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En la puta vida... por eggy33

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Bill se sentó al borde de la cama mientras veía como la sangre salía de entre las piernas de Jamie y teñían las blancas sabanas. El menor se encontraba inconsciente y pálido, pero respiraba y su ritmo cardíaco era normal.


Bill se sentía como un monstruo, había profanado el cuerpo virgen de un chico de quince años contra su voluntad, traicionando por completo su confianza únicamente con el fin de satisfacer sus deseos indecentes y egoístas. Había visto como los ojos de Jamie le suplicaban que se detuviera y había hecho caso omiso a ello.


Observó al rubio tendido en la cama con las piernas entreabiertas, su blanca piel estaba llena de chupones rojizos hechos por sus labios y moretones provocados por la presión de sus dedos. El cabello rubio se le pegaba al rostro lleno de sudor y el tobillo donde él lo había agarrado se mostraba hinchado y amoratado.


Bill se lo quedó contemplando perdiendo la noción del tiempo hasta que de pronto vio como los parpados del menor temblaban y los ojos grises de Jamie se abrían lentamente. El rubio miró a su alrededor desorientado como si no recordará lo que había pasado, pero todos los recuerdos volvieron a su mente de golpe. El chico miró a Bill con auténtico terror en el rostro mientras hacía un gran esfuerzo por arrastrarse a la esquina más alejada de la cama.


-Lo siento-dijo Bill con voz estrangulada al advertir el pánico del menor.-No te haré daño, déjame prepararte el baño.


Jamie no dijo nada, Bill advirtió que tenía los ojos acuosos pero sabía que el rubio era demasiado orgulloso como para echarse a llorar frente a él, ni siquiera en una situación como esa. Bill se apresuró a abandonar la habitación para llenar la bañera dejando a Jamie solo.


En cuanto vio como Bill se marchaba, Jamie comenzó a derramar las lágrimas que había estado reprimiendo. Todo el cuerpo le dolía, especialmente su estómago en el que parecía tener un incendio, sus caderas entumecidas y amoratadas por la presión que las manos de Bill habían puesto sobre ellas y su entrada la cual ni siquiera sentía. Logró pararse de la cama con piernas temblorosas y ponerse la ropa todavía húmeda por la nieve.


Logró salir sigilosamente de la casa y echarse a correr por el bosque salpicado de aguanieve. Cuando ya había puesto algo más de un kilómetro entre él y la casa de Bill se permitió parar. Sintió como algo viscoso y tibio se deslizaba por la cara interior de sus muslos. Jamie metió la mano en los pantalones para palpar el área y la sacó con los dedos impregnados de una sustancia rosácea. Comprendió de golpe que aquello no era otra cosa que su sangre con el semen de Bill. Se puso a temblar de rabia al darse cuenta de que el muy cabrón había tenido el descaro de correrse dentro de él: era como una nueva especie de paliza, una humillación mucho más íntima y profunda que cualquier otra.


Se encaminó al río donde se había bañado toda su vida, pero en lugar de caer en cualquier lugar como era su habitual buscó uno escondido del resto a sabiendas que su cuerpo se encontraba lleno de marcas misteriosas. Dejó la ropa en la orilla y comenzó a lavarse entre las piernas sintiéndose como una putilla de esas que jodían con los tipos adinerados en los callejones del centro a cambio de dinero y regalos. Al fin y al cabo Jamie era lo mismo, la única diferencia es que era aún más barato ya que dejaba que se lo follaran por comida.


Cuando estuvo limpio volvió a colocarse la ropa algo más seca y se encaminó a la escuela con la esperanza de llegar a tiempo para el ocasional almuerzo gratis a los alumnos en días de fiesta, al fin y al cabo faltaban cuatro días para navidad. Jamie se sintió aliviado al escuchar eso pues supo que podría pasar unos días sin tener que verle la cara a Bill ni pedirle comida ya que en esas fechas siempre había gente adinerada armando “comedores para los necesitados” donde les daban pavo mal cocinado con relleno en lata y verduras pasadas.


Jamie llegó a la escuela cuando no quedaban más que sobras del almuerzo especial, comió un poco de puré de papas frío y un cuenco de sopa de guisantes antes de entrar a clases. Le costó encontrar una postura en la cual sentar a su cuerpo adolorido.


Debió haber seguido su primer instinto, Jamie lo sabía, debió haber huido hacia al bosque cuando se conocieron en lugar de subirse a su jodida camioneta. Pero había confiado en él, había caído ante toda esa maldita amabilidad como una jovencita enamorada, como caperucita y el puto lobo, y el lobo lo había comido. Lo había devorado hasta las entrañas quitándole algo que él ni sabía que podían quitarle.


La gran pregunta era el por qué lo había hecho ¿Lo había planeado desde el principio? ¿o había sido un capricho momentáneo? ¿Lo deseaba realmente, como le había dado a entender? ¿O lo había hacho por pura crueldad? Y en todo caso ¿Por qué él? ¿Por qué habiendo tantas jovencitas lindas e ingenuas alrededor lo había elegido a él? ¿Era la primera vez que hacía algo como aquello? ¿O era un procedimiento que había repetido varias veces con tantas otras víctimas incautas? ¿Y por qué el pensamiento de no ser el único le jodía tanto? ¡No podía ponerse celoso de su violador! ¡No podía estar tan enfermo!


Su cabeza daba tantas vueltas que ni siquiera advirtió el termino de las clases hasta que todos comenzaron a levantarse de sus pupitres para irse. Ese día por la tarde tenía practica de hockey, le dolía todo el cuerpo pero afuera llovía y no tenía donde ir.


Salió fuera de la escuela y se fumó un cigarrillo antes de entrar al vestidor, se enojó al percatarse de que todavía le temblaban las manos, ya fuera por ira, vergüenza o simple y rotundo miedo. Aspiró el humo con impaciencia como si este fuera capaz de matar las emociones que bullían en su interior. Lanzó la colilla al piso sin molestarse en pisotearla y se dirigió al vestidor con la esperanza de que un poco de actividad física lograra calmar su atormentado ser.


Entró silenciosamente y abrió su abollada taquilla para extraer su ropa de deporte, al igual que el resto de los chicos solo tenía una muda que guardaba húmeda y sin lavar en la taquilla después de los entrenamientos para ser usada nuevamente en la próxima practica o partido. No era de extrañar que los chicos del equipo olieran a cadáver, además de que el vestidor no tenía duchas porque la escuela no contaba con agua corriente desde hace cinco años, desde que el último hijo del alcalde se graduó para ser más precisos.


Mientras se desvestía sintió unas miradas fijas en su cuerpo, eran el grandote de Torbay y sus descerebrados lacayos que lo miraban con sonrisas maliciosas. Jamie rezó porque los chicos no reconocieran las marcas por lo que eran: huellas del sexo sucio, salvaje y violento que había tenido con Bill aquella mañana.


Blake apreció en los vestuarios diciendo que, gracias a la nieve, ahora harían la practica fuera aprovechando el hielo natural del lago Orsett a medio kilómetro de la escuela. Hubo más de una protesta pero Blake las calló dando un largo y sonoro toque a su maldito silbato. El lugar era una pesadilla debido a que llovía a cantaros y el hielo resultaba demasiado débil en algunas zonas.


Durante la practica Jamie se movió torpemente sobre el hielo, en un momento cayó sentado y sintió como si se fuese a desmayar de dolor, aunque logró controlarse sintió más fuerte que nunca la mirada de Torbay en su nuca. De hecho, Torbay y sus lacayos no cesaron de cuchichear en toda la práctica.


El equipo volvió agotado y con la moral por los suelos al vestidor. Esta vez Jamie esperó a que los demás se largaran ya que se sentía incómodo mostrando su cuerpo nuevamente. Hizo tiempo sacándose los patines de la forma más lenta posible. Todos se fueron yendo, incluso Blake, pero Torbay y los suyos se quedaron allí charlando como si nada. Jamie comprendió que estaba en peligro y comenzó a vestirse frenéticamente. Vio como el ´último chico que no pertenecía al grupo de Torbay se disponía a abandonar el vestidor: era Jim, un chico delgaducho pero fuerte, de pocas palabras. Jamie lo miró suplicante  y él chico apartó la vista dándole a entender que no pensaba intervenir. Era obvio que Torbay planeaba hacerle algo turbio.


Jamie se quedó viendo como Jim, personificación de su última esperanza, se iba cerrando la puerta con un golpe sordo que a Jamie se le antojó como una sentencia de muerte. El rubio le dio la espalda al grupito y se quitó la camiseta rápidamente con el fin de salir lo antes posibles de aquel vestidor. Pero entonces sintió unas grandes manos posándose en sus caderas. Jamie sintió como el corazón parecía dejar de latirle.


-¿Qué pasa Turner?-dijo Torbay con voz socarrona.-¿Es que acaso no piensas darnos un servicio?


-¿De qué hablas capullo?-dijo Jamie intentando controlar el temblor de su voz. Nunca le había temido a Torbay, pero después de lo sucedido aquella mañana el tacto ajeno le ponía la carne de gallina.


-Bueno-dijo Trobay mientras deslizaba su mano izquierda a uno de los pezones de Jamie.-Siempre supe que tenías problemas de dinero pero nunca creí que Jamie Turner fuera a llegar a tales extremos para conseguir su mesada-Torbay lo dio vuelta dejando a Jamie cara a cara con él y comenzó a pasar los dedos por las distintas marcas que tenía en la pálida piel del pecho.-Pero no cuestiono tu decisión de vender tu cuerpo, a decir verdad no está nada mal ¿Quién fue tu cliente?-preguntó mientras le quitaba los gruesos pantalones de gimnasia dejándolo en sus ajustados boxers negros los cuales también bajó con impaciencia. Los lacayos de Torbay miraban la escena desde atrás, entre excitados y confundidos. Encantado por su público el matón volvió a darle la vuelta a Jamie colocándolo contra las taquillas. Se lamió un dedo con parsimonia y Jamie pudo adivinar lo que se disponía a hacer, pero no era capaz ni de gritar ni de resistirse, estaba absolutamente aterrado.-¿Fue el oficial Ritcher?-dijo Torbay haciendo alusión a un policía local cuya afición por los jovencitos era bien conocida y entonces, sin previo aviso, Torbay metió el primer dedo rudamente en la estrecha e inflamada entrada del rubio el cual fue incapaz de ahogar un respingo.-¿O fue Blake en su oficina, justo antes de la practica?-dijo Torbay metiendo el segundo dedo causándole a Jamie un fuerte temblor de piernas-¿O fue tu papi esta mañana antes de alimentar a sus gallos?-dijo Torbay con la voz llena de crueldad mientras metía el tercer dedo.-Pero como te dije Turner, yo no te juzgó por tu decisión, es más: planeo ayudarte en tu nuevo negocio. Aunque supongo que me darás la primera muestra gratis por nuestros años de amistad ¿verdad?-dijo Torbay con la voz cada vez más ronca. Jamie escuchó el sonido de la cremallera bajándose y cerró los ojos con fuerza mientras sentía el miembro palpitante de Torbay pegándose a su entrada, separó las piernas para que la penetración no fuera tan dolorosa cuando una voz los interrumpió.


-Espera, Torbay-dijo uno de sus lacayos con voz nerviosa.-¿De verdad lo vas hacer?


Torbay se volteó furioso separando su cuerpo del de Jamie, el rubio escuchaba expectante preguntándose a qué conduciría todo aquello.


-¡Pues claro que voy a hacerlo!-tronó Torbay furioso.-¿Qué hay con ello?


-Bueno, no lo sé…no te parece un poco…¿Gay?-dijo el lacayo dudatibo.


-¿¡Cómo me llamaste?!-rugió Torbay indignado mientras se abalanzaba contra el tipo con intención de darle una paliza. Jamie vio su oportunidad, agarró su ropa de un solo movimiento y corrió con toda sus fuerza fuera de allí. Logró salir del vestidor y entrar en la escuela vacía (por suerte, ya que estaba completamente desnudo) y refugiarse en una sala del segundo piso cerrando la puerta con llave. Se asomó por la ventana y vio como Torbay salía del vestidor con expresión contrariada, después de él iba el tipo que lo había desafiado, con la nariz chorreando sangre, apoyado en el otro que no sabía hacia dónde mirar. Los tres se dirigieron a la salida sin hacer ademán de ir a buscar al rubio. Jamie suspiró aliviado y comenzó a vestirse, cuando estuvo listo comprendió que no tenía fuerzas para ir a su casa, se sentó en el piso de la sala mientras sentía que se le cerraban los ojos.


 


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Bill tiró octava lata de cerveza al piso. Nunca había sido una persona autodestructiva, ni en los peores momentos de su adolescencia se había odiado a sí mismo. Pero en ese momento sí, se odiaba, quería desaparecer, quería borrar sus acciones en aquel mundo y desvanecerse con la seguridad de no haber existido nunca. Y, sobre todo, quería olvidar.


Se levantó tambaleante del sofá en el que había estado sentado más de cuatro horas. Tenía la televisión en silencio y su pálido destello era la única luz en la habitación. Subió torpemente las escaleras tropezándose y trastabillando hasta terminar haciendo el tramo en cuatro patas. Y entonces abrió el armario que siempre estaba cerrado, el armario cuyo aroma era capaz, o al menos lo había sido, de contener sus deseos enfermizos. Aspiró su aroma y se agarró de las suaves y familiares ropas con desespero, lloró contra una suave chaqueta que recordaba de una excursión a las cataratas del Niagara y le rogó perdón a la presencia que habitaba en aquel oscuro rincón de su hogar.


La chaqueta absorbió sus lágrimas como si una mano maternal se las secara con dulzura y supo que había obtenido el perdón. Y con ello, también supo que no era ese perdón el que le interesaba. Bajó las escaleras dando tumbos y extrajo una botella de vodka de la nevera. Necesitaba olvidar.


 


 


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Jamie se despertó desorientado por los golpes airados de los alumnos contra la puerta de la sala que él había cerrado con llave. Ya era de mañana y los chicos esperaban a entrar a la primera clase. Jamie se incorporó pesadamente y les abrió la puerta a un grupo de alumnos airados un año mayores que él. aquella era la clase de los cerebritos, no porque sus alumnos fueran especialmente inteligentes sino porque, aun teniendo más de 16 años y pudiendo dejar la escuela libremente, ellos decidían quedarse y terminar los estudios. En las clases superiores no habían chicos como Jamie o Torbay, casi analfabetos, pobres como ratas y con antecedentes penales, y los chicos de las clases superiores miraban con recelo, desprecio y miedo a Jamie mientras tomaban asiento.


El maestro entró después de los alumnos, probablemente también sabía que Jamie había pasado la noche en la sala, pero no dijo nada. Jamie adivinó que ni siquiera lo comentaría en el salón de profesores, los maestros preferían mantenerse al margen de la vida de los estudiantes problemáticos.


Jamie salió del salón para entrar al suyo, vio como Torbay lo miraba y esbozaba una media sonrisa pendenciera. La sonrisa era claramente falta y servía para ocultar la vergüenza que Torbay en realidad sentía por lo acontecido el día anterior, aun así provocó que a Jamie le hirviera la sangre. El pánico que había sentido ayer se había desvanecido, probablemente porque llevaba su ropa puesta y Torbay no lo estaba tocando.


Avanzó decidido al pupitre de Torbay captando la atención del resto de la sala los cuales quedaron en silencio expectantes ante la idea de una buena pelea a primera hora de la mañana. Jamie se apoyó en la mesa frente a Torbay y se inclinó sobre él hasta que sus labios rozaron su oreja.


-¿Sabes quién fue mi primer cliente?-susurró malicioso para que solo Torbay pudiera oírlo.-Fue Alan Torbay ¿lo conoces?


Torbay empalideció ante la mención del nombre de su padre sin saber si creerlo o no. Jamie se regodeó ante el efecto de su mentira y fue a sentarse en su puesto mientras las conversaciones a su alrededor se reanudaban al comprender que no habría enfrentamiento.


Jamie decidió saltarse la practica de hockey esa tarde, necesitaba llegar a su casa para cambiarse de ropa y dormir en el viejo colchón sin sabanas que era su cama. Deseó fervientemente que su padre no anduviera por allí y salió de la escuela al termino de las clases.


No había comido nada desde el escaso almuerzo del día anterior por lo se tambaleaba ligeramente, el de ayer había sido un día de locos: había estado a punto de morir congelado, luego de salvarse perdió su virginidad de una forma que nunca se habría imaginado, había estado a punto de ser violado (de nuevo) por el probablemente homosexual reprimido Torbay y había dormido en la sala de clases. Necesitaba echarse en su colchó y retirarse un par de días, comería comida para gallos si era necesario, pero no pensaba salir en un tiempo.


Poco antes de llegar al basurero en el que vivía empezó a escuchar los gritos de frustración de su padre, curioso por ver si esa vez peleaba contra la televisión o uno de sus gallos, Jamie se asomó por la ventana.


Su padre estaba peleando con una persona de verdad, Jamie reconoció a Shelly, la nueva amiguita de su padre, una chica guapa de cuerpo curvilíneo y espeso cabello castaño. Jamie se preguntó porque una chica tan linda andaba con un tipo como su padre.


-¡¿Y cómo sé yo que el hijo es mío?!-gritaba su padre.


-¡Cabrón!-saltó la pequeña Shelly levantándose del sofá.-¡Eres el único tipo con el que he estado en meses! ¡Y lo sabes!


Jamie pensó en largarse y huir de aquel conflicto, pero se sentía débil y necesitaba tumbarse en algún lugar, se decidió a esperar a que la pelea terminara y vio, aliviado, como después de unos cuantos gritos Shelly abandonaba la casa indignada. La chica ni siquiera le miró, pero su padre sí que reparó en él.


-¿Escuchando detrás de las puertas pedazo de mierda?-dijo mientras lo agarraba del cuello y lo lanzaba dentro de la casucha.-¡Esa furcia quiere encasquetarme otro mocoso inútil como tú!-rugió su padre mientras comenzaba a patear a un Jamie demasiado débil para levantarse del piso.-¡Pero no voy a caer en la misma trampa! ¡Demonios no!-dijo su padre con los ojos cegados de ira mientras seguía propinándole patadas a Jamie. Al ver que el chico no reaccionaba Lars se calmó, dejó de patearlo y se largó de la casa de un portazo.


Jamie se volteó quedando tendido de espaldas, observó el techo hecho de planchas de hojalata sobrepuestas por el que siempre se filtraban las corrientes de viento gélido, el agua y la nieve. Su padre era un cabrón: se acostaba con sus amiguitas dejándolas preñadas, todo eso mientras vivía a costa de ellas, y luego se desentendía del tema sin siquiera ofrecerse a pagarles el aborto. Y Torbay era un cabrón inseguro, un pendenciero que había intentado aprovecharse de su cuerpo solo con el fin de humillarlo. Pensó en Bill, Bill se había aprovechado de su cuerpo, pero no lo había hacho con malas intenciones. Bill había sido bueno con él, a pesar de todo. El problema es que con el tiempo Jamie había comenzado a velo como el padre cariñoso y paciente que nunca había tenido, y lo sucedido la mañana anterior le había confirmado que Bill nunca lo vería como un hijo.


¿Pero qué era Jamie para Bill? ¿Una mascota? ¿Un chiquillo molesto? ¿Un amante? La última opción hizo que a Jamie se le acelerara el corazón. No podía ser hijo de Bill, pero podía ser su amante. La idea no le horrorizaba tanto después de pensarlo en perspectiva. Es verdad que no le hacía ilusión entregarle su cuerpo en bandeja al tipo que técnicamente lo había violado, pero podía vivir con eso si así se aseguraba de seguir en la vida de Bill. Ya no era cuestión de comida, era cuestión de cariño.


Jamie se incorporó a duras penas y se internó en el bosque, sus pies lo llevaron casi inconscientemente a la casa de Bill, observó extrañado que la puerta estaba entreabierta. Jamie titubeó ¿Qué le iba a decir? ¿Querría verlo? ¿Estaría enojado con él por haber huido? Desterró todas esas dudas y entró en la casa con paso firme. Se encontró a Bill tirado en el piso entre la sala y la cocina. Tenía una botella de vodka en la mano izquierda y los ojos vidriosos típicos de los borrachos.


Los últimos dos días, Bill se entregó al alcohol en pos de olvidar lo sucedido, ahora estaba completamente bebido y agotado y apenas si pudo identificar las manos que le recogían suavemente la cabeza como las de Jamie. El rubio colocó su cabeza sobre sus rodillas y comenzó  acariciarle el cabello castaño. Bill cerró los ojos abandonándose en el inocente y dulce placer de ser acariciado de esa manera por el menor.


-¿No me odias?-preguntó Bill con la voz entrecortada.


-No-le susurró Jamie con un tono de dulzura que nunca había utilizado antes.-Está bien, si quieres hacer esas cosas conmigo está bien-dijo Jamie, Bill sintió como las cálidas lágrimas del rubio caían sobre su rostro.-Puedes hacer lo que quieras, Bill-dijo Jamie mientras inclinaba su cuerpo para abrazar la agitada cabeza del mayor.-Solo no me dejes-dijo con la voz quebrada en por un sollozo.


Bill tomó la mano del rubio y la apretó con afecto mientras cerraba los ojos por primera vez en dos días, aspiró el aroma a sudor, nieve sucia y cigarrillos del menor sintiéndose en paz absoluta. Jamie sintió como la cabeza de Bill se hacía más pesada sobre sus rodillas, el mayor se había quedado dormido con una leve sonrisa dibujada en el rostro.


 


 


 

Notas finales:

bueh, aquí va la conti. estoy actualizando más rápido en un intento por compensar tantos meses con este fanfic tirad ¡lo siento mucho!

dejen reviews (aunque sean echandome la bronca por lo perezosa que soy a veces xD)


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