Una (corta) escena de amor
Esta es una escena típica de una historia de amor.
Hay alguien en la barra de un bar, una canción antigua de fondo y un vaso de whisky en la barra, semi vacío, que ese alguien levanta y vuelve a poner sobra la mesa, completamente vacío.
Este es un momento típico en toda historia de amor.
Hay alguien que canturrea la antigua canción, porque es perfecta para su situación y bebe otro whisky, con la esperanza de que cuando lo termine, esté en vías de olvidar o aceptar.
Si tú no eres ese alguien, la escena no es del todo dolorosa.
Si ese alguien eres tú, la escena es desesperante.
Porque ya van más de diez copas y con cada una, no olvidas, los recuerdos se vuelven más nítidos y tu voz suena cada vez más fuerte, porque intentas ahogar las imágenes en tu cabeza con el ruido de la música.
Como ese alguien soy yo, la escena no es sólo desesperante, es aterradora, es la tristeza condensada en la forma en cómo el puño choca contra la barra.
Si me vieras así, me dirías que no debo beber, me dirías que vaya a casa y duerma un rato, me mirarías con esos ojos tuyos, dulces como la miel, llenos de lagrimas que no son visibles.
Lo cierto es que es todo mi culpa.
Lo cierto es que no puedo culparte.
Hay alguien que le tira un billete al barman para que repita la canción, un par, muchas veces más, hasta que parezca que el dolor te desgarre por dentro y te haga trizas el corazón, hasta que te parezca que es suficiente castigo.
Lo cierto es que te quería. Te quería como a mi vida o te quería más. Quería tus manos, el roce de ellas en mi piel, agrietadas de tanto pintar. Quería tu boca, y el sabor a cerveza en tu lengua.
Quería tu pelo ensortijado y a ti, tus conversaciones largas, de madrugada, tus desvaríos, tu voz soñadora.
Lo cierto es que fue mi culpa.
Como es mi culpa ahora decir que es una mujer por quién lloro.
Como es mi culpa llamarte ella, ahora, para que nadie sepa quién eres tú por quién tomo.
Lo cierto es que fue mi culpa.
Porque soy un cobarde, que no fue capaz de luchar. No por ti, sino contigo.
Porque no podía condenarte a vivir en las sombras, conmigo, ocultándote, conmigo, viviendo a mi ritmo, complaciéndome.
Allá con quien estés, espero que tengas un pensamiento para mí antes de dormir, que me dediques una pintura y brindes en mi nombre cuando te emborraches y recuerdes que no te quise más, porque ya no podía, porque no me cabría en el pecho.
Allá con quien estés, espero que sonrías y me olvides, y olvides si te causé alguna vez una pena.
Espero que me conviertas en una idea perdida de las noches en que no duermes, una luz que no sabes porqué está encendida o la nostalgia que no sabes porqué sientes y pintes un cuadro y te fumes un cigarro y mires al cielo.
Ahora, esta es la típica escena de una historia de amor.
Alguien pide una botella y se va tambaleando y canta mientras camina en la calle y bebe a sorbos de la botella.
Y mañana, cuando lo veas, tendrá una sonrisa y estará de la mano con alguien más pero esa canción sonará y se beberá un whisky y le vacilará la sonrisa y su mano temblará cuando choque el vaso contra la mesa.