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Convenio Uchiha-Uzumaki por Yuu-sama

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Notas del fanfic:

¡Es la octava puta vez que intento subir esto! Espero ahora sí se pueda, sino, voy a enloquecer.

Cómo te odio, servidor de mierda...

Ya, he escrito el mismo discurso una y otra vez, así que ya no estoy de humor. Las extrañé y bla, bla, bla, blá...

Perdón, llego después de mucho tiempo y tengo ganas de castrar a alguien... Da igual, espero les guste; es malísimo, pero es mi "auto-consuelo" luego de leer el final de «Una primera vez de muchas».

Disclaimer: Naruto pertenece a Masashi Kishimoto.

Se lo dedico a todas las fans del NaruSasu, en especial a Risu-nee.

Por favor, comuníquenme si ven algún error. ¡Sean crueles y destrócenme! (Si voy a "Malos Fics y sus autores" ¡pues qué mejor!)

 

Notas del capitulo:

 

 

CONVENIO UCHIHA-UZUMAKI

Capítulo Único

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            —¿Fugaku? Hace rato que está entrenando en el dōjō. —La mujer inclinó un poco la cabeza, escrutando cuidadosamente a ambos jóvenes en frente suyo—. ¿Para qué le necesitan? ¿Ha sucedido algo?

            Ambos shinobi se dirigieron una mirada de soslayo, como si estuviesen discutiendo si responder o no tal interrogante. Sus entrecejos de fruncían, enseñaban los dientes con enojo y apretaban fuertemente los labios cada cierto tiempo; incluso vislumbró uno que otro puchero y tic nervioso en la normalmente indiferente faz del chico de mirar ónice, que comenzaba a exteriorizar su creciente fastidio con el mozalbete rubio. El jaleo era casi tan entretenido de ver como los usuales altercados que tenían; claro que éstos generalmente eran en voz alta —demasiado alta para el gusto de la mayoría. 

            Mas la matriarca no estaba muy divertida con la situación. Observando la plática muda con mucha atención, la morena frunció sutilmente el ceño, a la vez que estrujaba impaciente la escoba que llevaba en mano. Después de interminables minutos, el más alto de los niños (porque para sus brunos ojos seguían siendo críos), que resultaba ser su hijo menor, se dignó a responderle.

            Lástima que fuese con evasivas poco creíbles. Pero, ¿qué esperaba? Su lindo retoño nunca fue lo que se dice “elocuente”. Al menos no cuando se trataba de ella.

            —No ha sucedido nada, madre —contestó con robótica y tosca afabilidad, a la vez que le dedicaba una sonrisa forzada. Su compañero y mejor amigo no pudo hacer más que poner los ojos en blanco—. Simplemente le queremos hacer unas cuantas preguntas sobre la forma en que se manejan las cosas en la comisaría. Ya sabe, distintos protocolos a seguir según la situación y esas cosas… de anbu… para las misiones.

Mikoto sintió que moría de ternura en ese momento. Pudiera ser que su precioso hijo fuese un mentiroso y un manipulador de primera (no por nada estaba en el escuadrón de espionaje e interrogatorios anbu); no obstante, nunca, desde que era un niño pequeño, había sido capaz de engañarle: ni a ella ni a Itachi. Por más buen embustero que hubiese sido de antaño (y vaya que lo era, el muy desgraciado), ellos dos siempre habían sido capaces de ver a través de sus más que ensayadas farsas; tal vez por eso en la actualidad se veía incapaz de proferir la más pequeña mentirilla en su presencia…

            Bah, esa vez la dejaría pasar. Así sería, actuaría como la madre linda y comprensiva que sabía que era. ¿Qué más daba? Más tarde se enteraría qué se traían entre manos esos dos, aunque fuese a base de azotes y tortura medieval.

            —Oh, vaya. Entonces me temo que es de urgencia que acudan a buscarlo, ¡si es una misión anbu debe ser prioridad para ustedes, vaya que sí! —exclamó con empatía y apuro fingidos, llevando sendas manos al rostro de Sasuke y apretujando cariñosamente sus mejillas, ahora arreboladas—. Pero después me contarás de qué fue el asunto, ¿no es así, cielo? Me encantaría saber qué tal van las cosas en el cuartel.

            Un escalofrío involuntario recorrió la columna del aludido, que no pudo hacer más que asentir con lentitud. Su generalmente sumisa y servicial ascendiente podía estar la mayoría de tiempo de buen humor; mas cuando se enfurecía, era alguien de cuidado.

            —Sí, madre.

            —¡Así me gusta! —Dio un saltito, volviendo a tomar sus utensilios de limpieza—. En la cena espero por los detalles; tal vez incluso pueda ayudarte un poco. Bueno, no los entretendré más, chicos, tengo mucho que hacer el día de hoy. —Hizo una leve reverencia de despedida, que fue correspondida inmediatamente por los jóvenes—. Nos veremos luego, Naruto-kun. ¡Quédate a comer con nosotros cuando gustes! ¡Oh, y salúdame a Kushina-chan, por favor!

            —Claro, Mikoto-san —respondió, con una sonrisa de oreja a oreja y rascando compulsivamente su nuca. 

            —Bien, hasta luego.

            En cuando la fémina cerró la puerta y el eco  de sus pasos dejó de escucharse dentro de la casa, ambos soltaron el aire y dejaron caer sus rostros contra su propio pecho.

            —Admítelo, teme, estás jodido cuando se trata de tu madre —se burló el ojigarzo, que en seguida recibió un golpe en la mollera—. ¡Eso dolió, bastardo ‘teba! —se quejó con lagrimillas de dolor.

            —Pues si no quieres recibir una colleja más, será mejor que mantengas la boca bien cerrada, usuratonkachi —refunfuñó el joven de nívea piel, que echó a andar a toda velocidad.

            —Eres un amargado —bufó con indignación, siguiéndolo inmediatamente—. Pero aún hay algo que no entiendo…

            —Qué novedad.

            —¡No me interrumpas, bastardo! —chilló enfurecido, tomando un brazo del moreno con fuerza—. Quería decir que no entiendo el por qué le decimos sobre… —titubeó, con un leve sonrojo—, pues… eso, a tu padre. ¿No sería más sencillo el contarle primero a Mikoto-san y que ella nos respalde un poco?

            —Da igual a quién tengamos de nuestro lado; mi padre es inflexible ante este tipo de cosas, no haría ninguna diferencia —respondió, notablemente inconforme con ello.

            —¡¡Pero no quiero morir tan pronto!! —Sus añiles ojos mostraban terror y desesperación—. ¡Aún no me he convertido en Hokage, ni he comido más de quince bols de ramen ni te he pateado el trasero como mereces! —Sasuke gruñó mosqueado—. ¡Además soy demasiado joven y guapo como para ser asesinado por el ogro de tu papá! ¡Oh, qué destino tan cruel! —terminó con una pose dramática, dejándose caer al suelo y poniendo el dorso de su mano sobre su frente.

            —No seas melodramático, dobe —se quejó el Uchiha, divertido por el comportamiento tan exagerado de su acompañante (aunque primero muerto que admitirlo); de cierta forma le daba algo de sosiego—. He planeado esto por meses y he calculado cada detalle y posibilidad; así que deja de actuar como una nena y vámonos.

            Y aunque sonase exagerado, lo que afirmaba el más joven integrante de la rama principal del clan Uchiha, era la más absoluta verdad. Todas las noches se desvelaba trazando hasta el más ínfimo e insignificante pormenor de su más que perfecto plan.

            En total, había preparado más de treinta y ocho rutas de escape eficaces definidas, trece escondites a menos de cincuenta metros y otros diecinueve en un radio de dos kilómetros; había puesto gran cantidad de trampas que implicaban hilos, kunais y shurikens (doscientas treinta y seis, exactamente) y tenía tapices de sellos explosivos en al menos cuarenta puntos estratégicos por todo el Barrio Uchiha; además, había retirado toda arma ninja u objeto punzo-cortante que era guardado en su casa —su madre la pasó muy mal sin sus utensilios de cocina—, y convenció a la mayoría de los miembros del clan de mantenerse alejados por lo menos tres horas (por si tenían la necesidad de usar uno que otro Susanō o Amaterasu).

            ¡Ha! Y decían que Nara era un genio a la hora de hacer estrategias. ¡Pues seguramente no conocían a Uchiha Sasuke! ¡El prodigio más grande jamás engendrado por una casa ninja!

            Ésos eran los pensamientos del moreno, que se regodeaba internamente de su mente tan previsora, su ingenio tan agudo y su intelecto tan superior al del resto de los simples mortales. Si no fuera porque ya habían terminado de rodear la casa del su familia y se situaban enfrente del imponente dōjō familiar, seguramente el muchacho todo-carisma-y-humildad Uchiha se hubiera mantenido inmerso en sus autoalabanzas y demás profundos pensamientos sobre lo genial y perfecto que era su ser y lo poco merecedora que era el resto de la vil humanidad de tenerlo.

            Nunca mejor dicho: hubiera.

            Se pararon en seco, admirando algo acobardados la estructura del edificio, que se mostraba (al menos en esos instantes) tan terrorífica, austera e intimidante como lo era la persona que se resguardaba en su interior. Ambos tragaron saliva ruidosamente y se tomaron de las manos, intentando trasmitirse mutuamente un valor que ninguno sentía.

            Sasuke fue el primero que logró salir de su estado de casi cataléptico y, con su mano libre, tomó la puerta corrediza que los separaba de su tan temido y respetado padre; ya no se sentía tan seguro de que saldrían impunes de eso, su proyecto no le parecía ahora tan brillante e impecable. Suspiró pesadamente, con la cabeza dándole vueltas sin cesar y un incómodo nudo en la boca del estómago. El áureo, tal vez por el miedo, tal vez por animar a su pareja, apretó con aún más firmeza la palma del más pálido, que reaccionó abriendo la entrada de madera de golpe.

            Un sonido seco se extendió con un suave eco por todo el recinto, que después se sumergió en el más profundo silencio.

            —Buenas tardes, padre —susurró Sasuke, haciendo una reverencia muy marcada y obligando a Naruto a hacer lo mismo.

            Uchiha Fugaku, cabeza del clan Uchiha y jefe de la policía de la Aldea de la Hoja, dejó lentamente su actividad anterior, dirigiendo una mirada malhumorada y seria a ambos chicos. Cuando los dos deshicieron sus florituras con fingida calma, no pudieron apartar la vista del objeto que portaba el castaño en mano.

            «Oh, mierda —pensó con preocupación el zagal de cabellos azabaches—. Me olvidé de la Katana Meiyo…».

            —¿Qué se te ofrece, Sasuke? —preguntó impertérrito el hombre, dirigiendo después sus obscuros ojos al rostro canela del blondo—. Joven Uzumaki… —La mirada negra voló entonces a las manos entrelazadas de los muchachos, y no pudo sino componer una mueca de fastidio y repugnancia.

            Percatándose de tal hecho, Naruto intentó (como un acto reflejo) separarse del tacto del otro inmediatamente; mas Sasuke no se lo permitió, afianzando más su agarre y cortando en el proceso la circulación de los dedos del rubio. El Uzumaki soltó un leve gruñido de incomodidad, pero se mantuvo quieto y sumiso, sin despegar la mirada de cada movimiento del patriarca, siguiéndolo con suma cautela.

            —Necesitamos hablar muy seriamente con usted, padre. —Ya estaba. Lo había dicho. Ahora no había vuelta atrás, por más que sus rodillas temblequearan o sus entrañas se retorcieran, augurando su posible muerte—.  ¿Podemos pasar?

            Fugaku observó con detenimiento a ambos, como queriendo adivinar de qué iba la plática; aunque sus meditaciones parecían ser infructuosas, a juzgar por su posterior gesto de frustración. Cuando al fin pareció dejar su recelo de lado, compuso una expresión de total indiferencia y contestó con voz monótona:

            —Pueden.

            El trío de dirigió a pasos cortos a un rincón del lugar (Naruto y Sasuke sin llegar a soltarse), donde descansaba una mesita baja con muchos pergaminos, botes de tinta y pinceles de todos los tamaños y formas, todos escrupulosamente acomodados. Con una señal de manos tosca, el mayor les indicó que se sentaran frente a él, antes de dejar su espada a un lado y hacer lo mismo.

            Una vez en el piso, el rubio se permitió dar una ojeada rápida al sitio. El lugar era más espacioso de lo que parecía por fuera, aunque no hubiera más armas en el interior que la que tenía el dueño de la casa (este pensamiento mitigó un poco las preocupaciones del de ojos claros). Las paredes de madera habían sido teñidas por colores blanco, beige y café, quitando la sensación de frío que el rubio había experimentado al entrar. Al fondo, una especie de closet de madera negra reposaba contra la pared, con una armadura de samurái de color rojo brillante al frente, erguida y exhibida con orgullo, como todo lo que parecía haber en aquel lugar. Claro, no podía faltar el símbolo del clan pintado en cada pared.

            —¿Y bien? —inquirió el castaño, todavía con sus orbes fijas amenazadoramente en la faz del de ojos azules, poniéndole los vellos en punta.

            Hubo interminables segundos de pesado mutismo, y Fugaku estaba comenzando a impacientarse, así que les instó a apresurarse con un gruñido enfadado.

            El moreno menor, sabiendo que no se vería capaz de sostenerle la mirada a su padre con lo que estaba punto de decir, cerró los ojos, bajó la cabeza y tomó mucho aire de una sola bocanada, proveyéndose a sí mismo la entereza que le hacía tanta falta.

            Aunque en lugar de “entereza”, muchos habrían preferido decir “desfachatez”.   

            —¡Naruto y yo somos pareja! —soltó a bocajarro y en forma de grito la confesión, dejando en blanco a los otros dos presentes.

            Ya no había nada que pudiera hacer en aquel momento, más que esperar la incierta reacción de su padre, con los puños muy apretados y con el rubiales como su único soporte.

            Pero no podía ser tan malo, ¿verdad? Después de todo, estaba totalmente preparado para cualquier pregunta, regaño o ataque asesino que vinera a continuación; nada que pudiese salir de la boca —o porta kunais— de su ascendiente podía impresionarlo o tomarlo con la guardia baja.

            —¿Y quién es la mujer en la relación?

            Excepto eso.

            Se atrevió a elevar sólo entonces su bruna mirada, que se posó con total consternación en la desdeñosa cara del mayor.

            —D-disculpe, padre —titubeó, con los ojos muy abiertos—, creo que no he… entendido bien lo que me ha preguntado. ¿Podría repetirlo?

            —No hables como un idiota, Sasuke —gruñó con enfado, provocando el bochorno de su hijo y la molestia de su… lo que sea que fuera el Uzumaki—. He preguntado que quién se supone que es la mujer en su relación.

            Ambos ninja intercambiaron miradas confundidas, sin saber a qué se refería el hombre.

            —Pero, padre —protestó, algo inseguro, Sasuke—, ninguno de nosotros es una mujer; no comprendo a qué…

            —Ya sé que ninguno de ustedes es una mujer —rugió, haciendo callar inmediatamente a su hijo más pequeño—. Pero necesito saber —prosiguió, ya más calmado— qué apellido tomarán los niños.

            Naruto puso la cara más idiota que alguna vez haya sido vista en el País del Fuego, manifestando que estaba total y completamente perdido en la plática.

            Y Sasuke... pues Sasuke ahora sí que estaba asustado y confundido. ¿Qué le sucedía a su padre? Era idea suya o seriamente estaba hablando de que ellos dos… tuvieran hijos.

            —¿Q-qué? —En escasos dos minutos había tartamudeado más que en toda su vida—. Padre, no comprendo a qué se refiere —murmuró con los ojos casi saliéndose de sus cuencas. Y a menos que todo lo que sabía sobre “aquellito” estuviera totalmente errado, no era posible que el de ojos celestes o él pudiesen darle nieto alguno a su padre—; Naruto y yo no podemos concebir… nada. Esto no tiene sentido. ¿Cuál es el punto de tod…?

            —Guarda silencio, Sasuke —bramó Fugaku, con la cara roja del coraje y el cejo más fruncido que nunca, aunque en ningún momento alzó la voz—. ¿Es que acaso me tomas por un idiota?  Es obvio que sé que ninguno de ustedes puede quedar preñado, así que no hagas comentarios tan fuera de lugar. —¿Qué él estaba fuera de lugar?—. Creo que deberé plantearlo de otro modo —suspiró con exasperación—, ya que al parecer ninguno de ustedes comprende qué es a lo que quiero llegar.

            A pesar de que casi les llamó imbéciles a la cara, los muchachos se sintieron agradecidos de que fuera más claro, así que esperaron muy atentos a que el hombre dijera lo que fuera que tuviera que decir.

            Entonces ocurrió lo que creían imposible: un ligero (casi imperceptible) tono carmín coloreó las bronceadas mejillas del severo Uchiha, antes de que contrajera la nariz —como si algo oliera mal— y preguntara con voz apagada y retraída:

            —¿Qué rol sexual desempeña cada uno?

            El pequeño Uchiha sintió que se atragantaba con su propia saliva, antes de ponerse colorado hasta la punta de las orejas. ¡¿Desde cuándo su padre se interesaba por… lo que sea que tuviera que ver con él?! ¡Y peor, tenía que empezar preguntando algo tan vergonzoso!

            Comenzó a boquear como un pez fuera del agua; parecía que quería decir algo, pero las palabras se le quedaban atascadas en la tráquea. ¿Por qué?, ¿para qué quería alguien tan tradicionalista y cerrado como su progenitor saber qué hacía con su compañero en sus ratos íntimos?

            Cuando el color abandonó su rostro y creyó que iba a desmayarse del estrés, Naruto lo sujetó firmemente del brazo y evitó que se fuera directamente de cara contra la mesa. Le dedicó una sonrisa radiante y, con una sola mirada, le dijo que le dejara todo a él. Sus ojos color cobalto le indicaban que tenía una idea.

            El moreno suspiró aliviado, contento de tener a alguien que le apoyara y quisiera tanto como lo hacía el rubio…

            —Ambos hemos usado ambas posiciones.

            Y encabronado de que su pareja fuese precisamente la persona más estúpida, inconsciente, irreflexiva y bocazas de la aldea entera. 

            Estaba que hervía de la ira. ¿Ahora resultaba que era normal que el muy idiota del dobe fuera por la vida contando sus cosas privadas, tan fresco y confiado como si de la nueva promoción en Ichiraku Ramen se tratase?

            —Ya veo, entonces ninguno tiene un papel bien definido —afirmó Fugaku, un tanto decepcionado con la respuesta.

            ¡¿Y desde cuándo su padre se ponía a discutir sobre si su hijo daba o no con tanta naturalidad?!

            —Nope, es cierto que ya hemos tomado los dos roles, pero por lo general yo suelo ser el activo y Sasuke el pasivo ‘tebayo.

            ¡Dios, que alguien lo matara! Era imposible que eso le estuviera sucediendo. ¡Momento! Tal vez había sido abducido por conejos voladores del futuro, y en ese preciso segundo estaban experimentando con su mente para poder controlar su psiquis y a posteriori ser capaces de gobernar al mundo con ayuda de su fuerza…

            —¿De verdad? ¿Y cómo se ponen de acuerdo? —inquirió el otro, con algo de curiosidad mal disimulada.

            No, sonaba demasiado descabellado. Seguro y su padre lo había asesinado por llevar tal deshonra al clan Uchiha y, como castigo, había ido a parar al mismísimo infierno, donde sufriría (de hecho ya lo estaba haciendo) la más horrible de las vergüenzas jamás creada.

            —No es que nos pongamos de acuerdo, digamos que sucede espontáneamente —comentó el blondo, con expresión pensativa—. Supongo que depende del momento, el lugar y el humor en el que nos encontremos; aunque generalmente es el mismo resultado —terminó, encogiéndose de hombros.

            ¡Eso era! ¡Su hermano le había introducido en una ilusión con el Tsukoyomi y le estaba gastando una mala broma! Bastardo, le mataría cuando lograra salir…

            —Hump… —Fugaku se veía algo contrariado, tal vez algo molesto de que su hijo fuera el que pusiera las nalgas—. Sasuke —le llamó, sacando al otro de su paranoia inducida—, no comprendo, ¿por qué no eres tú el activo?

            Si no se desvaneció, fue porque la sorpresa y el mareo no dejaron que su cerebro se apagara por completo.

            —¿Perdón? —jadeó, temblando de pies a cabeza y sudando a mares.

            —Que por qué no eres tú el activo —repitió, con desaire y algo de agobio—. Eres más alto, fornido y tienes un carácter más dominante que Uzumaki, ¿por qué?

            Así permaneció, con la mente embotada por el desconcierto y con la boca abierta, por unos instantes. Pero justo cuando se disponía a dar una respuesta que no fueran balbuceos, Naruto respondió por él.

             —Posiblemente es porque tiene más resistencia que yo cuando se trata de recibir —señaló, con una mueca satisfecha—, pero se cansa muy rápido cuando se trata de dar.

            El patriarca juntó tanto sus cejas, que parecieron llegar a ser una sola.

            —¿Entonces no tiene suficiente condición física como para poder mantener el control ni en una situación así? —En sus palabras había algo despectivo, como si insinuara que era demasiado débil.

            —¡No es que yo no tenga condición, padre! —Por un momento se olvidó de que gritar era indigno para una Uchiha, mas quería dejar en claro su punto—. ¡Lo que pasa es que este idiota —Señaló al ojigarzo— tiene una energía ridículamente grande! ¡No se cansa con nada!

            —Sasuke —reprendió su padre—, no eches la culpa de tus flaquezas a los otros. Es impropio para alguien de nuestra estirpe.

            —¡Tiene razón, Fugaku! —rió el rubio, animado de que su nuevo suegro lo estuviese defendiendo y olvidándose de que debía dirigirse a él como «señor»—. ¡Si fuera por ti, teme, no llegaríamos ni a la octava ronda ‘tebayo!

            La risa incontenible del chico fue lo único que cortó de tajo el incómodo silencio que cayó sobre la estancia.

            —¿Qué ha dicho, joven? —susurró, pasmado, el líder Uchiha.

            —Ninfómano de mierda —masculló entre dientes Sasuke, apretando más la mano de Naruto con la suya propia (buscando fracturarle, por lo menos, uno o dos dedos).

            —¡Duele, bastardo! —gritó, soltándose del férreo apretón de su pareja.

            —Esa era la idea… —bufó, dedicando con sus ojos color plomo una mirada asesina al otro.

            —Bueno, ya que hemos llegado a esto —interrumpió el tercero en el lugar, recién salido de su estupor—, Sasuke, necesito hablar a solas con el joven Uzumaki; vete.

            La cabeza del nombrado dio vuelta tan rápido que bien podría habérsele quebrado el cuello.

            —¿Qué ha dicho?

            —Estoy harto de repetirte todo una y otra vez. Lárgate de aquí, ahora.

            El azabache achicó los ojos. De ninguna manera dejaba al idiota solo con su padre; ya bastantes veces la había cagado por un día, y no quería cargar con una muerte en su consciencia.

            —Padre, no creo que eso sea…

            —No voy a escucharte, Sasuke. Obedéceme y sal —cortó, con una expresión severa y fulminante. Y cuando vio que iba a replicar, se permitió elevar un poco el volumen de su voz—. ¡Ahora!

            El tono que empleaba le decía explícitamente que estaba hablando muy en serio; así que, no queriendo tentar aún más a su suerte, se puso en pie, hizo una reverencia y se marchó discretamente. Naruto nada más lo siguió con la vista, cada vez más nervioso. ¿Y si lo había hecho enojar y que el moreno saliera para descuartizarlo sin que hubiera testigos de por medio? ¡Oh, mierda, estaba más que jodido!

            —Lo siento —gimió, lívido como un muerto—, si dije o hice algo que le haya ofendido, señor, de verdad que lo lamento.

            El hombre relajó un poco sus facciones, pero no logró resultar menos aterrador para el otro.

            —No ha hecho nada de lo que deba disculparse. —Se puso de pie con parsimonia, deslizándose cual felino para sentarse al lado de su ahora oficial yerno—. Pero tengo que tratar unos asuntos con usted y, según decida, se determinará cómo será la relación futura que llegue a tener con mi hijo.

            El muchacho intentó comprender qué implicaban aquellas palabras, pero fracasó estrepitosamente.

            —¿A qué se refiere ‘tebayo?

            Fugaku soltó un suspiro, se rascó el mentón unos segundos y tomó un pergamino en blanco que había en el escritorio, junto con un pincel delgado y un bote de tinta negra.

            —Los clanes manejan de una maneja un específica las relaciones amorosas de sus miembros —comenzó, escribiendo con letra pulcra y estilizada el kanji de “clan”—, más si esto conlleva un Kekkei Genkai de por medio, joven Uzumaki.

            »Supongamos que nos encontramos en una caso similar, pero con los miembros del clan vecino al nuestro, los Hyūga. Su ahora heredera, la señorita Hinata, quiere a casarse —Deslizó el cerdamen por la superficie el pergamino, plasmando el nombre de la susodicha— en unos meses con su compañero sentimental. Su padre, Hiashi, no sabe aún de quién se trata el mozuelo; Hinata se lo presentará ese tarde.

            »Hay dos posibilidades: ella ha decido casarse con un integrante de su mismo clan, o con un alguien que no tiene relación alguna con sus raíces.

            »Si se trata del primer caso, ella se va a casar con un joven Hyūga que…

            —¡Con Neji! —interrumpió Naruto, mostrando una sonrisa picaresca.

            El adulto compuso una cara de hastío, pero prosiguió con su ejemplificación.

            —Bien, Hinata se casará con el joven Neji. —Dibujó, en la parte inferior derecha del nombre de la chica, una flecha, en cuyo extremo escribió el del antes mencionado—. En este caso no habría ningún inconveniente, pues el linaje Hyūga se mantendría puro y, como extra, los hijos tendrían un Byakugan más poderoso. Además, la cabeza del clan sería un miembro del mismo.

            »Las uniones intrafamiliares son lo ideal en una clan de prestigio con línea sucesoria; y así fue en mi caso.

            —¿Mikoto-san es una Uchiha? —exclamó con sorpresa.

            —Así es —bisbiseó el otro, entrecerrando los párpados—. Pero todavía queda una posibilidad más —le recordó, trazando una nueva rama, esta vez direccionada al lado izquierdo—: que el pretendiente no pertenezca a la familia. Si es así, se les interrogará a los novios para…

            —Kiba.

            —¿Perdón? —Ya se estaba hartando de las interrupciones.

            —El novio se llamará Kiba —afirmó con convicción, inclinándose un poco para ver mejor lo que anotaba.

            El mayor le observó con una ceja alzada, preguntándose por qué Sasuke había escogido a alguien tan… extraño e irritante.

            —De acuerdo; el muchacho se llamará Kiba —acordó, anotándolo en el manuscrito—. Se determinará qué apellido tendrá la joven pareja, y según se acuerde entre los sabios del clan, el matrimonio se verá o no aceptado.

            —¿Qué importancia tiene eso? —Naruto estaba confundido. ¿Qué más daba como se llamasen?

            —Mucha —enunció gravemente, tomando más apuntes—; si la señorita Hinata y el joven Kiba se decidiesen por tomar al apellido del marido y vivir lejos de la Casa Hyūga —Tachó parcamente «Kekkei Genkai»— su Byakugan sería sellado y se cambiaría de heredero por alguien más de la rama principal.

            —¡¿Qué?! ¿Por qué harían eso? ¡Es injusto, dattebayo! —chilló indignado Naruto, que se había levantado como un resorte, casi estrellando su rubia cabeza con la del hombre.

            —No es injusto, en ningún sentido —bramó el Uchiha, amenazando al chico con el pincel, como si de un arma letal se tratase—. Usted es consciente de que hace algo más de quince años, la joven Hinata fue secuestrada por ninjas de Kumogakure, ¿no es así? —Asintió poco convencido—. ¿Sabe que lo hicieron para obtener sus ojos y develar para su aldea los secretos del Ojo Blanco? —Un nuevo asentimiento—. Bien, si, hipotéticamente, no sellaran su dōjutsu y ella y Kiba tienen hijos, ¿no sería muy conveniente para las otras aldeas? Una mujer con tal poder ocular, de la casa principal (por lo cual su Byakugan es naturalmente más poderoso), con descendencia y que, para comodidad suya, está fuera de la custodia de los Hyūga. ¿Qué cree que es lo primero que harían ninjas enemigos al enterarse?

            Naruto bajó la vista, comprendiendo cuál era el punto.

            —Irían a cazarla a ella y a los niños… —susurró quedamente.

            —Exacto. Pero, si se sella su técnica sucesoria, ella y sus hijos se ven alejados de posibles ataques y el Byakugan se mantiene a salvo, ¿ahora le parece injusto? —Negó lentamente, y Fugaku vio señal verde para alejar la brocha del rostro bronceado—. Como ve, sólo se toman en cuenta los intereses del clan y sus miembros en general. Nunca se toman decisiones que complazcan a todos, pero se intenta hacer lo mejor —concedió, ablandándose un poco ante la expresión triste del rubio.

            »Ahora, si por otra parte los novios deciden que se quedarán con los Hyūga y que Kiba cambiará su apellido, las cosas se complican un tanto más, pues ella es un componente de los “primeros”. Siendo Hinata la heredera del clan, al contraer nupcias, su marido se torna inmediatamente en la cabeza de toda la familia y, por lo regular, el resto no está de acuerdo. Se deben de hacer reuniones constantemente, analizando por muchos meses si el sujeto es digno o no de ser su líder. Si todos los sabios están de acuerdo, la boda se efectuará y tendrán un nuevo cabecilla; pero si se da el caso contrario, al joven se le echará y Hinata se verá obligada a casarse con quien sus superiores ordenen.

            —¡¿Pero por qué?! —gritó perturbado, sus ojos destilando rabia—. ¡Si ellos se quieren deberían darles la oportunidad! ¿Y si deciden cambiar de opinión e irse lejos del clan? ¿Qué tal que eligieran la primera opción, con tal de estar juntos ‘teba?

            —Se les da una oportunidad, una sola —anunció Fugaku—. Saben los riesgos acarrea cada una, y según crean es los mejor, eligen. Por eso le estoy hablando de esto, joven Uzumaki, necesito que reflexione bien lo que piensa hacer.

            Naruto observó con ansiedad al moreno, paladeando toda la información que había recibido en tan pocos minutos.

            —Debemos tener más opciones, ¿verdad? Sasuke y yo somos hombres, tal vez se puedan hacer excepciones o algo así —dijo al fin.

            —Lamentablemente, no tenemos definido qué se hace en el caso de una unión homosexual. —Decidió ignorar el desdén impregnado en esa oración—. Así que, considerando la plática de hace rato, he encasillado a Sasuke como la «heredera» en cuestión, para poder tener una suerte de guía y proceder por lo menos con una base.

            —Ya veo…

            La poca esperanza brillando en los azules orbes se fue apagando poco a poco. Al parecer no tenían camino fácil, cualquier cosa que escogieran suponía un gran sacrificio o un enorme riesgo. Estaba seguro que saldrían bien de esa, después de todo, tampoco esperaba que Fugaku aceptara lo suyo de buenas a primeras; todo iba mucho mejor de lo esperado, así que mejor mantener el ánimo en alto.

            —A menos que… —insinuó el azabache, tanteando algo de terreno—, Sasuke se tratara de un «heredero».

            El blondo alzó su mirada, sin gustarle demasiado a cómo había saboreado su suegro la última palabra.

            —¿A qué se refiere, señor? —Frunció en entrecejo—. No estará sugiriendo que…

            —Usted tome el papel de la novia —completó con voz firme, intentado intimidar al otro y que no se intentara negar.

            Mala suerte, para él, que Naruto no era de los que se dejaban amedrentar. Fue como si le hubiesen dado una bofetada, por lo que reaccionó agresivamente, como si de verdad le hubieran asestado una.

            —¡¿Que yo qué? —vociferó, poniéndose de pie de un salto—. ¡No, no, no, no, no, no, no, no, no! ¡NO! Nunca, jamás de los jamases de los hasta nunca. ¡Ni siquiera lo consideraría! ¡No!

            —Por favor, no actúe tan exagerado. Usted mismo me ha dicho que ya ha tomado el rol de pasivo antes —protestó, también levantándose.

            —¡No es lo mismo que te den por culo por puro gusto a ponerse un puñetero velo blanco y tacones de aguja! —Se imaginó a sí mismo en semejantes prendas, y un escalofrío le recorrió la columna—. ¡Que soy gay, joder! ¡No maricón ni travesti!

            —Lo sé, hace poco me lo acaban de decir, ¿recuerda? —Volvió a su lugar en el tatami, invitando a su acompañante a hacer lo mismo—. No le pido que vaya con un vestido ajustado, pantaletas para la ocasión, zapatillas a juego ni maquillado como el señor Orochimaru. —Naruto mostró asco al pensar en el esposo de su maestro Ero-Sennin—. En nuestro clan no haríamos eso; ya bastante escándalo será ver a mi hijo con otro hombre, como para ponerle en fachas de reina transexual. Sería una ceremonia simple, el clásico kimono negro para el “novio” y uno idéntico en blanco para la “novia”, sólo familiares cercanos y unos pocos amigos si gustan; simplemente eso.

            El blondo lo miró con desconfianza, para después preguntar:

            —¿Qué sucedería si acepto ‘tebayo?

            Fugaku se sintió feliz de que se lo estuviera planteando, aunque no lo mostrara exteriormente. Volvió a tomar el rollo, que había votado a un lado cuando se había incorporado, y siguió escribiendo en él.

            —Si la señorita Hinata fuera del género opuesto —Sobre Hinata escribió «varón»— si eligiera a la “señorita Neji” se volvería el líder del clan sin ningún contratiempo; pero si se decidiera a casarse con la joven Kiba, las cosas serían más fáciles.

            »Si se dispusieran a marcharse, igual su Byakugan sería bloqueado, eso no puede evitarse (aunque es muy poco común que un heredero deserte); mas si tomaran la resolución de permanecer con los Hyūga, el matrimonio se arreglaría sin gran complejidad, pues Hinata de todas formas ocuparía su puesto como cabeza de la familia…

             —Entonces, eligieran lo que eligieran, ¡lograrían quedarse como pareja! —remató Naruto, con una sonrisa contagiosa.

            —Así es. —Incluso para el hosco pelinegro fue imposible no corresponderle—. No cambiarían nada en su vida cotidiana, solamente le pido que lleve la vestimenta en color blanco y que se mude aquí, al Barrio Uchiha, junto con Sasuke, como un matrimonio semi-normal. ¿Entonces, qué me dice? ¿Estaría dispuesto a llevar el apellido Uchiha?

            —Mi madre estaría furiosa —meditó, algo agobiado—. Dice que le costó mucho trabajo el que papá accediera a que yo no llevara el «Namikaze» (aunque no lo creo, siempre le concede cada capricho que le pide)… —Hizo una mueca pensativa y cruzó los brazos, meditándolo seriamente—. De acuerdo, lo haré. Pero usted le explicará a mis padres porqué soy yo el que va a llevar puesto shiromuku —remató, alzando su brazo buscando un apretón de manos.

            —Entonces tenemos un trato —concedió, estrechando firmemente la mano que le era ofrecida. Vaciló unos segundos antes de continuar hablando—. ¿Sabe, Uzumaki? Si Sasuke me hubiera presentado a cualquier otro hombre como prospecto, seguramente lo hubiera echado a patadas.

            —¿En serio? —Mentiría si dijera que no se sentía halagado—. ¿Por qué, señor Fugaku? ¿Tan bien le caigo ‘datteba? —preguntó, con un sonrojo en sus pómulos y una sonrisa bobalicona.

            —No se sienta muy emocionado ni en confianzas —gruñó fieramente—. Le estoy tolerando porque le conozco desde que era un crío, porque Minato se podrá de mi parte si llega a hacerle algo a mi hijo…

            El sudor descendió a raudales por su cuello, aquel hombre de verdad le daba miedo. ¡Y ya que creía que se había ganado su frío corazón…!

            —Y porque sé que Sasuke de verdad le quiere y jamás me perdonaría si me interpusiera entre ustedes.

            ¡Y lo había logrado (o tal vez no, pero el meollo del asunto era que no le atravesaría con una Katana ese día)! ¡Oh, Dios de las Ranas, gracias, gracias y mil gracias! 

            —Yo también quiero a Sasuke, señor —aseguró, dándose un golpe en el pecho, ya más tranquilo—. Lo protegeré, cueste lo que me cueste.

            —Más le vale, que ante el menor daño provocado… —Acercó sus rostros peligrosamente, haciendo retroceder instintivamente a Naruto—, le romperé los huevos.

            El muchacho tragó seco, algo escandalizado por el lenguaje tan inusual empleado por Fugaku; pero al cabo de unos momentos, clamó con voz cargada de determinación:

            —Si le llego a hacer el menor daño —repitió, con los ojos fijos en las cuencas obscuras del mayor— yo lo haré por usted, señor.

            El moreno se alejó lentamente, sin romper en ningún momento el contacto visual con el muchacho. Determinó que al final, tal vez el chico sí le agradaba un poco.

            Sólo un poco…

            Como había ocurrido en varias ocasiones, se sumieron en un completo silencio; la diferencia fue que ése, en particular, fue cómodo y reconfortante. Se mantuvieron así por varios minutos, simplemente analizando cada facción del rostro opuesto y gravándola poco a poco en su mente. Naruto sonrió con sincera alegría, y Fugaku cerró los ojos, intentando contener la suya.

            Sin previo aviso, un comentario un tanto indiscreto rompió la quietud del ambiente:

            —Cuando dijo lo de las ocho rondas —inició Fugaku, con la cara encendida de la pena—, ¿hablaba en serio?

            Y el rubio amplió su sonrisa zorruna, extrañamente cómodo hablando (o más bien, alardeando) de las proezas sexuales que llevaba a cabo con el retoño de su querido suegro.

[…]

            Si no hacía algo, seguro y se moría de incertidumbre en ese segundo. ¡Dios, si seguía así de angustiado y estresado iba a quedar calvo! Y eso sería como un sacrilegio, considerando el peinado tan genial que llevaba… ¡Pero no podía evitarlo!

            Comenzó a dar vueltas como un león enjaulado, imaginando las una y mil formas en que el muy idiota de su novio la estaría echando a perder allí adentro. ¿Desde cuándo las paredes de madera y papel de arroz retenían tan bien el sonido? ¡Con una mierda, que no lograba escuchar nada! ¡Parecía la jodida mazmorra de torturas del cuartel!

            Un momento, ¿y si en eso se había convertido el dōjō? Llevaban adentro más de veinte minutos, más que el tiempo suficiente para que su padre le hubiera «hecho cantar» de todas la formas posibles... ¡Oh, no! ¡Lo que quedaba del dobe ya estaba bien enterrado en el patio de atrás!

            Se propinó una cachetada mental. No era posible; tenía que ser realista. Naruto seguramente era el segundo ninja más poderoso de toda la aldea (obviamente él era el primero) y aunque se tratara de Fugaku, no resultaría herido. Sí, eso era: el rubio era el contenedor del Zorro de Nueve Colas, hijo del actual Hokage de la aldea y el único que conocía que podía usar a su antojo la energía Sen y el poder de su respectivo Bijū. Y, poniéndonos francos, su progenitor había pasado últimamente mucho tiempo encerrado en el su oficina en la comisaría, así que tenía ganados unos kilitos de más…

            —¿Qué sucede, Otōto?

            Sasuke dio un respingo y casi se cayó de espaldas. La tan conocida voz había aparecido de la nada detrás de él.

            —¡Itachi idiota, me has asustado!

            —Me he dado cuenta —dijo con burla—. ¿Qué haces? Te ves más patético que de costumbre, y eso es mucho decir —rió, golpeando suavemente con su dedo índice y pulgar la frente de su pariente.

            —Maldito… —refunfuñó, sobándose la zona herida—. Nada, sólo pensaba que padre se está volviendo un culo andante.

            —Como te llegue a oír… —amenazó con diversión, revolviendo los cabellos de su querido hermano menor, ganando más protestas de su parte—. Pero ahora en serio, ¿qué es lo que te pasa?

            El moreno, después de componer un infantil puchero, clavó sus pupilas en las de su hermano, relajándose. Sus problemas le parecieron tan fútiles y simplones con su aniki a su lado para ayudarle, que se decidió a relatarle con puntos y comas qué era lo que había experimentado las últimas semanas.

            Aunque ni siquiera logró despegar los labios antes de que la puerta frente a ellos se corriera con salvajismo y un molote rubio lo atacara.

            —¡¡¡Sasuke!!! —Cayeron al suelo, contra el empedrado del jardín japonés (aunque el único afectado fue el Uchiha, pues el blondo había aterrizado encima de él).

            Sasuke se golpeó la cabeza y la espalda y sintió cómo si sus caderas fueran a romperse por el impacto con el cemento y las piedras adheridas al piso. No pudo evitar soltar un gritito (muy masculino) de sorpresa, además de un gemido (todavía más masculino) por el dolor.

            —¡¿Qué mierda sucede contigo?! —berreó, todavía con su novio aferrado a su cintura como una lapa—. ¡Serás bestia, Naruto! ¡Casi me descalabro! ¡Idiota, idiota, idiota, idiota, idiota y más idiota! ¡Nada más te pille te voy a matar, tú, usu…! —Entonces se dio cuenta, ¡estaba vivito y coleando!—. ¡Naruto!

            —¡Sasuke! —correspondió con igual entusiasmo, dándole un beso rápido, antes de ponerse en pie y ayudarle a hacer lo propio—. ¡Lo logré, teme! ¡Lo he logrado! —rebuznó, echándose encima nuevamente en una suerte de abrazo posesivo.

            —¿De qué hablas? —dudó, algo adolorido por la fuerza del agarre, pero ciñéndose más fuerte a la espalda del otro—. ¿Qué es lo que has logrado?

            —¡Qué tu padre aceptara nuestra relación, idiota! —voceó, para después darle otro abrazo de oso rompe-costillas—. ¡Lo he logrado, lo hice! —Juntó sus labios largamente, apiñándose más al dorso del contrario—. Nos vamos a casar, Sasuke… —susurró contra la boca del azabache.

            —Naruto, lo logram… —Se quedó petrificado, mientras su pobre materia gris intentaba asimilar, muy lentamente, lo que había escuchado—. ¡¡¿QUE NOSOTROS QUÉ?!!

            —La boda será dentro de tres meses —notificó Fugaku, que iba saliendo con pasos lentos del lugar—. Ya lo hemos acordado. —Reparó en la cara de incredulidad de su hijo—. Quita esa cara de pasmarote, Sasuke. Me avergüenza el pensar que un descendiente mío pueda siquiera componer una expresión como esa —regañó, para deleite y diversión de su adorado prodigio.

            —¿Qué está sucediendo? —La esposa del hombre entró a la escena, mientras limpiaba en su mandil blanco la suciedad de sus manos—. ¿Por qué hay tanto escándalo, querido?

            —Naruto-kun y Sasuke van a contraer matrimonio, madre —respondió el primogénito Uchiha, con una sonrisa ladina. Él desde hacía tiempo que estaba al tanto de la relación entre ambos, así que no se sintió extrañado para nada.

            —¡Así es, Mikoto-san! —El áureo dejó libre al moreno, que se quedó estático en su sitio, y avanzó hacia su linda suegra—. ¡En tres meses! ¿No es genial? Aunque yo vestiré de blanco… —añadió en voz baja, causando que Itachi no pudiese reprimir una carcajada de lo lindo.

            —¡Vaya que lo es! ¡Oh, Dios! ¡Entonces tenemos mucho que hacer! —gritó con ojos luminosos de la emoción—. ¡El sacerdote, el incienso, los invitados, las copas, el sake, los anillos, sus vestuarios! ¡Y tenemos que hacer una recepción, es obligatorio que hagamos una recepción! ¡Y tengo que ahorrar para darles su goshugi! —La mujer corría de un lado a otro, cual gallina degollada—. ¡Fukagu, cielo, tenemos que conseguir todo lo más rápido posible! La tía Uruchi podría ayudarnos a hacer los Kimonos, se le da tan bien… ¡Oh, Kushina-chan y yo podríamos…!

            Mientras sus sentidos se iban apagando, las voces a su alrededor fueron bajando de volumen, su entorno se vio diluido lentamente, dándole paso al color negro, y sintió el vértigo característico de la caída. No notó el daño causado por golpearse la cara con el suelo, tampoco la multitud de manos que se posaron una y otra vez sobre su cuerpo para hacerle reaccionar; mucho menos percibió los gritos de su madre, que graznaba, histérica: «¿¡Será por el embarazo?!», ni las risas de su hermano, las reprimendas de su padre ante el comportamiento tan infantil de todos o los chillidos y amenazas que Naruto le dedicaba —cosas sin sentido como: «¡¡Si te mueres y me dejas viudo, te mataré, bastardo!!».

            El único pensamiento semi coherente que su atormentada mente logró ligar, antes de sumirse por completo en la inconsciencia, fue:

«Tal vez mi plan no era tan perfecto, después de todo…».    

.

.

.

Fin

Notas finales:

Ojalá les haya gustado. Ya estoy cansada, así que todo lo que tenía que decirles, será para otra ocasión.

Además de que mi formato se fue bien a la mierda, ¡arrrgggg!

Da igual, ojálá les haya gustado.

Besos

 


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