Laitys, aquella palabra me la pase repitiendo durante el resto del día.
Al llegar a mi hogar, lo primero que hice fue acercarmé al computador y buscar en todos los sitios a los que siempre concurría a los famosos LAITYS o LAITY. Ni por uno ni por el otro nombre, se podía encontrar indicios de aquellos extraños seres. Ni de como conformaban su sociedad, ni nada.
Las horas que acostumbraba esperar transcurrieron sin dificultad alguna.
Al caer la tarde, me encontraba viendo CSI, con mi hermano mayor. No estoy seguro si a él le gustaba verle también, pero como me apresuraba a coger el remoto y apoderarme de él, durante esa única hora, no había riña alguna. Era la única hora del día en que yo me sentaba a ver un poco la TV.
Mi madre se encontraba en la cocina haciendo uno de sus deliciosos estofados. La gloria para mí. Aunque no lo supe hasta hacia poco.
A eso de las 7 de la noche, quizá poco más; mi padre llego cual reloj preciso. Nos sentamos a la mesa y tras una pequena oracion cenamos con la misma tranquilidad de siempre. Entre risas y comentarios acabamos. Todos recogimos los platos y yo me dirigi a mi comoda. Para que, como todas las noches me decisiera de la inmundicia de mi vida; observando y uniendo los perfectos puntos brillantes del firmamento. El asombro no se hizo esperar al percatarme de la gema purpura, o era azulada, puede tambien haber sido celeste; mis ojos no podian dar credito a lo que veian: pero aun asi la estrella que se mantenia en el manto oscuro era unica y majestuosa.
Me sente un poco en el alfeizar de mi alcoba y me perdí en aquella maravillosa estrella azulada o purpurea, o celeste; cuales fuera su color me maravillaba. Faltaba poco para las nueve de la noche, y aun así el cielo mostraba su eterno manto oscuro, despejado, con sus gemas de cuarzo profundamente fundidos en él. El brillo de la estrella sobresalía. Su tonalidad, su tamaño. Boquiabierto le visualice por los cinco minutos más largos de mi vida.
—Billy, ¿ya te has dormido? —escuché decir a mi madre tras la puerta de mi habitación.
—¡Aun no mamá! —respondí girando la cabeza, para buscar el oscuro umbral por el cual una tenue luz, bajo ella, se adentraba.
—Mira la hora cariño, mañana tienes que ir a clases. —Su voz tan aflautada y cariñosa, hacía que aquellas palabras no sonasen a un regaño sino a una sugerencia.
—¡Lo sé mamá! —le dije enfadado—. Descuida que dentro de unos minutos me iré a la cama —concluí intentando no sonar como cretino.
—No tardes demasiado —hizo una pausa—. Te pondrías algo para no enfermar. ¿Cielo?
No quise responder. Me aterro mucho que aquella fuerte mujer supiera lo que yo hacía, sin siquiera estarme viendo.
—Si mamá.
—Te quiero. Descansa.
—Tú también.
—¿Por qué te has avergonzado? —escuche tras de mí.
Intente de nuevo girar mi cabeza, pero en el último instante me arrepentí.
—No tengas miedo —de nuevo esa voz aterciopelada resonó en el infinito de la noche. —Al menos no lo tengas de mí —una varonil sonrisa se escuchó por doquier.
Armándome del suficiente valor, y como acto involuntario; aferre una mano al alfeizar giré lo que debía para quedar de nuevo frente al cielo. Lo que pude observar me desencajo por completo.
La distante y de fríos tonos, estrella ahora no lo era. Su posición en esos momentos era tan cercana a mí que no tuve tiempo de distinguir lo que ocurría. Mi cerebro intentó procesarlo todo; lo más rápido y mejor que se pudo. Sin embargo, le fue inútil.
Un brillo sumamente fuerte encegueció mi visión. Como si de fuegos artificiales, en navidades, se tratasen el estruendo me hizo temblar. Cerré los ojos, lo único que se me ocurrió; y sintiendo una fuerza superior a la mí me alcé de la ventana. Ni mi mano que se encontraba fieramente sostenida en el alfeizar pudo hacer algo. Subí y subí. Tampoco pude tener las agallas necesarias para ver que o quien me tomaba de esa manera. Mucho menos para girarme y ver cómo, seguramente, era arrebatado lejos de mi hogar, de mi familia, de todo cuando conocía.