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Verano, vacaciones e instituto por Ai Gil Beilschmidt

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Notas del fanfic:

Este es mi primer Fanfic y debo reconocer que no es un tema muy original... sin embargo me lo pasé genial escriviendo y espero que se lo pasen genial leyendo!!

I:

Era verano. Hacía calor y las gotas de sudor se deslizaban por la frente de Arthur. El chico perseguía las sombras de los árboles en su camino hacia la escuela. Odiaba aquello. No lograba entender porque tenía que ir a las clases extras que se impartían durante las vacaciones si había aprobado todas las asignaturas. Levantó la mirada y el sol le iluminó el rostro. Maldita sea, ¡cómo odiaba aquel bochorno!

Siguió andando hasta llegar al gran edificio pintado de blanco y se detuvo al ver a Alfred apoyado al lado de la verja del patio. Se acercó a él en silencio y pasó por su lado sin decirle nada. Sin embargo, el rubio le agarró por el brazo, obligándole a parar.

- No pensaba que tú también vendrías- le dijo con una sonrisa.

Arthur notó como se le aceleraba la respiración y sintió que se ruborizaba.

- Te ves muy distinto sin el uniforme- siguió hablándole Alfred-. Me gusta cómo te queda, aunque nunca te habría imaginado con tejanos y vambas.

- ¿Y cómo pensabas qué vendría?- preguntó Arthur, escondiendo los nervios tras una máscara de mal humor.

- No sé. Te imaginaba más con un smoking o algo parecido.

Arthur sintió que el corazón le explotaba cuando Alfred se rió. Se libró de su mano y siguió andando sin despedirse. Atravesó el patio y se fijó en un rincón sombreado en el que Feliciano dormía, tumbado en la hierba. Pensó en ir a despertarle y decirle que las clases empezarían pronto, pero vio que Ludwig ya estaba con él y sonrió para sí.

Ludwig y Feliciano llevaban más de dos años saliendo juntos y formaban una de las mejores parejas que Arthur había visto jamás. Ludwig aguantaba con paciencia las estupideces de Feliciano, y siempre tenía una sonrisa en los labios cuando el italiano estaba cerca de él.

Un peso en el hombre le sacó de sus pensamientos. Al darse la vuelta se encontró el rostro de Alfred pegado al suyo. Se apartó de un salto y sin querer le golpeó la mejilla con el dorso de la mano. Las gafas del estadounidense cayeron al suelo y uno de los cristales se rompió.

- Yo… lo siento- se disculpó Arthur, recogiendo las gafas.

Alfred se echó a reír.

- No pasa nada. En casa tengo otras de repuesto.

Cuando Arthur le miró para devolverle las gafas se quedó sin aliento. Sin ellas Alfred se veía terriblemente diferente. Su rostro adoptaba una expresión infantil que le daba un toque pícaro. Sin embargo, sus ojos azules brillaban con un destello inteligente.

- ¿Pasa algo?- preguntó al ver que Arthur le miraba- ¿Tengo algo en la cara?

Arthur negó al instante y volvió a disculparse antes de emprender de nuevo el camino hacia el interior del edificio. Alfred le siguió de cerca y se colocó a su lado.

- ¿Sabes quién más ha venido?- le preguntó con despreocupación.

- He visto a Ludwig y Feliciano- murmuró Arthur nervioso.

- Ya veo. Mi hermano también ha venido, y Francis también está.

- Sí, hablé con él y me dijo que también le había tocado venir.

- ¿¡Hablas con Francis!?- exclamó sorprendido Alfred.

- ¿Pasa algo?

Alfred negó con la cabeza mientras se reía.

- ¿Tienes algún problema conmigo?- dijo de repente Arthur.

El americano se detuvo y le sonrió. Aquel gestó cortó la respiración del inglés, que también se detuvo.

- No- respondió Alfred-. Es solo que nunca habíamos hablado así.

Era verdad. Pese a que Arthur llevaba un año enamorado de Alfred, nunca se había atrevido a decirle nada. Simplemente le observaba desde lejos. Le parecía imposible que alguien tan popular como Alfred pudiera juntarse con un chico del montón como él.

- Si te molesta no lo hagas- replicó Arthur, volviendo a esconderse tras el enfado.

- ¿Por qué? No me molesta estar contigo. Siempre he pensado que eras un tipo interesante.

Antes de qué Arthur pudiera responder, sonó la campana que anunciaba el inicio de las clases extras de verano. El británico se dirigió con paso rápido a la puerta, pero se detuvo al ver que Alfred se quedaba atrás.

- ¿No vienes?- le preguntó.

- No. Pasaré la primera hora en la azotea. El viento es muy agradable allí- pasó por su lado y le tendió una mano a la vez que le dirigía una mirada de complicidad-. ¿Vienes conmigo?

- No, yo…

Sin darle tiempo a terminar, Alfred le agarró la mano y le arrastró hasta llegar al tejado. Una vez allí, Alfred se sentó con la espalda apoyada en la verja. Arthur se asomó y vio la piscina del instituto. El agua reflejaba la luz del sol. Se estremeció y se dio la vuelta. Alfred le miraba con sus penetrantes ojos azules.

- ¿Es verdad que no sabes nadar?- le preguntó.

- ¿¡Quién te lo ha…!?

- Francis.

Arthur apartó la mirada y se sentó a unos metros de Alfred, que le miró extrañado antes de arrastrarse hasta su lado. El británico hizo un ademán de separarse de él, pero Alfred se lo impidió, agarrándole la manga de la camiseta.

- ¿Te doy miedo?- dijo.

“Me gustas” pensó Arthur.

- No.

- Entonces, ¿Por qué te apartas?

Arthur no respondió. Se limitó a dejar caer la cabeza hacía atrás y mirar el cielo con los ojos entrecerrados. La luz del sol le quemaba la retina pero se forzó a aguantar. Cualquier cosa antes que volver a encontrarse con la mirada de Alfred.

- Oye, Arthur.

Instintivamente se giró y sus ojos volvieron a perderse en los del americano.

- Hace mucho tiempo que quiero pedirte algo.

Arthur notó como el corazón se le aceleraba cuando una mano de Alfred se puso sobre la suya. Pensó que aquella parecía la escena de una película de amor mala. Cuando el chico parecía que iba a declararse, acababa pidiendo a la protagonista que le dejase los apuntes o que distrajese a su novia para que él pudiera liarse con otra.

- Quiero que salgas conmigo.

También solía pasar que el chico pedía a la chica que fingiera ser su novia para no quedar como un imbécil delante de sus primos y tíos durante las fiestas de Navidad.

- ¿Cómo dices?- preguntó Arthur.

- Quiero que seas mi novio- repitió Alfred.

- No puedo- respondió, contradiciéndose a sí mismo-. Es decir…apenas te conozco.

Alfred parpadeó un par de veces, sorprendido.

- ¿Solo por qué no me conoces lo suficiente?

- ¿A qué te refieres?

- Pensaba que te daría asco salir con otro hombre.

- ¿Por qué iba a darme asco?

Alfred se acercó lentamente a él sin responder y le acarició la mejilla con las yemas de los dedos. Apoyó su frente a la de Arthur antes de besarle. Cuando sus lenguas se encontraron, Alfred notó las manos de Arthur rodeándole el cuerpo y atrayéndole hacía sí. El americano quedó sin aliento ante la gran habilidad de Arthur y cuando se separaron su expresión era de total estupor.

- Besas…- murmuró.

- ¿Beso…?- repitió Arthur.

- ¡Hagámoslo otra vez!

- ¿Qué…?

Alfred se adueñó de sus labios antes de que pudiera acabar de hablar y le estrechó contra su cuerpo. El americano intentaba mantenerse al nivel de Arthur, pero le era imposible seguir el ritmo del inglés.

- ¿Cómo lo haces?- preguntó cuándo se separaron.

- ¿Cómo hago el qué?

- Besar de esta forma.

Arthur se quedó sin palabras. Justo ahora acababa de darse cuenta de ello. ¡Se habían besado! Y no solo una vez. Un sentimiento que iba entre la felicidad y la vergüenza se adueñó de él y acabó por aumentar su estado de nervios hasta que se le hizo un nudo en la garganta.

- Vamos a hacerlo de nuevo- dijo Alfred.

Incapaz de articular una negativa, Arthur dejó que los brazos del estadounidense le acogieran de nuevo y esta vez se decidió a disfrutar el tercer beso.

Cuando la lengua de Alfred se encontró con la suya, Arthur se dispuso a demostrarle como se besaba en su país. Le cogió el rostro entre las manos con suavidad y se sentó en su regazo, acercándose más a su cuerpo. Le torturó con la lengua durante unos largos minutos, mordiéndole el labio inferior y sonriéndose a sí mismo cada vez que Alfred se estremecía bajo su cuerpo.

Jamás se había imaginado que pudiera sentirse tan confiado besando al americano, ya que nunca había sido capaz de aguantar más de diez minutos a su lado sin morirse de vergüenza. Sin embargo, no se regocijó en su superioridad, sino que disfrutó la encantadora inexperiencia de Alfred.

Enseguida le vinieron a la mente las mil y una fantasías que había imaginado durante aquel año, pero se detuvo al pensar en algo. Se apartó de Alfred y le miró con seriedad.

- ¿Estás tan enamorado de mí cómo yo lo estoy de ti?- preguntó.

- Si tú sientes que vas a estallar cada vez que mes ves, te mueres de ganas de hablarme pero no sabes hacer nada más que esconderte tras alguien que no eres en realidad porque te da miedo ser rechazado, quieres besarme, tumbarme aquí mismo, desnudarme y llegar a más, si te sientes incapaz de pasar un día sin verme y llevas años mirándome sin que me dé cuenta, entonces no.

- ¿Cómo?

- Yo estoy más enamorado.

Arthur se quedó sin palabras y notó como las lágrimas se amontonaban en sus ojos. Intentó reprimirlas pero fue incapaz.

- Pero… no me conoces…- murmuró entre sollozos.

Alfred le abrazó con ternura y le acercó a su pecho. El británico oyó el acelerado latido del corazón de Alfred.

- Algo me dice que sí que te conozco.

- Pero…

- Arthur, he querido abrazarte desde el primer día que te vi. Intentaba acercarme a ti pero no sabía cómo hacerlo, me moría por hablarte pero siempre estás solo en tu maldito rincón de la clase, encerrado en un mundo donde parece que no quieras a nadie más.

- No es verdad- susurró el inglés, agarrándose con fuerza en la camiseta de Alfred-. Te quiero a ti- levantó la mirada y el sol iluminó sus húmedos ojos-. Te amo, Alfred. No sé nada sobre ti, pero te amo.

Alfred no contestó, sino que estrechó a Arthur entre sus brazos y le besó una y otra vez hasta que ambos se quedaron sin respiración. Estaba muy excitado, pero no quería estropear el momento. No, quería hacer las cosas bien. Algo le decía que Arthur sería lo que más amaría durante el resto de su vida, y si esto era cierto, no tenía por qué apresurarse y arriesgarse a qué todo saliera mal.

 

 

II:

Lovino se sentó en la última fila de mesas de la clase, al lado de la ventana. El aula todavía estaba vacía y las cortinas se mecían con la cálida brisa que entraba por las oberturas de los cristales. El joven italiano vio a Ludwig acercándose a su hermano, que estaba tumbado en la hierba del patio. El alemán se arrodilló a su lado y le zarandeó con suavidad para despertarle. Feliciano se echó sobre su cuello con un grito de alegría y le besó.

Romano giró la cabeza para distanciarse de la escena y un repentino sentimiento de soledad se apoderó de él. Meneó la cabeza y pensó que no era cierto. Él no estaba solo. Antonio llevaba once meses y veintinueve días repitiéndole que nunca más estaría solo. Al principio había pensado que todo aquello no era verdad. Que no duraría más de dos semanas. Sin embargo, ahora no sabría qué hacer sin Antonio a su lado.

Sus labios dibujaron una sonrisa que se borró pocos segundo después de que la puerta de la clase se abriera y apareciera el español.

- ¡Ah!- exclamó- ¡Te he pillado Roma!

- ¿Qué dices?- murmuró mientras se levantaba.

- Te estabas escondiendo aquí para que te encontrara ¿verdad?

- No. Solo que no me apetecía estar en el sol.

Antonio se le echó encima y le beso.

- Dime amor, ¿qué te ha hecho sonreír hoy?

Lovino se apartó de sus labios y le miró. Se perdió en aquella profundidad esmeralda durante unos segundos y luego se acurrucó contra su pecho. Antonio le estrechó entre sus brazos como de costumbre y le pasó una mano por el pelo.

- Veneciano está abajo, con Ludwig- murmuró el italiano.

-¿Me has echado de menos, Roma?

- Maldición, claro que no. No soy ningún crío que extraña a su madre.

Antonio soltó una carcajada y besó de nuevo a Lovino.

- Eres todo un adulto que tiene derecho a echar de menos a su novio.

Estuvieron un momento en silencio hasta que Romano volvió a alejarse de Antonio. Se acercó a la ventana otra vez y vio que Ludwig se había sentado al lado de su hermano.

- ¿Sabes qué es lo que más me gusta de que Veneciano esté con el macho patatas?- dijo.

- ¿Qué?- murmuró el español, abrazándole por la espalda.

- Que tú estás aquí conmigo.

El italiano notó como la cabeza de Antonio caía sobre su hombro y se dio la vuelta para ver que le pasaba.

- Dios Romano… eres un encanto. Eres demasiado lindo… No puedo aguantarlo.

Antonio miró la hora en la pantalla de su móvil y vio que todavía faltaban veinticinco minutos para empezar las clases.

- ¿Crees que vendrá alguien?- preguntó, quitándose la camiseta.

- ¿Qué haces?- dijo Lovino con apenas un hilo de voz.

- Cierra el pestillo de la puerta.

Sin saber por qué le hacía caso, Romano cerró las puertas y corrió las ventanas mientras Antonio se desabrochaba el cinturón y los pantalones. El español se acercó a Lovino por detrás y le quitó la camisa por encima de la cabeza, adueñándose de sus labios.

- Espera… ¿aquí?- susurró el italiano.

- Aquí y ahora- le respondió Antonio, que notaba como le ardía la piel por el deseo.

Tumbó a Romano encima de una de las mesas y le bajó los pantalones hasta las rodillas. Lovino empezó a masturbarle mientras el español recorría su cuerpo con la lengua hasta detenerse en los muslos. Le tomó con la boca y empezó a acariciarle con la lengua mientras le penetraba con los dedos. Romano se estremeció y colocó las manos encima de los hombros de Antonio.

- Lo siento Roma, intenta aguantarlo ¿puedes?

Lovino se preguntó por un momento por qué no se negaba a aquella petición egoísta. Sabía que podía hacerlo, que Antonio se detendría y le pediría mil disculpas. Sin embargo, el hecho de que el español le usara de aquella forma le hacía sentir que todo su cuerpo era amado.

Apretó los dientes cuando notó que Antonio retiraba los dedos y le penetraba con la lengua. Intentó reprimir un gemido cuando las manos del español le acariciaron la entrepierna. El placer era tal que la cabeza empezó a darle vueltas. No sabía si era el hecho de estar haciéndolo en un lugar donde podían verlos o el que Antonio se estaba superando lo que le excitaba tanto, pero agarró al español por el pelo y le levantó la mirada con delicadeza.

- Bastardo… date prisa o voy a…- murmuró.

Antonio retiró la lengua de su cuerpo, se puso en pie, tumbándose sobre él y le penetró. Esta vez fue incapaz de no gritar y se agarró con fuerza a su cuerpo, rodeándole las caderas con las piernas y los hombros con los brazos.

Ante este gesto, Antonio respondió hundiéndose más en él con embestidas más rápidas y seguidas hasta que ambos llegaron al orgasmo.

- ¡Oh mierda!- gritó Romano cuando se separaron.

- ¿Qué pasa?

- Te has manchado el pantalón, imbécil.

El español bajó la mirada y vio que era verdad.

- Pues mejor no te digo como están los Kalvin Clain nuevos…

- ¡Serás…!- exclamó Lovino echándose sobre él y dándole una colleja- ¿Qué vas a hacer ahora?

Antonio sonrió y se acercó a su mochila. La abrió con teatralidad y sacó unas bermudas tejanas.

- ¿Esto lo haces muy a menudo?- le preguntó el italiano.

- ¿El qué?

- Llevar pantalones en la mochila.

Antonio soltó una carcajada y besó a Romano. Deslizó los labios por el cuello de Lovino y se detuvo en su hombro.

- Ponte la camiseta antes de que vuelva a violarte- le dijo sonriendo.

El italiano le miró a los ojos y le pasó una mano por la mejilla. Suspiró, pensando en los días que había pasado espiando a aquél chico risueño que le había sonreído desde la primera vez que le vio. Recordó el día en que pudo reunir el valor suficiente para decirle que le quería y de repente las mismas palabras salieron de su boca.

- Te amo, jodido bastardo.

 

 

III:

Toris jugueteaba con el agua de la fuente mientras esperaba sentado en el borde del surtidor. Paseó la mirada por la plaza sin quitar los dedos del agua y luego miró el reloj. Todavía faltaban cuarenta minutos para las nueve. Había llegado demasiado pronto.

Suspiró, se pasó la mano húmeda por el pelo y se lo recogió en una coleta con la goma que llevaba alrededor de la muñeca derecha. Pese a la temprana hora, el sol calentaba con fuerza y el sudor le corrí por la nuca, deslizándosele entre los omóplatos.

Esperó unos minutos más y luego se puso en pie, aburrido. Paseó los ojos con desinterés bajo los árboles que rodeaban la plazoleta y vio a Kiku y a Mei andando por la sombra. Sonreían y se acercaban tímidamente el uno al otro. Sus manos se rozaron y ambos se detuvieron de golpe. Sonrojados, bajaron la mirada y siguieron andando en silencio.

El lituano soltó un suspiro y dejó caer la mochila al suelo, recordando el tiempo en el que andaba al lado de Feliks de camino al instituto. Ellos no habían sido tan tímidos. Caminaban cogidos de la mano y se besaban cuando les apetecía hacerlo. En invierno, a Feliks le gustaba envolverse el cuello con la misma bufanda que él.

Le invadió un sentimiento de nostalgia seguido de una oleada de soledad que le dejó al borde de las lágrimas al pensar que todo aquello había quedado en el pasado. Todo se había torcido cuando Ivan había entrado en su relación, recordando a Toris el tiempo que habían pasado juntos y diciéndole que todavía le amaba.

Feliks se había cansado de aquella situación, frustrado porque Toris no trataba de apartar al ruso de él, y le había dejado sin darle tiempo a explicarse.

El lituano se había enfadado por la actitud de Feliks y habían acabado discutiendo. Pese a todo lo que había pasado, de vez en cuando Toris se reprochaba a sí mismo no haber alejado a Ivan, pero por encima de todo se reprendía el ser incapaz de odiar el ruso.

De todo aquello ya hacía ocho meses, por lo que Toris se había extrañado cuando Feliks le había llamado el día anterior para ir a las clases de verano, insistiendo en qué tenía algo importante que decirle. A pesar de la sorpresa, no se había negado, y allí estaba, esperando a que Feliks llegara como tantas veces había hecho en el tiempo que estaban juntos.

Meneó la cabeza sin para apartar de su mente aquellos recuerdos y sacó el móvil del bolsillo del pantalón. Enchufó los auriculares y se puso a escuchar la música de la lista de reproducciones. Empezaron a sumar los primeros acordes de “Black Tattoo” de los FM Static. Automáticamente le vinieron a la memoria las tardes que invierno que pasaba con Feliks, encerrados en su habitación tumbados en la cama, escuchando música mientras se abrazaban y se besaban.

 

“¿Por qué todo tiene que recordarme a él?” se preguntó.

Puso el dedo sobre el icono para pasar la canción, pero no llegó a pulsarlo. Acabó de escuchar la canción entera y la reprodujo de nuevo, dándose cuenta de que le gustaba pensar en el polaco, de que le echaba de menos.

Levantó la mirada de la pantalla del teléfono y sonrió ante su propia contrariedad.

Abrió la lista de contactos. Sin saber porque, estaba impaciente para oír su voz. El chico respondió al segundo tono. Su voz sonaba entrecortada y respiraba pesadamente.

- ¿Dónde estás?- le preguntó Toris.

- Llegando. Me he quedado dormido por tu culpa.

- ¿Por mi culpa?- replicó el lituano-. Yo no te he hecho nada.

- Me he pasado toda la noche despierto, pensando en ti- dijo Feliks antes de colgar.

Toris se quedó con el móvil pegado a la oreja, sin saber que pensar. Una parte de él tenía ganas de verle, de decirle que él tampoco podía dejar de pensar en el tiempo que habían pasado juntos. Quería pedirle perdón, y por encima de todo, quería volver a salir con él.

Todavía le amaba, y la otra parte de él se odiaba por preservar aquel sentimiento.

De repente, la voz de Feliks le sacó de sus cavilaciones.

- ¡Toris!- le llamó.

El lituano le vio corriendo hacia él y sonrió sin darse cuenta. Feliks llevaba puestos unos pantalones cortos de color rojo y una camiseta blanca con las mangas recortadas a la altura de los hombros. En el pecho, la frase “We do not love hate” estaba escrita con letras verdes, recortada por el destello brillante de dos placas metálicas que colgaban de su cuello. Se había recogido el flequillo sobre la cabeza con clips rojos y sus ojos verdes destacaban en el rostro.

Por pura inercia, Toris extendió los brazos y Feliks le saltó encima. El lituano le estrechó contra su cuerpo y le dio un beso en la frente. Feliks le miró con un deje de sorpresa.

- Como que eso ha venido a…- murmuró.

Toris le sonrió, mirándole a los ojos.

- No sé cómo pedirte perdón- respondió sin pensar.

Le abrazó con más fuerza y sonrió al notar que Feliks apoyaba la cabeza en su hombro y le rodeaba el cuerpo con los brazos.

- En serio, no tienes por qué hacerlo- le susurró.

- ¿Me has perdonado?

- Nunca te odié, Toris.

El lituano se apartó de Feliks y carraspeó.

- ¿Por qué estamos haciendo eso?- preguntó, con una nota de nerviosismo en la voz.

EL rubio se encogió de hombros y puso una mano en la mejilla de Toris.

- Como que… te echo de menos.

Dio un paso hacia atrás y le cogió la mano. Toris aceptó el contacto sin decir nada.

Pasaron todo el camino hablando de trivialidades, de anécdotas de las dos semanas que habían pasado de las vacaciones de verano.

- ¿Has hablado con Ivan?- preguntó de repente Feliks.

- Hace más de seis meses que no hablo con él.

- ¿Le quieres?

- Te quiero a ti- respondió Toris con sinceridad-. Mi relación con Ivan acabó cuando te conocí, y desde aquel día no he querido a nadie más que a ti.

Se habían detenido en la sombra de un árbol y Toris había agarrado las dos manos de Feliks. Se miraban a los ojos sin pestañear, con un brillo especial en la mirada.

- Te amo, Feliks.

El polaco se acercó a él y le besó sin soltarle las manos.

- Lo siento- murmuró como respuesta-. Siento haberme enfadado.

- Toris no pudo evitar sonreír.

- No pareces tú- dijo-. No eres el tipo de persona que está mucho tiempo pensando cosas así.

Feliks le devolvió la sonrisa y se echó entre sus brazos.

- Vale la pena pensar en ti- susurró antes de besarle de nuevo.

El polaco hizo el resto del camino agarrado al brazo de Toris. Hacía calor y al lituano empezó a dolerle el hombro, pero ni se le pasó por la cabeza apartarse de Feliks. Nunca más le dejaría irse de su lado.

Cuando llegaron al instituto, se encontraron con una de las pocas chicas que asistían a las clases de verano.

Elizabetha era una buena estudiante que había accedido a ir al instituto durante las vacaciones de verano para ayudar a los profesores a renovar la biblioteca, a limpiar el recinto de la piscina y el gimnasio, y a ocuparse de los diferentes clubs que hacían actividades en verano.

Llevaba puestos unos pantalones de color amarillo pálido y una camiseta blanca de tela vaporosa. Tenía la espalda apoyada en la puerta del instituto y les saludó con la mano al verlos.

- ¿Ha pasado algo?- preguntó cuándo Feliks la abrazó.

- ¡Toris y yo volvemos a ser novios!

La chica soltó un grito de alegría y sonrió. Abrazó a los dos chicos y se separó de ellos con un saltito.

- Ya era hora- les regañó con cariño-. Sois una de las mejores parejas que conozco y no podía creerme que acabarais mal.

Toris se rió a la vez que volvía a tomar la mano de Feliks. Cuando Elizabetha vio el gesto, le guiñó un ojo al lituano y le susurró que no le dejara escapar de nuevo.

Se despidió de ellos con un enérgico “hasta luego” y les vio alejarse por el patio. Volvió a mirar hacia ambos lados de la calle, soltó un suspiro y siguió esperando a que llegara su príncipe.

Notas finales:

Gracias por haber leído mi prmier trabajo!!! Espero sinceramnete que les haya gustado y que estén dispuestos a seguir con la continuación.

 


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