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Ars amandi por LeylaRuki

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Notas del fanfic:

¡Feliz día de San valentín! 

Este fic va para TetsuyaHyena, que por fin se le hace leerlo y como no le guste -saca el pan duro para cortarse las venas- lloraré ;w; ¡Feliz día Doña! xDD
Ori, ¡Muchas gracias por la ayuda de anoche!

Notas del capitulo:

Ya lean y disfruten. No soy experta en los temas que se tratan en este fic, así que no son 100%, digamos reales. Pero aclaro que no es mi intención burlarme de nada ni de nadie. Al contrario. 

Mucha suerte a las participantes ^^

La comida es el peor enemigo del ser humano, desfigura el cuerpo, lo lleva al extremo; pero las personas son responsables de destrozar una mentalidad con sus prejuicios, esos nunca faltan para los demás. No importaba lo mucho que Takanori se relajara y pensara en su futuro, las ganas de vivir se hacían trizas cuando miraba su cuerpo, no parecía entender que estaba llegando al límite, al contrario, seguía esperando por más. Se miraba en el espejo y fingía una sonrisa que le resquebrajaba su interior. Todos los comentarios negativos atravesaban su cabeza como dagas y lo dejaban completamente desnudo ante la nada, solo él y su deseo inalcanzable de ser feliz.

 

Se recostaba con el rostro escondido entre las almohadas, dejaba que sus lágrimas mojaran la tela para así no tener que limpiarlas con sus dedos. Era dolor, no encajaba con los demás y nunca tuvo la confianza de hacerlo. Las piezas del rompecabezas no concordaban como quería y su exterior estaba casi tan marchito como su interior. Impotencia, rabia y tristeza lo que tenía por dentro. Todo mezclado por la misma razón: No bajar de peso. Con la mente carcomida, contaminada por el hecho de no ser normal contemplaba su ideal de cuerpo perfecto y luego lloraba hasta perderse en sus sueños para dejar de mortificarse con su derrota. Su mente le negaba ser feliz y se humillaba por su existencia. La anorexia no es un estilo de vida, la anorexia no busca la delgadez, la anorexia ignora la felicidad. La anorexia es el suicidio seguro. Estaba atrapado por el hecho de no controlar su enfermedad, al contrario, el trastorno le controlaba a él. Casi cuatro años sin probar bocado como debía hacerlo una persona normal y cuando lo hacía su cuerpo ya no lo mantenía por más de diez minutos, no podía salir de ese pozo dónde cualquier atisbo de felicidad parecía un sueño tan diminuto que antes de darse cuenta ya estaba despierto y quemándose en el infierno.

 

Vivía arrodillado, sometido por su propia debilidad.

 

Paseaba sus dedos sobre su abdomen, sentía el hueco en el centro y a pesar de saber el daño en el que había creado, no deseaba comer y engordarlo para luego convertirse en lo que era antes, su mente ardía y lloraba de rabia con el solo pensamiento. No, comer no era una opción. Sus costillas sobresalían y cada vez que las tocaba sonreía por una milésima de segundo, esa pequeña vocecilla le decía que había hecho bien en alejarse de la comida. Pero luego su consciencia le ataba haciéndole saber lo mal que había obrado. Se partía por mantener algo de cordura pero cada día era difícil conseguirlo. Se había convertido en un mero caparazón vacío de una persona que ya no existía. Y nadie podía ayudarle porque los hombres no sufren de anorexia, no, todos prefieren cerrar los ojos y fingir que esa una enfermedad de mujeres. No veneraba a nadie en especial como para querer seguir los estereotipos pero su familia sí y eso era su calvario continuo. Para ellos él no era perfecto si no era delgado y no mostraban interés en él hasta que su peso bajaba rápidamente. Solo era aceptado por otros cuando tenía una figura ideal, cuanto menos más obtenía.

 

Cuando cumplió quince años decidió vomitar por primera vez toda su comida. Estaba solo en casa y recordó lo que hacían las chicas anoréxicas para bajar de peso, se metió los dedos a la boca y vomitó. Dejó que su cuerpo hiciera lo que le parecía lo correcto. Con la primera vez que lo hizo sintió como ese vacío le hacía sentirse mejor consigo mismo. Esa sensación plena le condenó a una vida que le haría arrepentirse de eso y al mismo tiempo sentirse agradecido por haberle conocido. Una nueva vida donde solo sería él, el baño y su vomito.


Esas voces ya no le dejaban probar un bocado, para bien o para mal pero ya no conseguía que su brazo llevara un trozo de comida a su boca sin pensar en la cantidad de calorías que puede llevar, hacer cálculos sobre su peso actual y cuanto pesaría si lo ingiriese. Se congelaba de miedo con ese solo pensamiento. Engordar. Morir. Ser delgado. Suicidio. Takanori.

 

Salió de su habitáculo y su cuerpo le pedía que se tirase en el suelo para descansar. Todo a su alrededor le daba vueltas, tenía demasiada hambre, estuvo a punto de sucumbir a uno de sus ataques y lo hubiese logrado exitosamente de no haber sido por las escaleras que parecían infinitas y su cuerpo completamente debilitado.

—¡Mamá! ¡Mamá! —Comenzó a llamar con su voz débil—. ¡Mamá! —La vio llegar y sus piernas se rindieron entre los escalones y cayó de bruces en estos, un insoportable dolor se apoderó de su cuerpo, le era bastante difícil comprender lo que pasaba a su alrededor pero el dolor hacía agonizar y palidecer—. No puedo respirar mamá ¿qué…me está…pasando?

 

 

 

Despertó y vio todo blanco. Demasiado luminoso para su vista, y el yeso en su pierna izquierda le hizo imposible levantarse de su lugar, resignado, se quedó acostado; luego de un rato palabras de un hombre comenzaron a llegar a sus oídos.

 

—Lo mejor para su salud es que sea internado en una clínica especializada, está más de veinte kilos por debajo de su peso normal.

 

—¡Dios mío!

 

—¿Han revisado su habitación, su portátil? Personas con este tipo de desorden alimenticio tienden a ser muy reservados y posesivos con sus pertenencias y demás. Páginas de internet dónde pueda sacar ideas de cómo perder más peso, como vomitar en su propio cuarto y esconderlo sin que nadie se dé cuenta. No come y cuando lo hace probablemente lo vomita, no se le puede diagnosticar bulimia debido a que está bajo en su peso, como ya lo mencioné y eso no es una de sus características. Se pueden idear demasiadas maneras para esconder los síntomas y que los demás no lo noten. Seguro que tiene lugares estratégicos para ocultar tanto su vomito como su comida. Tienen que inspeccionar todo minuciosamente. Una enfermera vendrá y les entregará información de clínicas que se encargan de ayudar a jóvenes con estas enfermedades. Hagan lo correcto y verán como poco a poco su hijo vuelve a la normalidad.

 

 

Takanori cerró los ojos mientras escuchaba la pequeña revelación. Pensó en todo lo que tenía escondido bajo su cama, las botellas de agua que no paraba de beber para esconder su hambre, la comida que estaba entre su ropa. Escuchó los sollozos, seguramente de su madre. Le parecía estúpido que llorase cuando ella misma y los demás se encargaban de hacerle saber lo desagradable que era para su vista. Luego se puso a pensar en todas las veces que el doctor ha dado esa misma información una y otra vez a familiares de jovencitas que se mataban por ser delgadas; pero desde su perspectiva ellas se mataban y él solo bajaba de peso. Saltaba la duda de cuántos de todos esos padres tenían a un hijo en lugar de una hija. ¿Realmente sería el único con ese problema? Pero para él, el dejar de comer seguía siendo normal. No tenía una enfermedad, simplemente necesitaba seguir bajando de peso.

La cortina se corrió y sus padres cruzaron esa línea invisible que siempre hubo y el ambiente se tensó con preocupación, enojo y terquedad.

 

—No voy a comer de vuelta si es lo que pretenden decir. Entiendan —Dijo Takanori completamente poseído por ese monstruo interno que no le dejaba tener una vida normal.

 

—Claro que lo harás. Tienes que hacerlo por tu bien —Replicó su padre, lo último había salido más como un quejido lastimero que como una orden.

—No puedo, no quiero y no lo haré.

—¡¿Se puede saber que mierda tienes en la cabeza?! —Gritó la voz sonora y estricta de su padre—. Takanori tuviste un paro respiratorio y estuviste a punto de morir ¿No crees que es suficiente prueba para que entiendas que hay algo mal en ti? —Se calmó y llevó sus manos a su cabello tratando de mantener la cordura en el mismo sitio, su madre seguía sin abrir la boca, lagrimones resbalaban de sus ojos pero la mirada estaba perdida en lo blanco de las paredes, no se atrevía a mirar a su hijo ni a su esposo—. ¿Por qué no puedes hacer un esfuerzo por recuperarte?

—No…tengo miedo…No puedo, no debo engordar.

Ahí estaba su sentencia de muerte. Una bomba atómica que estaba esperando el momento oportuno para estallar y destrozarles. Takanori Matsumoto, sangre de su sangre se desvaneció quedándose un cuerpo desnutrido con la piel manchada, su collar de huesos por fin estaba a la vista y era escalofriante. Sus ojos hundidos dejaban ese toque de tristeza en donde quiera que dirigiese su mirada. Su cabello estaba como siempre revuelto para seguir ocultando lo mucho que se había caído. Un extraño que levantaba la mano izquierda recargando su codo en el colchón para así doblar la vía intravenosa e impedir que el suero entre a su cuerpo. No quería arriesgarse a perder ese peso ideal que tanto le había costado obtener. Nada ni nadie le haría cambiar de opinión. Y sus padres comprendieron que si ellos no podían ayudarlo alguien más lo haría.

 

 

---

 

 

Akira se retiró de su oficina con los músculos adoloridos de tanto estar en la misma posición. Pasó toda la noche trabajando en casos absurdos que no requerían demasiada atención, diez minutos a lo máximo pero tenía la orden de leer los expedientes letra por letra y no perder un solo detalle, después pasarlos al computador y guardar las carpetas con los archivos por orden alfabético como respaldo.
Su problema no era tener que pasar doce horas repitiendo esa tediosa rutina, radicaba en la mierda de jefe que tenía, él se iba a casa una vez que el reloj marcara las seis de la tarde, dormía una noche completa y para las nueve de la mañana ya estaba de vuelta en su escritorio haciendo otra cosa menos su trabajo. Él que tenía una esposa y dos hijas se aprovechaba de empleados como Akira para tener más tiempo libre y disfrutar de su vida. Le puteaba y no sabía de los encuentros fortuitos pero sexuales que tenían su esposa y su mejor empleado. Sí, le amargaba muchas noches de su vida pero en cuanto podían se citaban y se daban un poco de alegría.

Se dieron las siete de la mañana y supo que necesitaba con urgencia un baño y dormir como mínimo dos horas, solo para aligerar su cuerpo. Salió sin mirar los pocos compañeros de trabajo que ya estaban en su sitio habitual, algunos jóvenes policías y otros ya no tanto pero de igual manera ese empleo era una mierda, ni ayudaba a la gente de la manera en que siempre se sueña ni era bien pagado, apenas le alcanzaba para pagar la renta de su departamento. No podía pensar siquiera en poder comprar uno para sí solo.

Al salir a la calle miró en todas las direcciones, eso de ir a la iglesia no era lo suyo, solo había ido una vez y tenía cinco años, esa visita bastó para llenarle la cabeza de sueño y quitarle las ganas de volver. Tenía que darse prisa, esos lugares podían estar llenos todo el día y la idea de no poderle dar la bienvenida le hacía sentir culpable.
Una vez que llegó vio unos cuantos carros estacionados pero no había rastro de personas. Entró y solo unas cuantas arrodilladas en distintos reclinatorios— rezando. Se dirigió al confesionario y tocó la madera.

—Buenas tardes padre, mire usted que…

—Ave María purísima. Tienes que decirlo antes de confesarte hijo mío.

Akira encontraba extraño que le dijese “hijo mío” cuando tenían la misma edad, pero después de todo tenía que decirle así ya que él le diría “padre” cada vez le viese.

—Ave María purísima.

—Sin pecado concebida ¿En qué te puedo ayudar?

—Pues mire usted Padre, es que soy un poco hijo de puta con un amigo y necesito el perdón de El Señor.

—Recuerde que esta es la casa de Dios y no puede blasfemar. Siga por favor.

—Lo siento. Es que este amigo mío se mudó a Osaka y desde entonces no le he vuelto a ver, hoy empieza un trabajo aquí y no sabe que yo sé ¿me explico?

—Sí, pero yo me pregunto qué hace aquí si su amigo está en otro lado.

—Que como después de su partida no le volví a hablar seguro que ahora se molestaría por llegar de improviso.

—O se puede alegrar —Le interrumpió el párroco.

—Padre, recién descubrí que tengo cáncer. Mi amigo no estará contento con esa noticia. Se llama Shiroyama Yuu ¿Le conoce?

Tocó varías veces la madera antes de que la cortina de su lado se abriera y se encontró con el sacerdote con el rostro contraído de tristeza. Se levantó y le abrazó con fuerza, como debía ser después de haber estado sin contacto por casi diez años.

—¿Es cierto que tienes cáncer? —Preguntó temeroso y en su mente ya había comenzado a rezar por una cura de su enfermedad.

—Sí…no. No. Sabes que siempre me ha gustado llamar la atención.

—Pero serás un hijo de…

—No blasfemes en la casa de Dios. Padre, me parece que no está poniendo el ejemplo. Su primer día en la parroquia y ya está haciéndose quedar mal.

Se abrazaron como ya era debido. No supieron cuanto se habían extrañado hasta que estuvieron frente a frente, Suzuki Akira se quedó en Tokio para ser el mejor policía y Shiroyama Yuu sentía que su lealtad y fe eran suficientes para vivir dignamente, se mudó a Osaka con veintiocho años para trabajar en una iglesia bastante abandonada, pero no le importó, la casa de Dios podía ser en cualquier lugar.
Ahí estaban los dos, acercándose a los cuarenta años, con empleos que no eran los mejores y sin ser felices del todo pero eso preferían mantenerlo en secreto, al menos hasta que pudieran retomar esa confianza.

—Le ruego que me disculpe Padre, las bromas de ese tipo de índole no deber ser bien vistas —Dijo socarronamente.  

—Solo por esta vez ignoraré lo que hiciste porque ha pasado tanto tiempo sin vernos. Y dime ¿cómo te trata la vida? ¿Esposa, novia, hijos, divorcio?

—Vaya que estás curioso —Carraspeó—. Ninguna de las opciones, el trabajo me está succionando la vida poco a poco.

—Bueno si renuncias a mi me vendría bien tener más monaguillos —Bromeó Yuu mientras le llevaba por detrás de algunas paredes.

—Calla, lo último que deseo es estar haciendo eso. Dime, ¿los sacerdotes tienen días libres?

—Tiempo libre sí, días no, es muy raro ¿Por qué?

—¡Porque quiero una audición de monaguillo! —Dijo Akira con sarcasmo—. ¿A ti qué te parece? Quiero salir contigo a comer o a lo que sea que haga un cura con un policía. Pero tengo que llegar a casa temprano, mi sobrino está quedándose en mi casa no sé por cuánto tiempo y no puedo dejarlo solo tanto. Con mi trabajo tengo que hacerlo pero procuro llamar a la mujer que me hace la limpieza para que me lo vigile un poco.

—Akira ¿Cómo puedes ser tan irresponsable? Los niños no se dejan a la deriva en las casas con extraños.

—Es que no es un niño, tiene veinticuatro años. Pero ha tenido muy mala suerte en la vida, su madre estuvo a punto de darlo en adopción, luego lo dejaba con familiares, le golpeaba, conseguía citas distintas cada noche y más de uno seguro le hizo daño. Me da pena que no haya sabido reponerse. Afortunadamente es mi único sobrino, así que puedo ayudarlo con lo que tengo.

—Lo siento, no sabía que pasabas por todo eso.

—Está bien, solo tengo que vigilarlo porque… bueno, no es el momento para hablar de estas cosas. Solo estuve investigando y al parecer hay lugares donde pueden ayudarlo mejor de lo que lo estoy haciendo yo.

—Creas o no, solo con eso ya lo estás ayudando bastante —El padre dijo y luego exhaló un poco de aire para aligerar la tensión—. ¿Y dime a dónde iremos más tarde?

—¿Más tarde? Acabo de llegar a la ciudad ¿Cómo puedo ausentarme tan rápido? Irresponsable.

Ambos se sonrieron, la amistad que tenían seguía ahí simplemente estaba apartada. Yuu estaba ansioso por poder tener las vacaciones para poder hablar y pasar el tiempo con Akira pero tenía que esperar al menos un mes. No dijo nada, mientras más lo aplazara, más rápido se pasaba el tiempo.

 

 

---

 

 

Le gustaba la sensación cuando sus latidos se aceleraban, su cuerpo se encorvaba mientras pedía por más movimiento y cuando esa explosión en su espina se extendía por todo su miembro y que su cuerpo temblara. Contaba los segundos en que duraba esa maravilla, siempre eran ocho pero de igual manera le gustaba contarlos. Limpiaba con el papel de baño el líquido blanco que expulsaba, se subía los pantalones y salía del baño más relajado.

—¿Lo has hecho de nuevo, verdad? —Una voz femenina le llegó por detrás. Era su madre—. ¡Mierda Takashima! Ya hemos hablado de esto mil veces —Le contestó con solo ver el movimiento positivo de su hijo—. Lo que haces ahí dentro es un pecado y debes entender que como sigas haciéndolo irás directamente al infierno ¿Sabes quién va al infierno? La gente mala, la gente que no obedece las leyes de Dios.

—Pero yo no soy malo —Respondió Shima al borde de lágrimas.

—Pues entiende el mal que estás haciendo contigo mismo. Vete a tu habitación y prepárate que tenemos que ir a la iglesia para resolver tus problemas.

—Está bien.

Se fue cabizbajo y lleno de miedo, pero no entendía el enojo de su madre. ¿Sería porque su cuerpo no era como el suyo? Sí, esto tenía que ser.

Cuando Kouyou se equivocaba al abotonarse su camisa tenía la necesidad de empezar de nuevo, tomaba el primer botón y luego seguía fielmente la línea hasta llegar al final; Sin embargo cada vez que eso pasaba su quijada, por voluntad propia, chocaba con sus dientes de arriba y su ojo izquierdo parpadeaba sin parar. Su garganta emitía unos quejidos en muestra de lo mal que lo pasaba cada vez que tenía que hacer ese ‘ritual’. Todo por equivocarse al abotonarse la camisa. No podía decir o pensar que detestaba ser así porque en realidad no entendía el problema que tenía, al menos todavía y con una familia tan religiosa como la suya lo más seguro era que no recibiría ayuda de nadie.

Esas enormes ganas de llorar que se alojaban en su pecho tenían que desaparecer porque si lloraba sería como aceptar que no es nadie, que no era nada importante, aún cuando los demás lo supieran ya de antemano, él quería demostrar lo contrario. Deseaba poder valerse por completo de sí mismo, enamorarse, sí, eso era lo que más anhelaba, poder despertar acompañado de alguien, poder tomarle de las manos y hacerle sentir lo feliz que podía llegar a ser y darle también ese placer que su madre tanto se avergonzaba. Tal vez esa persona lo entendería mejor.

Él no estaba loco, lo sabía como también entendía que no era del todo normal, que el resto de su familia no lo veían como alguien normal. Incluso notaba como su propia madre pensaba de él como una amenaza. Kouyou no hacía las cosas para dañar a terceros pero le resultaba difícil comprender por qué las cosas que para él eran normales y que le gustaban de verdad, otros las encontraban repugnantes y eso daba tela para que los demás le maltrataran.

A veces su mirada no se enfocaba en algo específico, no era capaz de dedicar su concentración a cosas simples. La mayoría del tiempo miraba vagamente a su alrededor y parecía querer apreciar algo que no existía, sus fantasías mayormente que le ocupaban sus pensamientos en cosas que deseaba que pasasen para ser feliz sin saber que eso le perjudicaba un poco más. Los prejuicios de la gente ya eran demasiado atrevidos como su propia ignorancia. A su paso destruía las cosas porque para él todo era diversión. Para el resto del mundo Takashima Kouyou no era un japonés más, era un anormal que necesitaba ser internado de por vida para que todos pudiesen vivir tranquilamente. Porque aunque pudiera controlar el esfínter, vestirse por cuenta propia y lograr hacer varias actividades cotidianas, no era aceptado en ninguna escuela, no podía conseguir un trabajo, no podía tener una vida normal. Seguía siendo el mismo niño que aprendió a hablar a los seis años. Leer y escribir le tomó un año más. Pero seguía siendo él.

 

 

 

Pasos antes de doblar en la calle de la iglesia se encontraron con unos antiguos amigos.

—Buenas tardes —Hablaron casi al unísono los tres.

—Buenas tardes —Habló Takanori segundos después con una sonrisa fingida. Se fue peleando con sus muletas para abrazar directamente a Shima, lo alejó unos cuantos pasos de ellos y entre unas cuantas lágrimas se despidió. Le pasó un par de billetes para que comprase lo que quisiese, cada que tenía la oportunidad lo hacía y se dio cuenta de la realidad a la que se afrontaba. Cuánto extrañaría ver a Shima por la iglesia y hacerle reír, mirarle y saber que todavía tenía esperanza para ser feliz. Aún cuando la vida no parecía ayudarle siempre podía recurrir a su amigo y sentir la vida fluir por sus venas. Un llamado de sus padres le hizo perder por un instante la cordura, lo estaban llevando a su juicio final. Solo tenía un objetivo en su mente: No engordar.

 

 

 ---

 

—Buenas tardes padre, bienvenido a la parroquia —Le habló una mujer por detrás.

—Buenas tardes, es un placer poder estar aquí —Extendió su pulcra sonrisa y miró a los presentes detenidamente. Al policía lo reconoció, no era la primera vez que le veía tan de cerca.

—¿Cómo le va señora? Kouyou ¡Qué gusto verte tan bien! —Interrumpió Akira y causó una pequeña pero notable tensión en el ambiente. Detestaba enfrentarse a ella, se enfadaba cada vez que era ignorado por ella.

—Padre, hay un favor especial que quiero pedirle en privado, si no es mucha molestia, claro.

—Por supuesto que no. Vaya por ese pasillo y doble a la izquierda, ahí está mi oficina. Le acompañaré en unos instantes ¿Le parece bien?

No le parecía tan bien ser atendida en segundo lugar pero calló su molestia, después de todo era ella quien necesitaba del padre, no viceversa. Giró sobre sus talones delicadamente y, tomada aún de la mano de su hijo, quien volteaba para despedirse del policía. Akira lo adoraba.

 

—Amigo mío, con todo respeto tengo que decir que estás jodido, pero bastante jodido.

—¿Por qué?

—Esa es una vieja católica trastornada. Literalmente loca. Vive bajo el mártir de su hijo enfermo mental y se niega profundamente a buscarle ayuda profesional. ¡A su propio hijo! Dice que va contra las leyes de Dios. Hace tiempo, Kouyou escapó de la casa, no lo hizo de mala manera, simplemente se salió y unos bravucones le atacaron, él asustado, corrió hasta perderse. Una mujer lo llevó a la comisaría y nos costó horrores poder localizar su domicilio pero él se portó inofensivo, hasta nos contaba unos cuantos ‘versos’ que creaba en el instante. Es alguien realmente agradable y gracioso. Pero cuando la mujer llegó, estaba furiosa y tuve que amenazarla con hacerla pasar la noche en una celda, desgraciadamente no se cumplió pero me pidió que metiera a su hijo para ver si así se recuperaba. Lo trata bien y es por eso que no hemos podido quitárselo, pero tan pronto de un paso en falso juro que se lo quito. Cuídate de lo que te va a pedir, si es lo mismo que a mí, hazlo. Acéptalo y cuida de él.

Incluso el mismo Akira se sorprendía del gran cariño que le tenía al joven, casi como el que puede llegar a tenerlo un padre por su hijo y sentía la misma impotencia por no poder llevarlo a su departamento, darle educación y alejarlo de esa mujer. Lo sentía demasiado y los recursos para ayudarle se le acababan casi por completo.

—Quizás cambio de opinión y ahora quiere buscarle ayuda profesional pero no sabe como comenzar. Deberías confiar un poco en los demás.

—No, tú deberías empezar a desconfiar un poco de los demás, me extraña que con tu profesión seas así. Adiós, te deseo suerte porque no creo que esa señora cambie de parecer.

El policía salió lentamente de la parroquia mientras se colocaba su gabardina, hacía un frío del demonio y todo apuntaba a que una nevada estaba próxima en esos días. Mientras tanto, Yuu corría hacia su oficina con el estómago revuelto de esa pequeña confesión. Sí la mujer en cuestión era como en verdad le había dicho Akira, la pasaría muy mal y comenzaba a sentir lástima por su hijo.

 

—Disculpe la tardanza, espero no haberle hecho perder mucho tiempo.

—No se preocupe padre, yo entiendo que tiene otros deberes por haber llegado en estas fechas —Yuu la miró detenidamente y escuchaba mientras le calculaba la edad mentalmente—.Necesito pedirle algo muy importante, se trata de mi hijo que…

—Perdón, no me agrada interrumpir pero si el tema se trata de él, debería saber su nombre y algunos datos ¿No le parece? ¿Es él? —Le señaló con su mano, solo quería comprobar cómo era su comportamiento en cuanto tenía que presentar a su hijo.

—Sí, es él. Se llama Kouyou. Takashima Kouyou y tiene casi dieciocho años, no estudia, no trabaja y como verá perfectamente es especial.

Remarcó con cierto toque de rabia la última palabra. El cura nunca había sentido tantas ganas de golpear a una mujer, en realidad nunca había sentido ganar de golpear a nadie pero sus facciones y su actitud dejaban mucho que desear. Se preguntaba cómo alguien así podía ser madre.

—Mucho gusto Kouyou, yo soy el padre Yuu —Le dedicó una sonrisa mansa, le tomó la mano y descubrió que estaba tibia.

—No se moleste padre, no entiende. No importa cuánto tiempo se gaste y cuantas veces les repita las cosas da el…

—Nuevamente; me disculpo por interrumpirla pero le voy a pedir que no hable de él como si no estuviera presente o no comprendiese lo que usted dice de él.

Vocinglera irreverente, pensó Yuu para sus adentros.

—Tengo todo y a la vez no tengo nada. No poseo, no vivo, no amo. Sigo sin ser nada…

La voz de Kouyou era suave y dulce, casi imperceptible y poco entendible pero excepcional. Desde que abrió la boca para hablar, miró fijamente al sacerdote, parecía estar soñando pero la vivacidad de sus ojos reflejaban lo contrario. Yuu encontraba un tanto intimidante estar en esa situación, sin embargo, por ese pequeño comentario su curiosidad y asombro aumentaron en un cien por ciento. Cuando le apartó la mirada se percató que casi pierde la conversación con la madre.

—Quiero pedirle que lo acepte como monaguillo. No sé qué hacer con él, necesito que entienda… Padre, no deja de tocarse y le he dicho mil veces que va contra las leyes de Dios pero sigue en las mismas, por favor, acéptelo y enséñele que no puede seguir así.

—Ya —Se recargó en la silla sin dar crédito a lo que pasaba—, Pero usted debe entender que esto es una iglesia, no una escuela.

—Lo sé, pero ahí no me lo reciben.

—Una escuela especial, puede que salga un poco de precio pero es por el bienestar…

—¡Me niego! ¿Cómo voy a hacer eso?

—¿Hacer qué, precisamente? —Preguntó el cura, ya fuera de sus casillas.

—Meterlo en esos lugares no cristianos.

—Mire, para aceptarlo, él tiene que decirlo. No se puede venir y traer a alguien a la fuerza, alguien tan devota como usted debería tenerlo claramente. Kouyou ¿Te gustaría venir aquí todos los días y aprender cosas? —Enfatizó en todos los días para así alejarlo un poco más de esa mujer. Para desilusión suya, Akira tenía razón.

—Sí —Respondió tímidamente.

—¡Perfecto! Señora, en cuanto a lo otro, no sé qué quiere que haga exactamente. La masturbación es completamente natural tanto en humanos como posiblemente animales, de eso no estoy seguro, tendría que investigar un poco.

—¡Jesús bendito! —Exclamó casi horrorizada.

—No me malentienda por favor. Le estoy dando un punto de vista objetivo.

—Pues no lo haga. Yo solo quiero que le quite a mi hijo esta espantosa costumbre de una vez por todas.

El padre detestaba a la gente así y nunca había permitido que alguien le hablara de esa manera tan pedante, pero veía la mirada brillante de su hijo y en el fondo le daba demasiada lástima que viviera así, se le había dado la oportunidad de ayudarle y lo haría.

 

 

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Cuando el carro llegó a la clínica sintió su cuerpo tan pesado que parecía casi imposible salir al exterior. Por más que abriera y cerrara los ojos seguía estando ahí y llegaba para quedarse, porque de algo estaba seguro, en su estado, la única manera en que saldría de esas paredes sería para su funeral.

No le importaba la apariencia de la institución, no se fijaba en detalles como el enorme patio verde dividido en dos secciones por un camino ancho de piedras selladas que imitaban al pavimento, delante de esto, en la entrada y salida del lugar estaban las paredes de un metro de ancho y casi siete metros de altura. Más que entrar a una clínica le daba la sensación de entrar a Guantánamo.
Jadeó un poco, se encontraba lleno de miedo, ese lugar apestada a medicamentos desde el exterior y peor aún, olía a locura.  Había unos cuantos pacientes afuera, todos acompañados de enfermeros; les dirigió una mirada rota a sus padres pero se mostraron firmes ante la situación. Entonces comenzó a llorar y continuó siendo ignorado, corrió a tropezones al auto tratando de abrir cualquiera de las puertas pero sin conseguir nada a excepción de la cajuela dónde estaba su equipaje. Sus padres fueron tras él para apartarlo y solo consiguieron patadas, puñetazos y gritos, gritos desgarradores para los oídos de los demás. Lentamente, la familia se vio en la mira. Tomaron más precaución al momento de querer controlar a Takanori y no tuvieron suerte hasta que un par de enfermeros fornidos y extranjeros fueran en su auxilio.

Su habitación estaría localizada en el segundo piso, la compartiría con alguien, a pesar de que era contra las reglas. Varios de los encargados de ese piso les explicaron las reglas básicas de lo que consistía estar ahí.

—Primero que nada —Habló la supervisora—, al menos tres días a la semana irá a un cuarto especializado en dónde le pesaremos y tomaremos apuntes de su avance, para esto tiene que estar en interiores, es para prevenir, muchas de las chicas solían esconder cosas pesadas en su ropa para ganar más peso y con el tiempo se creó esta especie de regla, tampoco puede tomar agua, un litro de agua equivale a un kilo, las botellas de cualquier líquido están prohibidas en las habitaciones. Segundo, tiene que asistir a ciertas actividades de expresión con otras personas, en su mayoría chicas, con el fin de interacción con los demás y aceptación tanto social como consigo mismo. Tercero, vigilancia de comida, esto significa que todos los días desde las siete y media de la mañana completará sus comidas mientras nosotros observamos, antes de que lleguen al comedor ya habremos pesado y medido las cantidades que cada persona debe consumir, no está permitido bajar los brazos de la mesa, así no podrán evitar esconder su comida. Conforme pasen las semanas, si se acerca a su objetivo dejamos que tenga llamadas telefónicas con ustedes o con algún amigo, luego pueden proceder a las visitas y a salidas familiares. Pero si no llega a cumplirlo se le hace una penitencia, comer postres, también están completamente administrados por la cantidad de calorías que no se consumieron en el día. Hablará con psicólogos. Y bueno, poco a poco les iremos informando su progreso. ¡Ah! En este piso –y en los demás, obviamente- está completamente prohibido cualquier tipo de ejercicio, también se aplican castigos si alguien es atrapado haciéndolos a escondidas y la vigilancia se vuelve dos o tres veces más pesada. ¿Entendido?

La mujer ya cansada, dio un trago enorme a su botella de agua. No siempre tenía que hablar sobre las reglas como lo acababa de hacer pero cuando se presentaba la ocasión una vez que abría la boca no podía detenerse, le gustaba ser rápida y concisa para sacar a los padres de ahí, dejar a su hijo por seis meses en un lugar así ya era demasiado difícil como para decirles paso a paso y quitarles más la tranquilidad y a veces hasta las esperanzas de recuperación. Durante los veinte años que llevaba en el oficio las jóvenes llegaban más delgadas y más pequeñas de edad, en cambio, durante ese tiempo solo había tenido dos hombres, los cuales se recuperaron completamente al paso de los años y tuvieron una vida normal.  

—Disculpe la pregunta —Habló el papá una vez que dejaron a Takanori en su habitación—. Mi hijo… ¿Se pondrá bien?

—Es muy temprano para sacar conclusiones. Los pacientes se dividen en tres: Aquellos que consiguen salir y obtienen sobreponerse de la enfermedad, luego están los que necesitan unos años más para lograrlo pero que tienen muy buenos resultados; Por último, están los que por mucha ayuda y apoyo que tengan, es simplemente imposible salir de la depresión y continúan enfermos hasta llegar a su etapa adulta y eventualmente morir. Es cuestión de su hijo sí quiere vivir o no. Yo les mantendré informados, al menos dos o tres veces a la semana hacemos inspecciones a los cuartos, cualquier incumplimiento se pondrá en el expediente y estaremos más alerta.

Se fueron del lugar en silencio, sin saber cuándo escucharían la voz de su hijo, verlo y abrazarlo. Sin saber si realmente saldría de ese pozo.

 

Takanori comenzó a sacar algunas pertenencias de las maletas y colocarlas en su lado de la habitación, el otro ya estaba ocupado. Se sentó en la cama abrazando sus rodillas, la puerta de la habitación se abrió y dejó de estar solo, un joven de cabellos castaños entró y se dejó caer en su cama hasta quedarse dormido. No pudo ver bien su rostro, lo cual le hubiese gustado pero dejó de pensar en eso cuando se dio cuenta que nuevamente estaba solo, al parecer nunca dejaría de estarlo. Se rompió y lloró en silenció.

Sintió una cálida sensación en su espalda y levantó la vista, el joven desconocido le abrazaba con fuerza, quiso salirse pero casi inmediatamente se arrepintió. Le vio sonreír sinceramente y no supo porqué estaba a su lado, porqué le abraza pero no pensó en averiguarlo. Se sentía más tranquilo.

 

 

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El padre sentía que el calor entraba en su habitación pero no sabía de dónde exactamente y eso le frustraba, luego de acostumbrarse, su cuerpo se relajó involuntariamente, al cabo de un rato se percató que no estaba solo, había alguien más en su cama, comenzó a rezar mentalmente y ya temía por su vida, se pegó más a la pared y una mano que le detuvo hizo que su corazón también se parara. Era él, el pequeño Kouyou estaba a su lado, ambos faltos de mimos. El joven se acercó para dejar una distancia de milímetros entre sus labios, él, de nervios temblaba, le miraba fijamente, los ojos pequeños con los que el cura podía mirar por horas enteras. Cariñoso, le tomó de sus cabellos y le besó tímidamente, eran suaves y delicados. Estaban solos y pronto ese beso tomó un rumbo un tanto fogoso. Sus muslos estaban entrelazados, el silencio solo se rompía cada vez que sus yemas de los dedos acariciaban sus cuerpos. Lentamente la mano de Yuu se fue al pecho de Kouyou y fue bajando hasta llegar a su centro, se detuvo por un instante y dudó si debía meterla o no, pero el beso del pequeño era una clara invitación, la introdujo, rozó su vello y ahí estaba su libido preparado. Los labios de Takashima le llegaban hasta la nuca y lo hacían estremecerse de excitación.

Despertó de su sueño y se maldijo ¿Qué diablos estaba pasando? Él no podía darse el lujo de pensar en esas cosas, iba contra natura y sabía que a partir de esa noche su lugar en el infierno estaba asegurado.

 

Meses completos, días soñando lo mismo y cada vez más intenso, se atormentaba en el significado de ese sueño en particular, no podía ser otra cosa más que deseo, algo prohibido que estaba lleno de morbo y curiosidad sexual pero nada más. Y todos esos pensamientos desaparecían en cuanto le veía llegar, ya era capaz de llegar por cuenta propia y la mayoría de veces le ayudaba a preparar las liturgias para cada domingo. De miércoles a sábado eran los días en que la gente iba a confesarse y las misas se realizaban los martes. El único día en que no veía a Kouyou eran los lunes.
A veces la gente llegaba con niños a la parroquia y como era de esperarse se ensuciaba, él y los demás monaguillos limpiaban seguido entre los asientos, dejó a cargo a Kouyou de las primeras líneas y él se ocupaba de lo demás, desafortunadamente tropezó con uno de los reclinatorios y cayó de bruces en el suelo. Un pequeño grito salió de su boca antes de caer. El cura lo sentó rápidamente y le limpió la sangre que salía de su labio inferior. Le pidió a los demás que se tomaran un descanso mientras él se aseguraba que todo estaría bien, el corazón se le salía de tan solo pensar en lo que haría su madre si lo viera de esa manera. Lo llevó a su pequeña habitación, solo tenía un clóset medio lleno de ropa, su cama, un espejo y debajo una mesa con un ordenador portátil que de no ser por eso todo sería demasiado rústico para la actualidad en la que vivía.

 

 

Justo como lo había soñado, estaban solos y sentía una tremenda angustia en su interior ¿Debía o no hacer lo que para él era correcto? Dejó que durmiera cuando necesitaba y se dedicó a verle, era un niño ante sus ojos, era hermoso y cada día le parecía más difícil no poder besarle como tanto había anhelado por los últimos meses. Tenía miedo que esa caída de las escaleras le dejara alguna secuela, no podía hacer que la mamá decidiera alejarlo por ese descuido, sí hacía falta se iría con él muy lejos de todo, dejaría la iglesia, porque de igual manera ya estaba manchado de pecado y lo alejaría de los seres que le disfrutaban marginarlo. El solo hecho de considerar esas opciones le aterrorizaba un poco más, estaba perdiendo la cordura por él.

Acercó su rostro para tranquilizarse, se engañó y no resistió rozar sus labios, jugó un poco con su nariz mientras le seguía besando, pronto esos ojos con los que había soñado una infinidad de veces le miraban, con extrañeza y curiosidad. Se retiró de un saltó y se sintió como un monstruo, estaba encerrado cumpliendo su más íntima fantasía ignorando todos su principios y la lealtad que tenía. Un carrusel de emociones albergó en su pecho y Kouyou se levantó de su lugar para ir con él, le abrazó y le preguntaba los motivos de su llanto sin entender que él era la razón. Sus labios delgados se tocaron con delicadeza y sus lenguas rozaron en la punta para luego bailar suavemente, la presión que había entre sus cuerpos era solo el principio de todo lo que sentían. Yuu lo regresó a la cama y se vio atrapado entre sus brazos y sus pequeñas orbes. Sus manos inexpertas comenzaron a desnudar su cuerpo y lo besó interminablemente, los gemidos eran tan mágicos y silenciosos, solo para ellos. Sus manos no dejaban un solo lugar libre. Yuu pensó en todas las veces que había imaginado con ese instante, pensaba en cómo sería su piel contra la suya al momento de estar haciendo el amor por primera vez y no se imaginó que sería tan inigualable. Cortaba su respiración con sus labios, le susurraba palabras no entendibles y comenzaba a preguntarse cómo algo así le podía hacer sentir tan feliz.

 

El sonido de la puerta abrirse le parecieron cientos de cristales rompiéndose al unísono.

—¿Cómo sigue Kouyou?

Akira se quedó petrificado en el umbral, cerró los ojos varias veces para tratar de desaparecer todo pero en cambio solo consiguió darle tiempo a su amigo a vestirse. Poco a poco sentía como le hervía la sangre al grado de querer golpearlo sin piedad. La voz no le salía y una solución tampoco le llegaba a la mente. Y entonces la voz de Yuu le hizo perder la cordura.

—Akira, puedo explicar lo que está pasando.

—¡Maldito! Te pedí que cuidaras a Kouyou ¿y así es cómo lo haces?

—¡No! Esto es un malentendido…

—¿Malentendido? ¿Es un malentendido encontrarte con él mientras lo sodomizas?

—No es como lo dices, por favor entiende —El cura se puso de rodillas, lloró y se arrastró para suplicarle que no se llevara a su pequeño.

—¿Entender qué? ¿Qué convertiste tu puesto en la iglesia en una aberración para hacer esto? ¿Creías que nadie se daría cuenta?

—No, por favor, no es así —Comenzó a hablar ahogado en llanto—, nunca he hecho eso, no estoy abusando de nada ni de nadie.

—No te creo una mierda.

—¡Lo juro por mi vida! Akira, nunca he estado con nadie, tú sabes muy bien que he sido fiel por toda mi vida pero él, tiene algo que no me enloquece.

—¡Yuu, es un niño! Debería arrestarte por esto. ¿Sabes lo que pasaría cuando todo el mundo se entere de lo que has hecho, esto no será algo interno, estas cosas salen a la luz y se dispersan por todo el mundo ¿Te das cuenta del daño que le acabas de hacer a Kouyou? Es como un niño, no entiende lo que pasa a su alrededor y aún así decidiste abusar de él.

—¡No! ¡Deja de repetir eso! Yo no abusé de él y tampoco ha habido más veces, solo ha sido esta. yo… me he enamorado de él.

—Yuu deja eso a un lado. Los sacerdotes no tienen derecho a enamorarse.

—Por favor, quiero quedarme con el padre.

La revelación de Kouyou le cayó como balde de agua fría, no podía permitir que se siguieran frecuentando. Aún si hubiesen sido una vez o más, no podía permitirlo. Tomó a Takashima del brazo y lo adelantó hasta la puerta pero el padre se acercó rápido para detenerlos. Akira le golpeó duro, tanto como su brazo le permitió hacerlo, algo dentro de él se moría lentamente porque era su mejor amigo a quien había golpeado y era su mejor amigo quien había decidido traicionar su vida.

—No te vuelvas a acercar a él o te juro que te mato. Sabes perfectamente que puedo hacerlo y no serás el primer cerdo que mate.

La rabia le consumía internamente. Salió decidido a alejarlos. No podía permitirlo, encontraba tan absurdo que un cura utilizara los términos de amar bajo su propia conveniencia. Era repugnante.

 

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Tenía exactamente cinco meses en la clínica y todavía le faltaban más de diez kilos por recuperar. Era difícil para Takanori y llevó a las trabajadoras a los extremos, le vigilaban cada vez que iba al baño, cuando se duchaba revisaran que no tomara agua para llenarse, los bocados de comida ellas lo manejaban para que comiera y aún así él se las ingeniaba para vomitar, esconder, tomar demasiada agua. Simplemente no podía evitarlo y en las sesiones con el psicólogo no siempre iban del todo bien.

Ese miércoles le pesaron y había ganado dos kilos más, por dentro estaba destrozado, se sentía como un perdedor, no podía dejar de pensar en cómo desaparecerlos. Cuando se dio la hora de la comida, no quería sentarse. Lloró con cada cucharada de la sopa, levantó la vista y vio a Uke, su compañero de cuarto que le miraba con la esperanza de que comiera bien pero estaba tan paralizado que no lo conseguía. Antes de que se diera cuenta, Uke estaba a su lado, con su plato y su cuchara en la mano, le sonrió de lado y comenzó a alimentarlo. Todas las personas que estaban ahí se quedaron perplejos, Takanori era de los pacientes con menos avance y de los más hostiles. Sorprendidos, comieron en silencio y uno a uno se fueron retirando.

—Gracias. Muchas gracias —Le dijo Takanori aún llorando.

—No hay de qué. Mírame, alegra esa cara, terminaste a tiempo. Deberías estar feliz por eso ¿No?

Le dio unas palmadas en su espalda y se fue. Tenía derecho a una llamada a su mamá y decidió aprovecharla ese día.

 

Takanori entró a su habitación y alcanzó a escuchar unos cuantos quejidos, débiles pero audibles. Cuando llegó al otro lado de las camas, se encontró a Uke en el suelo, pálido y su mano derecha cubría con fuerza su brazo izquierdo.

—¿Qué te ha pasado? Voy por ayuda —Tan pronto se levantó Uke lo detuvo, le rogó que no saliera del cuarto y le convenció de que se le pasaría, pronto dejaría de sangrar y solo le dolería—. Uke ¿Qué te has hecho?

—No sé. Se suponía que no debía pasar de nuevo, no sé que me ha pasado. Lo siento, lo siento, lo siento, de verdad.

—Shh, calma, está bien. Mira, ya no está sangrando, pero necesitamos papel para limpiar todo esto.

 

Takanori se sentó en la orilla de su cama, completamente a oscuras, por más que quiso preguntar qué le había orillado a cometer semejante error no se atrevió. Estaba más que preocupado por él y comenzaba a pensar en una manera de hacerlo feliz, de ayudarlo, justo como él lo hacía sin pedir nada a cambio.


—Takanori —Susurró Uke—. Takanori ¿Estás dormido?

—No, no puedo dormir ¿tú tampoco?

—No.

Ambos se quedaron en los extremos de sus camas, ambos deseaban tener una pequeña ventana entre esas paredes blancas pero no podía ser. Al menos no por su recién llegada.

—Takanori ¿Por qué eres así?

—¿Cómo así? —Preguntó el aludido un tanto ofendido.

—Así, obsesionado con el peso, la gordura, calorías ¿Por qué? ¿Qué tiene de especial? ¿Es tan difícil poder sobreponerte?

Takanori se preguntó en secreto si eso era algo que todos los compañeros hablaban en cualquier momento de su estancia, sus razones de estar en la clínica ninguno las había contado, solo sabían lo que habían visto y oído, e incluso éste sabía muy poco de Uke.

—Porque….así me siento feliz, cuando estaba gordo mi propia familia se avergonzaba de mí, me humillaban públicamente, le gustaba hacerme sentir miserable. Cuando empecé a bajar de peso todos lo notaron y me alentaron a seguir bajando, por cada kilo que perdía ellos me sonreían y por cada kilo que subía me daban la espalda. Yo solo quiero ser aceptado por ellos y nadie más; pero luego las cosas se complicaron, comencé a vomitar todo lo que me metía a la boca y lo que no también, perdí el control, nada era suficiente para mí e incluso ahora todavía pienso en cuanto tiempo debo dejar de comer para volver a mi peso ideal. Me da vergüenza que todos sepan dónde estoy, me da vergüenza que me señalen y digan cosas malas sobre mí y que me vean comer porque sé que al final el precio lo voy a terminar pagando. ¿Entiendes? Yo no. Tengo la edad física de alguien de cuarenta años, eso significa que voy a morir pronto y hay cosas que todavía no he experimentado. Quiero estudiar una buena carrera que me de felicidad. Quiero viajar. Quiero ir a Egipto, Italia, Francia, Los Ángeles pero no quiero hacerlo solo, quiero y deseo que alguien esté a mi lado, que me tome la mano y que me diga que no me voy a morir y que vamos a ser felices, que la próxima vez que tenga un paro respiratorio pueda aceptarlo con tranquilidad porque ese alguien estará a mi lado y me dirá que he vivido una buena vida, que no recuerde las cosas malas. Quiero salir de aquí curado para poder vivir. Uke, yo no me quiero morir.

Inspiró y tragó las lágrimas que se juntaron, era la primera vez que hablaba de lo que sentía con otra persona, siempre había sido para sí mismo y no sabía si era porque tenía confianza en que él no se reiría o porque todavía lo consideraba como un perfecto extraño, pero de algo estaba seguro, los dos apenas comenzaban a buscar esa salida, para bien o para mal.

—Sabes, las familias lo joden todo. Te escucho y me siento como un similar —Habló Uke en voz queda.

—¿Similar?

—Sí. Envidio a todos esas personas que nacen con la felicidad asegurada ¿No debería ser para todos igual? Tienen estabilidad emocional y financiera, oportunidades por las que la gente como yo fantasea, sí estoy aquí es por mi tío, él es el único que se preocupa por mí. ¿Es pesimismo o realismo? Yo tampoco sé de esto. No sé cómo se define el sufrimiento de una persona para calificarlo como absurdo o genuino. Soy un similar porque recurrí a la solución más cobarde por sucesos que solo pasaron con un novio de mi mamá. Sigo esperando una respuesta para calificarme. Ese hombre es como mi sombra, me lastimó, jugó conmigo, me decía lo mucho que me amaba y luego volvía a lastimarme físicamente. Todavía tengo pesadillas con todo lo que me hizo. ¡Tenía seis años! ¿Quién me iba a creer? ¿Quién? Sí mi madre nunca estaba en casa, no sabía lo que pasaba y tuve que callarlo durante años. Luego las cosas llegaron a afectarme más. Había días en que no iba a la escuela porque el estrés me consumía por dentro, mis dedos temblaban y dolían, mis manos se hinchaban y no era capaz de tomar un lápiz y escribir. Tuve problemas con eso durante mucho tiempo, afortunadamente él despareció de nuestras vidas pero no de mi mente. Vi unas tijeras y me pareció una salida más fácil. Para cuando tenía tu edad ya había dejado de cortarme los brazos porque ya no tenía espacio, comencé a hacerlo en mis piernas, en mi abdomen, en mis pies. Se convirtió en mi adicción, mis recaídas se volvieron más atroces, cada vez que me entraba la paranoia me cortaba. Mi tío me encontró en su baño con el espejo hecho trizas y yo inconsciente, desangrándome en el suelo. Yo quiero lo mismo que tú, quiero salir de aquí, no volver a ser yo, quiero ser la versión mejorada de la basura que soy ahora. Me esfuerzo pero a veces lo siento en mi cama, no puedo evitarlo.

La confianza entre ellos ya estaba ligada. Takanori se levantó de su lugar y sentó al lado de Uke, tomó las cobijas y cubrió sus cuerpos hasta quedarse completamente bajo éstas.

—Te prometo que mientras estemos aquí, el único que estará en tu cama seré yo, cuando tengas ganas de cortarte, abrázame fuerte, no importa si me dejas sin aire pero hazlo hasta que te sientas capaz de mantenerte en este camino. ¿Te parece?

—¿Sabes qué es lo peor? Que te quiten todos los objetos punzocortantes. Cuando mi mamá lo hizo, no solo me quitó todo eso, invadió la poca privacidad que tenía y aprovechó para hacerme sentir inferior, las miradas de asco nunca faltaron, me humillaba con bromas y comentarios respecto a ese tema. Yo quería dejar de hacerlo, de verdad pero es muy difícil contenerse, no sé cómo he podido mantenerme entero. Hay días que lo único que quiero es tener un cuchillo entre mis manos y perder el control hasta desaparecer. Pero tampoco lo iba a hacer con un cubierto de cocina, ni eso podía ver. Eso me estresaba aún más, yo solo quería que me dejara en paz. Takanori, sí llego a salir de aquí, no quiero volver con ella, no quiero.

—Entonces no lo hagas —Susurró el otro joven—. Si quieres podemos buscar trabajos y empezar a vivir juntos y alejarnos de nuestras familias. Pero no pienses que no vas a salir d este lugar, porque lo harás. Confío en que lo harás.

Uke solo pudo asentir, por dentro se sentía tan cálido, tan especial que no lo creía. Abrazó a Takanori y no lo soltó, se convertiría en su ancla para permanecer en la realidad.

Puso su mano en su pecho y pudo sentir sus latidos acelerarse y creyó por un segundo haber tocado más allá de su ropa. Sintió los labios finos de Uke, ambos temerosos, continuaron con ese deseo que parecía haber estado latente desde tiempo antes. Las manos frías de Uke recorrían el cuerpo de Takanori. Se sentía mil veces mejor, completamente seguro y decidido con lo que hacía y no pensaba en retractarse porque cuando estaba junto a él, un lado más humano se activaba y sabía que estaba a salvo. La temperatura de la habitación subía lentamente, sus cuerpos danzaban sin música, sus labios se besaban sin realmente hacerlo, sus dedos jugueteaban con sus botones y la excitación crecía y todo a base de sentimientos nuevos. Los suaves gemidos remontaban a la primavera. Tiritaban de miedo, erotismo, miles de cosas que no importaban ser catalogadas. Esa noche sus cuerpos ardieron por primera y última vez.

Cuando despertó se encontró solo en la habitación. Salió para ducharse y no encontró a nadie de las supervisoras en su lugar habitual. Se preguntó si algo había sucedido pero no le dio importancia. Takanori, pensó en él continuamente y no fue hasta una hora después que los papás de Takanori llegaron supo la tragedia. La mamá no paraba de llorar y fue entonces cuando su mente comenzó a imaginar lo peor, rezó para que fuese todo mentira, había vivido con él durante esos meses y había visto lo difícil que era para Takanori salir adelante pero hacía le esfuerzo y simple y sencillamente se negaba a aceptar que algo malo le pasara a él.

—¿Qué ha pasado? —Preguntó.

—Takanori salió de la clínica a escondidas y comenzó a ejercitarse sin parar… —La supervisora le contestó pero al tener los padres presentes no fue capaz de seguir.

—Mi niño…—Habló la mamá—. Sufrió un ataque cardiaco y no…no sobrevivió.

 

Uke sintió que toda la habitación daba vueltas, no podía creerlo. Regresó a su cama y la sintió más fría que nunca. Esa ansiedad de querer tomar las tijeras o cualquier objeto y destrozarse los brazos le amenazaba mentalmente y aunque se levantó un par de veces, cada vez que tomaba entre sus dedos el pomo de la puerta terminaba retrocediendo, ya no tenía a Takanori para abrazarle pero podía mantenerse fuerte para que él se sintiera orgulloso.

 

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El padre Yuu fue informado que una familia quería hacer una misa a un familiar recién fallecido y aceptó.

Días después de esa misa, seguía pensando en una solución. La mamá de Kouyou no le miró siquiera cuando llegó y su hijo quiso acercarse pero no se lo permitió, ni ella ni Akira.
Salió de la parroquia con su ropa normal, pensaba renunciar a la iglesia y al sacerdocio, sabía que eso podía orillarlo a enfrentar demandas por parte de la unión eclesiástica pero no importaba. Él ya había fallado a la vida que se supone tendría hasta el día que la muerte le llegara pero no podía evitar romperse cada vez que pensaba en Kouyou, en lo mucho que lo extrañaba y tenía claro que nadie más sabía lo que había pasado entre ellos por el hecho que la mamá no le hubiera insultado en plena misa.

—No pienses que te saldrás con la tuya —La voz de Akira seguía siendo igual de furiosa.

—No trato de hacer nada. ¿Acaso es tan difícil de entender?

—¿A dónde vas con esas maletas?

—Me voy ¿Contento? Necesito desaparecer, olvidarme de todo.

—Claro, ya destruiste la vida de Kouyou y ahora es mejor que te vayas.

—¡Ya te explique que no es así! Me tengo que ir, tengo que hacerlo porque me está matando…todo esto, no puedo pasar un día más y fingir que no me importa lo que estará haciendo, necesito saberlo. Quisiera que las cosas hubiesen sido distintas y que en estos momentos yo pudiera llegar a su lado y poder protegerlo, alejarlo de esa mujer que tiene por madre y de ti, que pareces querer tenerlo como un títere. Una cosa es que esté enfermo y otra que no sea capaz de amar. Lo que yo siento por él es demasiado para poder expresarlo así de fácil, aprendió de mí como yo aprendí de él. Y me mata no poder estar a su lado. Así que con tu permiso, me iré. Y cuando sienta que pueda hacerlo de la manera correcta, volveré.

 

El cielo encapotado hacía que el frío se intensificara más, Yuu se llevó el par de maletas en busca de un taxi. Cuando suspiró por tercera vez las lágrimas salieron sin piedad. Sabía que volvería, tenía que hacerlo.

Notas finales:

Ya no estoy muy segura si cumple los requisitos del desafío pero bueno. 

@lilyheebum ^^


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