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En la puta vida... por eggy33

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Jamie no quería volver, pero tenía hambre. Había intentado robar una barra de chocolate, pero él no era un ladrón y habían terminado por atraparlo. El tipo del almacén se había mostrado comprensivo y no llamó a la policía, pero tampoco le dejó el chocolate, también le dijo que si se mostraba por allí otra vez le cortaría una mano como lo hacían los árabes. Jamie prefería no correr el riesgo.


Así que ahí estaba otra vez de vuelta en aquella casa, eran pasadas las doce así que Bill se encontraba en casa, lo supo por las luces encendidas de la cocina. Afuera el frío era paralizante, se acercaba el invierno y el pronóstico decía que faltaban pocos días para la primera nevada. En Hammond el invierno era cosa seria, casi nadie podía permitirse una estufa decente, mucho menos calefacción, así que la gente no  tenía de otra que apiñarse entre mantas y beber café caliente con whisky.


Jamie exhalo algo de vaho y tocó el timbre de mala gana, escuchó los pesados pasos de Bill en el interior de la casa haciendo crujir la madera bajo sus pies. La puerta se abrió y Jamie levantó la cabeza para ver a un Bill somnoliento con un cigarro colgándole de los labios. Había olvidado lo alto que era.


-Ah, eres tú-dijo Bill apartándose para dejarlo entrar. Jamie ingresó con paso inseguro y se plantó en el medio de la sala con la mirada gacha y sin decir nada.-¿Cómo está tu diente?


-Está bien, me duele un poco al masticar-dijo pese a que no había comido nada en los dos días que no había pisado aquella casa.


-Tengo comida especial para ti-dijo Bill haciéndole una seña para que le siguiera a la cocina.-Supongo que con esto no te dolerá comer…-dijo entrando en la despensa. Jamie abrió los ojos de estupefacción cuando Bill le puso en frente los frascos de papilla para bebés.


-No esperaras que coma esto-dijo Jamie incrédulo.


-¿Por qué no?-dijo Bill encogiéndose de hombros mientras abría uno de los frascos.-Toma, este es de manzana.


Jamie agarró el frasco de mala gana y lo devoró en unos segundos, estaba bueno, pero ni muerto se lo diría. Agarró otro frasco y lo devoró también, aunque sin dejar de fruncir el ceño. Tomó unos siete frascos más y se los llevó a la mesa del comedor para engullirlos uno por uno. Mientras tanto, Bill había subido las escaleras y había vuelto con lo que parecía ser un libro de texto.


-¿Qué es eso?-preguntó Jamie con la boca llena.


-Es un libro para preescolar-dijo Bill colocándolo encima de la mesa.-Voy a enseñarte a leer.


-No me jodas-dijo Jamie molesto mientras comenzaba a levantarse de la silla.-Ya te dije que no necesito de esto, deja de jugar al buen samaritano conmigo ¿vale?


Los ojos de Bill se tiñeron de rabia, se colocó tras el rubio y le agarró de la nuca con fuerza haciéndolo volver a sentarse. No solía ser del tipo brusco, pero aquel chico le estaba sacando de sus casillas con esa arrogancia que no venía a nada.


-Vas a aprender a leer-dijo entre dientes.-O sí no, puedes ir despidiéndote de la comida. Mocoso malagradecido.


-Sí señor-gruñó Jamie tornándose sumiso de repente. Bill soltó el agarre de la nuca y abrió el libro en la primera página comenzando la lección.


 


 


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Después de un par de días, Jamie ya sabía las vocales y como estas se combinaban con algunas consonantes. Había aprendido a escribir palabras como “casa”, “gato” y “pez” con una letra infantil y temblorosa que a Bill se le antojaba adorable. El chico no era tonto, solo algo hiperactivo y Bill pensaba que estaba por domarlo, había empezado a agarrarle cariño pero eso no excluía sus pensamientos pervertidos que se volvían cada vez más recurrentes. “Tiene quince años y es hombre, maldita sea”, pensaba Bill con desesperación sintiéndose como un viejo repugnante.


-¿Has tenido novia?-preguntó Bill un día durante la lección. Jamie alzó la vista desconcertado por aquella pregunta viniendo de la nada.


-No-dijo apartando la vista.-Soy bajo y tengo fama de perro rabioso, ninguna chica se me acerca. Cosa de reputación, supongo-dijo encogiéndose de hombros, como restándole importancia al asunto.-¿Y qué hay de ti?


-Esas no son cosas que vaya a hablar con un niñato como tú-dijo Bill con tono firme y cortante.


-¡Pero si yo te respondí!-protestó Jamie molesto.


-Tú elegiste responderme-aclaró Bill.-Volviendo al tema, ¿Por qué no te buscas una novia? Ya sabes, una chica bonita con quien pasar el rato y eso. Ya estás en edad de tener citas de todos modos.


-No gracias-dijo Jamie.-Las mujeres me exasperan, pueden llegar a ser algo odiosas ¿sabes? Mi madre por ejemplo…-pero entonces Jamie se calló, nunca hablaba de su madre, era una de sus reglas de oro. Bill adivinó sus pensamientos y no dijo nada al respecto.


Bill no lo presionó, comprendía que al menor le fuera difícil hablar de su madre, especialmente por las condiciones en la que ésta había muerto. Bill tenía la ambición secreta de que Jamie encontrara una novia y se distanciara de él, sabía que esa era la única manera de detener el flujo de pensamientos pervertidos acerca del rubio. Él también habría podido buscar a alguien, pero caer en los brazos de otra mujer se le antojaba impensable.


-Creo que ya es suficiente por hoy-dijo Bill cerrando el libro. A Jamie se le iluminó la cara, las lecciones se le hacían eterna y tediosas como a cualquier niño de primaria, prefería ver la tele, jugar a las cartas con Bill o, directamente, comer.


-¿Qué hacemos ahora?-dijo Jamie emocionado haciendo gala de su lado más infantil.


-Yo me voy a la cama-dijo Bill levantándose de la mesa.-Y tú te iras a casa, ya son más de las dos de la madrugada.


-Déjame quedarme-dijo Jamie repitiendo la eterna súplica.-Afuera está nevando, podría morir de frío-argumentó esperanzado. Pero la expresión de Bill no mudó a una comprensiva y Jamie se rindió cansado de discutir y esperando encontrar su casa sola. Últimamente su padre andaba bastante ocupado con una nueva amiguita y pasaba casi todas las noches en la habitación que la chica arrendaba en la pensión de la calle Bell.- Vale, me voy.


Bill observó como el rubio se ponía en pie par enfundarse en l nueva chaqueta con piel de cordero en el cuello que Bill le había comprado el otro día. La chaqueta iba algo grande al pequeño y delgado cuerpo del muchacho, pero era mucho más abrigada que la otra y el primer regalo que Jaime recibía en años.


El rubio salió de la casa y Bill se sirvió un vaso de ginebra del pequeño minibar que tenía en la sala. A medida que el rubio iba comiendo más también se volvía más atractivo: su cabello se veía más brillante y saludable aunque conservaba su característico olor a agua de río, su cuerpo seguía siendo esbelto pero ya no estaba tan huesudo y se notaba que había ganado algo de peso cómo sus costillas se habían vuelto menos marcadas y el cómo sus hombros se encontraban más redondeados (además de que se le había formado un pequeño y redondo trasero que Bill no podía dejar de mirar a través de los ajustados y desgastados jeans que el rubio usaba, aparentemente ajeno de su poder para enloquecer al mayor).


Bill se había imaginado una y otra vez poseyendo al chico, se había preguntado cómo se sentirían sus largas piernas abrazándolo y qué tan suave sería su entrada. En sus fantasías siempre era Jamie el que se le insinuaba primero, cruzando las piernas con picardía y susurrándole palabras obscenas (que Jamie probablemente sabía pero no comprendía) al oído, en sus fantasías ambos gozaban por igual y terminaban para dormirse abrazados y felices, sin arrepentimiento alguno por lo que acababan de hacer.


Al principio Bill se había resistido a tener fantasías, ahora suplicaba porque su cuerpo se contentara con ellas y su mano derecha en lugar de hacer aquellos sueños indecentes realidad.


 


 


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Jamie comenzó el largo camino hacia su casa, la nieve caía con más fuerzas de lo que había predicho, era espesa y helada, le nublaba la vista y hacía resbaloso el suelo bajo sus pies. Decidió seguir por el camino junto a la carretera e lugar de internarse en los senderos del bosque que habituaba a tomar.


La nieve comenzó a caer con más fuerza, colándose dentro de la roba de Jamie, haciendo que sus botas tropezaran y causándole un frío agudo y doloroso en las articulaciones. Cada vez se le hacía más dificultoso avanzar y cada vez estaba menos seguro de la dirección que estaba tomando.


El dolor agudo pasó a convertirse en un adormecimiento, había dejado de avanzar y se encontraba tirado en el piso, aunque no había sentido el impacto de la caída, sentía como la nieve lo cubría como un suave manto mortífero sin que él pudiera hacer nada por detenerla, sabía que su cuerpo se encontraba alrededor suyo pero no era capaz de sentirlo. Y todo se volvía blanco, y Jamie se preguntaba cómo podía haber algo tan blanco en la oscuridad, se preguntó cómo podía ser que el infierno fuese tan blanco, o porque el cielo era tan frío. Los ojos se le cerraron sin darse cuanta y el blanco se convirtió en oscuridad, tal como debía ser.


 


 


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Bill salió temprano de su casa al día siguiente, instaló la pala de nieve en la parte frontal de su camioneta a sabiendas que aquel día ganaría buen dinero en el pueblo removiendo la nieve recién caída de las entradas de autos.  Se metió en la camioneta con su caja de herramientas y salió a trabajar.


En la carretera algo le llamó la atención, era una especie de bulto a un lado del camino cubierto de nieve, Bill se preguntó si sería un ciervo del bosque o algo así. Paró el vehículo  y salió para examinar el bulto más de cerca. Lo primero que vio fue algo parecido a la piel de cordero, lo siguiente fue unos mechones de pelo rubio que emergían de la nieve como pequeños brotes en la tierra primaveral. Horrorizado removió la nieve a manotazos descubriendo el cuerpo inerte de Jamie.


Se quitó su propia chaqueta, una campera para nieve de buena calidad, y envolvió a Jamie con ella antes de levantarlo y meterlo apresuradamente en la camioneta. Condujo  la casa mientras se maldecía reiteradamente por haberle negado quedarse a dormir. Sus deseos enfermos casi le habían costado la vida al pobre chico.


En la casa llenó la bañera con agua caliente mientras examinaba a Jamie, el chico tenía un pulso lento y constante. Ahora que había comprobado que el rubio estaba vivo se dispuso a reanimar sus signos vitales por completo antes de comenzar a aplicar calor con el fin de proteger el tejido cerebral. Al mente de Bill funcionaba rápidamente mientras rescataba todos esos conocimientos que creía haber  enterrado hacía mucho.


Aplicó un masaje cardiaco hasta que sintió como el pulso se normalizaba, después acerco su rostro con la intención de darle respiración boca a boca pero el tacto de los suaves labios lo embelesó durante unos momentos, logró recobrar la compostura y comenzó a darle respiración hasta sentir que esta se hacía audible y constante. Ya más tranquilo de apresuró a quitarle toda la ropa, con cuidado de no mirar demasiado el cuerpo de azulado por el frío, y lo metió en la bañera caliente. Frotó las extremidades con una esponja y observó aliviado como parecían recuperar el color (lo cual confirmaba la reanudación del flujo sanguíneo, dijo una voz dentro de su cabeza).


Rellenó la bañera tres veces para mantener el agua caliente hasta que el cuerpo hubo recobrado el color y los parpados de Jamie comenzaron a temblar dando muestras de su despertar inminente. Bill lo sacó del agua, lo envolvió en una toalla gruesa y lo depositó sobre su propia cama. Se acostó junto a él rodeando su cuerpo con el fin de darle más calor y no pudo evitar echarse sollozar por el alivio de saber que el rubio viviría pero sobre todo por la culpa de saberse responsable de su posible muerte.


Jamie despertó con las pequeñas sacudidas causadas por los sollozos de Bill en su espalda y se volvió lentamente sin saber muy bien dónde se encontraba. En cuanto vio a Bill se tranquilizó comprendiendo que se encontraba en un lugar seguro, nunca había estado en el cuarto de Bill.


-No llores-dijo Jamie con voz trémula mientras tocaba la mejilla áspera y húmeda de Bill.-Perdón.


-Perdóname tú-dijo Bill obligándose a recomponerse y detener las lágrimas.-Creí que ibas a morir, y todo es mi culpa-Jamie posó su dedo sobre sus labios haciéndolo callar y se reacomodó sobre el fuerte brazo de Bill, absorbiendo su calor.-De ahora en adelante puedes quedarte siempre que quieras-dijo Bill provocándole una risa rasposa a Jamie. Ambos dormitaron un poco hasta que el rubio se incorporó trabajosamente en la cama.


-¿Tienes un cigarrillo?-preguntó Jamie.


Bill rio aliviado al ver que Jamie se había recuperado por completo se levantó para traerle un cigarrillo que el muchacho fumó con auténtico placer. Bill lo contempló mientras dejaba de fumar, el chico seguía completamente desnudo excepto por la toalla que dejaba el torso, con sus adorables y rosados pezones, y las largas y estilizadas piernas al descubierto. Pensó con horror cuán cerca estuvo de perderlo y comprendió que, de haber sido así, lo que más habría lamentado sería el no haberlo poseído ni una sola vez.


El deseo que había estado reprimiendo tan fuertemente le subió a la cabeza como espuma de cerveza. Deseaba ese cuerpo, pero sobre todo, deseaba a la persona que lo habitaba. Esperó a que Jamie aplastar la colilla directamente sobre la mesita de luz para deslizar su mano por la cara interior del muslo. Se deleitó por lo suave y tersa que era la blanca piel del chico, especialmente en ese lugar tan íntimo.


-¿Qué haces?-dijo Jamie abriendo los ojos como un animal salvaje en estado de alerta, todo su cuerpo se hallaba crispado ante aquél toque tan inusual e inesperado. Pero Bill no hizo amago de retirar su mano.


-Quiero hacer el amor contigo-dijo Bill con la voz ronca de deseo mientras comenzaba a subir por el muslo en busca de las zonas más íntimas del joven.


-¡Tienes que estar bromeando!-dijo Jamie trastocado mientras apartaba la pierna con un movimiento brusco.-Bill ¿estás bebido? Soy el tío al que hace menos de dos meses le dijiste que parecía un cobaya mofletudo ¡NO puedes hablar en serio!


Pero Bill ya no atendía a razones, apartó la toalla que lo cubría de un solo y brusco movimiento. Se tomó un momento para apreciar el cuerpo del chico. Observó la piel pálida rematada por algunas zonas sonrosadas como sus diminutos y adorables pezones y el pequeño miembro. El vientre era liso, con un pequeño redondeado ombligo de aspecto infantil. Las piernas largas y delgadas terminaban en unos pequeños y redondeados pies y el cuello resultaba largo y elegante con las clavículas hundidas al igual que la cadera. Ya no estaba tan delgado como antes y sus formas eran más suaves y redondeadas, los huesos ya no sobresalían tanto  y el vientre estaba menos hundido. A Bill todo se le antojó hermoso.


Se posicionó sobre él paralizándole con su enorme cuerpo y atacó el cuello con profundos y húmedos besos que sin duda dejarían marcas. Bill sentía como el pequeño cuerpo se retorcía bajo él pero se mantuvo con el rostro hundido en la cavidad del cuello, aspirando el olor a silvestre de Jamie mientras mordisqueaba la piel. Comenzó a bajar repartiendo besos por el pecho, se detuvo en los pezones los cuales pellizcó y succionó arrancándole unos quedos gemidos a Jamie quien estaba demasiado asustado como para hablar. Siguió bajando por el vientre, perdiéndose en la pequeña cavidad del ombligo hasta llegar al pequeño miembro el cual se alegró de encontrar semi-erecto. Le impresionaba que el chico casi no tuviera vello, excepto por una pelusilla rubia que rodeaba sus ingles.


-No toques ahí-dijo Jamie con la voz estrangulada mientras intentaba zafarse inútilmente del agarre de Bill.


-Está bien-le susurró Bill al oído mientras que una de sus grandes manos apresaban lo pequeños y redondos testículos del rubio.-Lo vas a disfrutar-aseguró mientras volvía a bajar a la entrepierna y se metía el miembro a la boca.


Jamie cerró los ojos con fuerza, no podía creer lo que estaba pasando, parecía algo surrealista, una broma pesada…no podía ser verdad. Pero en cuanto sintió como su miembro era apresado por la boca de Bill no pudo evitar expulsar un sonoro gemida. Aquella descarga de placer no se parecía a nada de lo que había experimentado antes, se sentía demasiado bien y Jamie se odiaba a sí mismo por ello. No podía creer que el bueno de Bill estuviera practicándole una mamada en ese momento, pero se sentía como si no fuese Bill quien lo hacía. Aquel era otro Bill, un Bill más animal y violento que distaba mucho al Bill que le había enseñado pacientemente a escribir su nombre completo la noche anterior. Por mucho placer que sintiese aquel Bill le aterraba, no era el Bill en el que confiaba.


Aun así no pudo evitar correrse ante las atenciones de la boca de Bill, el mayor se apartó dejado que el semen fuese disparado sobre el pecho del rubio el cual estaba sonrosado y jadeaba entrecortadamente. Se encontraba aturdido por haber alcanzado el clímax de forma tan súbita, pero Bill no se encontraba en absoluto satisfecho.


Se incorporó en la cama de rodillas separándose del agitado rubio para abrir la cremallera de sus jeans y liberar su miembro. Abrió suavemente las piernas del rubio mientras comenzaba a posicionarse entre ellas, ya podía saborear el momento en el que entraría en el tan ansiado cuerpo, estaba rozando su miembro con la entrada a punto de penetrarlo cuando Jamie reaccionó saliendo de su estado de estupor alejándose bruscamente del mayor.


 -¡NO lo hagas! ¡No es posible que ESO vaya a entrar!-dijo Jamie cerrando las piernas fuertemente mientras miraba aterrado el miembro del mayor. Era grande y grueso, algo menos moreno que la piel del resto del cuerpo, surcado por tensas venas y absolutamente erecto. Bill intentó perseverar acercándose nuevamente pero Jamie le lanzó una patada directo en la cara.


El mayor logró parar el golpe atajando el tobillo izquierdo, estaba demasiado impaciente para esas tonterías. Sin darse cuenta presionó fuertemente el tobillo arrancándole un grito a Jamie, lanzó la larga y esbelta pierna hacia un lado dejando la entrada nuevamente al descubierto. A Jamie le dolía demasiado el tobillo como para atreverse a lanzar otro ataque inútil.


Bill contempló la entrada del menor, aquel punto rosado entre sus piernos, completamente virgen que se contraía al sentirse observada. No pudo esperar más y, sin preparación previa alguna, hundió su miembro en el cuerpo del menor de una sola y profunda estocada. Todo el cuerpo del rubio se tensó ante la intromisión, sus piernas y brazos se contrajeron y su espalda se arqueó, de su garganta escapó un grito ahogado ya que se había quedado sin voz y las primeras lágrimas se desbordaron de sus ojos muy abiertos. El dolor era ridículo, mucho peor que cualquier paliza que hubiese recibido antes, entre la confusión Jamie se preguntó si Bill no le habría perforado algún órgano o algo.


Sin embargo Bill se encontraba en el paraíso, la entrada era diminuta pero se las había arreglado para estirarse y adaptarse a su miembro. El interior del rubio era cálido y delicioso, mucho mejor que cualquier mujer o fantasía que hubiese tenido antes. Las paredes interiores de Jamie, tensas y acogedoras, abrazaban su miembro como si se negaran a dejarlo ir. Bill cerró los ojos e hizo un esfuerzo sobrehumano por mantenerse quieto vagamente consiente del sufrimiento del menor.


-Escucha Jamie, cálmate-dijo Bill con la voz ronca por el placer.-Sé que duele pero ya verás cómo se pasa. Voy a moverme ¿está bien?-preguntó. Jamie sacudió la cabeza en sentido negativo con desesperación, todavía incapaz de hablar. Bill hizo como si no lo hubiese visto.


Bill comenzó a moverse de forma vertiginosa, colocó una de las piernas de Jamie sobre su hombro para obtener mayor profundidad y hundió los dedos en sus caderas para levantarlas y conseguir un Angulo más placentero. Jamie se limitaba a derramar lágrimas silenciosamente con los ojos fuertemente cerrados.


Pero llegó un momento en el que Bill golpeó un punto en su interior que hizo que se le nublara la vista y echase la cabeza hacia atrás de placer, sus labios parecieron recuperar la voz la cual se manifestó en sonoros gemidos que llenaban la habitación y le ponían a Bill la piel de gallina. El mayor comenzó a dar cada vez más seguido en ese punto causándole fuertes sacudidas interiores al rubio, pero ni siquiera aquello lograba  camuflar el dolor calcinante en sus entrañas donde el miembro de Bill parecía ir destruyendo todo a su paso. A medida que las embestidas seguían el dolor se iba haciendo más sordo y abrasador. Jamie comprendió que volvía a perder la conciencia.


Sumido en la bruma del dolor acuciante en su parte baja, Jamie fue cerrando los ojos lentamente. Fue vagamente consiente de cuando se corrió con pequeños gemiditos entrecortados entre ambos cuerpos. Así como también sintió un rato después como su interior era llenado de forma brusca por una líquido tibio causándole una espantosa quemazón. Después de eso todo fue oscuridad.


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