y volar a una distinta rama, lejos de la mirada de la  otra ave, pero ésta le siguió y continuó observándole, con lástima.

 

Eres como uno de esos animales que siguen a los humanos y mueven su cola de felicidad cuando los ven, y permiten que los traten como objetos. ¿En eso te has convertido? ¿Eres un accesorio más de ese humano que todos los días te visita?

 

No respondió, volvió a volar, lejos del árbol, de su hogar, y entró en aquel hogar tibio de su humano, a través de esa ventana que aún continuaba abierta a pesar del frío intenso, porque por lo que podía apreciar, el humano tampoco estaba listo para la despedida por el invierno, y quizás, sólo quizás, no tendrían por qué decirse adiós.

 

Aún tenía un par de días más antes de tomar una decisión.

 

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El invierno llegó y no tomó ninguna decisión, el tiempo la tomó por él, cuando estaba decidiéndose llegó la primera nevada, y no fue nada gentil con él, o con nadie en realidad, la ventisca fue fuerte, su cuerpo fue sacudido y arrojado de su hogar, y volando con toda su fuerza, aleteando violentamente, contra el viento, consiguió llegar al balcón en el que siempre le recibía alguna recompensa.

 

La ventana estaba cerrada, por lo que colapsó en el suelo, en un rincón donde el viento y la nieve no llegaba y lanzó un grito de ayuda, una exclamación en la forma de una canción desesperada que él esperaba que llegara a la persona del otro lado del cristal.

 

Y tras un par de minutos, se dio por vencido, cuando la ventana se abrió y el humano casi salió por ésta y recogió al pobre ave herida, que temblaba entre sus manos.

 

La introdujo a la habitación y la acomodó sobre su cama, acomodó unas frazadas a su alrededor y la lámpara cerca de ella y después se sentó en el suelo, apoyó la barbilla en el suave colchón y le observó.

 

Empezó a hablarle, y aunque no le entendía, su voz fue reconfortante.

 

Aquel tono que matizaba sus palabras.

 

—Eres un ave tonta, muy tonta. ¿Cómo se te ocurre no emigrar por invierno? —una pausa prolongada antes de cerrar los ojos, expulsar aire a través de su nariz y continuar—. Sin realmente quererlo, te he domesticado y eso casi te ha costado la vida.

 

Una caricia a su cabeza.

 

Dedos tibios, soltó un gorjeo débil y se enterró en la tela que le rodeaba, queriendo recuperar el calor.

 

Su corazón estaba débil, muy débil, y sabía que no resistiría mucho, pero estaba feliz.

 

Feliz de no estar solo.

 

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Hyde cerró los ojos, estaba en un escenario un poco elevado, cantando ante una audiencia ebria y que no le prestaba atención a la música o a su voz, si no más bien que le prestaban atención a él, con su largo cabello lacio, sus ojos delineados, sus movimientos femeninos y el contoneo sensual de su cuerpo pequeño, la forma en que sujetaba con fuerza la guitarra y dejaba que su voz brotara de él, inexperta.

 

Mira que hermoso es —alcanzó a escuchar y se sintió complacido, orgulloso de sus genes.

 

Pero le molestaba que como siempre, toda la atención se centrara en su belleza y no en su talento, en la forma en que movía sus manos sobre las cuerdas de la guitarra, queriendo hipnotizar a alguien, queriendo verter sus sentimientos en la música que producía, pero nunca era así. Todo el tiempo estaba sujeto a halagos hacia su belleza, su atractivo visual, la forma en que sus labios se curvaban cuando sonreía, a sus ojos expresivos, a la forma en que se movía sobre el escenario.

 

Estaba un poco cansado.

 

Necesitaba encontrar a alguien, esa persona que en una vida pasada le había entregado su tiempo, su paciencia y había apreciado lo que él era más allá de su hermosa apariencia. Porque sabía que estaba ahí, en el mismo sitio que él, pero que estaba pasándolo por alto, ignorándolo. Quizás aún no se había manifestado en su vida.

 

Necesitaba que se manifestara.

 

El otoño estaba llegando a su final, y el invierno se anunciaba con fuertes temperaturas y lluvias torrenciales, futuras tormentas violentas.

 

Cuando el concierto terminó se enrolló en su abrigo grueso y se despidió de sus compañeros de banda; estaba fastidiado y la idea de llegar a su pequeño departamento sucio y desordenado, meterse bajo sus mantas y olvidarse del mundo hasta el día siguiente, era algo que sonaba muy tentador.

 

Eso, por supuesto hasta que una mirada intensa le detuvo.

 

Ojos oscuros en un rostro bonito, pero bonito del tipo tímido, nada extravagante como su propia belleza.

 

—Tienes una hermosa voz —fue la introducción de ese desconocido, quien se acercó a él y sin importarle invadir su espacio personal, se acercó hasta estar rostro a rostro—. Una voz muy hermosa.

 

Y Hyde le dio un empujón, apartándolo de él.

 

Odiaba su voz, quería ser notado por su talento en la guitarra, y odiaba ser un vocalista, en esos momentos simplemente estaba cubriendo a su propio vocalista que estaba indispuesto, y como no había podido cancelar esta presentación o la del día siguiente, o la del día siguiente, no le quedaba más remedio que tomar él mismo el micrófono.

 

—¿Acaso nadie te había dicho antes que tienes un talento nato? —preguntó el otro y volvió a meterse en su espacio—. Tu voz es bastante buena…

 

Hyde alzó una ceja, ladeó la cabeza y sintió como si su cerebro estuviera diciéndole algo, pero no comprendía qué, así que sacudió la cabeza y volvió a empujar al desconocido.

 

—No me interesa que pienses que mi voz es buena…

 

—¿No estarías interesado en formar parte de mi banda? Estoy buscando a un vocalista —le interrumpió con voz alegre, demasiado alegre para cualquier persona.

 

Cerró la boca, que tenía abierta porque había estado hablando, se rió y se apartó el cabello que le había caído en la cara. Miró de pies a cabeza a su interlocutor y disfrutó la amplia sonrisa que se dibujó en ese rostro atractivo.

 

Después sacudió la cabeza.

 

—No me interesa cantar —respondió y dio un paso en reversa, alejándose del extraño que estaba observándole, sus ojos jamás perdieron ese brillo esperanzado y eso le fastidió—. Si te interesa un guitarrista, podría pensarlo…

 

—¡Oh, no! Tengo en mente un excelente guitarrista, lo que me gustó de ti, fue tu voz.

 

Y no parecía decirlo para ofenderle, pero eso fue justamente lo que esas palabras hicieron, a pesar de lo bien que hablaba de su voz. Ésta no le interesaba en lo más mínimo.

 

—Ya estoy en una banda, tu propuesta no me interesa.

 

Y sin más se marchó, dejando atrás al desconocido.

 

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Su segundo encuentro fue un poco distinto, estaba sentado, después del concierto, escuchando a su acompañante, hablando de lo hermoso que le consideraba, y él estaba lo suficientemente borracho como para continuar escuchándole sin importarle lo que le dijera y sin oponerse ahora que estaba inclinándose hacia él, respirando en su rostro, el aroma a alcohol fue repugnante y sintió asco, se movió un poco, apartando su silla para poder respirar aire distinto, cargado de humo de cigarro, pero menos asqueroso.

 

—Oh, vamos, Hide, no seas así.

 

No tenía ni siquiera energías, el alcohol lo había drenado de éstas, cuando una mano se cerró en torno a su brazo, se dio por vencido, pero lanzó un quejido y su cuerpo instintivamente se tensó y se quiso alejar.

 

Por lo que el otro le jaló, dirigiéndolo hacia él y su cuerpo, como de muñeco de trapo, aterrizó sobre el suyo.

 

La risa de éste le molestó, pero estaba con la mente nublada por el alcohol.

 

—Parece que no quiere estar contigo —comentó una voz que se le hizo demasiado familiar pero que no reconocía.

 

Quiso moverse para ver a su dueño, pero el agarre sobre su brazo no le permitía mucho movimiento.

 

Soltó otro quejido, seguramente iba a quedarle una marca en su antebrazo.

 

—Suéltalo, por favor —continuó la voz.

 

—Piérdete —soltó el otro—. Mientras él no se queje, no tengo por qué hacerte caso.

 

Hyde sacudió la cabeza, queriendo deshacerse de esa confusión que no le quería soltar, que estaba apretándole el cerebro casi tan fuerte como ese hombre con quien había estado hablando y que le había comprado varias cervezas.

 

Se tensó y empezó a forcejear.

 

—Suéltame —pero sonaba débil y cansado.

 

—Suéltalo, por favor —escuchó que repetían tras él.

 

La maldición del sujeto que le había estado sujetando, sonó muy cerca de su rostro, y su cuerpo fue casi aventado, se tambaleó y casi cae de espaldas al suelo, pero alguien le sujetó y evitó el duro golpe.

 

—Gracias —apenas un susurro.

 

Se giró y ahí estaba él.

 

—Mi nombre es Tetsuya —dijo el ya no más desconocido y le tendió la mano, estaba tan confundido por todo lo que estaba sucediendo que no la tomó—. Aún sigo interesado en ti para que formes parte de mi banda.

 

Sacudió la cabeza, empujó a Tetsuya y salió corriendo porque necesitaba vomitar.

 

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Siguió topándoselo por todos lados, en todos los conciertos podía ver como espectador a ese sonriente ser humano que parecía brillar entre la audiencia y que escuchaba con atención en las ocasiones en que él tenía que sustituir a su vocalista.

 

Lo veía en todos lados, le perseguía.

 

“—¿Has pensado en mi propuesta?”

 

“—Tienes una voz demasiado hermosa para desperdiciarla siendo un guitarrista.”

 

“—Te aseguro que en mi banda, conocerás el mundo entero, vamos a ser grandes.”

 

Cuando terminó de cantar y se sentó en la barra, ordenó una cerveza y estaba a punto de pagarla cuando alguien le ganó.

 

Tetsuya estaba ahí, observándole.

 

Esos ojos grandes, expresivos y llenos de vida, a pesar del mundo en que se movía. Ladeó la cabeza, luego hizo un movimiento con ésta, invitando a Tetsu a sentarse junto a él, cuando éste lo hizo, le regaló una expresión tranquila, un suspiro y después abrió la boca:

 

Puesta del sol en las montañas, los árboles del otoño relucen,

Matices brillantes del otoño –carmesí, castaño claro, amarillo.

Las hojas de los arces y la hiedra ornando los altos pinos

Tejan un bello motivo aquí, a los pies de las montañas.

 

Estaba cantando para él.

 

Una bella canción de cuna que su madre solía cantarle a él cuando era pequeño, una canción que le regalaba paz y calma interior.

 

—Debes prometerme que con este grupo tuyo, realmente voy a alcanzar la fama —hizo una pausa, miró de reojo al escenario, allá donde había estado tocando ese día la guitarra, porque su vocalista sí había aparecido—, porque le he prometido una casa a mis padres.

 

Tetsuya se rió y asintió.

 

—Es una promesa, Hide.

 

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Cuando terminó de grabar su primera canción, miró a Tetsuya, que parecía cautivado por ésta, como hipnotizado, veía en él esa expresión que durante toda su vida había buscado, esa mirada que parecía decir le estoy prestando atención a tu talento, y sonrió ampliamente, los audífonos sobre sus oídos, su cabello lacio y largo en una desordenada cola.

 

—¿Qué te pareció? —preguntó con una sonrisa tímida en su rostro bonito y libre de cualquier tipo de maquillaje.

 

Tetsu asintió, luciendo confundido.

 

—Tienes una voz hecha para ser escuchada —le aseguró, y cuando este comentario hizo que la sonrisa de Hyde se ampliara, agregó—, y una belleza digna de ser admirada.

 

Y Hyde se sintió como hace muchos años, cuando su alma había estado atrapada en el alma de una hermosa ave de plumaje azul y negro, como si la persona que estaba ante él disfrutara de su gorjeo.

 

Le regaló un abrazo a Tetsu y cuando la palma de éste se apoyó sobre su espalda, supo que lo había encontrado.

 

Su humano estaba con él.

 

Y en esta vida, sí se entendían.

 

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Habían conseguido la oportunidad de hacer la canción para un anime y con esto un contrato discográfico con Sony Music, lo que le llenaba de entusiasmo y alegría, y de energía.

 

Era otoño y había mucho frío, por lo que se enrolló en el grueso abrigo de Tetsuya y luego en el abrazo de éste, quien estaba a su lado, habían estado durmiendo, compartiendo la cama, porque no había demasiado presupuesto.

 

—Gracias por insistir tanto en que cantara contigo —murmuró.

 

Tetsuya abrió los ojos y apretó a Hyde contra su pecho.

 

Le aspiró el aroma del cabello y después presionó sus labios contra su frente.

 

—Gracias a ti por aceptar —un momento de silencio en el que se separó para mirarle a los ojos—. No me habría detenido hasta que dijeras que sí, porque tú eres mi pájaro cantor.

 

Hyde movió la cabeza en una afirmación y separó las piernas, permitiendo que Tetsuya pudiera meter la suya entre éstas.

 

En ese momento estaba feliz.

 

Y todo parecía apuntar a un futuro lleno de triunfos. Se enterró más en el abrazo del líder, escondió el rostro en el cuello de Tetsu y dibujó una sonrisa en su rostro, había mucho más beneficios en ser un humano, pensó mientras sentía la piel tibia y desnuda del otro crear fricción contra la suya.

 

Éste, sin duda alguna, sería un muy interesante invierno, mucho más si lo pasaba como en ese momento, enrollado alrededor de Tetsu.

 

Mientras era acariciado con cariño, empezó a tararear una melodía.

 

Tetsuya se permitió una breve sonrisa.

 

Todo estaba bien entre ellos dos.

 

-fin-

Notas finales:

Haitsu y más haitsu.


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